Cuarenta y nueve
No sé qué debió pasar por la mente de los chicos de seguridad, de la puerta de entrada del bar Magenta, pero su discreción fue notable pues me dejaron pasar de vuelta sin preguntar nada, a pesar de que era la segunda vez que me veían llorando en una noche. Aquello resultaba un poco bochornoso.
Supongo que Nat debió leer en mi rostro que no me apetecía hablar, porque solo me abrazó en un balanceo que imitaba un baile hasta que me calmé y dejé de llorar. Volví a la mesa y me encontré con Brenda que se servía un trago acalorada.
—Hey, ¿estabas hablando con el profesor Roca?
¡Mierda! En mi atontamiento por el alcohol y la presencia de Diego me olvidé por completo de mi amiga.
—Sí —respondí sin más.
—Psss que asco, tú que no lo soportas y que te venga a saludar.
¿Eso era lo que creía que había pasado?
—¿A dónde te fuiste? —preguntó y me entregó un trago—. Te iba a decir que me acompañaras al baño y luego que me giré te habías esfumado.
—Salí un momento... —No terminé la frase, porque ella tiró de mí impaciente en dirección a los baños.
Brenda lucía demasiado alcoholizada, por lo que existía la posibilidad de que al día siguiente no recordara lo sucedido, así que me quedé callada. Explicarle sobre Diego en mitad de una borrachera no parecía lo más eficiente. En cambio, resultaba mucho más práctico escucharla hablar a mi oído con la lengua enredada acerca de Filippo, que según ella además de bailar bien, tenía una mirada hipnotizante.
Mi amiga me comentó que la había besado en la mejilla, muy cerca de la boca y que ese gesto en apariencia inocente la había vuelto loca. Los veinte minutos de espera en la fila fueron solo eso, Filippo esto, Filippo aquello. Intenté escucharle con atención, pero era inevitable abstraerme en mis propios pensamientos.
La noche terminó cuando volvimos a la mesa. Nos preparamos tragos para acabar con la segunda botella y los vaciamos en vasos plásticos en la salida del bar.
Nat había permanecido bastante sobria por lo que iba a conducir. Ofrecimos llevar a Filippo que había perdido su transporte a casa cuando Antonio se había marchado. Se nos hizo difícil acomodarnos en el auto, pero no nos quedaba de otra.
Fernando por ser muy alto y estar completamente borracho, se sentó de copiloto. Clau lo hizo en mis piernas en el asiento trasero y Brenda tomó su puesto a mi lado, para dejarle lugar a Filippo que le puso la mano en el muslo sin oposición de mi amiga. Su casa no estaba lejos, así que fue el primero al que llevamos.
Claudia y yo presenciamos el ritual de intercambio de teléfonos y de besito en la mejilla con miraditas coquetas que tuvieron el par antes de que se despidieran. Apenas Nat arrancó dejando la casa de aquel chico atrás, nuestra atención se enfocó en Brenda.
—Denme un premio, que tenía unas ganas terribles de besarlo y me contuve —dijo mi amiga a la vez que empujaba sus lentes rojos por su tabique nasal.
—Si lo querías besar, lo hubieses besado —respondió Clau con esa tranquilidad que la caracterizaba para hablar de esos temas.
Fernando bajó el vidrio, mientras Nat conducía sobre un paso elevado, sacó la cabeza por la ventana y comenzó a vomitar. Miré hacia la calle, el auto que venía atrás pitó y nos adelantó apenas bajamos del paso elevado. Mi amiga disminuyó la velocidad, sin que Fer cesara de regurgitar las entrañas y mis amigas dejaran de hablar.
—Es que terminé con mi novio y con mi amigo con derecho a roce esta semana. ¿No es muy pronto?
—Ay, no querida, si te gusta el tipo y estás soltera no te des mala vida —contestó Clau—. Si ellos quieren que les guardes luto, pues que se mueran.
Brenda comenzó a reírse.
—Si estás enamorada de tu ex, tal vez lo más correcto es que esperes un poco para relacionarte con este chico —dijo Nat.
—Bueno, bueno —interrumpió Clau—. Depende, si lo que quieres es cogértelo porque está bien bonito, cógetelo. Obvio para algo en plan enamoramiento, espera un poco... —Se quedó pensativa y unos segundos después agregó—. O sea, no sé, si vas a estar con este pensando en los otros dos, mejor no, pero si ya ni te acuerdas de esos pendejos, dale, no te des mala vida, haz lo que te dé la gana.
—Lo que me preocupa es parecer puta.
—¡Ay, Brenda, que dices, por favor! —exclamó en tono de horror Clau y se llevó un mechón de su cabello corto detrás de la oreja—. La prostitución es la consagración de la explotación sexual y, eso no tiene nada que ver con lo que tú haces como mujer libre capaz de consentir, no te confundas. Siglo veintiuno, no puedes estar diciendo esas estupideces.
Nat se rio desde su asiento.
—Me muero —dijo Fer luego de haber metido la cabeza de vuelta al auto.
—Toma agua. —Clau le pasó una botella.
—Lo que quiere decir Claudia es que este concepto de putería que mencionas está arraigado a lo que la sociedad estipula debe o no hacer una mujer para ser digna del machito de turno y eso ya nos chupa un huevo —explicó Nat.
—Usted haga lo que le dé la gana, mientras no dañe a nadie no hay problema —insistió Clau—. Además, relaja las chichis que apenas se van conociendo y ya te estás imaginando hasta cómo van a ser sus hijos —agregó y se echó a reír.
—Los hijos no, pero sí como besa.
—Será como lo tiene, no nos vengas con cuentos —dijo Fernando.
—No todos somos como tú que no haces más que chequear paquetes —bromeó Brenda.
Claudia aplaudió riéndose.
—Joder, Fer, ni porque te estás muriendo, te pierdes un chisme —le dije y mi amigo movió la mano con desgano a la vez que tomaba un trago de agua.
Dejamos a Brenda en su casa y seguimos a la de Fer. Entre las tres lo arrastramos hasta la cama. Él vivía solo desde hacía un par de años que se había mudado a una vieja propiedad de sus padres, pero su vida de hombre independiente era una vulgar falacia. Si bien tenía un trabajo de medio tiempo para costear alguno de sus gastos, comía todos los días en casa de sus padres, llevaba su ropa para que su madre se la lavara y tenía la nevera repleta de contenedores de comida que le preparaba su abuela. Aun así, estaba más encaminado hacia la adultez que muchos.
Le saqué los zapatos, mientras Nat le abría la bragueta y él hacía chistes de índole sexual provocativos. Clau volvió de la cocina con un balde para dejarlo junto a su cama por si tenía ganas de vomitar de nuevo, pero él insistía en que ya se encontraba mejor, que si queríamos procediéramos a cogérnoslos entre todas.
—Con esta borrachera dudo que se te ponga dura —dijo Clau entre risas.
—A ver, muéstrame fotos de Henry Cavill sin camisa y se me pone durísima —contestó gracioso.
—Duérmete, Fer —dijo Nat mientras lo arropaba—. La orgía cuando estés sobrio, campeón.
—Prométemelo —Estiró la boca para que le dieran un besito.
Nat le dio un beso en la frente y se despidió de él. Seguimos hasta el apartamento, pues Clau dormiría con nosotras.
En el camino, mis amigas me preguntaron por lo ocurrido con Diego y yo les conté lo que habíamos hablado.
—Estoy muy orgullosa de ti —comentó Nat.
—Yo también —dijo Clau—. Te felicito por tener amor propio y mandarlo a la porra.
Subimos en el ascensor y mis amigas se retiraron a la habitación de Nat, mientras que yo tuve que enfrentarme a mi borrachera y a la soledad de mi habitación. Me di una ducha rápida y entré a la cama.
El alcohol en la sangre me instaba a dormir, sin embargo, mis neuronas no parecían apaciguarse. Miré los contornos de los objetos de mi habitación hasta que mi vista se acostumbró a la oscuridad y comencé a darle vueltas a lo que había sucedido.
Nunca antes había pensado en eso de tener amor propio como algo difícil, pero lo era y mucho. Tener que ponerme limites a mí misma a diario para no salir corriendo hacia su cama era muy duro, no obstante, hacerlo cuando él me lo rogaba con expresión triste era una puta tortura.
Encendí mi teléfono para ver la hora y dos segundos después vibró con la entrada de algunos mensajes.
«¿Por qué carajo me apagas el teléfono? Yo no sabía que te había dicho eso, en serio».
—Bap.
«Cuando te dé la gana de encender el teléfono, y leas esto, que sepas que yo jamás pensaría algo así de ti, nunca».
—Bap.
«Estoy que exploto, me apagas el teléfono y no me dejas hablarte porque toda mierda tiene que ser como tú dices».
—Bap.
«Pelirroja, ya no quiero pelear más. Por favor, llámame apenas veas los mensajes, no me dejes así, no voy a poder dormir hasta que hablemos».
«Entonces por esto me fuiste a buscar... ¿Por qué tienes que ser así, por qué?», pensé.
Dejé el teléfono en la mesa de noche con la certeza de que yo tampoco dormiría de inmediato. Me pregunté qué estaría haciendo. Me lo imaginé vestido únicamente con unos calzoncillos acostado en el sofá, con nuestra manta y una pierna colgando, para descansar un pie en la alfombra.
Me pregunté lo obvio, qué estaría pensando. ¿Qué clase de memorias evocaría su mente sobre nosotros? ¿Le pasaría como a mí, que solía quedarme mirando un punto incierto, obnubilada por los recuerdos de sus caricias, de sus palabras dichas a mi oído? ¿Recordaría la intransigencia de mis manos, cuando con desespero le jalaba el cabello porque necesitaba sentirlo más? ¿O solo recordaría lo malo, como también solía pasarme? ¿Acaso hacía densas introspecciones sobre sus fallos como yo?
Me parecía que al final del día solo me quería para lo mismo, conversar, coger un rato, porque eso era lo que me había ofrecido en el estacionamiento del bar, ir a su apartamento a coger, mientras que yo estaba enamorada de él.
Y era difícil asimilar que Diego no se sentía de la misma manera que yo. Porque eso era lo que me decían sus acciones, le había dado prioridad a ella, no a mí.
Y lo peor era que no lo había previsto. Por norma, el ser humano se protegía del peligro, de quien cree va a lastimarlo. Yo siempre me alejaba de esos tipos que me parecían malos o patanes, porque sabía las consecuencias de relacionarme con ellos. No imaginaba que podría salir así de herida de estar con alguien como él. Aprendí esa importantísima lección, pues a mí me había destruido el hombre que más adoraba.
Cuando llegaba a esa conclusión, buscaba con desesperación creer la mentira que se gestaba en mi mente que insistía en explicarme que no debía importarme lo que él pensara sobre mí, que solo tenía que enfocarme en olvidarlo, pero no lo lograba, fallaba estrepitosamente, una... y otra vez.
*****
—¿Qué tiene esto? —pregunté tras darle un sorbo a la bebida que me hizo cerrar uno de mis ojos por lo fuerte que estaba.
—¿Te gustó? —preguntó, ignorando mi comentario, el señor Gonzalo, el papá de Nat, que muy contento parecía mezclar licores en su coctelera. Asentí pues no me vi capaz de decirle que la bebida estaba demasiado fuerte—. Es mi trago firma, los ingredientes son un secreto —comentó y alargó los labios en una gran sonrisa.
Le agradecí y me marché de la barra. Me sentía algo achispada, por lo que tras darle otro sorbo comprendí que estaría ebria pronto.
La casa de Nat se encontraba repleta de personas. Estaba toda su familia y gran parte de nuestros amigos del colegio. Di un respingo al ver entrar a un chico que solía coquetearme durante la secundaria y que no soportaba, por lo que planeé mi retirada hacia el jardín antes de que insistiera en hablarme. Ya habíamos cantado cumpleaños y festejado mucho, aun así, conociendo a Nat, la noche estaba lejos de terminar.
Cerré la puerta corrediza a mis espaldas, el sonido de la música y las risas de los presentes se encapsuló en la casa. Miré como el agua reposaba tranquila en la piscina en la que se reflejaba con nitidez la luna. Me dejé caer en una silla del jardín para tomar despacio aquel trago a la vez que intentaba, sin mucho éxito, pensar en cualquier tontería, literal, cualquiera que no fuese mi ex.
Una risita y voces cercanas me hicieron salir de mis pensamientos. Me levanté y caminé con sigilo para descubrir de quién se trataba con la intención de que si era algún indeseable, huir antes de su llegada. Con sumo cuidado me asomé por la pared lateral del porche que daba hacia la otra parte del patio para investigar.
Descubrí a Clau recostada a la pared con la cabeza echada hacia atrás y la boca entreabierta, mientras mi hermano le besaba el cuello y le metía la mano bajo la falda con absoluto descaro.
Cerré los ojos al instante y me marché de ahí de inmediato. Yo y mi mala suerte de ver a miembros de mi familia en pleno besuqueo. Me bebí el contenido del vaso de golpe al entender que esa era mi señal para salir de aquella casa. Al entrar, tomé otro de los tragos del padre de Nat, que pareció entusiasmado de que me gustara su elixir secreto para una resaca segura. Mis padres conversaban con la madre de Nat y otros amigos, mientras mi Lechuguita con los ojos vendados, jugaba a ponerle la cola al burro. Me despedí como pude, eludiendo personas y crucé la calle en busca de la seguridad de mi casa.
Cerré la puerta de mi habitación con pestillo y tras desvestirme me fui a la cama en donde parecía que no existía otra actividad para mí que impregnar mi almohada de lágrimas. El hastío se hizo presente, estaba harta, harta de llorar y aun así, no conseguía deponer el sentimiento de angustiosa tristeza que me atenazaba todos los malditos días. Buscaba con desesperación mantenerme firme, valerosa, para conmigo misma y romper ese círculo penitente de infinito dolor. Quería ser contundente, reiniciar mi vida, pero mis deseos de avanzar no eran suficientes.
Miré mi teléfono y entré a mi galería. Aquello estaba mal, muy mal, terrible. Ver fotos de índole obscena de él, era a todas luces un acto malvado e insensato que cercenaba mis neuronas deliberadamente.
Verlo llevarse una taza de té a los labios nunca había resultado tan erótico. Mi vista cayó por su abdomen bajo y a mi mente le pareció de lo más oportuno recordar cómo se le marcaban las venas justo ahí, por toda la pelvis. Me lamí los labios a la vez que cambiaba de foto y encontré aquella que me había enviado empalmado, mientras se apretaba el miembro con una mano y su glande húmedo sobresalía por la cinturilla de sus calzoncillos. «Esta foto es veneno», pensé.
Pasé a una de Diego acostado boca abajo en la cama, en la que se veía su rostro a medio lado. Tenía los ojos cerrados, el semblante relajado, risueño y estaba a la vista su túrgido traserito que la sábana no había cubierto bien. «No mires más esas fotos indecorosas, no veas más fotos de él» me dije, pero no tardé en revelarme a mis propios pensamientos y miré otra.
Diego encima de mí... «Nunca debí tomar esa foto», porque la expresión que ponía cuando estaba excitado, era algo que ya tenía grabada a fuego en las pupilas, tenerla digitalmente solo empeoraba todo e incitaba a mi cerebro a elaborar fantasías ardientes, burbujeantes, eléctricas y calientes en donde a mí me provocaba llamarlo y decirle que tenía ganas de ver como se le enrojecía toda la piel del pecho cuando me lo cogía.
Aun estando medio borracha me negué a ser negligente, apagué el teléfono y lo metí en el último cajón de la mesa de noche. Bebí en un burdo intento de desconectar un rato, excepto que el alcohol tenía el efecto contrario, no me dejaba eludirlo y sacarlo de mi mente. Este tenía la propiedad de hacerme rememorar cada pequita, cada lunar pintado en su pecho, por lo que claudiqué y lo dejé entrar a mi habitación un rato.
El Diego de mi imaginación no era un bastardo mentiroso de mal carácter. Era solo un tipo que cuando se quitaba la camisa me despojaba de todo raciocinio y me dejaba con la imperiosa necesidad de tenerlo encima... y... adentro.
Lo miré abrirse los pantalones entretanto sus ojos grises reflejaban lujuria. Luego se metió a mi cama, me cubrió con su cuerpo, me abrió las piernas con la rodilla y se dejó caer sobre mí. Mi piel se estremeció y combustionó al recordar cómo solía decirme siempre: «siéntelo, Máxima, siente como me pones».
Me terminé el trago y ahogué un gruñido al estampar mi rostro contra la almohada. De solo recordar cómo me había rogado para que me fuera con él la noche anterior me estremecí y un escalofrío me recorrió la espalda. El sentimiento de furia incrementó cuando me rendí y dejé que mi mano se metiera entre mi ropa interior. Me reprendí por estar tan mojada pensando en él...
Aquello era una tortura, era perfectamente consciente de que el placer se disolvería muy rápido y volvería a mi estado de perpetua miseria, no obstante, decidí ser indulgente conmigo, pues, si no lo hacía yo, ¿quién más lo haría?
*****
Mu se enroscó entre mis piernas con una comodidad rebosante. «Sabes que tu vida es una cagada cuando envidias la felicidad de un gato», pensé mientras bebía mi café helado e intentaba ignorar a Brenda que no hacía más que fastidiarme la paciencia.
—¿Pero por qué no? Dame una razón válida.
—No necesito darte una razón válida, no quiero ir —dije con tranquilidad.
—Ya esto me está cansando, Max. —La miré confundida sin saber a qué se refería—. Y si tengo que explicarte por qué estoy molesta tal vez debería replantearme porque te sigo hablando.
—Espera —La tomé del brazo cuando noté que iba a levantarse del césped para marcharse—. No te puedes poner así solo porque no quiero salir contigo.
—Si puedo... ¡Si puedo! —exclamó, subiendo la voz—. Antes lo hacíamos todo juntas, nos contábamos todo, estudiábamos, nos íbamos a comer, al cine, ¡de todo! y desde que empezó el semestre tú cambiaste mucho, no sé qué te pasó en las vacaciones antes de comenzar clases, pero volviste y... Ahora siempre hay una excusa, nunca tienes tiempo y no sé si es que ya no quieres ser más mi amiga o qué...
—No eres tú...
«Soy yo... Que me cogí al profesor Roca y desde entonces mi vida es un desastre».
—Tú dices que no soy yo, pero dudo mucho que evites salir con Nat.
—También lo hago, desde que terminé con Leo no estoy de humor, eso es todo.
«Eso y que Leo es Diego Roca».
Le pasé la mano por la cabeza a Mu, sopesando si debía confesarme de una vez por todas. No era que no confiase en Brenda, bueno, ciertamente no lo hacía del todo, pero además, era que me sentía demasiado agotada como para tener que contarle lo ocurrido, pues eso significaba remontarme a un pasado para nada lejano y avivar mi sufrimiento.
—Pero tú te hablabas con él desde hacía mucho, no entiendo, o sea, empiezas con él y de repente ya no tienes tiempo de nada, cuando ese tipo vive lejísimo.
—Tienes razón. Lo que sucede Brenda es que antes solo hablamos por teléfono, pero todo cambió después de que lo besé y... Me acosté con él. —Mi amiga abrió la boca sorprendida—. Así que esto no tiene nada que ver contigo.
—No me habías dicho que ya habías tenido sexo por primera vez. Y a esto me refiero, ¡ya no me dices nada! —dijo molesta.
Se puso de pie y caminó hacia al edificio de salones de clases.
—Lo siento, Mu. —Me lo quité de encima con rapidez, cuestión que detestó el minino.
—Brenda... ¡Brenda! —Tras alcanzarla la tomé del brazo—. Espera... Lo siento, tienes toda la razón. Todo va a volver a la normalidad, en serio.
—Entonces sal conmigo, Max, por favor. Porque asumo que andas de bajón por ese tipo y no vale la pena. Él está lejísimo de ti y sabrá Dios qué estará haciendo.
—¿No puedes llevar a alguna de tus amigas con las que fuiste al colegio?
—No... No quiero, tú ya conoces a Filippo y no quiero a ninguna de esas hipócritas criticándome porque estoy saliendo con otro a una semana de terminar con Ari. Por favor...
—Si tantas ganas tienes de salir con él hazlo, por qué coño tengo que ir yo...
—Máxima, tú eres mi malla de seguridad.
—¿Ah?
—Sí, tú eres lo único que va a evitar que yo me tome todo muy rápido. Esto es una cita doble, yo salgo con él, mientras tú me acompañas y mantienes alguna conversación monosílaba con el amigo que él lleve, pues vamos es al cine. Luego él nos deja en mi casa y ya. Así nuestra cita no pasará de un leve intercambio de saliva.
—¿Y yo qué soy? ¿La guardiana de tu vagina? Por favor, Brenda, si no quieres hacer algo deberías poder tener la voluntad de no hacerlo y ya —dije y silencié la vocecita en mi mente que se reía de semejante consejo que le daba, pues en el pasado no lo había aplicado demasiado.
—¿Pero tú no has visto al tipo? Máxima, por favor, ayúdame. Yo no puedo con esa naricita coqueta, esos labios carnosos y esa mandíbula que parece esculpida por uno de esos escultores famosos que tallaban en mármol como si modelaran arcilla. Por favor, a Miguel le dejé bajarme el vestido tras la primera cita, imagínate a este... —Se tapó la cara con los mechones de su cabello—. Por favor, no me dejes morir.
—¡Está bien! —Accedí únicamente porque no soportaba su insistencia—. Pero voy a ver la película y ya, no me exijas ser simpática.
—Perfecto, perfecto —dijo mi amiga brincando de felicidad en pleno pasillo.
—Miguel está en la esquina mirándote —advertí pues el tipo no le quitaba los ojos de encima.
—Ay, que me miré, me vale. Pasamos por ti a eso de las ocho, vamos a la función de las nueve.
Rodé los ojos y por un momento pensé en preguntarle quién sería el amigo de Filippo, sin embargo, tras reconocer que me importaba tres remolachas la identidad de mi acompañante de la noche, no pude evitar compadecerme un poco por el tipo, estaba a un par de horas de su peor cita.
Ir al cine un jueves era algo típico, pues así se dejaba el resto del fin de semana para actividades más demandantes de energía, no obstante, yo ya estaba bastante agotada de mi semana para ese momento. Mis días se habían vuelto extenuantes, pues aún no conseguía dormir con regularidad y mi apetito no reaparecía del todo y comer sin ganas me resultaba un poco aberrante.
Me puse unos jeans, una camiseta y mis Vans negras, me habría gustado utilizar mis converse verdes, pero estaban en el apartamento de Diego, así como otras prendas que me rehusaba a buscar. Prefería perderlas a entrar de nuevo a ese lugar en el que había vivido... Tanto. Podía escribirle y pedirle que me las trajera, pero eso implicaría verlo y no me sentía con las fuerzas necesarias. Tampoco podía pedirle a mi mejor amiga que las recibiera por mí, porque además de ser una actitud que podría percibirse como inmadura, prefería evitar un enfrentamiento entre ellos.
Me solté el cabello y tras agregar un poquito de polvo y bálsamo labial, decidí que estaba lista.
Me tiré en el sofá a vegetar mientras esperaba que fueran por mí a la vez que rogaba para que hubiese un apagón general en la ciudad y así ganarme mi estadía en casa. Incluso pensé en que era el momento ideal para que un asteroide colisionara con la tierra y extinguiera la vida del planeta y mi sufrimiento.
Nat salió de su habitación, pulsó el botón para abrir la puerta de la entrada del edificio y dejó la del apartamento entreabierta. Luego, se echó a mi lado para mirar la televisión.
Entre nosotras se había instalado un silencio recurrente, ninguna quería conversar demasiado y eso era tan atípico, pues siempre habíamos tenido la capacidad de hablar de cualquier tema por horas. Supuse que el despecho imperante nos tenía muy desganadas.
Claudia entró minutos después y nos saludó con alegría. Traía una bolsa de regalo consigo. Aquello capturó mi atención, así que asumí que sería el obsequio de cumpleaños de Nat.
—Al fin ha llegado tu regalo, sí, sí, un juguetito para que te animes.
—Ooooh —dijo Nat tras abrir la bolsa y mostrarme un... ¿Dildo? No, eso tenía un cargador, era un vibrador.
—Sí, sí, es lindo, ¿no? —preguntó señalando el falo color púrpura. Clau dio palmaditas muy feliz cuando Nat asintió—. Este no transmite enfermedades, no te embaraza, siempre está listo para la acción y lo más importante, ¡¡¡no te puede romper el corazón!!!
—¿Y tú te compraste uno? —pregunté curiosa.
—Yo tengo uno desde hace tiempo, aunque últimamente me decanto por la onda orgánica... —Soltó una risita y yo la miré de reojo por lo que ella agregó—. Es decir, tu hermano.
—Iuuuug —contesté asqueada y me dejé caer contra el respaldo del sofá.
—Me encanta Clau, gracias.
—Sí, sí cariño, nada mejor para salir adelante que los orgasmos —explicó con entusiasmo.
—¿Qué nombre le vas a poner?
Natalia pareció pensativa.
—¿Nombre? —pregunté confundida.
—Claro, no es un simple objeto, es una fuente de placer por lo que merece un nombre, el mío se llama Bruno.
—Bap.
—El mío no tendrá nombre de hombre, mejor de mujer, así empoderada y bella. ¡Bruna! —Se echó a reír.
—¡Me encanta! —respondió Clau entusiasmada—. Y no te preocupes, Max, en tu cumpleaños tendrás uno también.
—Oh —contesté alzando las cejas.
Recibí un mensaje de Brenda para avisarme de que ya estaba por llegar, por lo que mi suerte estaba echada. Ningún asteroide se puso de mi parte, ninguno. Estúpidos asteroides inservibles.
Me despedí de mis amigas, tomé mi bolso y caminé desganada hacia la puerta. Mientras bajaba en el ascensor el inminente sentimiento de que debía haberme negado con más ahínco cobró protagonismo en mi mente.
Brenda había salido de la camioneta, una jeep y al verla me quedé un poco sorprendida. Se había arreglado muchísimo. Llevaba un vestido coqueto de color amarillo claro, con cierto aire vintage que combinaba muy bien con sus lentes rojos de corte gatuno. El cabello suelto, sandalias lindas, un suetercito corto que le resaltaba el busto. Se veía bellísima. Mientras yo cerraba la puerta de la entrada se acercó con rapidez a saludarme y apenas me interceptó en las escalinatas se lo dije. Ella me agradeció y me dio una sonrisa, se veía feliz.
Miré hacia la camioneta y Filippo me saludó con la mano desde el interior. Cuando estábamos bajando los peldaños que nos separaban de la calle la puerta de atrás se abrió.
—¡Enfermera!
Por la mermelada...
—¡Ay, no!
Quise dar marcha atrás, pero mi amiga me tomó del brazo para obligarme a seguir bajando las escaleras, claro, ella no sabía de mis encuentros anteriores con Ramiro.
—¿Cómo estás? —preguntó risueño mientras salía de la camioneta. No tardó en llegar a mí y darme un beso en la mejilla.
—He estado mejor...
—Tú siempre tan dulce —Me ofreció su brazo con una sonrisa grandísima en los labios.
«¡Mierda! Asteroide, aparece, por favor», pensé resignada y acepté su brazo.
¿Cómo creen que va a ser esta cita entre Ramiro y Máxima?
#ComentenCoño
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