Setenta y dos
Me di una ducha breve y cuando salí del baño él vino a mi encuentro. Se desplazó hasta su armario para buscarme algo de ropa y mi vista cayó al cajón de la cómoda en donde guardaba sus relojes y lentes de sol que estaba abierto. Noté que aquel reloj que había comprado idéntico al mío lucía casi nuevo.
—No lo usaste más —dije mientras lo apuntaba con mi dedo índice.
Negó con la cabeza. Lo entendía, recordar era duro.
—El tuyo está ahí. —Señaló un saco de terciopelo negro—. Con nuestros brazaletes. —Asentí y le di una sonrisa pequeña.
Diego deslizó por mi cabeza esa camiseta negra manchada que solía ponerme cuando lo visitaba y me ayudó a colocarme uno de sus calzoncillos.
Luego, me condujo hasta la barra de la cocina. Encontré una bolsa de la farmacia llena de condones, me había comprado una pastilla anticonceptiva de emergencia por si quería tomarla. Decidí que sí, por si acaso, pues siempre que habíamos tenido relaciones sin condón habían sido cerca de mi periodo.
Como nunca la había tomado, comencé a leer las instrucciones para recordar lo que había leído hacía tiempo atrás en la farmacia de mi papá cuando tuve que ayudar a una chica con algunas dudas. Diego colocó un vaso de agua en la mesada y se paró detrás de mí. Apoyó la barbilla en mi hombro y me besó el cuello con dulzura.
Finalmente, me tomé la pastilla y lo dejé abrazarme mientras recostaba mi espalda contra su pecho. Lo que no esperaba era que colara las manos bajo la camiseta y que ascendiera por mi abdomen hasta acunarme los pechos. Escuché cómo su respiración se iba acelerando conforme me besaba el cuello y su entrepierna se endurecía.
Moví el trasero contra él coquetamente y una de sus manos bajó para posarse sobre mi ropa interior. Apretó con suavidad mi sexo y eso me hizo jadear. Éramos demasiado inflamables.
—¿Quieres más?
—Mmm sí, pero tengo hambre —respondió y soltó una risa que yo secundé.
Metí la mano entre su pelvis y mis glúteos para apretarle la erección. Suspiró en mi oído y eso me hizo reír más. Me giré hacia él y lo encaré.
—Yo no puedo más, necesito recuperarme un poco. —Bajé la mano y lo acaricié impúdicamente—. ¿Me la guardas para más tarde?
Asintió efusivo y sonrió con picardía.
Comimos conversando sobre trabajo. El tema de comenzar a producir más sabores de la línea de coberturas lo tenía muy motivado, así que me contó todo al respecto. Luego le hablé un rato de las materias que había cursado ese semestre y él me escuchó con atención.
También le expliqué el motivo de la mudanza de mi hermano a la ciudad y le conté sobre su relación con mi amiga Claudia. Después le dije las novedades de la universidad que incluían a Brenda que se le había declarado a Miguel y que Juan y Verónica también se habían hecho novios.
—Yo siempre pensé que terminarías saliendo con él, no con alguien como Ramiro —dijo serio y se llevó la taza de té verde a los labios.
—No hablemos de eso.
Él asintió sin más y tuve la impresión de que no le había gustado mucho eso, pero recondujo la conversación al tema de mi viaje. Bromeó con que él podía aparecerse en la farmacia de mi padre para comprar banditas para cortadas y yo le aseguré que lo visitaría, que me inventaría excusas de lo más verosímiles para volver a la ciudad.
—Yo quiero pasar las navidades contigo, llenarte de regalos.
Lo miré enternecida y él se acercó a darme un beso dulce que me produjo un tirón en el estómago.
—¿Y qué le digo a mis padres? No puedes simplemente aparecer en el pueblo, es demasiado pronto, además, eres uno de los futuros jefes de mi hermano, necesito más tiempo para explicarles mi relación contigo, te prometo que buscaré la manera de venir con Nat y verte. A ella no le gusta estar mucho rato en el pueblo y seguro viene a ver a Christopher, el chico con el que sale ahora.
Me besó, así que aproveché de mordisquear su carnoso labio inferior. ¡Me encantaba su boca, todo él! Me parecía que Diego estaba divino con una simple camiseta blanca y unos pantalones de algodón. Estiré el brazo, para tocar la porción superior de su túrgido traserito que tanto me gustaba. Aquel día tenía tintes de pasado, era como si nada hubiese cambiado, nos compenetrábamos igual de bien que antes.
—Extrañé tu traserito lindo.
—No soy un pedazo de carne, Max —contestó gracioso.
Cuando terminamos de comer, recogimos la barra y guardamos las sobras en el refrigerador. Tomé mi teléfono, se le había agotado la batería, por lo que no encendía.
—¿Me prestas tu cargador? No vaya a ser que me llame mi papá y se preocupe.
—Ya te lo busco —dijo distraído pues estaba mirando su teléfono.
Fui hasta la sala, miré por la ventana y noté que parecía que llovería más tarde. El clima estaba perfecto para pasar la tarde acurrucados juntos en el sofá con nuestra manta. Caminé por la alfombra descalza. Era inevitable sonreír al sentirla.
Abrí la manta, me acosté en el sofá y me arropé hasta el cuello con ella. Aspiré su aroma, olía a él, solo a él. Me sentía demasiado contenta, como no lo hacía desde la última vez que me había acostado, justamente, en ese sofá.
Miré a Diego caminar hasta el comedor, luego regresó a la cocina con el cargador en la mano.
—No te levantes, yo coloco a cargar tu teléfono.
Asentí y me acurruqué más.
—¿Todo bien? —pregunté al notarlo tan ensimismado en su propio teléfono.
Recordé las palabras de Ramiro de la noche anterior, había dicho que Romina le había estado escribiendo a Diego y que no lo dejaría en paz. Era inevitable preocuparme por él.
—Sí, es solo mi asistente, como no fui a trabajar, me anda preguntando algo —respondió en tono despreocupado.
En ese momento me di cuenta de que me sentía muy vulnerable aún, todo lo ocurrido me había llenado de inseguridades y supuse que una parte de mí siempre dudaría de él, de que me estuviese diciendo la verdad. Era difícil no pensar en que lo de su asistente podía ser una mentira para que yo no le preguntara nada sobre Romina. Iba a ser difícil confiar en Diego de nuevo, creer en lo que me dijese, pero tenía que intentarlo, tenía que hacerlo por más arduo que fuese porque lo amaba mucho.
Tomé el control remoto y encendí el televisor, estaba buscando qué ver con tranquilidad cuando lo escuché llamarme.
—Dime —respondí sin quitar la vista de la pantalla.
—¿Quién es Antonio?
Giré a mirarlo de inmediato. ¿Por qué coño me estaba preguntando eso?
—¿Ah? —contesté aún aturdida por la sorpresa que me generaba su pregunta.
—¿Quién es Antonio? —insistió.
Diego apretó la mandíbula y me asustó verlo tan serio. Me erguí y tomé asiento aún en medio de mi confusión.
—¿Por qué me preguntas eso?
—Porque en la pantalla de tu teléfono acaban de aparecer un par de mensajes suyos...
—¿Me estás revisando el teléfono?
No era la primera vez que lo hacía, se había puesto muy celoso aquella vez que había leído el mensaje de Ramiro en una circunstancia parecida.
—No, simplemente lo puse a cargar y los mensajes aparecieron cuando se encendió, al igual que uno de Natalia.
Me puse de pie para encararlo y noté que estaba celosísimo. Caminé con paso vacilante hacia él.
—¿Por qué carajo te dice Tesoro?
Abrí la boca, pero fui incapaz de concretar qué decir. Ese sobrenombre en sus labios era insoportable de escuchar.
—¿Quién es? Contesta, por favor —dijo mientras me miraba fijamente y noté que más que molesto, parecía compungido, tristísimo.
Una voz en mi cabeza me aconsejó que le mintiera, que no lo mortificara con detalles sobre quién era Antonio, pero me di cuenta de que si hacía eso, caería en lo mismo que él me había hecho con Romina.
—Es un amigo...
—Yo nunca te oí hablar de ningún amigo que se llamara Antonio, pero por lo visto se conocen mucho, porque hasta vas a su casa y a la playa con él.
Mierda, ¿qué coño decía el puto mensaje? Me lamí los labios nerviosa y avancé los pocos pasos que me separan de la barra de la cocina. Diego me encaró serio y puso la mano sobre mi teléfono, para tapar la pantalla y que no pudiese leer nada.
—Dime quién es —insistió sin alzar la voz, en un tono parecido a un ruego.
—Es... un tipo con el que... me vi un tiempo.
Diego alzó la barbilla y asintió, apretando el ceño, cómo si intentase procesar lo que le había dicho. Se llevó la mano al tabique nasal y caminó lejos de mí unos cuantos pasos. Aproveché de pulsar la pantalla del teléfono, ignoré el mensaje de Nat y leí los de Antonio.
«Tesoro, he vuelto. Te traje gomitas para reponer las que te robé en la playa». «Avísame si quieres que vayamos a comer por ahí o prefieres que nos veamos en mi casa como siempre. Beso».
¡Mierda!
—¿Qué carajo implica eso de que te veías con él? Dime exactamente qué significa... ¿Por qué ibas siempre a su casa? —Me lamí los labios nerviosísima—. Habla, Máxima —continuó, pero con tono severo.
—Porque... —Me encogí de hombros mortificada—. Mierda, no me preguntes sobre eso.
El rostro de Diego se transfiguró, pasó de verse enojado a abrir los labios en señal de asombro.
—¿Te acostaste con él? ¿Es eso? —Inhalé con fuerza y lo miré seria—. Carajo... —Me miró entristecido—. ¡Cogieron! —Se llevó el puño a la boca con expresión incrédula—. Mierda, ¿ni siquiera vas a negarlo?
—No voy a hablar de eso contigo.
Diego se llevó las manos al cabello, tenía la boca abierta y respiraba agitado. Odié verlo así... No obstante, segundos después, soltó una risa sarcástica que no me gustó.
—Mira cómo cambia todo... Aquel día en la fábrica de lácteos me preguntaste sobre las mujeres con las que había tenido sexo y te dije que no quería hablar de eso y tú me exigiste que lo hiciera —dijo con tono cínico—. Cierto, cierto, es que cuando tú haces las cosas, todo bien, cuando las hago yo, todo mal.
—Es distinto —le repliqué.
—Por supuesto, cuando eres tú la que lo hace, todo es distinto.
—No, no es lo mismo. —Alcé el tono de voz molesta—. Porque yo nunca había estado enamorada de nadie y tenía miedo, mucho miedo de que tú todavía tuvieses sentimientos por otra y mira, algo de razón tenía. Por eso es diferente, tú en cambio solo eres un machito celoso.
—No me jodas... Yo también estoy enamorado de ti y quiero saber qué mierda pasó con ese tipo y si siguen teniendo algo, porque por lo visto todavía se ven en su casa. —Me miró molesto—. ¿Tú no eras novia de Ramiro? ¿Con cuántos tipos saliste desde que terminamos? —preguntó con un tono de doble sentido asqueroso.
Aquella vez en Magenta, cuando su amigo básicamente me había llamado puta, Diego me había asegurado que él sería incapaz de insinuar que lo era, pero tras escuchar lo que había dicho, me quedaba claro que no era así.
—¿No qué preguntar eso es de gente insegura? Porque eso dijiste tú también ese día —contesté furiosa.
Caminé hasta la sala y él no tardó en seguirme.
—Pues sí, soy un inseguro igual que tú... Contéstame. Quiero saber quién es ese tipo.
—Tú no me exiges nada. —Le apunté con el dedo—. Tú no me hablas con este tonito de mierda. La diferencia entre nosotros es que yo nunca te he traicionado, ni te he mentido de la manera vil y vulgar que tú hiciste conmigo. Yo en cambio te he adorado, te he adorado tanto que me dejaste seca —dije entre dientes llena de rabia—. Tanto que no pude quererlo a él, ni a Ramiro.
»Antonio se merece que yo lo adore, que lo ame con intensidad y no te imaginas cuanto odio no poder quererlo, porque es un hombre bueno, dulce, que me trató bien, que siempre, siempre fue honesto conmigo, que no me hizo sufrir, que me dijo que me quería. Fui yo quien lo lastimó al no corresponderle por seguir enamorada de ti. Así que sí, tienes razón, cuando yo hago las cosas es diferente a cuando las haces tú.
Me miró y pestañeó despacio con una expresión atónita. Dio un paso en mi dirección para acortar las distancias, pero yo me eché atrás.
—Este machismo no me lo voy a aguantar. Yo estaba soltera y nunca te fui infiel mientras fuimos novios.
—No es machismo, son celos, ¡celos! y tú eres igual de celosa que yo, no lo niegues.
—Y lo entiendo, yo también sentí celos cuando te vi con tu exnovia en el colegio de ingenieros, pero yo aprendí la lección y no te he pedido detalles, no te he preguntado con cuantas mujeres te acostaste en estos siete meses, en cambio, tú lo acabas de hacer con tono malintencionado...
—¡Con ninguna! —Me interrumpió—. Porque yo no podía estar con otra, porque no hacía más que pensar en ti, mientras que tú estuviste con dos tipos. ¿Eso es lo enamorada que estabas de mí?
Aquella pregunta se sintió como un bofetón.
—Diego no hagas esto... No, no. —Negué con la cabeza—. No hablemos de lo que hace o no una persona enamorada, porque ahí tú vas perdiendo y mucho. Porque yo también te podría preguntar por qué si estabas tan enamorado de mí, como me dijiste anoche, me mentiste no una, sino varias veces y hasta te besaste con otra, durmieron juntos...
—¡Pero no me acosté con ella! —replicó entre dientes—. Porque de ninguna manera podía hacerlo y tú... Yo tengo meses muriéndome sin ti y tú... En la playa, con otro y además de novia de Ramiro. Que yo sufrí con cada mentira que te dije y me arrepiento de haberte hecho daño. Tú, al parecer, ¡aprovechaste el tiempo!
—Vete a la mierda, Diego, muchísimo a la mierda, ve a decirle puta a otra.
—Yo no he dicho eso.
—¿No? ¿Y qué insinuaste?
—Esa no era mi intención.
—Sí, claro... Yo he sufrido, te he llorado. Me he hundido en la miseria. No minimices mi dolor porque tu orgullo está herido ahora. ¿Qué se suponía que hiciera? ¿Qué me muriera de la tristeza sin seguir adelante? Tú mismo admitiste anoche que no tenías intenciones de buscarme hasta que me viste con Ramiro. ¿Qué hacía? ¿Te guardaba luto para siempre? Dime.
Apretó la boca y no me contestó nada.
—Yo pensé que tú habías seguido con tu vida cuando te vi con tu exnovia en el colegio de ingenieros, que te habías olvidado de mí, porque cuando te llamé el día de tu cumpleaños me dijiste que nunca debimos ser más que amigos.
—Me malinterpretaste —respondió.
—Pero tampoco dijiste nada que me hiciera pensar que querías que volviéramos, solo me decías que si necesitaba algo te llamara, una constante despedida, así que me empujé a mí misma a seguir con mi vida.
—Porque yo también estaba intentando salir adelante, pero ya veo que tenemos formas distintas de hacerlo —soltó una vez más venenoso.
Lo miré de mala manera y él se llevó las manos al cabello en ese gesto de desespero que siempre hacía en silencio.
—No te debo explicaciones, pero ahí te van. Ramiro era novio solo de título, nunca nos fuimos a la cama, porque al parecer eso es lo único que te interesa saber, no si yo le quería como a ti. Él insistió en un noviazgo que ambos sabíamos no iba a llegar a nada, éramos unos amigos que se hacían compañía.
»Y Antonio... ¡Es un tipazo!, pero siempre supo que yo estaba enamorada de ti, por lo que tampoco podíamos llegar a nada. Y sí, Diego, cogí con él —Lo miré apretar la mandíbula—. Porque necesitaba un respiro de todo el dolor y la miseria en la que me quedé después de que tuve que terminar contigo... Y yo sé, yo sé que yo te dejé y que tú te alejaste para hacerme caso, yo sé, pero soy tonta, muy tonta y esperaba cada noche... —Un par de lágrimas comenzaron a resbalar por mis mejillas—. A que me escribieras y me dijeras que me querías, que me extrañabas, que no podías vivir sin mí, pero no lo hiciste, así que, ¿por qué no estar con un tipo que me trataba bien?
Apreté la boca y tragué hondo, porque era duro hablar de Antonio.
—Y hasta eso me lo tuve que quitar, porque no sé muy bien cómo coño pasó, pero este hombre que me conoció en mi peor momento, cuando me revolvía en la tristeza asfixiante por lo que tú me hiciste, se enamoró de mí y tuve que terminar con lo que teníamos porque no le quería hacer daño por no poder corresponderle como se merecía.
El rostro de Diego se había enrojecido y se le había brotado la vena de la frente. Estaba muy molesto.
—Y sí, lo admito. —Me limpié las lágrimas que me corrían por la mejilla—. Haberme acostado con él tal vez no fue lo mejor, porque terminé más triste y jodida, pero es que en ese entonces no estaba en mi mejor momento. Estaba muy deprimida. Había ido a una playa maravillosa con una de mis amigas, pero ni eso lograba que el dolor se disipase lo suficiente.
»Y bueno, quedamos en ser amigos... Pero no nos vemos desde que lo dejamos hace meses atrás. Él se fue de viaje y ha vuelto, de eso iba el mensaje que leíste. No, no me veía con él, al mismo tiempo que estaba con Ramiro. Así que no me juzgues, no vengas a hacerme sentir mal, cuando el culpable de que nos separamos fueron tus mentiras. Porque tú si me fuiste infiel a mí mientras fuimos novios, aunque no lo quieras ver así.
—¿Así como tú le fuiste infiel a Ramiro anoche? —soltó sabihondo.
—Sí, Diego, exactamente así, por eso hablé con él y terminamos, para no mentirle y no engañarlo —le dije entre dientes, mientras me clavaba las uñas en la palma de la mano—. Para no hacerle a él lo que tú me hiciste a mí por no ser capaz de decirme la verdad.
Me fui a la habitación, necesitaba un minuto para serenarme. Él no me siguió. Me senté en la cama y dejé que las lágrimas corrieran libres por mis mejillas. Sentía mucha rabia y tristeza. Pronto comprendí que necesitaría más de un minuto. Nos resentíamos muchas cosas.
Yo podía entender que estuviese celoso, también era capaz de comprender que quisiese saber si sentía algo por Antonio, como yo había querido saber en un pasado si él aún quería a su ex. Lo que no podía aceptar era que pretendiese juzgar si yo había sufrido lo suficiente durante nuestra ruptura.
Rebusqué en su armario unos pantalones de ejercicio y ajusté bien la cinta de la cintura para evitar que resbalaran de mi cadera. Me calcé mis converse verdes que había dejado allí, porque estar a medio vestir me hacía sentir demasiado vulnerable. Era mejor así, el maldito vestido de anoche no habría servido de mucho.
Respiré profundo y decidí volver a la sala. No sabía muy bien cómo abordar lo que estaba sucediendo. ¿Qué se suponía que le dijera?
Caminé despacio y al verlo, noté que él había permanecido en el mismo punto en el que se había quedado antes de que me fuera.
—Estaba aterrado... —dijo cuando me vio llegar—. Querías la verdad, es esa, estaba aterrado de ti. —Lo miré confundida sin entender a qué se refería—. Contigo siempre me he sentido en la cuerda floja, que cualquier cosa que hiciera mal iba a hacer que te dieras cuenta de que yo no te convenía.
—No digas eso —le interrumpí.
—...Si te mentí fue porque tenía miedo de que ella supiera de ti.
Negué con la cabeza.
—Pues eso fue un error... Estuve más en peligro al no saber nada, ella pudo acercarse a mí sin que yo supiese quién era y hacerme daño.
—Se suponía que no iba a enterarse de ti...
Me crucé de brazos.
—Se suponía que yo tampoco me iba a enterar de ella, ¿Cómo resultó todo eso?
—Tenía miedo de que no entendieras. Yo te conozco Máxima, eres territorial, posesiva, dominante y aunque yo adoro tu forma de ser, sabía que no ibas a soportar, aunque no fuese para nada cierto, pensar que no era completamente tuyo. Era una situación en la que iba a perder, si te lo contaba te ibas a alterar, a morirte de los celos, mientras que si no lo hacía estaba la posibilidad de que no te enteraras y lo nuestro se salvara. Fueron medidas desesperadas, ¿no lo entiendes?
Lo miré anonadada, incrédula. Anoche había sido una ilusa al pensar que nos habíamos entendido.
—Mierda... ¿en serio esto otra vez? Pensé que ya lo habíamos superado, que habías reflexionado durante todos estos meses y resulta que no... Tú sigues sin entender que no debiste mentirme, que no hay justificación.
—Pero es que yo estoy en mi derecho a no contarte todo sobre mí. No quería joderte con todos mis problemas con ella, solo quería que lo nuestro no cambiase porque era perfecto.
—Yo nunca te exigí que me contaras absolutamente todo, entiendo que necesitases reservarte ciertos detalles, tampoco te pedí perfección, solo que no me mintieras. Ayer te dije que todos nuestros problemas siempre estuvieron a una conversación de distancia y tú asentiste como si en verdad entendieses que mentirme no había sido lo mejor y ahora resulta que no fue así, ¿o solo lo hiciste para seguirme la corriente y cogerme?
—No vuelvas a decir eso —soltó autoritario, molesto—. Ya te dije que cojo contigo porque te amo.
—¿Y qué coño hago con el amor si no puedo confiar en ti? ¿Si no puedo confiar en que vamos a hablar cuando sea necesario?
—Sí puedes.
—¿Cómo?
—Estamos hablando, estoy haciendo lo que pediste.
—Sí, pero no para justificar lo que hiciste mal. Pudiste decirme que tu exnovia te estaba buscando y que era muy insistente. Mira que frase tan corta y lo mucho que nos habría evitado si...
—Por favor —replicó sarcástico interrumpiéndome—. ¿A ti te iba a decir eso? ¿A ti? —dijo con ese tono que yo no soportaba—. No ibas a estar satisfecha con eso, ibas a preguntar y a preguntar y a preguntar. Ustedes las mujeres son así, se mueren de los celos y necesitan saberlo todo. No quise hacerte pasar por ese drama sin razón, solo quería que fueses feliz. Entiéndelo, yo no quería que lidiaras con mis problemas que son demasiado difíciles para ti, ni con las mierdas de mi pasado, solo quería que estuvieses conmigo, mientras yo arreglaba todo por mi cuenta, porque yo siempre resuelvo todo solo. Lo único que quería de ti, era que me quisieras, nada más.
Eché la cabeza hacia atrás al comprender que, en serio, él nunca había planeado decirme nada y no se arrepentía en lo absoluto. Me había dicho te amo y a mí se me había pasado por alto lo obvio, Diego no podía darse cuenta de su error, porque pensaba que no se había equivocado.
—Ya veo... Me ves como una veinteañera inexperta y tonta incapaz de entender lo que te pasaba... Pero para cogerme sí que me creíste muy madura, ¿no?
Claudia siempre había tenido razón.
—Yo no he dicho eso —gritó en tono de obstinación como si estuviese harto de mí.
—¿No? Me estás diciendo que no querías que lidiara con tus problemas demasiado difíciles para mí. ¿Quién coño eres para decidir con lo que puedo o no lidiar? Si tus otras novias fueron unas celosas, eso no tiene nada que ver conmigo. ¡No me compares con ninguna de ellas!
—No lo tomes de esa manera...
Estaba tan harta de sus respuestas a medias que exploté y solté todo lo que me había estado conteniendo.
—Me has visto llorar, sufrir por tus mentiras ¿y aún así las justificas? ¿en serio? Aquí estoy, Diego Roca, ¡aquí estoy! —Me miró desconcertado—. Ramiro me contó todo lo de Romina y lo del bebé que perdieron, mírame, aquí estoy contigo. —Alzó las cejas atónito—. También sé lo del suicidio de tu mamá y aquí estoy, ¡contigo! Lo comprendí todo aunque sin dudas es muy duro. Tu paternalismo sobra, yo podía entender perfectamente que te costara hablar de ciertos problemas, ¡solo te pedí que no me mintieras! —solté obstinada de que siempre me subestimara y de repetir la misma mierda—. Así que suelta esa historia que te inventaste de que yo no iba a poder asimilar lo que te había sucedido, porque no es cierto.
»Yo nunca te iba a juzgar por tu pasado —dije limpiándome una lágrima que me corría por la mejilla—, pero parece que el único que tiene derecho a tener uno eres tú... A tener una ex. Mientras que yo, debía permanecer sola y deprimida después de terminar contigo. Yo no tengo derecho a tener un ex algo, porque es que además, Antonio y yo ni siquiera fuimos pareja.
—No —negó con la cabeza y noté como tragaba con dificultad—. Las cosas no son así.
—¿No? ¿Y cómo son? —Le encaré—. Que te pongas así de histérico porque me acosté con otro después de que terminamos ¿de qué va? —Me miró enmudecido—. Va sobre tu sentido de posesión... Y te entiendo, yo también me puse mal cuando te vi con Romina, la diferencia es que yo era tu novia... —Me llevé un mechón de cabello detrás de la oreja, me costaba respirar pues una presión en el pecho me perturbaba—. Y mira, aunque tú y yo ya no fuésemos novios mientras él y yo salíamos, también podría entender tus celos. En serio que sí, lo que no puedo aceptar es que me trates como a una puta que aprovechó el tiempo para irse a coger con otros...
—Eso no fue lo que quise decir y lo sabes.
—¿Lo sé? ¿En serio? No, no lo sé... —Hice una mueca—. Ya no soporto tu mala actitud. Ve a terapia. Resuelve tu vida, tus traumas post divorcios, post rupturas amorosas, todo lo que tengas que superar...
—Max... —me interrumpió y yo lo encaré.
—Pudimos ser un equipo, pudiste haberte apoyado en mí, pero ya que no quieres... Resuelve todo solo como tanto quieres, porque yo no puedo más.
—¿Para qué me pides que te cuente y hable contigo si cuando lo hago lo usas en mi en contra?
—¡Yo no estoy usando nada en tu contra! Yo puedo entender que cometieras un error al mentirme, el problema es que sigues pensando que fue lo mejor y eso es lo que me molesta.
—Entonces no tengo derecho a diferir. —Lo miré en silencio sin saber a qué se refería—. Todo tiene que ser cómo tú dices o nada. Si no cumplo tus reglas estoy fuera.
—¿Mis reglas? ¿Estás seguro de eso?
—Sí —respondió serio con cierto tono de incredulidad, como si le hartase que no viese todo desde su perspectiva.
—Enumera todas mis reglas. —Me acerqué a él para encararlo, para mirarlo a los ojos—. ¿Qué te pedí que fuese tan difícil de cumplir? ¿Qué exigencias? —pregunté con la respiración agitada por la rabia.
Y creo que ahí fue que lo terminó de procesar, porque apretó los labios y bajó la vista incapaz de responder.
—Contéstame. —Permaneció en silencio—. Fue un solo requerimiento que tú llamas regla, ¿te digo como le llamo yo? —No me respondió—. Ruego. —Los ojos me escocieron una vez más por las ganas de llorar—. Yo te rogué que no me mintieras... No quiero estar con un hombre incapaz de darle a su pareja lo mínimo que le pide y que luego la haga sentir como una intransigente, como alguien que le exige demasiado.
Comencé a andar hacia el sofá para recoger mi bolso y él me interceptó.
—Máxima, no... —dijo queriendo acercarse a mí y yo alcé la mano para evitarlo—. Max, otra vez no, otra vez no, me sobrepasé, dije estupideces, perdóname.
—Sí, lo hiciste... Por desgracia las dijiste porque así las sientes.
Tomé mi bolso y caminé hacia la cocina para recoger mi teléfono. Comencé a escribirle un mensaje a Nat que por suerte estaba en línea y le supliqué que me buscase cuanto antes.
—Max... —Alcé la vista hacia él—. Yo te amo...
Y escucharlo decir eso hizo que las lágrimas volviesen. Él se me acercó y me miró apesadumbrado y yo negué con la cabeza.
—De qué me sirve que me quieras si no haces nada para que tengamos una relación sana, porque eso es lo que yo quiero, un noviazgo bonito. No quiero estar con un hombre que solo me habla de trabajo y con el que únicamente estoy bien mientras no le suceda nada que no me quiera contar...
La voz se me quebró.
—Te lo dije anoche: ¡yo quiero intimidad!... Que nos quitamos la ropa, Diego, estamos desnudos uno frente al otro, pero tú sabes todo sobre mí y yo tan poco acerca de ti que es doloroso... Y yo te quiero entero, no esta mínima fracción de ti que me has dejado ver. Yo te quiero conocer de verdad. Amar todas tus partes, incluso las que están rotas.
Le tembló el labio y le corrieron unas lágrimas por las mejillas.
—Te dije que necesitaba tiempo.
Asentí.
—Y yo estaba dispuesta a dártelo, pero... Me ha quedado claro que te sentiste mal porque te dejé, no por lo que me hiciste.
—Claro que me siento mal... —me interrumpió.
—No me ves como tú igual, no me respetas como pareja, me subestimas. Sigues creyendo que hiciste esto por mi bien y te justificas... No era así, me mentías para mantenerme lejos de ti. —Lo miré entristecida—. No confiabas en mí. —Él negó con la cabeza para darme a entender que no era así, mientras yo lloraba—. Anoche hablamos y ya sabía todo lo que te había pasado y te pedí que me dejaras entrar...
»Yo de verdad quería intentarlo, pero algo pasa contigo que no entiendo... Te escudaste en lo que pasó con la profesora Karina para gestar esta especie de racionamiento que tienes que no posee fundamento. Yo te había perdonado antes, cuando eras Leo y no me dijiste que eras mi profesor. Y luego de eso fui comprensiva. ¿Qué te hizo pensar que no lo sería de nuevo si me contabas lo que te ocurría?
—¿Tú crees que no sé qué estoy jodido? Lo sé... Pero te juro que no fue paternalismo... En serio no quería hacerte pasar por todo eso, perdóname —insistió y me tomó por el hombro y yo rechacé su tacto y di un paso atrás en medio de su cocina, para alejarme—. Yo pensé que no lo entenderías...
—Es que no me dejaste ni siquiera intentarlo y lo que hiciste fue un abuso, yo confiaba en ti a pesar de que me habías mentido antes...
»Por favor, date cuenta que yo te di una oportunidad para que estuviésemos juntos. Anoche te di otra... Ya no puedo más —le dije con un temblor en la barbilla insoportable, mientras las lágrimas corrían de nuevo por mis mejillas—. Quiero ser feliz y contigo parece que siempre sufro. Nada ha cambiado en todos estos meses. Sigues pensando exactamente igual.
—Pensé que si te lo decía te ibas a enojar.
—Y si ese hubiese sido el caso, ¿Cuál era el problema? Puedo estar enojada contigo y aun así amarte... Y aun así hablar contigo, como lo hice anoche, para llegar a un acuerdo. Todo eso era posible mientras fueses honesto conmigo, pero no lo hiciste...
Él hizo una mueca de dolor y bajó la vista.
—Lo mejor es que lo dejemos —le dije con voz temblorosa.
Tomé mi bolso, mi teléfono y salí por el otro acceso a la cocina hacia la sala, caminé hasta la puerta de su apartamento, pero cuando fui a abrirla él estrelló la mano contra esta para evitar que pudiera salir. Suspiré frustrada y él se paró detrás de mí.
—No te vayas —dijo con una voz que reflejaba llanto—. Hablemos.
—¿De qué?
Ya no tenía más discursos que darle, ya le había explicado cómo me había lastimado. Yo había cambiado mucho durante esos meses, mientras que él seguía con las mismas ideas que nos habían llevado a la ruptura. Podía quedarse con ellas, a mí no me funcionaban.
Me aferró por la cintura y me abrazó con tanta fuerza que yo comencé a llorar otra vez. Me hizo girar para encararlo y me besó con labios temblorosos entre lágrimas.
—Esto no lo puedes arreglar con besos, mi amor. Lo siento, pero esto no funciona para mí. —Me limpié las mejillas húmedas—. Por favor, ve a terapia y déjame a mí sanar mis heridas también, lo necesito, porque te juro que esta relación me ha llenado de una serie de rollos mentales que antes no tenía y con los que aún estoy intentando lidiar... No quiero sufrir más —dije mientras me quitaba sus manos de encima.
—Quédate... No me dejes, Pelirroja.
—Si no te dejo, me estaría abandonando a mí misma. Estaría enseñándote que puedes mentirme bajo la excusa de que haces lo mejor para mí y la única que puede determinar eso soy yo.
—Max, yo voy a mejorar... Te lo prometo, voy a ir a terapia.
—Sí, ve. Cuídate mucho, quiérete mucho.
—Pero no te vayas...
Yo negué con la cabeza.
—Pensé que habías entendido, durante todo este tiempo que estuvimos separados, que no debías decidir por mí, ¿quién me asegura que no vas a volver a hacerlo?
—No voy a hacerlo, te lo prometo.
—Ya has prometido antes y no has cumplido. No me siento segura contigo y estoy cansada de sufrir tanto.
Lo aparté de mí con suavidad para abrir la puerta. Finalmente, salí al pasillo y me apresuré a llamar al ascensor, antes de que él decidiese salir a buscarme. Por suerte, no tardó en llegar. Al entrar llamé a Nat que me dijo que llegaría en diez minutos, no estaba en el apartamento cuando la había llamado, pero que estaba intentando llegar cuanto antes. Yo le agradecí y le dije que le explicaría luego, no quería hablarlo por teléfono.
Y apenas terminé la llamada comencé a desmoronarme. Hacer lo correcto no siempre se sentía bien y dejar a Diego me hacía sentir miserable, pero sabía que tenía que hacerlo. Prefería llorar de nuevo porque ya no estaríamos juntos a estar en una relación con un hombre incapaz de respetar el único límite que le había colocado.
Anoche tenía ganas de luchar por nosotros, de tener toda la paciencia del mundo, porque pensaba que él se había dado cuenta de sus equivocaciones, pero no era el caso, no podía quedarme ahí para que eventualmente volviese a destrozarme el corazón. Habían pasado meses y él no se había tomado la molestia de intentar comprender el motivo por el que lo había dejado.
Tener amor propio dolía, dolía mucho. Tener que ser fuerte para sacarme a mí misma de un lugar del que no quería irme, era horrible. Yo quería seguir con él, pero sabía que daba igual lo dulce, lo amorosa, lo comprensiva que fuese, eso no iba a hacer que él cambiase su perspectiva de mí. Debía irme porque no podría mirarme a mí misma al espejo si volvía permitirle que me lastimara de nuevo.
Salí del edificio y descubrí que llovía un poco. Caminé alejándome de la entrada y me senté en la acera a llorar desahuciada. Daba igual que supiese que estaba haciendo lo mejor para mí, eso no le importaba al dolor cáustico que se acomodó de nuevo en mi interior, en el mismo lugar que había estado por meses.
Sentía como el pecho se me desgarraba y quedaba abierta, expuesta, mientras mis heridas supuraban sangre espesa, mi vitalidad, mi pulsión de vida.
Turbada por tanta desdicha me pregunté, a la vez que las lágrimas corrían por mis mejillas y la lluvia me empapaba ¿cómo se vivía después de Diego Roca? ¿Después de sus besos, de sus caricias, de la intensidad que emanaba su cuerpo, después de sentir esa clase de deseo cerebral denso, apabullante que se colaba en mi interior, así como lo anhelaba a él, muy adentro? No sabía cómo se existía después de un hombre así, capaz de mesmerizar cada fibra de mi cuerpo con un beso, capaz de encenderme y hacerme combustionar de forma explosiva con un sutil roce y una palabra sensual. No, no lo sabía, pero me propuse averiguarlo de una buena vez por todas.
Había comprendido que no podía ayudarlo, él tenía que ayudarse a sí mismo, resolver sus traumas, sanarse. Yo tendría que hacer lo mismo por mi cuenta. No podía estar con una persona que seguía sin entender que no había justificación para sus mentiras.
La espera se me hizo dolorosamente eterna. Inhalé profundo cuando vi a mi amiga salir del auto para llegar hasta mí sin importarle la lluvia. No había parado de llorar desde que había salido del edificio y aun así, me pareció que estaba llorando de nuevo como nunca lo había hecho antes.
—Todo va a estar bien —dijo mientras me rodeaba con sus brazos.
Sabía que mentía, lo sabía. Pero era el tipo de mentira que necesitaba oír, era la única mentira que podía aceptar en ese momento.
Me ayudó a ponerme de pie y a caminar hacia su auto. Justo cuando nos acercábamos a este, salió del estacionamiento la camioneta de Diego. Lo vi bajarse y trotar en mi dirección, mientras gritaba mi nombre.
—Máxima, por favor —rogó.
No tardó en llegar frente a mí, por lo que Nat se echó a un lado para dejarnos hablar.
Sus ojos grises estaban llenos de lágrimas. Le acaricié la mejilla húmeda y él puso su mano sobre la mía, mientras me sostenía la mirada.
—Lo siento... Te juro que no se va a repetir, no te vayas.
Me le acerqué y le di un beso dulce en los labios.
—Ya no más, Diego, por favor, ya no quiero más esto. Me duele mucho. Se acabó.
Él negó con la cabeza y se llevó las palmas de las manos a los párpados. Pero luego me miró y apretó la mandíbula como siempre hacía en momentos de tensión.
Yo hice una mueca con la boca y caminé hasta el auto. Antes de entrar lo miré de pie en la acera, llorando mientras lo empapaba la lluvia y que ganas tenía de ir a abrazarlo, de confortarlo, pero sabía que si lo hacía no me iría nunca, lo amaba mucho.
Tomé asiento y apenas cerré la puerta mi mejor amiga arrancó de inmediato para dejarlo atrás, entretanto yo comenzaba a llorar sonoramente de nuevo.
—Aquí estoy, Max —dijo Nat y me tomó de la mano, apretándola fuerte, mientras que con la otra conducía.
Miré por la ventana a un punto inconcreto. Lloré porque sabía que el ciclo de dolor se había reiniciado. ¿Cuántas veces le daría vueltas a esa última escena con él en mi cabeza? ¿Cuántas noches pasaría sin dormir por pensarle, anhelarle, anhelarnos en esa cama, con esos besos, con esas caricias mientras existíamos uno dentro del otro? Le volvería a llorar, no podía ser de otra forma.
Bien sabía que el amor no lo podía todo, pero qué manera tan cruel había tenido la vida de hacer que lo corroborara.
Opiniones sobre Diego.
Opiniones sobre Máxima.
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