Dieciséis

Me mordí el labio. Ya sabía que le gustaba al melenudo, solo que no esperaba que me invitara a salir tan pronto. Su propuesta me tomó desprevenida. La respuesta era simple, no, no quería salir con él, pero justo en ese momento no me vino a la mente la manera adecuada para decirlo. No deseaba ser poco sutil. Él era bastante encantador y educado, se merecía al menos un buen rechazo.

Miré al horizonte y centré mi atención en un punto luminoso que se abría paso en la noche. Era una antigua iglesia, que se encontraba en una esquina de una importante avenida a varios kilómetros y cuya fachada estaba iluminada. Inhalé y lo miré con intenciones de soltarle algo parecido a lo que le había dicho a Juan días antes.

—La verdad es que no puedo, ahora no es buen momento para salir con chicos.

Se giró hacia mí y se recostó más en el balcón. Exhaló una bocanada de humo con lentitud con cierto aire sensual. Luego sonrió y bajó la cabeza. Segundos después me encaró de nuevo y me miró a conciencia.

—Que bella eres —comentó inesperadamente. Sonreí un poco, sintiéndome incómoda, pues no sabía qué decir—. Pero eso ya lo sabes, las chicas como tú siempre lo saben.

—¿Las chicas como yo?

—Sí, las mujeres bellas. Está bien, no me molesta tu negativa. —Aquella frase había sido dicha como quien trata de implicar un «tú te lo pierdes»—. Espero que en tu próxima vida termines siendo una gata esfinge horrorosa, de esas que no tienen pelo, por no salir conmigo —bromeó—, ese será tu karma.

No me gustó su respuesta, pero supuse que al menos no era tan insoportable como esos tipos que al decirle que no, me trataban mal o peor aún, me insultaban.

—Tu karma por haberme dicho semejante estupidez, será también ser un gato, al que tampoco le voy a dar bola —dije mirándolo perspicaz.

—Agsh, espera —gruñó—, espera, no me sale —gruñó de nuevo y se golpeó el pecho—, uf, al fin salió. Aquí tienes tu puñal —bromeó haciéndome reír. ¿Te puedo hacer una pregunta?

—Dale.

—¿Por qué no? ¿Es por qué no te parezco atractivo o por otra circunstancia?

Me reí un poco de aquello.

—Solo me lo preguntas para saber si te encuentro atractivo, ¿cierto?

—No lo había pensado de esa forma —contestó entrecerrando los ojos—, además de bella, inteligente.

Hice una mueca de suficiencia, sabía que lo había dicho por ser gracioso, pero no había conseguido ese efecto en mí.

—Pues mira, no estás nada mal de ver, es por otras circunstancias, con otro hombre.

—Entiendo —Le dio una bocanada honda a su cigarrillo.

Ramiro no dijo nada en verdad memorable durante el resto de nuestra conversación. Era lindo, gracioso y eso seguramente le bastaba para atraer a muchas chicas. Pero en mi caso, todo eso lo encontraba muy poco estimulante como para siquiera sentirme tentada. Eso y que en mi cabeza había un proceso en segundo plano que continuaba ejecutándose, aunque yo intentase negarlo. Mis pensamientos estaban eclipsados por el señor Roca.

*****

El viernes al mediodía me senté a desayunar un bol de aritos de cereal con leche en el sofá. Luego miré las notificaciones de la última publicación que había hecho para las redes de Nat y contesté los comentarios. Busqué mi libreta de ideas decidida a encontrar alguna que hubiese escrito hace más de una semana atrás, cuando aún Diego no había eclipsado tanto mis pensamientos. Comencé a redactar una reseña de un libro que había terminado hacía poco, iba sobre la mujer, el trabajo y su voluntad para liderar.

Estaba decidida a mantenerme ocupada. Me decía frases como: «o sea, por Dios, tú no puedes ser de ese tipo de mujeres a las que se le pudre la vida, porque no sabe de un hombre. No te ha escrito en todo el día ¿y? Que se vaya a comer mucha mierda, en serio. Ridículo ese». Me monté en la bicicleta elíptica de Nat, mientras veía televisión e hice ejercicio un rato en un intento de seguir con mi día como si nada.

Cuando mi mejor amiga llegó al apartamento, a media tarde, yo estaba demasiado necesitada de su compañía.

—Estoy hasta la madre, pasé como una hora discutiendo con una estúpida que me dice que no puedo llamarle al cine erótico, porno, porque el porno es machista y una construcción de esta sociedad patriarcal.

—Nat, pero es que te encanta joder con eso, no lo niegues—. Mi amiga se echó a reír—. Aja, ¿y qué le dijiste?

—Lo mismo de siempre, que si la película está llena de insinuaciones y es sensual, velada, entonces si podemos hablar de cine erótico, pero que si es bastante explicita, es porno, porque toda presentación del acto sexual de manera abierta es pornografía y que no lo digo yo, lo dice el diccionario. Que le queramos decir cine erótico, para quitarle la carga negativa inherente a la palabra porno es otro asunto. Yo no tengo la culpa de que la industria del porno acapare toda la atención con sus películas asquerosas que cosifican y explotan mujeres. Y si, entiendo que en el porno no actúan, recrean una escena, porque hay penetración y actos sexuales que esas personas están sintiendo, no obstante, la realidad es que si en la película él está desnudo y ella está desnuda y hacen como que cogen de manera cruda, ¡es porno! —Me reí—. Y esta chica que no y que no... Hay películas que son bien explícitas y me disculpas, pero el que estén hecha por una productora y un director de renombre no es garantía de nada. A las actrices las cosifican hasta en las películas que no son eróticas, que me haga el favor...  Esa división, como ella la plantea, no es tan simple.

—¿Le dijiste lo de un último tango en París?

—Ay, claro. El director manipuló a María para hacer esa escena de violación anal con la mantequilla y la traumatizó. Nunca falta un director abusivo que no le importa nada. Ella solo tenía diecinueve años cuando actuó en esa película, imagínate, menor que nosotras...

»En fin, le dije que yo sí quería hacer películas con cierto grado de explicitud, que no tendrían nada que ver con el porno asqueroso de la internet. Entonces me dijo que lo llamara cine erótico explícito... O sea, lo mismo, pero más bonito. —Me eché a reír—. En serio la gente le tiene aversión a la palabra porno y eso hace que se hable menos del gran problema que es la industria de la pornografía de internet. 

Nat siempre se quejaba de que las productoras de porno necesitaban estar mejor reguladas, para evitar los abusos que sufrían las actrices y que se reprodujeran las mismas tramas de humillación sexual y degradación a las que eran sometidas las mujeres en estas películas. Sobre todo, porque, lastimosamente, al no haber una educación sexual de calidad, los hombres aprendían de sexo era con las películas pornográficas, en las que el placer masculino era protagonista y la mujer era cosificada.

En los colegios todo se limitaba a evitar embarazos, no a ser afectiva y sexualmente responsable, mucho menos a ser un buen amante. Ella, en cambio, quería crear historias llenas de tensión sexual, besos apasionados y algunas escenas picantes explícitas en las que el placer femenino y masculino tuviesen igualdad. En donde el sexo fuese mostrado como algo natural y bonito. Nada de tramas falocentristas asquerosas. Y yo le deseaba todo el éxito del mundo.

—¿Qué vamos a hacer hoy? —pregunté cambiando el tema.

—¿Nosotras? —Nat se dejó caer en su cama—. ¿Y el profesor Roca?

Me acosté a su lado y suspiré. 

—Sí, nosotras.

—Ay, ¿qué pasó? Cuéntamelo todo.

*****

Un vestido negro, un smokey eye y mucha máscara para pestaña después, estaba pidiendo un mojito en la barra de Bianco. El ambiente lounge de mesas altas y pista de baile amplia era delicioso para pasarlo de lo mejor. Todo el mundo iba muy bien arreglado y con ganas de tener una noche maravillosa.

Una de mis actividades favoritas era sentarme en la barra y observar por un rato los distintos rituales de cortejo de quienes me rodeaban y en esa ocasión no sería diferente.

Natalia bailaba con Gabo y Claudia con un moreno alto que estudiaba con ella. Fernando, por su parte, se encontraba en la esquina hablando con una chica, o algo así, en realidad, le susurraba al oído a la vez que le acariciaba todo el arco de la oreja con los labios y dejaba caer la mano, como si nada, sobre su cintura en una caricia que, obviamente, buscaba descender.

Miré las luces de colores del techo, los meseros que caminaban con dificultad entre los cuerpos danzantes en la pista. La gente que reía, mientras tomaban de sus respectivos tragos. El alcohol los desinhibía, los instaba a liberar tensiones. Todo el mundo parecía pasarla de maravilla. Todos, excepto yo.

No le encontraba sentido a la velada. Era raro. No era una chica muy de discotecas, pero no recordaba haber tenido una noche tan insípida nunca. Miré la hora en mi teléfono, apenas eran las doce. Suspiré al comprender que había transcurrido un día entero sin hablar con él.

Había una parte de mí que ansiaba que él me buscara. Deseaba poder decir que él había sido un mentiroso de mierda, pero que insistía en lo nuestro y que yo, tontamente, cedía. Quería tener la excusa y ni eso me daba.

Me acerqué a la mesa en la que Nat acababa de tomar asiento con Gabo. Mi amiga me miró de reojo, mientras conversaba con el mesero, y de inmediato me notó en la cara que estaba fastidiaba. No tardó en inclinarse hacia mí, para hablarme al oído, para hacerse oír sobre la música.

—¿Sin noticias de Leo? —Asentí—. Mírale el lado positivo, al menos no es tan acosador.

Ramiro se acercó y comenzó a saludar a todos. Al llegar junto a mí me miró con una sonrisita picara en los labios a la que no supe cómo reaccionar. Me estampó un beso en la mejilla y se aproximó demasiado a mí con la excusa de hablarme al oído, para decirme hola. Era el mismo movimiento que había hecho Fernando con la rubia, minutos atrás, a la que, en ese momento, ya le metía la lengua hasta la garganta. 

Un par de tragos después, Ramiro me invitó a bailar. Acepté, no tenía nada mejor que hacer. Hizo un movimiento pomposo de manos para llevar las mías hasta su cuello y reducir la unión entre nuestros cuerpos. Me reí de aquello y supongo que él asumió que estaba bien atraerme más hacia sí. Di un paso atrás, mirándolo con un ligero reproche y él sonrió en disculpa, por lo que seguimos bailando.

Era un excelente bailarín, aunque se movía muy rápido. Me tomó de la cintura para que le siguiera el ritmo y con cada paso, me iba atrayendo más hacia su cuerpo. Sonaba música electrónica, no salsa, no teníamos que permanecer tan pegados, sin embargo, era obvio que él bailaba así.

Lo dejé guiarme, envolverme en sus brazos y traté de concentrarme en el hecho de que la estaba pasando bien, no obstante, odié que algo no me dejara ser. Lo odié demasiado. Intenté cerrar los ojos, sentir la música, y caí en cuenta de lo absurdo que era la situación. Tenía a un tipo amable y divertido en frente; pero yo solo podía pensar en Diego.

Cuando terminó la canción, me excusé al decirle que estaba muy cansada, así que me fui a la mesa, tomé la botella de vodka que había comprado Gabriel y me serví un trago con hielo y un poco de tónica.

Natalia y su bombón de chocolate, como ella le decía, tenían una relación abierta, no obstante, al observarlos daba la sensación de que estaban muy enamorados, al punto de no eran capaces de mirar a nadie más.

Me alejé de ahí y caminé hasta el baño de damas. Había fila para los sanitarios, así que me encerré en el cuarto de limpieza. Busqué en mi agenda su número y lo llamé.

Era tardísimo, dudé en efectuar la llamada a razón de que sabía que estaría durmiendo, pero en ese momento me resultaba demasiado insoportable seguir sin saber de él. Me daba rabia que él fuese más fuerte que yo. Diego me había dejado de hablar aquella semana cuando rompimos nuestra amistad y no fue hasta que estuvo borracho que dio su brazo a torcer, entretanto yo, no aguantaba más de veinticuatro horas sin comunicarme con él.

«Bueno, tú también estás tomada, esa será la excusa», pensé, aunque no había excusa alguna. Simple y sencillamente se me hacía intolerable no saber de él. Pulsé la tecla de llamar. Uno, dos... seis tonos. Nada. Reintenté. Su voz adormilada dijo mi nombre y no pude evitar cerrar los ojos cuando sentí la tranquilidad que me embargaba al escucharlo. Me dije a mí misma que debía ser prudente al hablar.

—Diego, disculpa por despertarte.

—¿Estás bien? —preguntó con la voz ronca por el sueño.

—Sí, estoy en una discoteca, pero quiero que hablemos.

—Ok —Soltó un bostezo largo—, ¿Estás bien? ¿Necesitas que vaya por ti? o...

—Sí, por favor, ven.

—De acuerdo, envíame la dirección en un mensaje.

Caminé hasta la mesa y le informé a Nat sobre mi partida. Me miró sorprendida y me jaló a un lado, para preguntarme si la estaba pasando mal con Ramiro. Le aseguré que no era el caso. Ella insistió en que no podía tomar un taxi sola, que me llevaría al apartamento y volvería luego a la discoteca. Le expliqué que no hacía falta, porque Diego pasaría por mí.

—¿A esta hora? —preguntó entre sorprendida y preocupada.

—Sí, necesito hablar con él.

—Máxima, son la una de la mañana, no te parece muy tarde para que vayas a su casa, porque ahí es donde va a llevarte.

—¿Y cuál es el problema?

La verdad era que no me había detenido a pensar en qué haríamos, solo sabía que quería que habláramos de una buena vez. Sí lo íbamos a mandar todo a la mierda pues, que así fuera. Así yo podría seguir con mi vida y no darle tantas vueltas a la rueda del patín de mi mente. Eso me ponía de mal humor, era demasiado impaciente.

—Tú has bebido, no quiero que se aproveche de ti.

—No lo hará, por Dios.

—No sé, por favor, avísame qué harás y cualquier inconveniente te busco en donde estés, nada de irte de su casa en un taxi, tú me llamas que yo te recojo hasta en el fin del mundo. ¿Entendido? —Asentí—. Escríbeme si tienes algún problema —insistió mi mejor amiga.

Tras esperar un rato, me despedí de todos, incluso de Ramiro que me miró desconcertado cuando le dije que me iba. Se ofreció a llevarme a donde necesitase, cuestión que decline por obvias razones. Bajé las escaleras del club nocturno y esperé junto a la puerta el mensaje de Diego que no tardó en llegar, para avisarme de que estaba afuera. Suspiré y salí a su encuentro.

Abrí la puerta de su camioneta y la imagen con la que me encontré no era la que esperaba. En los días anteriores me había acostumbrado a verlo arreglado, mientras que, en ese momento, vestía una camiseta y un pantalón de tela de algodón, llevaba el pelo despeinado y tenía semblante adormilado.

Tomé asiento y le di un simple hola que él secundó. No me atreví a más, ni siquiera a darle un beso en la mejilla. Me puse el cinturón de seguridad, entretanto él conducía a la salida del estacionamiento de la discoteca. Apenas habíamos recorrido unos metros cuando nos detuvo la policía. A veces colocaban un operativo cerca de clubs nocturnos para pruebas de alcoholismo.

Diego bajó la ventana, tras saludar al oficial de forma cordial y supongo que este al percatarse de que no estaba, ni por casualidad, alcoholizado, nos dio permiso para continuar. Él condujo en dirección a mi apartamento, en ningún momento me invitó a ir a otro lado como sugirió Natalia que probablemente haría, cuestión que me puso nerviosa. Tal vez solo me dejaría y se iría. Todo sugería que él creía que lo había llamado porque necesitaba transporte.

El silencio en la camioneta era asfixiante. Demoledor. ¿Lo peor? En el aire flotaba ese distintivo aroma, esa fragancia masculina que emanaba Diego que tanto me gustaba. Lo detallé en medio de la oscuridad. Se veía desganado, cansado... Agotado.

—No debí sacarte de la cama.

—No te preocupes —dijo adusto.

—¿Trabajaste mucho hoy?

Asintió.

El resto del trayecto hacia el apartamento lo hicimos en silencio. Demasiado silencio. Cuando llegamos a mi edificio él seguía mirando a través del parabrisas. Luego inhaló profundo y se giró hacia mí. Por alguna razón su actitud me estaba aniquilando. Diego sin hablar era peor que Diego discutiendo, con ese sabía lidiar, con el que me miraba adusto, enmudecido, no. Negué con la cabeza e hice una mueca.

—¿No te parece qué estás exagerando? —dije empezando a sentir como la molestia retornaba a mí—. Tú, ahí, con un drama porque te hablé en mal tono, ¿y tú? ¡Tú me mentiste por seis meses! ¿Yo tengo que dejar pasar eso y tú eso no? ¡Qué bárbaro!

—¿Así ves la situación? Entonces creo que tendré que darle paso a todos tus errores, ¿no?, porque nada se va a equiparar a la mierda que te hice —dijo con calma mirándome—. Dime si siempre va a ser así.

—Tal vez, no sé —respondí con suavidad y bajé la vista. 

Diego hizo una mueca.

—Entonces esto no funciona para mí.

Alcé el rostro de golpe y lo miré atónita.

—Whao, tú sí que eres tolerante, al primer problema lo dejas todo. Bueno, ni modo —dije insolente, porque si pensaba que le iba a rogar, era que no me conocía para nada.

—A ver, Máxima. —El tono en que pronunció mi nombre no me gustó, lo dijo como cuando era mi profesor de ecuaciones diferenciales—. Lo que yo te hice fue una bajeza. Nunca en mi puta vida yo había hecho algo tan despreciable. Es algo que incluso nadie de mis conocidos creería que yo pudiese hacer, ni yo sé muy bien cómo dejé que lo que en un principio fue una simple omisión, llegara a tanto. No sé cómo permití que evolucionara en una mentira tan sucia. Por eso te pediré disculpas mil veces. Pero sí te digo que me arrepiento del todo, no estaría siendo sincero. —Carraspeó cuando su voz se volvió dispareja, el sueño permanecía aún en esta—. Porque de lo único que me arrepiento es de haberte hecho daño, lo lamento, mucho, pero no me arrepiento de nuestras conversaciones, mucho menos me arrepiento de estos días de besos. No lo justifico, de hecho, fui un patán, que no quede duda de eso. Pero míranos, son la una de la mañana, tú estás aquí conmigo, eso no habría pasado de otra manera. De ti besándome, nunca me podré arrepentir.

Suspiré, no tenía nada que objetar que ya no hubiese dicho en ocasiones anteriores, así que decidí dejar que siguiera hablando. No me gustaba su silencio, al menos se estaba explicando.

—Lo que hice estuvo mal, muy mal, por eso te he pedido perdón y lo hago de nuevo. Me arrepiento mucho de haberte lastimado. ¿Te arrepientes tú de lastimarme a mí? ¿O simplemente tengo que aguantarme tus desplantes como si estuviese saldando una deuda? El tema no es lo que dices, es cómo lo dices.   Lo único que te pido es un poquito de respeto, nada más. Sé que estás herida, no pretendo que lo olvides todo de un momento a otro cuando ni siquiera a pasado una semana, te he dicho que podemos hablar los detalles que te molesten mil veces de ser necesario, pero siempre desde el respeto mutuo, porque yo también podría hacer preguntas como ¿por qué una mujer como tú, tan hermosa, tan inteligente, nunca ha estado con nadie?

—Es diferente, yo no tengo la culpa de que los tipos que se me acercan no sean interesantes. Además, no me cambies el tema. Para ti es tan fácil solo dejar de hablarme, ¡me da rabia! Tú durmiendo como un bebé, mientras que yo no consigo ni siquiera bailar con un tipo sin pensar en ti.

—¿Con qué tipo? —preguntó molesto.

Rodé los ojos.

—Un amigo del novio de Nat, no tiene importancia. En fin, el tema es que yo me jodo sin saber de ti, mientras que tú, estás como si nada. Como esas casi dos semanas que no hablamos después de que diste por terminada nuestra amistad. O sea, sí no te hubieses emborrachado ni me llamas... ¡Sí no te hubieses emborrachado, yo no me habría enterado de quién eres!

—Te equivocas. Tengo todo el día pensando en lo nuestro y anhelando verte, besarte, me desespera no poder estar contigo, pero... —Hizo una pausa y apartó la vista de mí. Su rostro expresaba indecisión y me pregunté qué se estaba callando.

—¿Pero? —le pregunté con avidez y él negó con la cabeza.

—Tengo claro que no te merezco...

Otro silencio que se prolongó varios segundos, mientras él se veía pensativo.

—Ya no digas eso.

—Es la verdad... —Inhaló con fuerza y me encaró—. Sin embargo, no puedo dejar que me hables de esa manera, solo te pido un poquito de respeto mutuo, esto es de parte y parte. Conversemos sobre lo ocurrido, pero sin maltratarnos...

Me miró expectante. 

—El problema es que tú te pones todo tenso cuando te pregunto algo y eso me desespera —expliqué entre dientes.

—De acuerdo, intentaré ser más comunicativo, pero, por favor, no me trates mal —me pidió en tono conciliador y era un poquito difícil no querer olvidar lo sucedido cuando me hablaba así.

—Tienes razón, no debí hablarte de esa manera —admití dejando mi orgullo a un lado, aunque seguía molesta.

Miré al frente sin saber qué decir o qué hacer. 

—No quiero tener razón. No quiero, no se trata sobre eso. Es que... No quiero que peleemos.

—Es que yo tampoco. —Me giré a encararlo—. Si te pregunté acerca de eso fue porque... —Suspiré al notar que las convicciones del día anterior me abandonaban—. No sé nada de ti, tú lo sabes todo de mí —dije bajito y bajé la vista a mi regazo mientras entrelazaba mis dedos—. La verdad, Diego es que no quiero estar con un hombre que albergue sentimientos por otra mujer —solté finalmente, exponiéndome a que notase cuánto me importaba.

Tenía miedo, mucho miedo de ilusionarme y que él aún quisiese a alguien más.

Me tomó de la barbilla e hizo que mi rostro girase hacia él, para que lo encarase. Su expresión se había dulcificado y sus ojos grises estaban más lindos que nunca.

—No hay otra. Solo tú —dijo serio.

»¿Acaso no lo ves?

»Yo solo quiero estar contigo.

Bajé la cabeza al escucharlo hablar en ese tono tan bonito. Mi barbilla tocó mi pecho. Sus palabras me dieron en el punto exacto. Uno en donde pensaba que él tenía razón y nuestra situación podía ser diferente. Él deslizó su mano sobre mi mejilla derecha, por la que corría una lágrima sin razón aparente y atrajo mi rostro en su dirección.

—No llores, Máxima, odio verte llorar, por favor, no lo hagas.

Besé el dorso de su mano comprendiendo con inequívoca certeza que yo quería todo con él. Que no podía seguir en esa tónica de ir y venir sobre el mismo asunto, porque eso solo lograba alejarnos.

Alcé la vista, mientras me mordía el labio con nerviosismo.

—Bésame —le pedí con simpleza.

Sonrió y se acercó a mí. Pasé las manos por su cabello y las dejé sobre su nuca. Me miró con ternura y luego, posó su boca con delicadeza encima de la mía.

Qué rápido me estaba acostumbrando a la densidad de sus labios. Que rápido comenzaba a necesitar al toque flexuoso de su lengua y a desear esa efervescencia que brotaba en mi vientre bajo cada vez que me mordía con profusa dulzura el labio inferior.

Lo atraje hacia mí con rotundidad, con unas ganas desbordantes de sentirlo más. Mi lengua se deslizó sobre la suya, buscando alejar toda duda que pudiese tener acerca de mi deseo por él. Lo saboreé, sabía a menta de un reciente lavado de dientes. Su boca era acogedora, tibia, invitaba a ser devorada de forma salvaje. Me gustaba sentirlo así, presto para mis caricias, para mis deseos.

No sé muy bien como lo hice, pero tras ese beso que destilaba ganas de más, conseguí separarme de él, pues sabía que debía dejarlo ir a dormir.

—Vete a descansar. ¿Mañana también trabajas? 

Asintió con semblante desencajado, así, como si mi beso le hubiese dejado aturdido. Me encantó verlo así. Necesitaba más de Diego mirándome con los ojos a media asta, los labios húmedos por mi saliva y las mejillas pintadas con un ligero rubor. Se veía hermoso.

—Anda a dormir, perdona por sacarte de la cama, buenas noches —Le pasé el pulgar por el labio inferior en una leve caricia, que lo hizo acercarse de nuevo a mí para darme un beso delicioso.

—No te disculpes por eso, cuando me necesites, llámame, no importa la hora. 

—Gracias. Ahora ve a dormir.

Se estiró y bostezó.

—Quiero más besos.

—Tendremos tiempo para eso, anda a dormir.

Bajé de su camioneta y me despedí una última vez. Al llegar al apartamento me acosté en el sofá sintiéndome dichosa. Solo habíamos pasado un día sin hablarnos y yo sentí que me había vuelto el alma al cuerpo, literalmente, cuando lo besé.

Le escribí a Nat, para contarle de lo que habíamos pasado y avisarle de que ya estaba en casa.

«De acuerdo, yo llegaré como en dos horas, charlamos por la mañana, te amu» —me respondió. 

*****

Un movimiento extraño me sacó del sueño profundo en el que me encontraba. Era Natalia que se había subido a mi cama, para fastidiarme y animarme a despertar. De un tirón rápido me quitó el edredón y me expuso al frío de la habitación. Chillé, quejándome y volví a arroparme.

—¡Déjame en paz! ¡Fuera de aquí!

—Creo que es momento de poner un poco de distancia entre tú y ese hombre. Vámonos al pueblo, regresamos el lunes por la mañana —soltó de la nada mi mejor amiga.

—¿Qué? No —contesté de forma natural, como si su idea fuese por completo absurda.

—Sí, creo que te conviene tomarte un respiro, eso que me escribiste anoche me dejó un poco preocupada. ¿Tienes qué, cinco días saliendo con él y estás así?

—Y seis meses hablándonos a cada rato, Nat —le aclaré.

—De todas formas, quiero ver a mis padres, acompáñame, por favor —pidió con amabilidad.

—¿No podemos ir la semana que viene?


Se les agradece que comenten, que andan muy tacañas... Cuestión que me amotina... Y yo amotinada no escribo (insertar trabajo de culpa prolongado)

Edit a la nota de mí yo del pasado: yo amotinada no corrijo manuscrito.

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