Cuarenta y seis

Miré las gotitas de agua que se deslizaban por el cristal de la ventana en aparente abandono, mientras eran iluminadas por la tenue luz proveniente de las farolas de la calle. Había llovido toda la tarde, mientras que yo me dedicaba a tener introspecciones muy densas.

Saber que había hecho lo correcto no me brindaba ningún consuelo. Tener la suficiente inteligencia como para comprender que estaba en una relación sin futuro, pues ya no había confianza y que me haría daño si continuaba en ella, no evitaba que lo quisiese.

Cada pensamiento en torno a él era cruel. Aun así, había una parte de mí que anhelaba resguardarse en la negación y pensaba en sus miradas luminosas y en sus sonrisas tiernas. Aquella ambivalencia era aniquilante, odiarlo tanto por mentirme y al mismo tiempo extrañarlo, resultaba incongruente. Era incompatible con la vida.

Me prohibí desear su tacto, sus besos, su lengua haciendo densas y profundas espirales en mi vientre bajo. También querer hundir la nariz en su cuello y respirar aquella esencia que me enloquecía. Resultaba asfixiante el imponerme criterios razonables. Repetirme como un mantra que él no me quería bonito, porque cuando se ama no se engaña, no se lastima.

Era brutal tener que explicarme que sin importar todo lo que habíamos vivido, prevalecía ese instante en el que había permitido que otra besara sus labios, cuando se suponía que solo debía hacerlo yo. Que se había dedicado a ella por días, mientras me dejaba a mí en la oscuridad.

Me pregunté si conseguiría olvidarle y me di cuenta de que no quería que él me olvidase a mí. Pensar en eso terminó de destruirme, pues, había una parte de mí que me recordaba que si bien muchas veces le había sentido corresponderme consonante, al final yo lo había amado, lo seguía haciendo, mientras que él parecía confundido sobre lo que sentía por mí. Tal vez me quería un poco, me apreciaba o simplemente le calentaba u obsesionaba.

Tal vez su afecto por mí podría haber crecido con el tiempo hasta alcanzar el amor que yo le profesaba, pero quedaba claro que había algo que lo impedía, o mejor dicho, alguien que seguía ocupando un pedazo importante de su vida. Sospechaba que algo les unía, no quería creer que era amor porque él insistía en que no era eso. El detalle era que una de sus mejores habilidades era mentir, por lo que todo se resumía a eso. A presumir, a creer, a pensar. Hipótesis, suposiciones, nada de certezas.

Era agotador silenciar una y otra vez a esa voz que abogaba a su favor al recordar nuestros buenos momentos y a él diciéndome frases que me habían llenado de ilusiones, pero precisamente esas habían quedado por completo destruidas. Rememorarle no solo era masoquista, era estúpido.

No importaba cuanto me instara a pensar en algo más, parecía incapaz de salir de la miseria. Había sido yo la que le había pedido que no me buscara, que no me llamara, no obstante, había fallado en calcular cómo me sentiría al respecto cuando eso sucediera. Su ausencia hacía todo más real, sin retorno. Debía asimilar que se habían acabado sus mensajes para saludarme, nuestras conversaciones intelectuales, los domingos apasionados sobre la alfombra. Lo nuestro había terminado... Para siempre.

Tal vez el único momento en que conseguí arrastrarme fuera de ese estado patético en el que me había sumergido sin remedio había sido el día anterior. Por norma, habría detestado que mi menstruación apareciera un viernes por la noche para arruinarme el fin de semana, pero en ese momento fue alegría pura, pues eliminó los gramos de duda que habitaban mi cerebro sobre un posible embarazo. Nunca antes el sangrar por unos cuantos días me había parecido tan bueno. Al menos me daba una excusa para morirme en el sofá y declinar las constantes invitaciones de mis amigos para seguir con mi vida.

Mi padre me había llamado esa noche. Estaba preocupado así que me informó que me visitaría el sábado por la mañana. Le insistí en que no viajara, le dije que me encontraba mejor de mi falsa gripe, solo que menstruaba y eso me mantenía en cama. Le expliqué que ellos iban a querer salir, mientras que yo me arrastraría en mi sufrimiento.

A mi padre le molestó que pensase así y me aclaró que no pretendía salir por ahí y dejarme sola, todo lo contrario, estaba dispuesto a pasarse el fin de semana cuidándome. Yo sabía de sobra que eso era cierto, pero tampoco podía aclararle que no lo decía por él, sino por mi madre que no era muy de quedarse a vegetar en casa. Indistintamente, aquello no era más que una vulgar excusa para librarme de mi padre, pues en cualquier otra circunstancia habría sido más que bienvenido, pero el tener que sumarle a mi desgracia el disimular delante de mis progenitores mis verdaderos padecimientos era demasiado.

Segundos después había escuchado a mi madre hablar sobre mí a lo lejos.

—Máxima está bien. No te preocupes tanto.

—¿En serio estás bien? —preguntó mi padre.

—Sí papá. En serio, solo quiero pasar esto.

—Está bien. Si empeoras, nos llamas.

—Hija, ponte una bolsa de agua tibia en el vientre —dijo mi mamá con dulzura—. Tomate un té de manzanilla y descansa. 

—Sí, sí, mami.

—¡Te amo mucho! —exclamó despidiéndose y mi padre no tardó en secundarla. 

—Yo los amo más.

Había evitado hablar más con ella, porque era intuitiva, me costaba mentirle, mi padre por otro lado era mucho más crédulo. Había alejado el teléfono de mi oreja y en esos segunditos que toma tocar la pantalla para finalizar la llamada, había escuchado a mi madre decirle a mi padre con una especie de tono de fatiga que yo estaba bien, que no tenía que ser tan exagerado.

Aunque mi madre no tenía motivos para sospechar que yo distaba mucho de estarlo, aquello me fastidió un poco. A mi hermano no le podía doler ni un pelo, porque ella se abocaba a él, como si fuese un niño pequeño, mientras que conmigo era mucho menos preocupada, asumía que siempre podría salir adelante.

No era una cuestión de celos, al contrario, aquello no era más que un análisis sobre mí misma, mi madre pensaba que yo al ser su hija podía ser exactamente como ella. Desde que tenía uso de razón, habitaba en mí ese modo preestablecido por defecto en mi configuración de vida de estar bien, de ser una mujer fuerte que salía adelante. Mi madre lo hacía siempre, yo debía actuar consonante. Parecía que no se daba permiso a sí misma de flaquear, de lucir derrotada. Vivía conforme al: todo va a estar bien. ¿Era mi madre la reina de la negación y no había sabido verlo? Tal vez, pero también había que tomar en cuenta que tenía una existencia de lo más pacífica.

Entendí que sentía vergüenza de aceptar delante de ella e incluso de mi mejor amiga que me estaba desmoronando. Por eso me había encerrado toda una semana y me notaba cada vez más distante de todo. Admitir que sufría de desamor por un hombre al que mis amigas calificaban de mal nacido embustero, no parecía adecuado. Intentaba verme menos derrotada delante de ellas, fingir que entendía cada uno de sus discursos de superación, cuando era mentira.

Ver a Natalia arreglarse e irse de fiesta, pues tenía que demostrarle a Gabo y al mundo que ella no se moría por él, que no sufría por su ruptura —de lo que fuera que tuvieron—, me parecía un sinsentido, pero al mismo tiempo, entendía porque lo hacía.

En eso nos había convertido la sociedad. Años siendo tratadas como el sexo débil habían logrado que en nuestro afán de demostrar lo contrario nos negáramos el sentir. Buscábamos cumplir el mandato de super mujeres infatigables que lo podían todo. Nos deshacíamos por dentro, pero por fuera teníamos que aparentar estar regias o de lo contrario, seríamos tachadas de inmaduras, de tontas, de débiles lloronas.

Yo no poseía la convicción de mi mejor amiga, esa energía para salir y pretender que todo iba bien. Incluso me incomodaba que se colara en mi cama para recordarme que estaría bien, comprendía que lo hacía con buena intención, no obstante, me generaba un escozor, una irritabilidad que no sabía cómo explicar. Lo único que quería era llorar y llorar. ¿Cuál era el problema?

Lo comparaba con esas mujeres famosas que se veían obligadas a tomarse fotos en traje de baño, a un mes de haber tenido un bebé, para la portada de una revista de farándula y así demostrar que cumplían con la normatividad de verse siempre bellas, siempre sensuales. Nada de estar cansada.

No, joder, no estaba bien. Estaba lastimada y admitirlo no tenía nada de malo.

Caminé hasta la habitación de mi mejor amiga y descubrí que ya se había terminado de vestir para ir a una fiesta a la que me había invitado hacía rato.

—Metete a la cama —le dije y corrí el edredón.

—¿Qué? ¿Estás bien?

—No... Y tú tampoco. Quiero que hablemos de Gabo.

Nat puso cara de confusión y negó con la cabeza. Comenzó a darme un discurso de que no tenía nada que decir sobre él. Que todo iba bien, que la vida seguía y que no estaba dispuesta a darle el gusto de verla mal.

—Pero estás mal —dije mirándola a los ojos—. Está bien estar mal. ¿En serio quieres ir a esa fiesta? ¿O solo vas para tomarte un par de fotos en ese vestidito, que por cierto, te queda fabuloso, para que él las vea en tus redes y luego retirarte temprano con la excusa de que tienes muchos quehaceres pendientes por la mañana? —Mi amiga bajó la vista hacia el piso enmudecida—. Te apoyo en que no quieras dejar que te vea mal, yo hice lo mismo toda esta semana que no fui a clases, pero eso no implica que tengas que mentirte a ti misma o a mí que soy tu hermana. Lo quisiste, puedes admitirlo e incluso llorarlo conmigo.

Nat caminó hacia mí y comenzó a llorar entre mis brazos.

—¿Por qué tengo que quererlo y él quererla a ella? —preguntó entre sollozos.

—No lo sé... No lo sé —respondí a la vez que le bajaba la cremallera del vestido, no comprendía como Gabo podía preferir a otra—. Ponte un pijama, vamos a ver algo en la televisión.

Mi mejor amiga y yo buscamos unas de esas películas perfectas para llorar. Yo saqué el helado de vainilla que estaba en el refrigerador y le agregué de ese dulce de leche que él me había regalado, mientras pensaba en que ojalá todo entre nosotros hubiese sido así, dulce, para no tener que recordarle con tanta amargura.

A Claudia, en cambio, no le gustó demasiado que Natalia cambiara de planes. Lucía divina en un vestido azul manga larga y unas botas de caña corta que dejó tiradas en la alfombra de la habitación y gateó por la cama hasta situarse entre nosotras.

—Son unas desconsideradas. Me pudieron avisar para que no perdiera el tiempo arreglándome. 

—Fue algo de último minuto. —Se excusó Nat.

—Ni modo. Dame el número de la pizzería de la esquina para ordenar.

Claudia era vibrante, esa noche llevaba ondas en su cabello corto oscuro, un delineado pronunciado en los ojos y un color rojo precioso en los labios. Tras terminar de ordenar, no paró de hablar sobre una nota de voz que se había hecho viral, de un chico contando como le había dado sexo oral a otro en el baño de su universidad.

—Oigan, pero préstenme un poco de atención —dijo cuando notó que Nat y yo estábamos demasiado abstraídas—. Les estoy diciendo que el tipo todo guapetón parece que tiene un pepinillo y que el otro chico se ha quedado de lo más decepcionado...

—Tal vez no la tiene tan pequeña, es el chico que exagera, ya sabes que hay personas que les da mucho morbo el tema de los penes grandes y esperaba que el galán tuviera no sé... Un pepino mutante, que sé yo —dijo Nat al descuido mientras seguía viendo la película—. La gente se obsesiona con el tamaño, como si eso fuese garantía de un buen polvo y nada que ver.

Claudia pareció desinflarse al notar que el chisme nos daba igual, tomó una cucharada de helado y se la llevó a la boca.

—Lo siento, como ves no hay mucho entusiasmo hoy —dije pesarosa y ella se giró a mirarme.

—Está bien. Lo entiendo, supongo que tendré que esperar a que a las dos se les pase.

—¿Esto se pasa? —dije sarcástica y me llevé una cucharada de helado a la boca.

Clau gateó hasta el otro extremo de la cama y se sentó en el borde para encararnos.

—Estoy de acuerdo con que al fin ella se sentara a llorar un rato. —Señaló a Nat—. Es normal, están deprimidas y les voy a dar permiso para que lo estén unos cuantos días, no obstante, luego las voy a sacudir para que vuelvan a la normalidad. 

Suspiré.

—Creo que ninguna quiere estar así, pero es lo que hay, al menos yo no tengo ganas de pretender que estoy bien y además, me duele terriblemente el vientre porque me llegó la menstruación.

—¡Qué éxito! No estás embarazada —Alzó la mano para que chocáramos los cinco—. Y bueno, no es pretender estar bien, que se sabe que no lo estás, pero tampoco puedes echarte a morir. Tampoco que finjas demencia como Nat que finge estar bien, pero al menos un punto medio, que te veo muy cómoda en la depresión. ¡Duraste una semana sin ir a clases!

—No quería ir... Nunca falto. Pronto me pondré al día, no es para tanto.

Evité su mirada, como si algo en el bote de helado fuese interesantísimo. 

—Yo solo quiero que no pierdas el norte, sobre todo, porque dentro de unos años mirarás atrás y te vas a arrepentir.

Levanté la vista.

—Creo que no tienen que pasar años para eso, está claro que nunca debió haber salido con él —dijo Nat en mal tono.

Y escuchar eso fue como un bofetón. Mis ojos se humedecieron y yo fingí una vez más que no me estaba desmoronando. Odiaba sentirme así, avergonzada de haber sido tan tonta como para salir con un hombre que desde un principio había sabido que no me convenía.

—No le digas eso —dijo Clau y se llevó un mechón de cabello detrás de la oreja—. No seas rata.

Nat se incorporó en la cama y jaló el edredón azul consigo, parecía molesta.

—¿Y tú crees que a mí me da satisfacción tener que ser la que diga: te lo dije? No, obvio no.

—Entonces no lo hagas. Que todas hemos salido con un tipo inservible, tú incluida ¿o es que acaso no sabías que Gabo era un pendejo que nada más te quería para coger? —respondió seria Clau—. Máxima la cagó, igual que nosotras, así que no la hagas sentir peor.

—Es que no es lo que pretendo —replicó Nat—. Hasta yo quería que ese tipo fuese todo lo bueno que parecía, me daba esperanzas en el género masculino, pero ya ves...

En fin —dijo Clau y giró a mirarme—. Cuando digo que te vas a arrepentir, no me refiero a la relación, porque esa es de dos. Tú no tenías control sobre las acciones de tu ex, pero sí tienes control sobre ti y en lo que pasa luego de la ruptura. Lo que no quiero es que termines perdiendo un año de tu vida o más, obsesionada con una relación pasada, eso lo tuve que aprender yo por las malas. Date un tiempo para llorar, pero ten en cuenta que después de eso debes seguir y tú también —Miró a Nat—. Permítanme regalarles un poco de la claridad que ninguna tiene ahora y que tendrán después, déjenme darles ese atajo.

Nat y yo nos miramos y luego miramos circunspectas a Clau a la espera del análisis que ofrecía.

—Gabo, honestamente, da fatiga. Que si le quitas lo buen polvo y lo buenorro que esta el negro, ¿qué te queda? Él es el típico tipo que va muy a lo suyo, es decir, sus fotos, su inspiración, su visión, su estética, todo el rollo de: soy un artista, así que todo tiene que girar en torno a mí. Me pierdo porque tengo que tomar fotos. Siempre con la excusa de: estoy muy ocupado, siempre en lo suyo, que eso estaba claro, Nat, él para invertir en una relación nunca ha tenido tiempo.

»Por esta chica, si tenemos que sentir algo, es lástima, ¿un noviazgo con Gabriel? Por favor, eso es básicamente ser su fan, porque además se irrita por todo, se pasa días de mal humor si alguien le da una mala crítica sobre su trabajo. Para lo único que servía era para discutir películas contigo y ni tanto. De resto ¿qué? Nada, otro más del montón. Creo que en tu caso es más rabia y rencor que desamor y eso es perfectamente entendible, solo que ya sabes, cada cosa por su nombre.

Nat rodó los ojos.

—En serio coge bien —admitió y se llevó una gran cucharada de helado a la boca—. Era bueno para conversar un poco y andábamos en los mismos círculos, que ya sabes que luego estás con un tipo regular y no te entiende nada... Y sí, me da rabia que ande con otra. 

Me arrebujé más entre las mantas cuando noté que Clau me miraba como para anunciarme de esa manera que era mi turno.

—Y el profesorcito... —Hizo una mueca de fatiga—. Por dónde empezamos. Es un paternalista de mierda, que te trató de forma condescendiente y controladora. —Abrí los párpados sorprendida ante esa aseveración—. A ver, ¿quién es ese pendejo para decidir con lo que puedes o no lidiar? No te dejes engañar, Máxima, que él no solo es mentiroso, también es un manipulador de mierda.

»Oportunidades para contarte que era tu profesor tuvo y no lo hizo porque no le dio la gana. Mira, se lo perdonaste porque la gente comete errores y él parecía sincero, de acuerdo, pero todo esto de que no te contó lo de la ex, porque no quería que lidiaras con ella es taaaaan estúpido.  A ver, que si algo hacen los hombres por naturaleza es hablar con sus novias y él contigo nada.

—Eso es cierto —interrumpió Nat—. Muchos hombres suelen soltarles todas sus mierdas a sus novias como si fuesen su terapeuta personal.

—Pos sí, no todos, pero muchos con los amigos se comportan como los machotes que hablan de tetas, de culos, de cerveza y de fútbol, y es con nosotras que aflojan, pero el tuyo no. ¿Por qué? —dijo Clau alzando una ceja.

—No sé —admití sintiendo que una vez más lo desconocía.

¡Algo pasó, Máxima! Apuesto una teta a que a esa historia le faltan partes. Que la excusita de la ex problemática y desequilibrada no es nueva. De hecho, está bastante gastada. Por lo poco que sabemos, tal vez la cuerda es ella y el loco es él. Tal vez tu ex le hizo algo a esa chica y por eso no te lo contó. No tenemos manera de averiguarlo, pero esto si te digo, no le creas, ni por equivocación, que te estaba cuidando. ¿Cuidarte de qué? ¿De qué no te enteraras de sus malas acciones?

»A mí en lo particular me molesta de él, es eso, el paternalismo, el  querer tratarte como si fueras idiota y no pudieras lidiar con lo que le pasaba.

—A ver... Él no era paternalista... —quise objetar y Clau puso una cara de espanto y sorpresa que hizo que me callara.

—Pos es que... —Miró a Nat de reojo, como dándole a entender que yo no comprendía nada—. ¿Quién lo autorizó para tomar todas las decisiones de vuestra relación? ¡Es un controlador! ¡Te dejó de lado, mi reina!

»Metete esto entre ceja y ceja: como te trate es mucho más importante que lo mucho que te guste o lo bien que te coja y él te trató como a una niñita tonta.

»¿Entonces qué?, ¿para metértela si eres una mujer hecha y derecha, pero para que asimilaras lo que le pasaba con su ex, eres una descerebrada incapaz de entender? —Era difícil escuchar las palabras de Clau, porque eran verdad. Yo se lo había dicho a Diego, él me había subestimado—. Porque además, nos contaste que te habla con un tonito de mierda, es decir, tiene el tupé de hacerse el importante. No, qué va —dijo Clau levantando la mano—. Podrá tener muchas virtudes el tipo, pero sus omisiones son una marranada. 

Bajé la cabeza apenada y sorbí por la nariz. Siempre había sentido que nos tratábamos como iguales en nuestro noviazgo, pero era innegable lo que decía Clau.

—Yo no volví a decirte más nada sobre él, porque no quería ser pesada, a nadie le gusta que le digan cómo vivir y porque... En verdad pensé que nos habíamos equivocado con él —dijo Nat con tristeza—. Yo también creí en él. 

Clau me tomó del hombro y yo la encaré.

—Y esto que te he dicho no ha sido para atacarte. Es para que estés consciente, porque si, a pesar de toda esa mierda lo vas a extrañar y va a haber noches que lo vas a querer llamar y decirle que nada importa y volver. Van a pasar semanas, tal vez meses y él va a seguir siendo lo primero que pienses cuando despiertes.

»Y sí... —Me miró enfática—. También te van a dar ganas de coger con él y no vas a poder, aunque ese es el menor de los problemas porque siempre te puedes coger a otro, que mira, si algo tenemos seguro las mujeres en la vida es: la muerte y que un tipo nos quiera coger, así que el polvito de despedida con el ex no te lo recomiendo para nada, eso es como bañarte y usar ropa sudada. —Eso me hizo reír un poco—. Mejor sola que mal acompañada y lo de sola hasta que lo precises, porque tipos que quieren contigo te sobran.

»Entonces, lo que estoy tratando de decir es que está bien que estés mal por un rato, pero luego tienes que seguir con tu vida, mi reina, eso de regodearse en el dolor es fatal para el cutis.

Asentí a sus palabras.

—Y para la próxima, recuerda que si te vas a inmiscuir con alguien sentimentalmente, tienes que estar segura de que eres tú la que está medio loca, porque eso de tener que lidiar con traumas ajenos... Ay, no mi vida, eso da resequedad vaginal, en serio.

Reí un poco, no había de otra con Clau.

—¿Por qué a mí no me tratas así? A ella si le dices todo suavecito, a mí me lanzas el balde de mierda —dijo Nat y le tiró una almohada.

—¡Porque tú ya lo sabes! —respondió Clau y le tiró la almohada de vuelta—. En cambio, Max es nueva... —Giró a mirarme—. Mira, yo la cagué muchísimo, eso es parte de crecer, de conocerte a ti misma... Pero hablar con las amigas siempre ayuda.

Asentí y le di un abrazo.

—¿Existirá un tipo que coja bien para tener algo casual y que no sea un completo imbécil? —dijo Nat.

—Claro que hay, yo tengo uno.

La miramos curiosas.

—¿Quién? —No tardó Nat en preguntar.

—Máximo Mercier —respondió con una sonrisita picarona.

—Bap, que asco —dije y me tapé la cara.

*****

Tomé un par de determinaciones para mi maltrecha vida: uno, dejar de escribir contenido para las redes sociales de Nat por un tiempo. Pensar en intentar redactar o grabar un video se me hacía una tortura, sobre todo, porque así fue como nos conocimos en parte. Dos, darme permiso para hacer lo que se me diera la gana sin importar lo que opinaran mis amigos. Que si era una amargada, obstinada, lo era y ya, que si me quería sentar a llorar a moco tendido pues también, tenía presente que no podría ser para siempre como había señalado Clau, no obstante, el desgano no iba a desaparecer por obra de magia. Tercero, volver a clases y retomar mis prioridades.

Si bien estaba en pleno ataque de abstinencia y los síntomas eran dolorosos, no podía seguir ocultándome para morirme a gusto en mi apartamento. Mi depresión se veía relegada a mi tiempo libre. Mis estudios eran lo primero.

El lunes fui a clases de economía al final de la mañana. Luego me compré un sándwich de pollo en la cafetería y me senté en el césped a comer, mientras escuchaba música. Después llamé a Mu que tras comerse las sobras de pollo se acomodó en el hueco entre mis muslos, para refregarse contra la tela de mis jeans.

Por primera vez entendí eso de que cuando se sufre por amor las letras de las canciones tienen otro significado. Escuchaba la misma lista de reproducción de hacía un mes atrás, pero mi perspectiva había cambiado y eso hizo que el coro de una canción que me había parecido pegajoso semanas atrás, en ese preciso instante, se sintiese como una descripción de mi vida.

«Pensé que eras agua bendita, pero en realidad eras lluvia ácida».

Desperté a Mu que, cómodamente, se había quedado dormido tras un rato, me miró de mala gana, pero finalmente se levantó y me encaminé a mis clases. Recorrer los pasillos me hacían pensar en él, en besos en el salón, en mensajes subidos de tono... Pero también en mi drama con la profesora Karina.

Iba muy concentrada en mis pensamientos venenosos y en preguntarme qué estaría haciendo Diego en ese momento, cuando vi a lo lejos a Brenda parada encima de uno de los bancos de la universidad gritando algo inentendible para mí. A su alrededor había un círculo de personas que daban silbidos alentadores, me apresuré a ver qué sucedía. Una pelea. Miguel abajo, Ari arriba. No había terminado de procesar el asunto cuando alguien me tomó por el hombro y me echó a un lado para poder pasar.

Juan atravesó la muchedumbre mientras el moreno le reventaba la cara a puñetazos a Miguel por lo que el asiático los separó. Dos segundos después, llegaron los de seguridad. Todo pasó muy rápido y me quedé con muchas preguntas.

La cara de Miguel, llena de sangre, estaba contraída entre el odio y la rabia. La de Ari era soberbia pura acompañada de un corte en la ceja. Los dos respiraban de forma acelerada, se gritaban e insultaban. Juan clavó sus ojos sobre los míos, mientras los tres eran arrastrados por el personal de la universidad al edificio administrativo. Se notaba molesto, fastidiado. ¿Qué había pasado? Los estudiantes murmuraban acerca de lo ocurrido, sus voces se solapan una encima de la otra por lo que eran un murmullo incomprensible. 

—¿Qué pasó? —Al verme, Brenda dio un suspiro de alivio. La ayudé a bajarse del banco y no tardó en echarse a mis brazos a llorar—. Ay, Dios... —expresé al notar la sangré sobre el piso.

Con la voz quebrada comenzó a relatar lo que había sucedido. A Miguel se le había ocurrido darle un beso en los labios sin contar que Ari estaba cerca y no tardó en golpearlo. Acompañé a mí amiga al baño que no hacía más que llorar.

—Ari era un imbécil... No ha hecho más que insultarme, me dijo Zorra. 

—Pues te vio con otro... No digo que esté bien, pero... O sea, ¿era lo esperado?

—A él cuando le da la gana sale con otras.

—Cuestión de la que tú estabas al corriente, por lo que haces lo mismo. La diferencia es que Ari no te restriega a sus amantes aquí en la universidad, ¿o es que tú lo has visto besándose con otra? —repliqué seria.

—Bueno, pero...

—Se sincera, Brenda ¿hay necesidad de esto? De vivir esta doble vida de mierda, ¿por qué mentirle a Ari?, ¿por qué mentirte tú? Si quieres estar con uno deja al otro, pero no seas cínica, no te pongas a llorar victimizándote como si esto no te lo hubieses buscado tú solita —dije molesta y ella me miró boquiabierta.

—Pensé que eras mi amiga, pero veo que no —gritó y entró a uno de los cubículos.

Me llevé la mano al rostro al arrepentirme de lo que había dicho. Había sucumbido ante mis propios percances personales y le había soltado a Brenda lo que en buena parte pensaba de Diego.

Toqué la puerta y le rogué para que saliera. Me disculpé sentidamente, mi amiga la había cagado, pero lo que menos necesitaba de mí era repudio. Después de varios segundos abrió y me miró con escepticismo, así que le aseguré que no sería una pedante de mierda. La abracé y le ayudé a limpiarse la máscara para pestaña que tenía corrida.

—Yo sé que me he comportado como una desgraciada, pero ellos lo hacen y todo está bien. Lo hago yo y soy de lo peor. Ari sale con otras y Miguel sabe que yo tengo novio. Que no vengan con moralidades.

Asentí, tenía razón.

—La ley de talión puede resultar contraproducente. Dime algo, ¿estabas feliz? ¿Mintiéndole a Ari, saliendo con un tipo que sabe que está con la novia de otro y no le importa? —Mi amiga me miró en silencio—. ¿Qué? Asumo que se te hacía excitante y si era por eso puedes decirlo, no voy a juzgarte, pero de verdad ¿no crees que puedes hacerlo mejor? Podrías estar con un solo tipo que te trate bien, que no te insulte en mitad de un campo universitario o que sea un nerd que no le importa salir con una chica con novio.

—Máxima, discúlpame, ¿pero acaso no hiciste tú lo mismo?

—¿Yo? —pregunté confundida.

—Leo, tenía novia, ¿no?, cuando empezaron a hablar.

Negué con la cabeza. Claro, para mi amiga esa era la realidad.

—Me dijo que ya no tenía novia... Es decir, que habían terminado —mentí pues nunca le había contado sobre Diego—. Igual lo nuestro no funcionó.

Yo sabía que había estado mal decirle a Leo que dejase a su novia para salir conmigo. No obstante, nunca quise ser su amante y que él la engañara. Había una diferencia.

—Es que me fastidia que me vengas con moralidades cuando tú estuviste igual.

—Pero no es por la moral, Brenda... Si quieres te coges a todos los tipos de la facultad de ingeniería, es por un tema de que no le hagas a otros lo que no te gusta que te hagan a ti.

—Ya te dije que Ari hace lo que le da la gana.

—¡Entonces déjalo! Te mereces algo mejor que un mentiroso.

Mi amiga bajó la cabeza apenada, así que le repetí parte del discurso que me había dado Clau hacía dos días atrás.

—No te lo estoy diciendo para atacarte —La abracé—. No quiero que veas esto como un regaño. Que odio a esa gente que pretende dictarle a los demás como vivir su vida como si todo tuviese que ser perfecto y no pudiésemos cometer errores. Te lo digo para que estés consciente de que no tienes que conformarte con las sobras de cariño de Ari, ni con un nerd que piensa que las chicas solo quieren estar con el bad boy de la cuadra, por lo que él se resigna a ser el amante. Nos merecemos tipos mejores. Y si quieres salir con varios chicos, hazlo, pero si tienes un novio, pues llega a un acuerdo previo con él para una relación abierta sin engaños.

—Yo quiero un tipo que solo quiera estar conmigo, que no tenga a otra por ahí —admitió.

—Yo también.

Brenda lloró un ratito entre mis brazos y yo me di permiso para dejar correr un par de lágrimas. Después de todo, yo también sufría. Luego de un rato, mi amiga comenzó a retocarse el maquillaje, mientras que yo me lavaba la cara y Verónica entró al baño.

—La desaparecida... —dijo a la vez que se situaba a mi lado. En su tono de voz noté cierta hostilidad a la que no le di importancia.

—Hola, Vero —le saludé con tranquilidad y me sequé el rostro con una toalla de papel.

—¿Se puede saber por qué le dijiste a Juan que yo había dicho que él parecía gay?

Me quedé estupefacta, avergonzada sin saber qué hacer. Brenda nos miró confundida y preguntó qué sucedía.

—Vero...

—¿En serio tenía que explicarte que aquella era una conversación entre nosotras y que no debías decirle a Juan?

—Discúlpame, Verónica, no fue mi intención, fue un comentario estúpido de mi parte.

En realidad lo había dicho para que Juan dejase de sospechar de mi relación con el profesor Roca, no me imaginé que fuese a decirle algo.

—Pues el jueves en clases de generación le pedí que me regalara un chicle y me miró de lo más feo, le pregunté qué le sucedía y mira... ¡Sorpresa! Me explicó que él no es gay —Me llevé las manos al rostro apenada.

—Vero, perdóname.

—Para hacerte el cuento corto, empezamos a discutir —expresó Verónica molesta—. Y él todo histérico me dijo que dejara de decir que era gay, que cuando quisiera me demostraba lo contrario.

Abrí la boca de par en par... Y cuando quise pedirle disculpas de nuevo, Verónica me tomó por los hombros y me habló muy de cerca para contarme que habían salido el fin de semana juntos. Luego, comenzó a reírse y yo la miré, anonadada, sin saber qué decir. 

—¿Tú crees que la tenga chiquita? —me preguntó y yo abrí la boca sin ser capaz de hablar aun—. Espero que solo sea un estereotipo que le dan a los asiáticos... Y él es muy alto. Si te portas bien te cuento, pero si vuelves a repetir algo de lo que te diga te jodo —agregó muy seria y después me sonrió—. Los besos estuvieron muy bien.

Se giró hacia el espejo para arreglarse las trenzas que llevaba en el cabello y me dejó ahí patidifusa.

Cuando salimos del baño, coincidimos con Juan que tenía cara de pocos amigos. Nos explicó que a Miguel lo habían expulsado por tres días. Brenda preguntó por Ari y Juan la miró con desdén, pero le contó que también había corrido con la misma suerte. Verónica le habló con coquetería y le preguntó si estaba bien y él se mostró receptivo. Tal parecía que en esa semana que había faltado a la universidad había pasado de todo. Me pregunté qué más estaría por cambiar...


#ComentenCoño.

Opiniones sobre lo que dijo Clau aquí.

Opiniones sobre Brenda aquí.

Opiniones sobre Veronica y Juan aquí.

Les subí cinco capítulos de una vez, para que lean corrido y no tengan que esperar a mañana para la otra mitad. No voy a subir el número seis, se los debo para la próxima semana (entenderán por qué) Nos vemos el próximo miércoles. Abrazo.

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