❄ 13 ❄
Le temblaban las rodillas por la intensidad de los sentimientos. Hacía tanto que no tenía una cita, pero eso era algo que no le gustaba confesar a cualquiera. A veces las personas tienden a tomar la inexperiencia como una desventaja de la que deben aprovecharse. Era por ello que esos asuntos siempre los guardaba para sí y los contenía en el más profundo de sus baúles de secretos.
Acomodó un poco más su cabello, aún no sabía cómo llevarlo, y se puso un poquito de perfume que había cargado en su pequeña mochila.
Estaba repasando las cosas importantes a las que debía prestar atención. No había querido decírselo a Brandon, y afortunadamente, a él se le olvidó; pero después de haber estado tanto tiempo junto a Ramiro, ella debió haber prestado atención a la letra. ¡La letra! Era uno de los detalles más importantes, pero había estado perdida en la interacción con el chico y no lo recordaba. Quizá en esta salda podría ayudarse a inventar una excusa para que escribiera algo sencillo.
Apenas empezaba a pensar en alguna posible idea, cuando Brandon llegó al escritorio.
—Oh là là, pero qué tenemos aquí. Zendaya ha vuelto —expresó colocando sus manos a manera de cámara.
—No te burles —comentó sonriendo la chica.
—No me burlo, te ves bien —aclaró su amigo sacando el bastón de caramelo de su bolsillo—. Ve por esto, campeona. ¿A qué hora pasará por ti?
—Faltan cinco minutos para que termine mi turno, supongo que lo veré aquí. No puede ir muy lejos. Sino, lo esperaré en la puerta junto a Jeffrey.
—Espera aquí adentro, el clima está terrible. A menos que sea una cita con experiencia inmersiva del Titanic. No puede ir muy lejos sin cruzar esa puerta.
Brandon le dio un suave empujoncito con el hombro, de manera pícara, y después se alejó con la esperanza de que a su amiga le sonriera el destino.
Clara volvió a revisarse en el espejo, por lo que parecía la última vez. Sabía que en cualquier momento, por la zona de las habitaciones, aparecería la imagen bonachona de Ramiro y ya no tendría que fantasear con hermosos momentos, porque aquello estaría justo frente a ella.
El reloj cumplió su labor y acabó con el suplicio de estar esperando a que el turno concluyera. Por la recepción pasó el profesor de escritura y le preguntó si los acompañaría en esa clase. Le contestó que no, pero que estaría de vuelta muy pronto.
Vio pasar también a Lorenzo que le dio una mirada rápida y encantadora. Ryan Kelsey le hizo una broma muy buena mientras avanzaba por el pasillo y levantó el puño hacia ella para chocarlo. No sabía en qué momento se había vuelto cercana a los sospechosos, pero le agradaba.
Se aclaró la garganta cuando la recepción volvió a quedar vacía. Un huésped por ahí y otro por allá. El recepcionista de la noche ya estaba acomodando su uniforme en el casillero. El corazón le estaba palpitando como una máquina.
—Pusiste un chicle en tu casillero —expresó con desagrado su reemplazo en el turno.
—¿Qué? No, ¿por qué haría eso? —respondió ella, pintando unos matices de amargura en las palabras.
—Como sea, no lo limpiaré.
Clara giró los ojos y caminó ahora hacia su casillero. Notó el chicle enorme pegado, rosa fuerte. Tomó un papelito, porque necesitaba moverlo para abrir la pequeña puerta. Se quitó el chaleco (que era lo único que le faltaba) y volvió a acomodar sus pertenencias para el siguiente día.
—¿Vino alguien en mi ausencia? —preguntó al recepcionista que hojeaba los registros.
—No los llenaste bien. Estos van con tinta negra —soltó antipático.
—Esperaré en la salita de allá.
—Me da igual.
Se quedó con su mochilita sobre las piernas, mientras aguardaba a que Ramiro llegara. El frío ya empezaba a incomodarla, también el paso del tiempo. Observaba a todos y no había rastro de movimiento. Se asomó por la ventana que estaba junto al sillón en el que se había colocado, y notó que comenzaba a nevar.
Cuando sintió que las manecillas la volverían loca, de nuevo, se levantó para ir hacia donde estaba Jeffrey. Quizá él había atravesado y estaba esperándola en el frío.
—Hola, Jeffrey —saludó la chica.
Al uniforme del hombre lo cubría una ligera capa de nieve. Aún así, él no se inmutaba. Mantenía los brazos cruzados y la postura firme. Klaus, por otra parte, tan solo estaba recargado en una columna, con una revista entre los guantes.
—Hola, Klaus... chicos, ¿han visto pasar a unos de los huéspedes? Es alto, de lentes y pecas.
—Aquí no ha salido nadie —respondió Klaus rascándose debajo de su gorro—. Ni un alma. Ya faltan quince minutos para terminar con esta tortura. No sé para qué nos necesitan, si a estas alturas nadie entra, nadie sale.
—¿Están completamente seguros?
Klaus levantó la ceja y dejó su revista a un lado, porque parecía que lo que escucharía era mucho más interesante.
—¿Estás esperando a un huésped? ¿Tienes algo con un huésped, Clara?
—¿Cómo?
—¡Oh! Tienes algo con un huésped —dijo el hombre con la satisfacción de un chisme jugoso entre las manos—. Nada como una aventura navideña, ¿eh?
—¡No! ¡No de esa forma! —respondió la chica sacudiéndose la idea—. Es un amigo... solo un amigo, Klaus. Pero, es raro, no lo he visto. ¿No has visto nada, Jeffrey?
—Ni te desgastes, él cree que está en el Plaza de Nueva York y no se va a molestar en hablarnos. Es más fácil interactuar con uno de esos soldados en Londres. Oye, pero eres la recepcionista, ¿cómo es posible que no lo vieras pasar?
—No tengo idea. Me distraje solo cuando me cambié el uniforme —respondió con tristeza—. Brandon ya se fue, no puede ayudarme a subir a habitaciones. Además, los del turno de la tarde no son mis amigos.
—Son del equipo enemigo, equipo vampiros. Los del turno diurno somos el equipo ganador —aseguró Klaus—. ¿Y cómo conociste a ese chico?
—Bueno, Ramiro...
—¿Ramiro? ¿Ramiro Ramos? ¡Ah! El de los lentes... ya sé en dónde está —soltó Klaus abriendo los ojos para registrar bien la reacción de la recepcionista.
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