Seis, segunda parte
Estaba acostumbrada a no hablar con Leo durante el fin de semana, no obstante, entender que esa realidad no cambiaría el lunes, ni el martes, ni el miércoles, me dejó desolada. Confirmarlo fue peor. El lunes en la noche estaba bastante deprimida, pero aún guardaba la esperanza de que me escribiera, también podría hacerlo yo, solo que no sabría qué decir. ¿Cómo podía empezar una conversación después de lo ocurrido?
El martes me senté en el césped cerca de la cancha de tenis y llamé a Mu que vino corriendo y se echó en el hueco de mis piernas. Lo acaricié mucho rato, mientras lo escuchaba ronronear una y otra vez. Si existía la reencarnación, quería ser un gato en mi próxima vida. La gata de alguna celebridad, como Taylor Swift, para poder viajar por el mundo, disfrutar de comida de primera y que me acariciaran todos sus novios y de pasadita, ver como cogían... Mi mayor virtud sería ser gorda y peluda. Sería feliz igual que Mu y no tendría que sufrir por chorradas humanas como el amor no correspondido.
Pasé a un baño cercano, me sacudí el pelo de gato de los jeans y me lavé las manos y los brazos. Me compré un café. Malo para mi economía, pero bueno para mi corazón que necesitaba mucha felicidad. Luego me encaminé a mi salón de clases. Apuré el paso para no llegar tarde y en el camino me encontré con Juan que también subía las escaleras. Nos saludamos y en tono mitad en broma, mitad en serio, le pregunté por su secuaz, el señorito Miguel.
—Creo que ya está arriba —respondió entre risas.
—¿No se supone que los minions siempre están con su villano?
Juan se rio espontáneo de nuevo, se veía guapísimo cuando lo hacía. Al entrar al salón saludamos al mencionado y Juan tomó la mesa que estaba justo enfrente al profesor Roca al cual saludó afable. Por suerte, habíamos llegado dos minutos antes de la hora. Yo no lo saludé, pero sí le sonreí, acto que él secundó muy brevemente. Tenía dientes bonitos.
—Oye, Max, —dijo Juan llamando mi atención—. El viernes de la próxima semana planeo dar una pequeña fiesta en mi casa. Piscina, pizza, cerveza... ¿Quieres ir?
—¿Puedo llevar a una amiga?
—Todas las que desees —contestó con una gran sonrisa que me hizo reír.
Faltaba más de una semana, así que podía decirle con antelación a Nat que me acompañase.
—Ok, envíame la dirección al WhatsApp. Hablaré con mi mejor amiga y te confirmo.
Me senté un par de puestos más atrás y para mi mala suerte o mala memoria, en realidad, el profesor Roca preguntó si habíamos hecho la investigación que nos había pedido. Me llevé las manos a la cara y exclamé para mis adentros: «¡Mierda!».
La clase anterior no había anotado nada, porque estaba segura de que no volvería a pisar ese salón y luego con todo lo ocurrido con Leo, simplemente olvidé escribirle a Juan para preguntarle sobre la investigación. Para completar, cuando levanté la cara, el profesor Roca me estaba mirando e hizo una mueca indescifrable.
—Los que no investigaron no tendrán ningún punto extra. Aunque les aconsejo a todos tomar apuntes de la información.
Saqué mi libreta, el profesor comenzó a disertar con los alumnos sobre los tipos de centrales de generación hidroeléctrica según altura de salto, potencia y aprovechamiento. Tomé notas de todo y lentamente me uní al debate, pero no demasiado, sí me pedía que leyera un concepto en concreto no podría, no tenía ni idea.
—Señor Rodríguez, eso lo investigó en casa como le pedí o lo está buscando en Google en este momento —le dijo el profesor a un alumno y yo apreté los labios.
Al menos el chico había traído su tableta, yo había olvidado la mía. No sabía en donde tenía la cabeza últimamente. Bueno, eso no era cierto, mi mente se encontraba repleta de él, de Leo y de su ausencia exacerbada y reiterada que me estaba volviendo loca. Me dije lo obvio, no podía perder los papeles así, debía enfocarme en lo importante: mi futuro, mis estudios, mi vida, pues Leo tenía la suya y no había espacio para mí en esta.
El profesor pasó a su escritorio, bajó la pantalla del proyector sobre el pizarrón y comenzó a explicarnos un par de diapositivas para reforzar la información investigada. Por un momento me sentí aliviada al pensar que todo había terminado, pero no, luego volvió a preguntar sobre el siguiente punto. Intentaba adelantarme y buscar información en mi celular, sin embargo, no podía darme el lujo de hacerlo de forma eficiente, porque no quería que me pillase.
Conforme la clase transcurría yo seguía en tensión. El profesor me miró varias veces y de los nervios me estaba acabando el labio inferior a mordidas. Por un momento rogué para que me interrogase de una buena vez por todas, para admitir que no había investigado nada, pero no lo hizo. No me preguntó ni una sola vez y aquello sí que no me lo esperaba. El profesor Roca de antes no habría perdido oportunidad de torturarme o al menos, ser condescendiente y mirarme con reproche.
La clase terminó y yo aún no me lo creía.
—¿Quieres venir a comer con nosotros? —me invitó Juan que se había parado frente a mi mesa.
—Mmm, para la próxima, ahorita no puedo.
—Dale.
Se agachó y me dio un beso de despedida en la mejilla más cariñoso de lo que esperaba. Le sonreí, probablemente, sonrojada y le miré alejarse.
Aguardé a que todos salieran, quería hablar con el profesor. Justo cuando me preparaba para eso, alguien abrió la puerta del salón y asomó la cabeza en el umbral. Me detuve a un par de metros del escritorio y miré quien era: la rubia del viernes pasado.
—Qué bueno que lo encuentro, profesor. —Avanzó hacia él con un café en la mano y el tomo de lo que supuse era su tesis de grado—. Quería pedirle que revisara las modificaciones que le he hecho al instrumento, por favor. Le traje un café —agregó con una sonrisa.
Aguardé de pie a que la chica terminara. Esta me miró de reojo, de mala gana, sin motivo alguno y me quedó claro que la Polly Pocket era mal encarada. Entonces, la analicé. Iba demasiado arreglada, cabello secado, bien maquillada y llevaba tanto perfume, que yo podía percibir su aroma, lo que implicaba que el profesor Roca debía estar intoxicado.
Abrió el tomo y comenzó a señalarle los cambios que había hecho a la vez que le tocaba el brazo de forma deliberada. La chica le estaba coqueteando con total descaro y yo era un obstáculo que le entorpecía la maniobra. Él, por su parte, lucía bastante incómodo, al punto de que dio un paso a un lado para evitar el contacto.
—¿Esto te va a tomar mucho tiempo? —le pregunté a la rubia que me miró como si no hablásemos el mismo idioma.
—¿Disculpa? —me contestó en un obvio tono displicente.
—Eh, sí, esperé el final de la clase para conversar con el profesor y tú entraste de golpe y comenzaste a hablarle, y la verdad es que yo estaba primero —dije de forma tajante—. Así que apresúrate.
—Me llevaré el tomo, revisaré los cambios, pero esto podía esperar al viernes en la asesoría —explicó el profesor adusto.
—Ah, discúlpeme si le molesté —respondió con tono de víctima.
El profesor no le respondió nada, no le llevó la contraria, se mantuvo impasible. La chica se enrojeció de la vergüenza. Luego inhaló con fuerza, me miró de mala gana y se despidió de él. Le deseó una buena semana y le recordó que lo esperaba puntual el viernes en asesoría.
Seguí su estela hacia la puerta y cuando la cerró, giré el rostro hacia el profesor y descubrí que me miraba fijamente.
—No pasó la lista para que la firmáramos... —dije con timidez.
—No, tomé la asistencia mientras iban contestando las preguntas de la investigación.
—Mmm, tiene sentido. Es bastante práctico. —Excepto que a mí no me había interrogado. Hice una mueca y él me miró circunspecto a la vez que se metía las manos en los bolsillos. No me atreví a preguntarle si me había colocado la asistencia, porque tenía en el rostro una expresión que no conseguía descifrar y además, me dio la impresión de que estaba cansado—. Quería devolverle esto. —Saqué de mi bolso su corbata—. La lavé con un jabón delicado con un aroma muy femenino, le conviene rociarse perfume si va a usarla.
Estiré la mano para entregársela y traté de no rozar sus dedos. Él, en cambio, pareció querer lo contrario. De nuevo sentí que su tacto era eléctrico por lo que comencé a hablar para dispersar esa sensación.
—Intenté plancharla, pero eso no se me dio del todo bien.
—No te hubieses molestado, no hacía falta que la lavaras, ni que le dedicaras tantas atenciones, muchas gracias. De todas formas, no creo que oler a mujer tenga algo de malo. Las mujeres huelen mejor que los hombres. —El comentario me hizo sonreír sin entender por qué—. Por cierto, cuando vine por mi auto, al día siguiente de la protesta, me dijeron que la lluvia no la dispersó de inmediato. Habían colocado muchos obstáculos en la vía y pasaron casi dos horas hasta que se pudo abrir el estacionamiento de nuevo, por lo que siempre fue mejor opción caminar contigo hasta tu casa. Pude llegar a la reunión, con mucho retraso, pero llegué. Gracias por todo, te debo una.
—No me debe nada, no se preocupe.
—Insisto, si necesitas algo, avísame —dijo mirándome de una forma... También indescifrable.
—Pues ya que lo menciona. —Me encogí de hombros en un intento de parecer graciosa—. Usted tiene algo que yo quiero y pensándolo bien, estaría bueno hacer uso del tráfico de influencias.
—A ver, ¿qué tengo yo que tú quieras? —Me sonrió de forma abierta y bonita, como ese día de lluvia, a la vez que apoyaba las manos en el escritorio.
Ansiosa, me lamí los labios y tomé un mechón de cabello que se salía de mi desastroso moño alto, para colocarlo detrás de mi oreja. Verlo sonreír me ponía de los nervios. No sabía el motivo, solo sucedía, sobre todo, porque me pareció notar, por un par de segundos, cierto fulgor en sus ojos del que no me había percatado antes, aunque bien podría ser mi imaginación.
—Unas prácticas en alguna de las empresas de su padre, puede ser en la que menos visite, así no tiene que aguantar mucho mi presencia.
Asintió como si analizase lo que había dicho.
—No me molesta tu presencia —Abrió su maletín. Sacó una tarjeta, anotó algo en el reverso y me la entregó—. Sí llamas al número de la parte de atrás de la tarjeta, te contestará mi asistente, el otro es mi número personal. Cuando necesites las prácticas, llámame y conversamos en cuál empresa quieres estar. Si no te contesto, llamala a ella y dejame el mensaje.
Alcé las cejas sorprendida.
—¿Así de fácil? Sé que su departamento de recursos humanos es bastante quisquilloso para escoger sus internos. Esperaba una recomendación, nada más.
—¿Te estás quejando? —Frunció el ceño, confundido.
—No, no, olvídelo. Gracias.
—Sé que eres muy inteligente, eres el tipo de estudiante que yo querría como pasante en alguna de las empresas, pero si quieres ir a la entrevista, por mí no hay ningún inconveniente.
«¿Diego Roca me acaba de llamar inteligente?»
—No, no. —Sonreí nerviosa—, está bien así, está bien... —Me llevé la mano a la cara avergonzada, no esperaba que me dijera todo eso—. Muchas gracias. Bueno, profe, no le quito más tiempo.
—No te preocupes, también voy de salida —expresó a la vez que tomaba su maletín.
—¿Va a dejar su café? —pregunté al ver que este se quedaba olvidado sobre el escritorio.
Se devolvió, lo tomó de mala gana y se dirigió al cesto de basura, por lo que me apresuré a detenerlo.
—¿Por qué va a botarlo?
—No quiero café y no te lo ofrezco, porque no quiero que te lo bebas.
—Profe, ¿teme que su tutorada lo esté envenenando? —Lo miré perpleja.
—No. —Se rio nervioso—, Es que, no sé...
—Puede regalárselo a alguien del personal de seguridad, dudo que esté envenenado. Cuando mucho debe tener una pócima de enamoramiento para usted, de resto, más nada —dije y solté una risita.
—¿Qué dices?
—¡Usted le gusta! Créame, esa chica se muere por ser la señora de Roca —comenté en tono gracioso, aunque era la verdad.
Él hizo una mueca de disgusto y yo me encogí de hombros soltando una risita nerviosa, al entender que el comentario había estado fuera de lugar.
—Por favor, señorita Mercier, no diga eso ni en broma.
—No fue broma —insistí, porque aparentemente mi necesidad de cagarla era algo que no podía evitar—. Pero mire, mejor lo dejó así, porque de lo contrario le voy a terminar haciendo bullying con eso y no tenemos la confianza requerida, disculpe el atrevimiento.
Él bajó la cabeza, para no mirarme, gesto que me dejó un poco confundida. Había intentado aligerar la situación con una broma, pero al parecer lo había empeorado todo, así que me insté a dejar de hablar boberías y me recordé lo obvio. Él no era mi amigo, era mi profesor y le debía respeto. Además, acababa de darme las mejores putas prácticas de la ciudad y a mí se me había ocurrido soltar semejante estupidez.
«Aplauso, Máxima, sigue así que no vas a lograr nada en la vida».
—Bueno, feliz noche, profesor, disculpe tantas tonterías.
Abrí la puerta del salón para salir, pero no llegué a hacerlo. Sentí su mano en mi codo, para detenerme y aquello me paralizó. Había algo en su tacto que me ponía arrítmica. Giré a mirarlo. Al tenerlo tan cerca, noté que tenía una coloración oscura en la piel de las ojeras y confirmé que lucía cansado, sin duda, no había tenido un buen día. Frunció los labios y luego los alargó en una especie de sonrisa.
—¿Le pasa algo, profesor?
—¿Te gustaría cenar conmigo? —dijo sosteniéndome la mirada.
No me esperaba aquello para nada, para nada... para nada...
Pregunta: Sí usted fuera Máxima que le respondería al profesor Roca, razone su respuesta.
Otra nota de mi yo del pasado que dejaré XD
#ComenteCoño y se les agradece que comentarios sobre la trama, esos comentarios de: Holis jiji estoy comentando NO CUENTAN ¬¬
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