| EPISODIO IV |

El golpe en secó contra la mejilla de Rho se escuchó por toda la habitación, aquella bofetada le había hecho caer hacia atrás, apoyando sus manos contra el suelo de mármol para amortiguar su caída. Se tomó de la mejilla intentando reprimir sus lágrimas con todo su coraje para no verse aún más débil de lo que ya era en ese momento.

-¡Eres un maldito inútil! -exclamó Beta, para tomarse de la frente y masajear encima de la máscara-. ¿Es tan difícil comprender química básica? Hemos repasado esto cientos de veces, y sólo demuestras fallas -Beta suspiró, acomodando su traje como si nada hubiera pasado-. Ese es el resultado de pasar tiempo de más con esa mocosa y sus estúpidos libros. Dime, ¿qué has aprendido de ello para no concentrarte en tu trabajo?

Rho se limpió sus lágrimas con la manga de su camisa gris, reincorporandose y hacer como si aquella bofetada jamás hubiera existido. Caminó hasta la mesa donde había varios tubos de ensayo de distintas formas, llenos de extraños líquidos que sólo ambos clones conocían.

-Lo intentaré otra vez -dijo el niño sin titubear, enfocando su mirada en los papeles exparcidos sobre la mesa-. Lo volveré a intentar -susurró aquello último.

-Al menos espero que los golpes te hayan acomodado las neuronas nuevamente -dijo Beta con sarcasmo para cruzarse de brazos y observar al menor, quien seguía sin moverse-. ¿Y bien?

Rho extendió su mano, la cual temblaba un poco, para tomar un tubo de ensayo el cual contenía un líquido azul, el mismo suero que Dottore, Beta y Epsilon cargaban a todos lados en su oreja derecha; ansiaba usar algún día la suya, símbolo de que algún día sería un segmento importante y de valor para Dottore.

Observó los tubos por un momento, dudando de sí continuar o no, pero apartó la vista de forma rápida para que Beta no lo riñera aún más.
Si no hubiera sido por su descuido de no leer la metodología del experimento de forma correcta, los golpes jamás hubieran llegado, en especial aquel moretón en su ojo de hace dos días atrás, el cual aún permanecía algo inflamado.

Vertió el suero a otro tubo que se formaba en varias espirales, una vez mezclado con un líquido oscuro, bajó la flama del mechero hasta que está se tornará algo azul.
Siendo la fase final de su examen para provar que podía crear aquel suero que permitía dar vida a las máquinas, debía mezclar el sangre extraída de deidades junto con un coctel personalizado por Dottore.

Rho observó con atención como el líquido empezaba a tornarse a uno naranaja encendido, como si se tratase de lava, sacando una especia de chispa que empezaba a transformar el suero como resultado final a uno morado-rojizo. Una vez todo fue convertido, caminó hasta el extremo del tubo para abrir una válvula y dejar que esté pasara por otro tubo el cual estaba conectado a un tanque de más suero azul; dicho tanque tenía una conexion final a una máquina de cuatro patas la cual permanecía tirada en el suelo apagada.

Aquel suero espeso morado-rojizo, tomaba un aspecto más líquido una vez mezclado con la fase final del suero azul. Estaba listo.

-Muy bien -murmuró Rho, suspirando, caminó hasta el tanque para sostener la manija circular con ambas manos, observando con atención el tanque, temiendo volver a equivocarse y gastar preciado material.

Cerró los ojos con fuerza, el sudor bajaba por su frente, y sin pensarlo una vez más, giró la manija permitiendo que el suero pasara por los tubos flacidos y llenando el cuerpo de la máquina.
Rho se alejó para mirar con atención, detrás de él, Beta permanecía de igual forma con seriedad.

Una vez vaciado el suero dentro de la máquina, ambos esperaron en silencio atentos ante cualquier reacción, pero por más que los segundos pasaran de forma tortutuosa para el menor, la máquina no hacía ademanes de moverse permaneciendo en donde mismo; Rho lo sabía, sabía que había fallado una vez más, y no lograba entender el por qué de ello si todo lo había realizado al pie de la letra.

-Basura -dijo repentinamente Beta sin despegar su mirada de la máquina, pero dirigiéndose a Rho-. Lo has vuelto a-

Pero antes de que continuará con su oración, el sonar del rujir del motor interior de la máquina se escuchó por todo el laboratorio del mayor. El vapor grisáceo empezaba a expulsarse por los orificios de la máquina, así como algunas partes empezaban ha alumbrarse de color naranja demostrando que estaba encendiendosé.

Gracias a aquel suero, siendo principal el extracto de deidad, permitía que la máquina cobrará vida propia para poder ser controlada. Su especie de cerebro robotico de la cual parte de sus neuronas mecánicas estaban conectadas a una matriz central secreta, estaba hecho tan solo para recibir órdenes.

Ambos clones se quedaron asombrados, en especial Rho, siendo testigo de que por fin lo había logrado, al fin tenía algo de que presumir, al fin tenía datos que mostrar a Dottore de que el podía ser de suma importancia, al fin podía demostrar a Zanhia lo importante que eran para el las máquinas, o como a Dottore le gustaba llamarles, máquinas divinas, siendo un claro ejemplo del porqué sus creaciones las consideraba superiores al ser humano.

La máquina se puso de pie con dificultad, como si tratase de entender el motivo de sus cuatro patas que le sostenían, una gran cola se sacudía levemente al no saber que hacer con ella, mientras que su cabeza observa hacia el frente. Beta sonrió de forma desquiciada, aquellos dientes afilados jamás pasando por desapercibido.

Rho estaba asombrado, la felicidad plasmada en su rostro, era un rotundo éxito; o al menos eso creía cuando la sonrisa en su rostro empezó a esfumarse, pues la máquina empezó a rujir su motor interior con más fuerza, como si le faltara aceite para que no rechinara. El vapor que expulsaba se tornaba a uno negro, y la luz naranja se tornaba rojiza, siendo una acción activada de forma involuntaria al percibir enemigos cercas; la conexión con la matriz central había fallado.

-No ¡No, no... NO! -gritó Rho para correr hacia la máquina y poder desconectar los cables de electricidad para que pudiera ser apagada, pero fue en vano.

La máquina sin necesidad de electricidad como fuente de potencia, se movía a su placer de forma descontrolada, sin saber que hacer ni el propósito de sus acciones, la máquina percibía todo a su alrededor con vida de forma hostil, así que no lo dudo dos veces y empezó a soltar golpes con su cola pesada, dando giros torpes en su mismo lugar.

-¡Pero que-! -gritó Beta para alejarse de inmediato de la máquina, esquivando con dificultad todo golpe, en el proceso la máquina había roto la mesa y demás maquinaria del mayor-. ¿Qué mierda haz hecho? -llevó su mirada a Rho con furia.

El niño permanecía contra la pared asustado. Observaba con temor, ¿que era lo que había hecho mal? El suero estaba bien, e incluso las conexiones en el interior de la máquina fueron revisadas mutlpiles veces, entonces, ¿que fallaba?

Pero Rho se quedó congelado al ver como la máquina se movía con más fuerza y brutalidad, agrietado las paredes y el suelo, los vidrios de los ventanales siendo estrellados. Y en un parpadear, el grito desgarrador de Beta fue escuchado tan sólo unos segundos cuando la máquina le partió a la mitad, su torso cayendo en una parte mientras que sus piernas hacia el niño, salpicando algo de sangre en la mejilla de ajena. Su respirar se volvía acelerado.

La máquina rompió la pared donde los ventanales permanecían, dicho lugar dando al exterior y la máquina corrió sin rumbo fijo ha alguna parte del palacio.
Rho no sabía que hacer, estaba helado del miedo que sentía, ¿que había hecho?

🔸

El clima fuera del palacio Zapolynary era sereno, aún sin aquella ventisca mortal pero el frío jamás cesando.

El resonar de espadas podía escucharse en aquel lugar, un espacio amplio conocido por ser un área de entrenamiento donde Heraldos y Fatui utilizaban de forma diaria.

Precisamente aquella tarde el lugar estaba siendo ocupado por soldados Fatui, quienes estaban atentos ante las lecciones de su superior. Siendo uno de los tantos entrenamientos que les permitían ponerles a prueba si eran soldados útiles para la Tsarista o eran simple escoria; todos los Fatui sabían que este entrenamiento era su boleto de salida para conocer el extranjero si mostraban cuán hábiles eran al poder controlar su elemento corrompido.

Un Fatui quien portaba el elemento Electro, golpeaba con su martillo a su adversario intentando darle tan solo un golpe para desequilibrarlo y resultar victorioso, pero aquello parecía cada vez más imposible, pues quien más podría ser gran adversario para el cuarto Heraldo y derrotarlo con facilidad.

Su mandoble rasgaba las capas de nieve ante cada movimiento que hacía al cubrirse de los ataques del Fatui, los bloqueos provocaban que el resonar de dichas armas crearán un sonido metálico en forma de eco grave hasta transformarse en uno agudo.

El Heraldo dio un giro en su misma posición para acercar peligrosamente el mandoble en la yugular del hombre, quien se quedó helado ante repentina acción, cayó de rodillas a la nieve. La sangre empezaba a manchar el blanco suelo cuando la hoja afilada del arma le había cortado muy poco, no era como si morirá por un simple rasguño, pero si le asustaba.

-Eres inútil -la voz grave del Heraldo provocaba a cualquiera intimidación; retiró el mandoble en un solo movimiento para incrustarlo en la gruesa nieve-. Si no puedes demostrar tu fortaleza en el campo de batalla, la Tsarista tan solo te considerará como basura.

-Capitano, señor -él Fatui alzó la mirada buscando piedad, sabía que él rogar por una segunda oportunidad significaba la muerte.

-La cuarta sabrá que hacer contigo -el vapor salía dentre la mascara de Capitano ante cada palabra que pronunciaba-. Aunque dudo que la misericordia esté de tu lado una vez se entere todo su tiempo desperdiciado en ti.

El Fatui, no dijo nada más, nadie dijo ni una sola palabra, el silencio y las respiraciones tan solo podían escucharse. Como si nada hubiera pasado, otro soldado comenzó a entrenar con Capitano olvidando aquello sucedido.

Pero la atención de todos fue robada cuando pisadas pesadas empezaban a acercarse con fuerza y de forma rápida. Los Fatui y el séptimo Herlado, prestaron atención a donde aquel sonido provenía; sin dudar, Capitano tomó con fuerza el mango de su mandoble ante aquello que venía corriendo.

El rujir de aquella máquina se hizo presente para seguir corriendo hasta donde se encontraban los Fatuis, analizando en su base de datos aquellos cuerpos producientes de calor, los cuales para dicha máquina significaba hostilidad, y ante ello, el tener que acabar con ellos. Empezando a pisotear y perseguir ha algunos hombres, lanzando coletasos los cuales provocaban que alguno que otro Fatui saliera volando y cayendo unos metros de ahí muertos contra la nieve, pues ante descomunal fuerza era seguro el romper de huesos.

Capitano sin entender de donde había salido aquella criatura, si así podía decírsele, tomó con fuerza el mandoble esperando el preciso momento a que la máquina se acercara a él para atacar, pero aquella inmensa cosa, lograba salir ilesa, tan solo con algunos los rasguños cuando él Heraldo bloqueaba.

Algunos Fatui utilizaban su elemento corrompido, armas y poco entrenamiento aprendido para defenderse pero era en vano, pues la máquina seguía atacando y matando. Al final, dejando a ningún soldado con vida alguna. Ahora sólo permanecía Capitano de pie.

La máquina avanzó hasta el Heraldo atacando y tambaleándose, el suero que antes permanecía líquido, ahora escurría dentre las endiduras de su cuerpo de forma espesa y negra, el sistema dentro de él empezaba a fallar ante el rechinar de sus mecánicas como si se tratase de metal viejo y corrioso, sin embargo, la máquina no se detenía.

Capitano tan sólo dio un salto atacando con su mandoble, eso bastó para que de un solo tajo, cortara la cabeza de la máquina y está cayera al suelo de golpe, el suero negro cubriendo la nieve mezclandose con la sangre de los cadáveres de los Fatui. El cuerpo de la máquina, empezando a fallar al no haber conexión con el cerebro, cayó de igual forma quedando sin vida.

El Heraldo respiraba de forma agitada, apoyándose contra el mango de su arma para recuperar el aliento; tenía en mente de quien podía tratarse de dicha atrocidad, pero era nuevo el pensar que Dottore hubiera permitido, o peor, creado dicha falla.

A lo lejos por donde la máquina había arrivado, Rho corría con miedo, esperando lo peor, pero una vez llegó hasta quedar aún lado de la cabeza de cobre, la mirada del niño lo decía todo.

-Yo... -Rho no sabía que decir, su mente estaba en blanco; llevó su mirada a Capitano, quien de igual forma le observaba comprendiendo todo.

-¿Qué has hecho, niño?

Zanhia tomó el libro que había guardado en su armario días atrás, asegurándose de esconderlo de la mejor forma para que Epsilon no lo encontrará, aún así, no es como si estuviera haciendo algo malo, al final de día cuando terminará de leerlo, lo regresaría a la biblitoeca.

Caminó hasta su cama para recostarse boca abajo, apoyando el libro sobre su cojín con emoción. Abrió el libro para volver a saltar la contra portada y título, estando al fin en el capítulo uno.

I. La llegada de dos estrellas.

El término por el cual se le conoce a una estrella, es el simple hecho de poder verlas en el cielo a millones de años luz fuera de nuestro sistema solar, a pesar de ello, pueden ser vistas con claridad ante su imponente brillo. Siendo cuerpos celestiales como el sol, las estrellas pueden presentarse ante uno como recién nacidas, en etapa de desarrollo, o apuntó de explotar y convertirse en polvo estelar.

Aunque si bien, dos estrellas jóvenes decidieron emprender su viaje a través del universo para poder explorar un sin fin de mundos de los cuales, ante la llegada del nuestro, fueron detenidos por un ser superior a ellos.

Una de las estrellas gemelas, desapareció en el tiempo presente, su cuerpo perdiéndose en alguna otra dimensión parecida a la nuestra; mientras que la estrella mayor, se quedó para buscar a su hermano en este mundo.

Zanhia se quedó confundida, aquel libro parecía tener la narración de un cuento de hadas en vez de uno de investigación. Pero la curiosidad por seguir leyendo la hizo continuar.

Con el tiempo, la estrella intentó acoplarse en nuestro mundo, entendiendo las cualidades por las cuales elementos rigen el mundo y son especiales para un número en especifico de seres vivos, conocidas como visiones.

La estrella mayor pronto comprendería que ella podía hacer uso de dichos elementos sin necesidad de resguardar uno de ellos en un caparazón otorgado por los Arcontes de Teyvat.

-Zanhia -un repentino toquido se hizo presente en la puerta de la nombrada-. Zanhia, cariño, las lecciones comenzaron en el salón de estudio hace quince minutos atrás -la voz de Epsilon sonaba tranquila.

Zanhia rápidamente se levantó de su cama para guardar el libro bajo su almohada.

-Ya voy -exclamó la albina para acomodar sus cobijas y que no estuvieran arrugadas.

-¿Puedo pasar? -preguntó Epsilon.

Zanhia reaccionó rápido para volver a tomar su libro y guardarlo en su cajón, hizo un sonido de aprobación para observar su escritorio y hacer como si estuviera sacando nuevamente los libros de sus cajones. Epsilon semi abrió la puerta para quedarse en el marco y aún con la perilla en mano.

-Lo lamento, me distraje -Zanhia tomó su último libro para mirar al peli azul con una sonrisa, asegurando de esconderlo entre los demás.

-El reloj acaba de sonar, ¿no lo escuchaste? -Epsilon observó cómo la niña negaba con su cabeza; sonriendo abrió la puerta por completo, indicando con su cabeza para que la albina saliera-. Anda, no te demores más tiempo.

Zanhia caminó para salir de su cuarto y dirigirse al salón de estudio, mientras que Epsilon cerró la puerta y caminó hasta quedar aún lado de ella.

-Lo estoy prometiendo, sabes -Zanhia se dio la vuelta para seguir caminando pero de espaldas-. Nuestro secreto sigue bajo llave -alzó su dedo meñique a forma de promesa.

-Y no lo dudaría -Epsilon hizo una seña de silencio, pero mostrando una sonrisa amable.

Desde hace dos días atrás, cuando Epsilon mencionó que irían a Sumeru, le hizo guardar aquello como un secreto entre ellos dos, nadie más debía saber de aquello; Zanhia creía que era para no causar envidia a Rho o alguien mas, el ñ tener vacaciones por primera vez; en cambio, Epsilon no debía arriesgarse de más en que terceros se enteraran de su plan para escapar, aunque si bien Zanhia no debía saber el verdadero propósito, era mejor disfrazarlo.

-Es sólo que ya quiero que llegue el día -la niña volvió a darse la vuelta para seguir caminando-. Estoy ansiosa por-

-¿Has soñado algo el día de hoy? -preguntó Epsilon para cambiar de tema por precaución-. Me has dicho que has podido recordar tus sueños desde la semana pasada.

-Si -dijo Zanhia de forma alegre-. Son fascinantes, aunque aveces son un poco borrosos, pero hay paisajes que recuerdo y siluetas, aunque nunca las he visto en mi vida -y era en efecto cierto, pues aquellos placebos que había creado Epsilon seguía ingiriendoles en vez de la que Dottore le entregó.

-¿Qué clase de paisajes y siluetas? -Epsilon siguió caminando a la par de la niña.

-El último paisaje que recuerdo es un puesto de comida -llevó su dedo a su labio inferior intentando recordar.

-Eso no es un paisaje.

-Bueno, pero la silueta que si recuerdo tenía el cabello anaranjado.

-¿Anaranjado?

-Si, parecido al del niño que el otro día vi.

Epsilon cerró sus ojos para poder comprender aquella situación.

-¿Qué niño, Zanhia? -observó a la niña detenerse.

De todas formas ambos habían llegado fuera del salón de estudio.

-El otro día -se dio la vuelta con la cabeza gacha-. Vi a abuelo Pulcinella entrar con un niño de cabello anaranjado al palacio.

-¿Como fue que te enteraste de ello? -Epsilon se cruzó de brazos, no estaba molesto pero si preocupado.

-El día que Rho y yo fuimos a la biblioteca, quise regresar esa misma noche, pero cuando iba a mi cuarto escuche unas voces que venían de la planta baja. Fue ahí cuando los vi -alzó su mirada para encarar al mayor con nervios-. Lo último que se es que Arlecchino se llevó a algún lugar a aquel niño de cabello anaranjado -Epsilon no dijo nada, tan solo se quedó pensando-. Quizás esa silueta de mi sueño fue ese niño.

-¿Quizás? -Epsilon se quedó pensativo, observando a ningún punto fijo intentando razonar de quien se trataba, cuál de los tres hermanos había sido aquel niño que Zanhia vio.

Pero sus pensamientos fueron interrumpidos cuando un Fatui se acercó a ambos de forma tranquila.

-Señor Epsilon, señorita Zanhia -saludó haciendo una reverencia-. Disculpe que le interrumpa, señor Epsilon, pero tengo noticias importantes.

-¿De qué se trata? -Epsilon observó al Fatui con fastidio.

El Fatui se acercó aún lado del peli azul y susurró en su oreja, asegurandose de cubrir con su mano su boca para que Zanhia no leyera sus labios.

-Se requiere su presencia en el salón principal -susurró el Fatui-. Asuntos importantes, no se me informó el que.

Zanhia tan sólo se quedó extrañada al no comprender que estaba pasando.
Epsilon en cambio, su rostro se transformó a uno serio y sin remedio alguno, asintió.

El Fatui volvió a hacer una reverencia para retirarse y desaparecer entre los pasillos.

Epsilon suspiró para masajear el puente de su nariz al mismo tiempo que colocaba una mano sobre su cadera, en serio estaba cansado de todo esto.

-Será mejor que entres a estudiar cuanto antes -dijo Espilon con voz cansina.

-Pero hoy dijiste que me enseñarías el idioma de Sumeru -dijo Zanhia con decepción.

-Lo sé, pero tendrá que ser en otro momento -el peli azul sonrió intentando reconfortar a la menor-. Por el momento tu entra con Rho, regresaré dentro de un rato, ¿sí? -acarició por última vez la cabeza de la albina para empezar a caminar en dirección contraria-. Sin travesuras o curiosidades -y con aquello último, se fue.

El lugar se quedó en silencio, Zanhia apretó contra su pecho sus libros suspirando, el vapor saliendo de su boca. Se dio la vuelta para abrir la puerta del salón de estudio y hacer como si nada hubiera pasado, era mejor retomar lecciones pasadas y esperaría como dijo Epsilon para aprender más sobre Sumeru.

-Ya llegue, Rho... -exclamó la niña con una suave sonrisa, pero su voz fue bajando de tono al observar las mesas frente a ella y ver que estaban... Vacías.

Zanhia caminó hasta la mesa más cercana a la puerta para dejar sus libros, observó confundida el lugar, se supone que Rho ya debería haber estado aquí, siempre era el primero, ¿acaso había llegado temprano? Era imposible, pues Epsilon le había dicho que iba quince minutos tarde, Rho no era alguien impuntual, jamás.

«Quizás siga con Beta o Dottore», fue lo primero que se le vino a la mente, esa debía ser la respuesta. A lo mejor y sus lecciones personales con sus superiores tardaron más de lo esperado. Sería mejor que lo esperara, en lo mientras Zanhia aprovecharía el tiempo a solas; era inevitable pero Epsilon le enseñaría después con más calma.

Se sentó en una de las sillas para encarar la puerta por si alguien venía. Tomó el libro de la biblioteca dentre los demás para acercarlo hacia ella con cautela. Abrió la página en la que se había quedado para seguir leyendo, rectificando una vez más que nadie entrará, y una vez hubo silencio, continuó.

Siete Arcontes gobiernan sobre la tierra de Teyvat, siete Arcontes que ayudarían ante la principal búsqueda de la estrella mayor. A pesar de haber recorrido las siete naciones en busca de respuestas ante los mortales y semi mortales, no muchos de ellos pudieron ayudarla.

El primer Arconte, gobernante de la nación de Monsdtadt, no pudo hacer nada en su poder para ayudar a la estrella mayor.

El segundo Arconte, el más viejo de todos y gobernante de la nación de Liyue, juro no decir nada bajo la estipulación de un contrato, dejando nuevamente a la estrella mayor sin respuestas.

La tercera Arconte, gobernante de la nación de Inazuma, fue alguna vez enemiga de la estrella mayor, pero al pasar el tiempo la paz fue formada, pero el paradero de su hermano parecía no tener esperanzas.

No fue hasta la visita de la cuarta Arconte, la más joven de todos y gobernadora de la nación de Sumeru, que logró contar muy poco sobre el destino de su hermano. Eso ayudó a la estrella mayor a retomar sus esperanzas por algún día volver a verle.

-Arconte -murmuró Zanhia, aquella palabra estaba escrito varias veces y parecía ser de suma importancia al referirse ante seres supremos de cada naciones-. ¿Qué es un Arconte? -aquella palabra era nueva en su diccionario, pero lo que más le llamó la atención fue aquella cuarta Arconte, si era la gobernadora de Sumeru, ¿eso significaba que la podría conocer en su pronto viaje?

Quizás Epsilon le respondería luego, tenía tantas preguntas que hacerle; pero sin pensar de más las cosas, siguió con su lectura.

Las puertas al gran salón principal fueron abiertas por dos Fatuis que vigilaban, el crujir de la madera no pudo ser evitada al ser escuchada tanto por fuera como por dentro del salón.

Epsilon entró a aquel lugar a paso tranquilo, su mirada se posó en los Heraldos, quienes parecían estar a punto de iniciar una especie de reunión, todos formados en círculo y Pulcinella en lo alto de un estrado. No comprendía el por qué de su presencia si no era necesaria, casi nunca lo era. Pues aunque fuera el clon del segundo Herlado, eso no significaba que estaba a la altura para permanecer en reuniones con ellos, solo era un simple sirviente del segundo.

Caminó hasta detenerse aún lado de Dottore, quien permanecía sentado en su respectiva silla entrelazando sus manos, pues no había ningún otro lugar para el al que se le permitiera sentarse. Era estúpido del tan solo pensar que se le daría un lugar, pero era aún más estúpido el estar ahí sin ningún tipo de información.

Pero el rostro de Epsilon cambió de uno serio a uno de temor y preocupación al ver quien estaba en medio de aquella mesa de hielo sin escapatoria a alguna, Rho permanecía en el centro en dirección a Pulcinella.

Epsilon llevó su mirada buscando a Beta, era el único que faltaba de los cuatro, ¿donde mierda estaba?

-Bien, ya que todos estamos reunidos aquí -dijo Pulcinella, refiriéndose a Epsilon de forma indirecta-. Daremos inicio al juicio ante las acciones del cuarto clon de Dottore. Rho -Pulcinella hizo sonar su martillo.

Ante el repentino sonido, el niño se sobresaltó manteniendo la cabeza gacha, estaba muerto de miedo en el interior, pero intentaba no demostrarlo al hacerse el valiente, su rostro parecía temblar ante lo que estaba sucediendo.

-¡Saltemos este sermón de mierda y declara el castigo! -exclamó Arlecchino con rabia, golpeando su puño contra la mesa de hielo-. No estoy de humor para escuchar un maldito juicio del cual es claro que la maldita copia fue culpable de -el rostro de Arlecchino mostraba odio puro.

-Somos gente civilizada, no animales desesperados por matar sin razón alguna, Arlecchino -dijo Pulcinella con calma.

-Díganlo por ustedes mismos, pero yo no estaría tan segura de ello -fanfarroneó Sandrone, llevando el dorso de su mano para cubrir aquella risa-. Después de todo, esta en su naturaleza ser una desquiciada.

-Maldita perra -escupió aquello la cuarta Heraldo como si se tratase de veneno-. Dentre todos tu eres la menos civilizada, pues que clase de persona tortura a sus víctimas convirtiéndolas en asquerosas máquinas.

-El arte de las máquinas es algo más allá de lo que tu insignificante cerebro podría comprender -respondió con burla Dottore-. Aunque he de decir, si soy franco, Arlecchino tiene razón -observó a Sandrone de reojo-. El combinar carne mortal con máquinas es una aberración que ni siquiera yo desperdiciara para crear mis obras maestras.

-¡Basta! -exclamó Pulcinella observando a Sandrone, haciendo sonar nuevamente su martillo.

-Acabemos esto de una vez -dijo Pierro sin ánimo alguno-. Hay cosas más importantes que hacer que desperdiciarlo en discusión sin sentido.

Nuevamente, los Heraldos volvieron a guardar silencio.

-Rho ha sido declarado culpable de la muerte de soldados Fatui está tarde, la cuastante fue una máquina de la cual el estuvo creando, dicha máquina fue su responsabilidad al no saber controlarla -Pulcinella recargó sus manos en el estrado-. Dichos victimarios fueron Arlecchino, así como de igual manera, Capitano -el quinto llevó su mirada al cuarto-. A pesar de ello, ambos Heraldos cumplían con su deber pero la copia del segundo no. Ante ello, declarado no sólo asesino de soldados Fatui, la preciada fuerza que tiene su majestad la Tsarista, fueron asesinados; sino también es culpado por la destrucción en parte del palacio Zapolynary y el retraso del plan de la suprema Tsarista por continuar -Pulcinella llevó su mirada hacia Rho-. Ante ello, siendo la principal víctimaria, Arlecchino, actual directora del orfanato de Snezhnaya, cuarta Heraldo de su majestad la Tsarista, desea castigarlo de forma justa ante sus faltas.

Rho cerró sus ojos con fuerza, esperando lo peor, odiaba estar ahí, quería escapar, no quería saber de nada, de nadie, ni siquiera de él mismo, solo quería que esto fuera una terrible pesadilla.

-La víctimaria no es solo ella -la repentina voz de Dottore interrumpió al quinto-. Si me permite, yo también soy un victimario de esta grave situación -aquello lo decía con aquella distinguible sonrisa y con un deje de culpa falso.

-¿Y tu en qué mierda estas involucrado? -espetó Arlecchino, cansada de la intervención del segundo-. Basta con saber que a aquellos Fatui que entrené durante su niñez, fue un total desperdicio que debe ser pagado.

-¿Y en donde quedaría mi parte de justicia si la copia fue culpable de una muerte mía? Aunque en otras palabras, no fue directamente mía, pero mi segundo clon claro que sufrió las consecuencias -golpeaba con sus dedos la mesa de hielo-. El encontrarlo descuartizado en uno de mis laboratorios fue más que prueba suficiente. Así que dime, ¿qué clase de castigo tenías en mente, séptima?

Arlecchino quería matarlo ahí mismo, como ansiaba ese lujo si no fuera por los demás y la fuerza obvia de su rango, pero eso era lo de menos, al menos por ahora.

-Es más que obvio -la mujer observó a Rho con odio-. La muerte es el perfecto castigo al tomar la vida de personas ma importantes que el.

-Estaría de acuerdo contigo, sino compartiera el mismo sufrimiento ante la pérdida de alguien "importante" -Dottore rio para observar a Pulcinella-. ¿O me equivoco, quinto?

-Es correcto, el cuerpo de su segundo clon fue encontrado de igual forma, es claro al haber estado presente de la causa principal de la destrucción del palacio -Pulcinella suspiró-. El castigo de igual forma hará justicia ante ambos victimarios, y la muerte -observó a Arlecchino con ironía-, no es una de ellas.

-Entonces, ¿que será lo justo, señor Pulcinella? -la voz de Columbina era suave y dulce-. No podemos hacer que riñan ambos lados si no están satisfechos -rio.

-El acto es simple, Rho con sus propias manos construyó una máquina defectuosa que causó la muerte de varios "inocentes", sus propias manos pagaran el precio de ello -Pulcinella observó a Capitano, quien seguía sin decir nada-. El séptimo Heraldo es el más indicado para dar este castigo al estar involucrado en este caso de igual forma.

Capitano se levantó de su asiento para caminar al centro y quedar aún lado de Rho, llevando su mirada al quinto Heraldo.

-Esto es una pérdida de tiempo -Arlecchino rodó los ojos para cruzarse de brazos, cuanto odiaba a Dottore en ese momento.

En cambio, el segundo solo sonreía.

-¿Y bien? ¿Que será? -preguntó Dottore.

-Es más que claro. El cortarle ambos manos será símbolo de justicia ante sus actos de asesinato -Pulcinella llevó su mirada hacia Capitano, quien entendió de inmediato-. Así que hagamos esto de una vez.

Rho se quedó helado al escuchar aquello, su corazón palpitaba más rápido de lo habitual, su cuerpo empezó a temblar y su boca se tornaba seca, no lo quería, no quería perder sus manos; las lágrimas bajaban por sus mejillas.
No sabía en qué momento pero Rho se dio la vuelta para poder bajar del centro y correr hacia las puertas, pero antes que pusiera un pie en el suelo dos Fatuis le tomaron de los brazos, dejándole sin escapatoria alguna.

Epsilon estaba estupefacto, no podía moverse ni articular palabra o pensamiento alguno, ¿pero que demonios había hecho Rho para terminar en esta situación? ¿Fue acaso la culpa de Beta de haberlo hecho a propósito? No, era ilógico, pues ninguno de ellos era un segmento basura, eran igual de importantes para los planes de su original.

Quería sacarlo de ahí, ayudarle, ponerse de su lado y exclamar que sólo era un niño que no tenía idea de los problemas que este mundo hostil podía traerle, pero era demasiado tarde, si se involucraba arriesgaría la vida de otra persona inocente; y no es que tuviera mal corazón, pero la lógica y razonamiento estaba de su lado, y su única prioridad si quería que todo saliera a su forma, era sacar a Zanhia de aquí sin problema alguno, eso significaba sacrificar algunos inocentes en el camino; no podía evitarlo, después de todo era un clon de la mente retorcida de Dottore.

Rho gritaba de la desesperación, imploraba se liberado una vez fue recostado parte de su torso sobre una pequeña mesa de hielo creada por Pierro, al igual que una especie de esposas que no permitía que las manos del niño fueran liberadas de aquel lugar. Ahora sus manos estaba expuestas, y Rho estaba muerto del miedo.

-¡Por favor! ¡No me hagan esto! ¡Lo siento tanto! ¡Lo siento, jamás quise hacerlo! -ahora su cara estaba húmeda debido al sudor, las lágrimas, la mucosidad y su saliva; agitaba su cuerpo con fuerza intentando liberarse-. ¡Por favor! -imploraba, pero era en vano sus gritos.

Capitano materializó su mandoble frente a él, tomando el mango de este con ambas manos.

-Será rápido. Si te mueves, pueda que quebré los huesos de tus antebrazos -dijo Capitano sin emoción alguna, alzando su mandoble en el proceso para posicionarse.

Rho miraba con horror aquella arma, su cuerño temblaba, su entre pierna estaba húmeda debida a su propia orina, no pudo evitarlo; sus ojos rojizos suplicaban piedad, pero esta jamás llegó.

-¡No! ¡No! ¡No, por favor, no no! ¡NO! -el grito fue escuchado por todo el palacio, un grito desgarrador que pondría los vellos de punta de cualquier persona, no sólo estaba lleno de miedo y horror, si no un inmenso dolor que era inexplicable al seguir vivo. Rho prefería morir en ese momento.

Fue de un solo tajo, eso bastó para que el mandoble de Capitano cortará ambas manos de Rho en un corte limpio, estas cayendo frente a el. Era indescriptible, el salón se quedó callado y solo los gritos y llantos del niños seguían escuchandose; aún así no era algo nuevo para los Heraldos, estando más que acostumbrados a aquellas situaciones.

Epsilon quería llorar, quería matar a todos por haberle hecho daño al pequeño, no era justo resivir aquel inexplicable dolor físico, pero no podía hacer nada. Solo le quedaba guardarse sus lágrimas para cuando estuviese solo, tan solo podía reprimirlos mordiendo su labio inferior y apretando entre sus dedos su camisa, dejando arrugas visibles.

La sangre escurra sobre la mesa de hielo, pero eso no parecía incomodar a nadie.

-Esta hecho, el juicio se cierra -y con aquello último dicho de Pulcinella, sonó su martillo para empezar a bajar del estrado.

Pierro fue el primero en levantarse para salir de aquel lugar, los demás Heraldos hicieron lo mismo como si nada hubiera pasado.
Capitano limpió su mandoble con su sacó para después irse de ahí, dejando a Rho en donde mismo.
Arlecchino bufaba y maldecia, pues para ella esto no fue justicia.

Ahora sólo quedaba Dottore y Epsilon, quienes no parecían moverse de su lugar. Los mismo Fatui que habían aprisionado a Rho, lo soltaron de inmediato para arrastrarlo lejos de la mesa de hielo, su cuerpo estaba flacido, el niño no podía procesar nada a su alrededor.

-Llevenlo a mi laboratorio -espetó Dottore a los Fatuis-. Yo me encargaré de él de ahí en adelante -los dos Fatuis asistieron para arrastrarlo de los brazos fuera del salón principal-. Y espero que tu no hayas estado involucrado en esto -la voz de Dottore sonaba cansada.

-¿Por qué lo estaría? -Epsilon de igual forma no se digno a ver a su original, reprimiendo su odio-. El fue quien tuvo la culpa de todo, a recibido su castigo -ambos empezaron a caminar fuera del salón principal, pero Epsilon deteniéndose detrás de Dottore-. ¿Por qué me hiciste venir aquí?

Dottore se detuvo de igual forma, no pudo evitar soltar una carcajada, entrelazo sus manos detrás de su espalda.

-Es una lección -Dottore no se dignaba a voltear a mirarla-. Te servirá de experiencia si haces algo a mis espaldas de lo que yo no esté enterado -esta vez le observó de reojo-. Si te atreves a traicionarme, me aseguraré de lo último que veas sea el cadáver de esa niña -aquella sonrisa jamás desapareciendo de su rostro-. Claro, una vez que la haya utilizado como es debido -y con aquello último dicho, Dottore se fue de ahí.

Epsilon tragó duro. El reloj avanzaba cada vez más rápido, las horas eran contadas para que el día en que escaparan a Sumeru, llegará.

Uff, casi 6K palabras de trama jajja, me emocioné con este capítulo que no podía cortarlo en un momento tan intenso.

Pero así es, nuestro querido Rho se quedo sin sus manitas, pero no se atormentan de esto jeje, pues esto es necesario para el desarrollo de la historia.

Gracias por haber leído, y nos leemos en el siguiente capítulo.

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