Cuarenta y tres, segunda parte

Diego empezó a llorar y eso me sentó fatal. Se giró hacia la ventana y se llevó los dedos a los ojos. Intentaba recomponerse. Incluso hasta en sus momentos de quiebre buscaba mantener la compostura.

—Yo no la quería y no lo hacía desde hacía mucho. Desde antes de ti... —dijo con la voz quebrada—. Hablé con su madre y le expliqué que no seguiría yendo a verla los días de visita los fines de semana, nosotros habíamos terminado y quería que ella lo fuese asimilando, necesitaba que entendiera que cuando saliera del centro de terapia no estaríamos de nuevo juntos.

»El tiempo comenzó a pasar y ya estaba esa costumbre de no hablarnos los fines de semana, tú siempre salías con tus amigos, hacías tu vida perfectamente normal o te ibas a ver tus padres...

»Carajo, moría porque llegaran los lunes para poder escribirte —dijo girando hacia mí con lágrimas en los ojos—. Lo sé, doy lástima y precisamente eso era lo que no quería que vieras.

—Diego... —Me encogí de hombros, todo era un cúmulo de información demasiado grande para asimilar—. Me dices esto y... —Negué con la cabeza—. No sé si creerte... No sé...

—No te estoy mintiendo, Max. La cagué.

—No entiendo, tú dijiste que estabas en casa de tu novia, me dijiste lo de su hermanito y esa película... Era el primer día de clases, Diego. Hace más de tres meses, todavía estabas con ella.

—No. Debí ir a su casa a hablar con su madre, no sé... A darle dinero para que mi ex pudiese pagarse la terapia, medicamentos —dijo con cara de confusión—. No recuerdo para que fui específicamente.

—O sea, ¡todavía se veían!

—No, no, mi ex no vive aquí, en la ciudad. Era a través de su madre que me enteraba cómo se encontraba.

—Diego, pero decías mi novia, me dijiste: lo mío con ella es algo que no puedo dejar —insistí—, No me mientas, joder.

—No te estoy mintiendo. Yo no te hablaba de ella ¿recuerdas? Cuando tú y yo comenzamos a conversar yo mencioné que estaba muy estresado y tú preguntaste si por trabajo o por una chica, te dije que por ambos y al día siguiente me preguntaste cómo seguía la situación con mi novia. Simplemente no lo negué y con el tiempo se asumió que yo estaba con alguien.

»La mentira se fue haciendo una bola de nieve. Tú me pediste redes sociales y yo agregué una foto de Marco a mi cuenta de Instagram que solo uso para navegar, porque yo no subo fotos mías, ni nada por el estilo. Cuando le conté, él me dijo que si subía más fotos suyas, tenían que ser con Grecia o sería raro que colocara una foto de él solo, además de que si esta revisaba mi cuenta, él podría inventarse alguna tontería, pues le daba miedo que Grecia pensara que él tenía una cuenta falsa con mi nombre... —admitió viéndose decepcionado de sí mismo—. Nunca te contradije porque de nuevo, nuestras conversaciones eran amistosas y no quería contarte nada de eso.

Me llevé la mano a la cara en un gesto de hastío, mientras negaba ante lo irónico y repulsivo de la situación.

—Si te pregunté por tu novia ese día, era porque yo guardaba la esperanza de que me dijeras que eras soltero, así que cuando me dijiste que ya todo se había arreglado, yo entendí que no lo estabas. Maldito mentiroso.

—Todo es mi culpa. La cagué. Pero es que esa noche me llamaste a mitad de la madrugada y me agarraste fuera de base. Eso hizo que te confesase lo mucho que me gustas, ¿qué querías que te dijera? Sí, mira, terminé con mi novia, pero igual no podemos tener nada porque soy ese profesor que encuentras aborrecible.

—Sí, joder, sí. —expresé alzando la voz—. Eso precisamente tenías que haberme dicho. Pero no lo hiciste, preferiste mentirme, preferiste verme la cara de estúpida y volvió a repetirse todo. Tu primera reacción siempre es mentirme, si no te hubieses emborrachado nunca me habría enterado de nada...

—Carajo —gritó rabioso interrumpiéndome—. ¿Acaso no lo ves? Yo me habría conformado con adorarte en silencio. Te repito, lo mío contigo era netamente platónico, se suponía que no tenía importancia si yo estaba o no con alguien porque lo nuestro no iba a suceder —Hizo una pausa y bajó los hombros—. Luego tuvimos ese día de lluvia y tú fuiste tan adorable. Si te invité a cenar ese tarde en el salón fue porque tu ausencia me estaba matando... Nada más, nada más, después yo mismo te pedí disculpas y me puse en mi lugar, ese en el que solo tenía derecho a verte de lejos.

Me miró y tuve la impresión de que se quebraba con cada admisión que me daba.

—Siempre he estado consciente de que no te merezco. Que estás fuera de mi alcance, que no eres para mí. Tuve que estar bien borracho para decirte mucho de lo que sentía por ti... Y después ese domingo me dejaste abrazarte... —Hizo una mueca, parecía aguantar las ganas de llorar—. Eso me dio esperanzas... Y cuando me besaste —Diego frunció los labios y se encogió de hombros—. Me cambiaste la vida con ese beso.

—¿Entonces porque la besas a ella? —pregunté llena de ira.

Diego apretó los párpados, pero no tardó en abrirlos.

—Te estoy diciendo que tiene esta actitud en donde niega la realidad, niega que hemos terminado. Intenté explicárselo...

—¿Con besos? —repliqué irónica, interrumpiéndole.

—Máxima... —Suspiró con fuerza—. Solo quería asegurarme de que no se hiciera daño...

Parecía que Diego trataba de explicarse, pero continuamente se quedaba a medias y aquello me daba rabia porque yo necesitaba que hablara.

—No suspires así, como si estuvieses agotado de explicarme algo sumamente lógico que a mí no me da la gana de entender, porque no es así. Dime ¿cómo te creo? —expresé entre dientes—. Solo tú —grité molesta—, Solo tú, no hay otra. Eso fue lo que me dijiste.

—Te lo juro, solo estás tú.

—No te creo —dije comenzando a llorar.

Las lágrimas calientes se deslizaban por mis mejillas por su habitual recorrido. Le di la espalda en un vano intento de contenerlas. No había manera.

—Gatita, por favor, no llores.

—Vivías en esa casa con ella. ¿verdad? —Lo miré sobre mi hombro y él asintió—. Ves, te pregunté si esa era tu casa y me dijiste que no, me mentiste en todo. Eres detestable.

—Las cosas no son así —dijo en tono afligido como si estuviese cansado.

Giré hacia él para encararlo.

—Dime cómo mierda son —grité de nuevo—. Estoy harta de la frasecita, explícame entonces cómo son.

—Yo dejé de vivir en esa casa porque... Me mortificaba estar ahí. Mi papá la había comprado hacía tiempo atrás para que viviera cerca de él, pero a mí nunca me gustó. Yo no vendí mi apartamento, por lo que volví ahí, porque esa casa me asfixia... Está llena de malos recuerdos.

Diego se sentó en el sofá con expresión de abandono. Dejó caer su cabeza entre sus manos, mientras a mí la ansiedad me minaba la razón. Parecía manejar el fino arte de hablar y no decir nada sustancioso.

—Mi gata... —dijo como si me leyera la mente y supiera que me estaba quejando por la poca información que brindaba. Me miró, sus ojos se habían enrojecido más y parecía que flotaban en ellos sus pupilas que habían adquirido un tono plomizo. Sus delicados labios se movieron para pronunciar unas palabras que tardaron en ser audibles—. La mató y la dejó ensangrentada en la sala de la casa. —Bajó la cabeza derrotado y me llevé la mano a la boca impresionada—. Cuando entraba ahí lo único que hacía era pensar en la sangre de Copo.

—¡Qué! —expresé anonadada.

—Estaba drogada ese día. ¿Entiendes porque no quería que te viera? Si te grité fue porque estaba preocupado. —Suspiró—. Cuando intento explicarle que no estamos juntos me dice que no quiere vivir sin mí, me jura que ha cambiado y que ahora todo sí va a estar bien... Me ruega que no la deje, que si no estamos juntos ella no tiene motivos para vivir.

»Y Yo siento que si se va a matar, Máxima, en serio y yo no puedo con ese cargo de conciencia. Su madre me había dicho que ella estaba mejorando, pero que seguía sin aceptar que habíamos terminado. Entonces se enteró de lo nuestro y eso la puso muy mal.

—Todo es mi culpa, asumí que como no tenemos amigos en común en esta ciudad nadie le diría nada. No sé... Aún no he descubierto cómo se enteró. Quiero que vuelva a terapia, el problema es que no puedo ingresarla a una clínica como la vez anterior, porque aquella vez fue algo de emergencia porque atentó contra su vida y tuvo una hospitalización temporal, luego con la ayuda de una de sus madres aceptó entrar a un programa de terapia, pero ahora no quiere volver a la capital para continuarlo y no se le puede obligar.

—¿Una de sus madres? ¿Son lesbianas?

Asintió.

—Una sí, la otra es bisexual, pero su madre legal, la que la gestó, a veces no entiende la seriedad de los problemas de su hija porque ella misma no está muy bien que digamos, además de que no me soporta. Ahora que se ha enterado de que yo seguí con mi vida me ha gritado y me ha dicho de todo. Porque si... Tiene razón, yo soy una basura que mientras su hija estaba en terapia hablaba contigo —Se llevó la mano al rostro—. Y la otra... Con ella sí puedo hablar, es la que te dije que esperaba que volviera de viaje. Ella es más comprensiva, pero al final del día no hace mayor diferencia, porque ellas nunca tuvieron un vínculo legal.

—¿Dónde vive tu ex?

—En la capital.

—Fuimos a la capital, tal vez nos vio.

—No lo creo. No... No sé. Fui descuidado.

—¿Por qué no me dijiste? Podíamos hablarlo, no tenías que mentirme... Otra vez.

Él se puso de pie, se veía apesadumbrado. Quiso acercarse a mí, pero yo me alejé.

—Es que no quería... Lo siento, pero es que no quería que supieras nada de esto. Yo quería estar contigo sin que te enteraras de nada de esta mierda.

Lo miré anonadada. Así de simple. No quería contármelo y ya.

—Diego, no puedo estar con alguien que escoge siempre mentirme. No puede ser que el primer instinto que tienes para lo que respecta a mí sea mentirme, coño.

—Es que... Es complicado, Máxima.

—Eres tú el que lo hace complicado... ¿Qué se supone que pase? ¿En dónde me deja todo esto?

—Esto no se va a repetir de nuevo, se lo he dejado en claro a sus dos madres, lo nuestro terminó y ella tiene que seguir con su vida sin mí —dijo mirándome.

—Diego... —Inhalé con fuerza—. Lo único que te pedí fue que no me mintieras de nuevo. Ni siquiera puedo estar segura de que lo que me has contado es verdad... —Me encogí de hombros—. Una parte de mí quiere creerte, me dice que todo lo que vivimos no pudo ser mentira...

—¡No lo fue!

—Pero eso no cambia las circunstancias... Aghs... —gruñí cansada—. Por eso ese día en la fábrica te pregunté desde hacía cuánto no te acostabas con alguien, porque fue mi manera de saber si aún había alguien presente en tu vida y luego esa noche cuando me trajiste al apartamento me dijiste... —No seguí explicándole, él sabía de qué hablaba—. Me mentiste... ¿En qué más me has engañado?

—En nada, maldición —gritó desesperado, mientras gesticulaba con las manos—. Tenemos casi tres meses juntos y creo que te he demostrado que no soy un mentiroso.

—¿Cómo me has demostrado que no eres un mentiroso? ¿Mintiéndome más?

—Carajo... Dime sí me vas a dar una oportunidad para recomponer nuestra relación, no le des mil vueltas, dímelo y ya —me dijo de mala gana, perdiendo la paciencia.

—Te estás equivocando, a mí no me vas a hablar más en este tono. Que la manera en que me dijiste que me callara todavía me retumba en los oídos.

—Perdóname. Yo solo quería evitar que hicieras una escena y que ella te escuchara y saliera de la casa...

—¿Te parece que yo soy alguien que monta escenas? —Lo miré de mala gana—. Si yo hubiese querido hacer un escándalo voy y le toco la puerta y le pregunto, hola, ¿quién eres? ¿Qué haces en la casa de mi novio? ¿Por qué coño lo besas? En cambio, me di la vuelta para largarme y no me permitiste hacerlo. La escena la montaste tú en la siguiente calle al no dejarme entrar a la camioneta. Y si te soy sincera, me importaba tres remolachas lo que dijesen tus vecinos.

—A mí también me tiene sin cuidado. Yo solo quería que me oyeras —dijo tajante.

—Pero yo no quería, ¿oír qué? ¿Más mentiras como la que me habías dicho segundos antes al teléfono?

—Por supuesto que no... Carajo, toda mierda tiene que ser como tú quieres —gesticuló molesto—. Todo... Y no, no carajo, no... —gritó histérico, luego se llevó las manos al cabello y se lo jaló mientras negaba con la cabeza—. Perdóname. —Recapacitó—. No estoy en mis cabales.

—Y yo no tengo la culpa de eso, Diego. No tengo porque lidiar con estas mierdas, ni contigo perdiendo los papeles hablándome en mal tono, ni con tu exnovia inestable. Honestamente, la dejaste mientras hacía terapia, ¿en serio no previste que te iba a volver a buscar si está tan mal de la cabeza como dices?

Nat y Gabriel habían discutido varias veces y ni siquiera eran novios, porque necesitaban un cierre. No me imaginaba que podía pasar por la mente de esa mujer.

—La dejé antes, antes y le había explicado —replicó exasperado—. Pero te digo que no lo acepta nunca.

Me lamí los labios.

—Diego... Es irrelevante cuando la dejaste, porque es más que obvio que te sigue importando muchísimo lo que le pasa. —Y me costó decir aquello, porque no había hecho más que pensarlo desde que lo vi con ella.

—Pero no es porque la ame, ¿qué quieres? ¿Qué deje que se mate?

—Yo no quiero nada —Lo miré, cansada—. Entiéndelo, no la conozco y por lo visto a ti tampoco. El tema es que ustedes tienen asuntos que resolver en los que yo sobro —Me encogí de hombros.

»Tengo más de dos meses pensando que estábamos construyendo una relación amorosa estable y resulta que senté bases sobre una obra parcialmente derrumbada —Hice una mueca de tristeza al entender aquella realidad desgarradora. Me había ilusionado como una tonta.

Le miré y me lamenté de hacerlo, no debía mirarlo, me rompía cuando lo hacía. Distinguí en su rostro un dolor que parecía el reflejo del mío y mi razón me dijo que debía creerle, Diego se estaba resquebrajando.

Él era un simple hombre al que yo había dotado de una inquebrantable rectitud. Había construido a su alrededor ese ideal de romance dulce lleno de caricias ardientes. La realidad en cambio no era tan atrayente, él era simplemente un tipo que no sabía manejar sus emociones, que prefería callarse, que evitaba las tormentas con coloridos paraguas, pero estas igual lo alcanzaban. Excepto que en esa ocasión, no se encontraba solo, estaba conmigo y nos cayó un rayo que nos electrocutó...

—Máxima, no digas eso, lo nuestro es bueno.

—No puedo evitar sentirme culpable, yo que te llamé como una maldita egoísta a pedirte que la dejaras... Tenían una vida juntos —dije aun incrédula.

Comencé a llorar muerta de la rabia al entender que ella se creería con el derecho de darle mil besos. Para esa mujer yo era la intrusa. La otra.

—No llores, por favor —me rogó queriendo acercarse a mí y eso logró que me alejara—. No te sientas así. Ella y yo ya habíamos terminado.

—De todas maneras. No me gusta esta realidad en donde otra mujer te besa y tú lo aceptas... Y no importa el motivo, simplemente, no lo soporto. ¿Cómo permitiste que te besara?

—Solo fue para que no se alterara más, pero para mí no significó nada.

Ah, solo para eso.

—¿Te acostaste con ella? —pregunté en un hilo de voz esa incógnita que me consumía.

Diego levantó la vista y se quedó callado.

—No —respondió un segundo después tras lamerse los labios, parecía nervioso.

—¿Te acostaste con ella? —pregunté de nuevo.

—No... —reiteró, pero en su voz había cierto titubeo.

—No te creo.

Cerré los párpados, pues me invadían unas ganas insoportables de llorar como si no hubiese mañana.

—No me acosté con ella, no lo hice.

—¿Entonces por qué no te creo? —Abrí los ojos para encararlo y él bajó la cabeza—. Mírame —grité—. Dime la verdad una vez en tu puta vida. Ella llevaba una maldita bata corta de seda, Diego.

Y bien sabía yo que a él le encantaba la lencería.

—Me rogó que la abrazara... —susurró intentando sostenerme la mirada. En ese momento sentí unas náuseas terribles—. Máxima, por favor. —Se acercó a mí y mi respuesta fue dar un paso atrás—. Por favor... Perdóname.

—¿Te acostaste con ella? —pregunté agotada mientras mi ritmo cardíaco se aceleraba cada vez más y mi respiración se volvía más difícil de manejar.

Diego negó con la cabeza.

—Me pidió que durmiera con ella en una oportunidad. —Comencé a llorar de la rabia, mientras caminaba hacia la cocina lejos de él, que me seguía a donde fuese. Mi cuerpo y mi raciocinio se estaban rompiendo de una manera irreparable—. Ella se encontraba muy alterada. Lo hice para que se calmara. Te juro que solo fue eso, la abracé hasta que se durmió y luego salí de la cama, te lo juro, no tuve sexo con ella, te lo juro. Créeme, por favor.

—No puedo —dije llorando—. Si la dejaste besarte, sabrá Dios qué más le hiciste o le permitiste hacer para que se calmara.

—No, no tuve sexo con ella. En serio.

—Vete.

—No, Máxima, por favor —rogó acercándose a mí para tocarme y yo me encogí asqueada.

—No me toques. Por favor, no me toques —le supliqué a la vez que me alejaba de él sin poder parar de llorar—. Vete. No quiero estar más contigo. Vete.

Caminé hacia la puerta del apartamento.

—Máxima...

—Joder... —Giré para encararlo llena de rabia—. Peleamos un jueves y te apareces un domingo... Está visto que tu prioridad sigue siendo ella, yo soy la otra y aunque suene muy egoísta por su enfermedad, te pedí explícitamente que me pusieras siempre ¡a mí primero!

Abrió la boca para hablar, pero una vez más repitió mi nombre sin decir nada en verdad contundente. Era como si no consiguiese pensar una respuesta.

—Solo vete. —Retomé mi caminata hacia la puerta del apartamento—. Ten —Le entregué su abrigo negro y la llave de la camioneta sin mirarlo—. Dile al portero que te abra el estacionamiento.

—Por favor, no me eches... Hablemos.

Alcé el rostro para mirarlo con los ojos llenos de lágrimas.

—Yo siempre supe que me ocultabas algo. Una parte de ti que no me mostrabas. Respeté tu silencio porque como una tonta pensé que llegado el momento estarías listo y me lo contarías. Lo soportaba porque creía que eras honesto conmigo en todo lo demás y que era pasado, nunca me imaginé que este podría alcanzarnos y que te vería besando a otra, asumí que no podrías, que tu boca era solo para mí.

—Lo es... Te lo juro —dijo intentando tomarme por el brazo.

Me eché a un lado, abrí la puerta del apartamento y me paré detrás, para usarla como escudo contra su tacto.

—Tú siempre estás primero, siempre. Perdóname si no he sabido hacértelo ver.

Pegué la frente a la superficie fría de la puerta.

—Por favor, vete, necesito estar sola —dije entre lágrimas. 



Después de toda esta información, si fueras Máxima ¿qué harías con él?

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