Treinta y cinco, segunda parte

La noche avanzó y Juan dejó caer, como quien no deseaba averiguar nada, una pregunta bastante inconveniente con un tono insinuante.

—¿Ya está todo bien con el tipo de los rollos emocionales?

Brenda me miró como si me dijese: estúpida, ¿qué sabe él que no sé yo?

—Juan habla de Leo.

—Ah, Leo, pero tú con él no puedes tener nada —soltó mi amiga para restarle importancia al asunto delante de los chicos y me tuve que morder la lengua para no insultarla.

—Espera, ¿entonces no estás saliendo con el tipo? —preguntó Juan y movió el caramelo de menta que tenía en la boca.

—No, no —respondió Brenda por mí, mientras se preparaba para hacer su tiro—. Leo ni siquiera vive en esta ciudad, está bien lejos —Miró a Juan, luego a mí y al parecer no captó que no me había gustado que dijera eso, porque siguió hablando como si nada. La iba a asesinar—. En serio sal con alguien local, las relaciones ya son lo suficientemente complicadas como para agregarles distancia.

—¿Qué quieres que te diga? Leo tiene encanto como ninguno —solté entre dientes.

Me funcionaba que pensaran que el hombre que me tenía mal era el antiguo Leo. Así podía disimular que sospecharan de lo mío con el profesor Roca.

—O sea, ¿me frienzoniaste por un tipo con el que ni siquiera tienes algo? —preguntó Juan en un susurro a mi oído—. Eso sí que duele.

Aproveché de tirar tras el fallo de Miguel para no responderle y me alegré demasiado cuando Nat me avisó de que había llegado. Con ellas todo se aligeró.

Nos tomamos un montón de fotos frente a la mesa de billar, bebimos cerveza y ordenamos pizza a domicilio. Todo iba bien, divertido, relajado, hasta que a Miguel le dio por apostar.

—Si hago este tiro me das un beso —le dijo a Brenda.

Mi amiga se sonrojó, pero aceptó. ¿El problema? Propuso que Juan hiciera lo mismo conmigo, cuestión a la que él accedió muy gustoso.

Negué con la cabeza y Nat me miró de reojo.

—No seas aguafiestas —soltó mi amiga y besó a Miguel.

Me molestó que Brenda se tomara atribuciones de esa manera. Supuse que lo había hecho porque en su mente, yo estaría encantada de besarme con semejante ejemplar masculino y tal vez habría sido así, si no estuviese en una relación, no obstante, eso no le daba ningún derecho.

Juan se llevó otro caramelo de menta a la boca y se inclinó a hacer el tiro, mientras Brenda se acercaba a hablarme al oído.

—¿Estás loca o qué? ¿No te quieres besar con uno de los chicos más guapos de la universidad?

Mi hipótesis había sido correcta. Resultaba obvio que mi amiga quería que besara a Juan para que se restara importancia al beso que le había dado a Miguel. Un beso técnicamente pequeño, pero que no fue corto. Si yo besaba a Juan, la situación se convertía en un retozo inocente. Se reduciría a que todos estábamos jugando.

El momento se suscitó demasiado rápido, no me dio tiempo de explicarle nada a mi amiga. Juan por supuesto no falló y cuando caminó hacia mí no pude hacer más que sonreír nerviosa. Bajé el rostro y negué con la cabeza. La situación se tornó inepta e incómoda en un segundo.

—Ella es muy tímida —dijo Clau y colocó su palo de billar entre nosotros—. Yo te voy a dar tu premio.

Acto seguido, lo tomó por las mejillas y le pegó un bezaso. Tanto Nat como yo ladeamos la cabeza para seguir la estela del momento. Aquello no fue un beso, fue como un despojo espiritual. Las manos de Juan se apostaron en la cintura de mi amiga que enredó los dedos en su cabello, para obligarlo a inclinarse hacia ella. Cuando al fin lo soltó, la muy descarada movió la lengua para hacer sonar en su boca el caramelo de menta que él recién se había llevado a la boca.

—Anda, Brenda, en comparación me quedaste debiendo —dijo Miguel y todos reímos al unísono.

Brenda se acercó a mí y yo me llené la boca de pizza, para comer por ansiedad. Cuando levanté la vista, Clau me guiñó un ojo con disimulo y luego siguió coqueteándole a Juan.

—Que descarada es Clau, te robó el momento —susurró Brenda a mi oído.

—No me robó una mierda. Te agradezco que si te quieres estar besuqueando con otro tipo que no es tu novio, no me metas en el asunto para no sentirte mal —le respondí en voz baja con mala cara—. Tampoco seas una maldita chismosa. No tenías derecho a contarle mi vida personal a Juan, porque yo no le cuento la tuya a nadie. No seas babosa.

—Whow, perdón... —Apiñó los labios—. Sorry, en serio, no me pareció para tanto, pensé que Juan te gustaba. —Negué con la cabeza pues tenía la boca llena de pizza—. ¿Por qué no? ¡Es guapísimo!

—¿Y?

—¿En serio, Máxima? ¿Todo esto por el idiota de Leo que no te da ni la hora, tiene novia y vive lejísimo?

—No tiene novia y de hecho, nos conocemos.

—¿Qué? ¿Y tú por qué no me habías contado? —Brenda me miró horrorizada—. ¡Te pregunté hoy y no me dijiste nada!

Le expliqué que era algo reciente e intenté no hablar mucho del asunto y le di detalles vagos, para no tener que mentir, solo omitir, pues, técnicamente, yo estaba saliendo con Leonardo Vera. Luego redirigí la atención hacia el tema de Miguel e hice que mi amiga se distrajera con lo obvio, ella tenía novio, pero le gustaba un montón otro.

Diego me escribió cuando eran casi las nueve de la noche para preguntarme si nos veríamos, porque de lo contrario, se daría una ducha y se acostaría a dormir. Me excusé, salí al jardín y me senté en el borde de la fuente de peces. La verdad era que mis amigas parecían muy animadas, habían comenzado a hacer karaoke, al cual se había sumado un primo y la hermanita de Juan. No podía simplemente irme, por lo que decidí llamar a Diego cuyo tono de voz no era el mejor.

—Maldita sea, ¿Por qué me haces esto? ¿Te gusta ponerme celoso? ¿Es eso? Porque si es algo que estás haciendo a propósito, lo estás logrando —dijo brusco.

—No —respondí tajante—. No es eso, ya te expliqué la situación, pero indiferentemente, son mis amigos, compañeros de clases. ¿Qué quieres, que dejé de estar con ellos por Juan?

—Mierda, ¿pero te tenías que ir a meter en su casa? ¿No podían ir a otro sitio?

—Diego, es normal quedar en casa de los amigos. ¿Qué quieres que haga?

—Yo no te voy a estar prohibiendo nada, pero no me pidas que no me moleste por la situación, estás en su casa, carajo.

—Solo somos amigos, no tienes motivo para preocuparte. En serio.

—Máxima, no estoy preocupado —dijo adusto—. Sin embargo, no puedo evitar estar celoso, porque sé perfectamente que él se quiere acostar contigo.

Siseé molesta.

—Diego... No hables así... No me trates como si...

—Máxima, por favor, eres demasiado inteligente como para creerte el cuento de que él no te quiere llevar a la cama. Tú eres su amiga, él en cambio, solo está esperando que le des una oportunidad para abrirte las piernas —soltó despectivo.

Abrí la boca anonadada por su trato.

—A mí no me estés hablando en ese tono, el machismo te queda fatal.

—Ay, no me vengas con estupideces, Máxima, las cosas como son.

—¿Cómo son qué? Yo no sería capaz de serte infiel, ya te lo dije, coño. Yo con Juan nada que ver, así que tendrá que conformarse.

—Aja —soltó molesto—. Me voy a duchar. Conste que habíamos planeado vernos. No te veo desde el lunes en la mañana que te deje dormida en tu cama.

—Lo sé, lo sé, pero honestamente si te vas a estar comportando así...

Suspiró.

—Discúlpame... Aunque, te recordaré esta conversación más adelante —dijo venenoso, con ese tonito de voz de mierda.

Confundida, le pedí que me dijera a qué se refería. Él me contestó que esa era una situación que se iba a repetir muchas veces e hizo el inciso en que era una autopista de doble sentido, pues yo también tendría que lidiar con mujeres que gustasen de él en un futuro. Si bien su aclaratoria me resultó obvia, me tomó por sorpresa. Ambos éramos algo posesivos, negarlo era absurdo, sobre todo, cuando pensaba en Karina y en lo mucho que se me habían retorcido las tripas las veces que la vi acercársele, pero no esperaba que me dijese eso.

Los dos estábamos irritados, él especialmente, por lo que convenimos vernos luego y nos despedimos.

Odié sentirme así. ¿Por qué no podíamos controlarnos? ¿Por qué teníamos que ponernos celosos de esa manera tan visceral? Yo no me consideraba una persona insegura, pero entendía el motivo del disgusto de Diego. No obstante, tampoco podíamos dejar de interactuar con personas, solo porque le provocase celos. Sobre todo, porque no estaba dispuesta a perder mi independencia.

Miré los peces carpa mientras caía en cuenta de que tenía que aprender a lidiar con esas situaciones. La verdad era que esa noche había recordado lo bien que podía pasármela con mis amigos, solo que la preferencia por encontrarme calentita en el sofá con Diego, viendo algo en la televisión, bajo nuestra manta, subsistía. Los celos eran un tema delicado, no podría estar con un tipo que me pusiera límites, eso lo tenía super claro, la pregunta era si lograría hacer lo mismo con él en un futuro.

—¿Estás bien? —escuché a mis espaldas.

Juan le dio un trago a su cerveza y luego caminó hacia mí.

—Sí.

Tomó asiento a mi lado y se lamió los labios a la vez que se llevaba la mano a su cabello liso y reluciente, para peinárselo en lo que pareció un gesto de ansiedad. Juan tenía unos ojos rasgados muy oscuros por completo expresivos que al mirarme, me dieron la sensación de que quería decirme algo y no sabía cómo empezar.

—¿Qué sucede? —pregunté inquieta y después me arrepentí de hacerlo. Tal vez habría sido mejor no interrogarle.

Él le dio un trago a su cerveza.

—¿Qué te parece lo del profesor Roca? Dicen que lo echaron por salir con una alumna.

El corazón comenzó a latirme desaforado, ¿había notado algo el viernes? ¿Me estaba probando para ver si confesaba? Me sentí acorralada y con cierto titubeo le dije lo primero que se me ocurrió, para desviar su atención.

—Verónica me contó que tal vez es gay y que sospecha que tiene algo contigo.

—¿Qué? —Me miró incrédulo e indignado—. No me jodas, ¿estás bromeando? —Negué con la cabeza—. Será que fue ella la que se tiró al profesor y ahora me quiere acusar a mí para que nadie se dé cuenta.

Simulé reír y fingí demencia.

—A la gente le gusta inventar mucho.

—Sí...

Quise ponerme de pie para evitar la conversación, pero él me tomó del brazo y me lo impidió. Me puse muy nerviosa, pues él también lucía muy nervioso. El pulso se me aceleró y comencé a asustarme.

«Que no me pregunte si salgo con Diego, que no me pregunte si salgo con Diego, que no me pregunte si salgo con Diego,que no me pregunte si salgo con Diego, que no me pregunte si salgo con Diego, que no me pregunte si salgo con Diego, que no me pregunte si salgo con Diego».

—Lo del beso... —dijo con cierto temblor en la voz y yo sentí alivio de inmediato, aunque segundo después, me incómodo. Pero supuse que era una mejor alternativa a que supiese la verdad de mi relación—. Espero que no creas que te habría besado si tú no querías, nunca haría algo así. —Asentí sin más, no sabía qué decir al respecto—. Siento si te fastidié, lo hice para seguirle el juego a Brenda y a Miguel.

»Es decir, no es que no quiera besarte, es que no lo haría si tú no quieres...

»Ok, esto no está saliendo bien.

Bajó la cabeza y soltó una risa nerviosa.

—Ya entendí, tranquilo, no te preocupes, igual sé que tienes novia por lo que comprendo que te incomode la situación.

—No, no tengo. Eso no terminó bien. —Hizo una mueca—. Lo que quiero que sepas es que no iba a hacerte nada que no quisieras, en serio.

—Yo sé, Juan. Tranquilo. Entiendo.

Se mordió el labio y movió la pierna con impaciencia. Me puse de pie para entrar a la casa y él se me quedó mirando como si deseara continuar con nuestra conversación. Sabía que no debía preguntarle nada, lo mejor era fingir que no me había percatado de eso, no obstante, algo en su expresión me hizo hacerlo.

—¿Qué pasa?

—Me habría gustado besarte, me habría gustado mucho —admitió y se puso de pie muy cerca de mí.

—Yo sé. —Di un paso hacia atrás—. Pero no estoy disponible de esa manera. —Él asintió y bajó la cabeza de nuevo—. Te mereces una chica que piense solo en ti, Juan, en nadie más. —Él volvió a asentir—. Si te soy sincera, no sé qué es lo que te gusta de mí, pero créeme que...

Su risa incrédula me interrumpió.

—Estás de joda, ¿no? —Me miró a los ojos—. Máxima, me gustas por muchas razones. —Se peinó el cabello con los dedos—. En serio me gustas.

—Juan yo no puedo...

—No voy a ser pesado, de verdad que no. Es solo que una amiga me aconsejó que te dijera cómo me siento, por si en un futuro cambias de opinión.

Asentí. Joder, no me esperaba todo aquello. Había supuesto que le resultaba atractiva, pero escuchar como lo confesaba tan afectado, con ese tono de voz particular, me hizo entender que él pensaba más en mí de lo que había asumido. Diego tenía razón.

Recordé a Nat diciendo que aquello era típico, si estabas soltera nadie te daba la hora, pero bastaba que estuvieras en una relación para que todos los tipos se antojaran de tener algo contigo. ¿Lo gracioso? No habría dudado en besar a Juan hacía meses atrás, esa era la realidad, Diego había marcado un antes y un después en mi forma de ver la vida. Juan era guapísimo, pero mi conexión mental con Leo era otro nivel, sin contar que, físicamente, me hacía temblar.

—Lo que intentaba decirte es que, cualquier chica sería muy afortunada de estar con un tipo como tú. ¡Mírate! Eres guapísimo, agradable e inteligente.

—Sí, pero no te gusto a ti. —Suspiré, aquella situación se estaba tornando aún más inepta e incómoda—. Vamos adentro, olvídalo.

—No, espera, lo que te dije la otra vez fue en serio, si yo no estuviese interesada en él, no habría dudado en salir contigo. La cuestión es que Juan, así como yo he encontrado alguien con el que siento que encajo muy bien, lo mismo te va a ocurrir a ti con una chica en un futuro. Verás que sí y me darás la razón.

Mi amigo asintió y juntó los labios en una línea fina.

—Mejor entremos. —Se pasó la mano por el rostro en un gesto de pesadez—. No ha pasado nada.

Me sonrió y colocó su brazo sobre mi hombro. Yo le rodeé la cintura y caminamos hacia la casa. Nunca me había costado tanto rechazar a un chico.

Hacia las diez y media le dije a Natalia que quería irme, no podía dejar de darle vueltas a lo que había dicho Diego: «Maldita sea, ¿Por qué me haces esto? ¿Te gusta ponerme celoso? ¿Es eso? Porque si es algo que estás haciendo a propósito, lo estás logrando» Me pareció tan horrible que hubiese pensado de esa forma de mí y sabía que a menos que habláramos, no podría dormir en paz. Tener que esperar todo el día siguiente para verlo, tampoco me dejaría concentrarme en nada.

Al llegar, vi que el apartamento se encontraba en penumbras, solo con la luz del pasillo encendida y la puerta del balcón abierta. Diego observaba un punto incierto en el agua del lago que se mecía bajo el brillo de la luna, mientras bebía de un vaso corto lleno de un líquido ambarino. Solo llevaba puestos unos pantalones de pijama.

Carraspeé y él giró el rostro en mi dirección. Nos miramos sin decir nada, él dejó el vaso en una silla cercana y caminó hacia mí con la mirada turbia.

Me tomó en peso y enroscó mis piernas en torno a sus caderas. Luego me asió por la mejilla y me besó con demasiada brusquedad. Saboreé el whisky en su lengua. Lo sentí distinto. Comprendí que seguía muy molesto.

Cuando Diego estaba celoso sus besos se tornaban lujuriosos, avasallantes y jodidamente excitantes. Demasiado excitantes. Me mordió el labio inferior con una ferocidad que me provocó un escozor delicioso y aunque ansiaba más, eché el rostro a un lado, para hablar. No obstante, su boca se deslizó por mi barbilla hacia mi cuello, mientras el sonido de mi respiración ruidosa se disolvía en el ambiente.

—No seamos tóxicos... —dije con la voz demasiado entrecortada.

Él gruñó desaforado y tiró del cuello de mi camiseta en busca de espacio, para lamerme las clavículas que se dejaban entrever un poco, mientras su otra mano me apretaba un glúteo con demasiada fuerza. Su pelvis encajó entre mis muslos para hacerme saber lo duro que estaba. Me embistió unas cuantas veces a la vez que jadeaba por lo salvaje de su embate.

Y aunque me costase aceptarlo, y de hecho no quisiera hacerlo, la realidad era que sería una gran falacia no admitir hasta qué punto me fascinaba verlo así, bronco, celoso. Había algo primitivo que se enraizaba a la excitación burbujeante de sentir como perdía el raciocinio por mí. Aun así, estaba decidida a no caer en ese tipo de conductas problemáticas.

—Necesito que entiendas que jamás haría algo para hacerte daño a propósito. No busco ponerte celoso. —Él alzó el rostro y yo lo tomé por las mejillas, quería que me mirara muy bien—. Solo tengo ojos para ti. Te lo juro —dije con la voz muy entrecortada por lo agitada que estaba.

Diego suspiró derrotado y enterró la cara en mi cuello, mientras me abrazaba con fuerza.

—Discúlpame —susurró a mi oído.

Le acaricié el cabello en una tónica más dulce, menos severa. Me puso en el suelo sin dejar de sostenerme entre sus brazos. Me buscó de nuevo la boca de forma un poco más pausada, aunque aún notaba la desesperación vibrando en sus labios. Apoyó las palmas de las manos en la pared junto a mi cabeza y me cercó con su cuerpo.

—¿Estamos bien? —le pregunté.

Él asintió y se separó de mí. Caminó hasta la silla y se bebió de un trago el resto del contenido del vaso.

—Fui un imbécil. —Asentí e hice una mueca con cierta sonrisita. Él suspiró y presionó las palmas de sus manos contra las cuencas de sus ojos a la vez que soltaba un gruñido—. De verdad, perdóname, es que, anhelaba tanto verte hoy, tengo todo el puto día pensando en la llamada de esta mañana y luego... —Negó con la cabeza.

—¿La llamada de esta mañana? —Fingí no recordar a qué se refería con una expresión de confusión en el rostro.

—No te hagas la desentendida, sabes que me calentaste y que te voy a hacer pagar las consecuencias.

—Oh... ¿De qué va eso?

Di un paso atrás, pero él se acercó y me asió contra sí.

—Muchas mordidas —dijo apretándome un glúteo.

Pensé con picardía que podía acostumbrarme a eso, provocarle con llamadas y esperar paciente las consecuencias.

—Mmm, en definitiva, no recuerdo nada, tal vez las mordidas me ayuden a hacerlo —dije sugerente y él se rio malicioso.

Aproveché ese momento para librarme de su agarre y salí corriendo. Le noté a un par de pasos detrás de mí, así que seguí hasta la cocina y rodeé la isla. Quedamos uno frente al otro sin que pudiera atraparme. Si él iba hacia la izquierda, yo me movía a la derecha. Intentó tomarme al estirar el brazo encima de la mesada, pero yo di un paso atrás y me fui a la habitación.

No tardó en alcanzarme y obligarme a meterme a la cama. Respiré agitada bajo su peso. Sus manos se fueron a la pretina de mis pantalones.

—No seas cobarde, tienes que aceptar las consecuencias con valentía —dijo y se irguió para sacarme los pantalones. No pude evitar reír por lo que había dicho.

Él me levantó la camiseta y me sonrió precioso junto antes de bajarme la copa del brasier, para llevarse mi pecho a la boca con absoluta impaciencia. Yo gemí en respuesta y él me mordió despacio. 

Opiniones sobre la actitud De Diego

Y sobre cómo Máxima lleva la situación

#ComentenCoño 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top