❄ 6 ❄
Por primera vez, no sintió que el frío la recibiera de golpe cuando bajó del autobús. Le hubiera gustado decir que el sonido del motor rugiendo era mucho más fuerte que el de su corazón al encontrarse con lo desconocido; pero esa no era la realidad.
Las rodillas estaban debilitadas (un cliché terrible, aunque inevitable), la boca la tenía seca y sentía que cada parte de su cuerpo podía marchitarse también. Estaba sonriente, pero de vez en cuando apagaba su sonrisa porque no quería ilusionarse demasiado. Recordaba lo que había pasado la noche anterior y no deseaba que sus sueños se vieran asfixiados con algún evento amargo.
Es lo malo de tener un corazón de esfera navideña. Es divino, brillante, llamativo... pero frágil.
—Buenos días, Jeffrey. Lindo uniforme, te has esmerado más, ¿cierto? —dijo Clara al tiempo que limpiaba sus botas en el tapete.
—Sí, así es —respondió con orgullo—. Tú, por otra parte...
—No sigas —expresó la chica soltando una risa—. Nadie puede equiparar tu compromiso con el Villa.
Sabía que era un poco una broma y un poco verdad, pero hizo que Jeffrey luciera una sonrisa gigante. En realidad, eso la calmaba. Siempre le parecía increíble la habilidad que tenía una buena acción para arreglar un día de nervios. Logró nivelar los latidos de su corazón para cuando llegó a la recepción. Se fue hacia los casilleros y miró su reflejo, nuevamente, en el espejo del mismo.
Bien, había llegado el momento, estaba viviendo esas escenas románticas por las que tanto suspiraba. Aunque eran un poco más serenas en las letras impresas, porque ahora tenía mucho, mucho miedo.
—No, porque es lo que mereces y es lo que querías —se dijo a sí misma con palabras de cristal.
Ajustó su gorro una vez más y tanteó el cuello. ¿En dónde había dejado ese collar? Su abuela se lo había obsequiado en su cumpleaños quince, ella hubiera estado absolutamente de acuerdo con lo que acababa de decirse.
En las noches previas a la Navidad, solía contarle las mejores de las historias, las favorita de la chica. Esas que no están entre una tapa blanda o dura, sino entre los labios de una persona. Relataba cómo el abuelo la había conocido en un lago y quedó prendado de su risa en el acto. Se preguntaba si aquello era posible, si quizá había arribado el tiempo de ser aquella que cuente grandes anécdotas en el futuro. La gran protagonista de...
—Creo que haré pipí puros cubitos de hielo —dijo Brandon rompiendo la burbuja de romanticismo.
—Qué asco. —Terminó de acomodarse el cabello y cerró el casillero—. ¿Qué tal estoy?
Brandon se le quedó un momento mirando y acomodó el gorro de nuevo.
—¿El gorro es necesario?
—Oye, nunca tuviste un problema con él. Siempre lo traigo.
—Sí, pero nunca habías estado en plan romántico —aclaró, acomodándole un rizo que se salía al frente del gorro—. Pero bueno, trabajaremos con esto.
—Mejor vamos a nuestro turno, cubito de pipí.
El tablero de anuncios estaba más brillante que el día anterior, estaba segura. El reloj también estaba más escandaloso. Los pasos de un lado a otro de Jeffrey que practicaba el saludo más elegante para los nuevos huéspedes y las peleas constantes con su compañero portero, quien opinaba que aquello no era más que una pérdida de tiempo, eran una orquesta que no podía ignorarse.
Ya era casi hora del almuerzo cuando Gino se acercó a la recepción, estirándose como gato.
—¿Sabes cuánto tiempo tardé en quitarme el puré de papá que me lanzó Alhelí?
—La última vez fueron dos horas —recordó la chica terminando de llenar un recibo.
—¡Tres! ¡Tres horas! Era puré que se había puesto malo además... Clara, ¿cómo vas con el asunto?
La chica miró al rededor y se sonrojó.
—Lo estoy esperando. Va a venir al tablero. ¿Tú lo viste esta mañana?
—Claro, pidió un café, pan tostado y fruta. Estaba muy enfrascado leyendo unos documentos.
Asintió a punto de buscar otra pregunta en su mente, cuando el estómago sintió lo mismo que si una bola de bolos le hubiera caído en el intestino.
—Largo, Gino, largo —susurró ella, regresando el rostro hacia el registro.
Era él. Venía como en cámara lenta. Avanzando al tiempo que su loción se mezclaba con el vestíbulo. Quizá era el momento en el que más cerca lo había visto, desde que lo registró hacía unos días.
Traía puestos unos lentes delgados y pequeños, que enmarcaban aún más sus rasgos. El cabello, levemente rizado, caía por su frente, acomodado como listo para una sesión de fotos. Y, como cereza del pastel, una voz profunda y grave rompió la poca paz que quedaba en Clara.
—Buenos días, ¿aquí puedo preguntar sobre los talleres?
El idioma se le olvidaba, las palabras, las letras, los números, su ocupación, su ubicación. ¿Dónde estaba la cordura cuando la necesitaba?
—¡Sí! Sí, es... ¿qu-qué necesita saber? —tartamudeó sin poder evitar que sus amplias mejillas se tiñeran de rojo.
—Quiero saber si hay un taller de cocina —respondió Lorenzo con una sonrisa de medio lado.
Le pareció tierna. Finalmente, no creía que hubiera demasiadas personas que aún se sonrojaran. Además, tenía un aura de encanto, con ese gorro de lana y el cabello rizado saliendo del mismo.
—Oh, sí, sí. Me dejaron una copia de los talleres... déjame ver... Cocina. Aquí —señaló la chica una pequeña hoja con el mismo horario del tablero. Las manos le estaban temblando claramente y en el papel se marcó su sudor.
—Tranquila... Clara —leyó su nombre en la placa—. No tengo prisa por la información —soltó el chico ampliando su sonrisa.
Quería ser amable, calmar a la muchacha, pero esas palabras tan solo la pusieron a sudar y temblar más.
—S-s-sí. El paquete uno, digo el dos. El paquete individual... no hay paquete individual... puede pagar solo esta cantidad extra por los ingredientes. La actividad... no, los ingredientes. Hay un pago extra, pero no es lo que... sí. No, permítame —intentó explicar, acercándose la hoja de papel aún más a la cara.
—Si me disculpan —llegó Brandon con un porte amable hacia Lorenzo—, en esta parte puede revisar los horarios. Son pocos los talleres con costo extra, en este caso, el de cocina requiere de un pago adicional, debido a los ingredientes. La clase corre por cuenta del hotel. Puede registrarse con Clara.
La chica hizo una sonrisa torcida que casi hace reventar una carcajada a Brandon, dicha que alcanzó a disimular con un estornudo.
—Me disculpo, la temperatura ha sido muy baja —expresó recibiendo un pañuelo por parte de Lorenzo.
—En ese caso, me encantaría que me anotara en la lista del taller, señorita Clara. Nos vemos después.
Desapareció en el pasillo con esa elegancia tan propia, y finalmente, permitió a las mejillas de la chica desinflarse por completo.
—Oh, Dios, no creo lograrlo —soltó dejándose caer en el escritorio.
—No seas tan dura contigo misma, solo casi colapsas, te explota la cara y desarrollas un nuevo idioma.
Clara levantó el rostro para reírse un poco del chiste, necesitaba eliminar la presión.
—¿Quién imaginaría que el chico del tono elegante estaba hablando de pipí congelada en la mañana?
—Se llama "ser profesional". Bueno, ya tienes la siguiente excusa para hablar con él. Tendrás que ayudar a organizar a los de los talleres, ¿no?
Era cierto, aunque no estaba segura de que sus nervios pudieran soportar eso. Tampoco hubiera estado lista para lo que pasó más tarde, porque Gino, Brandon y ella, esperaron a que la recepción se vaciara al máximo para hurgar de nuevo en el buzón de quejas.
—Hoy sí hay una nueva —señaló Brandon mientras levantaba el papel rojo.
—Yo la leo —se apresuró a decir Clara, abriendo el papel.
"Me encanta cómo está quedando el hotel. Una linda decoración, ¿sabes algo sobre los talleres? No he querido ver ese tablero, se ve un poco complicado. Me fascinaría que tomáramos uno juntos, ¿baile, quizá?"
Los tres bajaron la nota observando a lo lejos y después intercambiaron miradas. Finalmente, dijeron lo obvio, al mismo tiempo.
—No es Lorenzo.
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