Cincuenta y nueve

Noté una mano que me subía por el muslo y luego se metía en la bolsa que tenía entre las piernas... Le pegué en el dorso y mi amiga chilló. Intentaba robarme, otra vez, más gomitas. Insistió y yo la dejé.

Me había tomado un descanso de tanto estudiar y estábamos en el sofá de la casa viendo algo en la televisión. Mi teléfono vibró sobre el cojín y mi amiga lo tomó antes de que yo pudiera y me lanzó una mirada a lo Ru Paul con la ceja levantada que decía, déjame que me muero del aburrimiento, así que te revisaré el teléfono.

—Ayyyy... ¡Qué rico! —exclamó segundos después—. ¡Es Antonio! —Le arranqué el aparato con rapidez—. ¿Por qué a mí no me puede tocar un tipo así un ratico?

Me apresuré a leer, pues no sabía nada de él, desde nuestro último encuentro en ese preciso sofá.

«¿Debo entender que si no te escribo, tú nunca me vas a escribir a mí?»

—Mira no más como lo tienes —dijo Nat, haciendo una señal de triunfo.

—Ni tanto, no me escribía desde hacía dos semanas, más o menos.

—¿Qué le vas a responder? —Me encogí de hombros—. Cuidadito que Antonio es un zorrito viejo.

—¿También le dijiste esto a Claudia cuando se lo cogió? —Natalia puso mala cara—. Me sé cuidar solita... —Mi amiga hizo un gesto de desprecio por mi autosuficiencia que me hizo reír.

—Está bien, señorita adulta... Me voy a bañar.

Nat se fue a su habitación y yo me mordí el labio inferior antes de contestarle a Antonio.

«Es que soy tímida» —escribí y añadí un emoticono sonrojado.

Me respondió unos minutos después con una captura de pantalla de un mensaje que le había enviado. «Nada de dibujos hoy, trae condones» a la cual le agregó el mensaje: «Me queda claro».

«Será cabrón», pensé y me eché a reír.

«Déjame ayudarte a vencer tu timidez. Te propongo que nos veamos para que repliquemos nuestro último encuentro».

«No sé qué tan efectivo sea eso para ayudarme ¿Tú crees que funcione?» —tecleé riendo como foca retrasada, hasta que Nat regresó a buscar el vaso de agua que había dejado sobre la mesita y tuve que recomponerme.

Su respuesta fue enviarme un emoticono de risa.

«Me da la impresión de que ya te estoy ayudando, ¿no notas que estás menos tímida?».

«Estoy estudiando, esta semana tengo que presentar un montón de exámenes» —respondí para no esperanzarlo en vano.

Me reí al ver que me enviaba emoticonos tristes.

«Dime cuándo estés disponible para que nos veamos y darte una mano con tu timidez, ya sabes que me va eso de ayudar al prójimo» —escribió y agregó un emoticono con expresión libidinosa que me hizo reír.

«Yo te aviso».

«Esperaré tu mensaje».

*****

El viernes presenté mi último examen bastante rápido. Las clases de aquella materia optativa sobre responsabilidad empresarial podían ser soporíferas, pero al menos la evaluación había sido corta.

Al llegar a casa me desplomé en la cama y tomé una siesta larga de casi cuatro horas. Tras la cena, acepté ir a bailar con mis amigos, para variar, en el club nocturno Bianco.

Me arreglé con esmero. Tenía semanas que no sabía que era divertirme al maquillarme o probarme vestidos.

Brenda se nos unió en compañía de Filippo. Ese día estábamos reunidos todos, incluyendo mis amigos de ingeniería Alfonso y Ricardo, para nuestros acostumbrados tragos post exámenes, y los de la universidad de Nat, estudiantes de comunicación social.

—¡Ramiro! —dije cuando lo vi llegar y me acerqué a saludarlo.

No sabía si no me había escuchado a causa de la música o qué, porque giró hacia atrás y luego me encaró de nuevo. Se señaló a sí mismo y me miró con expresión de desconcierto.

—¿Me hablas a mí, Enfermera? —preguntó a mi oído haciéndose el gracioso y después miró en todas direcciones, en un fingido gesto de demencia.

—Bájate los pantalones que te voy a poner una inyección en una nalguita. —Le hablé también al oído, pues era la única manera de comunicarnos por la música ensordecedora.

Se llevó la mano al pecho.

—Enfermera, no me hables así que se me para... ¡El corazón! —Me reí de su ocurrencia con obvio doble sentido—. No me gustan las agujas, pero de ti me dejo hacer todo lo que quieras.

Me reí de nuevo pues se me hizo gracioso y también porque ya me había tomado varios gin tonics.

—¿Quieres bailar?

—Si es contigo, toda la noche —me respondió.

—¡Vamos!

Nos fuimos a la pista y recordé que él bailaba super rápido. Hice el intento de seguirle el ritmo hasta adecuarme a sus pasos. Era muy divertido. Sus manos se deslizaron por mi espalda con pausa. Su sonrisa era dulce e incitadora. Tenía los labios gruesos y bonitos. Llevaba el cabello suelto, con demasiado volumen.

Vestía un poco al descuido como siempre, típica actitud despreocupada de los hombres que se saben atractivos. La vibración de la música nos envolvía y él parecía estar gozando el momento. Bailamos al menos unas diez canciones que nos dejaron muertos de sed.

—¿Me acompañas a fumar? —preguntó después de que tomamos nuestros tragos de la barra.

Asentí y bajamos las escaleras del segundo piso de Bianco, él me abrió la puerta y salimos al exterior en donde la brisa nocturna nos recibió golpeándonos el rostro. Hablamos con los chicos de la entrada para avisarles de que volveríamos a ingresar en un ratito por el tema de los vasos. Luego, buscamos un lugarcito para fumar a gusto a unos cuantos metros.

—Déjame, yo te lo enciendo —Ramiro asintió, me pasó la cajetilla y el encendedor—. ¿Qué es esto? —pregunté mirando el porrito que tenía junto a los cigarrillos.

—Mi ración de vegetales verdes para crecer sano y fuerte —respondió y me sonrió enseñándome todos los dientes.

—Ah, como Popeye con las espinacas —dije y solté una risita.

Me llevé un cigarro a los labios y tras encenderlo le di una buena calada antes de entregárselo.

—Estás mejorando. —Exhalé el humo con coquetería y él se me quedó mirando con una expresión de embobamiento que me hizo reír—. Hoy estás muy linda. Bueno, siempre estás linda.

Hice una mueca de que tenía razón para fingirme creída y él se rio.

Nuestra conversación se desarrolló a base de nimiedades. Él me habló de trabajo y yo de mis clases. La diferencia sustancial se encontraba en que mientras él tenía una serie de fotos en su galería de ciudades visitadas y campañas de modelaje realizadas, yo no tenía demasiado que contar.

—Aquí te ves sexy. —Señalé con el dedo, el abdomen super definido que lucía para una foto de una marca de jeans en la que vestía una camisa de denim sin abotonar—. ¿Hiciste mucha dieta para esta campaña?

Asintió.

Ramiro se lamió los labios sin quitarme los ojos de encima. Estaba segura de que ese era su movimiento patentado para desestabilizar chicas. La brisa lo molestaba echándole el cabello en la cara una y otra vez, a diferencia de mí que lo llevaba en una cola alta. Le aparté los mechones del rostro y se lo recogí hacia atrás con la premeditación de ponerlo un poquito nervioso con mi cercanía. Él me entregó la coleta que tenía en el bolsillo y no paró de mirarme mientras llevaba a cabo mi tarea. En eso estábamos cuando nos interrumpieron.

—Buenas noches —dijo una voz masculina medio ronca.

Giré a encararlo y noté que Ramiro se enderezaba a mi lado. Yo conocía a aquel chico, pero mi memoria no consiguió identificarle. Ante la intriga les estudié con detenimiento. El chico lucía nervioso. Ramiro en cambio se mostró abiertamente hostil.

—No me vengas a joder la noche que la estoy pasando demasiado bien.

—Solo quiero que me contestes el teléfono.

—No quiero hacerlo, ¿qué parte de ya no eres mi amigo no comprendes?

El chico frunció los labios y le miró molesto, acto seguido empujó a Ramiro haciéndolo trastabillar.

—Hey —solté perpleja por su violencia.

—¿Esto es lo que quieres? ¿Qué no nos hablemos más? —preguntó el chico.

Ramiro me entregó el vaso de su trago casi vacío y me echó a un lado, como preparándose para entrarle a golpes. No obstante, no llegó a hacerlo porque escuchamos a alguien gritar.

—¡Julián, no! —dijo una rubia alta, muy delgada y yo decidí secundarle al tomar del brazo a Ramiro para evitar que se pelearan.

—No lo hagas, no le sigas el juego —le dije a Ramiro al oído.

Entendí que aquel era su ex mejor amigo y la chica probablemente era su exnovia.

—Eres una basura de persona, ¿no lo entiendes? ¡Déjame en paz! —le soltó Ramiro al tal Julián, alzando la voz, visiblemente enfurecido.

—¿Hasta cuándo? —dijo la rubia, encarando al otro chico—. Deja a este imbécil en paz, si no quiere ser tu amigo que coma mucha mierda.

—Pfff —siseé en su dirección y la chica giró a mirarme con odio.

—No te metas —le dijo Julián a la rubia con un tono muy severo y eso me sorprendió.

—¿A quién le estás diciendo imbécil? —contestó en tono insolente, Ramiro.

—A ti imbécil de mierda, mal polvo pretencioso —le encaró la chica.

¡Andrea! —dijo Julián en tono de reproche como si la estuviese regañando.

Ramiro se tensó molesto y se quedó ahí, muerto de la rabia. Noté que iba a hablar, pero se contuvo.

—¿Mal polvo? —pregunté sarcástica—. ¡A mí no me suelta en toda la noche! —La miré con prepotencia—. Supongo que no le provocabas lo suficiente —solté solo por joderla.

La chica se enfureció y comenzó a insultarme. Quiso acercarse a mí, pero Ramiro lo impidió interponiéndose entre nosotras.

—Controla a tu novia y déjame en paz —dijo Ramiro mirando a su examigo.

—Ya veo porque ambos han terminado juntos. Vayan a terapia del manejo de la ira, dan penita ajena —solté con un marcado tono de arrogancia por joderlos. La chica comenzó a gritarme improperios que solo la hacían quedar peor—. ¿Julián, qué estás haciendo con tu vida? —continué modulando la voz para darle un matiz de lástima, mientras le dedicaba una mirada de desdén a ella—. Cielo, ya vámonos —agregué con un fingido tono cariñoso a Ramiro que me encajó la mano en la cintura.

Me despedí de la chica con un movimiento de dedos, entretanto caminaba al interior del club. No dejó de insultarme, así que actué muy digna y la dejé atrás.

—¡Qué locos están! —solté apenas cruzamos el umbral de la puerta y nos vimos protegidos por el ruido de la música y la penumbra típica de los locales nocturnos—. Lo siento, me tomé el atrevimiento de decirles todo eso, porque me molestaron.

—No te preocupes, y sí, están demasiado locos.

—No, pues ella fue tu novia y él tu mejor amigo —insistí a su oído, mientras subíamos las escaleras.

—Créeme, no soporto a las personas que hacen espectáculos así, al menos a mí ella nunca me hizo una escena de ese tipo. En fin, la gente comete errores, no debimos salir juntos —comentó a mi oído—. Te juro que no soy mal polvo, eso lo dijo por joderme.

—Lo supuse —Hice un gesto para restarle importancia para relajarlo y él me dedicó una sonrisita ladina, mientras caminábamos a la barra para buscar algo más de beber.

Estaba justito así, riéndome de lo ocurrido y escuchando como él me agradecía que salvara su honor, cuando lo vi al pie de las escaleras con una chica de cabello negro larguísimo, ojos rasgados asiáticos y naricita coqueta.

Antonio se percató de mi presencia segundos después y me sonrió ampliamente. Vi como se acercaba a Filippo, a Brenda, Nat, Clau y Fer para saludarlos. Luego se alejó, para dirigirse a una mesa llena de gente a varios metros, en donde la chica que le acompañaba saludó a varias personas.

—¿Qué hago para que este imbécil me deje en paz? —dijo Ramiro a mi lado y me mostró la pantalla de su teléfono en la que había un mensaje de Julián.

Me encogí de hombros, en realidad ese chico tenía una actitud un poco extraña.

—¿Por qué no te deja en paz? ¿Sufre de ataques de culpa? —Me miró inexpresivo—. Es que cualquiera diría que está enamorado de ti.

Negó con la cabeza como si lo que había dicho fuese una tontería.

—Somos amigos desde la infancia, se está cogiendo a mi ex...

—¿Y? —le respondí mientras seguíamos en la barra esperando nuestro turno para ordenar.

—Me estuvo llamando, se le murió el perro hace poco, tenía doce años, estaba muy enfermo... El perro se lo regale yo en un cumpleaños... Así que...

Antonio llegó junto a Ramiro y lo saludó con un apretón de mano y una palmada en el hombro, luego se dirigió a mí. Me dio un beso lento en cada mejilla y me rozó ambas comisuras de los labios. Sus dedos se posaron en mi cintura cuando se inclinó contra mi oído para saludarme. Olía de maravilla y lucía muy elegante, sobrio, no había rastro del hombre despeinado de la playa.

—Hola, Tesoro —dijo con voz ronca y su habitual tono tentador que logró que una sensación tibia y excitante se me anidara en el vientre bajo.

—Hola —contesté a su oído y lo encaré. Él me dio una de sus miradas intensas de siempre y una sonrisita seductora—. Te debo un mensaje.

Un par de personas abandonaron la barra, por lo que con rapidez avancé hasta ahí y él se situó a mi lado. Giré a mirar a Ramiro que continuaba tecleando en su teléfono. Unas chicas se colocaron frente a él, debido a que no avanzaba para ordenar junto a mí.

—En efecto —susurró Antonio a mi oído, haciéndome notar su aliento caliente contra la piel.

—He estado muy ocupada y por lo visto, tú también —contesté y giré a mirarlo sin hostilidad. Se rio canalla y yo me mordí el labio inferior para no hacer lo mismo—. Tal vez si te lo hubiese enviado hoy, habría resultado inoportuno.

—Tú, ¿inoportuna? Nunca. Escríbeme.

Sonreí gustosa de saberlo tan disponible.

—¿No deberías estar con tu otro Tesoro? —pregunté con tono insidioso en broma.

Volvió a reír canalla y yo avancé, pues las personas frente a mí se marcharon con sus tragos. Apoyé los brazos en el borde de la barra y esperé mi turno.

—¿Qué haces con Ramiro, Tesoro? —expresó ignorando lo que había dicho tras posicionarse a mi lado.

—Bailar. —Miré sobre mi hombro a Ramiro que seguía al teléfono.

—Debiste llamarme a mí, yo te habría sacado a bailar —contestó a mi oído y eso recapturó mi atención.

—¿Celoso?

—Mucho —dijo arrastrando la letra u con un tono juguetón.

Me reí y noté como deslizaba la mano entre la barra y mi cuerpo, para colocarla sobre mi vientre bajo disimuladamente. El muy cretino me tocó de esa manera, sin importarle que estuviésemos rodeados de gente. En definitiva, sus manos no pedían permiso. Giré el rostro hacia él para encararlo, sus ojos se posaron sobre los míos y yo le sostuve la mirada. Él dejó caer los dedos hacia abajo para acariciarme el sexo encima de la tela del vestido y eso me hizo apretar los muslos en reacción.

—¿Qué te pongo? —preguntó una mujer tras la barra con diligencia y en vista de que no le contestaba, me dio una mirada de insistencia.

Me esforcé para no tartamudear.

—Un gin tonic y un ron con cola.

Me removí inquieta y él acentuó el movimiento de sus dedos que hacían presión sobre mis labios. Le aparté la mano por la muñeca y giré a mirarlo. Iba a soltarle lo inapropiado que era, pero su sonrisa de suficiencia y satisfacción me dijo que era obvio que le encantaba dejarme así: alterada y con el pulso acelerado.

Para no darle el gusto, ladeé el cuerpo un poco hacia él y sin previo aviso le acaricié el miembro que estaba bajo la bragueta del pantalón. Él pestañeó rápido, era obvio que lo había tomado por sorpresa. Yo también podía ser mala, que se fuese acostumbrando. Estaba duro, como no y notarlo así me complació.

—Qué lástima que ya estés ocupado esta noche.

Dejé de acunarlo y me giré hacia la barra, como si no me importara en lo más mínimo.

—No te preocupes, los tres cabemos en mi cama. —Me reí incrédula... Era un sinvergüenza—. Es solo una amiga... —continuó hablando a mi oído y luego me tomó de la barbilla para obligarme a que lo mirara. Su expresión parecía gritar: créeme—. Estoy disponible para lo que quieras.

—Mmm, supongo que yo soy del otro tipo de amiga —dije con tonito insinuante y solté una risa que él secundó—. Pero, estas como que muy insistente...

Asintió sin darse por aludido ante el doble sentido de mi acusación y admitió sus intenciones de buen agrado, mientras me miraba el escote con una expresión libidinosa que no se preocupó en disimular ni un poco.

—¡Listo! —Giré a mirar a Ramiro que se había situado a mi derecha—. Lo insulté a él y a todos sus ancestros para que me deje en paz.

—Me alegro.

La chica nos entregó nuestros tragos por lo que pagamos. Luego atendió a Antonio y yo aproveché para irme.

—¿A qué se debe tanto cuchicheo con Antonio? —preguntó Ramiro antes de llevarse el vaso a los labios.

—Coqueteo duro y puro.

Ramiro apretó el ceño y me miró desconcertado.

—¿Te gusta?

Me encogí de hombros y él me miró perplejo. Preferí incomodarlo a mentirle, pues a todas luces me pareció que mi respuesta no le había caído bien. Aquella aclaración me venía de perlas, porque sí bien los coqueteos del modelito no me molestaban, tampoco deseaba que creyese que lo nuestro podría transcender.

Con Antonio había aprendido que lo casual era muy apetitoso y para nada problemático y a eso quería aferrarme.

En ese momento la asiática que había visto rato antes con Antonio se lanzó en los brazos de Ramiro para saludarlo, al parecer se conocían muy bien, pues este fue efusivo en hablarle.

Llegué a mi mesa y Natalia me abordó de inmediato con la pregunta obvia. Quería saber qué me había dicho Antonio en la barra. Le conté un poco, entretanto tomaba sorbos de mi trago y observaba cómo el susodicho caminaba en dirección a otra mesa a la que se había desplazado su amiga con Ramiro. Filippo con Brenda también estaban ahí.

Antonio era la clase de hombre de la que yo me habría alejado en un pasado por miedo a sentir algo por un consagrado mujeriego. No obstante, ese temor había desaparecido. Ya había amado demasiado, era como si esa parte de mí se hubiese agotado. Resultaba obvio que no podría quererle ni aunque me lo propusiera. Era como si estuviera vacunada contra las emociones que él podría plantar en mí. No conseguirían florecer de ninguna manera.

Cuando me invitó a bailar acepté encantada. Me tomó de la mano y me guio para adentrarnos en la pista de baile, lejos de la vista de nuestros amigos.

Colocó mis manos alrededor de su nuca y comenzó a bailar conmigo a un ritmo mucho más pausado que el que indicaba la música. Era obvio que eso lo tenía sin cuidado, pues su cuerpo se rozaba contra el mío tan deliberadamente que resultaba delicioso.

Había previsto que esas manos no se quedarían quietas, no obstante, no me imaginaba que sería tan descarado. Mientras me acariciaba el cuello con sus labios y su mejilla barbada, dejó caer los dedos por la piel de mis hombros con una suavidad exquisita. Luego, los deslizó hacia abajo y perpetró la hazaña de escurrir los pulgares por la apertura que tenía el vestido para mis brazos, para rozarme con pericia el costado de los pechos.

—Yo no te di permiso para que me tocaras —dije a su oído a la vez que acercaba más mi cuerpo al suyo.

Su respuesta fue apretarme para atraerme más hacia sí. Lo sentí duro contra el abdomen.

—Me porté mal. ¿Te vas a vengar?

—Se me olvidaba que te gustaba portarte mal.

Asintió con ojos brillantes velados por el deseo. Enterré los dedos en su cabello y se lo jalé un poquito, eso lo hizo reír. Era tan fácil abstraerse de todo a su lado. Le mordí con suavidad la mandíbula y sus pulgares continuaron haciendo círculos a los costados de mis pechos. Mis pezones duros se clavaban dolorosamente contra la tela del brasier.

De repente se separó un poco de mí, me tomó de las manos y seguimos el ritmo de la canción, mientras nos mirábamos a los ojos. Luego, me hizo girar y alinear mi espalda con su pecho. Noté sus manos en mis caderas, como las atraía contra sí para frotar su erección con mi trasero, a la vez que su respiración caliente me acariciaba la oreja.

Yo gemí de gusto y por suerte, el sonido de la música no permitió que se escuchase.

La canción terminó y yo me moví para apartarme.


Tesoro, ¿me vas a dejar así?

Me mordí el labio inferior y asentí. Luego le di una sonrisita libidinosa y le guiñé un ojo.

Me alejé de él con prontitud. Sentía que el cuerpo me ardía, necesitaba refrescarme.

Busqué la mesa de mis amigos y en el proceso me encontré con Gabo que estaba llegando para saludar. Me estampó un beso en la mejilla que hizo que el buen humor se me pasara de un plumazo.

Natalia, por supuesto, no se amilanó, lo saludó efusiva con la gracia propia de una actriz consagrada. En definitiva, los ex tenían la propiedad de aparecerse cuando se comenzaba a superarles. No obstante, este se quedaría con las ganas, pues mi amiga estiró la mano hacia Christopher, que ya había intentado sacarla a bailar al comienzo de la noche sin mucho éxito y se fue a la pista de baile con él, seguramente para pretender que estaba demasiado ocupada como para darle conversación a su ex.

La verdad era que el hermanito de Claudia, aunque era casi tres años menor que Nat, se veía muy a la par de ella. Él era de esos chicos bien alimentados y ejercitados que lucían un poco mayores, por lo que parecía que tuvieran la misma edad.

Seguí disfrutando de la noche y dejé que la excitación que había plantado Antonio se me diluyera en la sangre en compañía del alcohol. Me quedé con Claudia y Fernando un rato, para luego volver a bailar con Ramiro que se acercó a mí con una sonrisa. El tono entre nosotros era amigable, insufriblemente coqueto de su parte y yo me lo gozaba.

Rato después, Nat me comentó que ya estaba fatigada. Al parecer el Dj habitual del lugar se había ido temprano y con su suplente la música se había tornado tediosa y no muy acorde a nuestros gustos. Por lo que decidimos marcharnos.

Fernando nos invitó a su casa a jugar póker con la excusa de que estaba un poco quebrado, por lo que quería ganarnos a todos. Me despedí con un beso en la mejilla de Ramiro que se quedaba con Gabriel y el resto de sus amigos, incluidos Filippo.

—Me voy de viaje pronto, pero cuando vuelva ¿te parece si hacemos algo juntos? —Asentí—. Te escribo entonces —Me dio un sentido beso en la mejilla, como si me estuviese besando los labios.

Al separarnos me dio esa miradita que reconocía de nuestros viejos partidos de ping pong. Era un coqueto.

Me despedí de Brenda y como no veía a Antonio por ninguna parte para hacer lo mismo, caminé hasta la salida en compañía de Nat que iba del brazo de un Christopher muy feliz. Pobre iluso, no tenía ni idea de que Nat solo había bailado con él para no hablar con Gabo.

Llegamos al estacionamiento, al auto de los padres de Christopher. Nat estaba en pleno proceso de escribirle un mensaje a Clau para preguntarle en dónde se había metido, cuando la vimos pasar en compañía de Antonio. Iban conversando de lo más animados y ella se reía de algo que él había dicho.

—Me voy con Antonio —dijo como si nada, mientras seguía andando con él hacia su camioneta.

Atónita, miré la espalda ancha del pintor que conducía a mi amiga con la mano encajada en su hombro. Nat me tomó del brazo y eso me sacó de mi estupor oportunamente, para que no quedara constancia de que aquello me había causado un potente cortocircuito en el cuerpo.

—Me puedes explicar ¿qué mierda hace Claudia con Antonio?

—Max, ¿qué pensabas, que Antonio iba a ser para ti solita? ¡Despiértate!

Rodé los ojos hacia arriba, pero antes de que pudiera decirle algo, Christopher le abrió la puerta a Nat para que tomara asiento y esta lo hizo, por lo que me tocó hacer lo mismo. Lo peor era que no podía hablar del asunto delante de él, por ser hermano de Claudia, así que tomé mi teléfono y comencé a teclear frenéticamente un mensaje para mi mejor amiga.

«¿Pero tú eres estúpida o qué? Antonio se puede acostar con quien le dé la regalada gana, lo digo por mi hermano que ADORA a Claudia».

La conversación estúpida y coqueta de Christopher me estaba causando urticaria. Mi amiga por otro lado parecía demasiado entretenida, por lo que ni siquiera había parado a mirar la pantalla de su teléfono.

—Natalia, creo que te llegó un mensaje —le dije.

Nat tomó el teléfono y tras leer se giró hacia mí. Sus labios de naturaleza carnosos estaban apretados en una línea fina.

«No sé qué decirte».

«Yo pensé que lo quería» —escribí molesta.

«Pero ellos no son novios, están en algo casual» —respondió Nat.

«Me vale las idioteces que se dicen, mi hermano la quiere».

Mi amiga volvió a girarse hacia mí con la misma expresión. Vaya coñazo. Suspiré y apoyé la cabeza contra el asiento.

Constantino estaba enamorado de Claudia, aunque se negara a reconocerlo. Odiaba aquella situación, no quería que mi hermano sufriera. Todo indicaba que Antonio había decidido buscarse a otra para que le calentara la cama, tras verme bailar con Ramiro. En efecto, el tipo era práctico, pero habría preferido que lo fuese con alguien diferente.


 Opinen sobre la actitud de Claudia.

Opiniones sobre Máxima defendiendo a Ramiro

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