Setenta y uno

Enterré los dedos en su cabello, al sentir como su boca se deslizaba hacia abajo muy despacio, como si quisiera tomarse su tiempo para saborearme.

Jadeé al notar esa gloriosa lengua, ese apéndice maravilloso paseándose por mis clavículas. El movimiento me generaba una serie de escalofríos deliciosos que había extrañado demasiado. Él quiso mover el rostro hacia arriba, devuelta a mi cuello y yo lo sostuve en donde estaba.

—Más —le ordené y él enredó los dedos en mi moño para echarme la cabeza hacia atrás y exponerme por completo a él.

Habían sido muchos meses sin disfrutar de esa sensación y la necesitaba con desesperación. Él volvió a escurrir su lengua en el surco natural del área una y otra vez, mientras que yo jadeaba de gusto. Era increíble cómo algo tan simple me ponía tan mal.

Luego, succionó y me mordisqueó sobre el hueso, lo que logró que tirara de su cabello en consonancia al placer que sentía. No le hacía falta hacer mucho para tenerme así, temblorosa y ansiosa de más.

Él me tomó por las caderas para eliminar cualquier espacio entre nosotros y eso provocó que mi sexo húmedo conectara con su abdomen. No teníamos que decir nada, ambos estábamos deseosos, aun así, él pareció buscar mi aprobación al erguirse para mirarme a los ojos. Mi respuesta fue tomarlo por la nuca para dirigir sus labios a los míos y besarlo enardecida, pues estaba anhelante de sentirlo encima y... adentro.

Me sostuvo de las caderas y yo lo rodeé con mis piernas al entender que iba a levantarme en peso. Sus manos se escurrieron bajo la toalla y sus dedos se clavaron en la piel de mi trasero para conducirme hacia su habitación, tal como aquella vez cuando había visitado su apartamento por primera vez.

Me depositó en la cama con especial cuidado, como siempre hacía, y encendió la lámpara de la mesa de noche. Se llevó la mano al abdomen para recoger la humedad que le había dejado ahí y rozó el pulgar con el resto de los dedos como si estuviese estudiando la densidad de esta. Luego, me miró con una ligera sonrisita de satisfacción y fue tan cretino que lo dijo.

—Estás muy mojada.

Cerré los párpados y negué con la cabeza, cuando los abrí de nuevo se estaba quitando la ropa interior para dejar a la vista lo que ya me imaginaba, una erección en toda norma. Echó el rostro hacia atrás, subió la barbilla y me estudió desde su altura, mientras se masturbaba despacio, se veía letalmente sensual. Luego colocó una rodilla en la cama, extendió la mano hacia mi pecho y tomó el borde de la toalla.

—¿Puedo? —preguntó muy serio.

No conseguí verbalizar ni una sílaba, estaba demasiado obnubilada. Solo asentí y él tiró de la tela para echarla a un lado, para desnudarme.

Permanecí con las piernas cerradas por el solo placer de mirar cómo hacía ese movimiento que me ponía tanto. Metió la rodilla derecha entre las mías, empujó una y luego la otra para hacer espacio y se dejó caer en medio de mis muslos. Se movió encima de mí y yo jadeé impudorosa cuando su sexo se encajó contra el mío.

—Mmm... Diego.

Tenía tanto tiempo sin decir su nombre que cuando lo hice, abrí los párpados de golpe. Me fijé en que él tenía el rostro enrojecido y la vena de la frente brotada. No tardé en recorrerla con la punta del dedo como solía hacer.

Él se movió sobre mí, mientras sus manos se deslizaban por mis pantorrillas hasta encajarse en mis corvas, lo arropé con mis piernas y lo apreté contra mí, ávida de sentir cada pedacito de su cuerpo, necesitada de narcotizarme con sus besos, de inhalar su aliento tibio. Él se movió sinuoso y escurrió su erección entre mis labios, embadurnándose con mi humedad.

—Me gustas tanto —dijo en mi oído y yo le respondí con un gemido pletórico.

Se agachó un poco, encajó el pulgar bajo uno de mis pechos y lo apretó con suavidad. Me miró hambriento, deseoso y eso me hizo apreciar el momento exacto en que cerraba los párpados para llevarse el pezón a la boca. Diego borró con ese movimiento provocador la realidad que me circundaba. Un estremecimiento se me repartió por todo el cuerpo al verlo abrir los ojos y sacar la lengua para lamerme con infatigable insistencia.

—Ay, joder... —dije entre jadeos—. Tú también me gustas mucho, mucho.

—No sabes todo lo que deseé tenerte aquí conmigo —Se llevó mi otro pecho a la boca y me aturdió de nuevo—. Pensaba en ti cada día —dijo antes de darme otra succión deliciosa.

Nos besamos con abandono, anhelantes de continuar así, sintiéndonos. Lo abracé con ímpetu, con ansias de decirle en ese abrazo lo que no conseguía hacer con palabras, porque me atenazaba una mezcla intensa de sentimientos que me enmudecía.

Su sexo resbalaba con suavidad entre mis labios, mientras su lengua se enroscaba con la mía despacio. Los sonidos que se desprendían de su garganta eran todo lo que quería escuchar para siempre.

Él se incorporó y me dio una mirada íntima tan dulce, tan llena de amor que tuve que contenerme para no ponerme a llorar. Lo había extrañado tanto, tanto, que me parecía mentira que estuviese ahí, entre sus brazos de nuevo. Estaba tan feliz.

Él metió sus manos bajo mi espalda, me aferró contra sí y luego se echó a un lado de la cama, remolcándome consigo. Sostuvo mis caderas y las alineó con su pelvis, como si no quisiera, ni por un segundo, que perdiéramos el contacto.

—Me encanta tenerte encima. Anda, suéltate el cabello, te quiero ver así...

Me erguí para complacerlo y deshice el moño que llevaba. Él estiró la mano para acariciar los mechones que cayeron sobre mis hombros y después la deslizó hacia abajo para rozarme un pecho.

—Eres preciosa... Te amo, te amo mucho, Máxima —dijo con ese tonito que a mí me ponía mala.

Oculté la sonrisa alelada que me provocaban sus palabras y me tapé el rostro con una mano. Él, que nunca me lo había dicho, parecía muy necesitado de verbalizarlo una y otra vez.

Me tomó de la muñeca para obligarme a encararlo y en sus ojos plateados encontré la misma complicidad que había visto en un pasado, pero entendí que era más que eso, en realidad era una mirada cargada de afecto. Le respondí con una sucesión de besos por todo el rostro, porque él diciéndome que me amaba era una fantasía que resguardaba mi corazón con fuerza adentro, muy adentro, en lo más hondo. Se sentía tan bien estar entre sus brazos, era como volver a la vida, no quería morir de nuevo.

Me buscó la boca con desespero y me llenó de sus besos intensos, movilizadores, mientras nuestros cuerpos se entendían de esa manera tan familiar. Me gustaba sentir como sus manos bajaban por mi espalda, como me atraía hacia él.

Mi boca se arrastró por su barbilla y le enterré la cara en el cuello. Él gimió ahogadamente y yo le eché la cabeza a un lado para tener mejor acceso. Le di una lamida larga desde las clavículas hasta el lóbulo de la oreja que mordisqueé con ansias.

El rubor se le empezó a expandir por toda la piel. Se veía tan bello así, sonrojado e impaciente.

Tenía los pectorales más carnosos y no dudé en llenárselos de besos, mientras me acariciaba los labios con su vello castaño. Descendí por su abdomen que subía y bajaba con rapidez conforme depositaba más besos. Mi mano se deslizó por su muslo que apreté con fuerza y él siseó un poco.

—Estás muy bello.

Él bufó incrédulo y eso me hizo alzar el rostro hacia él.

—Que yo recuerde no te gustaba cuando estaba gordo. El hippie horroroso...

—Deja ir eso, por favor, no podía hablar bien del profesor que detestaba... Y no estás gordo.

—He aumentado de peso.

—A mí me parece que te ves hermoso —le contesté y volví a besarle el abdomen bajo.

Dejé caer la mano por toda su longitud y lo masturbé despacio. Él abrió la boca en respuesta a mi caricia y yo disfruté de la visión de sus ojos grises entornados, de sus mejillas sonrojadas, de su labio inferior húmedo, mientras respiraba agitado. Se veía adorable con el cabello despeinado y una expresión de impaciencia en el rostro.

—Estás muy mojado —le dije de la misma manera que él me había dicho a mí hacía rato, mientras extendía la humedad por todo su miembro.

Él no dijo nada, era como si la ansiedad no lo dejase hablar. Me puse de rodillas entre sus muslos y lo lamí despacio desde la base hasta la punta. Diego gimió y eso me alteró, me encantaba escucharlo así.

Sin esperar más me lo llevé a la boca y succioné con ahínco. Él me enterró los dedos en el cabello en reacción, lo conocía bien, no quería que me detuviera. Estaba tan deseoso que movió un poco la pelvis hacia arriba, en mi encuentro.

Lo succioné con esmero, mientras lo masturbaba con la mano. Hice el intento de llevarlo más adentro en mi boca, pero no era una tarea fácil.

Alcé el rostro, le sostuve la mirada y lo mordí de a poco, porque sabía que eso lo enloquecía. Lo escuché sisear excitado, me encantaban todos sus sonidos.

—Así, Max... —rogó con la voz ronca—. Un poco más...

Y tras complacerlo, volví a llevármelo a la boca. Recordé lo delicioso que era sentirlo contra el paladar, como se deslizaba sobre mi lengua. Me gustaba chupársela mientras miraba sus reacciones, cómo se deshacía del placer.

—Ven, ven... No me quiero correr así.

Me reí un poco y tras sacarlo de mi boca fui a su encuentro. Acepté el beso decadente que me ofrecía y la provocadora mordida que le otorgó a mi labio inferior. Se separó de mí y me miró un momento.

—Me encanta besarte.

Me lamió los labios con su lengua flexuosa y luego, volvió a besarme, mientras mi sexo se movía sobre el suyo. Estaba durísimo.

—Te acuerdas aquella vez que me preguntaste ¿cómo quería que me cogieras?

Abrió los párpados sorprendido.

—¿Yo te dije eso? —Asentí mirándolo—. ¿Cuándo?

—Después de la fiesta de Marco, estabas un poquito pasado de copas.

—Carajo... Sí, es cierto, me respondiste que querías que te cogiera duro.

Y ante el recuerdo su expresión se tornó más lujuriosa.

—Así que dime, mi amor, ¿cómo quieres que te coja?

Cerró los párpados un par de segundos y sonrió feliz. Se veía hermoso.

—No sabes lo mucho que ansiaba oírte llamarme así de nuevo.

Me atrajo por las mejillas y me dio un beso dulce.

—Respóndeme, mi amor.

—Solo... Méteme, méteme dentro, muy adentro de ti —rogó agitado—. Con eso me basta... Méteme, por favor.

Mi sexo palpitó deseoso al escuchar sus suplicas. Notarlo necesitado era mi perdición, elevaba mis ansias, me humedecía y me hacía bullir de ganas de sentirlo.

Tomé sus muñecas y las sostuve contra el colchón, sobre su cabeza, mientras me balanceaba sobre su miembro duro.

—¿Por qué nunca te até con una de tus corbatas de profesor brillante a la cama, para que no te pudieras mover? —Me miró sorprendido, pero no me respondió—. ¿Me habrías dejado?

—Eeeeh.

Me reí maliciosa.

—Claro que me hubieses dejado —afirmé.

Miré hacia su armario con expresión libidinosa y él se deshizo de mi agarre y me atrajo por la barbilla para que lo encarara.

—Átame mañana, hoy necesito tocarte —respondió muy dispuesto como si le gustase la idea.

Levanté la pelvis y lo sostuve para dirigirlo a mi interior de a poco, moviéndome con un vaivén suave para lograr un roce ligero. Sus dedos se posaron en mi cadera e intentaron acelerarlo todo, pero yo le clavé la mano en el pecho para detenerlo.

—Quédate quieto.

—Hoy no, Max, méteme ya, no me hagas sufrir.

Sonreí malvada. Verlo así, ardiendo a fuego lento, impaciente por más, anhelante de mi cuerpo, me generaba una implacable excitación que me costaba mantener a raya. Yo también ansiaba sentirlo, pero la adicción que me producía escucharlo rogar me hacía dilatar nuestro encuentro. Ambos sufríamos con esa tortura aniquilante.

Por favor...

Me rocé con insistencia y lo dejé entrar un poco. Me fascinaba sentir como se abría paso dentro de mí despacio. Le rasguñé el pecho ligeramente, mientras me sostenía, para hacerlo entrar y salir solo unos pocos centímetros. Lo escuché exhalar y sonreí morbosa al verlo empuñar las sábanas, esperando por mí. Levanté la pelvis, para retirarme casi por completo y él echó la cabeza hacia atrás frustrado.

—Te gusta verme así, rendido a ti, ¿verdad? —El deseo había intensificado el tono ronco y sensual de su voz.

Asentí mientras me mordía el labio inferior y bajé la pelvis para hacerlo entrar más y más. Cerré los párpados mesmerizada por sentirlo tan duro, tan caliente dentro de mí por completo. Diego jadeó ruidosamente y eso me dio cuerda para acelerar mis movimientos.

Presioné las yemas de los dedos sobre su pecho y le clavé las uñas, rasguñándolo con malicia. Le lamí toda la curva del cuello y le mordí la mandíbula, mientras hacía que se deslizase en mi interior. En verdad estaba empapada.

—Un poco más —rogó y yo me erguí para complacerlo.

—¿Quieres que te coja más duro?

—Sí.

Se lamió el pulgar y lo encajó sobre su pelvis, rozando mi clítoris al tiempo que me movía ondulada encima de él, sumergiéndome en un deleite vertiginoso. Sentirlo así de dócil era un detonante.

Apoyé las manos en sus muslos y me arqueé hacia atrás para hacerlo entrar y salir de mí más rápido, más duro. Mis pechos se movían al compás de mis caderas y él no paraba de gemir, mientras miraba el punto en el que nos uníamos.

Encontré ese lugar en mi interior, ese ángulo que tanto me gustaba y recordé lo jodidamente bueno que era cogérmelo. Insistí en ese movimiento que me hacía arder. Su pulgar presionó con más fuerza mi clítoris para darme lo que necesitaba y...

Resultó casi vergonzoso lo rápido que me corrí, palpitando caliente a su alrededor, mientras soltaba un gemido escandaloso. Mirar a Diego excitado seguía siendo el estímulo perfecto para desencadenar mi orgasmo. A su lado el placer siempre me consumía y el éxtasis se paseaba por todo mi cuerpo.

Y tuve que tomarme un segundo, pues el placer me atontó de una manera increíble. No esperaba que él fuese a tomar el control tan rápido. Me echó a un lado y me empotró con tanta fuerza que me provocó otro orgasmo que se enlazó al anterior. Mi espalda se arqueó, mis piernas se aferraron a sus caderas con el único propósito de ser capaz de asimilar aquella combustión súbita y vibrante que me arrojó a un estado de placidez infinito en el que solo conseguí gemir copiosa.

Me sentí demasiado abstraída por el gozo que hizo temblar mi sexo y por la adoración que sentía por él, que siguió empotrándome con un ritmo decadente que respondía a sus propias necesidades lujuriosas de correrse.

No tardó demasiado en hacerlo. Gruñó contra mí con un último movimiento de pelvis y se corrió caliente dentro de mí a la vez que se dejaba caer entre mis brazos.

Respiramos agitados, bañados en sudor.

—Gatita, el orgasmo siempre te deja así, sin poder hablar —dijo mientras me apartaba los mechones del rostro para darme un beso dulce.

Asentí, aún en ese estado de convalecencia en el que me sumergía el clímax y afirmé una vez más lo que ya sabía, Diego era demasiado. Él se quedó ahí, dentro de mí, acariciándome con ternura, mientras me besaba con profuso cariño. Entendí que no podía haber un mejor lugar en el mundo que esa cama, con ese hombre y con esos besos.

*****

Me costó enfocar, pestañeé varias veces y en un primer instante no supe en donde estaba. Me exalté asustada al notar el peso encima de mi cuerpo, pero me tranquilicé al mirar sobre mi hombro y encontrar a Diego besándome la espalda.

Me relajé, enterré la cara en la almohada y fui consciente de que las sábanas habían adquirido ese típico aroma producto de nuestro encuentro sexual. Aspiré encantada y eché el rostro a un lado. Su boca se arrastró por mi nuca y eso me terminó de despertar Me parecía mentira estar ahí, embebiéndome en la delectación profusa que era amanecer entre sus brazos.

—Creo que tienes más pecas, sigo perdiendo la cuenta mientras las beso —susurró y yo sonreí al percibir su boca detrás de mi oreja.

Él jaló el edredón para echarlo a un lado y yo jadeé al notar como volvía a recostar su cuerpo contra el mío. Seguíamos desnudos y el roce de nuestras pieles era glorioso, además, me encantaba sentirlo empalmado.

Él se movió frotando su pecho con mi espalda, mientras me besaba los hombros y su mano me acariciaba el costado de un pecho. Sus dedos no tardaron en acunarlo y jugar con mi pezón. Yo jadeé en reflejo, pero no era exactamente excitación, era pura felicidad. La más densa y deliciosa felicidad. El bienestar que sentía ahí en su cama, con él encima, no se comparaba con nada.

Su mano se escurrió entre mi vientre y el colchón hasta posarse en medio de mis muslos. Me acarició con suavidad con esa pericia insondable que solo él poseía. Se sabía todas mis contraseñas.

Alcé la pelvis para darle más espacio y comencé a frotarme, perezosamente, contra su mano. Él me mordisqueó el hombro y su erección se escurrió entre mis muslos cerrados. Yo jadeé de gusto y moví las caderas de arriba hacia abajo para acrecentar la fricción húmeda sobre sus dedos.

Su respiración tibia me golpeo el costado del rostro, sus jadeos hacían que su pecho vibrara contra mi espalda. Él acompasó mis movimientos, acrecentado el roce hasta que no pudo más y me separó las piernas, para juguetear con su glande húmedo entre mis labios.

—¿Otra vez? —pregunté con tono adormilado.

—Solo si tú quieres también, yo me muero de ganas... ¿Quieres?

—Ujum —respondí bajito.

—Dime que sí.

Sonreí.

—Sí.

—Me encanta cuando me dices que sí.

Me encontraba demasiado absorta en la satisfacción de haber despertado de aquella manera tan idílica. Me costaba procesarlo. La mañana anterior había amanecido en mi ventana muerta de la preocupación, mientras que en ese momento, solo podía atender a la efervescente sensación que era sentirlo deslizarse en mi interior con movimientos de pelvis suaves y deliciosos.

Él llegó hasta el fondo y soltó un jadeo que me pareció que sonaba a que estaba aliviado, como si la necesidad de tenerme fuera demasiada.

—Carajo... Que bien te sientes, Máxima.

—¿Te he dicho que me gusta mucho como dices mi nombre?

—Máxima, Máxima, Máxima —dijo en tono seductor y eso logró que me invadiera una excitación arrolladora.

—¿Te gusta así? —preguntó vacilante.

—No me preguntes nada, cógeme como te dé la gana, Leo.

Lo escuché suspirar y aumentar el ritmo. Despertar así era demasiado, sentirlo era demasiado. Mi sexo se retorció de gusto palpitando descontrolado y expectante del siguiente movimiento que fuese a hacer. Me fascinaba notarlo contra la espalda, escucharlo respirar bronco y jadeante.

Me clavó los dedos en las caderas y me llevó consigo, obligándome a ponerme de rodillas. No separé el rostro de la almohada y eso pronunció la curva que adoptaba mi cuerpo en esa posición. Lo dejé hacer, cogerme a su gusto, con el inequívoco indicativo de aprobación que mis gemidos le proveían.

Su pelvis chocó con mi trasero, sus movimientos eran intransigentes. A cada segundo que pasaba se volvían más rotundos y decadentes. Noté su pulgar en mi nuca y el resto de sus dedos en mi hombro, me obligaba a erguirme un poco, a girar el rostro. Tras mirarme se detuvo y salió de mi interior. Lo miré confundida y él me echó a un lado, en la cama, boca arriba.

—Quiero ver cuando te corras, Pelirroja, tengo demasiado meses anhelando ver cuando lo haces.

Gemí en respuesta cuando noté como volvía adentrarse en mi interior con un movimiento certero. Le pedí más, porque cualquier remanente de sueño había desaparecido de mi cuerpo y quería más de él que se notaba estaba muy enérgico.

—Coño, Diego, sigue que coges divino...

Apreté los músculos de mi sexo desesperada por correrme, pues la sensación de excitación se conglomeraba en mi vientre bajo volviéndose intolerable. Él se movió con la pericia de quien sabe exactamente lo que hace e hizo la penetración más honda, más dura.

Y de nuevo me corrí, aferrándolo contra mi cuerpo, mientras ardía en ese tipo de clímax superlativo que solo tenía cuando estaba con él, pues el placer se presentaba inmensurable. Correrme viendo cómo se volvía transgresor era una visión intensa y poderosa.

—Muérdeme, Pelirroja, muérdeme.

—Joder... —dije entre jadeos y abrí la boca para clavársela entre el cuello y el hombro.

Aquello era lo que me faltaba, oírlo rogar mientras me corría y mejor aún, sentir que él lo hacía también poco después con un último movimiento trepidante y violento.

Lo escuché jadear en busca de aire. Se echó a un lado y me remolcó consigo. Descansé el rostro contra su pecho y lo abracé mientras escuchaba su corazón palpitar rápido. Quería quedarme justito ahí, en esa cama con él.

—Ordené comida —comentó un par de minutos después, cuando su ritmo cardíaco se ralentizó—. Conociéndote tienes hambre. —Alcé el rostro y le sonreí dichosa—. Te pedí un café, también. —Le besé el pecho en respuesta—. Hace tiempo pensé en comprarte una cafetera de esas que hacen distintos tipos de café. —Volví a mirarlo—. Pero ya sabes lo que pasó... La compraré esta semana para que no sufras cuando duermas aquí.

—Estás asumiendo que esto se va a repetir mucho —dije en tono juguetón.

—Vuelve conmigo —expresó serio—. Seamos pareja de nuevo... Por favor.

—No —respondí adusta y él me miró perplejo—. Tomémonos esto con calma. Tú tienes que ir a terapia. Yo quiero una pareja con la que pueda comunicarme. Te daré tiempo, no seré intransigente, pero necesito que hagas eso y no por estar conmigo, hazlo por ti, por tu bienestar. —Asintió aunque no se veía del todo satisfecho con mi respuesta—. Mientras... Invítame a bailar, demuéstrame todo eso que dijiste anoche y luego vemos... Si nos va bien, hasta puede ser que me ponga un par de medias que tengo por ahí sin estrenar.

Alzó una ceja y suspiró.

—Tú en medias, ufff... —Me reí—. Está bien, yo sé que tengo que ir con un terapeuta, ya mi tía me lo había sugerido, le pediré que me ayude con eso. Mientras, mañana es domingo, ¿qué quieres hacer? —Me encogí de hombros—. Vámonos de viaje.

Me reí...

—¿Pero tú no tienes que trabajar?

—Sí, pero un viaje corto. Mi papá podría echarme una mano a mí para variar.

 —Mmm, mira, ya estoy bajando tu productividad. —Se rio jocoso, lindo, con las mejillas sonrojadas—. Aunque los sábados sueles solo adelantar algo de trabajo, supongo que no fue mucho.

—Podemos ir a la playa, el bronceado te queda muy lindo... O a la montaña, mi tía tiene una casa a una hora de aquí, es muy bonita. También podemos salir del país, ¿tienes el pasaporte al día?

—Para, para... —dije al notarlo demasiado ávido—. Podemos simplemente quedarnos aquí, juntos en la cama, solo necesito estar contigo, no importa el lugar. —Apoyé la mano en su mejilla—. Una pijamada de sexo y comida a domicilio y en la noche, nos vamos por ahí a bailar...

—Me gusta esa idea, solo quiero estar contigo, Pelirroja.

—Eso y que esta semana que viene me voy al pueblo.

Se le cayó la sonrisa.

—¿Y cuándo vuelves?

—El próximo año, para las clases.

—No, no, me muero. —Me reí—. No puedes pretender dejarme tanto tiempo sin ti, no, me niego. ¿Te puedo visitar al menos? —Negué con la cabeza—. ¿Y qué voy a hacer? —Me encogí de hombros—. Es en serio, Máxima.

El intercomunicador sonó y él me dio un beso corto en los labios acompañado de un te amo que no me esperaba. Luego se puso de pie con rapidez para vestirse y recibir nuestra comida.

Yo sentía lo mismo por Diego, en cuerpo y en alma, pero mis labios se negaban a decirlo en voz alta delante de él, necesitaba tiempo para procesar que había vuelto a mi vida, que el dolor y la tristeza que me habían acompañado incesantemente en los últimos meses, desde nuestra ruptura, ya no estarían presente. Después de sufrir tanto, no sabía cómo asimilar del todo tanta felicidad.

Salí de la cama y al caminar, noté cierto resentimiento en la entrepierna. El tiempo sin tener sexo, más el carácter enérgico del encuentro sexual me pasaba factura. No obstante, al recordar lo que había pasado hacía unos minutos, sonreí.



¿Qué opinan de la actitud de Máxima al no querer volver a un noviazgo inmediatamente?

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