Un cuerpo en el lienzo

—¿Tienes un espacio para escucharme? —La voz de Martina desde la puerta entreabierta me sorprende un poco, parece una pequeña, algo tímida, que pide permiso para entrar.

—Por supuesto —respondo mientras me siento en la cama y la invito a que también lo haga.

La siento evitar mi mirada al momento de estar a mi lado, noto un movimiento sobre su garganta y baja su rostro para observar la tela bajo su cuerpo, decido brindarle su tiempo, no se que es lo que desea decirme, aun me siento algo extraña al saber que ha decidido confiar en mí en tan poco tiempo.

—Tengo un novio y nos queremos... pero... no se si el bebé que espero... sea de él —habla en medio de pausas y reconozco ese sentimiento, siento que está muy vulnerable por lo que acaba de pasar.

Pienso en lo que acaba de decir y no entiendo, quiero decir muchas cosas, sin embargo, siento que no es mi posición. Recorro con la mirada el cuarto y...

—¿Tu hermano? —pregunto alarmada, estar en su cuarto puede significar que él escuche todo.

—Salio hace unos minutos —comenta Martina con voz apagada—. Es por eso que me encuentro contigo, de lo contrario no habría encontrado el valor o el tiempo.

Aprieto mis labios y muevo la cabeza de manera afirmativa varias veces y de forma lenta.

—¿Tú novio sabe que tu...? —inquiero con algo de sutileza y ahora yo también siento algo de pena.

—Nunca le he faltado, solo que... ¿Sabes o tienes conocimiento sobre las salidas de algunas parejas con más parejas? —su pregunta está más llena de su propia curiosidad que de la timidez anterior.

Confieso que sus palabras me han tomado desprevenida y sobre mi rostro es evidente mi confusión; es normal que muchas personas salgan en parejas y se diviertan, a no ser que...

—¿Intercambio de parejas? —pregunto de forma susurrante, mirando hacia la puerta esperando que nadie llegue en este momento.

La observo abrir y cerrar la boca en múltiples ocasiones, su rostro toma un color rosado intenso y muerde sus labios hasta que estos cambian un poco de color y pienso que de alli va a salir sangre.

—Estuvimos los cuatro en una sola habitación —Termina confesando con lágrimas en sus ojos y vergüenza sobre su rostro.

Me quedo atónita y extrañada; no voy a mentir que he oído hablar de ese tipo de relaciones y más en el ámbito sexual, pero escuchar una confesión de ese tipo por parte de alguien cercano sin duda alguna, es extraño.

—Antes que nada, no te voy a juzgar por eso —hablo para tranquilizarla—, ambos tomaron esa decisión y bueno, nadie iba a saber que así terminaría, sin embargo, debes hablar con él.

—Tengo miedo —asegura, su voz temblorosa y triste es acompañada por alguna lágrimas que bajan por sus mejillas.

—Ambos son adultos y si se quieren pueden salir de esta situación —comento con seguridad, según lo que ella misma ha comentado lo que hicieron fue bajo el mutuo conocimiento.

—Por el momento no habíamos hablado de hijos y no se siquiera si es de él —Cada palabra está acompañada por más lágrimas y el tono en su voz parece ahora un grito ahogado.

Atraigo su cuerpo hacia el mío y la abrazo, su cuerpo tiembla, sus sollozos son cada vez más fuertes y si ahora alguien estuviera afuera, como Cristopher, no cabe duda que los escucharía.

Minutos después que Martina logró calmarse y decirme que meditará durante unas horas antes de dormir, salió de la habitación para dormir y que yo hiciera lo mismo, pero no logre hacerlo durante la noche, espere por Cristopher durante horas y no llego, cuando mire el reloj y apuntaba las cuatro de la mañana me sentía muy cansada y logre dormir, no sin antes haberle enviado unos dos mensajes preguntando si llegaría a dormir y luego si estaría en el departamento para desayunar, por supuesto que no contesto a ninguno.

———

03 Noviembre 2019

La mañana estaba llena de molestia y sobre todo, cansancio. Me desperté a las seis de la mañana por un mensaje de Americo, donde me enviaba la dirección de su sitio de trabajo y la hora para encontrarnos, según había citado "Esperaba con ansias nuestra cita"

Al estar algo decente, ya duchada y con las prendas que usaría para salir junto con mi cartera, camine hacia la cocina, allí se encontraba Patricia tomando un café, según mi olfato, y leyendo una revista, al verme iba a dejar lo que estaba haciendo para buscar algunos platos y servirme algo de comer, pero por fortuna la detuve a tiempo.

—Creo que eso puedo hacerlo yo, ya preparaste el desayuno, eres muy amable —comento con tranquilidad, la misma que ella me inspira.

Al inicio parecía no aceptar hasta que decidí dejar el plato que ambas tomábamos para buscar otro y empezar a depositar algo de fruta, waffles con algo de miel y huevo con tocino.

No hubo palabras, en ocasiones quería hablar para romper esta extraña tensión, pero no sabía muy bien de qué y al parecer ella sabía algo que yo desconocía desde la salida de Cristopher el día de ayer. Decidí aprovechar ese tiempo para pensar un poco en lo que haría estando con Americo, según lograba recordar solo sería un dibujo, pero ignoraba el tiempo que llevaría.

Cuando termine deje los platos sobre la encimera y caminé hacia el cuarto de Martina, el cual se encontraba semi abierto, al igual que ayer y al asomarme la vi dormida sobre una cama algo revuelta, sonreí con pena por su situación.

—¿Va a salir señorita Castillo? —preguntó una voz a unos metros de distancia mientras me dirigía a la salida.

—Así es, tengo compromisos laborales —respondí con toda la tranquilidad que tenía, sentía que iba a preguntar más, pero antes que pasara salí.

Desde que me levanté tenía en cuenta una cosa de gran importancia, los vigilantes en la entrada. No negaré que me molesto un poco verlos y más cuando se centraron en mí, se miraron entre ellos con su lenguaje típico y solo hasta que estuve dentro del ascensor uno de los dos entró.

No podía negar que el porte del hombre, traje negro y alto, me intimidaba en el espacio reducido del ascensor, sin embargo, trague grueso y espere hasta que llegáramos a la planta baja, donde salí con rapidez para llegar a la calle y pedir un taxi.

Creo que ahora nos hace falta nuestro auto... Necesitamos hablar con Joa.

Al tratar de dar un paso sentí que el hombre que me custodiaba me tomaba del brazo para hacerme caminar, lo mire muy mal —¿Qué te pasa idiota?

—Son órdenes —respondió sin más, con total seriedad.

Camine o me arrastraron hacia un costado del edificio y nos detuvimos frente a un auto negro, en menos de un parpadeo el hombre me abría la puerta para invitarme a subir.

—Este auto se encuentra a su disposición, por órdenes del Señor Ferrer —habló de nuevo, con su brazo extendido tomando la puerta para que yo entrara.

No negaría que estar allí me hizo dudar y me sobresalte cuando sentí la vibración proveniente de mi celular notificándome que había llegado un mensaje, lo busque en mi cartera y los sentimientos contradictorios al leer de qué se trataba provocó un nudo en mi estomago.

Cristopher Ferrer:

Hazle caso a mis hombres, si necesitas salir ellos te llevarán. Usa el auto.

Reaccione al recordar mi objetivo de hoy, así que busque la tarjeta con la dirección de Americo y se la mostré al hombre, al momento de su asentir ingrese al auto, ajuste el cinturón y deje que aquel hombre, para mi desconocido, me llevara a mi destino. Aproveche para escribirle a Julia y Melissa el sitio al cual iría, para recibir algunos mensajes de su parte.

Melissa:

Llámame al final del día y cuéntame todo.

Julia:

Si pasa algo extraño no dudes en llamar, Enrique y Martin te envían saludos.

Movía el pie con rapidez, mi cuerpo me delataba o me mostraba como me encontraba internamente, aunque de cierta forma quisiera negarlo, estaba ansiosa, quería que lo que hoy pasara se desarrollara de la mejor manera.

Cuando escuche que ya habíamos llegado, baje un poco la ventanilla a mi lado y observe el edificio me impresionó, el blanco impoluto parecía brindar una luz natural a toda la cuadra y las letras en negro donde claramente se leía Americo, brindaban cierta armonía; y eso que solo había visto la fachada.

El parqueadero del lugar se encontraba al lado, una parte de mi no entendía como nuestro ingreso se había realizado de una forma muy rápida y fácil, el hombre que vigilaba el lugar no se molestó en pedir algún documento, solo nos dejo pasar.

Cuando salí del auto, sin esperar a nadie para que abriera la puerta, dos hombres que al parecer me esperaban se acercaron a mi y uno de ellos, un hombre joven, moreno, alto y con un afro arreglado me ofreció su brazo.

—El señor Américo la espera —habla con gentileza y suma caballerosidad, acepto cuando siento que él en ningún momento coquetea o dice algo indebido o extraño.

Mientras caminamos asumo que el otro hombre es un guarda de seguridad, igualmente no dudaría que así fuera, Americo parece y sin duda es un hombre reconocido e importante.

Al pasar por los pasillos miro de forma rápida algunos cuadros que adornan las paredes, la mayoría son retratos de mujeres, todas se diferencian de manera notable; al parecer para este pintor la belleza es única, en cada mujer que retrata lo expresa. Sigo con mi atención puesta en cada cuadro que pasamos que ignoro el momento en el cual nos detenemos y solo reacciono cuando una mano toma mi rostro para hacerlo mover.

—¿Admirando las obras? —comenta Americo con una sonrisa que siento genuina y un brillo en sus ojos.

Me alejo de los dos hombres, entrelazo mis manos y la pena me sobrepasa, ya que siento mi rostro algo caliente, recordándome que esa es una señal de un muy claro enrojecimiento.

—No... no se puede negar la belleza en cada cuadro —hablo, pero mi intento de tartamudeo empeora mis nervios y pena.

—Cada mujer es como una estrella —su sonrisa se expande y camina hacia mi— única, brillante, hermosa y especial.

Antes de dar otro paso hacia alguno de mis dos lados, Americo me toma de la mano para colocarla sobre su brazo para así iniciar con, lo que parece, una pequeña caminata.

—Antes de tu llegada estaba pensando en tu posible lienzo y no entendía como es que cada uno, en mi mente, era mejor que el anterior —dice con aparente duda, sin embargo, siento su mirar y rie—; mi mente ahora me insulta y ¿sabes por qué? —su pregunta si me llama la atención y casi que causa gracia— Porque me dice a gritos que tu belleza es sublime.

Miro hacia el piso con incomodidad, las palabras se me atoran en mi garganta o desaparecen de mi boca y mente.

—Este será tu escenario —informa con entusiasmo, no tan disimulado.

Observo con rapidez hacia el punto que el comenta y el detalle que observo es... Las rosas forman un arco sobre un banco de terciopelo rojo e incluso algunos parecen salir del mismo mueble, parece un espacio mágico, sencillo, pero femenino.

—Toma esto.

Americo se acerca a mi derecha y me ofrece, lo que al parecer es un vestido, la tela de encaje es suave a mi tanto y su mezcla con algunos retazos de tul hace que la visión ante mi posible retrato sea...

—Serás la más real representación de una diosa, pura y casta —interrumpe mis pensamientos con su extraña comparación. Cuando decido tomar por completo el vestuario, sus manos rozan las mías y nuestras miradas parecen conectarse por leves segundos.

—¿Dónde puedo vestirme? —pregunto y mi voz sale, ante mi propia extrañeza, como un murmuro.

Me alejo de él y por fortuna no me detiene, quizás mis cuatros pasos hacia atrás poco le han llamado la atención o ha decidido ignorar mi rechazo. Americo le hace algunas señas al mismo hombre que me recibió hace algunos minutos, cuando lo miro noto su semblante algo serio, al parecer ha dejado su sonrisa de lado para señalarme y acompañarme hacia el área que utilizare como vestidor.

Niego con una risa el hecho que el sitio sí es un vestidor y por el hecho que solo queda a un puesta de distancia del área principal, yo hubiera llegado sola, no había la necesidad de enviar a alguien conmigo. Me visto con rapidez y frente a un espejo de cuerpo completo en el lugar, me observo y no cabe duda que esa prenda es muy bonita, solo que en cierta parte, con algo de luz, la transparencia es un poco notable; respiro de forma profunda y cuando salgo, el joven moreno se para frente y me detiene, observa mi cabello y retira la moña que llevaba para dejarlo suelto, sus manos hacen que este se esparza y parezca, desordenado.

Con una señal de su cabeza, asimilo que su trabajo está terminado y nos encaminamos hacia la sala para encontrarme con Americo junto con un caballete de notorio tamaño y algunos lápices de colores y otros que a mi parecer es carboncillo e incluso acuarelas y pinceles.

—Mattio, ayúdala con la postura —demanda sereno, sin mirar a nadie, solo se centra en sus instrumentos.

Mattio, como al parecer se llama el joven que nos acompaña, me lleva hasta la banca y hace que me recline, acomoda mis piernas, brazos y cabeza. Termino con una pierna sobre la otra, de una forma sutil y mi cabeza se encuentra apoyada sobre uno de mis brazos.

—Me informaras si te sientes cansada, nos tomaremos un descanso y retomaremos el trabajo —informa mientras se arremanga la tela de sus brazos y se sienta sobre una silla alta, su mirada me observa de pies a cabeza y ante su falta de expresión, asimilo que ya ha iniciado con su labor, sin embargo, en medio de su silencio le escucho hablar—. Un cuerpo en el lienzo, tan magnífico lienzo.

Al principio no me parecía mala la postura, pero después de los primeros veinte minutos lo consideraba, por fortuna Americo se encontraba muy atento en cada gesto que yo hacía, sin embargo consideraba que su atención hacia la pintura es muy excesiva, no dejó que su ayudante que se le acercara e incluso que hablara, en ocasiones sentía que Americo se interesa mientras pintaba, pero al final, cuando una sonrisa se dibuja en su rostro, todo cambia.

—No entiendo como no te había visto antes —comenta mientras se acerca y me ayuda a levantarme de la silla.

—Así es el destino —hablo con algo de gracia; veía esto como algo entretenido, al igual que nuestra cercanía.

Americo me toma de la cintura y en unos pasos rápidos me lleva al cuadro, su principal atención y tan pronto mis ojos se posan sobre este me es imposible contener la sorpresa por lo que ha hecho. Soy yo, evocando a una musa, donde mis facciones parecen de porcelana y el brillo en mis labios y ojos es de notar.

—¿Te has quedado muda? —Escucho la voz de Americo como un susurro que provoca un escalofrío por todo mi cuerpo, me alejo un poco de él, no recordaba el momento de su cercanía.

—Es que... tu cuadro... mi cuerpo —Seguía aturdida, sin embargo, la felicidad naciente se expandió con rapidez y con una sonrisa inmensa en mi rostro lo abrace—. Lo que has hecho ha quedado bellísimo —confieso finalmente.

Siento que mi movimiento lo ha dejado de piedra, ya que sus manos han quedado estáticas, así que antes de sentirme algo incómoda o un poco más, me separo de él y camino hacia el vestidor.

—Creo que es necesario cambiar mi ropa —hablo con rapidez, espero unos segundos su respuesta, sin embargo solo recibo de él, un movimiento de su cabeza, tan lento y pausado que me provoca demasiada extrañeza y más si de esa forma ve mi cuadro.

Creo que es buen momento de empezar a dudar.

Después de batallar por quitarme las prendas sola, busco mi bolso y al ver la hora en el reloj me sorprendo, pronto serán las dos de la tarde. Tomo mis cosas, mientras busco el número de Cristopher y le llamo al tiempo que salgo de allí con rapidez, veo a Americo dibujando líneas rápidas sobre el cuadro.

—No pensé que esto nos llevaría tanto tiempo —digo con sinceridad.

—¿Parece que tienes prisa? —habla sin mirarme, su mirada solo se centra en su obra, el ceño en su frente se profundiza cada vez que pasa el pincel—. Cuando nos centramos en lo que queremos el tiempo puede llegar a ser... una ilusión.

—Pero ahora, tu ilusión y la mía son completamente distintas ¿no es así? —pregunto, la voz proveniente de mi teléfono hace que termine la llamada, una sin respuesta; vuelvo a acercarme un poco a él para ver de nuevo que ha hecho.

Una parte de mi quisiera tener aquello sobre la pared de mi apartamento, pero no soy lo suficientemente vanidosa para verme allí todos los días.

—Pronto realizaré una exposición y tu cuadro será, sin duda el mayor centro de atención —comenta con orgullo sincero, deja a un lado sus objetos de trabajo y toma de uno de sus bolsillos una pequeña bolsa blanca que al abrirla toma un importante tamaño y con esta cubre el lienzo—. Ahora que ya estamos libres ¿podría invitarte a comer?

Titubeo ante su propuesta, miro mi celular esperando alguna respuesta, pero esta no llega.

—No se si sea lo correcto, mira yo...

—Sé que estás con Cristopher y mi invitación no es nada de qué preocuparse —me interrumpe para hablar con una tranquilidad que sopesa la mía.

Lo pienso un poco y en medio de mi silencio, Americo se cambió su camisa, la cual se encuentra un poco manchada, con otra que le trae su ayudante Mattio. Lo observo un poco, pero cuando siento que lo miro de más, giro mi rostro y me centro en algunos cuadros que no había visto en mi llegada.

—Si se preocupa mucho por Cristopher, es porque siente algo muy fuerte por él, ¿no es así? Los dos tenemos una conexión con ese hombre, creo que eso es suficiente para no provocar algún mal comentario.

Su mirada atenta se fija en la mía, mi mente se basa y gira en sus palabras, unas que encuentro con sentido, sin embargo, aún hay algo que no me deja tranquila al verle.

—Lo acompañare por unos minutos, después de ello regresare a casa —respondo, una parte de mi desea buscar el porqué de mi extraña sensación frente a él y de igual forma saber en qué parte o como se conecta con Cristopher.

Sonríe, un gesto algo pequeño, pero seguro. Le sigo los pasos, sin embargo, rechazó el ofrecimiento de su brazo al caminar. Cuando llegamos a la puerta, recuerdo a los hombres responsables de mi cuidado, mismos que me abren la puerta, no solo a mi, también a Americo.

—Parece que ellos te conocen muy bien —hablo con un interés disimulado, ya que si es verdad lo que el me había comentado antes, la mayoría de las personas que trabajan para Cristopher o a su lado lo conocen a él también.

Ante mi comentario, Americo levanta los hombros y con una sonrisa ladina me observa.

—Digamos que mi frecuencia a la empresa Ferrer genera algunos beneficios —responde sin más, como si aquello fuera suficiente para mi.

Es suficiente ¿por qué debería decir más?

Es mi propia conciencia quien me hace pensar más de lo normal, ya que la apariencia de este hombre es como la de Cristopher, un hombre que oculta muchas cosas y que poco a poco las deja al descubierto, dejando siempre grandes interrogantes.

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