Sesenta y uno

Le puse la mano en el pecho y sostuve el condón a la base de su miembro para levantarme de su regazo. Me eché a un lado, me dejé caer en la cama cansada por el esfuerzo físico y enterré la cara en una de sus almohadas que olían a él. Un minuto después, probablemente lo que le tomó deshacerse del condón, sentí como me besaba la espalda. Luego se acomodó a mi lado y me atrajo hacia él. Me quitó el cabello enmarañado del rostro con cuidado y tras darme una mirada dulce, me besó a la vez que me envolvía entre sus brazos.

Era la primera vez que lo hacía y en cierta forma me pareció un poco extraño, como algo que no debía permitir que ocurriera, así que no tardé en ponerme de pie con el pretexto de ir al baño.

Rato después, mientras me ponía la ropa interior, Antonio me ofreció a que me quedara a pasar la noche en su casa, pero yo decliné la oferta con la excusa de que tenía pendientes de la universidad. Quería que el sexo entre nosotros permaneciera siendo algo rápido y sin involucrarnos mucho, aunque ese día nos hubiésemos contando tanto el uno del otro.

Él había sido demasiado encantador y tenía claro que aquello no era algo que sucediera especialmente conmigo. Me daba la impresión de que su personalidad era así, densa y sus maneras tendían a la profusión, al hedonismo puro y duro. Le gustaba amar, acariciar y ser sexualmente dominante. Le excitaba el gozo del amante, pero estaba decida a no entrar en ese juego de enamoramientos pasivos y tácitos, como los que tenía seguramente con sus otros tesoros.

Cuando entré al apartamento, tal como me había imaginado, mi hermano no estaba. Cons solía llegar, saludar y luego largarse con Claudia. No había que ser demasiado intuitivo para entender que se iban a pasar la noche a un hotel. Caminé por el pasillo hacia la habitación de Natalia que tenía la puerta cerrada. Me acerqué y en vista que no se escuchaba ningún ruido comprometedor, toqué con los nudillos.

—Pasa, maldita traidora asquerosa.

—Hey... —dije ante la sorpresa de sus palabras—. Yo también te quiero.

Nat estaba arropada hasta el cuello.

—Esto no te lo voy a perdonar nunca, abandonarme así. —Me reí y me senté junto a ella en la cama—. No te rías —dijo mientras se incorporaba—. Mira lo que me hizo el muy depravado.

—¡Santa mermelada! —Aquello era un hematoma en el cuello en toda norma. Un chupón en condiciones—. Bueno, tendrás que usar corrector y base para taparlo, hermana.

—Aggghs —siseó molesta, cuestión que me hizo reír—. No. —Me lanzó un almohadazo—. Te rías. —Otro almohadazo que evité con los brazos—. Todo es. —Almohadazo—. Tu culpa.

Me levanté para esquivarla, muerta de risa.

—A mí no me vas a echar la culpa de que el hermano de Claudia te comiera todo el cuello, perdóname, pero pudiste haberle dicho que se largara. Te gusta el muchachito, no obstante, si te hace sentir mejor echarme la culpa. ¡Adelante!

Se dejó caer contra la almohada y me mordí la lengua para no decir lo obvio. La chica de la cama, no se parecía en nada a mi altanera mejor amiga que no se dejaba joder por situaciones con hombres de esa manera.

—¿Te lo cogiste?

—No, no. No llegamos a tanto.

«¿A tanto?», pensé algo horrorizada. La mujer con temple de hierro ¿había caído tan rápido?

—Cuéntamelo todo, no escatimes en los detalles.

—Ok, ok, ok... ¡Lo tiene grandísimo! —Abrí los ojos impresionada de que ese fuese el primer dato que Natalia revelara—. Más grande que Gabo —Asintió como si ella misma no se lo creyera.

—Ok...

—Se lo chupé... ¡Se lo chupé al hermanito de Claudia!

—Bueno ella se lo chupa al mío —dije con cierto humor, para disminuir la expresión de estupefacción que de seguro tenía.

Natalia ignoró mi comentario y se levantó de la cama y empezó a caminar por la habitación, cuestión que solo podía significar algo: revolución mental.

—¡Y me lo tragué!

—¡¡¡¿Qué?!!!

—¡¡¡Me lo tragué!!! —dijo alzando las manos dramáticamente. Abrí la boca anonadada—. Es que estaba tan cachonda, Máxima, en serio... Casi mando todo al carajo y me lo cojo, pero recapacité e hice que se largara.

—No pues... ¿No te parece que debiste hacer eso un poco antes?

—¡No me regañes! —exclamó llevándose la mano a los rizos en ese gesto nervioso tan propio de ella.

—No lo estoy haciendo...

—Le hice jurar que no podía decirle ni una palabra a Claudia, me muero de la vergüenza con ella. ¡Chupársela a su hermanito! ¿Yo en qué estaba pensando?

Claramente, no lo había hecho, pero me pareció innecesario ese tipo de aseveraciones cuando mi amiga se notaba tan mortificada.

—Bap... No tienes que decirle nada. Ella no me dijo nada cuando se quiso coger a mi hermano —dije solo con el propósito de aliviarla.

—¡Máximo tiene casi veintiséis años! ¡Es un hombre adulto! No es lo mismo.

—Bueno, bueno, pero ella también es menor que él.

—¡No es lo mismo! —dijo en tono afectado—. Los dos están en etapas semejantes ¿O es que se te olvida que ella tiene veintitrés? Recuerda que Clau se fue a vivir a Europa dos años con la familia de su padre y no empezó la universidad si no mucho tiempo después. En cambio Chris ¡es adolescente!

Cierto, Nat y yo habíamos estudiado durante un año inglés antes de comenzar la universidad, mientras que Clau se iba de fiesta.

—Bap... Deja de exagerar. Los dos son mayores de edad... Tú acabas de cumplir veintiuno, no eres un señor de treinta y cinco años al que le gusta aprovecharse de muchachitos con la excusa de que ya cumplieron los dieciocho y es legal. Bájale al drama. Además, no se tiene que repetir... —Hice una pausa y la miré—. Después de todo, resultó que eres medio asaltacunas, ya, eso es todo...

Me reí. No había podido evitar soltarle esa frase sórdida, solo por joderla. Natalia se me echó encima y yo grité al temer por mi vida.

*****

Christopher no hacía más que escribirle a Nat, para decirle cosas subidas de tono que ella me mostraba en la pantalla de su teléfono por completo mortificada, mientras hacíamos un atípico brunch de domingo fuera de casa.

Nat me había llevado a un local con vistas al lago, porque si seguía en su habitación recordando el día anterior, moriría. Se negaba a responderle ni un solo mensaje al niñito, como ella misma le decía, para no crearle falsas expectativas. Y yo decidí que, por mi bienestar físico, lo óptimo era morderme la lengua para no soltar un comentario mordaz en plan: «se la chupaste, ¿pero piensas que lo mejor es no responderle los mensajes para que no se ilusione? Amiga, ya estás bien jodida».

Horas después, buscaba información para hacer un post sobre el uso de protector solar y su funcionamiento. Me había inspirado en Antonio al que siempre le recordaba colocárselo. Estaba de lo más enfrascada en eso, cuando me interrumpió la imagen de un ¿pene grandísimo? en la pantalla de un teléfono.

Nat había difuminado esa parte de la foto, para que no pudiera verla por completo, pero igual se entendía.

—¡No me jodas! —solté impresionada—. ¡Qué bien alimentado está el muchachito!

—Ahora me ha enviado eso el muy depravado.

—Nat, pero... Tendrás que embadurnarte en lubricante... Digo, no sé...

Mi amiga me miró de mala manera.

—¡Que no me voy a acostar con él!

—Bap... ¿Le explicaste que las fotos de penes solo son bien recibidas cuando han sido solicitadas previamente? Espera, dijiste que no le ibas a responder los mensajes...

—Solo le escribí para explicarle que lo que había sucedido no iba a repetirse y me envió eso y me dijo que no dejaba de pensar en mí... Mejor te ahorro el resto.

—No, no, yo quiero saber.

Así que le hice lo mismo que ella siempre me hacía a mí, Nat tenía la mala costumbre de arrancarme el teléfono y leer mis mensajes. Comencé leer en voz alta todo lo que le había dicho el muchachito, solo por joderla. No era ningún poeta, pero escribía frases bastante interesantes que mi amiga no soportaba que salieran de mi boca. Aun así, aguanté sus almohadazos y que me arrancara el teléfono con violencia. Ya había saciado mi curiosidad. Se largó hacia su habitación mientras me recitaba una lista de insultos.

Por la noche, apareció mi hermano de tan buen humor que resultaba envidiable. Infló un colchón en mitad de la sala y se acostó a dormir muy juicioso, porque tenía una entrevista a la mañana siguiente. Le deseé suerte, pues era a primera hora y yo por supuestísimo estaría noqueada por el sueño.

*****

Ramiro apareció el jueves, tras pasar unos días en la capital, tal como me había contado que haría el fin de semana que habíamos coincidido en el club nocturno, Bianco. Una llamada y un saludo coqueto en donde me decía Enfermera, aderezaban la propuesta/invitación para que lo acompañara a la fiesta de cumpleaños de su mejor amiga del colegio.

Me explicó que ella era parte del trío de amigos inseparables que conformaba con Julián, ese chico del que el modelito ya no quería ni escuchar hablar. No me apetecía para nada ir a una fiesta llena de desconocidos y en la que además, probablemente, tendría que lidiar con la presencia de la chica esa que nos había gritado fuera del club nocturno. No obstante, Ramiro me envió tantas fotos de él con carita de niño desahuciado que no me quedó más remedio que acompañarlo.

Además, me contó que el cabrón de su ex mejor amigo había estado hablando de mí. Le había hecho creer a sus amigos que yo había sido muy grosera con él, por lo que era un buen momento para limpiar mi nombre. Ramiro me dijo, entre risas, que debía demostrar que en realidad yo era mucho más odiosa de como él de seguro me había pintado. Me reí de su broma y terminé por aceptar, pues me daba la impresión de que necesitaba una especie de apoyo moral para afrontar la reunión, pero no se animaba a pedirlo como tal.

Por la tarde, al salir de clases, me fui a arreglar a casa y le escribí para preguntarle sobre el código de vestimenta.

«Con lo que sea estarás preciosa, no necesitas atuendos especiales para seducirme».

El mensaje, además de tener la frase super gastada por los hombres de todos los tiempos, estaba aderezado de emoticones con expresiones coquetas que me hicieron reír de nuevo. Le fascinaba el flirteo.

Un vestido sencillo, un labial rojo y una hora después, estaba lista. Nos vimos como acordamos en la puerta del edificio. Atípicamente su look desaliñado lucía más prolijo. Llevaba jeans ajustados que mostraban unas pantorrillas torneadas, acompañados de una camiseta con una chaqueta bonita. Un moño bien hecho en el cabello y el detalle de un anillo con un collar largo. Todo coronado por su carita de niño bueno, más los cien kilos de coqueteo que lo acompañaban siempre.

—¡Enfermera, te veo y se me alegra el día, eres mi medicina! —soltó apenas me vio cruzar el umbral.

No me contuve, rodé los ojos entre risas al escuchar algo tan cliché y él no pareció tomárselo a mal. Al contrario, caminó hacia mí riendo con los brazos extendidos, no había manera de zafarme del abrazo que quería darme. Me envolvió entre sus brazos amigablemente, olía a jabón, a hombre limpio. Me soltó un beso dulcísimo en la mejilla antes de dejarme ir.

El trayecto a la fiesta fue más o menos ameno. Me dije que lo mejor que podría hacer era intentar nutrirme de la estridente energía imparable que emanaba de su cuerpo. Se le notaba feliz, risueño. Hablaba desenvuelto, comentaba sobre campañas, trabajos y de cómo debía volver pronto a la capital por una oportunidad laboral.

Supuse que había dado por hecho que su conversación se me hacía interesantísima, porque se dedicó a contarme un montón de detalles que no terminé de procesar del tono, pues todo era bastante vago e impreciso, la típica charla intrascendente que revelaba su estado de ansiedad latente. Preferí dedicarme a mirarlo con el sentido de la audición en segundo plano.

Recordé a Antonio que decía que se hablaba con las manos. Aquella no era una afirmación desconocida para mí, mi mejor amiga continuamente comentaba sobre la necesidad de observar bien de cerca, pues los cuerpos con su lenguaje particular se delataban. Ramiro estaba nervioso y aquello me pareció en cierta forma, adorable.

Nuestro destino se encontraba lejos de donde vivía. Era una urbanización con muchos años encima, se le notaba por el ancho de las calles, hechas para que los niños jugaran y los padres se sentaran bajo los árboles altos que daban sombra y que de seguro en las mañanas le brindaban un aspecto de bosque gentil a los alrededores, mientras que de noche, tomaban cierto matiz tenebroso.

Dejé que él me guiara, estaba en una misión de reconocimiento, no sabía a qué me enfrentaba. Me conformé con permanecer al lado de aquel cuerpo macizo que sostenía una hermosa caja de regalo a la espera de que nos abrieran la puerta, por la cual se colaba la música.

—¡Clariberta! —le soltó el modelito a la chica que lo recibía y no tardó en envolverla en un abrazo apretadísimo—. ¡Feliz cumpleaños! —A la linda declaración le siguió un montón de palabras de afecto y miradas de cariño que me relegaron a un papel de espectadora—. Ella es Máxima. —Me extendió la mano para que me acercara a ellos—. Máxima, ella es Clariberta.

—Idiota, me llamo María Clara —corrigió la chica—. Entonces tú eres la pelirroja que insultó a Julián y a la Andrea afuera de Bianco —soltó con cierto reproche.

—Sí, la misma —contesté impávida.

—Aaaah, dame esos cinco. —Levantó la palma de la mano y yo la junté con la suya sonoramente—. ¡La detesto! Desde que era novia de este zopenco y ahora qué... Pos, todo lo que sucedió con Julián, pues el doble, así que fascinada con tu actuación muajajaja. —Se rio imitando un tono de voz malvado que hizo que me cayera bien automáticamente—. Pero pasen, pasen.

—¿Entonces ella no vendrá a la fiesta? —pregunté para confirmar.

—Obvio que no —respondió la chica con tranquilidad.

Ramiro me tomó de la mano para conducirme al interior de la vivienda que tenía todas las luces encendidas. El ambiente de la estancia era muy sobrio, elegante. De seguro era la casa de sus padres, pero eso no pareció importarle a nadie de los presentes que se diseminaban entre los sofás, las sillas del comedor y en la cocina con total confianza.

Capté la mirada de odio de Julián desde la esquina y lo ignoré sin darme por aludida. Ramiro pasó al patio en donde estaban los padres de la chica reunidos con otros familiares para saludar. Al regresar adentro, la cumpleañera nos entregó dos cervezas y mencionó los cuencos llenos de aperitivos.

—¿Clariberta y la dieta para cuándo? —preguntó Ramiro mientras tomaba un pedazo de pizza.

—¡Ay, no seas cretino! —exclamé de inmediato, molesta de que se sintiese con el derecho de criticarla. La chica era bajita y era bastante curvilínea.

—Eso, dame esos cinco de nuevo —dijo María Clara y alzó la palma de la mano que yo golpeé con la mía de inmediato.

—No, no, su papá es diabético, sabe que se tiene que cuidar y portar bien —se explicó, Ramiro—. Me tiene que durar por muchos años, es más, se tiene que morir después que yo.

—Estoy bien. No tengo problemas de azúcar.

—Aun —dijo él en tono de regaño—. Comes muchos dulces.

—Entonces ven y cocíname todos los días y llévame al gimnasio y me lo pienso. Además, es mi cumpleaños, estoy celebrando. —La chica nos tomó de los brazos y nos condujo a la sala—. Aja, ya llegó Ramiro, ya podemos empezar. Ella es Máxima, su novia.

¿Novia? Supuse que eso era lo que se había interpretado por mis palabras aquella noche afuera de Bianco, pero ella era su mejor amiga, ¿el engaño también era para ella? Aunque supuse que tal vez lo había dicho por Julián.

Varios de los presentes se negaron a empezar lo que fuese que ella deseaba, no obstante, la chica los ignoró a todos, mientras repartía hojas de papel y lápices.

—Es mi cumpleaños, me tienen que complacer, además, será como en los viejos tiempos en el colegio.

Me entregó una hoja y al mirar el enunciado fotocopiado para todas entendí de qué iba la situación. La cumpleañera quería que jugáramos stop. El juego de palabras que consistía en escribir un nombre, un apellido, una ciudad, un animal, un color, entre otros, que iniciaran por una letra al azar. Quien lograra llenar todas las casillas de la lista más rápido, gritaba stopy los demás debían parar de escribir. Se sumaban los puntos para saber quién era el ganador por rondas y finalmente cuando se terminaba el juego.

—Ahgs, María Clara —se quejó un chico—. Estás demasiado vieja para esto. Bebamos y conversemos no más...

—Además, siempre, siempre, siempre, gana Julián —agregó una chica.

—Bueno, pero yo quiero hacer el intento de ganarle algún día —aclaró la cumpleañera.

—¿Eres buena en esto? —susurró Ramiro a mi oído, rozándome el lóbulo con los labios, en un gesto supuestamente inocente. Asentí—. ¿Podrías hacerme el favor de ganarle a Julián? —Asentí de nuevo.

—¿Tú no vas a jugar?

—Soy pésimo.

—¿Entonces soy tu novia?

Me sonrió y se encogió de hombros.

Tomamos asiento en uno de los sofás, María Clara nos había prestado libros o revistas para apoyar la hoja. Alcé la vista y noté que Julián me miraba de reojo.

—Está molesto porque dejé que tú vinieras después de que te metieras con él —susurró María Clara a mi oído, mientras revolvía un tazón en donde estaban las letras escritas en trocitos de papel.

—El próximo año, le celebramos el cumpleaños en un bar en donde no pueda someternos a esto —dijo Ramiro a mi lado y el resto de los presentes lo secundaron.

—Ay, cállense. La primera letra es —dijo arrastrando la letra e—. ¡Q!

Me dediqué a contestar todo con la mayor rapidez posible, solo para tener la satisfacción de gritar stop antes que Julián y lo logré.

—¡Mentira! ¿Puso animal? —preguntó el aludido, sin dirigirse a mí, sino a María Clara. El chico parecía de muy mal humor.

—Pues sí —dijo ella tras mirar mi hoja.

Comenzamos a leer las respuestas en voz alta cada uno, la gran mayoría si acaso había conseguido rellenar la mitad de las casillas. Pero al final el puntaje más alto lo tuve yo, gracias a que sabía que había un ave llamada quetzal. Ramiro se rio a mi lado sin disimular, pues su examigo tenía una cara que no se la aguantaba nadie.

Durante todo el juego nos batimos a duelo. Si no ganaba yo, lo hacía él, nos seguía de cerca María Clara que hacía el esfuerzo por alcanzarnos. Por algunos puntos de diferencia me las arreglé para ser yo la vencedora absoluta. A Julián aquello no le cayó bien, pues soltó la hoja y el lápiz en la mesa de café de mala gana, sobre todo, porque sus amigos comenzaron a fastidiarlo.

—Se te acabó el reinado —dijo una chica.

Al final, la mayoría de los presentes parecían aliviados de que aquel juego terminase y volvieron a conversar, a beber o a comer. La noche avanzó mientras yo charlaba con la mejor amiga de Ramiro que en definitiva era tremendamente ocurrente y divertida. Quería jugar a las charadas, pero sus amigos se negaron, así que se resignó solo a hacerlo conmigo y con el modelito, entretanto hacía equipo con nada menos que Julián.

A mí todo aquello me parecía muy particular. La culpa se lo debía comer de una manera demasiado profunda, pues no le encontraba otra razón para someterse a compartir con dos personas que se mostraban abiertamente hostiles con él.

Los padres de María Clara interrumpieron todo, debían cortar el pastel de cumpleaños, pues al día siguiente tenían que trabajar temprano, por lo que querían irse a la cama. Tras hacerlo, la mayoría de sus amigos se despidieron bajo la misma premisa. Nos quedamos unos pocos con la música a un volumen mucho más moderado, pero extrañamente sin comer pastel. La cumpleañera había decidido que lo haríamos más tarde. Pronto Ramiro se antojó de fumar, así que salimos al patio.

—¿Me trajiste mi regalo?

Ramiro se metió la mano en el bolsillo, sacó la cajetilla de cigarrillos y se llevó un porrito a la boca para encenderlo.

—Julián siempre dice que somos muy arcaicos porque preferimos los porros a una pipa —comentó María Clara.

—Aquí tienes —Ramiro exhaló una bocanada de humo y se lo entregó.

—Mmm, cítrica —comentó ella tras inhalar con fuerza y me pasó el porro.

—Nunca la he probado —admití y le di el porro a Ramiro.

—¿En serio? ¿Y qué estás esperando? —continuó ella.

—No sé, mi papá me dio la charla de las drogas con mucho ahinco cuando era adolescente.

—¡Ay, pero eso es para la cocaína, para la heroína o las píldoras, esto es hierba! Si a eso vamos, la marihuana es menos adictiva que el alcohol o la nicotina que son de venta libre.

—¡No sé, me da miedo! —admití.

—¡Ñoño alert! ¿Qué piensas? ¿Qué vas a alucinar o qué? —María Clara soltó una risita y se llevó el porro a la boca que Ramiro le había entregado para darle otra calada.

—Déjala, si no quiere, no quiere... —intervino Ramiro.

—¿Y qué se siente entonces?

—Es como estar borracho, pero sin estarlo, es mucho mejor —explicó ella.

—Flotas —agregó Ramiro y le dio otra calada.

—Ok —Le quité el porro, para ver qué tal era el asunto. Inhalé, pero poquito. No sentí mayor diferencia—. No siento nada.

—Tienes que esperar un rato... O inhalar más. La primera vez que fumé inhalé mucho, era una maría bastante fuerte y fue como si me hubiesen dado una patada. Fue legendario —dijo ella con una sonrisa.

Le di un par de caladas más, hasta que entre los tres nos terminamos el porro y yo comencé a sentir eso que ellos habían afirmado. La verdad era que por alguna razón siempre había pensado que la marihuana tendría efectos alucinatorios y no era el caso.

María Clara anunció que era tiempo de ejecutar su plan y comenzó a caminar lejos de nosotros, justo cuando Julián, Irina y Javiera, las socias de la cumpleañera, que aún seguían en la casa, salían a fumar también. María Clara volvió poco después con una escalera, una cuerda y un cubo viejo de pintura.

—Ok, este es el plan, van a sostener la escalera, mientras le robo los perritos al vecino.

—¿Qué? —dijo Julián con tono de confusión a pocos metros.

—Tú no te metas, a menos que sea para ayudar —le advirtió la cumpleañera con severidad—. Ven, Máxima, tienes cara de cómplice, sostenme la escalera.

Comenzó a subir los peldaños muy decidida, Ramiro se estaba riendo y no parecía querer disuadirla, así que fui a hacer lo que me había pedido, pero mi mano chocó con la de Julián sobre el metal. La quitamos de inmediato como si nos quemara y luego volvimos a sujetar la escalera por extremos distintos. María Clara escaló los peldaños hasta apoyarse en lo alto de la pared que separaba los patios de ambas casas. Por fortuna, no era demasiado alta.

—Ah, tráiganme algo de comer para los perritos. Anda Ramiro, apúrate.

Escuché a María Clara susurrarle a los animalitos por un buen rato. Ramiro llegó con unos pedazos de jamón que ella colocó en el cubo que arrojó hacia la casa del vecino con mucho cuidado... Hablaba y hablaba hasta que entendí que debía estar conversando con una perra, porque le decía:

—Beba, solo voy a jugar con tus hijitos, en un rato te los devuelvo.

El animal apenas soltó un breve ladrido, por lo que supuse que debía conocer a la perra de su vecino y esta no le temía. Tras muchos intentos, había dado por hecho que no iba a lograrlo nunca, María Clara chilló emocionada.

—¡He triunfado!

El efecto de la marihuana ya me había golpeado por completo, era cierto, me sentía liviana, me parecía que era como estar bajo el agua de una piscina. Todo se difuminaba. Por eso me sorprendió tanto cuando me puso en brazos un cachorro de Golden retriever que comenzó a moverse inquieto. Me tomó un par de segundos asimilar lo que sucedía. Lo acaricié y me pareció que nunca en la vida había tocado algo tan, pero tan suave. Julián sostuvo la escalera, mientras María Clara iba por otro.

—Awww, eres demasiado hermoso —le dije a la vez que lo abrazaba.

Las otras chicas se acercaron a mí para acariciar al perrito, encantadas de lo lindo que era y Ramiro tomó mi lugar para sostener la escalera. Unos minutos después, María Clara sacó otro y nos sentamos todos en el césped para jugar con los perritos, excepto Julián que fumaba solo en una esquina.

No podía parar de reír y luego de un rato me pareció que no la había pasado tan bien en años. Los cachorros eran muy juguetones y mansos, debían tener unos cuatro meses. Le acaricié la barriguita calentita a una perrita que era de lo más tierna.

Tras un buen rato de juegos y mimos la cachorrita se durmió en mi regazo y el otro lo hizo junto a Javiera así que decidimos devolverlos con su madre, que según María Clara, había tenido unos seis cachorros, tras vivir un tórrido romance con el perro mestizo de otro vecino en una escapada que había tenido.

Ramiro me ayudó a ponerme en pie con la cachorrita aún en brazos.

—¿En serio no la vas a acariciar? —le dije a Julián que permanecía amargado en una esquina.

Tras mirarme de mala manera, arrugó la colilla del cigarro en un cenicero de una mesa de jardín y estiró la mano para acariciarla. Segundos después, sentí la mano de Ramiro en mi espalda, eso hizo que Julián desviara la mirada desde el cachorro hasta él, pero el modelito lo ignoró y pude ver como Julián apretaba la mandíbula.

—Dame la cachorrita —dijo Ramiro, pues María a Clara esperaba en lo alto de la escalera mientras sus amigas la sostenían.

Durante mi estadía en la cocina, me lavé las manos y aproveché de preguntarle a María Clara, disimuladamente, cómo había logrado que esos dos no se mataran a golpes.

—Les dije que sí lo hacían, le iba a meter una patada en las bolas a cada uno.

Nos reímos al unísono y caminamos juntas hacia la sala para comer pastel.

—¡Dios! —exclamé extasiada—. ¿De qué pastelería es? ¡Está increíble!

Ramiro se rio.

—Lo hizo mi madre —contestó María Clara—, pero es la marihuana, hace que todo sepa mil veces mejor.

Lamí la cuchara llena de pastel de chocolate relleno de dulce de leche con absoluto deleite. Tenía sentido, era un sabor con el que siempre conectaba, me recordaba al placer sexual. Me pareció que aquel era el mejor pastel que me había llevado a la boca en toda mi vida. Demasiado perfecto y delicioso. Glorioso. Era el cielo en la tierra. Me pasé la lengua por el paladar saboreando despacio. Era absolutamente decadente, satisfactorio y me sentí pletórica como no lo hacía en mucho tiempo. Descubrí que la marihuana tenía el poder para transustanciar los pasteles en orgasmos.

De alguna manera, el tiempo pasó sin que me percatara. Me reí tanto de las ocurrencias de María Clara que cuando Ramiro me dijo que era tiempo de irnos, lloriqueé como una niña a la que se le impone algo que detesta.

—Si quieres luego salimos con Clariberta —comentó conciliador a mi oído—. Van a ser las cinco de la mañana. Si seguimos aquí, nos encontraremos con sus padres en una hora y media para el desayuno.

—¿Son las cinco de la mañana? ¿En serio? —Ramiro asintió.

Si bien el efecto de la marihuana me había abandonado el cuerpo desde hacía rato, esta me había relajado muchísimo. Me despedí de María Clara con un abrazo emotivo, de esos que se les dan a las amistades más queridas, aunque solo teníamos algunas horas conociéndonos.

Julián salió detrás de nosotros, tomó su moto por los manubrios y comenzó a arrastrarla por el pavimento.

—¿Por qué hace eso? —pregunté cuando entraba al auto.

—Es muy ruidosa, no quiere despertar a los padres de Clariberta.

Segundos después, escuché la motocicleta encenderse, Julián avanzó por la carretera y nos dejó atrás con rapidez. El tipo era sexy a más no poder, el típico estereotipo de chico malo, con tatuajes, chaqueta de cuero, ojos intensos y cuerpo de infarto.

Nos encaminamos hacia mi casa con los vidrios abajo. La brisa me rozaba los oídos con un carismático silbido, estaba fría, pero no me molestaba, era agradable sentirla sobre la piel. Una vieja canción en español sonaba, la letra se me hacía poco importante, así que solo movía la cabeza a su ritmo.

Noté como la mano de Ramiro buscaba la mía y miré cómo sus dedos se arrastraban sobre mi piel para entrelazarse con los míos. La escena me pareció extracorpórea. Como si no fuese yo la receptora de aquel toque en apariencia fortuito que obviamente no lo era. Su mano era tibia, poseía un tacto agradable, pero no encontré intensidad en el roce de su piel con la mía. No había urgencia, no me despertaba las ganas.

Estacionó frente a mi casa y se acercó a mí que permanecía en mi asiento en la misma posición. En vista que su mano seguía entrelazada con la mía, se sirvió de esta para tirar de mi brazo y redirigir mi postura hacia él. Comenzó a hablar con un ansia latente, pero no tan expresiva como la de camino a la fiesta. Se le notaba más relajado, más en su elemento.

Me preguntó si la había pasado bien y yo asentí con una ligera sonrisa, pues en los últimos minutos de trayecto el cansancio se había condensado en mi cuerpo para hacerme sentir agotada. Solo anhelaba mi cama con desesperación, por lo que el discurso que él intentaba darme comenzó a generarme sopor. Estaba agradecido por mi compañía en la noche. Me recalcaba lo bien que la había pasado y...

Me miró con cierto aire seductor del que no estuve segura hasta que noté cómo se acercaba a mí. Sí, me miraba como pidiéndome permiso para terminar de acortar las distancias entre nosotros. Permanecí pasmada, incapaz de salir del extraño letargo en el que me había sumergido. Él pareció entender que si quería besarme debería hacer todo el trabajo y lo hizo.

Ramiro me besó y descubrí que su boca estaba compuesta de una maleable carnosidad que se amoldó a la mía con delicadeza. Suave, su beso se proyectó tierno y dulce. Sus labios eran algodón de azúcar y provocaron en mí una sensación agradable que se parecía al placer. Deleite difuminado.

Me separé de su boca despacio, pues tuve la percepción de que no debía hacer movimientos bruscos. Lo miré a los ojos, estos resplandecían bajo el brillo de la complicidad. Mis labios se estiraron en una sonrisa y él me imitó. Era como si de esa manera aprobáramos nuestro comportamiento mutuo. Como si hubiésemos hecho lo que se suponía que teníamos que hacer.

Se despidió y yo aproveché para salir de su auto para resguardarme en mi edificio. Me miré en el espejo del ascensor con cierto titubeo y me costó reconocer mi reflejo. Me resultaba un poco difícil procesar que lo había dejado besarme.

Al llegar a mi piso, entré al apartamento que estaba en penumbra, muy silencioso. Saqué mi teléfono para mirar la hora con exactitud. Tenía un mensaje no leído de Antonio, que dejé para leer más tarde. Caminé hasta el balcón y me senté a esperar que saliera el sol. Tal vez a la luz del día, podría despejar la nebulosa de ideas poco congruentes que giraban en mi mente.



¿Qué opinan de Ramiro? Como diría Pollo, a Máxima se le juntó el ganado XD 

Opiniones sobre Nat y Chris 

#ComentenCoño


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