Diecisiete, segunda parte.
Era domingo por la tarde, Natalia, Claudia, que nos acompañó al pueblo, y yo calmábamos el calor en la piscina.
Sabía que mi mejor amiga había tenido buenas intenciones. Sacarme de la ciudad para tomar distancia de Diego era necesario para que pudiera adquirir algo de perspectiva. Y aunque me inclinaba cada vez más a darle una oportunidad, era fundamental que pensara bien nuestras circunstancias y analizara mis sentimientos.
Natalia creyó que al no estar bajo la constante presencia de Diego, podría tomarme un momento para descansar un poco de todo lo sucedido. Ocupar mi mente en algo más. En teoría tenía sentido, incluso parecía sensato, excepto que los resultados obtenidos fueron por completo adversos a los deseos de mi mejor amiga. La distancia solo contribuía a que yo sucumbiera a pensarlo con mayor ímpetu.
Y por más que intentaba librarme de él, no podía. Me resultaba tan rara esa lucha contra mí misma. Me costaba verme como una chica que no era capaz de salir de la bruma del deseo que le causaba un hombre, pues no me había ocurrido antes.
En mi fértil imaginario brotaban por doquier las más estimulantes fantasías. Tal vez, simplemente, me estaba haciendo adicta a la sensación deliciosa que hacía que algo burbujeara en mi vientre.
La excitación de mi sesión de besos con él en su camioneta continuaba diluyéndose por mi cuerpo y se sentía tan bien que ni siquiera me daba a la tarea de espantar los pensamientos lujuriosos, al contrario, me dejaba llevar por ellos. Mi propensión hacía los besos de Diego era inequívoca. De solo imaginarlo quitándose la camisa, el deseo se arremolinaba violento en medio de mis mulos, para repartirme placenteras sensaciones eléctricas por todo el cuerpo y producirme una constante pulsión en mi sexo.
—Máxima, ¿quieres otro trago? —preguntó Clau.
—Ay, sí, porfa —dije entregándole mi vaso.
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Las chicas salieron de la piscina y caminaron hasta la cocina de la casa de Natalia. Llevaba horas fingiendo que las escuchabas hablar de sus cosas de la universidad, de Gabo, del chico de la discoteca con el que Claudia había bailado, pero todo era falso. Solo pretendía, daba sonrisas impostadas e intentaba responder algunos comentarios, para dar la impresión de que me encontraba con ellas en la piscina.
En mi imaginación mis amigas se quedaban conversando en la cocina por un buen rato, mientras que él, me tomaba por la cintura y enroscaba mis piernas en torno a sus caderas, a la vez que me buscaba la boca.
Tras nuestro apasionado beso se separaba lo justo de mí, para preguntarme sí seríamos de ese tipo de personas que tendrían sexo en la piscina cuando los demás se habían alejado lo suficiente. Yo le respondía que sí, que sí seríamos así. Entonces él querría que yo le explicara cómo lo haríamos.
En mi imaginación no me paralizaba como me había sucedido en la camioneta. Al contrario, era sexualmente resuelta y le relataba de manera excitante como le bajaría los shorts, para acariciarlo y que echaría a un lado mi traje de baño, para que él...
—Aquí tienes —Clau me extendió el vaso, acción que me arrancó de mis pensamientos.
—Gracias —respondí con la voz en un hilo y lo tomé, para que ella pudiese volver a entrar a la piscina.
Miré a un punto impreciso del jardín a través de mis lentes de sol y me llevé el trago de tinto de verano a los labios. Mis amigas hablaban y hablaban, cuestión que me mataba la vibra. Se me hacía intolerante permanecer ahí.
—Debo irme —anuncié—. Voy a estar un rato con mis padres.
—¿No dijiste que llegaban como a las seis de la tarde? Apenas van a ser las cinco.
—Sí, pero me quiero bañar y descansar un rato. Nos vemos —dije sin darles mucho tiempo a que me respondieran.
Me puse una bata de baño y salí del patio. Recorrí varios metros hasta cruzar la calle hacia mi casa que, por la hora, seguía vacía. Mis padres se encontraban en una reunión con unos amigos. Al no saber con antelación acerca de mi visita, no pudieron cancelarla.
Caminé hasta mi cuarto, me sequé bien y me dejé caer sobre mi cama. Tomé mi teléfono y lo llamé.
—Hola, pelirroja —dijo con ese tono de voz que me ponía mala, mala.
—No hago más que pensar en ti —confesé sin más, mientras me acariciaba el abdomen con la punta del dedo índice.
—¿Qué piensas?
Tragué hondo.
—Estaba en una piscina hace minutos atrás y no hacía más que pensar que te encontrabas ahí, conmigo. Nadando...
—¿Nadando? —preguntó curioso.
—Bueno, no sé qué tanto puedas nadar con mis piernas enroscadas en tu cintura.
—No mucho, pero justo así me gustaría estar en una piscina contigo. —Me mordí el labio cuando lo escuché decir eso—. ¿Y qué más hacíamos? Cuéntame —dijo volviendo a usar ese tonito malvado, aniquilador de neuronas.
Inhalé profundo y tomé coraje.
—Me besabas mucho, mucho. —Intenté imitar su manera de hablar y disimular mi voz entrecortada—. Mis amigas se iban adentro y tú me preguntabas, de lo más desvergonzado, si seríamos de ese tipo de personas que lo hacen en piscinas con gente cerca, pero no tanto.
—¿Lo seríamos?
Me llevé la mano a la mejilla e ignoré la sensación de timidez.
—Yo creo que sí... —Me acaricié un pecho de forma distraída—. ¿Tú qué dices? —pregunté queriendo que fuese él quien hablase.
—Definitivamente sí. Creo que seríamos ese tipo de personas en cualquier situación.
Diego no agregó nada más, por lo que me apresuré a cambiar de tema.
—Mmm, tal vez... ¿Qué haces?
—Corrigiendo los trabajos de las exposiciones.
—Mmm, entonces mejor te dejo, para no desconcentrarte —comenté con voz seductora, queriendo que me llevara la contraria.
—Ufff, con ese tonito me la pones dura, Max —soltó de la nada.
No esperaba aquella confesión tan resuelta. Pestañeé perpleja un par de segundos, pero conseguí reponerme para contestarle.
—Creo que te la pongo dura por todo —dije queriendo sonar presumida—, me gusta eso.
—Sí, lo logras sin esfuerzo. Justo ahora te imagino aquí en la mesa de mi comedor, con ese vestidito de ayer.
Me alegró saber que no era la única que se perdía en ese tipo de ensoñaciones.
—Ayudándote a corregir, ¿cierto? Bueno, ¿qué más podría hacer ahí? —pregunté audaz.
—Si tu idea de ayudarme es dejarme que te siente sobre la mesa, me escurra entre tus piernas y te... Bese, pues... Sí, eres de gran ayuda.
Su respuesta hizo que mi sexo pulsara.
—Joder... —Solté una risita—. Creo que estamos teniendo sexo telefónico.
—Sería sexo telefónico si uno de los dos o ambos, nos estuviésemos tocando. ¿Puedes solucionar ese problema?
Mis pezones se endurecieron más.
—Podría, pero estaría mal, muy mal...
Me tapé el rostro con una almohada y me pregunté qué rayos hacía jugando así con fuego.
—¿Por qué estaría mal? ¿No quieres?
—Hazlo tú mejor —respondí avergonzada y él rio.
—Ay, Máxima...
—¿Qué? —pregunté ansiosa de saber que pasaba por esa mentecita suya.
—Me muero de ganas por contarte las pecas con la punta de la lengua.
Un estremecimiento me sacudió de pies a cabeza y me hizo jadear de manera gutural sin que pudiera evitarlo.
—No me hables así que me pones mala.
Entre nosotros empezaba a crecer de forma exponencial una necesidad epidérmica sin retorno.
—Me confundes, ayer tuve la percepción de que te gustaba mucho que te hablara así —dijo empleando el mismo tono provocador que había usado segundos antes—. ¿Entonces no lo hago más?
Apreté los muslos... Y negué con la cabeza... Me iba a obligar a responderle.
—No pares de hacerlo...
—Me alegra que quieras más, porque a mí me encanta mirarte cuando te pones mala. Te sonrojas y jadeas divinamente —Hizo una pausa—. Lo siento, pero he comenzado a imaginar cómo sería si llegásemos a más.
Joder...
—Yo he hecho lo mismo —admití sincera—. Tú con las mejillas sonrojadas también me resultas muy... Muy apetecible.
—¿Apetecible? —rio un poquito—. Te dejo comerme cuando quieras —dijo con obvio doble sentido.
—Mmm, no sé, solo si tú me comes primero —contesté demasiado rápido, sin darme el tiempo necesario para procesar mis pensamientos.
Abrí la boca asombrada de que él hubiese dicho eso y que, peor aún, yo le hubiese respondido...
—Créeme que estoy más que dispuesto, cuando tú quieras lo hago. —Me reí nerviosa de aquello. No supe qué decir y creo que él lo notó—. Tranquila, Máxima, no tiene que pasar nada que no desees, siempre ten en cuenta eso.
—Mmm, es que no te imaginas. Me gustas mucho, mucho —dije dejando caer mi mano por mi cuello, para acariciarme de forma descendente—. Pero hay un miedo intrínseco a lo desconocido, a estar haciendo todo demasiado rápido.
—No te preocupes. Iremos a tu ritmo y solo va a pasar lo que tú quieras. Sin presiones.
—¿No te fastidia eso? —pregunté sincera.
—Contigo no me fastidia nada.
Me mordí el labio, Diego estaba acabando conmigo.
*****
Claudia se llevó la taza de café a los labios a la vez que miraba, a través del ventanal de la cocina de mi casa, a mi hermano que fumaba en el patio trasero.
Él vivía en la capital, mientras se sacaba la maestría. Por suerte, había conseguido un buen trabajo que le permitía costearse los estudios, aunque eso hacía que sus visitas a mis padres fueran menos constantes. De no ser porque coincidíamos algunos fines de semana cuando yo venía al pueblo, prácticamente no nos veríamos.
—Clau se te va a enfriar el desayuno —dije y me llevé el tenedor a los labios.
—No solo de pan vive el hombre —contestó sin quitarle los ojos de encima a mi hermano. Lo observaba de la misma manera que haría un perro hambriento a un pedazo de carne.
Constantino entró a la cocina. Se notaba que estaba recién levantado. Iba sin camiseta, solo en shorts y por la mirada de mi amiga, tal parecía que se veía muy bien así.
—Buenos días —saludó amable—. ¿Cómo estás, Lechuguita? —llamó a Natalia por el sobrenombre que le había dado de niña y le dio un beso en la mejilla.
—Hola, Máximo —contestó Nat y le devolvió el beso—. Te presento a Claudia, una amiga de la universidad.
—Encantada —dijo Clau al extenderle la mano y recibió de lo más gustosa el beso que le dio mi hermano en la mejilla.
—Hola, Cat —Se sentó a mi lado para desayunar—, gracias por la comida.
—Cons, no deberías, así, como que, ponerte una camiseta. Digo, tenemos visitas.
Sentí un codazo en el costado, por parte de Claudia, cuya expresión me preguntó si estaba loca o qué.
—¿Les molesta? —Miró a mis amigas.
Claudia negó con la cabeza.
—Yo estoy acostumbrada, te estoy viendo descamisado desde hace años —contestó Natalia.
—Ves —dijo mi hermano y empezó a comer.
Claudia estaba idiotizada con él. La miré en plan «deja de comerte a mi hermano con los ojos», pero ella parecía estar demasiado ensimismada en su actividad de sabroseo.
Tras lavar los platos me preparé para el viaje de regreso. Me había levantado temprano para poder despedirme de mis padres, antes de que se fueran a trabajar a la farmacia, por lo que no andaba de muy buen humor por tener tan pocas horas de sueño encima.
—Me voy.
Cons me abrazó afectuoso.
—Ten —Me entregó una cantidad considerable de efectivo.
—Uf, gracias, hermano querido —respondí contenta.
—Cuídate mucho. Recuerda no dejar que desconocidos te lleven a ninguna parte. Si vas a salir a discotecas, nunca dejes tu trago solo. Siempre anda con Natalia, por favor, está atenta que hay mucho peligro por ahí. Mantén el gas pimienta a la mano, no te confíes.
—Siempre lo llevo en el bolsillo cuando camino a la universidad.
Él asintió y nos volvimos a abrazar.
Sabía que mi hermano me decía eso por mi bien. Vivíamos en un mundo en el que, lastimosamente, las mujeres aún debíamos evitar. En el que normalizábamos el tener que vigilar el trago en una fiesta o escribirles a nuestras amigas, para saber si habían llegado bien a casa. En el que mi hermano sentía terror de que me violara y me matara un tipo, sin que él me pudiera proteger. Era un asco total tener que vivir así, cuidándome, cuando en primer lugar no debería tener nada de qué temer.
Mis amigas se despidieron de mi hermano y no pude evitar rodar los ojos cuando lo vi mirar a Claudia con obvio coqueteo. Ella volvió a mostrarse encantada y aceptó el beso que él le dio en la mejilla.
Constantino era la razón por la cual yo había tenido tan pocas amigas durante la adolescencia. En el pasado, muchas chicas en el colegio se habían acercado a mí con intenciones de que las invitara a mi casa a hacer tareas y poder conocerlo. Todas eran unas falsas de mierda. Las únicas que me habían caído bien, pues había resultado que a él también. Y luego, cuándo él no las llamaba, todo se volvía incómodo entre nosotras y se jodía la amistad.
Él también era la razón de mi inexperiencia con los hombres. Durante la secundaria, siempre juró que le partiría las piernas al chico del pueblo que se me acercara. Aunque sí era honesta, realmente nunca me había gustado ninguno, pero eso era distinto a ni siquiera tener la opción de conocerlos porque él los espantaba.
Me acomodé en el asiento trasero y Nat puso el auto en marcha con Claudia como copiloto.
—¡Maldita sea! ¿Por qué no me habías dicho que el hermano de Max está tan bueno? —dijo Clau mirando a Nat, apenas nos alejamos de mi casa—. Casi me da un paro cardiocoñistico en la cocina.
—Ay, Dios...
—Sí, Máximo está bien rico —le contestó Nat—, pero para mí es como un hermano.
—Ay, pero para mí no. Por favor, me vuelven a invitar cuando él venga de visita. Nunca he comido helado de cereza y me provoca muchísimo comerme a ese pelirrojo.
—Ay —rodé los ojos.
Me puse un suéter en la cara para que no me molestara el sol y me acomodé mejor en el asiento, para poder dormir.
—Mierda, pero es que viste como se le marcaba el abdomen así en V, no, no, no, uy, eso está demasiado rico —continuó Claudia—, eso está para pasarle la lengua y...
—¡Asco! —grité incorporándome del asiento—. ¿Puedes hablar de eso con Natalia cuando yo no esté, por favor?
—Sí, Clau, no le jodas la mente a Max, porfis. Conversamos de eso más tarde —concedió Nat.
—Gracias —dije dejándome caer en el asiento trasero de nuevo para dormir un rato.
—Bueno, si así estamos, hablemos de temas más interesantes. El profesorcito, por ejemplo, ¿cuándo te lo vas a coger?
—Claudia —dijo Nat en tono de advertencia—, no le estés dando malas ideas.
—¿Malas ideas? Pero si el tipo está buenísimo y ella tenía meses babeándose por su alter ego, Leo. O sea, ya están saliendo juntos, es obvio que en algún punto el tren tendrá que entrar al túnel, Lechuguita.
—Solo yo le digo así, babosa —repliqué desde atrás.
—Deberías esperar, Max —comentó Natalia.
Me incorporé en el asiento y noté como me miraba a través del espejo retrovisor.
—¿Esperar qué? —Claudia bufó—. ¿Y si coge mal? ¿Te imaginas? Que espere tanto para nada.
—¿Tú crees que sea mal polvo? —preguntó Nat y yo me quedé callada esperando a ver qué respondería mi amiga.
—Pues por cómo la besó contra la puerta parece que tiene potencial, pero es que nunca se sabe, yo me he dado los besos muy bien con tipos que en la cama fueron experiencias tristes. Por eso cuando a mí me gusta alguien me lo doy rápido a ver si tenemos química sexual, porque eso de invertir tiempo en un hombre que luego tenga que dejar porque no nos entendemos me deprime... —Nat asintió—. Qué se lo coja y salga de eso... Además, ganas de comerse les sobran a estos dos.
—Aun así, ella no confía en él. Tienen que conocerse más.
Claudia y Natalia eran, a todas luces, hermanas de diferentes madres. Solían tener opiniones bastante consonantes y parejas, así que era una gran novedad verlas llevarse la contraria.
—Cierto, pero la vida es una sola. Para que se vaya a acostar con cualquier pendejito que la deje mal cogida, que estemos claras, es lo que abunda, mejor que se acueste con el profe que al menos parece que tiene habilidades y se goce el momento mientras dure —expresó Clau con naturalidad, como si no fuese algo tan significativo.
—Te puedes acostar con él —me dijo Nat mirándome por el retrovisor—, pero hazlo porque te provoca, porque tú quieres, no lo dejes presionarte.
—No lo ha hecho —respondí.
—De todas formas, es muy pronto, deberías esperar a conocerlo más —insistió mi mejor amiga.
—Yo no creo que aguante mucho —soltó Clau.
—Coño, gracias por el voto de confianza —contesté.
—Es que no es cuestión de aguantar —agregó Natalia que conducía con ambas manos en el volante—. Esto no es puritanismo, es que debes estar segura, mírame a mí, me fui a la primera con un tipo que no valía la pena.
—Ven, por eso yo me acosté con uno que no conocía demasiado, cero apego —explicó Claudia.
En cierta forma, el que permaneciera virgen se debía a Natalia que tuvo sexo con el que era su novio del colegio a los dieciséis. Todo resultó un desastre, que se complicó más, cuando él terminó con ella muy poco tiempo después. Los siguientes chicos fueron más amables, pero no eran buenos en la cama.
«Es que los tipos no se enteran de nada. Te están cogiendo como si fueras el calcetín con el que se masturban y juran que tú te lo estás gozando», recuerdo que me contó una vez.
No fue hasta que a los dieciocho salió con un tipo de veintidós que dijo: «era ciega y ahora puedo ver». Aquello me convenció de que era mejor evitarme el mal sexo innecesario, pues de todos los chicos que se me habían acercado, ninguno me había alborotado las hormonas lo suficiente, como en efecto hacía Diego.
—Lleva, lo que sea que tengan, con calma, Máxima —señaló de nuevo Natalia.
—Yo lo que quiero es saber cómo besa —dijo Clau—, cuenta, cuenta, que ya me hago una idea, pero cuéntame los detalles húmedos.
*****
El lunes por la noche, después de ir a cenar, quise que Diego subiese conmigo al apartamento, no obstante, al escribirle a Nat, me dijo que estaba en su habitación con Gabriel. No me quedó más remedio que besuquearme, de nuevo, con él en su camioneta.
Cada vez que lo hacíamos, todo se tornaba más y más sexual entre nosotros. Aquella noche, al entrar a mi habitación, lo hice con una sensación incendiaria que manaba desde mi entrepierna, expandiéndose por todo mi cuerpo. Me di una ducha, mientras pensaba en él, en lo mucho que me gustaba y antes de darme cuenta, tuve un orgasmo con su nombre en los labios.
El martes, al mediodía, encontré a Nat en el sofá con su portátil en las piernas. Editaba un nuevo video para sus redes, sobre la película que habíamos visto el viernes pasado en la noche de cine.
—Hice pollo horneado —me avisó.
—Uuuuh —dije caminando emocionada a la cocina a servirme.
Me senté a su lado a comer.
—Necesito que me dejes el apartamento esta noche, ve a casa de Gabo, a ver las estrellas o lo que sea, pero piérdete.
Nat alzó las cejas.
—Ok —respondió sin más—, ¿piensas cogerte a tu casi algo hoy de forma ruidosa?
—No, pero al menos sí meterle mano sin pensar en que puedas escucharnos desde tu habitación.
Asintió.
—¿No te invita a su casa?
—Mmm... Ahora que lo dices, pues no, nunca lo ha hecho.
—Jum —reprochó Nat sin apartar la vista de la pantalla—, tiene veintiocho años, ¿no? y bastante dinero. ¿Qué excusa te va a dar? ¿Qué no tiene casa propia? ¿Que vive con mami y papi? ¿No se te hace raro que no te haya invitado a su casa para ponerte en posición horizontal como es debido? ¿Qué oculta? Tal vez, después de todo, resulte que si tiene una novia...
Bajé la vista a mi plato, mientras el miedo se filtraba en mi mente.
Máximo.
(Él no se asemeja del todo al Máximo de mi cabeza, pero ajá, para ejemplificar lo dejo)
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