Seis, primera parte

Tras varios segundos en silencio, mi cerebro comenzó a procesar lo que Leo había dicho. Mi corazón se movió desaforado contra mis costillas como si imitara un ritmo caribeño, latiendo muy, pero muy deprisa y una rara excitación me recorrió el cuerpo. El éxtasis de lo prohibido, él no era un hombre que yo pudiera mirar, ni reclamar para mí y aun así, las palabras salieron campantes de mi boca porque se me hacía intolerable no explicarle cómo me sentía.

—Tú también me encantas —confesé.

—Por favor, Max... —dijo en un tono que pareció expresar incredulidad.

—Es en serio, Leo.

—Yo no soy una buena opción para ti, no soy... —Se quedó a medias como si fuese incapaz de terminar la frase. Segundos después suspiró con fuerza—. Te llevo diez años, Max.

Y el tono en que lo dijo me sonó a vulgar excusa, por lo que lo ignoré. 

—Me encanta como eres, Leo, tu forma de ser, lo mucho que me rio contigo, nuestras conversaciones...

De nuevo el silencio se hizo en la línea por varios segundos. Lo escuché respirar con rapidez, ambos parecíamos estar en la misma tónica. Aquellas confesiones mutuas aceleraban nuestros corazones consonantes.

—Me estoy volviendo loco, Max, tú me estás volviendo loco. Pienso en ti día y noche. Todo el tiempo. —Suspiró—. Todo el maldito tiempo. 

Con cada palabra suya mi ritmo cardíaco se aceleraba más, mientras que la culpa no se dignaba a hacer una aparición concisa. Estaba ahí, como cuando alguien asoma la cabeza en el umbral de una puerta sin terminar de entrar por completo a la habitación.

—Eres tan inteligente, ocurrente e ingeniosa. Tienes la proporción justa entre sarcasmo y humor negro. Me encanta que hables, que me cuentes lo que piensas, que me digas cuando no estás de acuerdo con algo en la cara...

»Eres tan bella... —continuó y escucharlo decir eso me sacó un poco de mi ensimismamiento. A punto estuve de replicarle con sorna que hacía unos días atrás me había llamado bonitica, pero él siguió hablando—. Preciosa y... Demasiado hermosa. —Con eso último me enmudeció y apagó mi chispa de réplica—. Cuando te veo me pregunto cómo una chica como tú puede estar soltera.

Me llevé las manos a la cara al sentirme súbitamente acalorada.

—No te imaginas, Max. —Hizo una pausa y lo escuché respirar acelerado—. Sueño con tus ojos azules, con tu boca, con tu cabello rojo... Con toda tú. Toda.

Y la forma en que pronunció esa última palabra hizo que mi sexo se contrajera de golpe y que un estremecimiento me recorriera el cuerpo de una manera que no imaginaba pudiese sentir. Y todo eso, con la mera mención de una sola palabra. Toda.

—Quiero verte, ven a verme... Deja a tu novia y ven a verme —rogué patéticamente.

Yo no quería ser de ese tipo de personas que se entrometía en una relación ajena, pero no pude evitar hacerlo después de que me dijera lo que pensaba.

—No puedo, Max... Joder, no puedo —contestó y la frustración en su voz fue patente.

Sollocé sin poder evitarlo, me tapé la boca, pero era inevitable reaccionar así ante mi infortunio. El sonido se escapó entre mis dedos, estaba demasiado triste. Muy triste. ¿De qué me servía que el tipo que me volvía loca sintiera lo mismo por mí, si lo nuestro no era posible?

—No, por favor, no llores.  Max, te mereces algo mejor que yo, créeme.

—Pero yo te quiero a ti.

—Solo podemos ser amigos. Solo amigos, nada más.

—No, yo no quiero ser tu amiga. Yo también sueño contigo ¿sabes? —admití—. Te he imaginado tantas veces quitándome la ropa que comienza a ser difícil no pensarte de otra forma. —Leo se quedó callado, enmudecido por completo, mientras que yo comenzaba a sentir rabia—. No puedes admitir que sientes lo mismo por mí y decirme que solo podemos ser amigos. Joder, Leo, yo no quiero ser tu amiga, yo te quiero a ti —solté—. Y no soy yo la que debería estar diciendo todo esto.

—Quisiera poder decirlo yo, créeme.

—Entonces dímelo, al menos dímelo.

—¿Qué quieres saber? —dijo en mal tono—, ¿Sí te he imaginado en mi cama? ¿Eso? —Me quedé en silencio. No pretendía preguntarle exactamente eso, pero tampoco fui capaz de hablar para llevarle la contraria. A pesar de siempre decir lo que pensaba, la timidez me atacó en ese momento. Tal parecía que al final del día yo era virgen y había un retraimiento inherente al hecho—. Te he imaginado de todas las maneras, Máxima. De todas. Me he imaginado hasta la cara que pondrías cuando te besara y...

Me llevé la mano al rostro, mi respiración estaba muy acelerada. Me invadía una extraña mezcla de emociones que me entumecían sin poder procesar lo que sentía. Temblaba, mi cuerpo temblaba, entretanto mi sexo pulsaba de una forma profunda e inequívoca. Aquel hombre me encantaba. 

—Lo siento, Max. Todos estos días he intentado buscar la manera de... De darle la vuelta a esa maldita pregunta que me hiciste el jueves por la noche, para saltármela y volver a la normalidad. Esa en donde conversamos siendo amigos y todo está bien entre nosotros.

—Yo no quiero esa normalidad. Estoy harta de eso. Es algo que te conviene es a ti, la tienes a ella y también me tienes a mí, pero yo no tengo nada. Porque no te tengo, no estás conmigo ¿y qué hago con estás ganas de que me beses? De que me beses tú y no otro. ¿Qué hago con eso?

Le escuché respirar agitado.

—Lo siento, Max, lo lamento tanto. —En verdad sonaba afligido—. Yo no pretendía que nada de esto sucediera. Lo nuestro era solo una amistad que me permitió conocer cómo eras y... No sé, pero te juro que solo quería ser tu amigo.

Él no tenía la culpa de nada. Lo que sentíamos simplemente nos sucedió. Habíamos conservado las formas hasta hacía unos días atrás.  Yo nunca le coqueteaba, ni mucho menos él a mí. Había sido yo, la que cansada de todo, se había salido de lo preestablecido, la que había roto el trato tácito que teníamos y preguntó lo que no debía, porque estaba agotada de buscar rastros de algo más. Porque necesitaba sentir que aquello no era una cuestión que me había inventado por mi cuenta.

—No me digas que lo sientes. ¿Sientes qué? —dije molesta.

—Si estuviésemos en situaciones diferentes, te juro que te llevaría a cenar a un lugar bonito. Te besaría despacio, te acariciaría ese cabello que me imagino debe ser tan, pero tan suave. Te quitaría la ropa y me tomaría todo el tiempo del mundo... Te besaría, te haría sentir tan, pero tan bien... Pero no puedo. —Hizo una pausa y cuando habló de nuevo su tono había cambiado un poco—. Lo mío con ella es algo que... no puedo dejar. No quiero hacerle daño.

—Claro... A ella no, pero a mí sí —solté egoísta e inmadura.

Yo no quería que su novia sufriera, no quería ser la mala que le quitara a Leo, pero al mismo tiempo, no podía negar más lo que sentía, no podía, era demasiado duro.

—Máxima, independientemente de todo. Tú y yo no... —Y la forma en que dijo ese no me lastimó—. No, créeme que no...

—¿Por qué? —pregunté molesta, alzando la voz, desesperada—, Dime ¿por qué?

—Creo que lo más sensato es que dejemos de hablarnos —Y escucharlo decir eso me quebró—. Maldita sea... no te imaginas lo que me cuesta explicarte esto, pero te juro que no quiero lastimarte, por favor, créeme. Nunca quise propiciarte ningún daño, yo para ti solo deseo lo mejor. No te mereces esta mierda. No, Max, te lo ruego, por favor, no llores. —Era demasiado tarde, mis lágrimas rodaban en picada por mis mejillas y no podía evitar sollozar ruidosamente—. Disculpa todo lo malo. Solo espero que en un futuro encuentres un tipo que te merezca, porque no dudes nunca de que te mereces todo lo mejor del mundo. Perdóname, por favor.

No dije nada, simplemente lloré y cuando lo escuché colgar, mi corazón se rompió en una miríada de pedacitos.

*****

Al mediodía Nat intentó darme un discurso de ánimo.

—Es mejor así, pronto lo superaras y podrás salir con un chico que valga la pena. Al menos ya puedes dejar de malgastar energía en algo que no iba a suceder. Eres demasiado inteligente y estás muy buena para llorar por un tipo tan feo.

Mi amiga tenía razón, claro que tenía razón, pero eso no me ayudaba en nada, no aliviaba mis sentimientos destrozados. Era tan absurdo todo y no conseguía parar de reprocharme a mí misma, pues, no quería aceptar lo obvio: era una niñita tonta que se había enamorado de un tipo con novia y aquello me pudría la vida.

Era admitir que era frágil...

Llorar no estaba precisamente entre mis actividades favoritas, de hecho, lo detestaba bastante. Nunca lloraba cuando me vacunaban, ni cuando me caía en el colegio, yo solo lloraba con películas tristes a solas con Nat. Odiaba verme a mí misma como una llorona, pero ahí estaba, llorando en la ducha, en donde todo se disimulaba, pues no podía cuantificar la cantidad de líquido que brotaba de mis lagrimales.

Cuando salí de ahí, tenía el rostro muy rojo, obvié aquello. Luego me puse el pijama de franela más horrible, cómodo y calentito que encontré y me eché a morir en el sofá.

—¿Ya cenaste? —preguntó Nat cuando llegó al apartamento al comienzo de la noche.

—No.

—¿Almorzaste?

—No.

—Mierda... Esto es serio, tú dejando de comer... Eso sí que da miedo.

No respondí nada, me enfoqué en la televisión, me torturaba viendo Sleepless in Seattle. Necesitaba ver algo bonito, creer que todo podía salir bien y que todos teníamos un final feliz en lo alto del Empire State esperando por nosotros. Mi teléfono sonó y Nat lo tomó.

—Es un número desconocido —anunció antes de tomar la llamada. La escuché hablar con quien fuese que estuviese en la línea y luego me miró—. ¿Pediste comida de Piu Bello?

—¿Yo? No.

Nat se batió los rizos del cabello de forma distraída.

—Pues dicen que tienen una orden para ti, nos piden nuestra dirección. 

—Debe ser una equivocación.

Piu Bello era un famoso restaurante italiano muy exclusivo. Había ido una vez ahí con mis padres en el cumpleaños de mi madre y me comí hasta las migas de pan. Todo era delicioso, pero carísimo. Mi mesada no me alcanzaba para pagar algo así.

—Déjame les explico, les diré que es un error —dijo Nat y comenzó a hablar de nuevo con su interlocutor. Segundos después, me miró con cara de confusión—. Dicen que está todo pago.

Nat desconfió de lo que le decían y finalizó la conversación. Luego buscó en internet el número del restaurante y llamó para preguntar por lo ocurrido, pues asumió que era una especie de estafa. Pero no, en efecto, había una orden para mí ahí, con todo pago. Media hora después, Nat recibió la comida y entró con dos grandes bolsas a la sala, que colocó sobre la mesa.

—Max, ven a leer la nota.

Me levanté del sofá confundida y mi amiga me la entregó.

«Lo siento. Leo».

Y aquello sí que me enfureció. Tomé mi teléfono y marqué su número telefónico, mientras caminaba hacia mi habitación. Uno, dos, tres tonos. No contestó. Volví a insistir.

—Eres un imbécil —dije apenas respondió—. ¿Para qué me envías comida?

—Sé que te encanta la pasta, no quiero que estés triste. 

—No quieres que esté triste... —repetí con sorna—. Yo no quiero espagueti, ¡te quiero a ti, estúpido! —grité y me dejé caer sobre mi cama. No tardé en sollozar.

—Max, por favor.  No llores... Por favor, no llores.

Colgué.

—¿Estás bien? —dijo Nat desde el umbral de la puerta de mi habitación.

—No.

Ugh, lo odié con todas mis fuerzas en ese momento, o al menos eso quise. Lo cierto era que, a una parte de mí lo respetaba por no querer lastimar a su novia, la otra me recordaba que de todas maneras le era desleal al sentir algo por mí. Aquella era una situación ambivalente e insostenible por donde le mirase. No entendía como podía haber sido tan estúpida como para desarrollar sentimientos por un tipo que no estaba disponible.

—Debo olvidarme de él, ¿cómo lo hago? —dije a la vez que me ovillaba en la cama.

—Mira, no hay una técnica para sacarse a alguien del pecho... Y si le entramos a la cursilería, habría que decir que eres afortunada.

—¿Afortunada? ¿Me estás jodiendo?

—Sí... Es algo a lo que le he estado dando vueltas hace poco en mis conversaciones existencialistas con Fer y Clau. Esas que tenemos borrachos. Estamos nosotros, a los que si nos gusta alguien se lo decimos y si no nos da bola, nos enfocamos en otro y ya. Cero problemas. Y eso está bien, pero como nos cuesta sentir de verdad... ¡Enamorarnos! Mientras que estás tú, con esa capacidad de sentir tanto por alguien que ni siquiera te ha besado nunca. A mí me parece maravilloso.

—Pero duele, Nat, duele mucho, preferiría ser como tú. No me quiero imaginar cómo me sentiría si tuviéramos algo en serio y lo dejáramos, porque francamente esta sensación es insoportable. Es un asco, una puta mierda.

—Me encantó tu publicación, por cierto. Olvidé decirte que lo subí esta mañana mientras dormías. Ya tiene varios comentarios.

Pero yo no quería saber de redes sociales, ni de nada. Las lágrimas corrieron por mis mejillas y me las aparté con desespero maldiciendo para mis adentros. Debía superarlo como se superaba todo en la vida.

Un par de minutos después, me levanté de la cama y salí de mi habitación seguida por Nat, que me miraba como si fuese un perro rabioso. Me acompañaba para que no me volviera loca, pero al mismo tiempo, mantenía las distancias.

Comencé a vaciar el contenido de las bolsas. Él sabía que yo amaba la comida italiana, en especial la pasta, había tres tipos. Además, había focaccia y algunos frasquitos con pimentones y berenjenas que eran parte de las entradas del restaurante. También había tiramisú y otros platillos.

Nat y yo empezamos a comer. La comida estaba muy buena, pero mi paladar se encontraba deprimido. La melancolía lo invadía todo. Sí antes creía que moraba en el limbo con todo lo relacionado con Leo, en ese momento sentía haber llegado al infierno... Al peor de los círculos.

Si no habíamos sido nunca nada, ¿qué éramos en ese instante en el que los dos sabíamos que teníamos sentimientos el uno por el otro? ¿Amigos? ¿Podíamos seguir siendo amigos? No lo creía y al parecer él tampoco. Lo recordé diciéndome: «creo que lo más sensato es que dejemos de hablarnos».

No me gustaba esa realidad en donde no existía la posibilidad de un mensaje suyo con un simple hola en mi teléfono, o una nota de voz con su particular tono ronco en la que me contaba de su día en el trabajo, o alguna llamada fortuita, para conversar mientras yo mantenía una sonrisa todo el tiempo.

Lo más sensato... Claro, por supuesto.

*****

Nat me arrastró consigo a la casa de Claudia o como yo le decía: la otra. Si yo era la esposa, ella era la amante de Nat. Su otra amiga querida. Estudiaban juntas comunicación social y juraban que en algún punto de sus vidas crearían una productora. A ambas le iba el rollo de las películas con protagonistas femeninas y toda la onda erótica. Compartían los mismos ideales, que yo en lo particular les celebraba, porque todo lo que decían era cierto.

El porno estaba comercialmente destinado era para los hombres, por eso, se realizaba para su consumo y su satisfacción. Siempre lo mismo de mostrar a las mujeres como un objeto o una víctima que se cosificaba, se humillaba, pero sobre todo el que, aunque pareciera ser el centro de atracción de la película, en realidad, era mentira. En el porno siempre se mostraba era el placer masculino, con felaciones y eyaculaciones exageradas, no el femenino. Y ellas estaban hartas de todo y querían cambiarlo.

Mientras que en las películas de romance, a las mujeres se les mostraban como seres reducidos a lo sentimental que querían encontrar el amor para casarse y tener hijos. En donde lo erótico siempre estaba recubierto de romance y era tremendamente edulcorado.

Ellas deseaban historias más reales con mujeres increíbles y hombres normales. Estaban cansadas de esos conceptos patriarcales en donde era el tipo el que enseñaba, el que proveía el placer, en donde las mujeres no se encontraban en contacto con su sexualidad y tenían que venir ellos a mostrarles todo. Pues según Nat, la mayoría de los tipos no tenían ni idea de nada. Yo no podía opinar demasiado en ese aspecto, pero me fiaba de lo que decían.

El erotismo para mujeres según ellas era complicado, porque las mujeres lo queríamos todo y al mismo tiempo no teníamos muy claro qué era eso. Queríamos un tipo que nos diera duro contra la pared, pero que a la vez nos tratara como seres humanos y no como muñecas hinchables. Nat tenía muchas ideas y la verdad era que no dudaba de que en un futuro fuese a tener  éxito. Ella era demasiado habilidosa, talentosa y emprendedora. Sabía que lo lograría.

Cuando Clau abrió la puerta, me abrazó, me arrastró consigo y me tiró en el sofá. Luego se me subió encima y comenzó a besarme toda la cara y a hacerme cosquillas.

—Noooo —grité.

—Tráeme el helado de chocolate, Nat, hay que empezar la cura —dijo entre risas y segundos después me soltó.

—Sí, por favor, no quiero pensar más en él.

—Hola, niñas —saludó la mamá de Claudia—, se portan bien.

—Lo mismo digo —agregó el padre, ambos iban muy arreglados.

—¿A dónde van tan lindos? —preguntó Nat y sacó de su empaque una paleta de fresa que se llevó a los labios.

—Un amigo que se está casando por tercera vez —contestó el señor Fernández con su particular acento español.

Los padres de Clau se despidieron de nosotras y se marcharon a su fiesta.

—Llegué yo, el galán de la cuadra —dijo Christopher, el hermanito de Clau, que salió de su habitación vistiendo solo sus calzoncillos—. Uf, quién fuera paleta —comentó cuando vio a Nat.

—Eeeh, sucio —solté y puse cara de asquito.

—Nat, por favor, acepta la ofrenda que te doy, toma mi virginidad, te la regalo.

—Cuando cumplas dieciocho —le respondió Nat entre risas.

—No le des cuerda, Nat, que le faltan unos meses —comentó Clau. 

—Él sabe que es broma —aclaró mi lechuga.

—No, no, ninguna broma, yo me lo estoy tomando muy en serio —le contestó él, mirándola.

Nat solo volvió a reírse, pero a mí me quedaba claro que Christopher iba en serio y no ayudaba que mi amiga alzara la cara para mirarlo a los ojos, pues él era mucho más alto que ella.  

—Me voy a poner más bueno —Se pasó la mano por el abdomen bien definido por tanto bailar—. ¡En unos meses soy tuyo! —habló de nuevo, esa vez, con mayor convicción y Nat volvió a reírse.

—¿Qué es Christopher? Anda a tu habitación a masturbarte como un adolescente normal —lo regañó su hermana mayor.

Christopher la ignoró.

—Hola, Max —me saludó como si al fin hubiese detectado mi presencia.

—Hola —contesté sin ánimos.

—¿Vas a salir? —preguntó Clau a su hermanito.

—Sí, me voy a bañar, ¿ustedes?

Clau nos miró expectantes y yo de plano negué con la cabeza por lo que Nat y ella decidieron que sí.

Fuimos a un centro comercial a mirar tiendas y luego entramos al cine. Durante esas horas todo estuvo bien. Sí tenía la mente ocupada su recuerdo se disipaba. Sin embargo, el tema de Leo persistía como un proceso en segundo plano que no me dejaba estar en paz. Me pregunté cuánto tiempo me tomaría poder librarme de esa sensación, porque la odiaba demasiado.

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