Segunda parte - Entrevista a Elmer Mamani

  El escenario de «A la cama con Sonia», se iluminaba de nuevo mientras el público esperaba que terminen de cenar y que les retocaran el maquillaje.

La gente murmuraba ansiosa. Sonia se acomodaba en la cama redonda, cruzando las piernas con elegancia y detrás de su sonrisa intrigante, preparaba su próxima pregunta.

Elmer, sentado en el borde de la cama, respiraba profundamente, sabiendo que la conversación estaba a punto de volverse mucho más pesada. Sabía que habría más preguntas incómodas.

—Elmer, dígame como es la acumulación en tu casa —preguntó Sonia.

—Aprovecho para aclarar que no es una acumulación de chatarra, es parte de mi trabajo informal —se excusó el moreno—
En la novela también hay un amor a la distancia que había florecido en una aplicación de libros. Pero como siempre, las historias nunca eran tan simples.

Sonia jugó con su cabello rubio, mirando fijamente a Elmer y luego con su tono característico lanzó la pregunta que todo el público estaba esperando.

—Elmer, hablemos de Lolita. Sabemos que tuviste una relación de amistad a la distancia con ella en una aplicación de libros. Lo que muchos no entienden es… ¿por qué nunca quisiste viajar a Argentina para conocerla en persona? Ella te pidió que fueras, pero tú te negabas. ¿Qué pasó ahí?

Elmer apretó los labios, claramente incómodo. Sus manos de piel dura se movían, estaban marcadas por años de recolectar chatarra, estas jugaban nerviosamente con el borde de la sábana de satén. El silencio en el plató se percibió rápidamente.

—Bueno, querida Sonia... —comenzó Elmer con la voz temblorosa y entrecortada—, no es que no quisiera conocer a Lolita. En realidad, ella era todo para mí en ese momento. Hablábamos todas las tardes, compartíamos nuestros pensamientos, pero nunca nuestros sueños... Pero... —se detuvo, buscando las palabras correctas—, la verdad es que nunca me sentí suficiente. Pensaba que si la veía en persona, no podría ocultar quién soy en realidad.

Sonia arqueó una ceja. El público guardaba un silencio expectante.

—¿Qué querías ocultar, Elmer? —preguntó, un anciano del público.

—Mi vida, mi trabajo... todo lo que hago aquí en Bolivia. —Elmer suspiró—. Recolecto cartón, botellas, metales... No es un trabajo glamoroso. Mis manos están siempre sucias y mi casa... bueno, está llena de cosas. Objetos que he recolectado durante años. Montañas de cosas que otros tiran, pero que yo guardo. Vivo con mi madre y a ella le gustan los adornos de cerámica y porcelana, también le gusta las flores de tela y todo lo que pueda tener un uso en la casa.

El público comenzó a murmurar, pero Sonia levantó una mano para silenciarlos.

—¿Te preocupaba que Lolita  no pudiera aceptar tu condición? —inquirió, fijando sus ojos en Elmer.

Elmer asintió lentamente.

—Lolita siempre me decía que lo que importaba era mi bienestar y el de mí madre, que buscara una forma de progresar. Pero... —Elmer se rió—, yo sabía que en el fondo sí me importaba la apariencia de todo y me daba miedo que ella, al verme a mí, se desilusionara. No soy el hombre que ella imaginaba. Y más allá de eso... —Elmer vaciló un segundo antes de confesar—, mi plan era otro. Quería que nos casáramos y que ella viniera a vivir conmigo a Bolivia. No quería quedarme en Argentina. Quería que ella me acompañara en mi vida aquí.

El público reaccionó al instante, con murmullos que se convirtieron en exclamaciones. Una mano se levantó entre las gradas y Sonia siempre controlando el ritmo del show, cedió el micrófono a una mujer joven en la primera fila.

—¿De verdad pensabas que ella iba a aceptar vivir en medio de toda esa mugre? —preguntó la mujer, casi incrédula—. ¡No sabías cómo vivía ella! ¿Y querías traerla a tu casa sin saber si lo soportaría?

Elmer bajó la cabeza, se notaba que estaba avergonzado. Su respiración se volvió más rápida y las manos le temblaban.

—Yo pensaba... —comenzó a decir, pero se interrumpió al recordar como Lolita solía describir su vida ordenada y simple en Argentina —. Pensaba que con el tiempo se acostumbraría. Pero ella me lo dejó claro: no soportaba el desorden y menos mi acumulación de cosas. Para ella todo era obsoleto e inútil.

Otro miembro del público levantó la mano, impaciente por hablar.

—Elmer, ¿ella sabía que no ibas a cambiar nada tu casa? —preguntó un joven desde el fondo—. Porque una cosa es hablar por una aplicación, pero otra muy distinta es ver lo que realmente eres. ¿Crees que podrías ocultar eso para siempre?

—No, no lo sabía... —admitió Elmer—. Al principio no se lo dije. Yo quería que me conociera primero, que me valorara por lo que soy, no por como vivo. Pero... —su voz se quebró—, cuando ella comenzó a insistir en que fuera a Argentina, me asusté. Sabía que si iba, todo iba a salir mal.

Sonia aprovechó el momento de vulnerabilidad de Elmer y avanzó con una nueva pregunta incisiva.

—Elmer, puedes admitir que te importaba la apariencia de Loli, más de lo que querías admitir en la novela.

—No responderé eso. Solo revelaré que mi intención era casarme con ella.

—¿Vos crees que fue superficial de tu parte intentar casarte para presumir que no sos un looser? ¿Estabas buscando a alguien que te hiciera ver mejor a los ojos de los demás? —preguntó una señora del público.

Elmer levantó la mirada y vio a la mujer con el micrófono en su mano y sus ojos estaban brillantes por la resignación.

—Tal vez sí... —respondió con voz baja—. Quería que los demás me vieran de una manera distinta. Aquí, en mi país, la gente me mira mal por lo que hago, por como vivo. Pensé que si me casaba con ella, si traía a una mujer bonita como Lolita a Bolivia, eso cambiaría las cosas. Que la gente me respetaría más. Pero... —tragó saliva—, me di cuenta de que eso era un error. No puedes construir una relación basada en eso.

El público explotó en una serie de preguntas. Sonia, con su habitual destreza, seleccionó las más incisivas.

—¿Te dabas cuenta de que estabas usando a Lolita para mejorar tu imagen? —preguntó una mujer de cabello oscuro desde el fondo—. ¡Porque eso no es amor, Elmer! ¿Cómo pensabas que ella iba a reaccionar cuando viera tu colección de gatos?

Elmer frunció su entrecejo incapaz de contestar de inmediato. Las preguntas lo golpeaban como saco de boxeo.

—Lolita... —dijo Elmer, finalmente—, me pedía que tirara todo. Me decía que no podía vivir en una casa así, rodeada de chatarra y objetos viejos. Cada vez que hablábamos de mi colección de películas en DVD y de los muebles que había encontrado en la basura, me decía que debía deshacerme de todo eso. Pero... —se encogió de hombros—, nunca pude. Es parte de mí. No sé cómo vivir sin esas cosas.

Sonia lo miraba, claramente intrigada por la complejidad de la situación.

—¿Y ahora qué piensas? —preguntó ella, acercándose un poco más—. Si Lolita estuviera aquí, si estuviera viendo esto, ¿crees que habría alguna posibilidad de que lo entendiera?

Elmer negó con la cabeza.

—No, Sonia. Ella lo intentó. Me dio oportunidades, pero nunca pude cambiar. Y sé que eso fue lo que acabó con todo. Al final, no solo era el hecho de que yo no quise ir a Argentina, era el hecho de que nunca pude deshacerme de lo que ella odiaba. No pude hacer ese sacrificio por ella y a parte no me gusta viajar en avión.

—Pero la producción te pagó el vuelo para esta entrevista y ayer viajaste.

—No puedo negar que viajar fue horrible, yo detesto los espacios enormes y sobretodo los aeropuertos, pero gracias por haber pagado los gastos de todo —dijo Elmer, esbozando media sonrisa.

—¡Elmer no le gusta gastar! —exclamó un adolescente del público—. ¡Es un rata!

—¿Es así, Elmer? —preguntó Sonia con agudeza.

—Yo no soy un hombre adinerado —respondió Elmer.

El público observaba en silencio, como si estuvieran presenciando la caída de un hombre atrapado en sus propios miedos y hábitos. Sonia se enderezó, consciente de que el momento de la revelación había pasado, pero aún quedaban preguntas sin resolver.

—Elmer, ¿alguna vez piensas cambiar? —preguntó finalmente—. Porque parece que, en el fondo, vos mismo sabes que no puedes seguir así.

Elmer no respondió de inmediato. Sus ojos vagaron por el plató, desde las cortinas moradas hasta la cama redonda, como si buscara una salida en un lugar donde no había ninguna.

—No lo sé, Sonia —admitió finalmente—. No sé si puedo.

El público quedó en silencio, comprendiendo que tal vez Elmer estaba atrapado en su propia prisión de objetos y recuerdos, incapaz de romper con lo que lo mantenía atado a su pasado.

Y en esa cama redonda, bajo las luces suaves y la mirada inquisitiva de Sonia, Elmer Mamani reveló más de lo que jamás había planeado.

—Vayamos al corte y enseguida volveremos —dijo Sonia mirando a la cámara 2 que la estaba ponchando.

La luz del set disminuyó y la joven productora les dice a Sonia al oído que Lolita ha llegado y está preparándose en el camerino. Elmer no sabe que pasará a continuación...

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