Cincuenta

Miré los contornos de la ciudad desde la ventanilla, los peatones en las aceras, las luces de los autos en las filas del tráfico, los edificios y comercios, mientras pensaba en que debía ver el lado positivo. Ramiro era un poco fastidioso, pero al menos ya nos conocíamos, por lo que se eliminaba la incomodidad de tener que intercambiar conversaciones con un extraño.

Le miré de reojo, iba ensimismado en su teléfono y no paraba de teclear. No podía precisar su estado de ánimo, pero era obvio que iba muy concentrado en su charla. Se traqueaba los nudillos de una mano, movía el pie con insistencia y por momentos, miraba hacia el exterior de la camioneta como si analizase qué responder.

Cuando llegamos a nuestro destino en el centro de la ciudad, Ramiro guardó el teléfono en su bolsillo y pareció recomponerse.

—¿Por qué este cine? —preguntó con aire distraído.

—Porque... sí —contestó Filippo a la vez que encajaba la mano en la cintura de mi amiga.

Ramiro y yo cruzamos miradas, él me ofreció su brazo con una postura de caballero que acepté por llevarle la corriente. Caminamos unos metros hasta la entrada de un antiguo centro comercial. Había sido uno de los primeros en construirse en la ciudad por lo que su arquitectura resultaba elegante y vistosa. Estaba rodeado de un denso jardín con caminitos adoquinados para pasear. En el interior, las exhibiciones de las tiendas guardaban cierto aire de antaño, era como transportarse a otra época.

Llegamos a la vieja sala de cine que no proyectaba películas en estreno. Brenda y Filippo ya habían decidido qué veríamos. Pareció que nos preguntaron nuestra opinión solo por cortesía. Ramiro se opuso a la película seleccionada, así que votamos y yo apoyé a mi amiga.

—¿En serio me van a hacer ver El fotógrafo? —preguntó en un tono ¿de preocupación?

—Sí, no seas cobarde —respondió Filippo.

—¿Te dan miedo las películas de terror? —preguntó Brenda.

—Sí, obvio, son para eso, para que te den miedo... ¿Quién quiere ver eso? En serio ¿Por qué? ¡Respóndanme!

Filippo lo ignoró, Brenda también, así que hice lo mismo. Tras pagar las entradas pasamos al mostrador de comida. Filippo y Brenda compraron a sus anchas, entretanto Ramiro y yo esperábamos nuestro turno. Miré de nuevo de reojo cómo sacaba su teléfono del bolsillo, leyó la pantalla e hizo un gesto de hastío. Luego lo guardó con rapidez y se recompuso. Algo en su actitud me cautivó.

—Recuerdas esa vez que hablamos en el boliche y me dijiste algo sobre el sufrimiento, ¿qué fue?

—¿Yo? —Me miró pensativo unos segundos. Asentí alzando las cejas, para instarlo a rememorar nuestra conversación—. Ah... Sí, sí, cierto, una de mis frases favoritas: el dolor es inevitable, pero el sufrimiento... ese es opcional.

—Esa misma.

¿Acaso eso era lo que él hacía? ¿Escogía no permitir que el contenido de esos mensajes le arruinara la noche? Analicé que tal vez esa era la actitud que debía tomar también.

—Me alegra que recuerdes cada una de nuestras conversaciones —Sonrió y se colocó la mano en el pecho, sobre el corazón, en un gesto de fingida ternura.

Mi respuesta fue rodar los ojos y suspirar.

—Estoy un poco preocupado... —dijo segundos después, por lo que giré a mirarle—. Espero que te dejen entrar al cine —Metió las manos en los bolsillos de su pantalón y alzó el rostro para mirar con aire distraído la pantalla en donde se promocionaban distintos productos.

—¿Disculpa? —respondí confundida—, ¿Por qué no habrían de dejarme entrar?

—Ya sabes cómo son en estos establecimientos. —Le miré para instarlo a darme una explicación más precisa y él comenzó a estudiar el contenido de las vitrinas llenas de distintos bocadillos—. Hay que comprar todo aquí en la tienda, no te dejan pasar a la sala de cine con golosinas que hayas traído de afuera. —Me guiñó un ojo y estiró sus labios gruesos en una sonrisa coqueta.

Negué con la cabeza, no, él no podía haber dicho semejante estupidez y compararme con un dulce. Mis pensamientos se vieron interrumpidos por nuestros amigos que se echaron a un lado para que nos atendieran y yo le hice una seña a Ramiro para que ordenara primero.

Aproveché que estaba distraído comprando una cantidad absurda de golosinas y lo estudié. Llevaba unos jeans que le quedaban bien, una camiseta blanca con un rótulo en inglés que decía: «si no puedes ser feliz, al menos puedes estar borracho» y tenía en la mano el suéter gris que me había prestado. Un estilo muy relajado en comparación al de su amigo.

—¿Tú qué quieres?

Negué con la cabeza.

—Cóbrale a él por favor, yo haré mi pedido aparte, gracias —le expliqué al empleado.

—Pfff ¿no me dejas ni siquiera comprarte las palomitas? —Negué con la cabeza—. Está bien, caramelito ácido, será como tú digas —dijo a la vez que abría un empaque de m&m.

No sé muy bien por qué sonreí, aun así le ignoré e hice mi pedido de unas palomitas y un chocolate. Entramos a la sala que estaba bastante vacía para ser un jueves en la noche. Tomamos los asientos traseros y Ramiro tuvo la idea de sentarse a tres puestos de distancia de Filippo y Brenda. Comentó que era deber de todo buen chaperón dar un poco de espacio.

Me senté a su lado y miré la pantalla esperando la proyección. Mi amiga cuchicheaba sin parar con aquel chico, entretanto el silencio se instalaba entre nosotros. Escuché a Ramiro sisear y eso llamó mi atención. Al girar para mirarle me percaté de que sostenía un pedazo de algodón de azúcar contra su frente.

—Soy el unicornio de la suerte, si me das un besito, te concederé tres deseos.

Traté de no sonreír, pero fue inevitable, me reí bajito en un burdo intento de disimular que me divertían sus ocurrencias.

Las luces bajaron hasta sumergirnos en la oscuridad de la sala. La película empezó y Ramiro se limitó a tragar a saco en silencio hasta que... comenzaron las escenas de miedo, que sinceramente, no eran nada de otro mundo.

Noté como su cuerpo se tensaba a mi lado, daba respingos en su asiento, hasta que enterró la cara en mi cuello y me susurró que le avisara cuando pasara la escena. En un principio pensé que estaba de joda, pero no. Aquello se repitió varias veces. Luego tomó un mechón de mi cabello y lo acomodó de tal manera que funcionaba como una venda sobre sus ojos.

—Ya... —insistí en un tono apenas audible y recogí mi mechón de vuelta.

—¿En serio esto no te da miedo? —susurró rozándome la oreja con los labios.

—¡Es una película! Estás de joda, ¿no?

Ramiro me tomó la mano y la colocó en su pecho, encima de su corazón. Latía muy rápido. Le miré para analizar el hecho de que un hombre adulto, se asustaba por una película tailandesa sobre el fantasma de una mujer.

—No te creo nada, solo quieres que te abrace para estar cerca de mí.

—En serio, odio estas películas, pero no me molesta si me abrazas —dijo de nuevo con sus labios muy cerca de mi oreja. Negué con la cabeza—. ¿Ya viste a nuestros amigos? —Echó el cuerpo hacia atrás en el asiento, para quitarse de mi rango de visión. Brenda y Filippo se estaban haciendo una exploración bucal en toda norma—. Explícame ¿por qué si no iban a ver la película me someten a mí a hacerlo que me muero de miedo?

—Pobrecito —dije y fingí hacer un puchero.

—¿Me abrazas?

—Noup.

La película continuó y Ramiro siguió escondiéndose en mi cuello cada vez que surgía una escena que según él le producía terror. Yo le avisaba cuando pasaba, por lo que reanudaba su engullimiento de dulces. Miré un par de veces de reojo a mi amiga que, en efecto, no hacía más que besarse con Filippo.

«Me hubiese quedado en mi casa», pensé al notar que mi presencia no había evitado para nada que esos dos se dejaran llevar por el deseo que transpiraban.

La escena de revelación del final hizo que Ramiro soltara un pequeño grito y yo me reí, no me quedaba de otra.

Abandonamos la sala. Estaba muy acostumbrada a comentar las películas al finalizar de verlas debido a que Nat las desmembraba y analizaba a totalidad, sin embargo, en esa ocasión no tuve con quien hacerlo. Mis amigos no habían visto la película y Ramiro caminó agitado hacia la salida. Apenas llegamos al jardín encendió un cigarrillo y se lo llevó a los labios con desespero. Suspiró a la vez que expulsaba el humo.

—Nunca más... No vuelvo a ver mierdas de ese tipo.

—¿No que te gustaba Freddy Kruger? Tenías una camiseta.

—Me la regaló mi mejor amigo hace tiempo en joda, porque odio las películas de terror —contestó serio.

¿El mismo mejor amigo con el que la novia le había sido infiel? Preferí no preguntar.

—Rectifico, ex mejor amigo —contestó mi pregunta silenciosa.

Ramiro se llevó la mano al bolsillo y sacó su teléfono. Inhaló con fuerza el cigarrillo, leyó la pantalla y luego me lo mostró, era Filippo.

«¿Te puedes inventar algo y largarte con la amiga?»

Saqué mi teléfono de mi bolso y le escribí a Brenda, que se encontraba a tan solo tres metros de mí, si le apetecía que me fuera. Mi amiga expresó su preocupación de que me fuera sola a casa en taxi, así que tras asegurarle que estaría bien, que podía irme con Ramiro, me respondió que sí. Le recordé el motivo por el que la había acompañado en primer lugar y ella me dijo que tenía razón, pero que había cambiado de opinión.

«Maldita sea, en serio me hubiese quedado en mi casa», pensé mientras le respondía que luego hablaríamos. No tenía ganas de discutir con ella, me había gustado la película, la había pasado regularmente bien en el cine y no quería que mi estado de ánimo cambiara.

—Invéntate algo verosímil de excusa para que no nos vayamos con ellos, tipo para disimular y así... —dije en voz baja y Ramiro se rio.

Caminamos hacia nuestros amigos que se hablaban bajito, muy cerquita uno del otro. Eran la viva imagen del romance... O de las hormonas y el deseo sexual.

—Máxima tiene unas ganas tremendas de cagar y es de las que se tarda mucho, así que la voy a acompañar al baño. Si quieren váyanse, nosotros tomaremos un Uber.

¡¿Qué?!

Le miré incrédula y le di un codazo que él no disimuló para nada, pues se dobló sobre sí mismo.

—En realidad tenemos ganas de ir a comer algo por ahí, yo mañana no tengo clases, puedo trasnochar, no sé si ustedes quieren acompañarnos. —Miré a mi amiga con cara de: escucha las excusas babosas que me haces decir.

—Sí, mañana tengo clases temprano —dijo Filippo—. Mejor lo dejamos para otro día.

Nos despedimos y los vimos alejarse con rapidez hacia el estacionamiento.

—¿En serio, esa fue la excusa que se te ocurrió? —le reclamé a Ramiro apenas nos quedamos solos.

—¿Qué tiene? —dijo con los labios de medio lado porque estaba fumando—. Acaso eres una Barbie que está sellada al vacío, vas al baño, ¿no?

—Sí, pero pudiste decir algo menos no sé... ¿bochornoso?

—¿Y por qué cagar es bochornoso? ¡Es una función fisiológica!

Rodé los ojos.

—Vámonos —Me tomó de la mano y yo me deshice de su agarre—. Ay, no seas tan pesada, Enfermera. Mira, aquí a la salida está la entrada al metro, vamos a mi casa, busco mi auto y de ahí nos vamos a comer.

—Lo de comer lo dije de excusa, me puedo ir a casa, no te preocupes.

—Pero vamos de todas formas que comí mucho dulce y ahora me siento mal —expresó en tono de ruego dándole una última calada a su cigarrillo.

—No sé... Mejor me voy.

—No, no, yo te llevo, en serio. No te vaya a pasar algo si te vas en un taxi o en un Uber tú sola a esta hora. Dale, vamos a comer.

—Ok —respondí resignada.

Salimos del centro comercial y caminamos por la ciudad que a esa hora estaba habitada por pocos transeúntes, pues la mayoría se conglomeraba en torno a puestos ambulantes de comida cuyo aroma se entreveraba con los olores de la calle.

Ramiro me ofreció su brazo y yo lo tomé para dejarme guiar, pues no conocía mucho esa área. La brisa fría azotaba con fuerza nuestros cuerpos, por lo que disminuimos el paso para acercarnos más. Había zonas poco iluminadas pues los árboles habían crecido formando una especie de cúpula, así que esquivamos esos tramos de acera y caminamos con rapidez sobre el adoquinado con cuidado de cualquier vehículo que se aproximara.

Bajamos las escaleras para el subterráneo, compramos los boletos y esperamos en el andamio en silencio. Se rehizo la coleta que solía llevar en el cabello de forma desprolija y volvió a ofrecerme su brazo. Ramiro me sacaba unos doce centímetros, era esbelto y tenía unos rasgos muy lindos. Supuse que debía ser consciente de ello, vestía muy al descuido, como si supiese que se veía bien hasta con una bolsa de basura.

—¿Te va bien como modelo? —pregunté cuando entrábamos al tren.

—Algo —dijo con un gesto que le restaba importancia a su éxito. Permanecimos de pie, él con una postura que le permitía cercarme con su cuerpo, para alejarme de las demás personas que iban en el vagón—. Me da para vivir... ¿Por qué? ¿Quieres intentarlo?

—¿Yo? —Negué con la cabeza.

—Ay, pero mira como lo dice, pone cara de desubicada... Eres alta, delgada, bella... Esto lo sabes perfectamente. Sí, lo más probable es que algún diseñador te pediría que adelgazaras, pero sí podrías hacerlo.

—¿Por qué tendría que adelgazar?

—Tienes el culo más llenito de la cuenta —Abrí la boca sorprendida y él se rio—. Pero es un buen culo, o sea, no te lo tomes a mal, es un culo que está en su punto —Le miré atónita y él rio de nuevo—. Solo que ya sabes, algunos diseñadores quieren modelos demasiado delgadas, con muslos más finos eso es todo. Otros no, otros les gustarías para que les modeles jeans... Pensándolo bien, mejor no, mejor no modeles, tú culo está bien así.

—Eh... Igual no pensaba hacerlo y tampoco necesito tu validación sobre mi culo —dije en cierta forma divertida—. ¡No me mires el culo! —agregué y le di un manotazo en el pecho.

—Auggh. —Se quejó y me rodeó el cuello con un brazo en venganza por lo que le empuje y él, para variar, volvió a reír.

Salimos a la calle y recorrimos unas cuadras. Como era una zona residencial, había muchos más transeúntes, sin embargo, seguían siendo pocos, pues pronto sería la media noche. Cruzamos una calle mal iluminada, por lo que cuando me tomó de la mano para dirigirme no me quejé, sobre todo, porque no era un toque invasivo, no me apretó los dedos ni nada parecido.

A medio camino se le soltó el moño pues había mucho viento, así que se quitó la coleta y se dejó el cabello suelto. La brisa se lo peinó hacia atrás, lo que le confirió un look desordenado y atractivo.

Llegamos a un edificio inmenso, de esos que poseen muchísimos apartamentos al ser muy anchos y no tan altos. No tuvimos que entrar, porque él tenía una copia de las llaves de su auto con las de su casa.

—¿Te puedo llevar a comer a un sitio en la calle o eres demasiado presumida para esos lugares?

—¡Ay, vamos! —dije animada, pues sentía hambre, no había cenado y me entusiasmaba comer así, con ganas y no porque debía hacerlo.

El auto de Ramiro era un clásico de algún año de los setenta y eso lo hacía más espacioso y cómodo. Tenía un aroma cítrico proveniente de una lata de ambientador. En los altavoces sonaba la radio con una canción vieja de rock en español: lobo-hombre en París. Le subió volumen, comenzó a tararearla y me animó a seguirle. Notaba que su personalidad era ruidosa y extrovertida.

—¿Qué estarán haciendo Filippo y Brenda? —comenté divertida—. ¿Se te ocurre algo?

—¿Quieres que hagamos lo mismo?

Colocó la muñeca sobre el volante, para sostenerlo de esa manera y me miró de reojo.

—¿No te cansas de coquetear? —pregunté seria, ya en plan análisis del sujeto seleccionado.

—A veces... Aunque contigo la mayoría de las veces lo hago para fastidiarte —Me guiñó un ojo y pensé en responderle que lo estaba logrando, pero en cambio me quedé callada—. Escucha, escucha. —Señaló los altavoces después de que el locutor de la radio anunciara la siguiente canción: Flaca de Jarabe de Palo.

Ramiro tarareó también esa. Su ex mejor amigo pertenecía a una banda de rock, así que supuse que por eso se sabía tantas canciones. Llegamos a una calle llena de tráileres de comida rápida al aire libre, situada junto al lago de la ciudad. Me hice un moño en el cabello, pues la brisa no me dejaría comer y él hizo lo mismo.

—Somos el equipo moñito —bromeó y yo reí.

Comimos hamburguesas y papas fritas. Hablamos tonterías, entre esas los dibujos animados que veíamos de niños y resultó que a él le encantaban las chicas super poderosas al igual que a mí. Dijo que yo le recordaba a bombón, mientras que él era más burbuja.

Después de mucho insistir, me dejó pagar mi comida y comenzamos la marcha de regreso a su auto.

—Pensar que tengo que empezar dieta el lunes —dijo agarrándose el abdomen.

—¿Dieta? Pero si estás delgado y... Te notas...

—¿Qué estoy buenísimo y en forma? —me interrumpió y me reí de aquello—. Admítelo, estabas pensando en eso —agregó con una gran sonrisa.

Negué rodando los ojos.

—Por favor, no puedes ser tan engreído.

—Unos dicen engreído, otros dicen seguro de sí mismo —expresó con semblante de suficiencia—. Peeeero en fin, para que se me marquen bien los abdominales tengo que hacer dieta y entrenar más, es para unas fotos que me pidieron verme bien definido.

Se levantó la camiseta e intentó escoger el abdomen, pero estaba muy lleno y no pudo, por lo que soltó un gruñido.

—Ay, no... Te compadezco.

—Normal, por ratos me canso de comer chatarra —Se giró, miró algo y luego me preguntó—. ¿Quieres ir al paseo lacustre a caminar un poco? Me ayudaría con la digestión.

Lo miré dubitativa.

—No... Sé, mejor no.

Ramiro entrecerró los ojos, como si dudara de mi respuesta.

—¿Puedo preguntar por qué?

Abrí la boca y noté lo mucho que me perturbaba decirle la verdad.

—Ahí... Fue en donde terminé con mi novio hace tres semanas atrás.

Ramiro hizo una mueca y se llevó un cigarro a los labios que encendió a la brevedad.

—No hagas eso... —Exhaló una bocanada de humo—. No dejes de ir a lugares por eso, antes de darte cuenta, se te acabara la ciudad, sobre todo, porque si lo querías hasta la mierda te va a recordar a él. Tipo que cagas y dices: ah, mira, un mojón, igualito a mi ex.

Me eché a reír y él también.

—Supongo que tienes razón... —Hice una pausa pensativa—. Está bien. ¡Vamos!

Entramos a su auto y él condujo hasta el paseo. Por suerte decidió dirigirse al otro extremo, cerca del embarcadero. Caminamos un rato hasta que llegamos a un banco con buena vista. Miramos el agua mecerse por la brisa que producía un suave oleaje que se estrellaba cada tanto contra las piedras. Él fumaba al descuido y yo levanté los ojos hacia las luces de los edificios cercanos, por suerte, el de mi exnovio no se veía desde ahí.

—¿Qué pasó con el que te apareabas?

Giré a mirarlo y negué con la cabeza, era raro hablar de eso, me costaba, no podía hacerlo ni siquiera con Brenda. Admitir las heridas parecía que las hacía más hondas, supuraban dolor, melancolía, tristeza y aquello se me hacía insoportable.

—Vamos, yo te conté porque terminé con mi novia —insistió.

Ramiro apagó la colilla de su cigarro y se acomodó mejor en el banco. Me miró expectante un par de segundos y ante mi silencio me pidió que no le contara nada, pues su intención no era ser pesado. Asentí y volví a mirar el agua.

Me lamí los labios nerviosa, un nudo me atenazaba la garganta. Respiré profundo y abrí la boca, segundos después conseguí hablar.

—Me mintió... Le vi besándose con otra. —Hice una pausa, cada palabra que soltaba me producía un dolor hondo en el pecho—. Tuve que dejarlo porque comprendí que yo lo amaba y él en cambio... No sé, creo que solo le gustaba que yo lo quisiera, no estoy segura. —Me llevé la mano a los labios pues me temblaban en una mezcla de desolación y rabia, hablar sobre lo sucedido lo hacía más real, más tangible—. A veces llego a la conclusión de que simplemente fui... Una distracción en su vida complicada.

Giré a mirar a Ramiro que tenía las cejas alzadas en un gesto de sorpresa, como si fuese incapaz de opinar al respecto. Sacó la cajetilla y me entregó un cigarro con el encendedor y me pidió que prendiera. Me lo llevé a los labios, di una calada honda tal como me había enseñado la semana anterior y solté el humo de forma lenta mientras miraba el agua. Le di una calada más y luego se lo entregué.

Apoyé los pies en el banco, flexioné las piernas y estiré la tela de mi suéter para envolver mis rodillas con este. Con solo mencionar lo sucedido me llené de melancolía.

—Nadie te lo dice, pero te puedes enamorar locamente de un imbécil —dijo tras exhalar—. Créeme, pasa más de lo que crees.

—Diego es eso... Un imbécil —concordé.

—Ah... Diego... Como El Zorro —expresó con cierto desdén.

Rodé los ojos y sonreí un poco.

—Creo que no diré más su nombre. Odio como se escucha en mis labios.

—Mi ex es la maldita mentirosa y mi examigo es el maldito traidor. Le puedes poner un apodo así de tierno.

Solté una risa... Una risa vacía, de esas que están demasiado desvaídas, llena de tristeza.

—Creo que ese es el problema, al final del día... No sé cómo odiarlo.

Ramiro asintió en un gesto de entendimiento y se llevó un mechón de cabello, que el viento le había desprendido del moño, detrás de la oreja.

—¿Y no se han hablado más?

—No, ya van dos semanas desde que conversamos por última vez.

—¿Y tú no le has escrito ni siquiera una vez? —preguntó incrédulo.

—Ni una, pero no sabes cómo me cuesta no hacerlo.

—Estás en la peor de las situaciones... La más dura. Es difícil alejarse de una relación de mierda cuando sigues enamorado de esa persona. Se necesita fuerza, determinación, joder... ¡Disciplina! Eres dura, Enfermera —Me dio un golpecito en el hombro con el suyo de aprobación.

—A veces solo quiero salir corriendo e ir a verlo.

Me puse de pie y caminé hasta el barandal frente al lago, porque me escocían los ojos. Estaba en ese punto en que se me apretaba el pecho y me daba vergüenza llorar delante de Ramiro. Respiré profundo para no dejar que las lágrimas surcaran mis mejillas y me reproché haber arruinado la noche así, una en la que casi había logrado no pensar en él.

Cuando noté que Ramiro se acercaba intenté verme impasible. Sentí su mano sobre mi brazo y me sorprendió que tirase de mí hacia su pecho. Me abrazó y yo enterré la cara en su hombro.

—Lo siento, no debí preguntarte por el maldito desgraciado... Creo que ese será su apodo.

Reí un poco y me separé de él.

—¿Ves por qué no puedes perder tu tiempo coqueteando conmigo? No estoy emocionalmente disponible.

—¿Y quién te dijo que yo sí?

Eché el rostro hacia atrás en busca de comprensión y él se rio un poco.

—Mi exmejor amigo una vez intentó componer una canción basada en esa frase que dice: si no sanas tus heridas, luego terminas sangrando encima de alguien que no te cortó... Y yo... Yo también estoy sangrando —Hizo una mueca—. Y él no sabe componer para nada —agregó en lo que pareció ser una manera de cambiar de tema.

—¿Por qué? La otra vez me diste a entender que esta chica no significaba mucho para ti.

—Es complicado.

Metió la mano en su bolsillo para buscar la cajetilla que apenas sacó se la arranqué de las manos.

—No te puedes fumar tres cigarros en menos de media hora —le regañé—. Y no te hagas el loco, respóndeme.

—Pos... —Hizo una mueca de hastío—. No sé, estoy decepcionado de todo... —Se pasó el dedo por una ceja, en lo que pareció una especie de tic—. No me gusta sentirme así... Sé que no me la puedo pasar desesperanzado todo el tiempo e intento reponerme, te lo juro, pero cuando los veo juntos... —Soltó una bocanada de aire y bajó la cabeza a la vez que se colocaba la mano en la cintura.

—Lo extrañas a él, ¿verdad? —Ramiro levantó el rostro, parecía aireado por mi aseveración, pero finalmente asintió—. Creo que eso es lo que más jode, dejar de hablar con alguien con quien lo hacías a diario.

—Sí y cuando te pasa algo emocionante quieres decirle... Y no puedes. La otra vez conseguí un comercial importante en el extranjero, llamé a mi mamá, le conté, le pasó el teléfono a mi papá y después de que nos despedimos, en automático, empecé a llamar a Julián y... Tuve que colgar. Llamé a mi mejor amiga luego.

Asentí y recordé que días atrás, mientras almorzaba, había visto un video de una máquina procesadora que rompía huevos uno por uno y separaba la yema de la clara y quise enviárselo a mi exnovio. Nuestras conversaciones se habían acabado.

—Te entiendo, perfectamente... ¿Puedo preguntarte quién te estaba escribiendo cuando íbamos de camino al cine?

La curiosidad me pudo.

—Él... Julián. Cumplió años y su familia no hizo más que preguntar qué en dónde estaba yo. Me dice que no podemos dejar que casi quince años de amistad se terminen... ¡Cómo si hubiese sido yo quien lo jodió todo! Tiene las bolas cuadradas el maldito.

—Eso, eso me pasa con mi ex, él la cagó, pero de alguna manera yo soy la mala por no volver con él.

—¿Serán primos? Ja, cínicos malditos. —Le lancé una mirada de desgano y me apoyé en el barandal—. Dame mis cigarros, te juro que no fumo tanto, es solo que hablar con él me jode...

—No, más tarde.

Ramiro hizo un gesto de exasperación.

—Ni a mi mamá la dejó regañarme tanto, Enfermera.

—¿Y no piensas hablarle nunca más? Digo... Son amigos desde hace mucho...

Ramiro miró hacia arriba e hizo una mueca.

—Dame mis cigarros.

—No.

Él insistió y yo caminé hacia atrás para esquivarlo. Cuando vi que no cedería corrí un par de metros. Me alcanzó rápido, me rodeó con los brazos y tras arrancarme el paquete de las manos me soltó un sonoro beso en la mejilla antes de dejarme ir. Se llevó el cigarro con apuro a los labios, guardó el resto en su bolsillo, sacó el encendedor y cuando quiso prenderlo se lo quité de la boca. Ramiro me tomó de la muñeca y por más que intenté no entregárselo, me arrancó el cigarro el cual se hizo pedazos en el proceso.

—Mierda, ¡No desperdicies! Hay un montón de gente presa muriéndose por fumar un cigarro. Este es el último —Se sacó el paquete del bolsillo—. Si me lo jodes te pego un beso.

—No me has contestado —dije ignorando lo que había dicho.

Movió la mano en un gesto que no precisaba nada, me dio la sensación de que era un movimiento que hacía entretanto su cerebro buscaba procesar una respuesta. Exhaló el humo en una bocanada densa y se llevó el cigarro con apuro a los labios de nuevo, como si el tenerlos ocupados funcionase como excusa para no hablar.

—Tú me hiciste que te contara de mi exnovio —insistí como había hecho él conmigo.

—Intento no darle importancia... Me prohibí joderme la paz mental y lo estaba haciendo muy bien hasta que el maldito de Julián me escribió con todo esto. Porque... —Se llevó el cigarro a los labios para inhalar—. Yo no sé qué sucedió. No sé... —Exhaló—. O sea, qué mierda pasó por su cabeza para impulsarlo a cogérsela. Y no hay respuesta para eso, no tengo manera de cómo entenderlo.

»Cuando se lo he preguntado me mira como si el cerebro se le reseteara en ese momento o como... Si no quisiese decirme de verdad por qué... O me da alguna excusa estúpida. Así que no, ya no somos amigos. Porque por lógica no puedo reconstruir mi amistad con alguien que me traicionó así.

—Ya no podrías confiar en él... —dije más para mí misma que para Ramiro y le miré asentir.

—Él era la única persona con la que yo había asumido que no tenía que temer que me mintiera. Jamás pensé que me haría esa bajeza... Éramos demasiado amigos... Tener ese nivel de confianza con alguien y que se lo pase por el culo, es de lo peor. Lo único que espero es que toda está mierda sirva para algo.

—Explícate.

Le quité el cigarro y él se me quedó mirando como si estuviese preocupado de que fuese a romperlo. Me lo llevé a los labios para darle una calada, luego se lo devolví y él suavizó su expresión.

—Debiste joderme el cigarro —Inhaló hondo y después exhaló despacio, mientras me miraba con una sonrisita casi imperceptible en los labios. Cuando notó que no le iba a decir nada al respecto continuó hablando—. Sí, que sirva para algo... En su caso a ver si empieza a componer canciones decentes y no sobre banalidades estúpidas, en el mío... A ver si dejo de confiar en las personas equivocadas.

Miré sus ojos chispeantes y analicé que yo debía hacer exactamente lo mismo.

—Tenemos en común lo jodidos que estamos —Me apoyé en la baranda y asentí para darle la razón—. Igual esto hay que dejarlo que pase, yo ya me cansé de que esto me cague el día... Tú también tienes que dejarlo ir.

—Esta noche no has sido tan insoportable —dije sincera.

—¿Yo? ¿Insoportable? ¡Soy adorable! Tienes que admitirlo, anda —respondió mientras se acercaba a mí.

Me reí. En realidad me había reído bastante esa noche y tenía tiempo sin hacerlo.

—Te voy a decir algo y no es solo porque me gustas. —Le miré expectante—. Un tipo que te usaba como distracción, no se merece que le pienses tanto...

—Eso lo sé... Pero no consigo dejar de hacerlo y odio estar así. Odio no poder cambiar lo que siento. No sé qué hacer, ¿tú qué harías si fueses yo?

—No sé... Nunca me he enamorado así de ninguna mujer —Y escucharlo decir eso me desesperanzó—. Debes quererlo mucho, digo, me has rechazado varias veces.

Rodé los ojos.

—Gracias, tarado, por ver lo importante de la situación, que en todo caso eres tú —dije sarcástica.

Él se rio.

—Pero es que mira esta carita preciosa. —Se puso de perfil y entendí que intentaba ponerme de buen humor—. No sé... No sé... —comentó segundos después con expresión seria—. Espero que nunca me pase una mierda así... Igual el amor es algo que uno se inventa solo y tú parece que te inventaste mucho con este tipo. Así que no sé... —Suspiró—. Yo seguiría con mi vida, le demostraría lo bien que estoy para que le arda... Saldría con otras personas y esto no lo digo por mí que...

—Eres un coqueto insufrible —le interrumpí.

—Unos dicen insufrible, otros dicen guapo, elocuente, persistente —Me guiñó un ojo—. No mira, ya no te voy a coquetear más. En serio.

Le miré incrédula.

—Al menos no cuando esté sobrio. —Le estampe la mano contra el pecho en un gesto en juego y lo empujé un poco—. Igual si necesitas a alguien para enamorarte un ratito me avisas.

—¿Enamorarme un ratito? —pregunté confundida—. ¿Eso se puede?

—Hay una canción que dice... ¿Y si nos enamoramos un rato esta noche? —Me sostuvo la mirada y sonrió—. Solo un rato... Y si quieres por la mañana lo olvidamos.

La vista de Ramiro se deslizó hasta mi boca y se acercó un centímetro más, me miró de nuevo a los ojos. Era como si estuviese analizando mi receptividad y noté como mis mejillas se calentaban. La verdad era que su insistencia no me hacía sentir acosada, parecía que él simplemente era muy juguetón.

Él transmitía amabilidad, dulzura, me dio la impresión de que era ese tipo de personas que por más que dijesen que estaban acostumbrados a los arrebatos de la vida, a la mala suerte, al desamor, en el fondo solo querían a alguien que los amase de forma incondicional.

Nerviosa, doblé los dedos en un puño poco apretado y lo posé en mis labios a manera de barrera de seguridad que luego dejé en mi barbilla para poder hablar.

—Tal vez otra noche...

Él asintió y se llevó la mano al cabello para peinarse un par de mechones que se le habían salido del moño. Volvió a mirarme y detecté que sus ganas de besarme permanecían intactas, se acercó despacio y me dio una mirada seductora.

—Vamos, te llevo a tu casa.




¿Les gustó esta cita de Máxima y Ramiro? Opinen.


*pregunta solo para nuevas lectoras* ¿Tienen idea de lo que va a suceder ahora?


#ComentenCoño

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