Dos
Estaba aún analizando qué decisión tomar, cuando escuché una voz masculina que me preguntaba qué hora era. Giré a mirar al chico que me hablaba. Se había doblado sobre sí mismo, con las manos apoyadas en las rodillas a la vez que inhalaba aire profundamente, pues tal parecía que había subido las escaleras corriendo y necesitaba recobrar el aliento.
Cuando se irguió me quedé bastante impactada, era alto, asiático y muy guapo. Tal vez había estado viendo demasiados doramas con Nat, al punto de haber adquirido un gusto por los asiáticos en general, pero a mí que me costaba encontrar tipos altos atractivos, este pareció aparecer para decir: mírame, Max, mírame mucho.
—¿Aun se puede entrar a clases? —preguntó de nuevo.
—Ni idea —Miré la hora en mi teléfono y negué con la cabeza—. No lo creo.
El chico se acercó a la puerta y con sumo cuidado hizo girar la perilla, por lo que tomé la oportunidad de chequear toda su anatomía como era debido, con eficiencia, pues se merecía ser sabroseado muy bien. Era muy guapo.
Se giró hacia mí con una mueca de fastidio. Habían colocado el pestillo en la cerradura. No pudo entrar al salón.
—Esto es lo único malo del profesor Diego, cierra la puerta en las primeras clases para acostúmbrarnos a llegar temprano.
—¿Lo único malo? —solté irónica y el chico me miró confundido.
—¿No te cae bien?
—No, para nada bien.
—¿Por qué? El profe Diego casi no jode. Cuando me enteré de que iba a dar generación de potencias me alegré.
—Por lo visto hemos tenido experiencias diferentes.
—¿Entonces para qué inscribiste la materia con él?
—No lo hice. —Busqué mi teléfono—. Esta es mi planilla de inscripción. —Le señalé la pantalla en donde se leía el nombre de Dalila—. Hubo un error en el sistema y ahora tengo la materia con él.
—A una amiga le pasó igual con otra materia. Pero Diego explica mejor que Dalila por mucho, es jodido para los exámenes, pero si estudias no hay problema.
—De nuevo, creo que no hablamos de la misma persona, el profesor Roca es un cretino integral. No lo soporto. —Suspiré haciendo una pausa—. Discúlpame por el drama no solicitado. Mi nombre es Máxima, pero me dicen Max.
Extendí mi mano hacia él que no tardó en estrechar de forma amable.
—Juan.
Lo miré confundida y él pareció notarlo pues me mostró una linda sonrisa.
—No deberías tener un nombre más...
—¿Étnico? —Me interrumpió y rio—. Mi abuelo era filipino y por si no sabías Filipinas fue colonia española por varios siglos, así que los nombres y apellidos españoles están muy presentes. De todas formas, soy latino y prefiero tener un nombre que las personas puedan pronunciar bien y no como sucede con mis amigos de familia china.
—Ah, yaaa... Tiene sentido. Aunque no fue como que lo pensaran mucho.
—Cierto, pero te prohíbo que me hagas bullying por eso —dijo riendo de nuevo.
—Pensé que a Filipinas la había comprado Estados Unidos.
—Eso fue después de que fuera colonia española por tres siglos.
—Entiendo, mis conocimientos de historia asiática en general son pobres. Aunque no es tan sorprendente. Hola, soy España y era adicta a invadir países.
Los dos reímos de mi pésimo chiste hasta que nos vimos interrumpidos por alguien que lo llamaba.
—¡Juan! ¿Ya no podemos entrar? —dijo un chico al llegar junto a nosotros. Respiraba acelerado en busca de aire. Seguramente también se había apurado a subir las escaleras.
—No, ya nos jodimos.
—¡Mierda!
El chico me miró y pareció recomponerse. Era bajito, un poco pasado de peso y con toda la pinta de nerd.
—Ella es Max —dijo Juan y le comentó mi situación con la materia.
—Eso fue que algún estudiante compró tu puesto, le debió pagar a alguien del personal de la universidad —explicó con suficiencia el chico—. Todo el mundo sabe que Dalila es más fácil, los vagos se pelean por ver clases con ella.
—Yo no soy una vaga. —Lo miré con desdén—. Hubo un error en el sistema.
—Ah, no... Eh, disculpa... No quise decir eso.
—Relax —agregué restándole importancia al asunto, me daba igual lo que pensara.
—Pero tranquila, el profesor Diego es bueno, puedes estudiar con nosotros si se te hace difícil —ofreció el chico bajito.
—Vi ecuaciones diferenciales con él, pasé la materia con noventa sobre cien puntos.
—Ah, disculpa —dijo Juan con sorna levantando las manos.
—Entonces déjanos a nosotros estudiar contigo —acotó el chico bajito—, soy Miguel.
—Max... Bueno, yo me marcho, iré a hablar con el decano.
Los chicos bajaron las escaleras conmigo y luego los vi alejarse, mientras conversaban animados.
Me encaminé por los largos pasillos adoquinados de la universidad atestados de estudiantes. Tenía muchos años de fundada, pero estaba muy bien conservada y su arquitectura era una belleza. Las columnas y pilares parecían guardar secretos. Me encantaban los arcos de medio punto, así como las diferentes molduras que los adornaban. El césped siempre estaba verde, todo limpio, bastante prolijo. El aire se sentía fresco y se respiraba mucha paz, lo que creaba una dualidad con tanto estrés estudiantil.
Cuando llegué al otro lado de la universidad, entré al edificio de administración en donde se encontraba la oficina del decano. Me percaté de que la fila para hablar con él era extensa, tanto, que circulaba una lista para apuntarse y así esperar más cómodamente. Escribí mi nombre y me alejé un poco hacia el pasillo.
Eran las cuatro y media de la tarde, por lo que Leo no debía estar tan ocupado en el trabajo. Marqué su número sin parar a pensar en que él no era mi novio. Porque en todo caso, se suponía que en una situación de análisis de circunstancias de ese tipo, uno buscaría el consejo de su pareja, su mejor amiga o de sus padres.
No contestó y aquello me fastidió. Suspiré al darme cuenta de mi comportamiento tonto. Justo cuando iba a llamar a Nat para decirle lo sucedido, porque estaba en ese momento cumbre, en donde tenía que contar cada uno de mis infortunios y malestares, para hacerle ver a todos los que me conocían que las desgracias solo me ocurrían a mí y al pato Lucas, me llamó Leo.
—A que no te imaginas mi mala suerte.
Leo carraspeó y soltó una risa.
—Aja, dramática, cuéntame.
—Odio eso, que disminuyas mis problemas de esa forma. Esto es serio.
—¿Qué sucede, Max? —preguntó cambiando el tono de voz por uno más receptivo.
—Así me gusta, que me obedezcas. —Solté una risita tonta—. Ok, no, escúchame —agregué tras escucharlo sisear por mi broma—. ¿Recuerdas el profesor estúpido que tenía una barba horrible a lo Santa Claus con problemas de adicción al crack, el que me hizo la chorrada del examen con las cuatro equis? Asumo que te conté.
—Sí, cómo olvidarlo, una historia bastante memorable.
—Pues hubo un inconveniente con el sistema durante la inscripción y me cambiaron a su clase. Me niego a estar en el mismo lugar que ese imbécil.
Le expliqué todo el problema mientras que Leo impasible permanecía en silencio. Me pareció que actuaba raro, así que le pedí que, por favor, dijera algo.
—¿No crees que estás exagerando? Lo haces ver como si el universo conspirara contra ti.
—Ugs, es que no puedes entenderlo.
—Máxima, tengo todo el día lidiando con un problema de la cadena suministros, discúlpame si les resto importancia a tus dificultades de estudiante, con muchísimo tiempo libre, que tienen solución.
—¡Oye! Te recuerdo que tú también fuiste un alumno con mil rollos y de seguro no tenías algún amigo hablándote así. Si te estoy llamando es porque en serio no sé qué hacer, no para que seas un imbécil conmigo, pero olvídalo, bye.
Suspiró.
—Max, no cuelgues. Disculpa. —Hizo una pausa—. No es ser imbécil, es ser práctico. Si no quieres ver la clase con ese profesor, saca la materia, de lo contrario asiste y ya. El tipo te cargó la nota correcta luego. Es una disculpa implícita.
—Claro que no, colocarme la nota correcta era su trabajo... Ahora dime ¿qué te pasa?
—No es un buen momento para eso, Max, mi cuota de estrés está más alta hoy que de costumbre y no tengo mucho tiempo para hablar. ¿Qué harás? ¿sacaras la materia?
—Ese es el problema, Leo, voy al día. Si retiro la materia no puedo inscribirla de nuevo, no hay cambios. Puta política de la universidad. De retirarla tendré que hacer un semestre más solo para ver esta materia y no podré graduarme con mis conocidos de la facultad.
—Bueno ahí lo tienes, si retiras la materia tendrás que hacer otro semestre, mientras que si la dejas y no la apruebas porque este tipo es muy difícil...
—No es difícil, solo es un imbécil. —Le interrumpí—. Al menos conmigo, tal parece que con todos los demás es un lecho de virtudes y muy amable.
—Como decía, si repruebas la materia haces otro semestre. Como yo lo veo, da igual, la diferencia es que si ves la materia, tal vez la apruebes y te gradúes con tus amigos. Es lo que yo haría, es lo más sensato y lo más práctico.
Rodé los ojos cuando pronunció aquella palabra.
—Claro, es que tú no viviste lo mismo que yo.
—Me parece que exageras con lo del acoso. Porque si solo fue un idiota te cuento que profesores idiotas te van a sobrar y cuando se te acaben, vendrán los jefes idiotas, tendrás que aprender a lidiar con eso. Por lo que dices no parece acoso sexual... —Hizo una pausa—. Obvio si fuese así... —Carraspeó—. Estás en tu derecho de tomar acciones en su contra.
—No... Él solo fue un imbécil. O sea, fue acoso, pero no sexual. Aunque...
—¿Aunque? —repitió con rapidez, interesado al fin en mi desgracia.
—Me mira raro, Leo, él es raro.
—¿Raro cómo?
—No sé, es un nerd amargado. Seguramente nadie se lo coge...
—Ya... —siseó—. ¿Y eso te interesa por?
—No, por nada... Anda a tu reunión, anda... Disculpa la molestia.
—Tú nunca me molestas —dijo con ese tono que a mí me descomponía—. Cuéntame ¿por qué mencionaste eso?
—Porque Nat dice que le gusto.
Leo hizo silencio unos segundos.
—¿Tú crees que le gustas?
—No lo creo. —Y de nuevo apareció esa vocecita en mi mente que me animaba a hacer el ridículo e intentar ponerlo celoso—. Aunque tal vez sí, quién sabe. Extrañamente mejoró muchísimo. Tal parece que le hicieron un despojo espiritual, está muy cambiado, se cortó su cabello de hippie y su barba horrorosa. Incluso llevaba un traje bonito...
—¿Te gusta? —preguntó serio.
Me mordí el labio, quise mentir, quise decir que si solo para probar suerte y saber cómo reaccionaría, pero me faltó coraje. Así que hice un ruidito como dándole a entender que no sabía.
—Bap, vete a trabajar.
—Anda a clases.
—El muy pendejo cierra la puerta.
—Pues anda y toca la puerta. Inténtalo, no pierdes nada. Anda —ordenó serio.
—Bye, mandón.
La llamada finalizó y miré unos segundos su foto de contacto y analicé su media sonrisa bonita.
Las tripas me decían que no lo hiciera, que no fuera a esa maldita clase, pero ahí estaba yo, ignorando a mi instinto. Me resigné en el hecho de que independientemente del resultado, tendría que inscribir un semestre más, por lo que valía la pena hacer el intento.
Puse mi huella en el panel táctil del molino de seguridad y pasé hacia el edificio. A un par de metros divisé a Brenda. Jugaba con un lápiz entre sus dedos, mientras compraba un café en la máquina expendedora. Tras saludarnos me preguntó por qué estaba llegando tan tarde, pues obvio pensaba que asistiría a clases con ella.
—Después te cuento, no puedo ver la materia con Dalila.
—¿Por qué?
—Te escribo cuando salga de clases y hablamos.
Brenda me miró con expresión confundida y asintió. Luego tomó su café y la vi caminar hacia su salón de clases desde lo alto de las escaleras.
Negué con la cabeza, semejante estupidez de subir cuatro pisos sabiendo que cuando llegara al salón, la puerta estaría cerrada. Incluso Juan y Miguel se habían ido. Respiré y tras serenarme, mandé todo a la mierda. Posé mi nudillo sobre la superficie lisa de madera y toqué de forma moderada. Segundos después el profesor Roca se acercó y abrió la puerta, acción que, instintivamente, me hizo dar un paso atrás.
—Señorita Mercier.
Me miró a los ojos de una manera que me erizó cada milímetro de la piel. Tragué hondo, incapaz de pronunciar palabra, por completo intimidada.
—¿Se le ofrece algo? —Permanecí en silencio—. Puede hablarme, no muerdo —expresó amable.
Demasiado amable.
—Sé que tiene una política muy estricta con la puntualidad... Pero me preguntaba si había alguna posibilidad de que hiciera una excepción por hoy.
—Solo por hoy —dijo serio.
¿Había dicho que sí? Lo miré anonadada y él se echó a un lado para que entrara, sin embargo, no fue lo suficiente. Lo rocé con el brazo al pasar y aquello de nuevo me erizó la piel por completo. Apreté los dientes para dispersar la extraña sensación y comencé a caminar en dirección a las mesas. El salón se encontraba medio vacío o ¿medio lleno? Mi optimismo no estaba demasiado alto en ese momento, en definitiva, medio vacío, había pocas personas para mezclarme y esconderme.
—No, por favor, siéntese aquí adelante. —Me pidió el profesor, interrumpiendo mi caminata hacia el final del salón.
Nerviosa, me relamí los labios. Acaté su orden y busqué un lugar menos apartado. Tomé asiento y él sonrió, no a mí en particular, sino a todos los presentes y aquello se me hizo rarísimo. ¿Quién era ese hombre y qué demonios había hecho con el profesor gruñón que me había dado clases dos semestres atrás? Aún no comprendía muy bien qué hacía ahí sentada, era una especie de prueba de lo más absurda, pues ya sabía que no lo soportaba.
—¿Alguien me dice en dónde iba?
Miré a mi alrededor y, por supuesto, era de las poquísimas chicas. Incluyéndome, solo éramos tres. Típico en un salón de ingeniería. La gran mayoría eran chicos y como era costumbre, los repasé a todos en un breve barrido. Nada que alegrara la vista en aquella situación de mierda.
—Nos estaba contando sobre los problemas de la represa de agua —dijo una chica bajita de cabello castaño que no dudó en sonreírle apenas terminó de hablar.
—Gracias, Mari —contestó el profesor Roca con simpatía y yo sentí ganas de rodar los ojos.
Me puse mi suéter y saqué mi libreta de apuntes, mientras hacía memoria. En ecuaciones diferenciales era a mí a quien trataba especialmente mal, pero también a algunos de mis compañeros. Recuerdo que Roberto y Alfonso, que siempre se sentaban a mi lado, tuvieron que soportar una cuota de prepotencia por parte del imbécil profesor Roca, que en ese momento realizaba un dibujo en el pizarrón de una represa, para explicar un rollo sobre un dique de contención y el peligro inminente que sufría la ciudad de inundarse. Los alumnos hacían preguntas, lo que mantenía la conversación amena. Era la clase introductoria por norma.
—Después de que veamos todo sobre los tipos de plantas generadoras, generación de energía hidráulica, turbinas, embalses y toda la estimación de costos, van a trabajar en una presentación de proyecto para una represa hidroeléctrica y eso va a tener un valor del cincuenta por ciento del corte de nota. El otro cincuenta va a ser un examen escrito. Más fácil imposible. —El comentario hizo reír a los presentes, mientras que yo permanecía inmutable—. Y de ahí empezamos con la unidad dos.
—Profe, mejor que el proyecto valga el cien por ciento de la nota y así no hacemos examen —comentó un chico.
—¿No quieres que también te preste dinero? —respondió jocoso el profesor.
—Pues me caería bien, porque este fin de semana quiero ir a Novo club —contestó el alumno refiriéndose a una famosa discoteca de la ciudad y el profesor se rio de su comentario.
—El primer corte vale un treinta por ciento de la nota final de la materia. Aprovechen e intenten sacar la mayor cantidad de puntos, porque luego muchos se caen con el tema de los ciclos de Carnot y Rankine en el segundo corte. Háganme caso, esfuércense en estas primeras evaluaciones para que estén más relajados con las que siguen.
—Por eso, profe, no haga examen, solo el proyecto y nosotros relajados —insistió otro chico de gorra azul.
—No abusen —contestó el profesor y tras sonreír, continuó explicando el programa de la materia centrándose en los ciclos de vapor.
«En serio, ¿quién es este tipo y qué hizo con el imbécil que me dio clases de ecuaciones diferenciales? ¿Y en dónde tenía esa sonrisa? Ah, la horrible barba la tapaba», pensé.
—Profe, una pregunta —dijo la chica bajita, cuando el profesor terminó de comentar el programa de estudios, media hora después—. ¿Usted es tutor de tesis?
—Por desgracia —respondió y de nuevo sonrió—. La universidad me obliga a serlo y además, gratuitamente, pero suelo tomar solo dos o tres proyectos por semestre, no más, porque no me alcanza el tiempo.
—Yo quiero que sea mi tutor —comentó la chica que lo miró sonriente.
—Bueno, me buscas cuando tengas que hacer tu tesis y ahí vemos —contestó con tranquilidad—. ¿Comienzo con la unidad número uno o arrancamos en la siguiente clase?
—En la próxima, solo quedan quince minutos para que termine la hora —dijo un chico con voz somnolienta, que fue secundado por otros.
—De acuerdo, váyanse y recuerden llegar temprano la siguiente clase.
Los alumnos comenzaron a salir, así que me puse de pie para hacer lo mismo. Tomé mi libreta para guardarla y justo cuando la colocaba en mi bolso, sentí la vibración de mi teléfono. Metí la mano y busqué entre mis pertenencias hasta encontrarlo. Miré la pantalla, tenía un mensaje de Leo.
«¿Qué hiciste? ¿Entraste a clases?»
Metí el teléfono en mi bolsillo y me saqué el suéter que guardé en mi bolso con el resto de mis pertenencias. Caminé frente al profesor Roca y lo encaré. En vista de que nos habíamos quedado solos en el salón quise transmitirle con la mirada el profundo odio que le tenía, no obstante, cuando este dejó de observar unos papeles y levantó el rostro hacia mí, yo eché el mío a un lado cobardemente. Iba camino a la salida cuando lo escuché llamarme.
—Señorita Mercier, no se vaya sin firmar la lista de asistencia —expresó adusto.
Giré sobre mis talones y me acerqué a su escritorio. Me mordí el labio y comencé a buscar entre la inmensidad de mi bolso un bolígrafo que, por culpa de mi suéter, no conseguía localizar.
—Aquí tiene. —Me ofreció el suyo.
—Gracias.
Estiré la mano para recibirlo y sin querer, nos rozamos los dedos. De nuevo ese maldito respingo que me erizaba la piel. Firmé con rapidez dispuesta a largarme de una buena vez de ahí.
—Recuerde que la lista se firma al comienzo de la primera hora. Suele ser así al principio del semestre, por lo que si llega tarde, se queda sin firmar. Si no cumple con el mínimo de asistencias reprueba la materia.
Alcé la vista de la lista y la recogí de la mesa, para entregársela junto a su bolígrafo e intenté —aunque dudo que lo lograse—, no mirarlo mal.
—Lo sé. Manejo el reglamento de la universidad —contesté fingiendo amabilidad.
—Usted suele llegar tarde a veces, no quiero que se quede sin firmar.
Guardó la lista en una carpeta que introdujo en su maletín.
—No se preocupe tanto por mí, profesor, llegaré a tiempo —dije con sorna de forma tajante. Casi imitando el tono que él siempre solía emplear conmigo.
—Me sobra un programa, se lo regalo.
Me lo ofreció a la vez que intentaba esbozar una especie de sonrisa. Claro, con todos los demás era super amable, era conmigo que era como un perro con rabia.
«¿Seguro? ¿No querrá dárselo a algún estudiante que lo irrite menos?» pensé. El par de segundos que tardé en hablar hicieron que una rara carga de... No sé qué, rodeara la atmósfera del lugar. Era palpable la tensión. Alcé la vista y lo encontré mirándome fijo aun con la mano extendida para obsequiarme el conjunto de hojas.
—Que amable —dije sarcástica—. Muchísimas gracias.
—Con gusto —respondió mirándome de una forma que no esperaba—. Feliz noche, señorita. —Bajó la vista a su escritorio, para cortar nuestra conversación y comenzó a guardar el resto de sus pertenencias.
—Igual para usted.
Caminé hacia la puerta y tras salir al pasillo, conseguí respirar. Aquello había sido una interacción más que normal entre un profesor y una alumna, no obstante, a mí se me hizo de lo más consternante. Saqué mi teléfono del bolsillo y comencé a responderle a Leo.
«Sí, entré. Momento raro del día, al tipo le hicieron una lobotomía y está de lo más amable. Es eso, o alguien al fin se lo cogió y le sacó el palo del culo que siempre tenía metido hasta el fondo. En serio, ya no está tan amargado».
Vi a Leo en línea, pero no me contestó nada.
«De verdad no te imaginas lo insoportable que es ese hombre. Pobrecito, ¿tal vez es virgen y nadie lo soba?»
Me reí como tonta mientras bajaba las escaleras, para después analizar que no tenía moral para hacer esa clase de chistes de mal gusto, pues yo era virgen y no tenía perro que me ladrara. Corrección, algún tipo queriendo cogerme siempre había, el tema era que yo no asimilaba eso del sexo sin amor. Tal vez fueron demasiadas películas adolescentes, de princesas Disney o doramas, pero la verdad era que esperaba que se generase una conexión importante con el tipo con quien fuese a tener sexo por primera vez. ¿El problema? Este no parecía existir o al menos no le gustaba, no vivíamos en la misma ciudad y para completar, tenía novia. Yep, mi suerte se presentaba fabulosa.
«Te noto muy interesada en su vida sexual, ¿no?» —respondió al fin Leo.
«Ay, no, guacala. Me da igual lo que haga, solo es un chiste».
«Cuando los hombres hablamos así de las mujeres, nos dicen imbéciles, machistas, ¿cómo se le llama a una mujer que hace lo mismo?»
Rodé los ojos. Odiaba cuando se ponía en plan abogado del diablo. En circunstancias normales yo no me expresaría así de nadie, pero el odio me daba pase libre para soltar los comentarios más asquerosos.
«Olvidaba que te gusta llevarme la contraria y fastidiarme por deporte, para variar podrías ponerte de mi lado. Sí te digo que el tipo es un imbécil tú tienes que apoyarme y ya, para eso son los amigos».
«No sé, de vez en cuando hay que ser solidario con el género y fastidiar a la pelirroja exagerada» —anexó a su mensaje emoticones que reían.
«Joder, Leo, si quieres lo bañas y te bebes el agua, ya que te cae tan bien».
Me envió más emoticones que reían, se la gozaba el muy imbécil.
«Si sigues así, tendré que privarte de mi fabulosa amistad».
Me senté afuera del edificio de salones y miré hacia la salida, para esperar que mis amigos salieran de clase.
El profesor Roca entró en mi campo de visión. Alguien lo saludó así que se detuvo a hablar un momento. Se había quitado la chaqueta del traje. Vestía una camisa blanca de corte entallado. «Este tipo descubrió el gimnasio» pensé, pues se le marcaba el brazo en la manga. Antes, cuando me daba clases de ecuaciones, tenía algo de sobrepeso, mientras que en ese momento, se veía esbelto, pero sin perder su robustez natural. El profesor giró a mirar en mi dirección y tuve que disimular que lo estaba chequeando.
Porque en todo caso, a eso había llegado, a un simple chequeo. No me lo estaba sabroseando como a Juan, ni nada por el estilo. Era como mirar unos zapatos en una tienda del centro comercial... Ya. Una especie de zapatillas que se podían apreciar, no como unos stilettos de diseñador que hacían latir el corazón a través de la vidriera.
Volví a mirar en su dirección de reojo y lo vi entrar al salón de profesores. Bajé la vista hasta mi teléfono segundos después y me percaté de que Leo me estaba respondiendo.
«¿Espera, entonces no vas a escribirme constantemente para quejarte de todo? Creo que tu profesor comienza a caerme cada vez mejor».
Pulsé el botón de nota de voz y grabé un mensaje.
—Eres un imbécil, Leonardo, puedes venir y besarme el trasero —dije fingiendo estar molesta.
Torcí la boca y seguí esperando hasta que mi teléfono vibró de nuevo en mi mano.
«Nunca le he besado el trasero a una pelirroja, confieso que hasta se me antoja».
«¡ ¡ ¡ ¿ ¿ ¿ Q u é ? ? ? ! ! !», pensé mirando el mensaje.
En todo el tiempo que teníamos conociéndonos, nunca me había dicho nada remotamente insinuante ni en juego. ¿Cómo se suponía que debía tomarme aquello? ¿Qué se suponía que debía responder? Lo más seguro era que estuviese bromeando. Sí, lo más probable era que estuviese jugando. ¿Eso me daba permiso para jugar a mí también?
«Entonces, hoy es tu día de suerte» —contesté con dedos temblorosos y luego me sentí muy estúpida, así que me salí de la app de mensajería.
«Mejor no te digo lo que estoy pensando».
Ese último mensaje apareció como una notificación emergente en la pantalla. ¡Santísima mermelada! Pestañeé varias veces sin saber qué hacer o escribir en lo absoluto.
Me puse de pie y comencé a caminar hacia la entrada del edificio, para poder divisar a Brenda cuando saliera de clases, entretanto intentaba pensar qué contestar a aquello. ¿Acaso debía responder? Para terminar de poner el ambiente más raro, el profesor Roca emergió del salón de profesores y se me quedó mirando. Decidí ignorarlo, sin contar que me hablaría.
—¿Se encuentra bien, señorita Mercier?
Lo miré confundida y asentí.
—Sí, ¿por? —respondí en un tono poco cordial
—Tiene el rostro muy enrojecido.
Me llevé la mano por instinto a la cara. Odiaba eso. Era de piel muy blanca y cuando algo me generaba una impresión muy fuerte, como aquel maldito mensaje, me sonrojaba sin remedio como una tonta.
—Estoy bien, gracias.
Y una vez más, me sorprendió su atípica amabilidad. Se despidió con un movimiento de cabeza justo cuando Brenda se acercaba a mí. Mi amiga, quien había sido testigo del extraño intercambio de palabras, me preguntó con quién había estado conversando. Al igual que yo, no había reconocido al profesor, por lo que se quedó pasmada cuando le revelé la identidad de mi interlocutor.
—¿Y qué coño hacías hablando con el cretino del profesor Roca? —preguntó confundida para después agregar—. Hey... Ya no se ve mal... Se ve... —Me le quedé mirando y mi amiga pareció cohibirse de continuar con lo que decía. Nuestra opinión sobre él debía permanecer negativa.
—Prepárate para escuchar una historia horrible llena de drama, lágrimas y mensajes de textos extraños —dije histriónica.
Tras contarle a Brenda lo del profesor y lo que me había escrito Leo, sin que ninguna de las dos pudiéramos determinar qué contestar ante algo así, decidí encaminarme a mi adorado apartamento.
La renta la pagaban los padres de Nat en conjunto con los míos, pues éramos de un pueblo cercano y así se hacían más llevaderos los gastos. Nos gustaba porque estábamos solas y no teníamos que lidiar con compañeras de cuarto fastidiosas o que se robaran nuestra comida. Éramos afortunadas, de eso no quedaba duda.
Cuando llegué, Nat estaba en la ducha así que decidí prepararme algo de comer, pues moría de hambre. Me hice un par de sándwiches de pollo, tomate y queso mozzarella acompañados de un vaso de leche achocolatada. Me arrebujé en el sofá y busqué algún show que ver, seleccioné American Dad y comencé a comer mientras veía televisión. Roger siempre me ponía de buen humor.
—¿Te vas a comer todo eso con leche con chocolate? —preguntó mi amiga a la vez que se secaba el cabello con mucho cuidado para no dañarlo—. ¿No te va a caer mal?
—Solo Dios puede juzgarme.
Le sonreí mostrándole todos los dientes.
—Te ganas el odio. En serio, odio tu metabolismo.
—La intensidad de tu envidia es la velocidad de mi progreso —bromeé.
Se rio.
—Estúpida —agregó y se sentó a mi lado. Vestía solo una bata de baño.
Entonces se repitió la escena y le conté de lo más dramática todo lo ocurrido con el imbécil del profesor Roca, que pasó con rapidez a un segundo plano, cuando comencé a hablar del mensaje de Leo.
—Oye, esto suena a insinuación ¿por qué no le seguiste respondiendo?
—No soy una zorra, él tiene novia.
—Exacto, él tiene novia. Él fue quien dijo eso, no tú. ¿Por qué él sí puede hacerlo tan campante y tú no?
—Buena pregunta. En realidad, no supe qué decirle. ¿Al final del día soy una virgen tonta?
—Ni al caso, no digas eso, el sexo textual tiene su técnica.
—Bap, ¿sexo textual? Eso si acaso llega a coqueteo y ni siquiera creo que a eso...
—Pues le acabo de responder por ti.
—¿Qué? —dije casi escupiendo un bocado a medio masticar.
«Arrepiéntete pecador, confiesa tus pecados» —escribió Nat.
—Si justo ahora colocas un emoticón de risa, te sales del problema —dijo mi amiga seria—, no puedes dejar pasar más de un minuto. Tic, tac, tic, tac.
Nerviosa lo envié.
—Joder, Nat... Por poco logras que me dé un infarto. —Dejé mi teléfono en el sofá y tomé su mano para colocarla sobre mi pecho—. Siente.
—Está rica tu bubi.
—Pervertida. Es que sientas mi corazón —dije entre risas.
—Ah, eso, déjame ver.
Puso su mano de nuevo encima de mí y me apretó un pecho. Justo en ese momento, en el que nos reíamos como focas retrasadas, mi teléfono vibró. Leo había respondido.
#ComentenCoño #DenmeAmorCoño
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