Trece, segunda parte

—No me hagas sentir como una niñita tonta, por favor.

—No te veo como una niñita tonta. —Volvió a tomarme por las mejillas para que lo mirara—.  La inexperiencia no te hace tonta. Además, a mí me gustas tal cual eres.

Me acerqué y lo besé despacito. 

—Yo quería besarte tanto, pero tanto, que me cuesta un poco asimilar que puedo hacerlo ahora —le dije sin apartarme de su boca—, me cuesta asimilar que eres mi Leo.

—Lo soy. —Colocó sus manos a los lados, sobre el borde del asiento, como si quisiera explicarme de esa manera que no iba a tocarme—. Soy yo.

—No hagas eso, tampoco quiero que dejes de tocarme. —Lo tomé de las muñecas y sitúe sus manos en mi cintura—. Solo tienes que tener paciencia conmigo.

—Y tú conmigo —respondió y me acarició el cabello con dulzura.

Me acerqué más a él y volví a sentirlo duro contra mi entrepierna. Seguía igual.

—¿No se supone que esto debería bajar?

—¿Esto? —Rio—. Esto tiene nombre, se llama erección y no, no se baja así por así.

—No te rías, tonto —Le clavé el dedo índice en el hombro y lo empujé—. Yo sé...

—Que dedito tan violento tienes. Solo te estaba explicando. De hecho, necesito que se me baje para que podamos ir a comer.

Pero a mí, ya se me había pasado el antojo de kibbeh con hummus, en ese momento me provocaba su boca y besarlo mucho. Así que coloqué los codos sobre sus hombros y deslicé los dedos de ambas manos por su cabello castaño, para sostenerlo con firmeza contra el respaldo del asiento.

—Qué dócil eres —murmuré muy cerca de su boca y él se rio bajito, mientras comenzaba a besarlo.

Le mordisqué con insistencia de nuevo el labio inferior, entretanto él me abrazaba. Lo noté durísimo haciendo presión contra mi sexo y no se me antojó apartarme. Me sentía húmeda, caliente y con ganas de comérmelo a besos. Diego abría mucho la boca, se entregaba voluntario a que mi lengua le recorriera sin parar con profundas ondulaciones.

—¿Comes Tic tac de naranja para enviciarme?

—Dime si funciona para seguir haciéndolo.

Reí, sintiendo su mano ascender por mi espalda, mientras que mis pechos se adherían a sus pectorales sin recato.

—Eres un desvergonzado —dije antes de besarlo otra vez.

Mi boca se deslizó por su mandíbula barbada, la sensación rasposa contra los labios era nueva para mí. Le besé el cuello con ahínco y él volvió a estremecerse. Me apretó más contra su cuerpo y comprendí que me gustaba tenerlo así, duro entre las piernas, jadeando con cada ondulación de mi lengua en su boca.

—¿Te gusta cómo te beso? —pregunté solo porque quería escucharlo decir que sí.

—Siéntelo, Máxima, siente como me pones —dijo moviendo la pelvis hacia arriba, para rozarse contra mí  y yo gemí en respuesta.

—Eso no contesta mi pregunta —expresé junto a su oreja, antes de morderle el lóbulo.

—Me fascina.

Enterré mis dedos en su cabello suave y lo despeiné tirando de a poco de este, a la vez que lo besaba.  Me quejé del cuello de su camisa y él, con una tranquilidad tremenda, se desabotonó un par de botones para darme espacio.

Le pasé la lengua sobre la nuez de Adam y noté como tragaba con dificultad, cómo respiraba sin resuello de manera ruidosa. Le lamí todo el cuello con la punta de la lengua hasta que alcancé su barbilla que me dediqué a mordisquear y luego, volví a sus labios. Necesitaba su boca una vez más.

Jadeamos entre besos húmedos, nuestras lenguas parecieron entenderse de forma resuelta. Sus dedos se clavaron con demasiada fuerza sobre mis caderas haciéndome un poco de daño; pero no conseguí quejarme, era más importante succionarle el labio inferior, escuchar su respiración, saborearlo por completo. Sabía tan bien, olía tan delicioso.

—Máxima, no podemos seguir así, tenemos que parar.

—¿Tienes mucha hambre? —pregunté entre besos.

—Lo último en lo que pienso es en la comida.

—¿Entonces?

—Es mejor que paremos.

Me eché hacia atrás confundida.

—¿Hice algo mal?

—No, no, al contrario, es que... —Me acarició la mejilla con dulzura—. Haces todo muy bien. Mejor vamos a comer, por favor.

Asentí y le di otro suculento beso que él aceptó tan dócilmente que, en serio, me costó bajarme de su regazo.

*****

Diego miró el menú y estudió las opciones. Lo estaba probando, había mirado detenidamente la fachada antes de entrar. ¿Acaso era un poquito esnob?  Aquel establecimiento no era para nada elegante. El lugar se veía muy limpio y organizado, pero era obvio que la decoración no era su meta. No obstante, iba todo tipo de personas, pues los precios eran bastante moderados. Recuerdo que una vez incluso, vi a un cantante de una famosa agrupación recogiendo un pedido para llevar, hecho que alborotó a Claudia. Lo excelente del lugar era su comida casera, pues la cocina era dirigida por una señora mayor.

Me dediqué a mirarlo de reojo, mientras fingía leer el menú que me conocía de memoria. Ese día no llevaba traje y aunque vestía de manera casual, con una camisa muy bonita, doblada hasta los codos, retenía cierta formalidad.

Le analicé el rostro. Tenía un par de líneas de expresión en su frente amplia que, seguramente, eran producto de tanto fruncir el ceño, porque era muy estresado en la vida. Las cejas gruesas y los hermosos ojos grises que por ratos se veían azules. El puente de la nariz era recto, pero sus fosas nasales eran un poco raras. Lo más bonito que tenía era la boca de tonalidad rosácea. Tenía el labio inferior más lleno y en ese momento, mucho más, pues se lo había hinchado a mordiscos.

Me gustaba su cabello desde que se lo había cortado. Antes parecía un león con problemas de permanente, mientras que con un corte más definido se veía guapo. Lo tenía castaño, un marroncito muy lindo con ciertos matices rubios naturales.

—¿Eras rubio de bebé?

Alzó la vista del menú y sonrió.

—Sí, luego se me oscureció —contestó a la vez que se pasaba la mano, al descuido, por el cabello semi ondulado y luego bajó la vista de nuevo hacia la carta.

Tenía problemas de volumen, por eso siempre se lo peinaba con los dedos para acomodarlo. De seguro no se percataba de que se veía muy sexy cuando hacía eso y sabía que no era la única que lo había notado. Más de una vez vi como Mary miraba a Verónica de reojo en el salón de clases, cuando él hacía ese movimiento, como si quisiera instarla a que no perdiera detalle.

Así que ahí estaba, mirándolo como no me había dado permiso para hacerlo antes. Solían gustarme más los chicos de carita bonita de rasgos más alternativos. Nat y yo siempre tuvimos esa diferencia, a ella le iban los tipos muy masculinos y maduros, mientras que a mí me resultaban más llamativos los muchachos lindos. Diego era guapo, pero era todo lo opuesto a lo que solía gustarme. Me iban los chicos de mi edad, él en cambio, era muy hombre.

—Mejor ordena tú por los dos, no sé muy bien qué es cada platillo —dijo sacándome de mi ensimismamiento—. ¿Pasa algo?

—¿A ti siempre te han gustado las mujeres menores que tú?

—No, nunca había estado con ninguna chica con la que me llevara tanta diferencia. Aunque he salido con mujeres que han tenido unos pocos años más que yo. ¿Por qué la pregunta?

—Mmm, no sé, hay tipos que le van las Lolitas y son medio pedófilos.

Me miró incrédulo.

—Tú no eres una Lolita, no te ves como una niña. Qué horror, ¿siempre vas a pensar lo peor de mí?

—Es probable —dije honesta, apoyando la barbilla sobre mi mano.

—Pues no, no soy un pedófilo. Tú eres una mujer, si te vieras como una niña ni siquiera te podría encontrar atractiva —respondió ofendido.

—¿Y con qué tipo de mujeres sueles salir?

Me miró y noté que no era una pregunta que le gustase.

—Inteligentes, maduras y bonitas. Así como tú.

—Ahora soy madura, antes era una niñita y tú un adulto. —Diego negó con la cabeza—. Pero claro, como ahora me quieres meter mano.

—Basta. —Me miró de mala gana, se estaba molestando—. Aquello te lo decía porque mi amigo es mayor que yo y era una manera de que no te interesaras por mí... Y, a veces solo era por fastidiar y lo sabes. 

—¿Lo sé?

Se llevó los dedos al puente de la nariz en un gesto de exasperación, justo cuando llegaba al mesonero a recoger los menús. El restaurante tenía bandejas surtidas, siempre ordenaba eso para poder probar un poquito de distintos platillos. Así que pedí una grande para que compartiéramos.

—¿Máxima, puedes dejar de buscarme pelea?

—No.

Le pasé la mano por el cabello, para arreglárselo y él la retiró de ahí, para depositarme un beso en la palma.

—Por favor —rogó.

—Eres demasiado estresado, podemos discutir sobre lo que pensamos. El que no lo hagamos, no va a lograr que a mí se me olvide lo ocurrido.

—Lo que sucede es que vemos todo desde perspectivas distintas. A ti no te importa sacarme de mis casillas, diría incluso que te gusta. Y ojo, lo voy a dejar así, porque podría decir algo más, el tema es que...

—¿Algo más? —le interrumpí.

—... a ti te encanta discutir conmigo y eso está bien cuando...

—¿Algo más cómo? —insistí de nuevo—, dime.

—No, no te voy a decir —Entornó los ojos—. Ok. como decía...

—Dime —exigí.

—¡Te excita discutir conmigo! —soltó y yo lo miré incrédula—. Te excitaba discutir conmigo por teléfono y te excitó discutir en la escalera ese día que ambos estábamos llegando tarde a clases.

Abrí la boca.

—¡Claro que no!

—Sí, sí te excita un montón —Se acercó a mí—, te estás sonrojando, Máxima.

—Ay, te odio —Me tapé el rostro con las manos y el muy cretino se aprovechó de la brecha que se formaba entre ambas alrededor de mi boca para darme un beso—. ¡Deja! —exigí y él se rio.

Se veía muy lindo cuando se reía.

—Si quieres discutir conmigo por deporte que sea por cualquier tema, menos por lo nuestro —expresó serio y yo agradecí que el mesero nos interrumpiera para entregarnos las bebidas.

*****

Diego condujo hasta mi apartamento, se estacionó enfrente y se giró a mirarme. El día anterior nos habíamos besuqueado un poquito y a decir verdad, en ese momento, se me antojó hacer exactamente lo mismo, aunque con más entusiasmo.

Me saqué el cinturón y gateé hasta él que, de muy buena gana, me recibió.  Me rodeó con sus brazos y yo volví a besarlo sin sosiego. Me encantaba sostenerlo por el cuello, inmovilizarlo y succionarle con insistencia los labios, para luego permitirle que me besara a su antojo.

Cuando sentí su aliento cálido cerca de mi escote, gemí desvergonzada estremeciéndome. Diego me lamió las clavículas con una lentitud deliciosa que me destruyó por completo.

Me aniquiló con el roce de su barba de un par de días por todo mi cuello, para luego llenarme de besos, de lamidas de saliva tibia y por último, de suaves mordiscos que me produjeron una serie de escalofríos inexplicables.

—¿Cómo se supone que te voy a mirar mañana, mientras me das clases, sin pensar en lo duro que te pones cuando te beso? ¿Sin pensar en que tu lengua sabe a Tic tac de naranja y tu cabello se desliza suave entre mis dedos? —dije al cortar por un segundo la unión de nuestros labios. 

—Tienes que prestar más atención en clases, no puedes estar pensando en eso.

Ay, estúpido.

Él se echó a reír y yo me bajé de su regazo. 

—Hey, ¿a dónde vas? —dijo e intentó retenerme, pero conseguí zafarme.

—Me voy a dormir, bye.

—Máxima ¿Te vas así?

—Sep, bye.

—Pero si tú no duermes temprano —le escuché decir antes de salir de su camioneta.

Entré a mi edificio y luego a mi apartamento. Me encerré en mi habitación y me metí en el baño para darme una ducha con agua fría. Aquello se me estaba escapando de las manos.  Si Nat me veía, leería de inmediato en mi rostro que el deseo estaba corrompiendo mis intenciones. No podía irme a la primera, debía conocerle mejor antes de que lo nuestro avanzara en el plano físico.

*****

Al día siguiente me sentía demasiado nerviosa. Me había pasado toda la clase de inglés sin prestarle atención a la lección. Al menos, era una materia que dominaba, de haber sido otra importante, habría sido un problema.

Mi ansiedad se debía a que sentía que se me podía leer en la cara: «estoy saliendo con el profesor Roca, la lengua le sabe a menta con naranja».

—A ti te pasa algo y no consigo entender qué —dijo Brenda, mientras caminábamos por el pasillo.

—¿A mí? —disimulé al hacerme la desentendida.

—Sí, te pusiste muy rara en casa de tu amigo Juan, luego te fuiste y desde entonces, andas así.  ¿Es por lo de tu primo? Me dijiste que se encontraba bien.

—Sí, sí, él está bien —mentí.

—¿Entonces? Ah, ya sé... Lo había olvidado.

—¿Qué?

—Tienes clase con tu profesor querido.

—¿Querido? —solté nerviosa.

—Es joda, todo el mundo sabe que lo detestas.

—Eh, sí... eso. Me voy, no puedo llegar tarde.

—Dale, a ver qué hacemos el fin de semana. Por cierto, tu amiguito Miguel no me deja en paz, me anda escribiendo, tal parece que me pasé de tragos y le di mi número —dijo haciendo una mueca de exasperación.

Me reí y comencé a subir las escaleras hacia el cuarto piso con un nudo en el estómago. Antes de entrar al salón me dirigí al baño. Me miré en el espejo, decidí deshacer el moño que llevaba y soltarme el cabello. Me rocié perfume y me retoqué un poquito el tenue maquillaje que lucía. El martes pasado iba muy arreglada, era conveniente pues tenía una exposición, mientras que en ese momento, quedó claro que me ponía guapa porque iba a verlo.

—Hola —me saludó Verónica que iba entrando al baño y que al igual que yo comenzó a arreglarse—, espero no cagarla en la exposición —continuó—, no me vayas a preguntar nada, ¿ok?

Asentí, mientras guardaba mi porta cosmético en el bolso.

—Estás muy linda.

—Ay, gracias —respondió moviendo los hombros—. Hablando de lindos, explícame el cambio del profesor, tú viste clases con él antes, ¿no?  —Asentí—. Mami que los peluqueros hacen milagros, pero el suyo se ganó el cielo.

Me reí sin poder evitarlo.

—Sí, ¿no? Antes su cabello era...

—¡Un desastre! —concordó mi compañera riéndose—, ahora está ricolindo. Ojalá me prestara atención como a ti, que yo sí le entro sin pensármelo.

—Créeme, me odia, no quieres esa clase de atención —mentí para disimular.

—Ay, no sé, pero yo te juro que le hago señas y nada. Bueno, debe tener novia o algo, porque no creo que se pusiera así de lindo y que no tenga quien se lo coma.

—Supongo, aunque no te olvides de su carácter de mierda.

—¡¿Qué dices?! Sí es super simpático, yo creo que la profesora Karina está enamorada de él. Es más, a esa mujer le gusta el profe desde siempre, porque la tienes que ver hablando de él. ¡Se babea!

—¿Sí?

Asintió con entusiasmo.

—Una vez estábamos en clases y él llegó a entregarle un libro... Tenías que ver cómo se puso con solo verlo. En estos días los vi en el pasillo y ella ahí casi se le tira encima. Tal vez tuvieron algo... O lo tienen ahora, quién sabe.

Recordé que, en efecto, el día que me encontraba en coordinación intentando cambiar la materia de generación de potencias, él estaba hablando con ella, que no paraba de reírse como si todo lo que saliera de la boca de Diego, fuera de lo más gracioso.

—Ni idea.

—Harían una buena pareja, ambos son ingenieros, rubios, lindos, tendrían unos hijos bellos —agregó Verónica entre risas—. Dios mío, shipeo hasta a los profesores.

Fingí una risa y ambas salimos del baño. De camino al salón, me sentí, súbitamente, extraña. Cuando entramos, noté que aún faltaban muchos por llegar, Mary estaba en su acostumbrado puesto, o sea, en el sitial de honor para mirar al profesor. Juan y su minion aún no habían llegado.

Diego alzó la vista al verme, pero con rapidez la redirigió a Mary en lo que supuse era su manera de disimular. Pensé en donde sentarme, anticipé que el martes pasado él había tomado asiento en la parte de atrás del salón, para escuchar las exposiciones, así que era probable que lo hiciera de nuevo, por lo que caminé en esa dirección.

Tras sentarme, busqué en mi bolso mis Tic tac de naranja y me llevé dos a la boca, mientras le sostenía la mirada. Supuse que si yo estaba ansiosa, no tenía que sufrir sola, podía hacer que él también lo estuviese. Alzó la ceja cuando me miró masticar las pastillas y luego fue hacia su escritorio.

Los alumnos siguieron llegando, entre esos Juan, que caminó hacia donde me encontraba, en compañía de Miguel, para saludarme.

—¿Por qué te sientas tan atrás? —preguntó el asiático y se agachó para darme un sonoro beso en la mejilla.

—Por qué aquí hay una toma eléctrica cerca —me inventé—, necesito cargar mi teléfono.

Saqué el cargador y lo conecté.

—Aaah, ok, te hago compañía entonces.

Se sentó junto a mí y rodó su mesa hasta que estuvo pegada a la mía. Alcé la vista y noté que la expresión de Diego era un poema. Estaba celoso. Tomé mi teléfono y tecleé.

«¿Tuviste algo con la profesora Karina?»


No encontré un ramo de peonías color coral bonito, así que el del capítulo anterior está más el color que por lo nice. Bueno no sé si quieran comentar algo... Porque a ustedes hay que chuparles media para que hablen... *Insertar trabajo de culpa* Y yo, que me maté por meses editando... Y ustedes nada, cero amor #Drama 



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