Coqueteo

Cambiarme había sido algo fácil, pero necesite de la ayuda de Mariana para estar lista; el traje que Joa había confeccionado me sentaba bastante bien, además que se pegaba a mi cuerpo como una segunda piel; está inspirado en los típicos trajes de montar, recordando la primera vez que la mujeres vistieron con pantalones, solo que ahora el estilo es algo más atrevido.

La modernidad y los recuerdos antiguos, según habían dicho Joaquin y Julia. Por fortuna utilizaba guantes, de lo contrario se notaría con claridad mis manos moradas, algo para nada estético o femenino.

Cuando salí del vestidor Mariana hablaba con Cristopher, se veían tan serios en su conversación que al verme ambos sonrieron y cambiaron sus aspectos, solo que la mirada de aquel hombre estaba llena de deseo, recorrió mi cuerpo con lentitud, deteniéndose en mi trasero, sé que ahora con el pantalón que llevo puesto se nota mucho más.

—Te hace falta el crop —comenta Cris pensativo sin dejar de mirarme.

—No creo que se necesite azotar a alguien hoy ¿o si?—habla una Mariana muy divertida ¿desde cuando tan cómplices?

—Tontos —murmuro, pero los dos me han oído así que se ríen mientras tomo asiento para que mi maquilladora haga su trabajo.

Tan pronto como Mariana inicio con su trabajo el lugar estuvo en silencio, a excepción de algunos sonidos provenientes del teléfono de Cristopher; miro el mío sobre la mesa en frente, una pequeña luz en la parte superior brilla de forma intermitente y me indica que tengo algunos mensajes por leer, llamadas perdidas que devolver y otras notificaciones. El tiempo sentada pasa con rapidez, quizás uno de los motivos es el estilo natural en el maquillaje, algo que aprecio mucho.

—Hemos terminado —comenta Mariana sonriendo.

Me miro al espejo y quedo satisfecha con la Antonia que observo, no hay rastro en mi rostro de lo que hace algunos minutos viví, luzco tan fresca y radiante que empiezo a creerme que estoy muy bien; suspiro y me acerco a Mariana para abrazarla.

—Gracias —susurro cerca a su oído.

—Lamento la tardanza —la voz de Joaquin se cuela en el espacio, me separo de Mariana y encuentro a Joa bajo el marco de la puerta, en sus manos trae una caja negra—. Te traigo las botas.

Me vuelvo a sentar y esta vez Joa se acerca para ayudarme a colocármelas.

—¿Quién es ese hombre? —susurra tan bajo que sus palabras que son casi incompresibles, con sus ojos y de forma discreta me señala a Cristopher.

—¿Necesitas saberlo? —pregunto tan bajo como puedo, pero tan entendible para que Joaquin escuche.

—No es bueno que respondas a mi pregunta con otra pregunta, haces que entre en sospecha —habla fingiendo enojo, ubica su manos en su pecho y me mira indignado— ¿Acaso no somos amigos?

Miro a las personas en la habitación, Mariana guarda sus herramientas de trabajo, pero al centrarme en Cristopher observo como su mirada seria no se aleja de Joaquin.

—Tan pronto como se termine esto te comento algo.

—¿Algo? —pregunta serio.

—Está bien, seré objetiva y clara si eso quieres, pero no te prometo las respuestas a todas tus preguntas —comento dejando en claro lo último.

Mi amigo termina con las botas, siento que su demora ha sido intencional, si estuviera bien de mis manos yo misma me las hubiera puesto y me hubiera ahorrado su drama. Pienso en una manera de acercarlos y solo una llega a mi cabeza, es la más lógica. Tomo la mano de Joaquin y nos acercamos a Cristopher quien tiene sus brazos cruzados sobre su pecho y nos mira de forma dudosa e interrogante.

—Cristopher te quiero presentar a mi amigo Joaquin, trabajamos juntos —comento sonriente, sin duda la escena entre los dos hombres es muy cómica.

—Es un placer —la voz de Joa es seria, en lo que cabe, se que esta algo nervioso, pero lo disimula muy bien. Mantiene su mano levantada para formalizar su saludo, Cristopher nos mira por varios segundos sobre todo el hecho que mi mano sigue sobre la mano libre de Joaquin; alzo las cejas cuando su mirada se posa sobre la mía.

—Cristopher Ferrer —responde a su saludo usando un tono de voz más serio de lo habitual, su mirada no dista a ser diferente.

—Debemos irnos —comenta Mariana en la salida, esperándonos.

Aquellas dos palabras dichas por Mariana me toman por sorpresa y alivio, los dos hombres separan sus manos y es Cristopher quien sale primero sin mirar atrás.

—Tu amigo es muy raro —habla Joaquin mientras abre y cierra su mano—, creo que no le caí bien, su agarre fue algo fuerte y su mirada me provocó escalofríos.

—Estás exagerando —comento, trato de mostrarme tranquila, pero mentiría si dijera que la tensión nacida en Cristopher era normal, no se como hablarlo con él, sin embargo, tengo que hacerlo.

Caminamos hacia la salida y nos dirigimos al salón donde se lleva a cabo el desfile, nos ubicamos tras bambalinas y quedo impactada al ver cada detalle y lo lleno que se encuentra, todo está fantástico y encantador, alcanzo a ver a los modelos sobre la tarima y la tentación de estar allí comienza a subir. Saludo a algunos conocidos quienes como yo, se encuentran nerviosos al momento de mostrar nuestros diseños.

—No pensé que te encontraría en este evento.

La voz que me habló a mi espalda la reconocía muy bien, y si no me equivocaba aquella mujer no se encontraría sola. Sonia Kennedy, podría ser una versión italiana de Paris Hilton, rubia y reconocida por su talento, la diferencia era que la segunda me agradaba y admiraba todo su trabajo, pero la otra, sin duda era una de mis pesadillas.

Me giro para verla a la cara, Joa a mi lado ignora todo lo que pasa ya que se ha centrado en su móvil. Aunque no logro ver sus ojos debido a sus grandes gafas negras, si diviso su sonrisa arrogante y fingida; a su lado su versión masculina Salomón, solo que él sí sonríe de manera natural. Se acerca y me da un beso en la mejilla.

—Es grato verte —comenta feliz.

—No sabes lo feliz que me hace poder verte —hablo y puedo hacerlo con la misma felicidad que él transmite— es toda una sorpresa.

A Salomón lo conocí en una gira realizada por Europa, él se destacó como unos de los jóvenes diseñadores revolución en su país a la edad de dieciséis años y su hermana, gemela, era la imagen de sus diseños.

Sonia le habla algo al oído y su rostro parece lucir en desacuerdo con lo que dice, sin embargo, al parecer accede.

—Me gustaría hablar un poco más, pero debo estar frente al desfile —habla algo triste y apenado.

Nos despedimos, no entendía muy bien a lo que se refería, trato de asomarme para ver hacia donde se dirigen y me confundo un poco más cuando los veo sentarse a un lado de la señora McAdams. Olvido de momento la escena cuando a mi lado se encuentran las modelos que se encargan de exponer nuestros diseños, llevan prendas similares a la mía, eso significa que pronto tendremos que desfilar y de esta manera se dará por terminado el show de modas, para dar paso a la noche de cócteles.

—Por favor necesito que las modelos se organicen en una fila, chicas ustedes ya saben la temática —una voz algo chillona nos brinda la información, es un joven delgado que lleva el traje representativo de los organizadores del evento, al verlo con más detalle me recuerda, físicamente, al chef Alfredo de la película animada del 2007.

Parece realizar un escaneo del lugar hasta dar conmigo, camina hacia mi esquivando a las demás personas con rapidez —Señorita Castillo, usted saldrá de última, así como lo dispuso la señora McAdams —informa de manera seria mientras juega con sus dedos sobre su abdomen de manera inconsciente.

Con un movimiento confirmo su clara demanda y ante nuestro nombramiento observo como una a una salen las chicas a desfilar, hasta que llega mi turno y salgo. Ignoro a cada persona del lugar, ubico mi mirada hacia un punto en concreto y modelo, los flashes aparecen en varias direcciones y detengo mi caminar hasta el final de la tarima, poso por cuatro segundos y me devuelvo. Sin duda nada me resulta tan placentero como poder hacer lo que más me gusta.

Detrás del escenario hay un poco de caos, todas las modelos se reúnen para volver a desfilar, pero esta vez junto a la mujer que hizo este momento posible.

—Todos sabemos que este día ha sido organizado por una mujer muy especial y única, así que por favor recibamos con un aplauso a Luz McAdams —el presentador da luz verde para la salida, su voz está llena de energía y entusiasmo lo que provoca todo un fervor en todo el salón.

Siento una mano tomar la mía y cuando miro al responsable me encuentro con Joaquin quien me sonríe, es tan clara su felicidad por este día que le acompaño en su sonrisa. Estamos algo nerviosos y como no estarlo, es nuestra primera vez en Manhattan frente a las cámaras de varios países, mostrando el trabajo de cuatro años.

—He odiado sentirme excluida de grandes desfiles por múltiples factores que decidiré ignorar —cuando la señora McAdams habla todos callan, no hay duda que en este momento demuestra su poder—, nada me parece imposible cuando se tiene el poder para hacer que las cosas se realicen y ahora frente a múltiples cámaras les demuestro que puedo congelar a Manhattan por un día para que vean este desfile y miren lo que puedo hacer, reunir a grandes diseñadores que podrán unirse a mi casa y así aplastar a quienes se creen inalcanzables.

Los vítores y aplausos no se hacen esperar, después de todo sus palabras parecen haberse convertido en un mensaje de advertencia hacia sus competidores directos y hacia aquellos medio de prensa que la tildan de inexperta y extravagante, mismos medios que ahora se encuentran fotografiando cada espacio y cara del lugar.

Después del desfile de los diseñadores invitados, nos retiramos hacia nuestros sitios designados, pero a medio camino soy interrumpida por la señora McAdams y su asistente personal.

—Necesito que te cambies y me acompañes para dar inicio al cóctel, vendrán a buscarte, no quiero más errores esta noche —su voz está llena de arrogancia, pero con un brillo de gozo en sus ojos—. Ya sabes que debes hacer con tus manos.

Y sin esperar respuesta alguna se marcha, la veo sonreír frente algunos invitados y la pobre mujer encargada de seguir todas sus indicaciones parece caminar a toda prisa detrás de ella sin mostrar vacilación ante nada que diga su jefa.

—Por fortuna tengo un diseño digno de esta noche —escuchar a Joaquín cerca me asusta, había olvidado que se encontraba a mi espalda.

Retomamos nuestro camino y cuando llegamos al salón, Julia y Claudia ya se encuentran preparadas para el próximo evento, no oculto mi ternura hacia Julia, ver como el vestido resalta su estado es muy bello y ver a un Enrique vestido de esmoquin acercarse a ella y abrazarla por la espalda completan un digno cuadro de familia.

—Verlos juntos hace que mi corazón estalle de ternura —hablo fuerte y la pareja al verme sonríe, Julia parece disculparse con Claudia y junto con su esposo se alejan de ella para hablar conmigo.

—Y yo siento que me estallaré pronto —comenta Julia con sarcasmo, pero nada que no sea mentira.

Saludo a Enrique y en el camino Julia me abraza con fuerza, tanto que logro sentir sobre mi estómago un leve movimiento por parte del vientre de mi amiga, al parecer a su pequeño hijo le molestan estas muestras de afecto o sencillamente se siente algo apretado como me encuentro yo.

—Todo estuvo maravilloso, las prendas, el lugar y tú —me mira con fijeza al separarnos un poco.

—No entiendo como pude haber logrado eclipsar el lugar si no estuve por más de dos minutos sobre la tarima —comento con obviedad e ironía consiguiendo que Julia me golpee con su codo en mi costado— esta bien, la mujer embarazada tiene toda la razón —quizá decir aquello no fue lo mejor ya que la mirada de mi amiga luce completamente enojada y busco ayuda en Enrique.

—Será mejor buscar un lugar donde sentarnos, creo que tenemos una mesa —Enrique toma los hombros de Julia, los masajea y la motiva a caminar y para suerte de todos no reprocha y salen de la habitación.

Creo que una mujer embarazada podría provocar una tercera guerra mundial si se lo propone.

Olvido por un momento la escena y me dedico a arreglarme, de nuevo, para el evento de la noche. Joaquin optó por un vestido lamé de un solo hombro en un tono petróleo; es ajustado, pero sin escotes, sin embargo, había encontrado un leve inconveniente, no tenía guantes o algo que ocultara el enrojecimiento de mis manos.

—¿Crees que un maquillaje oculte el color? —pregunto con incredulidad, sabía que se podía hacer, pero ¿lo lograría si estuvieran en las manos?

—Haré lo que esté a mi alcance —comenta Mariana con completa seguridad.

Y así pasaron otros minutos y cuando menos lo había esperado un hombre alto que reconocía se encontraba en la puerta esperando que saliera para acompañarlo a mi encuentro con su jefa. Suspiro con algo de pesadez y salgo de la habitación para seguir los pasos de un hombre de escasas o de cero palabras. Sonrío con algo de timidez a los rostros que me observan, algunos con disimulo, directamente e inclusive con odio; de todo se puede encontrar en la viña del Señor, frase muy típica de mis abuelas.

Nos acercamos a un grupo de personas, todas reunidas a una sola, no tengo que preguntar para saber de quién se trata; el mayordomo realiza una leve reverencia hacia ella y se marcha dejándome frente a ella.

—Eres una de mis mejores adquisiciones —comenta con orgullo no disimulado, su gran sonrisa es un indicativo de victoria, al parecer todo había salido como ella lo deseaba— sabía que no me decepcionarías.

—Soy una mujer de palabra, a pesar de todo —contesto en el mismo tono de voz empleado por ella.

Miro a las personas a su alrededor, no las había visto antes a excepción de una mujer que fingía sonreír con cordialidad, si ella podía ¿por que yo no? La señora McAdams me presentó a los que consideré, de primera vista sus amigos, aunque en este ámbito laboral ¿realmente se pueden considerar como tal? Me reservé mis preguntas y estuve atenta a las presentaciones; las hermanas Coelho, tan solo escuchar el apellido pensé en el escritor, pero de inmediato comentaron que solo era una coincidencia, que llevar ese apellido estaba lejos de emparentar con él, todo en ellas me agrado, se reían sin necesidad de aparentar, eran algo graciosas; ahora, estaba la viuda Sheppard, subgerente de una central bancaria en Nevada; era el turno de uno de los dos hombres, Vicenzio Russo, dueño de un viñedo en Italia y otro más en España, comentó junto a su socio, Enrique Latorre que las exportaciones estaban en su mejor momento y los países americanos eran los principales promotores de sus amplias billeteras. Por algún instante espere que la rubia dijera algo, sin embargo, calló y al igual que yo, creo, escuchamos a los demás.

—Si nos disculpan tenemos que seguir conociendo a más invitados —comentó la señora McAdams y después de cortas despedidas nos retiramos.

Me empezaba a sentir algo extraña al seguirla a todas partes, recordé aquellas historias donde las jóvenes casaderas debían seguir las órdenes de algunas ¿matronas? y eran ellas quienes daban el visto bueno ante algún hombre con el cual se podían casar, solo que ahora han pasado varios años desde eso y no me quiero casar.

—¿Por qué yo? —pregunto cuando nos encontrábamos solas.

—Está en el contrato —comenta sin importancia.

—¿Por qué decidió que eso estuviera en el contrato? —volví a preguntar, su respuesta había sido muy obvia y tonta y no estaba para eso.

—Tenía curiosidad de ti, había oído de tu nombre por alguien en especial y quería ver que tan buena eres en tu trabajo, como ya lo habías oído, no me decepcionaste.

Y de esa manera da por terminada nuestra conversación, pero no se acababan las dudas, al contrario solo la aumentaron, algo me decía que si seguía con mis preguntas no obtendría una respuesta clara. La acompañé por más de una hora, conociendo a varias personas importantes, desde destacados empresarios hasta algunos actores. Cuando llegó el esperado momento del brindis logré separarme de ella, me encontré con mis amigos y con una agradable sorpresa.

—¡Melissa! —grité al verla y en medio de nuestras sonrisas nos abrazamos.

—Estoy muy feliz de poder verte —comenta al separarnos, luce vestido palo de rosa que le llega hasta los tobillos combinado con unas delicadas zapatillas del mismo color.

—Realmente no te esperaba, pensé que te encontrarías en el hospital —hablo con algo de sorpresa, ahora que se había incorporado de nuevo a su trabajo la imaginaba ocupada.

—No te preocupes por eso, es mi día libre y quería compartirlo con ustedes —comunica al pequeño grupo.

Tomamos un poco, Joaquin alegraba la estancia con algunos chistes sin sentido y algo tontos, sin duda ese hombre era el alma de la fiesta, solo que en esta fiesta tenía que controlar su energía; por un momento me sentí observada, una extraña sensación que se ubicada sobre mi nuca y provocaba leves escalofríos. Con disimulo busqué al responsable de aquella sensación y cuando lo vi mi cuerpo reaccionó ante su mirada, a pesar de encontrarse hablando con dos personas más, me observaba y sonreía.

—Pensé en preguntarte por él, pero no lo veré necesario —la baja voz de Mariana me saca de mis pensamientos y su rostro, cuando me concentro en mi espacio noto como ella y Julia me miran sin dejar de sonreír, por otro lado Enrique habla con Joaquín.

—Se nota que no puede estar sin ti —comenta Julia con picardía siguiendo a Melissa con sus comentarios.

—No se que piensan ustedes dos —las señalo— y trataré de no molestarme en preguntar, solo evitemos sus alucinaciones.

—Si claro, alucinaciones —comentan al unísono, lo que las hace reír y yo las sigo.

Unos minutos después llegó Mariana acompañada de Jose, por primera vez en días lo veía más tranquilo, incluso sonreía a las palabras de Joa algo no tan habitual en él, decidí separarme un poco del grupo para ir al baño, pero al regreso un hombre se cruzó en mi camino.

—No veía el momento para poder hablar contigo —el señor Russo sostenía un vaso con lo que imaginé sería vodka, aunque podría ser otra cosa, decidí ignorarlo.

—No creo tener algo que sea de su interés, mi campo laboral se limita a las telas y confecciones no en vinos —comento con un tono de voz inocente y quizás de decepción, esperaba que mi actuación me ayudara a salir de sus pasos.

—La vida no debe girar en torno al trabajo, además sé que la confección no es su única área, el modelaje es otra carta de presentación muy interesante —habla de forma insinuante y al parecer con gran confianza.

—Así es, esas son dos áreas de gran importancia en mi vida —comento sin saber qué más añadir, estar a su lado empezaba a ser muy extraño e incómodo.

—Espero no molestarlos —con voz profunda y notorio acento Cristopher se acerca a nosotros, un suspiro se escapa de mi de forma liberadora.

Deslizo mi mirada hacia él y al estar al lado del señor Russo igualan en estaturas así como en su físico; sonrío y mis labios apenas se estiran, no entiendo el porque de esta extraña aura, es tensión y quizás molestia entre estos dos hombres, es sentirlo y lograr ver sus miradas cordialidad fingida.

—Amigo ¿Cómo va a ser una molestia después de tantas repeticiones? —palmea su hombro como viejos amigos y Cristopher luce estoico ante aquella confidencia.

Un frío recorre mi cuerpo mientras mi mente pide explicaciones a su comentario; al ver pasar a un mesero pido un trago, mi mano tiembla de manera sutil, pero allí está.

—¿Qué haces aquí? —el tono en su voz no deja nada a la imaginación, es duro, fuerte, pero lo suficientemente alto para que sólo lo escuchemos los tres.

—¿Es esa la verdadera pregunta? O lo que deseas saber es ¿por qué estoy con ella? —El señor Russo se divierte ante su provocación y empiezo a pensar que entre estos dos hombres hay una historia.

Cristopher mira hacia nuestros costados y yo hago lo mismo, las personas están concentradas en sus propias conversaciones, algunos riendo y bebiendo y otros con posibilidades de estar cerrando algún negocio. Vuelve su rostro a su ¿amigo? aprieta su mandíbula y llena sus manos a los bolsillos de su pantalón, parece pensar en sus siguientes palabras y que estas sean las correctas.

—¿Qué te hace pensar que ella es importante? —la frialdad en su voz solo hace empeorar mi estado interior.

—Está bien —comenta el otro conforme con lo que ha escuchado—, entonces no te molestara que intente seducirla y si eso te desagrada, podemos compartir como en los viejos tiempos.

Tomo de un solo sorbo lo que queda en mi copa, ¿acaso estos hijos de su... idiotas se olvidan que me encuentro presente y habla de mi como si fuera una...?

—¿Acaso yo quiero estar con ustedes? —comento con desinterés fingido y me alegra saber que me haya salido bien; tomó la copa vacía y la llevo al pecho del hombre de los vinos con algo de fuerza— si tanto se quieren pueden pasar un tiempo entre amigos.

Salgo de aquella extraña conversación, me sorprenden mis propias palabras, sin embargo, no llega el arrepentimiento, pero si la decepción. Creo que esto era lo que necesitaba para saber cual es el verdadero camino de la "relación" que llevaba con él; me dirijo hacia el baño antes que el deseo que tengo de llorar se haga más fuerte, entro a un cubículo y me siento sobre la taza, trato de regular mi respiración y el dolor en mi garganta.

—Esto no me debe doler —susurro para mi misma, pero ¿Cómo logro engañarme?

Me prometo a mi misma que si quiero llorar lo haré en mi departamento, donde nadie me vea o pregunte, donde mis sollozos se ahoguen en las paredes y mis tontos deseos se partan en pedazos. Tomo fuerzas para levantarme y abrir la puerta, pero unos pasos que se adentran al lugar me detienen.

—Me extraña verlo en el evento, acaso ¿han vuelto a hablar? —una voz algo ronca pregunta con notorio interés mientras un sentido tintineante se hace cada vez más constante.

—Nunca nos hemos alejado, solo estamos distanciados —su tono de voz me es inconfundible, imagino el frío azul reflejado en el espejo al momento de arreglarse.

—Lo vi muy cercano con la chica de la pasarela, parecían llevarse muy bien —comenta su acompañante algo alegre, otra persona que se divierte de terceros.

Escucho un bufido, al parecer le ha molestado lo que ha escuchado y en segundos escucho el agua correr para luego silenciarse y el sonido de los tacones deja de ser audibles a medida que salen, espero otros segundos para asegurarme que me encuentro sola y salgo, cuando lo hago una mujer entra al baño, finjo limpiar una mancha bajo mis párpados y otra sobre mis labios, creo que es momento para salir y lo hago no sin antes desearme algo de suerte para que lo anterior no vuelva a pasar.

Busco a mi grupo de amigos, pero a quien encuentro en mi radio de visión es a la señora McAdams y algo más lejos a Cristopher, dedico caminar hacia la mujer que al verme sonríe no sé si es algo genuino, pero no me importa.

—Señorita Castillo, pensé que se encontraba con sus compañeros —habla de forma tranquila mientras camina por los alrededores, yo la sigo.

—Ahora me reuniré con ellos, solo quería... felicitarla por la noche y la gran gala que se celebra —comento con suavidad; realmente no sabia que decir en el momento y eso ha sido lo más rápido planeado por mi mente.

Ahoga una sonrisa, al parecer ha pillado mi falta de coherencia y mente perdida.

—Las prendas que han sido seleccionadas por mi agencia serán expuestas mañana en este mismo edificio —informa y lo único que hago es mover mi cabeza, logro ver a Melissa y al resto de grupo, decido caminar hacia ellos— espero verla, dentro de algunas horas junto a su grupo.

Me detengo cuando la escucho hablar a mis espaldas y al girar la veo caminar hacia un grupo de personas que la reciben con amplias sonrisas; esa mujer es algo extraña aun no la entiendo del todo.

Me reúno con los chicos, Joaquín se burla por mi demora, pero al explicarle mi corta conversación con la mujer que irradia miedo y maneja a varias personas con la punta de su dedo parece complacerse, omito mi otra conversación, no quiero que tenga importancia aunque estoy segura que no lograré dormir bien con tantas dudas en mi cabeza.


¿Qué ocurre con estos hombres 😐?
Cristopher puede llegar a ser tan 🙄 y me pregunto que hará para que Antonia lo perdone.

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