Catorce, segunda parte.
Cuando Diego me besaba me desconectaba un poco de la realidad. Todo se desdibujaba y quedaba solo su boca, su lengua y esa sensación de excitación latente que me corría por las venas.
Diego tenía ese tipo de contextura física que resultaba muy atractiva, porque no era del todo delgado, poseía cierta robustez natural y tenía un tono muscular de lo más bonito, para nada exagerado, estaba muy bien. Además, era alto, de espalda ancha y un cuello largo que se me antojaba llenar de besos.
Me gustaba mucho la forma de sus brazos, pasé las manos por estos y sentí las ligeras contracciones de sus músculos. Le acaricié los hombros, disfrutando de la textura de la piel masculina, era tan diferente a la mía...
Mis dedos bajaron trepidantes por su cuello, casi no había espacio entre nosotros, pero me las ingenié para colar mis manos y rozarle las clavículas. Luego me recreé en acariciarle los pectorales, sintiendo el ligero vello castaño que los recubría. Continué descendiendo y recorrí su abdomen terso, ligeramente definido.
En juego, le metí el dedo en el ombligo y eso hizo que dejara de besarme y soltase una risa.
—Eres mala para los negocios.
—¿Por qué? —pregunté confundida.
—Porque debería estar preocupado por lo que ocurre abajo y en lo único que puedo pensar es en besarte, besarte mucho.
—¿Me perdonas si te digo que no es mi intención ponerte así? —Me mordí el labio.
—Me vuelves loco, Pelirroja.
Me aferró entre sus brazos y me buscó la boca de nuevo con ese tipo de simpleza que mutaba con facilidad en una fiereza deliciosa.
Para variar, él estaba durísimo, presionando contra mi abdomen. Suspiré e intenté asimilar aquel roce que ya no me ponía tan nerviosa, aunque en esa posición lo sentía por completo diferente, de hecho, no pude evitar pensar que el volumen de su entrepierna era inadecuado para mí por un segundo, pero decidí reservar ese pensamiento para más tarde, cuando estuviera a solas con Nat.
Me dediqué a disfrutar de su cercanía deliciosa y de esa tónica de sutil desesperación que me transmitían sus dedos al clavarse en mi piel y su lengua sinuosa que se envolvía con la mía.
Su boca era una fuente inagotable de deleite.
De repente, tocaron la puerta de la oficina y no nos quedó más remedio que separarnos. Me dio la espalda y mientras caminaba hasta su escritorio, noté lo jadeante que me había dejado. El corazón me latía con fuerza en el pecho.
—Un momento —dijo con la voz ronca por la excitación y se vistió con la camiseta.
Estaba de espaldas a mí, pero aún así, noté cómo se acomodaba la erección y estiraba el dobladillo de la prenda hacia abajo para cubrirse. No abrió la puerta por completo, solo lo suficiente para mostrar su rostro y recibir el paquete que le entregaban e informar que, en un par de minutos, bajaría. Luego se giró hacia mí y abrió la bolsa plástica, para sacar un traje enterizo blanco de polipropileno con capucha incluida.
—Genial, si fuese amarillo podría disfrazarme de Heisenberg de Breaking Bad —dije y él sonrió ante mi referencia televisiva.
—Anda, póntelo encima de la ropa y estas botas plásticas.
Caminó hasta el armario y sacó el suyo.
—Si quieres consigo unos amarillos como los de la serie que son de otro material, y nos disfrazamos así para Halloween, Yo soy Walter y tú Jesse.
— «Yeah Mr. White! Yeah Science!» —Cité una de las frases célebres de Jesse de la serie y me encantó ver que se reía de nuevo, mientras se ponía la botas—. Dime, ¿cómo puedes ser el mismo tipo con cara de amargado que me daba clases dos veces por semana de ecuaciones diferenciales y tener esta sonrisa tan linda ahora?
—Porque tú me haces feliz —dijo acercándose y me dio un besito corto en los labios, que caló profundo dentro de mí. Muy adentro.
Él sonrió de nuevo y yo aparté el rostro para que no me viera la cara de tonta.
—Listo —dije tras subirme la cremallera.
—Hazte un moño y ponte esto. —Me entregó una red para el cabello. Él también se puso la suya y subió la capucha de su traje, para luego hacer lo mismo con la mía—, listo, ahora sí vamos a ver cuánto la cagaron.
—Pero no estés predispuesto —le pedí cuando salíamos al pasillo.
—Sí algo me ha enseñado esta profesión es que, lo mejor es predisponerse, porque por lo general, todo suele ser peor que de lo que te imaginas y de lo contrario, entonces no te agarra desprevenido.
No quise rebatir su argumento, él tenía años de graduado y antes de eso, ya trabajaba con su padre, mientras que yo, en comparación, no sabía nada. Bajamos por otras escaleras hacia la planta, eran de metal y desde lo alto de estas se podía observar gran parte de la maquinaria.
Diego me puso una mascarilla y me indicó que me lavara las manos en un lavamanos industrial de acero inoxidable.
—Ten, pero no te lo pongas, no creo que haga falta —dijo entregándome un par de guantes desechables.
Comenzamos a caminar por la fábrica que era larguísima, miré con curiosidad toda la maquinaria queriendo hacer tantas preguntas, pero Diego iba apurado hacia la parte de atrás en donde estaban los silos, así que lo seguí sin decir nada. Al llegar, nos encontramos al gerente y otros empleados cuya jerarquía no supe identificar. Uno de ellos venía bajando de una escalera después de revisar el contenido de uno de los tanques de almacenamiento.
—¿Está dañada, Mauricio? —preguntó Diego serio.
—Sí, jefe, se echó a perder toda la leche, no hay nada que hacer.
Diego se llevó las manos a la cintura y respiró con fuerza.
—¿Cuántos silos?
—Nada más este —respondió el gerente.
—Baja, quiero revisarla yo mismo —dijo Diego y el empleado que parecía ser un obrero, obedeció y descendió para que él pudiera subir las escaleras hasta la parte de arriba y abrir la tapa del tanque—. ¡Maldita sea! Dime para qué carajo me dices que le vas a hacer pruebas para medirle el contenido bacteriano, si con solo el olor se sabe que esta leche se dañó —soltó mirando al gerente de mala gana.
—Bueno, jefe, pero...
—Ahora me pregunto, ¿cómo carajo no se dieron cuenta? ¿Qué carajo pasó con el silo? —expresó muy molesto y todos los empleados se encogieron en sus lugares, incluyéndome.
—Parece que fue una falla del sistema de enfriamiento —dijo el gerente.
—Una falla mecánica... De la que no se dieron cuenta hasta mucho tiempo después, o sea, la leche perdió la refrigeración por completo y pasó bastante tiempo para que se pusiera así, ¿cómo nadie se dio cuenta? ¿Me están diciendo que nadie vino a revisar su temperatura o su agitación? ¡¡¡Son veinte mil litros de leche perdida!!! —les reclamó histérico—. Es dinero que pierdo y si yo pierdo dinero con ¿qué carajo les pago el sueldo?
—Jefe, todo es mi culpa —dijo uno de los empleados—, hace unos días me di cuenta de que el tanque no estaba enfriando, pero recibí una llamada telefónica y olvidé notificarlo. Es el último silo y pues estos días se usó la leche de los primeros, nadie se dio cuenta. Mi esposa está embarazada y me llamó diciéndome que se sentía mal, pensó que estaba teniendo un aborto, me fui de la empresa y por eso...
Diego se llevó la mano a la barbilla molesto en un gesto de exasperación.
—¿Qué hago con los veinte mil litros de leche que están dañados? Dime, ¿qué hago? Aquí todo el mundo tiene preocupaciones, todo el mundo tiene hijos, esposa, yo no los tengo, pero tengo un montón de responsabilidades encima, a las que ahora debo sumarle el hecho que mi supervisor, no puede estar pendiente de la materia prima más importante de la empresa, ¡la puta leche! —puntualizó y apretó la mandíbula.
Lo miré, me pareció que estaba siendo muy duro. El supervisor había admitido su error, además, había explicado que había sido a razón de su esposa embarazada.
—¿Y el resto de los empleados? ¿Nadie se dio cuenta? —preguntó Diego.
Ninguno contestó nada.
—¿Qué planean hacer para solucionar esto? —cuestionó Diego en mal tono al gerente y al supervisor.
—Pues por lo pronto hay que vaciar el tanque y lavarlo para que un técnico lo revise y ver si puede ser reparado, porque necesitamos el espacio para almacenar la leche que va a entrar nueva —contestó el supervisor que se veía bastante pálido.
—¿Y qué coño vas a hacer con la leche? —preguntó Diego irónico.
—Pues botarla.
—¡¿En dónde?! —siguió hablando Diego de muy mal humor.
—¿Pueden verter toda esa leche a los sumideros? —pregunté.
—Eso —dijo Diego—, al fin alguien me entiende.
—Bueno, jefe normalmente se les hace tratamiento a todas las aguas servidas, la municipalidad nos ha supervisado y nunca ha dicho nada. No hay mayor contaminación por el tipo de efluvios que generamos —explicó el supervisor.
—Sí, pero por lo general descartamos restos lácteos, no este volumen de leche. Esto nunca había ocurrido. Por favor, revisen la normativa municipal al respecto, lo que menos necesito es una multa por mal manejo de desechos, que ya bastante dinero he perdido —Diego miró al gerente—. Ven Rodríguez.
Los dos se alejaron un par de metros para hablar y yo me quedé ahí observando el tanque.
—Me van a despedir —soltó el supervisor que se encontraba de espaldas.
—Es que es mucha leche —contestó uno de los obreros en tono condescendiente y por su postura relajada, percibí que no estaba muy preocupado por su supervisor.
—¿De cuántos meses está su esposa? —pregunté y el hombre se giró hacia mí mirándome confundido.
—Eeeh, poco, tiene poco.
Algo en su expresión se me hizo incongruente.
—¿Y qué le sucedió ese día que lo llamó?
—Se sintió mal —respondió tajante.
—Sí, pero qué le pasó —insistí.
—Se mareó.
—Entiendo, pero comentó que pensó que tendría un aborto, un mareo es algo aparte. ¿Está el bebé bien?
—No, lo perdió —dijo cortante y me dio la espalda.
—O sea, que ese día entonces sí tuvo un aborto —expresé, porque de ser así, sí Diego decidía despedirlo, podría convencerlo con eso de que no lo hiciera.
—¿A usted qué le importa mi esposa? —me respondió en mal tono.
Su reacción me tomó por sorpresa.
—Bueno... —Me encogí de hombros—, solo quise ser empática y saber de su salud.
—Sí, pero usted no trabaja aquí. ¿O vino a quitarme el puesto? —preguntó de nuevo en mal tono.
—¡Hey! —escuché a Diego detrás de mí—, ¿por qué coño le hablas así? Respeta, ¿qué te pasa? Así no le puedes hablar a la ingeniera. —El tipo arrugó el ceño, se veía muy obstinado.
—Perdone, es el estrés —respondió con tono prepotente.
—Aquí todos estamos estresados, no vuelvas a hablarle así a nadie en la fábrica.
El obrero volvió a adoptar esa postura de desinterés y tuve la impresión de que no se la llevaba bien con su supervisor. Escuché como el gerente llamaba a este a su oficina y después Diego despachó a los empleados que se habían quedado, pues por ese día, ya no había nada más que hacer.
—Creo que está mintiendo con lo de su esposa —le comenté pausada cuando estuvimos solos, mientras Diego miraba con detenimiento las pantallas del resto de los tanques.
¡Veinte mil litros de leche! Era demasiado... Tenía razón de estar predispuesto.
—Claro que está mintiendo, ha tenido problemas de alcohol en el pasado. Creo que fue algo de eso.
Giró a mirarme un segundo y luego pasó a revisar la pantalla del siguiente tanque.
—¿Lo despedirás?
—Podría, porque está en un cargo de libre remoción, ni siquiera tendríamos que pagarle ninguna indemnización. —Hizo una pausa—. He pedido que lo roten, pero igual se dejará constancia de esto en su expediente, un problema más y lo despedimos. De eso se ocupa el gerente, de todas formas, tendré que pensar qué hacer para que algo así no se repita.
—Tu padre va a estar furioso, ¿no?
—Es probable, es muy acucioso mirando la columna de pérdidas de los informes de cada mes.
—¿Y los socios? —pregunté preocupada.
—No tenemos socios. De hecho, intentamos hacer una fusión con otra empresa hace poco, bueno ese día que me llevaste, pero eso es para un producto especial. Todo es de mi padre... Yo poseo la mitad de las acciones. Así que el socio soy yo y ya estoy molesto.
—Entiendo, ¿me explicarías bien qué sucedió?
—El suministro lácteo llega cada pocos días, se les hace todas las pruebas pertinentes, porque la leche tiene una carga bacteriana por las vacas, sobre todo, por el tema de los antibióticos que les inyectan. Luego de analizar que sea apta para ser procesada, se guarda en estos silos —colocó la mano sobre el gran cilindro metálico que se erguía a nuestro lado—, en donde se debe mantener a cuatro grados centígrados de temperatura, para retardar el crecimiento de gérmenes. Justo en esa temperatura, si es menor podría congelarse y se puede alterar la composición de la leche y modificar la calidad de esta.
»Estos silos no son más que grandes tinas, tanques de acero inoxidable, están forradas con un aislamiento térmico y tienen un evaporador acoplado al fondo, así como un agitador y todo el equipo frigorífico, con su panel eléctrico para controlarlo. Este. —Lo señaló—. Se debe revisar la temperatura, alguien no lo hizo o no tomó las lecturas con fundamento, o tal vez esto se dañó y el supervisor no dio parte y nadie se dio cuenta.
—Supongo que la agitan para que no se hagan depósitos de sólidos en el fondo, ¿no? —pregunté.
—Sí, para homogeneizar, así se mantiene el contenido de grasa uniforme. También para que toda la leche se conserve a la misma temperatura y evitar la formación de hielo. La agitación tiene que ser en una velocidad exacta, para que no se produzcan salpicaduras o espuma. Hay que mantener la tensión superficial al mínimo, es decir, la zona entre la leche y el aire forma una película...
—Diego, por Dios, ¡yo sé que es tensión superficial! —le corté con suficiencia.
—Cierto, disculpa —Sonrió levemente—. Bueno, la zona de contacto debe mantenerse al mínimo, porque ahí se produce ruptura de los glóbulos de grasa y luego se hace lipólisis que es cuando...
—También sé que es lipólisis —dije mirándolo circunspecta.
—Cierto... Eres muy inteligente.
—Eso y que vi química —Me acerqué y le rodeé la nuca con los brazos—, pero ¿no se puede hacer requesón o algo por el estilo?
—No, porque la leche está aún cruda, no ha sido pasteurizada. No podríamos vender un producto que no pasa nuestras pruebas de calidad.
—Entiendo, sígueme contando y por favor, no te estreses.
—Máxima, son Veinte mil litros de leche. Acabo de perder cientos de kilos de queso, de diferentes productos, incluyendo el dulce de leche. Es decir, acabo de perder dinero.
—Yo sé, pero adivina qué, tu estrés no va a hacer que la leche deje de estar dañada, ni que todo se solucione —Le acaricié la espalda en un gesto que buscaba transmitirle calma—. Mejor dame un tour y me sigues contando, mientras yo localizo el depósito y robo varias cajas de dulce de leche.
Diego asintió, seguía muy molesto y con mucha razón. Retomé la conversación, para ayudarlo a distraerse y le pregunté sobre la capacidad instalada de producción, entre otros detalles, mientras me mostraba la fábrica.
Me habló acerca de la pasteurización, homogeneización, descremación y me enseñó los diferentes equipos, a la vez que me explicaba para qué funcionaba cada uno, entretanto, yo le miraba con cara de fan idiotizada. Resultó que no había nada más sexy que Diego hablando sobre cómo hacer mantequilla o dulce de leche o mejor aún, acerca de optimizar procesos.
Después de un rato de charla al fin se relajó y volvió a la normalidad.
—Este es el depósito —dijo cuando pasamos a otro tramo de la fábrica. Diego se quitó la mascarilla, así que yo hice lo mismo—. Su carruaje señorita. —Señaló un carrito metálico, similar a los de los supermercados en donde se hacen compras al mayor. Tomé asiento y él comenzó a transportarme por todo el depósito—. ¿Qué quieres llevarte? Leche, queso...
—¿En dónde está el dulce de leche?
—Al final.
Suspiró, pues el pasillo hasta ahí era larguísimo.
—Vamos, poderoso corcel, llévame a mi destino.
Diego se rio y me condujo hasta el fondo del depósito. Había varias presentaciones, no sabía cuál tomar, si una caja llena de tubitos individuales o de contenedores medianos, hasta que divisé en uno de los rack de almacenamiento una caja llena de cubos de un kilo.
—¡Quiero!
Diego me ayudó a abrir la caja y yo tomé dos.
—No, no, uno solo. No quiero que te de diabetes —me regañó.
—Pero... —Hice un puchero—, el otro es para mi esposa, Natalia.
—Ah, bueno, entonces sí, pero ¿para qué quieres tanto dulce, Máxima?
—Sabes, estás haciendo las preguntas incorrectas, estás aún a tiempo de rectificar en la vida. ¿No sé, nunca te ha provocado meter la mano en un cubo de dulce de leche y lamerte los dedos?
—No, tal vez deberías mostrarme —contestó alzando una ceja con semblante sugerente.
Capitulo relajado para que no digan que siempre las dejo antojadas...
(Nota de mi yo del pasado)
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