Treinta, parte dos
Aquel hombre iba impecablemente vestido, daba la impresión de que su guardarropa estaba muy bien pensado. Camisa blanca, suéter azul oscuro, pantalón casual color beige, zapatos marrón tabaco. Un buen reloj y un aroma embriagante con una sonrisa encantadora, que hacía juego con una tez un poco bronceada.
—No, disculpe usted, tampoco le vi —dije en un hilo de voz, nerviosa.
¿Mi novio se iba a ver así en treinta años? Joder y pensar que a mí no me gustaban los tipos muy mayores.
—Tú debes ser, Máxima —Asentí. Él me ofreció su mano y vi de reojo a mi novio caminar hacia nosotros—. Yo soy Diego Roca.
—Mucho gusto, Máxima Mercier —contesté estrechándole la mano con firmeza.
—Pelirroja... —comentó con un tono que me recordó a su hijo.
—Ya veo que conociste a Máxima —dijo Diego detrás de él.
—Sí, no me habías dicho que era tan bella, Leonardo.
Noté como mis mejillas ardían de nuevo. Me sentí muy intimidada por la presencia de ese hombre que tenía la voz como James Earl Jones, el fucking Darth Vader.
—Sí, es muy bella —respondió mi novio y me tomó por la cintura de manera posesiva—. Déjame te presento a Enrique el... Amigo de mi papá.
—Ay, mucho gusto —dijo el moreno y me estrechó la mano, se notaba muy simpático. Tuve la distintiva impresión de que era gay—. Ahora que estamos todos, podemos desayunar. —Se acercó a la barra en donde había varias bolsas de comida para llevar—. ¿Tú tomas café? —Asentí con una sonrisa—. Entonces menos mal que compré de sobra, que Leo es extraño como su papá y rara vez toman café, pero no se sabe cuándo les va a dar el antojo.
—Es que lo dejo solo para cuando tengo mucho sueño —comentó Diego y escuché la tetera sonar en la cocina.
No supe muy bien qué hacer o qué decir, aquel hombre se veía demasiado familiarizado con ellos dos, ¿acaso el padre de Diego era gay y Enrique era su pareja? Así parecía y todo apuntaba a que me encontraba en una cita doble para desayunar.
Me moví para ayudarlo a sacar la comida de los empaques provenientes de un afamado restaurante, aún estaba caliente y el aroma del tocino crujiente me revivió el hambre que se había aplacado por los nervios. Ayudé a Enrique a servir la comida, a la vez que él comentaba sobre el viaje que habían hecho a la playa durante el fin de semana largo.
Diego preparó el té y yo lo ayudé a poner la mesa. Su papá en cambio, se quedó al margen, mientras observaba todo, no pude evitar sentirme un poco escrutada, no obstante, lo dejé estudiarme y disimulé que eso me ponía nerviosa al servir un cuenco de ensalada de fruta.
—Máxima, ¿cuántos años tienes?
—Veintiuno, señor Roca.
—¡Veintiún años! —exclamó y miró a su hijo con una expresión de sorpresa—. No me digas señor, simplemente Diego.
—Se llevan siete años, es bastante —comentó Enrique.
¿Él no se llevaba más de diez con el señor Roca?
—¿Le parece que está mal? —me dirigí al padre de mi novio, para confrontar la situación, sin saber si eso era lo más adecuado.
—No, su madre y yo nos llevábamos casi seis. En realidad, te lo pregunté porque me costaba precisar tu edad, supuse que me dirías veintitrés. Te ves... adulta.
—Uy, no, no, nunca le digas a una mujer que aparenta más edad de la que tiene, Diego. No seas bruto —le regañó Enrique, cuestión que me hizo reír espontánea.
—Ya, papá, déjala tranquila —dijo Diego en un tono cortante.
—Está bien, no me molesta. Me considero adulta.
—Ves, no le molesta —respondió el señor Roca a la vez que tomaba asiento, para presidir la mesa. Enrique se sentó a su derecha, mientras que Diego y yo, ocupamos los puestos del lado izquierdo—, ¿Y a qué te dedicas? Debo suponer que estudias.
—Sí, estudio ingeniería industrial.
La expresión del padre de Diego fue de total agrado.
—Ingeniera industrial, igual que Leonardo, eso me parece estupendo.
—Que bien, tal vez ella no se duerma cuando ustedes dos se pongan a hablar de trabajo, que es lo único que hacen —soltó Enrique.
Noté como Diego se tensaba a mi lado y le dirigía una mirada de molestia. Enrique bajó la vista hasta su plato para tomar un bocado de comida.
El mensaje fue claro y fuerte, a todas luces una completa indiscreción, pero ahí estaba la información, a fin de cuentas. Mis neuronas se pusieron a trabajar. Conecté ideas. Recordé a Diego decirme que si iba con él a la fábrica me iba a aburrir un montón y yo le había respondido que, si eso ocurría, debía replantearme mi profesión. Quería que se diera cuenta de que estaba encantada de acompañarlo y a él se le había iluminado el rostro tras oírme. Todo indicaba que a su ex, le fastidiaba oírlo hablar de trabajo.
—¿Y por qué ingeniería? ¿Tus padres son ingenieros? —preguntó el padre de Diego con amabilidad.
Sonreí, dejé el tenedor a un lado y llevé la mano a la espalda de mi novio, para acariciarlo con dulzura, mientras me hacía la desentendida, como si no me hubiese percatado de lo ocurrido.
—No, mis padres no son ingenieros, mi hermano mayor sí. Mi papá es farmacéutico y mi madre es profesora de secundaria. Siempre me gustó la idea de la ingeniería, se me dan bien los números, las ciencias. Las humanidades, en cambio, no las encuentro tan interesantes.
—¿No te gustaba leer? —dijo Enrique amable, se notaba que intentaba hacer conversación.
Aquella era una pregunta típica que respondía al estereotipo de que las personas que no se inclinaban hacia las carreras de humanidades odiaban leer o eran pésimas analizando textos.
—Me encanta leer, claro, yo soy una lectora muy decente, no como alguien por ahí —bromeé y choqué mi hombro con Diego para animarlo—. Es un monstruo, dobla las páginas, las subraya con resaltador, les escribe con marcador que se transfiere a la siguiente página... Es terrible. Yo prefiero los post it.
Enrique se rio y el padre de Diego alzó la mano para anunciar que me interrumpía.
—Creo que eso lo ha heredado de mí, lo admito.
—Muy mal, señor Diego, muy mal.
Realmente me daba igual lo que hiciera mi novio con sus libros, solo quería aligerar el ambiente.
—No me digas señor, por favor.
—Lo siento, no creo que pueda adaptarme a llamarle de otra forma —expresé sincera.
Diego se giró a mirarme, sonrió y me apretó la rodilla bajo la mesa. Yo entrelacé mis dedos con los suyos por un instante, para relajarlo, porque comenzaba a notarse lo incómodo que estaba. Él siempre tan reservado, de seguro se sentiría muy expuesto.
—Bueno, tal vez con el tiempo pueda hacerte cambiar de parecer —dijo el señor Diego con simpatía.
—Lo que sí me cuesta mucho es el tema de los nombres, su hijo se llama igual que usted.
—¿Le dices Diego? —preguntó Enrique y yo asentí—. Debe ser por la costumbre, para mí y para todos él es Leonardo.
—Para mí no —respondí con tranquilidad y le acaricié el brazo a mi novio—. Aunque a veces le digo Leo.
La conversación se encaminó un poco más hacia mí. Me hicieron todas las preguntas básicas y yo les fui contando de mi familia a la vez que evitaba hacer demasiadas preguntas de regreso, pues el papá de Diego y Enrique me interrogaron de lo más amable, sin hablar sobre sí mismos. Enrique había soltado que tenía una floristería y eso había sido todo.
Yo sonreía a la vez que intentaba ser amable y tomaba pequeños bocados para poder seguir con la conversación. El padre de Diego me preguntó acerca de qué quería hacer cuando me graduara, si tenía pensado realizar algún máster o en cuál rama de industrias deseaba desarrollarme como profesional. Así que hablamos un rato sobre eso. Cuestión bastante agradable porque mis padres no entendían mucho del asunto y el resto de mis amigos, fuera de la universidad, tampoco, en cambio, aquel hombre sabía de todo, e incluso me dio varios consejos al respecto.
Se notaba que estaba haciendo un esfuerzo por conocerme y por agradarme, cuestión que no esperaba. Diego comentó que yo tenía pensado realizar unas prácticas en las empresas y su padre respondió que, en ese caso, debía hacerlas en una de las que llevaba en su mayoría él, para así evitar conflictos de intereses. Todos reímos por el chiste y Diego me apretó la mano de forma cariñosa, gesto que no pareció pasar desapercibido por los otros miembros de la mesa.
El señor Roca comenzó a hablar de negocios y yo me limité a escuchar, pero de vez en cuando me miraba para darme a entender que podía intervenir si era mi gusto. Tras un rato de charla había comprendido que él manejaba todas las industrias relacionadas a alimentos menos perecederos, como las plantas procesadoras de trigo y maíz. Mientras que Diego se encargaba de las ramas más delicadas, supuse que por restarle estrés a su padre.
—¿Solucionaste lo de la leche condensada?
—No —dijo Diego.
—¿Le has pedido propuestas a Isaac?
—Sí, pero las que me da no son óptimas, a veces siento que necesito otro gerente.
—¿Qué sucede con la leche condensada? —pregunté curiosa.
—Era lo que te estaba contando hace rato, tal parece que uno de nuestros competidores comenzó a vender leche condensada a un precio bajísimo. Por lo que en los últimos meses las distribuidoras no han pedido tanto de nuestro producto y ahora no tenemos en donde almacenar el excedente.
»Tuve que reorganizar la producción, redirigir toda la leche que ya se tenía estimada para usar en esta preparación, para ser usada en otros productos, pero el tema es que no quisiera que esto sucediera. Por ahora, he aumentado la fabricación de dulce de leche, mientras intento solventar.
—¿Es mucha la diferencia de precio entre ustedes y la competencia? —preguntó Enrique.
—Sí, un doce por ciento del precio al público, pero con relación al costo debe ser mínimo un veinte por ciento.
—¿Y cómo abarataron costos de esa manera? —pregunté curiosa.
El papá de Diego hizo una mueca y miró hacia arriba como diciendo «sí yo te contara»
—Isaac llamó a uno de sus contactos y averiguó que compraron varias toneladas de leche en polvo extranjera que estaba salada y no era apta para el consumo.
—Se les debió pasar de Carbonato de sodio... —apuntó el señor Roca.
—Si, obvio, no podríamos llamarle a eso leche.
—¿Por qué no? —pregunté curiosa.
—Porque no lo es, no realmente, es un producto lácteo —Diego hizo un par de comillas con los dedos al decir eso último.
—¿Un producto lácteo? —No entendía a qué se refería.
—Sí, cuando no cumples con la debida proporción de proteínas, carbohidratos, sodio, etcétera, no le puedes llamar leche, porque está mezclada con otras sustancias como: ácido ascórbico, carbonato de sodio, sin contar lo que se le añade para enriquecer como sulfato ferroso, sulfato de zinc o endulzantes como sirope de maíz, entonces, para evitar problemas legales se le llama producto lácteo —explicó el señor Roca.
Hice una mueca de asombro al recordar lo que me había dicho Diego hacía rato «¿Cuántos ingredientes debería tener la leche en polvo?». Claro, así era muy fácil disminuir los costos de un producto si este se combinaba con otras sustancias. No tenía ni idea.
—Tal parece que están mezclando la supuesta leche salada con su propia leche, para abaratar los costos y ganar en venta por volumen. La cantidad de azúcar en la leche condensada no permite que sea percibido todo el sodio que tiene y no es como que la gente esté muy pendiente de los niveles de este en un producto de ese tipo.
—Bueno, intentaré pensar en algo que no nos haga perder margen de ganancia —dijo el señor Roca—. Si no fabrica más queso.
—Sí, ya se me ocurrirá algo también, al menos el dulce de leche está muy bien posicionado, la gente lo prefiere aunque es un poco más costoso.
—Es que es muy bueno —dijo Enrique y se llevó la taza de café a los labios.
Miré mi plato, piqué un pedazo de panqueca y al llevármelo a la boca saboreé la Nutella que tenía encima. Una idea comenzó a gestarse en mi mente y dejé de prestar atención a la conversación que estaba tomando lugar a mi alrededor. «Chocolate, sí, eso podría ser». Seguí masticando, hasta que Diego me tocó el brazo, lo que me hizo dar un respingo.
—Nos abandonaste, Máxima —dijo el padre de Diego—. Te has quedado callada.
—Es que estaba pensando, ustedes venden leche achocolatada, ¿no?
—Sí —respondió Diego y frunció el ceño, para darme a entender que no sabía a dónde iba con mi pregunta.
—Entonces, tienes en depósito cacao, ¿no? —Diego asintió—. Mmm ya vengo.
Me levanté de la mesa y me fui a la habitación. Recogí mi teléfono de la mesa de noche y comencé a buscar una receta en Google. Regresé unos minutos después al comedor y tomé asiento, lo que logró que los tres hombres dirigieran su atención hasta mí.
—Ok, es solo una idea, si se les hace muy absurda, me lo dicen, no me lo voy a tomar mal. —Todos asintieron—. De acuerdo. Entonces, tienen este excedente de leche condensada, el cual podrían mezclar con cacao en polvo que ya tienen como suministro y con mantequilla que ya fabrican, para crear una cobertura de chocolate que funcionaria para pasteles, frutas, panes, panquecas, entre otras. Es un producto nuevo y en este país no hay nada parecido.
»Es básicamente un brigadeiro —Les mostré la foto que había buscado en internet—. Las coberturas que hay en el mercado son, o cremas de avellanas con chocolate o son las de pasteles que tienen como ingrediente principal la manteca o margarina. Este, en cambio, tendría como ingrediente base la leche condensada, lo podrían colocar en los mismos envases de dulce de leche, pero con una nueva etiqueta, le agregan algo de esencia de vainilla o de chocolate para aromatizar... Y es como una especie de ganache o algo así, solo que la leche condensada es mucho menos perecedera que la crema de leche. Si se le pone un nombre llamativo estaría mejor.
Diego y su papá se miraron. Ambos asintieron y se quedaron en silencio unos segundos como si analizasen la información.
—Suena bien, bastante bien —dijo finalmente el señor Roca.
—Bastante bien —convino Diego y giró a mirarme.
—¿Sí?
—Carajo, me solucionaste algo a lo que le vengo dando vueltas desde hace más de una semana —dijo mi novio que me tomó por la nuca y me dio un beso espontáneo.
Noté como mis mejillas se encendían y Diego carraspeó al percatarse que ambos hombres nos miraban un poco anonadados.
—Bueno. —El señor Diego juntó las manos sobre la mesa—. Hagamos un estudio de factibilidad, hay que averiguar el tiempo de vida de un producto así. Habla con el departamento de investigación y desarrollo para que se pongan con esto y si resulta que es viable, luego con marketing.
—Sí, haré eso hoy mismo —contestó Diego entusiasmado.
—Si funciona, tal vez puedan desarrollar más sabores. —Me llevé el último trozo de comida de mi plato a la boca, mientras recordaba que los brigadeiros que había traído Claudia de su viaje a Brasil eran de diferentes tipos—. De café, de limón, de coco, etcétera.
—¿Una línea de coberturas? —El señor Roca hizo una pausa—. Sí, supongo que podríamos hacer un estudio de factibilidad sobre eso después también... ¡Me agrada tu idea! —Me dedicó una sonrisa que yo no esperaba.
—Gracias. —Le devolví la sonrisa—. Es obvio que un producto así se vendería por un precio mayor al de la leche condensada, por lo que obtendrían un mayor margen de ganancia, sobre todo, si toman en cuenta que los demás ingredientes como la mantequilla también la elaboran.
—Ya le estás hablando de lo que más le gusta —dijo Enrique entre risas.
—Bueno, si no hay margen de ganancia deja de ser negocio —explicó el señor Roca lo obvio—. Gracias por la idea, Máxima.
—Fue un placer.
—¿Ya ves por qué le ofrecí que hiciera las prácticas en la empresa? —le comentó mi novio.
—Sí, sí —respondió el padre de Diego con amabilidad.
Varios minutos después, nos despedimos, pues Enrique tenía que ir a la floristería y el señor Roca debía incorporarse a trabajar. Diego le comentó que iría un poco más tarde.
El señor Roca me dijo que tal vez podríamos repetir la ocasión pronto y yo asentí amable. Diego bajó a planta baja para acompañarlos. Cuando al fin me quedé sola, exhalé con fuerza. Me pareció que había conseguido mantener los nervios a raya bastante bien. Aun así, sentía el pulso un poco tembloroso.
Analicé que el padre de mi novio no era nada como me lo había imaginado. Sí, era de expresión muy severa, pero realmente había sido de lo más amable y agradable. Aunque también, estaba la posibilidad de que solo lo hubiese hecho por caerme bien y si ese era el caso, entonces, debía suponer que le importaba mucho su hijo, como para tomarse la molestia de querer agradarle a su nueva novia.
Me fui a la cocina, me sentía un poco ansiosa aun, así que supuse que lo mejor que podía hacer era ocuparme con algo mientras Diego regresaba. Boté los desperdicios de comida y guardé la fruta sobrante.
Mi teléfono vibró en la encimera con un mensaje de un número desconocido.
«Hola, enfermera. Es Ramiro, tal vez me recuerdes como el guapo golpeado de este fin de semana, muchas gracias por curarme, en serio, muchas gracias».
«No fue nada», —le contesté y comencé a lavar los platos. Dos minutos después, escuché la puerta abrirse.
—Gatita, ¿dónde estás?
—Aquí —respondí desde la cocina. Diego se posicionó detrás de mí y me dio un beso en el cuello. Yo cerré la llave de agua y coloqué las manos enjabonadas en el borde del lavaplatos—. ¿Qué te dijo tu papá? ¿Le caí bien? —pregunté ávida de saber y él se movió a mi costado.
—Mmm, lo dudo. —Hizo una mueca.
—¿Qué? —Lo miré horrorizada—. ¿En serio?
—Pffff, le has encantado. Creo que si no fueras mi novia, ahora mismo estaría ofreciendo adoptarte. Le has caído muy bien y eso de la cobertura. —Abrió los brazos en un gesto que decía que estaba muy impresionado—. Ya te lo echaste en el bolsillo.
—Ay, no exageres.
—Has sido encantadora y ni siquiera hacía falta que lo hicieras, aunque le cayeras mal, a mí me daría igual.
—No digas eso, es tu padre, obvio le quiero caer muy bien.
—En serio, Gatita. Mi padre te adoró.
Yo di un gritito de emoción y moví la cabeza en un bailecito de felicidad. Luego abrí la llave y tomé la esponja llena de jabón, para seguir lavando los platos.
—Deja eso.
Me tomó de las manos, por lo que yo deslicé mis dedos enjabonados entre los suyos. Sentí como su aliento tibio me recorría la piel del cuello, mientras nos sacábamos el jabón de las manos. Sin secárselas siquiera, arrastró una debajo de mi falda, dejando un rastro húmedo a su paso que me hizo gritar por el cambio de temperatura. Estaba muy fría.
—Dime qué deseas que haga para que te corras, es lo único que quiero hacer —susurró seductor a mi oído, mientras escurría la mano entre mis muslos.
Escucharle decir eso me hizo temblar y jadear en reflejo. Inhalé profundo, para conseguir hablar.
—¿Por qué eres tan copión? Es exactamente lo mismo que te dije al despertar hace rato.
—¿Y te gustó escucharlo tanto como a mí? —asentí mordiéndome los labios—. Contéstame entonces, ¿cómo te quieres correr, con mi lengua, con mis dedos o me quieres adentro?
—¿Otra vez?
—Sí —dijo presionando sus dedos sobre mi ropa interior. Suspiré al sentirme húmeda tan rápido.
—No... —gemí—. No... —contesté entretanto él me lamía el cuello.
No supe exactamente a qué le decía que no. «¿No, no sigas? O ¿No, por favor, no pares? Mis pensamientos se volvieron inconexos al sentir el roce reiterado de sus dedos, a la vez que su otra mano me acariciaba un pecho y su lengua recorría mi cuello con mesura entre jadeos. ¿Era Diego consciente de que los ruiditos de placer que hacía cuando estaba ensimismado tocándome eran tan excitantes?
—¿No? —preguntó ávido.
—Me encantan esos gemiditos que sueltas cuando estás feliz y excitado.
—Contéstame —dijo y pasó los dientes por la sensible piel de mi nuca.
Me lamí inquieta los labios.
—Mmm, me gustaría... Un poco de cada uno —admití y Diego me arrastró hacia el sofá.
Comprendí que mi vida había cambiado. Mis ganas por él parecían infatigables y me gustaba, me encantaba sentirme así, como si fuera por completo imposible que nos resistiésemos el uno al otro.
La alfombra 7u7
#ComenteCoño y voten ¬ ¬
¿Qué les parece la actitud del padre de Diego?
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