El backstage - Estúpido poeta

Después de la filmación de «A la cama con Sonia», el encargado de capturar el detrás de cámaras, siguió a Rosanelda y a Kyd, mientras los trasladaban a una zona más tranquila del estudio. Allí, había unos sillones cómodos dispuestos alrededor de una mesita de café de vidrio, el lugar perfecto para relajarse tras la tensa entrevista.

Rosanelda, aún con su elegante vestido rojo, se acomodó en uno de los sillones mientras el equipo le traía el café y el sándwich de atún que había pedido. Kyd, siempre llamando la atención con sus elecciones peculiares, pidió una pizza con ananá, un gesto que Rosanelda observó con cierta curiosidad.

Mientras ambos descansaban, Rosanelda comía su sandwich de atún con una expresión más relajada que la que mostró en el set, observó cómo Kyd devoraba su pizza.

—¿No has comido en todo el día? —le preguntó con tono casual, aunque levemente preocupada.

El muchacho, masticando un trozo grande de pizza, asintió y después de tragar, respondió:

—Los nervios me mataron hoy. No he comido nada desde la cena de anoche. —Dejó escapar una risa nerviosa, como si intentara restar importancia a su ansiedad.

Rosanelda sonrió, sintiendo algo de empatía por él, a pesar de todo lo que habían pasado.

—¿Qué es lo que realmente te pone nervioso?

— Yo nunca he estado en un set de televisión y eso me provoca ansiedad —dijo el muchacho moviendo su pierna sin parar.

—En verdad pensé que te había agarrado ansiedad por tenerme que ver después de tanto tiempo. Bueno, eso pensé —dijo la pelirroja.

—Son las cosas del destino —comentó Kyd después de un rato, mirando su pizza—Un programa de televisión nos juntó nuevamente. Quién sabe, tal vez el destino... o Dios... tengan algo más preparado para nosotros.

Rosanelda, sorprendida por lo repentino de las palabras lo miró a los ojos. Había algo genuino en su tono, algo que la hizo reflexionar. Asintió suavemente y dijo:

—Sí, lo creo. El destino es algo mágico.

—Quién lo diría, que saldríamos en televisión, solo porque somos los personajes de una novela —dijo Kyd

—Recuerda que el libro se llama: Estúpido poeta —dijo Rosanelda y lanzó una sonora risotada.

—¿Crees que soy un idiota? —exclamó el joven.

—No, es solo un título llamativo —dijo Rosanelda con un aire de despreocupación.

En ese instante, como si el impulso fuera más fuerte que él. El muchacho se levantó del sillón y se inclinó hacia ella para abrazarla. Rosanelda, aunque sorprendida, no rechazó el gesto; en su lugar, correspondió con un abrazo, sintiendo una mezcla de nostalgia y cariño.

Cuando Kyd se apartó, sus manos se quedaron entrelazadas unos segundos. Él notó los anillos en las manos de Rosanelda y los observó detenidamente.

—¿Todavía sigues trabajando como fabricante de joyas semipreciosas? —preguntó alzando una ceja, claramente curioso.

Rosanelda suspiró, soltando su mano suavemente.

—Sí, pero el negocio está e poco mal —admitió—. Las cosas no son como antes, pero bueno, he logrado mantenerme a flote gracias a los libros de autoayuda que he estado escribiendo y vendiendo.

Kyd la miró con admiración, como si realmente respetara su esfuerzo.

—Es admirable que sigas adelante. Los tiempos están difíciles para todos. Me ha costado mucho pagar mi renta desde que no comparto departamento con tu sobrina Dolores —dijo y miró hacía el suelo.

—¿Y si vuelves a Asunción? En Paraguay las cosas están un poco mejor que en Argentina, ¿verdad? —dijo Rosanelda.

—No puedo perder mi empleo aquí en Buenos aires. Tu sobrina es mi supervisora, ella se enojaría mucho —murmuró Kyd.

Rosanelda asintió, pero sus pensamientos estaban en otra parte. Kyd, el joven que una vez la había deslumbrado con sus promesas vacías, ahora estaba frente a ella, pero algo había cambiado. Quizás era el tiempo, o quizás era ella.

—Son países maravillosos, un día te visitaré con Jaime... —dijo la pelirroja por lo bajo.

—¿Dijiste con Jaime? —dijo Kyd y abrió los ojos como dos naranjas.

La voz clara de su ex novia lo había dejado confundido.

—Uf, no te pongas nervioso. Pareces taciturno y distraído.

Al ver que no le contestaba, agregó algo incómoda:

—¿Acaso no puedo venir con mi pareja?

—No, claro que no...—contestó turbado—. No me interesa ese idiota.

—Uff, qué aburrido que sos. ¿Qué haremos ahora?

—Ya sé —replicó Kyd enseguida—. Háblemos de arte y poesía.

Entusiasmados, cada uno contó lo que le gustaba. Pero a Rosanelda no le gustaba el giro de conversación.

—¿Cuanto tiempo más tendrán que grabar este backstage?  —preguntó ella, alzando su cuello para ver a alguien de producción.

—No sé... —tragó saliva—. Solo están aquí los camarógrafos.

Rosanelda soltó un gesto de desaprobación.

—Ay, bella —Kyd se secó las lágrimas por el sueño que tenía—. Es muy tarde y mañana trabajo.

—Caramba. Parece que pasaron más de 20 minutos —acotó la pelirroja—. Mi vuelo es a las 9 de la mañana.

—¡Ah! Seguro que quieres irte al hotel a descansar! —exclamó Kyd con un aire de preocupación.

—Espero que extrañes mi presencia —dijo ella, olvidando que estaban siendo filmados.

Kyd volvió a enmudecer. No le gustaba esa situación, que su ex novia vuelva a Utah y ese sea el final de todo.

—Desde luego, bonita —respondió Kyd y le guiñó un ojo.

Rosanelda frunció el ceño.

—Yo lo dije en broma —murmuró, antes que vengan los colaboradores de producción para dar un cierre a la filmación del backstage.

—Ah, perdón. A veces olvido por completo que tienes a otro joven de pareja. ¿Por qué lo elegiste a él?

—Perdón, ¿qué fue lo que dijiste? —preguntó ella, sin dejar de sonreirle.

Kyd no pudo contestar. Apenas unos minutos después estarían los dos, en la vereda del estudio de televisión dándose el último adiós.

—Oime, no quiero que me olvides.

A Rosanelda le pareció extraño. Sin duda alguna, esta vez ella había provocado algo en él. Ella tragó saliva y dijo:

—Si quieres mañana a la mañana puedes acompañarme al aeropuerto.

Del apuro por querer disimular la emoción, Kyd casi se dobló un tobillo con una baldosa suelta. Él enrojeció del dolor y la vergüenza.

—¿A qué hora quieres que venga a recogerte en un taxi a tu hotel?

Poco a poco el oxígeno volvió y comenzó a recuperar el aliento.

—Hay que estar dos horas antes, así que tendrás que venir a las 6:30 en punto, y por favor sé puntual —exigió la pelirroja.

El joven no pudo aguantar y exclamó:

—¡Lo haré por que te amo, Rosanelda!

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