Treinta y dos, parte uno

Abrí la puerta con cuidado, intentando hacer el menor ruido posible. Caminé de puntillas, mientras escuchaba el sonido de la televisión. Asomé la cabeza de a poco por la esquina de la pared de la sala y encontré a Diego dormido, sobre el sofá, con la boca abierta y el control remoto en el pecho. Llevaba una toalla enrollada en la cintura y el cabello revuelto y húmedo. Se veía adorable con las mejillas sonrosadas, seguramente a causa del agua tibia de su reciente ducha.

Me desplacé hasta el baño y aproveché de tomar una ducha rápida también. Al salir tomé una camiseta de su cómoda y un par de calcetines.

—Diego —le susurré amorosa, tras apagar el televisor, y coloqué las rodillas a los costados de sus caderas, para situarme encima de él—, Diego... Te extrañé, así que vine —Pasé mi nariz por el contorno de su cuello, mientras le acariciaba el cabello con mimo.

—Mmm, Gatita —dijo en tono adormilado y me rodeó la cintura con las manos, para atraerme hacia él—. Qué bueno. Yo también te extrañaba.

Diego abrió los párpados un momento y volvió a cerrarlos dos segundos después, cuando me buscó la boca. Él estaba en calma, apetitosamente dócil. Sus besitos dulces no se me antojaron, por lo que me dediqué a succionarle el labio inferior hasta escucharlo sisear un poco. Me dejó mordisquearle la barbilla afeitada, recorrerle con la lengua la mandíbula, el cuello, para llenarme de sus suspiros, de sus jadeos.

Le abrí la toalla y me senté encima de su entrepierna. Ya estaba por completo empalmado, mientras que en mí, permanecía a fuego lento una excitación latente desde el martes en la mañana, cuando tuvimos sexo por última vez. Anhelaba sentirlo adentro.

Un cosquilleo me recorrió la base de la nuca y se deslizó por toda mi espalda al notarlo duro contra mí, a la vez que disfrutaba de los jadeos que me daba en respuesta a la oscilación de mis caderas y de mis besos salvajes. El fin de semana él se había mostrado muy dispuesto a dejarme experimentar y aunque me sentía un poco insegura por mi inexperiencia, me recordé las palabras que me había susurrado varias veces esos días: «todo lo que me haces me gusta».

Me dejé llevar por ese pensamiento y cerré los ojos párpados, mientras me rozaba con insistencia contra él. Su miembro caliente se deslizaba con facilidad entre mis labios húmedos, entretanto nos comíamos a besos.

—¿Te gusta esto? —pregunté y me incorporé para sacarme la camiseta. Él asintió con cierta seriedad que se veía aniquilada por el ardor de la excitación que brillaba en sus ojos—. Mmm, a mí me encanta —confesé aun algo nerviosa.

Lo besé, sintiendo como sus manos resbalaban por mi espalda, para repartir densas caricias tibias. Me acunó el trasero con fuerza a la vez que yo continuaba frotándome contra él. Luego, me eché el cabello a un lado y me incliné para ponerle los pechos en la cara con premura. Necesitaba su boca y él no se hizo de rogar.

Diego lamió con impaciencia uno de mis pezones, lo que consiguió que de mis labios se desprendieran los más intensos jadeos. Eché la cabeza hacia atrás, entretanto él se erguía para cambiar de pecho y lamerlo con insistencia y también mordisquearlo adrede para enloquecerme. Rogué por más, porque no se detuviera y él complaciente siguió, mientras por mi cuerpo se repartían agradables escalofríos que preludiaban un placer mucho más intenso por venir.

—Quiero probar cómo se siente. —Dejé de moverme sinuosa sobre él y lo tomé en mi mano—. Estoy por menstruar pronto, mi periodo fértil ya pasó. —Moví la pelvis y lo posicioné en la entrada de mi sexo y esperé su confirmación—. ¿Quieres?

—No —respondió tajante en mal tono y me sostuvo por la muñeca con una mano con firmeza, a la vez que con la otra, rodeaba su miembro para que no pudiera conducirlo a mi interior. Su reacción me dejó perpleja, paralizada en el acto, pues había sido bastante hostil—. Así no quiero, déjame ir por un condón.

El rostro de Diego había perdido cualquier pizca de excitación. Me miró serio y no supe si estaba enfadado o qué, pero la conmoción en definitiva avanzó por mi mente.

—Mmm... Ok —dije sintiéndome rara y me moví para alejar mi sexo del suyo—. Oye —agregué varios segundos después, cuando él quiso incorporarse más—. Yo no tengo nada, no me he hecho ningún examen, pero era virgen hasta que estuve contigo.

Aclarar ese punto era hasta un poco absurdo, porque él solito, y por su propio gusto, me había pedido que lo dejara comerme. Miedo a que yo le contagiara algo nunca debió haber tenido.

—Yo sé. —Dulcificó el semblante de su rostro—. No estoy insinuando eso, Max, es solo que yo no estoy para ser el papá de nadie.

—Te acabo de decir que mi periodo fértil ya pasó, que estoy por menstruar... ¿Te parezco alguien que quiere ser mamá?

Sabía que siempre existían ciertas posibilidades de embarazarse fuera de fecha de ovulación, pero yo era de ciclo regular, por lo que sería bastante improbable.

—El sexo sin protección puede resultar mal... Y no estoy para lidiar con ese tipo de... Problemas —explicó adusto, como si lo ocurrido lo hubiese puesto de mal humor.

Diego tenía razón, claro que tenía razón, pero algo en su tono me cayó mal.

—Ok, de acuerdo.

Recogí la camiseta de la alfombra.

Máxima... —dijo mi nombre en un tonito que no me gustó para nada, como si estuviese obstinado o cansado ¿de mí? Incómoda me levanté de su regazo y me vestí—. No te puedes molestar por esto, es absurdo, te estoy cuidando.

Diego se terminó de incorporar y se sentó.

—No estoy molesta, tienes toda la razón. —Bajé la cabeza y miré la alfombra sin saber muy bien qué más decir.

Los argumentos de Diego eran incontestables e irrefutables, claro que tenía razón.

—Ven acá, no seas malcriada.

Me alejé e hice una mueca. No era malcriadez, lo ocurrido había sido algo extraño y visceral. Un rechazo que no esperaba, al menos no de esa manera. Si él no me hubiese dado una respuesta brusca, si me hubiese hablado con dulzura, como sucedía siempre cuando estábamos desnudos, uno encima del otro, la situación habría resultado diferente.

Era una sensación imprecisa de describir y no pude evitar querer alejarme. Salí al balcón del apartamento y me abracé a mí misma de inmediato, pues la brisa fría azotó mi cuerpo, erizándome toda la piel. El cabello me golpeó la cara varias veces por lo que resolví hacerme un moño con la coleta que tenía en la muñeca.

Miré la arbolada que se abría paso a lo lejos y la gran masa de agua que se mecía por la corriente y el viento. Todo estaba oscuro, no había luna, me habría costado distinguir el paisaje urbano circundante de no haber sido por las farolas cercanas que iluminaban los contornos. Respiré profundo y exhalé con fuerza, para tratar de calmarme. No obstante, una idea pareció salir del aletargamiento justo cuando el frío comenzaba a calarme. ¿Qué había intentado insinuar Diego?

Molesta por la línea de pensamientos que se desarrollaban en mi mente, entré de nuevo al apartamento. Lo encontré tomándose un vaso de agua frente a la barra de la cocina.

—Sí estás pensando en que me quiero embarazar de ti por algún ultra motivo, estás equivocado. Yo no soy así —dije molesta—. Creí que lo sabías.

—No he dicho eso, Máxima.

No, no lo había dicho, pero algo en su tono, en la manera en que había respondido que no, me hizo pensarlo. No quería hacer drama innecesario, no obstante, algo impedía que esa extraña sensación se difuminara de mi interior, así que asentí, para darle la razón y salí al balcón otra vez, en el que me recibió una ráfaga de viento helado.

—Entra, hace frío —le escuché hablarme de nuevo, desde la puerta de entrada del balcón, con ese tono que no me gustaba,

—¿Por qué me hablas así? Como si estuvieses obstinado de mí —le solté con voz temblorosa y me giré hacia el lago, para no mirarlo y sentirme peor o ponerme a llorar por la frustración.

—Disculpa. —Hizo una pausa—. Disculpa si te pareció así —Se paró detrás de mí y encajó su pecho contra mi espalda—, te juro que no fue mi intención.

—Fue una mala idea haber venido.

—No. —Me interrumpió y trenzó sus brazos alrededor de mi torso, para darme calor—. No digas eso, me encanta que estés aquí. —Enterró su rostro en mi cuello y me besó.

Acaso mis amigas no se quejaban a cada rato de todos los tipos que querían metérsela sin profiláctico con tres mil excusas babosas, como: es que me aprieta el condón, no siento nada cuando lo uso, no sé ponérmelo, olvidé comprarlos, no pasa nada si acabo afuera, etcétera. Mientras que yo, me había puesto como una imbécil con mi novio por cuidarme. Me sentí tonta, aunque al mismo tiempo, pensé en que tenía razón de molestarme, así que decidí explicarme o de lo contrario parecería una loca.

—Concuerdo en lo que dijiste, Diego, pero el tono en que me hablaste me resultó... No sé cómo expresarlo, solo sé que no me gustó.

Asintió contra mi cuello.

—Disculpa —insistió con voz temblorosa y me besó la nuca. Yo moví la cabeza y rehuí de su beso—. No me rechaces, puedo lidiar con cualquier cosa menos con tu rechazo. Perdóname por ser tan idiota. —Asentí, porque en verdad era una cuestión que no tenía necesidad de trascender—. Obvio, yo también quiero, también se me antoja estar contigo así, de hecho, no te imaginas lo mucho que me provoca —dijo y me besó el cuello.

—¿No confías en mí?

Me costó formular la pregunta, pero lo hice porque necesitaba saber.

—No es eso. Claro que confío en ti, es solo que... —Hizo una pausa y esperé expectante a que continuara—. No sé, creo que estaba medio dormido aún. Mi reacción fue exagerada, lo siento.

¿En serio había sido eso?

—Solo fue curiosidad, olvídalo. Tienes razón. Lo que sucede es que soy bastante regular y quise aprovechar que en pocos días menstruo, no pensé que te fueses a molestar tanto. Lo último que pretendo es embarazarme, por Dios.

—Lo siento —insistió—. De verdad, lo siento.

Había asumido que él estaría encantado, no que me sostendría por la muñeca, para alejarme de su miembro, como si fuera ácido corrosivo. Sin embargo, su abrazo, su aliento cálido y sus besos dulces me hicieron dejar mi reciente enojo por su tono al hablarme y conseguí relajarme.

—Ven, hace frío, volvamos adentro.

Me tomó de la mano, para guiarme. El apartamento estaba en penumbras, iluminado solo por la tenue luz del pasillo, por lo que al cerrar el balcón, todo se oscureció más. Se acercó a mí y yo di un paso atrás y mi espalda chocó con la pared.

—Perdóname —susurró a mi oído, mientras sus dedos subían por mis muslos en una caricia tintineante y eléctrica.

Me tomó de las caderas, me atrajo hacia él y me buscó la boca con arrebato. Era tan bueno sentirlo así, desesperado por mí, que cuando se separó de mi cuerpo, solté un ruidito en protesta. Lo había hecho para levantar mi camiseta y antes de darme cuenta, me había desnudado. Volvió a unir su boca con la mía y yo enrosqué mi lengua con la suya ansiosa de más.

Diego me alzó en peso y yo jadeé en reflejo. A veces olvidaba que tenía la fuerza necesaria para hacer eso. Mis piernas se enroscaron alrededor de sus caderas y mis pezones se rozaron deliciosamente contra el vello de sus pectorales, a la vez que mi sexo lo hacía con su abdomen.

De repente, su boca estaba en todos lados, en mi barbilla, en mi cuello y en mis clavículas que se dedicó a succionar hasta hacerme gemir de gusto. No pude hacer más que enterrar mis dedos en su cabello encantada de sus atenciones.

Luego, noté como una de sus manos dejaba de hacer presión en mi trasero y se movía hacia abajo. Se abrió la toalla y esta cayó lánguida al piso. Acomodó su miembro sobre mi sexo que comenzó a deslizarse entre mis labios húmedos con un vaivén tan placentero que me hizo jadear muy fuerte.

Que rápido te mojas, pelirroja.

Tiré de su cabello en respuesta y él siseó, pero no se quejó. Al contrario, llevó su mano de nuevo en medio de mis muslos y posicionó su glande en la entrada de mi sexo.

—Dijiste que así no...

—Si quiero... Quiero estar dentro de ti, sin nada entre nosotros.

Escucharlo hablar así hizo que me ardieran las mejillas y que una rara presión se instalara en la parte posterior de mi cabeza.

Lo noté rozarse duro y húmedo contra mí. Nos miramos como si necesitásemos dejar constancia de que entendíamos lo que estaba sucediendo. Él abrió la boca en reflejo cuando se hundió un poco más en mí y yo gemí superada por tantas sensaciones cuando percibí cómo se abría paso en mi interior, centímetro a centímetro.

No hizo falta que le pidiera que lo hiciera despacio, él era muy delicado y eso le dio la oportunidad a mi sexo para dilatarse conforme su miembro se adentraba más en mí. Respiré agitada cuando llegó hasta el fondo y apoyó su frente sobre la mía.

—Carajo, Max... Estás demasiado caliente... Tan apretada.

Sus palabras hicieron que me contrajese deliciosamente alrededor de su miembro duro.

—Quédate así... No te muevas —dije con la voz entrecortada, apenas era capaz de hablar.

—Yo sé.

Necesitaba un momento para acostumbrarme a su intromisión. Respiré hondo y él hizo lo mismo, como si requiriese también de una pausa. Le busqué la boca y él no tardó en corresponderme. Mis dedos hicieron presión contra su espalda y lo abracé con fuerza, ansiosa por tenerlo muy pegado a mí. Conforme nuestros besos se multiplicaban se me hizo más fácil la penetración.

Se sentía diferente sin condón. Era... Más... Era placer magnificado.

—Ya te puedes mover.

Diego echó la pelvis hacia atrás solo un poco y cuando se movió contra mí yo gemí sin remedio.

—Tengo todo el día queriendo esto —dijo rozando sus labios con los míos con un tono de voz ronco y profundo—. Deseando meterme en ti.

Abrió los párpados lentamente y me dedicó una miradita que logró que toda mi piel se erizase.

—Mmm, Diego... —contesté jadeante y fui incapaz de decir algo más, porque la manera en que él se movía despacio dentro de mí, me silenció.

Aquello era apabullante, había supuesto bien, o al menos me lo había imaginado, que sería más intenso, solo que no sabía cuán caliente lo sentiría, como notaría sus relieves, lo duro que estaba. Su expresión era distinta, era como si estuviese extasiado. Su respiración era muy rápida para lo lento que se movía en mi interior, sus jadeos eran muy profundos para lo poco que estábamos haciendo. Su pelvis apenas retrocedía unos centímetros para salir de mí y luego volvía a entrar. Eso era todo, no había nada grandilocuente y aun así, se sentía sustancial. Demasiado, él era demasiado.

Enrollé los dedos en su cabello, para obligarlo a echar la cabeza hacia atrás y le lamí el cuello como sabía que le gustaba. Diego siseó un gruñido inentendible que hizo que repitiera mi acción.

—Más... Muévete más rápido.

Me miró, como si quisiera que le confirmase mi orden, así que asentí, mientras lo miraba con lujuria. Siempre lo hacíamos muy despacio, muy lento, con especial cuidado, pero yo, en ese momento, me sentía lubricada y quería más.

Cuando su pelvis se estrelló contra la mía, mi trasero chocó con la pared y eso logró que una vibración se repartiera por mi cuerpo. ¿Lo mejor? Aquel movimiento se repitió una y otra vez, mientras yo gemía enardecida.

Diego me miró a la vez que se mordía el labio inferior y gruñía por la excitación. Se veía tan sexy así... Con las mejillas sonrojadas, despeinado con el cabello desordenado que le caía sobre la frente.

—Joder así... Mmm sí, sí, sigue así —rogué porque aquello se sentía delicioso.

Él fue aumentando poco a poco la velocidad y la fuerza de sus embestidas, mientras que yo le respondía con gemidos.

—Mmm...

»Sí.

»Dame así, dame...

Diego se movió más rápido, como si se liberase y comenzó a impulsarse encajando sus caderas entre mis muslos con absoluta impaciencia. Violento, duro. Un sonido de chapoteo se hizo presente y acompañó a nuestros jadeos.

De repente, él se movió, pasó los brazos bajo mis corvas y acomodó las manos en mi espalda, para abrirme más las piernas en busca de espacio. Justo así, la penetración se me hizo demasiado profunda. Estaba tocando partes de mí que nunca habían sido tocadas y en ese ángulo, era como si rozase algo que me hacía vibrar.

—No puedo... Carajo, no puedo... Si te sigo cogiendo así, me voy a correr —dijo con desespero y enterró la cara en mi cuello a la vez que se detenía.

—Joder no pares, Diego, córrete coño, no me importa.

Aquello era cierto, no me importaba en lo absoluto que se corriera cuando solo llevábamos unos minutos haciéndolo.

—Estás empapada... Tan caliente... Es demasiado bueno.

Apenas terminó la frase me penetró de nuevo con dureza y eso me hizo gritar.

—Joder... Así, cógeme así —rogué por más, porque mi sexo se contraía de una forma tan deliciosa y torturante que no deseaba que parara.

Y lo hizo, pero duró muy poco. Diego se detuvo y salió de mí.

—No, no quiero que pares —repliqué mientras él me dejaba en el suelo sobre mis piernas inestables.

—Espera, carajo, no seas tan impaciente, me duelen los brazos.

No me dio ni siquiera oportunidad a responder, me dio la vuelta y tras enterrar la mano en mi cabello, lo echó a un lado, para morderme el hombro desde atrás.

—Ahg —gruñí.

Noté su mano en mi pierna izquierda.

—Flexiona la rodilla, Gatita.

La doblé y él la apoyó desde la rodilla hasta el tobillo contra la pared. Sentí su glande en mi entrada y justo así, me penetró con firmeza por primera vez. Duro. Rudo y yo gemí desesperada.

—Maldita sea —dijo enterrando la cara en mi cuello.

Se recompuso segundos después y volvió a empotrarme. Diego jadeó, mientras yo gemía indecentemente alto.

Estaba parada sobre un solo pie sin miedo a caer, porque él me sostenía con tanta fuerza que supe que, al día siguiente, tendría unas marcas dolorosas que no me importarían en lo absoluto. Coloqué las manos en la pared en busca de una especie de apoyo que no conseguí del todo. Diego no paraba, su pecho húmedo de sudor se deslizaba deliciosamente por mi espalda, a la vez que su pelvis se estrellaba una y otra vez contra mi trasero, lo que producía un sonido que hacía eco en el apartamento.

Las ráfagas de su aliento caliente me golpeaban, sus gemidos broncos junto a mi oído me sumergían en un deleite vertiginoso. Sentirlo así, tan demandante, tan excitado, era mi perdición. Temblé y noté como aumentaban las pulsaciones de mi sexo. Él maldecía, gruñía y me empotraba sin miramientos.

Luego, bajó mi rodilla de la pared. Buscó acomodo e hizo que abriera más las piernas y me jaló contra su pelvis. Gemí tan alto, que me quedé sin voz por un par de segundos hasta que inhalé profundo. Sus dedos presionaban mis caderas y me llevaban hacia atrás sin parar.

Él tenía demasiado fuerza y al parecer, disfrutaba de manejarme así, porque cuando miré sobre mi hombro descubrí la imagen de un Diego que no había visto nunca. En sus ojos crepitaba el deseo, la lujuria. Su rostro estaba contorsionado por el placer. Era como si se encontrase en un trance en donde me empotraba con malicia, mientras se mordía el labio inferior. Y era tan bueno verlo así.

—Carajo...

Diego, gruñó y salió de mí tan rápido que me produjo una sensación horrorosa de vacío. Noté como se corría en mi espalda baja a la vez que jadeaba descontrolado, masturbándose con vigor. Su frente se deslizó sobre la piel de mi omóplato entre resoplidos febriles y yo miré la pared blanca anonadada por todo aquello. Segundos después, levantó la toalla del piso y me limpió con celeridad.  

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top