16. Ellos

Mis vellos se erizaron. Abrí mis ojos somnolientos, por algún estímulo que me había despertado de mi sueño.

Retrocedí, en el vacío, cuando miré a mi alrededor.

Levitaba en el aire. Mejor dicho, en el espacio.

Una gran constelación de puntos brillantes se imponía antes mí. La Vía Láctea: mi cabeza.

El corazón me palpitaba por el descubrimiento.

¿Estaría soñando aún?

—Hola, linda.

—¿Mimuso?

Me guiñó un ojo y me atrajo por un brazo hacia él.

—Has conseguido creer en mí, por fin. Ven, quiero enseñarte algo —dijo con una sonrisa inocente y un gesto facial relajado y jovial.

Me agarró la mano y me ayudó a montarme en un transporte intergaláctico, similar a una moto.

Me agarré de su cintura para  el viaje que emprenderíamos. Su cabello olía a frescor y su cuerpo era cálido.

—¿Diheich?

Me volteé hacia un lado. Había alguien en un planeta enano de color lila.

La persona que me habló era un chico rubio con gafas de pasta y unos ojos tiernos. Me había llamado con una voz de las que salían poco a poco, temerosa. Era tímido.

—¿Autenticidad? ¡¿Puedes hablar?!

—Sip. —Sus ojos miraban al piso por intervalos—. Yo siempre he sabido. Solo que… tenía vergüenza.

Mi pecho se inundó de orgullo. Me alegró mucho que el chico "mudo" estuviera madurando.

—¿Dónde está Inseguridad?

—Oh, ¿mi hermano? —Hurgó en el bolsillo de su pantalón hasta sacar un frasco—. Aquí.

—¡¿Eh?!

Mimuso me acercó hacia Autenticidad y pude ver en el frasco un muchacho del tamaño de mi meñique, sentado con rostro molesto y los brazos cruzados.

—¿Puedo saber que pasó entre ustedes?

—No tuve más opción. Mi hermano es muy destructivo. Llegaría a un punto en el que todo a su alrededor moriría. Y él también. No podía permitirlo. Lo siento.

Alcé las cejas sorprendida por su testimonio y valentía. Después asentí.

—Todo será como tiene que ser.

Dicho esto, el rubio sonrió y Mimuso me llevó a otro planeta.

En este, de color gris, estaban dos personas haciéndose ¿la manicura?

—Diheich, por fin has llegado, querida —dijo con una nota de presunción una mujer de cabello rojo, corto y ondulado—. ¿Cómo están mis hijos?

—Bien. Creo que llegaron al equilibrio. Veo que también ustedes consiguieron limar sus asperezas.

—Por supuesto. Agatha me está enseñando a controlar mi bocota.

—Hola, Agatha. —Sacudí la mano hacia una joven de cabello azabache y tez pálida.

—Hola —me dijo casi en un susurro—. Debo darte las gracias por todo lo que has hecho por nosotros. Nos diste vida, una personalidad. Gracias a ti estaremos inmortalizados en tu cabeza, siempre y cuando sigas escribiendo. Es genial sentirse viva. Gracias.

Sus palabras me conmovieron. Mis ojos se inundaron de lágrimas pero me contuve.

—Gracias a ustedes. Ahora ya tengo una razón para seguir teniendo esperanza.

Y dicho esto, seguimos explorando la galaxia hasta que Mimuso me llevó hasta la Luna.

Las ruedas del transporte levantaron polvo a su paso por el suelo.

Él vestía una cazadora, unas gafas cuadradas, llevaba el cabello negro con gel pero no demasiado: medio-despeinado.

Antes de ayudarme a salir de la moto, colocó una de sus rodillas en el suelo y con unos ojos dulces y una voz susurrante, hizo que me sintiera aún mejor.

—Gracias por dejarme existir.

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