Quiero conocerte

15 Octubre 2019

Cuando llegué a mi habitación aún me sentía en las nubes, estaba perdida y no sabía siquiera cómo había podido llegar hasta aquí después de las palabras dichas frente a mi abuelo por parte de Cristopher.

Cristopher.

Sin poder evitarlo sonrío al recordar su nombre.

El sonido de la puerta rompe mi burbuja, mi abuela entra con una bandeja y en esta trae dos bebidas calientes.

—Debes tomar este té, evitará que contraigas alguna fuerte gripa por estar a la intemperie en medio de la lluvia, fue una suerte que te encontraras con el señor Ferrer, pero los dos resultaron empapados —cada palabra que sale de boca está llena de ternura—. Espero que no enferme.

—¿Desde cuándo lo conocen? —no puedo evitar preguntar—. Su trato es muy... cordial.

—El señor llegó hace un año aproximadamente, tengo entendido que fueron por asuntos de trabajo ¿por qué la pregunta?

—Solo es curiosidad abuela —soplo la bebida para disminuir su calor.

—Mi pequeña apenas termines de tomar el té debes acostarte de inmediato, ya sabes, no quiero que te enfermes —me aconseja y antes de salir besa mi frente—. Ahora le llevaré la bebida al señor Ferrer; buenas noches.

—Buenas noches.

... la estaré esperando en mi cuarto.

Su voz se cuela en mis pensamientos y su mirada parece reflejarse en cada rincón, es oscura, pero con un brillo tentador. Miro la mesa a mi lado y en ella se encuentra una lámpara, bajo su luz observo como pequeños insectos se acercan a esta atraídos por el brillo, pero el calor es excesivo para sus pequeños cuerpos y caen a la mesa muertos; un ligero escalofrío recorre mi cuerpo, me levanto y dejo la taza sobre el pequeño mueble y apago la luz, vuelvo a la cama y me refugio en la cobija y tan pronto como cierro los ojos lo veo a él tomando mi mano mientras corremos bajo la lluvia.

En la mañana hay mayor calma y decido levantarme temprano, ayudo a llevar los desayunos a las mesas, recibir a nuevos huéspedes y organizar las habitaciones, estar en movimiento despeja mi mente, pero antes de regresar a la cocina siento una mirada sobre mí, busco de quien se trata y logro dar con una chica delgada, rostros despejado y cabello recogido en una coleta alta, lleva ropa deportiva y se encuentra acompañada de otras dos personas más, habla con una de ellas y luego se dirige hacia mí.

—Excusez—moi, mais votre visage me dit quelque chose (disculpa, pero tu rostro me es familiar) —habla un perfecto francés, su voz es delicada, pero su mirada es algo seria— On se connaît ? (¿acaso nos conocemos?)

—Je ne crois pas du tout (no lo creo, en absoluto) —respondo con la misma seriedad en la cual ella ha preguntado— si je m'excuse, je dois partir, permission (si me disculpa tengo que marcharme, permiso)

Salgo del lugar, pero logro oír a la perfección unas últimas palabras.

—Je suis très sûr de ce que je dis (estoy muy segura de lo que digo).

Al mirar de nuevo a la joven veo que camina de regreso con sus amigos, se acerca a uno de ellos y le habla al oído en medio de risas. Su extraño comportamiento me enoja, sacudo mi cabeza para alejar malos pensamientos y decido que es momento de regresar a la cocina y acompañar a mi abuela, pero choco con alguien al darme la vuelta.

—Creo que debes mirar muy bien por donde caminas evitarías algún accidente.

Retrocedo dos pasos y lo miro mejor, paso mis manos por los costados de mis piernas en un movimiento rápido y repetitivo.

—Disculpa —hablo y me felicito internamente por no tartamudear.

—Te estaba buscando y al hablar con la señora Leonor me dijo que podías estar aquí —comentó sin dejar de mirarme y al notar que no respondía sonrió.

Aún no entendía con claridad la relación tan cercana de este hombre con mis abuelos, pero lo más extraño era saber por qué me estaba buscando. Mi rostro es de total asombro, ladeo un poco la cabeza y enarco un poco mis cejas.

>>Esta mañana le comente a tus abuelos sobre nuestra salida, están de acuerdo con ello ¿hice mal? —su pregunta en un tono un poco bajo y algo culpable.

De seguro mi rostro le expresan las más grandes dudas que me rodean, en cierto punto me molesta lo que hizo hubiera preferido que me hablara primero antes de ir con mis abuelos.

—Me tomas por sorpresa, eso es todo —trato de ser sincera ante él y su mirada es diferente a la de ayer, no la entiendo por completo—. Mírame, no creo tener la ropa adecuada para acompañarte.

Su mirada recorre todo mi cuerpo y de inmediato me arrepiento de lo que le acabo de decir, antes que su mirada regrese a la mía, el calor se incorpora en mi rostro y cuando su mano se dirige allí empeora.

—Si alguien dice lo contrario a lo que veo es un total idiota, estás muy bella esta mañana —su toque en mi mejilla es lento y parece que lo disfruta—, quiero que comas algo antes de salir, te espero.

Sale del lugar y me deja con la boca abierta por sus palabras que en realidad parecen una demanda, salgo de mi letargo para ir a la cocina, me preparo algo rápido, un omellette acompañado con pan recién horneado y algo de café, trato de comer tranquila, pero saber que estaré con Cristopher durante la mañana me pone muy nerviosa.

Termino de comer y antes de encontrarme con Cristopher voy al baño, me enjuago la boca y reviso mi aspecto, pantalones de yoga de color rosa, un top deportivo blanco y unos tenis del mismo color; toco mi cabello que se encuentra recogido en una coleta y algunos mechones sobresalen sobre mis oídos y sobre mi nuca, trato de bajarlos con algo de agua, pero es algo imposible. Bajo mis párpados se alcanzan a dibujar algunas líneas suaves, de seguro con algo de base se habrían ocultado, pero he decidido que durante mi estadía en el campo y fuera de mi horario de trabajo no usaría maquillaje, deseo estar natural. Sonrío frente al espejo, una manera de darme algo de fuerzas antes de ir a caminar.

—Eres una mujer fuerte Antonia, ningún hombre te va a... —trato de darme moral con respecto a Cristopher, pero no funciona.

Como si fuera tan fácil.

Mi subconsciente tiene razón, no entiendo por qué él me pone de esta manera.

Subo corriendo a mi cuarto y tomo mi celular, me despido de mis abuelos y en la salida encuentro a Cristopher sentado en una banca observando el paisaje, camino hacia él y como si sintiera mi presencia voltea a mirarme y de nuevo, en su rostro se dibuja una sonrisa.

—Espero no haberte hecho esperar mucho —me disculpo.

—No note el tiempo pasar —con sus manos hace una seña para que olvide mi pena—. ¿Estás lista? Quiero que me enseñes lo que más te gusta.

Saber que él quiere saber cuáles son mis lugares favoritos me hace sonreír, pero ¿sería igual si fuera otra la persona la que me acompañara? Lo miro de reojo y sé que está tranquilo y feliz o eso es lo que demuestra a la perfección; trataré de pensar que estoy con un amigo más, una persona que necesite de mi ayuda para saber ubicarse en un lugar que le es ajeno, pero este hombre provoca que mis manos suden un poco y que mi rostro se caliente momentáneamente.

Caminamos por las calles empedradas y trato de ordenar en mi mente, nos encontramos algo alejados del parque principal y la manera de llegar a ese sitio rápido sería en tuk-tuk, pero creo que Cristopher quiere ir a caminar.

—Podemos ir a la Capilla de Santa Bárbara y de allí seguir al Parque para las Artes —comento pensativa.

—Me puedes llevar a cualquier parte y no me voy a quejar —bromea.

—¿No te molesta que tengamos que caminar mucho? —mi pregunta es algo rigurosa, pero al verle él solo mueve un poco sus hombros.

—Estoy preparado para recorrer varios kilómetros, creo que aún tengo fuerza para eso —ríe.

Me sorprende que este hombre siempre encuentre algo que le divierta o le haga feliz con gran facilidad, no me considero ese tipo de personas. Lo observo con más detalle e ignoro su edad, pero sin duda es un hombre que le gusta cuidarse; bajo su camiseta manga corta se pueden apreciar sus músculos trabajados aunque no en exceso, su pecho es amplio y a medida que me dirijo hacia su sur, nada en su cuerpo cambia; el pantalón que lleva se ajusta en su cadera, pero antes que sienta mi mirada curiosa sobre su cuerpo finjo mirar algo en mi celular.

—¿Por qué salir de este pueblo y viajar lejos de casa? —Cristopher pregunta sin dejar de mirar al frente.

Aunque su duda me sorprende un poco trato de encontrar las palabras adecuadas para responder.

—Para mí, salir implicaba hacer realidad mis sueños y era un sinónimo de escape —un escape que buscaba desde mis diez años.

—¿No te dio miedo? —lo miro algo confundida—. Me refiero a viajar sin nadie a tu lado siendo joven.

—Creo que los nervios y mi convicción de demostrar ser buena en algo opacaba el miedo —mi voz es serena y clara— pero no estaría siempre sola, conocer a las personas que te rodean es importante para el desarrollo personal y afortunadamente conocí a las correctas.

—¿Lo dices por la pareja que te acompañaba aquel día en el restaurante?

Asiento a su pregunta, llevo mis manos a los bolsillos de mi pantalón y en mi rostro se dibuja una sonrisa, pero no hay una completa felicidad en ella, solo está allí para mostrar que trato de estar bien.

Antes que él siga con su curiosidad camino un poco más rápido al notar que estamos por llegar, ignoro su cara de sorpresa cuando nota que estoy casi corriendo delante y cuando llego observo el lugar con mayor atención, como si fuera la primera vez en estar aquí; cuando Cristopher llega a mi lado le señalo la capilla y la cruz frente a ella.

—Llegamos, esta es la Capilla de Santa Bárbara —anuncio con emoción.

La construcción en piedra conserva su sobria estructura y fachada; antes de ingresar realizo la señal de la cruz en mi pecho y veo de reojo que Cristopher copia mi actuar. Dentro logro ver a cuatro personas, tres mujeres y un hombre en algunas sillas rezando arrodillados y con sus ojos cerrados; frente a nosotros las imágenes de seres santos adornan la estancia y los colores rojos, azules y dorados lucen intactos. Nos sentamos en la última de las bancas y observamos, el leve murmullo de los oradores apenas es apreciable, se logra escuchar a un auto pasar seguido de algunos gritos y risas.

Mientras me encuentro sentada no dejo de mover los pies, quizás sea el nerviosismo del momento o mis ganas de levantarme y acercarme al altar principal y tomar algunas fotos; decido ponerme de pie y hacerlo. Las miradas de las personas esta vez no se separan de mí, pero trato de ignorarlas.

¿Acaso no deben estar concentrados en su oración?

Al encontrarme a unos pasos de las imágenes, cerca del retablo de madera observo ese pequeño espacio; recuerdo cuando pequeña que esos rostros de porcelana me asustaban y me preguntaba ¿cómo le podían rezar a aquellos seres inmóviles? Evitaba mirarlos a los rostros, ya que temía que me miraran de vuelta.

Sonrío con nostalgia al recordar.

—Por un momento me imaginé a ti de pequeña haciendo lo mismo que haces ahora —Cristopher trata de hablar en voz baja, pero su voz resuena fuerte en el lugar—, observar cada detalle mientras sonríes.

—Pareces un adivino —bromeo al tiempo que decido salir del lugar.

Ya al encontrarnos en las afueras de la capilla, lo miro y nuestros ojos se encuentran de inmediato.

—¿Preparado para nuestro siguiente recorrido? —pregunto y sin poder seguir soportando su mirada bajo la vista a mis tenis.

Por un momento él no me contesta, con mi pie derecho trato de correr pequeñas piedras para distraerme, pero su silencio comienza a ser más largo de lo esperado.

—¿Siempre que estas nerviosa haces lo mismo? ¿Bajar la mirada y mover tus pies mientras llevas tus brazos sobre tu pecho?

Todo mi cuerpo se tensa ante su comentario y de manera lenta lo observo, se encuentra sonriendo de manera maliciosa, pero no siento ningún tipo de maldad, es como si me estuviese regañando al descubrir una de mis travesuras.

Muerdo el interior de mi mejilla y sin decir alguna palabra o esperar a que él dijera otra, giro sobre mis pies dejándolo detrás de mí y camino, no espero que me siga aunque se supone que eso debe hacer, ya que me comprometí con ser su guía por el pueblo, pero si desea marcharse estaré complacida.

Logro escuchar sus pasos acompañar los míos aunque mantiene la distancia. Percibo un leve dolor en las palmas de mis manos, de manera inconsciente había hecho de ellas dos puños y mis uñas hicieron presión sobre la carne, un leve color rojo en pequeños arcos en ambas manos demostraba mi estado de humor hace pocos segundos, ¿qué me estaba pasando? ¿Por qué me había permitido sentirme así frente a un desconocido?

Por fortuna llegar al parque fue rápido, perderse sería casi imposible. Al mirar de reojo hacia mi espalda Cristopher ya no se encontraba.

Me detengo de inmediato, pero ese hombre se encuentra lejos de mi rango de visión. Me devuelvo un poco, sin embargo, no encuentro alguna pista de él.

¿Cómo es posible si hace poco lo había visto?

—¿Qué te hiciste? —susurro y no puedo ocultar la creciente preocupación que nace en mi pecho.

Las esculturas talladas en piedra pasan a un segundo plano mientras busco a un hombre que hace pocos segundos no se había separado de mí, un hombre que me había dejado vulnerable por unas cuantas preguntas y ahora...

Mis abuelos no estarán muy contentos cuando se enteren de lo que pasó.

Doy el recorrido completo por el lugar buscándolo, pero no lo encuentro; encuentro un lugar donde pueda descansar y al estar sentada unas risas un poco escandalosas por parte de una mujer me sacan de mis pensamientos. Al dar con ella noto que no está sola, un hombre la acompaña y no es cualquier persona.

—Genial —murmuro irritada y sin pensarlo tanto me dirijo hacia la pareja.

La preocupación pasa a ser inexistente, camino con rapidez y al pasar junto a la mujer tropiezo con ella.

—Discúlpeme, no veía por donde caminaba, soy una descuidada —comento con falsa culpa— ¿la lastimé?

Su rostro trata de ser neutral y apacible, niega al responder a mi pregunta y cuando veo a Cristopher tratar de reprimir su sonrisa no logro ocultar la mía, algo que al parecer le desagrada a su acompañante.

—Espero disfruten el paisaje —digo antes de marcharme sin mirar atrás.

No puedo creer que en todo el tiempo que lo estuve buscando él se encontrara acompañado de una mujer, parecían muy felices juntos. Respiro para tratar de calmar el huracán en mi pecho y trato de poner mi mente en blanco; no tengo nada más que hacer aquí de seguro que en casa de mis abuelos podré ser de ayuda.

Una mano se posa en mi hombro, pero no me detengo y antes de que logre dar un paso más Cristopher se me adelanta e interrumpe mi camino.

—Te estaba llamando, pero creo que no querías escucharme —habla con seriedad a lo que respondo con una mirada igual—. Te quería dar esto —me ofrece un raspado dentro de un vaso de plástico, no había notado que lo llevaba.

—No debiste molestarte —murmuro y lo tomo.

Al llevarlo a la boca disfruto de su sabor, la leche condensada abunda y los pequeños trozos de frutas entre dulces y algo ácidas son únicos.

De regreso al hotel evito pronunciar palabra, él igual, solo disfrutamos de nuestros refrescos; tomo la pajilla entre mis labios e inspiro ruidosamente en el raspado provocando la mirada de Cristopher sobre mí e inmediatamente el calor se propaga por mis mejillas.

—Lamento si mis preguntas te incomodaron, ese no era mi objetivo —su voz ronca y palabras me sorprenden— no quiero que tengas una imagen equivocada de mí; cuando estoy contigo siento que puedo ser yo mismo y de manera errónea me tomo la confianza que no me han brindado.

Mis pasos se detienen, miro a Cristopher de manera apenada y me reprendo por haber actuado de esa manera.

—No debí actuar de esa manera, solo que... —su mirada es cálida, me siento acogida en ella— el pasado no se aleja con rapidez, no se va aunque así lo desee.

Sonríe con cariño y en ella logro sentirme bien y deseo que me siga mirando de la manera en la cual lo hace. Los gritos de dos niños jugando me sacan de mi ensoñación, están corriendo mientras persiguen un balón de fútbol y de pronto una mujer los llama a comer. Miro mi teléfono y la hora me sorprende.

—Tenemos que regresar —menciono a la par que camino— el almuerzo será servido dentro de poco y...

—No te preocupes por eso —me interrumpe—, yo te invito a comer. Durante mi estancia en el hotel soy yo quien cocina, he alquilado la cabaña dos en su totalidad para que nadie me interrumpa mientras trabajo.

Quedo sorprendida ante la información que acabo de escuchar, pero una escena llega a mi mente.

—Si sabes cocinar ¿por qué recibir el té que mi abuelo te ofreció? —y hablar como si propusieras algo indecente, pero esto último no puedo preguntarlo.

Me dedica una sonrisa y comienza a caminar.

—No podía rechazar un cálido ofrecimiento hecho por tu abuelo, además tu abuela hace unos tés que aún no logro repetir o copiar ¿crees que se vería bien de mi parte ser descortés? —su mirada expresa un divertido desconcierto y se me escapa una pequeña risa burlona.

Me siento mejor ahora, camino a su lado y por momentos nuestros brazos se rozan por nuestra cercanía autoimpuesta.

>>Puedes burlarte todo lo que quieras, pero me imagino que tú debes saber lo que pasa si le dices no a la señora Leonor —bromea y me guiña un ojo.

Durante nuestro camino de regreso al hotel Cristopher me habla sobre algunos aspectos de su vida, nació en Argentina, de allí su acento, pero desde su adolescencia vive en New York debido al trabajo de su padre y ahora por el suyo; cuando me comentó que él cocinaba pensé que bromeaba, pero saber que es chef me ha dejado boquiabierta, sin embargo, no se enfoca del todo en su carrera, ya que su otra profesión le es más demandante, debe manejar algunos detalles de la empresa inmobiliaria de la familia.

—Mis padres me dieron un ultimátum —comenta y en su frente se dibujan las típicas líneas del entrecejo— podía estudiar la carrera de gastronomía, pero si obtenía el título de administración en ese mismo tiempo —me mira y su semblante cambia de inmediato—, después de años de estudio logré obtener un MBA para la felicidad de mis padres y para mi deleite y si lo deseas puedo ser tu chef personal.

No logro salir del asombro, si comparo mi vida a su lado soy una pequeña piedra frente a una gran montaña.

—Pero aun así dices que no logras superar las creaciones de mi abuela —me burlo un poco y él se ríe.

—En la gastronomía el aprendizaje es continuo —se defiende—, pero me gustaría que probaras mis platos, quizás logres cambiar de opinión.

Entre bromas y risas llegamos al hotel, Cristopher me invita a pasar y percibo en la estancia un aroma varonil, es como si en cada rincón su esencia estuviera capturada.

—Si gustas me puedes acompañar a la cocina, quiero que te cerciores que todo está hecho por mis manos —mi mirada se dirige a ellas casi de inmediato y al notar las venas que cruzan en ellas una imagen poco decente pasa por mi mente.

Mientras Cristopher busca los ingredientes en el refrigerador y me da la espalda, lo observo sin limitaciones, los músculos de sus brazos son flexionados por sus movimientos, bajo por su espada y logro contemplar sus piernas vestidas por su pantalón ¿cómo serán si las deja al descubierto?

Antes que me dé por descubierta paso mi mirada al lugar, sé que mantiene la estructura de las otras cabañas, pero algunos objetos que creo le pertenecen dan un toque especial, todo está pulcramente ordenado.

Todo lo contrario a como luciría mi departamento si este fuera mi lugar de trabajo todos los días.

Regreso a Cristopher y verlo picar algo de cebolla, manejar los sartenes y adicionar lo que creo es vino blanco provoca una sensación extraña en mi cuerpo.

Eso se llama excitación.

—Eso es imposible —reprocho la idea de mi subconsciente y recibo una mirada curiosa por parte del chef a lo que solo sonrío de manera forzada.

Camino hacia la pequeña sala y decido esperar allí, no quiero hablar más de la cuenta y morir de vergüenza en el momento.

Pasan alrededor de veinte minutos y veo a Cristopher llevar los platos a la mesa, la carne cubierta de salsa hace que mi boca se vuelva agua, desaparece por un leve tiempo y vuelve con dos copas y un vino tinto.

—Espero disfrutes del plato, es un plato tradicional de Sevilla, Lomo de añojo a la plancha con salsa de chalotas, pero al no tener este último las reemplacé con cebollas pequeñas y algo de ajo —su explicación es muy clara y al ver su rostro mientras habla me demuestra que ama lo que hace— y para acompañar la carne algo de vino tinto.

—No puedo creer que tengas vino aquí —señalo ante mi observación de vino blanco anterior y ahora este.

—Nadie debe negarse a tomar una copa de vino diaria —bromea— además son tus abuelos quienes me los proporcionaron, ellos saben cuales son mis gustos durante mi estadía aquí.

No puedo creer el grado de confianza entre ellos, sin duda me sorprende.

—Ten buen provecho —Cristopher me observa y ante su invitación no dudo en comer.

El primer bocado en mi boca es grandioso, cierro mis ojos y gimo al saborear la carne. Si lograra describir la sensación producida sería un orgasmo gustativo, desear tener más de el hasta que no quede más.

—¿Te gustó? —su pregunta me saca de mi paraíso y al ver su mirada oscura y con una luz de sensualidad provoca que mastique con lentitud, no logro hablar así que levanto mi mano y con mi pulgar arriba le doy mi aprobación.

Cuando terminamos de comer Cristopher me pide que me quede allí mientras lleva los platos a la cocina, tomo algo de vino y me levanto para caminar un poco por el lugar. Me siento en un pequeño sofá y lo espero.

Verlo llegar provoca mi sonrisa que va desapareciendo a medida que él se acerca y se sienta a mi lado, no dejo de mirarlo y cuando sus ojos se posan en mi boca paso mi lengua por mis labios, acto que repite sin descaro ¿acaso yo soy una descarada por hacer lo mismo? Dejo de pensar al sentir su mano en mi mejilla, acaricia lentamente esa área y llega a mis labios que se entreabren al sentir su tacto.

—Tienes una pequeña mancha aquí —susurra cerca a mi boca, logro sentir su aliento y detecto el olor a vino tinto que de seguro también se encuentra en mí.

Cierro los ojos y siento sus labios rozar los míos, traza un leve movimiento con su lengua en mi comisura y pronto su beso acapara mi boca, es delicado y como lo suponía el sabor a vino es más fuerte; respondo a él sin pensarlo dos veces, la mano que lleva la copa pasa detrás de su cabeza, le doy la oportunidad de profundizar el beso y cuando el aire parece ser escaso nos separamos, pasa su rostro a un lado de mi cabeza y su mano toma la mía para juntarlas.

—¿Lo sientes? —murmura muy cerca a mi oído y provoca que todo mi cuerpo se tense y un escalofrío me recorre la espalda—. Es una tensión entre tú y yo ¿es algo sexual? Si estás a mi lado por más tiempo podremos descubrirlo, quiero conocerte a profundidad.

Trago grueso ante su proposición, pero no logro decir una palabra con respecto a las suyas y antes que él se separe por completo, busco su boca y lo vuelvo a besar.

Hay cosas que pasan, se vuelven intensas y...

Recuerda que hoy hay actualización doble y este es el segundo capítulo, Agradable sorpresa es el anterior. Esto cada vez se pone mejor.

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