¿Qué planeas hacer corderita?

¿Disfrutar?

Cada uno de sus movimientos me ponían en estado de alerta y tensión, él parecía encantado con la conversación establecida con el chef y con hacerme sufrir.

Primero, unos ligeros recorridos sobre mis nalgas, un escalofrío recorría mi espalda al pensar que alguien nos podría estar observando, pero de manera contraria aquello me excitaba.

—¿Qué es lo que más le gusta de su carrera? —La pregunta salió de mi boca y me felicité por no tartamudear.

Quizás una pequeña parte de mi cabeza seguía el hilo de la conversación.

—Crear nuevos platos y experimentar con nuevos ingredientes —Cortaba, freía y sazonaba con gran agilidad, parecía hipnotizar con la rapidez en sus movimientos—. Aunque el reconocimiento que recibes por hacer algo grande es indescriptible.

—No puedes negar que aquello que llamas indescriptible, tiene un sabor a triunfo y poder —Cristopher habló con gran determinación.

El señor Simón reía ante el comentario, pero yo sentía que había algo más en sus palabras, podía ver en él a un gran tiburón de caza que no le da miedo mostrar los dientes y demostrar que tiene... poder.

Tratar de concentrarme era ridículo, por un momento creí que Cristopher había detenido sus movimientos, pero no fue así, sus dedos apretaban ligeramente cada glúteo, de manera tentadora y maliciosa recorría un lento camino hacia mi centro, sin embargo, antes de llegar a el paraba e iniciaba de nuevo.

Me torturaba, quería provocarme y el resistirme solo aumentaba el calor y las ganas de ir más allá. Con mi mano derecha buscaba su brazo, esta sería una manera de detener su juego, pero tan pronto como sintió mi mano metió su dedo en mi intimidad, un ligero gemido salió de mi boca, mordí el interior de mis mejillas para evitar que mi voz se descontrolara.

—Deberíamos ir a la mesa —habló fuerte y sus movimientos se hicieron más rápidos dentro de mí—, pronto servirán las preparaciones —Miró mis piernas y sonrió de forma maliciosa— los zapatos que llevas parecen no estar hechos para estar tanto tiempo de pie.

Detuvo sus movimientos, dejó de atormentar mi botón de nervios y pasa a mi lado, con su brazo toma mi cintura y me ayuda a caminar, lo miro de reojo y ante mi asombro lame su dedo sin alguna pizca de pena.

—Debo ir al baño —El bochorno en mi cuerpo aumentó de golpe al verlo saborear el flujo de mi intimidad.

Salgo de su brazo y con mi cuerpo un poco adormilado me dirijo hacia un pasillo detrás de la mesa, no se a donde llevaría y no me importa, camino sin alguna orientación, asomándome en cada puerta y perdiéndome aún más. Una sensación de alivio recorre mis pensamientos, no veo a nadie por el lugar y eso significa que nadie vio la escena sexual e inapropiada de hace unos minutos.

Después de caminar y regresar sobre mis pasos encuentro el camino hacia los baños, no tan lejos del salón principal.

Parece que el inicio de una follada te nubló la mente.

Me acerco al espejo y observo mi rostro, el calor en mis mejillas es evidente, el brillo en mis ojos me delataría frente a cualquiera y mis labios entreabiertos para tratar de regular mi respiración, sin duda estaba disfrutando la habilidad de sus dedos y si...

Cierro los ojos, me aferro al mostrador del lavamanos, las pulsaciones de mi clítoris aumentan y sin razonar dirijo mi mano hacia allí, levantó un poco mi vestido y acarició la tela de mis bragas húmedas.

Una presión en mi espalda me despierta, abro de golpe mis ojos y el reflejo en el espejo me señala que no estoy sola, su mirada me observa hambrienta, sin rastro de picardía y juego, solo hay fuego y deseo.

—¿Qué planeas hacer corderita? —susurró, su voz era ronca y fuerte, seductora.

Arqueé mi espalda cuando su mano recorrió mi cuerpo, desde mis senos hasta mis caderas.

>>No dejes de mirarte —Con su mano izquierda toma mi mentón e inmoviliza mi cabeza, mira nuestros cuerpos pegados y necesitados.

Observo el recorrido de su mano libre, acaricia mi pierna y juega con el dobladillo de mi vestido, lo sube hasta mi cintura y los dos observamos la tela de mis bragas, encaje blanco y triangular. Delinea el camino de la tela, sus labios dibujan una sonrisa socarrona y ardiente.

—Me gusta tu tanga, pero no creo que debas llevarla  —Tiró de ellas, las vi caer y las sentí en mis pies, estaba desnuda de nuevo ante su mirada— me gusta más verte desnuda.

Muerdo mis labios con mayor fuerza cuando sus dedos rozaban mi monte de venus y jugaba con mi botón de placer, mis labios y mi cordura.

Finge entrar, solo me atormenta, quiere hacer creer mi necesidad y con mi mala suerte lo está logrando.

Sus juegos previos son deliciosos y empiezan a tomar una parte de mí. Entra por completo, la humedad de mi canal le facilita cada movimiento y ante ellos de mis labios ya no salen palabras coherentes, solo murmullos incomprensibles y agitados.

—¡Ah! —gemí en voz alta, podía sentir como mi vagina apretaba el dedo de Cristopher, estaba cerca y él lo sabía.

Aumenta la velocidad de sus embistes al igual que mi cadera al recibirlo, la humedad bajaba por mis piernas y estas tiemblan levemente, mi respiración se agita y al cerrar los ojos sentí perderme. Leves convulsiones sacuden mi cuerpo ante el fuerte golpe de mi orgasmo, por fortuna Cristopher me sostiene, él se había llevado mis fuerzas y las palabras de mi boca.

—Estas hermosa querida —Besa mi frente y arregla mi vestido, espera a que mi cuerpo vuelva en sí mientras trata de arreglar la tela de su entrepierna.

Lo siento en mi espalda baja, él con su mano izquierda me sostiene de la cintura mientras su cabeza se ubica muy cerca de mi cuello, aspira el aroma de  mi cabello y frota su frente sobre este. Abro con lentitud mis ojos, trato de enfocar mi visión borrosa y sin duda el brillo en mis ojos demuestra lo que acaba de pasar, acabo de recibir un orgasmo en un baño, en el restaurante que se encuentra de inauguración y el que Cristopher reservo para nosotros dos.

—Te espero en la mesa —susurra en voz baja y ronca, está tan cerca de mi oído que siento como su voz vibra en aquella área sensible de mi cuerpo y ante su actuar mi cuerpo se empieza a calentar de nuevo.

Oh, por favor cuerpo contrólate.

Pero antes de marcharse lo miro a través del espejo, se agacha y lo que toma del piso lo guarda en el bolsillo de su pantalón, se marcha muy tranquilo y sin mirar atrás.

Repaso mentalmente todo, evitando las partes en las cuales mi cuerpo entró en combustión.

¡Mierda! Estoy en un jodido restaurante, con un chef reconocido a pocos metros de distancia y un dueño del restaurante que de seguro se encuentra encerrado en algún lugar esperando que nos marchemos para cerrar.

¿En qué momento me volví una adolescente hormonal?

Con algo de agua arreglo mi cabello, busco mi cartera, pero recuerdo que al momento de acercarnos al señor Valverde la deje sobre la mesa; ajusto mi vestido lo mejor que puedo, tomo valor y decido que es momento de salir del baño y afrontar al hombre que se encuentra en la mesa esperándome.

Doy dos pasos y una ligera sensación de frescura se expande por mi entrepierna, froto mis piernas y en el espejo reviso mi cuerpo y ante mi observación no encuentro nada extraño, doy otros pasos y esa sensación sigue allí, no me molesta del todo, sin embargo...

—Cristopher —Su nombre sale de mis labios en medio de un susurro y las escenas exactas de su llegada al baño me asaltan.

Su mano había subido a mi entrepierna, tomó mi tanga y la dejó caer...

Me congelo a unos pasos de la puerta y siento como mi cuerpo se calienta ante lo evidente, no tengo ropa interior y quien la tiene se encuentra muy tranquilo en la mesa.

Tomo aire, tantas veces que me siento hiperventilar.

Tú te buscaste esto ahora te aguantas.

Mi conciencia tiene razón, no sé cómo paso, pero paso y ya no hay vuelta de hoja y si quiero conservar la poca dignidad que creo tener, caminaré hacia la mesa, acompañaré a Cristopher y le demostraré que nada en él me perturba lo suficiente como para quedarme encerrada en un baño ajeno.

Levanto la cara y camino, olvido lo que paso hace minutos y en mi cara se dibuja una sonrisa tranquilizadora o espero que así se vea. Al llegar Cristopher se encuentra hablando con el chef Valverde, cuando ambos me ven Cristopher se levanta de su puesto y me arregla la silla como todo un caballero.

—Pensamos que se había perdido —El chef parece divertirse ante mi demora y no niego sus palabras, me río para seguir con su broma.

—No está tan lejos de la realidad Señor Valverde, en un momento pensé que gritar para pedir ayuda —Los dos hombres se ríen, pero la mirada de Cristopher pasa de burla a picardía

—Ahora que se encuentran los dos en la mesa traeré los platos.

Vuelvo a sonreír para agradecerle su atención y tan pronto como él ha salido, es el otro hombre a mi lado quien habla.

—¿Estás segura de que no gritaste? —Su pregunta es algo burlona y antes que mi cuerpo reaccione fuertemente hacia él, sonrío fingiendo inocencia.

—¿Por qué debería haber gritado? No ha pasado nada importante o sorprendente para que mi cuerpo reaccionara de esa manera.

Mis palabras lo toman por sorpresa, se ríe abiertamente mientras toma la servilleta y la arregla sobre su regazo, decido hacer lo mismo y por primera vez siento que he ganado una partida frente a Cristopher.

—He aquí vuestros platos, que los disfruten —El chef deposita sobre la mesa cada plato y se marcha enseguida.

Visualmente es una exquisitez y al llevar a mi boca el primer bocado, el sabor estalla y me es imposible gemir ante la preparación.

—Puedo deducir que el plato ha sido de tu total agrado —Ante mis ojos Cristopher se divierte con mis gestos y antes de comer me guiña un ojo, haciendo que niegue sonriente ante su actuar.

Aprecio los minutos donde comemos en silencio, donde su mirada no se aleja de mí y su mano acaricia levemente mi pierna desprovista de tela. Siento que este espacio lo atesoraré en mi mente, sin duda es lo que necesitaba después de noticias desalentadoras.

Termino la cena y tomo la copa de vino, según Cristopher es un Merlot, caracterizado por su sabor suave y aroma aromático, ideal para acompañar estos tipos de preparaciones. Lo llevo a mis labios, pero el sonido de mi móvil indicando una llamada me detiene, lo busco en mi cartera y al ver el remitente me congelo.

—¿Estás bien? —escuchar a Cristopher me ayuda a salir de mi letargo, tomo con más fuerzas el teléfono y me disculpo con él, me levanto y me alejo de la mesa para contestar.

Cuando siento que me encuentro libre oprimo el botón verde y hablo.

—Hola, papá ¿cómo estás?

No entiendo por qué me siento algo cohibida en este momento, quizás algo precavida a lo que va a decir y a lo que mi boca pueda contestar.

—Hola, hija —se ríe un poco—, nosotros estamos bien, no te preocupes ¿cómo estás tú? —Respiro más cómoda, esta es la misma llamada de cada año, en la misma fecha y por la misma persona. Solo que esta vez la respuesta será algo diferente.

—No debes preocuparte por mí, sabes que a mamá no le agrada que llames este día —u otros días—, pero te puedo decir que no estoy sola y encerrada en mi cuarto, he salido a comer con un amigo.

—Es bueno escuchar eso hija, tus abuelos me comentaron algo cuando los he llamado —Lo escucho vacilar por momentos e imagino a su rostro con un lindo tono rosa pálido—. ¿Ese amigo te trata bien?

No logro contener mi risa, papá está demostrando su lado protector como innumerables veces lo ha hecho, es algo que aprecio con toda el alma, sabe que mis relaciones anteriores no fueron muy buenas y como lo ha dicho en otras ocasiones, desea que me encuentre feliz sin que nadie me lastime.

—Mi amigo es un gran hombre —Miro a Cristopher quien no deja de mirarme, sonrío ante su imagen y él no duda en devolverme el gesto— es atento y caballeroso, quizás podría ser tu competencia.

Lo escucho gruñir al otro lado de la línea algo que me causa aún más gracia.

—¿Sabes que si trata de sobrepasarse contigo no encontrará sitio alguno para esconderse? —El tono de su voz no da pie a burlas o equivocaciones, está siendo muy claro y trato de ser lo más seria posible ante su demandante aclaración.

—No te preocupes, entre él y yo hay... —Me quedo muda, busco una palabra que sea coherente y decente ante la relación que estoy llevando con Cristopher, él no se ha sobrepasado conmigo, creo que ambos lo hemos hecho— ...cordialidad y aprecio.

Ambos con intercambio de sudor, adrenalina y algo de deseo.

—Sabes que debes cuidar...

No logro escuchar con claridad sus palabras, parece como si la señal hubiese sido intervenida, reviso mi celular, pero todo está perfecto, llevo de nuevo el móvil a mi oído y espero que mi padre siga hablando, de pronto un sonido regresa de golpe y me molesta un poco.

—Sabes que no debes llamar los días como hoy —El tono en su voz sigue siendo el mismo cuando se fue y me entristece—. Si quieres hablar nosotros te llamamos, no hay otra forma.

Antes que logre reprochar o defenderme cuelga, respiro con fingida calma y miro todos lados esperando tranquilizarme; papá puede ser dulce y mi madre... opuesta por completo a él y alejada por completo de mí.

Después de contar hasta diez decido regresar a la mesa, la mirada de Cristopher es aún más fuerte que antes y trato de ignorarla, agradezco que no pregunte e inclusive que hable por el momento; tomo la copa de vino y la bebo por completo.

—¿Sería muy imprudente de mi parte preguntar por qué estás así? —Trago grueso, por fortuna sobre la mesa encuentro una copa con algo de agua, la tomo y bebo un poco.

No contestar y no mirar, mis reglas para evitar que el nudo en mi garganta se agrande y la humedad recorra mis mejillas; miró a la mesa del chef, se mueve con gracia y a pesar de la distancia creo notar como sobre su frente se marcan el entrecejo, sin duda está muy concentrado. No alejo la mirada sobre aquel hombre hasta verlo llegar a nuestra mesa con el plato del postre.

Finjo escuchar cada palabra, entender el porqué recibió un premio por su plato y saber que el chocolate hace parte de este, Cristopher es quien pregunta y responde a cada inquietud del chef y yo, bueno, solo muevo la cabeza y estiro mi boca buscando una sonrisa que los satisfaga; vuelve a marcharse y a dejarnos solos en un ambiente muy diferente al inicial.

—No has probado nada del postre  —comenta mi amigo y siento que está molesto, no le reprocho solo he estado jugando con los cubiertos durante varios minutos.

Lo miro de reojo, se encuentra apretando su mandíbula, con el entrecejo marcado y sin dejar de mirar su plato, su mano  derecha aprieta en puño el cubierto y con la otra tamborilea sobre la mesa, noto con las venas recorren ambas manos hasta perderse bajo la tela de su traje. Tomo mi cubierto y trato de llevarlo a mi boca, pero el apetito se ha marchado y las ganas de estar aquí también, de pronto su mano toma la mía, tira la servilleta sobre la mesa y nos levantamos, con el tiempo que me da solo logro tomar mi cartera junto con mi móvil y seguirlo a pasos agigantados, teclea algo en su celular y en la salida del restaurante ya se encuentra su auto esperando por nosotros, toma las llaves, me lleva a la puerta del copiloto y la abre para mí, no espero nada y entro, él se acerca a la puerta, saca su billetera y le ofrece algo de dinero al joven y antes que logre procesar algo de lo que pasa el auto ya se encuentra en movimiento.

Miro la hora en mi celular, son pasadas las diez de la noche y no sé qué hacer ahora, está más que evidente que la sorpresa de esta noche está perdida ¿gracias a quien? Soy culpable de permitirme que las malas emociones arruinen los mejores momentos, me odio por ser tan permisiva con los malos comentarios, por dejar que estos controlen gran parte de mi vida.

Es la primera vez que noto algo de frustración en Cristopher, conduce con su mano derecha mientras mantiene inclinada su cabeza sobre la otra, misma que se encuentra apoyada sobre la ventana. Su rostro luce estoico, pero sus sentimientos se arremolinan en su mirada oscura. Abro la boca y la vuelvo a cerrar, parezco un pez en cada movimiento, quiero decir algo para así lograr suavizar lo que provoque, pero no hay palabras incluso en mi cabeza el caos es gigante. Suspiro derrotada, agotada y vencida por todo lo malo que mi madre puede generar.

¿Por qué soy tan débil frente a ella? ¿Por qué no me quiere? ¿Qué he hecho mal en toda mi vida?

Un sollozo rompe en mi garganta, aprieto con fuerza mis manos para frenar los impulsos de querer llorar, no quiero que Cristopher me mire en este estado.

Escucho el tocar del piano, no hay letra que acompañe la canción, solo es la melodía de aquel instrumento lo que logro oír y lo que ocurre es casi mágico, ese sonido logra calmar mi estable ser; me acomodo en la silla y cierro los ojos quiero llenarme de aquello que tranquiliza, pero un leve movimiento inesperado me asusta, la silla comienza a reclinarse hacia atrás y al mirar a Cristopher luce diferente, está tranquilo.

Sonrío y vuelvo a acomodarme en la silla, quizás podría dormir un poco aquí.

La música sigue sonando, en ocasiones creo oír a Beethoven y aquellos genios de la época, creo que hasta ahora logro disfrutarla como se debe, sin presiones, sin afanes o buscando una similitud de la letra con mi vida, por fortuna no la tiene y no la necesito.

Imagino un valle verde, como los que dibujaba de pequeña en las clases de artística, llenos de flores de múltiples colores que eran visitas por bellas mariposas que podían brillar si la luz tocaba sus alas, ese era mi cuadro perfecto, uno que solo logro ver mis sueños, aunque escasos y casi imposibles de soñar está allí. Logro sentir como la brisa juega con mi mejilla, una vez y otra más, pero es tan insistente que termino por mover mi mano sobre mi rostro, pero al hacerlo es una risa la que escucho, una risa ronca, varonil y provocadora.

Entreabro mis ojos lentamente, Cristopher se encuentra en la misma postura que yo, solo que me está mirando con fijeza y no deja de sonreír mientras toma algunas hebras de mi cabello y las pasa sobre mi rostro; parece un niño muy travieso y feliz, miro cada detalle de su rostro, sus labios son finos, el inferior un poco más grande que el superior y el arco es levemente pronunciado y alargado, pero lo peor es que se perciben suaves; su piel entre blanca y trigueña me permite ver  el recorrido de su barba y la fuerza con la cual se marca su mentón; llego a sus ojos rasgados, un brillo extraño me atrapa en ellos, se achican un poco mientras sonríe con mayor fuerza; recuerdo que fueron sus ojos lo primero que observe cuando lo vi en el restaurante, oscuros y algunas motas verdes, lo considere únicos y no dudo en aquello.

—¿Ya terminaste de observarme pequeña descarada?

Abro por completo mis ojos, me siento atrapada después de realizar un delito, intento levantarme, pero él lo impide, su mano toma mi brazo y me lleva de nuevo a la silla.

—Descansa, tenemos tiempo antes de llevarte a casa de tus abuelos sana y salva —comenta, deja mi cuerpo y se recuesta en la silla, oprime un botón a su costado y pasa las manos bajo su cabeza, mira con atención hacia arriba y sigo su mirada.

No había notado que este auto tenía un techo corredizo y ahora, al estar abierto logro observar la noche, algunas estrellas iluminan el lugar, al ver la luna me recuerda la serie de Sailor Moon, no esta como en los dibujos, pero me encanta verla en medio de nubes grises y algo traslúcidas. Esto es lo que más extraño de mi pueblo, poder ver las noches llenas de estrellas sin que las construcciones obstaculicen la visión.

—Es hermoso —susurro.

—Todo lo es —Cristopher habla en baja voz y al mirarlo lo descubro mirándome.

—¿Ya terminaste de observarme pequeño descarado? —Repito sus palabras, se encoge de hombros y regresa su mirada al cielo.

—¿Ahora puedo saber por qué tu cambio tan repentino de humor en el restaurante? —Al realizar la pregunta no me mira, parece ser muy perseverante y curioso.

Tomo un respiro, muerdo el interior de mi mejilla y cuando siento algo de dolor decido que puedo hablar.

—La llamada que recibí era de mi padre, quería saber como estaba —río al recordarlo, él es otro niño curioso que no se conformó con las palabras de mis abuelos y me llamó—. Son pocas las veces que había logrado hablar con él después de su salida, todo iba bien, pero...

Paro, veo un punto más allá de su rostro, carraspeo un poco y continuo.

—Mi madre nos interrumpió, comentó que no debía llamar este día y que solo esperara sus llamadas, no quiere que sea yo quien los llame, después me colgó.

Ya había hablado, había soltado el nudo en mi garganta, pero el dolor estaba también allí, no sabía que estaba llorando hasta que Cristopher limpio mis mejillas.

—Nunca olvides lo importante que eres, no importa quien es la persona que te causa daño, no dejes que sus palabras te afecten y cada vez que pase eso demuéstrales lo equivocados que están —sonrío—, patéales su ego.

Su boca esboza una sonrisa tranquila ¿acaso este hombre no puede dejar de sonreír? Cubro su mano con la mía, es pequeña a comparación, nos miramos y no me importa cuantas veces lo haga, siento que me encanta cada vez más lo que mis ojos ven; muerdo mi labio buscando su reacción y al encontrarla sonrío con malicia, él levanta su ceja, sabe que es lo que estoy buscando y por fortuna recibo lo que quiero.

El beso es fuerte, efusivo, pero a su vez cariñoso, nuestras lenguas no dudan en encontrarse, tocarse y jugar, nadie es tímido aquí y ambos estamos buscando lo que queremos ¿para qué inhibirnos si él lo desea tanto como yo?

Se separa, termina el beso y me niego a abrir los ojos, saboreo mis labios y unas leves cosquillas los recorren.

Escucho el ronroneo del motor y el auto inicia su movimiento.

—¿Por qué mierdas haces esto?  —Y con falta de tacto sale mi pregunta.

—Le prometí a tus abuelos que te llevaría sana y salva a casa  —Cristopher se encuentra muy cómodo frente al volante y sí, sonríe, pero esta vez de una manera tan arrogante y engreída.

—Recuerdas que me asaltas en el baño  —Lo molesto, ya que ahora me siento molesta— no logro identificar tu lógica allí.

Los gestos en su rostro parecen pensar en lo que acabo de decir.  —No recibí de ti una sola queja, todo lo contrario pronunciabas mi nombre de una forma tan lasciva, tu cuerpo solo pedía más, debo decir que me siento utilizado —lleva una mano a su pecho, el idiota quiere dramatizar.

—Disculpa, pero nunca te quejaste, al contrario parecías una víctima muy feliz  —comento con sarcasmo, con mi mano aprieto mi tabique, y trato de regular mi respiración.

Siempre pensé que mi madre era la única persona que lograba cambiar drásticamente mi estado de humor, pero que equivocada estaba, aún no había conocido a Cristopher.

Por fortuna regresar a La Matilda ha sido rápido, tan pronto como el auto se detiene tomo mi cartera y abro la puerta, no hay un "adiós" o un "que descanses", camino tan rápido como puedo, busco las llaves en mi cartera y abro, el impulso de mirar hacia atrás es muy grande y al hacerlo logro ver como el auto desaparece en la entrada.

Perfecto.

—Estúpido cobarde.

Ya adentro cierro la puerta con seguro, voy a la cocina para tomar un vaso con agua, lo bebo con gran rapidez y después de ese vaso le siguen dos más. Subo a mi cuarto, dejo la cartera y el celular sobre la mesa de noche, tiro mis tacones a un rincón del cuarto, me desvisto poco a poco y recuerdo algo que estúpidamente olvide.

—Tiene mis bragas —Escucharlo en voz alta me asegura que es verdad y que lo del baño sí pasó—. Cada vez se vuelve más perfecto.

Grito frustrada, camino hacia el baño para ducharme y dejo caer el vestido y brasier al cesto de la ropa sucia. Procuro no demorarme y al salir envuelta en una gran toalla tomo mi celular y llamo a una de las personas que me pueden ayudar, por fortuna al tercer timbre la llamada ha sido contestada.

—Por favor dime que puedes dedicarme unos minutos de tu tiempo —hablo tan rápido como puedo y su risa al otro lado de la línea, alivia un poco mi estrés.

—No sabía que me extrañabas tanto —Su voz es dulce y burlona, nada ha cambiado en ella—. ¿A qué se debe el honor de tu llamada?

—Mel, necesito que alguien me escuche y no me juzgue —Formo un puchero en mis labios, una costumbre que no puedo evitar.

—¿Qué hiciste ahora terremoto? —bromea, pero sé que detrás de sus palabras existe una real preocupación.

—No sé por dónde empezar —Con tantas cosas en mi cabeza no encuentro un hilo coherente de inicio.

—Comienza por la parte que más te atormenta —Aú mn no entiendo como esta mujer habla con una tranquilidad que envidio.

—Se llama Cristopher y hoy...

—¿¡No me digas que tu problema tiene nombre de hombre!? —Ahora Melissa, quien sería mi ayuda, parece estar un poco histérica, carraspeo ante su actitud—. Discúlpame ¿qué decías linda Toña?

—Ante la interrupción y pregunta te contesto, sí, mi problema tiene nombre de hombre porque es un hombre —puntualizo aquello último para que no quede en Melissa algún rastro de duda—, mismo que me está atormentado y se está metiendo en mi cabeza como un huracán.

—¿Con daños colaterales? —pregunta con cautela a lo que suspiro.

—No lo sé y creo que eso es lo que más me preocupa, no saber cuál es la locura que estamos cometiendo.

Me siento en mi cama, aun envuelta en la gruesa tela.

—Bueno, esto se está tomando bueno y yo que pensaba que tu llamada a las nueve y dos minutos de la noche —Imagino a Melissa mirando el reloj que lleva en su muñeca— y si no estoy mal ahora son las once y dos de la noche por allá, no tres ya paso un minuto, sería por aburrimiento o por asunto de la empresa.

La empresa, Dios, tengo que mirar algunos archivos que Julia me ha enviado.

—Ese es otro asunto que amerita una llamada a futuro, pero ahora vamos a lo importante —Suspiro y con calma y algo más organizada le cuento todo—. Hace poco conocí a Cristopher, fue en New York, ahora es mi vecino, se hospeda en una de las cabañas que se alquilan en el hotel, hemos estado muy juntos estos días y esta noche me volvió loca.

—Mientras proceso lo que acabas de decir pregunto ¿loca en el sentido de intercambio corporal de energía, ya sabes fricción cuerpo con cuerpo o loca por su comportamiento?

—Un todo en uno.

Con Cristopher no logro pensar claramente, no dudo que entre los dos hay una química sexual muy intensa, la disfruto no lo puedo negar, pero por otro lado siento que me quiere ayudar, conocerme y no quiero confundir las dos cosas.

Me levanto, me acerco al armario y busco mi blusón para dormir, dejo por unos minutos el móvil sobre la cama mientras me visto. Ya arreglada me tumbo sobre las cobijas y espero alguna palabra por parte de Melissa.

—Solo puedo deducir que te gustan las relaciones rápidas, no te juzgo, pero ¿no te pudiste esperar antes de ir a las lecciones de kamasutra? —Abro la boca por la sorpresa, creo que mi amiga no podía ser más clara—. ¿Quién es ese tal Cristopher?

—Lo que sé de él es que es chef y trabaja para la empresa familiar —Cuando digo esto me doy cuenta lo poco que sé de Cristopher, aunque si lo observo desde otra perspectiva saber poco es mejor, así evito engancharme por completo a él.

—¿Y el chico tiene apellido...? —Esta pregunta me huele a "vamos a stalkear"

—Se llama Cristopher Ferrer.

Escucho un barullo a su alrededor seguido del típico sonido de las teclas de computador, esta mujer está en "modo espía" sonrío ante la escena.

—Dijiste que es chef y trabaja para la empresa familiar, mujer, eso es quedarse pequeño —Se queda en silencio por unos minutos, suficientes para hacerme sentir ansiosa—; encontré en artículos de Forbes y otras revistas empresariales algunos datos sobre Cristopher, escucha esto, el hijo del empresario Jacob Ferrer, Cristopher Ferrer toma el lugar que le correspondía a su padre, la Gerencia General de la Empresa Inmobiliaria Ferrer International, destacada en el país austral como una de las inmobiliarias con mayores propiedades dentro de la capital argentina y se impone como una de las grandes competencias para compañías y sociedades establecidas en los estados de California, donde se ubica la sede principal de la empresa, New York, Florida, Washington, Nevada, Georgia y Rhode Island; cuenta con más de 500 sedes en los Estados Unidos y otras 100 en los países australes, se estima que el valor en su capitalización supera los $40 mil millones ubicándose de esta manera dentro del top 10 de las empresas inmobiliarias más grandes de los Estados Unidos.

Por fortuna me encuentro sobre la cama, de lo contrario me hubiera ido hacia atrás por el tamaño de la información, escucho como Melissa toma una gran respiración ¿acaso no ha terminado?

>>Dentro del área gastronómica Cristopher Ferrer no a sido ajeno, Graduado del Instituto Cordon Bleu y con al menos tres restaurantes en el estado de California y dos más en New York, se perfila para un gran exponente en el arte culinario —A medida que Melissa pronuncia cada palabra es como si se quedara sin aliento, pero si es asi ya somos dos—; joder, Antonia por poco y te acuestas con el hijo del presidente.

Estoy en blanco, muda y más despierta que nunca, miro hacia el techo como si allí se dibujaran las respuestas a todas mis dudas; me pellizco el brazo esperando que todo esto sea un sueño surreal, pero al sentir ardor en esa área me demuestra que es muy real.

—Lo estás procesando ¿no es así? —El tono en su pregunta es tranquilo, pero yo sigo estando perdida.

—No entiendo por qué no me dijo nada de eso —comento insegura y extraña.

—No se encuentran en una relación formal, él no tiene la obligación de darte todos los detalles de su vida, al igual que tú —Ahora empiezo a sentir como agua helada la realidad—. Se están conociendo, de una manera algo extraña, pero no puedes acelerar las cosas.

Acelerar las cosas, que irónico, nada de lo que he vivido con Cristopher va lento y es algo que me está gustando, pero a la vez me asusta.

—Por favor Antonia, ¿no te estarás enamorando? —cuestiona con cautela.

No y no, me niego a aceptar eso, es demasiado rápido como para que él me guste ¿cuánto llevo a su lado? ¿Menos de un mes? Sí, los días son contados, así que ese sentimiento no puede existir.

—No es eso —contesto en voz alta, suspiro cansada, después de todo nadie más tiene la culpa que yo—. Sabes debe ser la tensión que he vivido estos días, pensar en mamá, en la empresa, en los contratos y los asuntos que me esperan en New York lo que me generan estrés, mal humor e irritabilidad, perdona si he sido grosera contigo.

—Nada de eso, mira si quieres mañana hablamos, las dos estaremos más calmadas y tu cabeza estará más fría, tienes razón al decir que los problemas te están ahogando y eso significa que necesitas descanso —habla fuerte, pero a su vez reconfortante.

Melissa es lo que no seré, más tranquila y centrada, la luz ante mi caos emocional.

—Debes dormir, ya no queda noche así que buenas madrugadas —ríe, Mel me anima con sus bromas, repaso la hora y es la una de la mañana—. No pidas explicaciones o razones y tú tampoco las des ¿entendido?

—Sí, después de lo que descubrimos es mejor dormir —Bostezo, quizás estaba forzando a mi cuerpo a no descansar, pero ¿quién podría hacerlo después de saber lo que yo sé?

Palabras van y vienen, me despido de Melissa y le prometo que en horas de la tarde volveré a llamarla. Dejo el celular sobre la mesa y apago la luz, pero al cerrar los ojos es el brillo de su mirada la que me acompaña.

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