Capítulo 71| Mantener el control
Mi propósito durante esas vacaciones era pasar la mayor parte del tiempo con Levi. Nunca me habría figurado que el remanente de una contingencia iba a erigir un muro tan sólido entre nosotros. ¡Qué irresponsable fui al poner de manifiesto que las cosas marchaban de maravilla!
Luego de batir un récord a la ducha más breve del siglo y de poner en pausa las reflexiones de connotación perversa que me acechaban, nos permitimos ser envueltos por la mudez. No de la que consideraba acogedora, sino de la que se asemejaba que el aire se hubiera transformado en montículos de fuego.
—¿Por qué tan callado? —me atreví a preguntarle mientras observaba el retrovisor. Levi solía abrir el diálogo, incluso al señalar nimiedades, y ahora ni eso se dignaba a ofrecerme—. Parece que vengo sola.
—No es nada —musitó desganado, como si quisiera terminar con esto antes de que diera inicio. Muy tarde, mi desproporcionada fijación con su renuencia ya se estaba alineando.
—¿En serio? —insistí, mirándolo de reojo—. Te conozco, a mí ya no me engañas tan fácil.
—Tch. En serio, mocosa.
Levi se mantuvo esquivo, ansioso por salir de mi panorama. Lanzarse hacia las afueras era una opción plausible que, por supuesto, no tomaría.
No me quedaba rastro de duda, habíamos vuelto a la insípida normalidad. No más «Kiomy», ni «Te amo», ni «Seré sincero contigo cuando me lo solicites». Lástima, tal convergencia me había reanimado el espíritu.
—No te creo nadita, enano gruñón. —Atraje su atención valiéndome de esa serie de adjetivos propuesta por Hange, a la que nos remitíamos por el mero gusto de divertirnos con lo radical de sus contestaciones. Conjeturar en su nombre era riesgoso, pero tenía que incentivarlo a expresarse. Antes de hablar, inspiré lento, en búsqueda de un indicador de que estaba obrando con rectitud, aun si implicaba sumirnos en uno de esos incómodos intercambios—. Te molesta que la visita de los policías destapara un agujero que ya habíamos resanado.
A mí también, pero ¿qué más daba? Yo dejé ese lío escurriéndose junto con la espuma del jabón.
—Puede ser —respondió entre dientes, como para ahorrarme el monólogo. Tan considerado.
—Que lo hayan traído a colación no significa que me voy a dedicar el resto del día a pensar en él —le aclaré, procurando mantener la compostura. Me sacaba de quicio que prefiriera esconderse en la crisálida de la apatía antes que enfrentarse a la realidad, hoy tampoco estaba cooperando. Su falta de apetito locuaz me convenció de redefinirme, así que bajé la velocidad—. Levi, voltea. —Su mirada taciturna me previno—. No tendría por qué suceder, créeme.
Había un asunto de mayor importancia embotándome las neuronas, al que él era ajeno.
Es que me invadieron unas tremendas ganas de abrazarlo, besarlo, morderlo, lo que fuera. Echaba de menos el contacto con él, y odiaba que hubiera surgido en circunstancias desfavorables, aunque... A lo mejor así conseguiría disipar su furia. O no. De adoptar dicho comportamiento errático, le transmitiría el mensaje erróneo de que lo veía como un medio para aliviar mis malestares. Si volvíamos a estar juntos, no me gustaría que surgiera por obligación, menos cuando el tema de Colt cobraba vigencia.
—Tranquilo. —Resolví calmar mis ansias propinándole un par de caricias en la pierna, que recibió con agrado—. Acordamos que ya no jugaría al detective. La opinión de esos policías me tiene sin cuidado, no tiene por qué repercutir en nosotros. Ayúdame a dejar atrás, ¿sí?
No hubo contestación inmediata, otra vez. Se me contrajo el estómago al considerar que mi persistencia era inútil y que estaba exponiéndome en demasía.
«Ay, Colt. ¿Por qué tenían que hablarme de ti? En la que me metiste».
—«Dejar atrás» —recalcó con notable ironía—. Tú deberías encargarte de eso, ya que eres la experta —me recriminó, insinuando que podía tomar medidas para resarcir el daño, pero que en su lugar optaba por mantenerme al margen.
—¿Encargarme de qué? ¿Acaso no me estás escuchando? No hay nada de lo que deba encargarme, no digas tonterías. —La furia se adhirió a mis palabras. Ya había tenido suficiente del insufrible humor con el que manejaba el siniestro, era mi turno.
—Les contaste la verdad sin ningún reparo. —Se cruzó de brazos, hundiéndose en el asiento.
Mantener la vista en la calle contribuyó a que me estabilizara. Ocasionar un aparatoso accidente sería el colmo.
—¿Y qué esperabas que les dijera? —repliqué, nivelando la frustración que había creado un nudo en mi garganta—. Me agarraron desprevenida. Lo último que se me pasó por aquí —apunté hacia mi sien con una mano— es que un par de oficiales aparecerían mientras desayunábamos. No tuve la ocasión de componer un discurso ni de invitarlos a sentarse con nosotros.
—Pudiste negarte. —Breve y conciso. El tenor hostil en su voz me ocasionó un estruendo en el pecho. Se le agotaba la paciencia.
—Eso hubiera sido contraproducente. —No se me ocurrió, a decir verdad. En cuanto distinguí los uniformes, mi lengua se quedó paralizada. Mis respuestas surgieron por simple improvisación—. Si portándome accesible me gané un strike, imagínate si finjo demencia.
—Estaba de más revivirlo, ¿para qué explorarlo a fondo? —«Decepcionado» era el término con el que lo describiría, me convino doloroso ser la causante. Aunque estaba a escasos centímetros de mí, no me sentía con el derecho de tomar su mano e infundirle calma—. Aceptaste porque querías pensar en él, ¿no es cierto?
—¿¡Cómo se te ocurre que yo iba a orquestar el interrogatorio para adentrarme en un viaje nostálgico!? —repuse, en el filo de mi propia paciencia. Ninguno contaba con provisiones para compartir—. ¡Limité la información en la medida de lo posible! Más por mí que por él. De todas formas, ya no puede defenderse —rechisté—. Esto no es una excusa para revolcarme en el pasado, no encuentro deleite en ello.
El planteamiento sonaba ridículo desde cualquier ángulo, pero ya habíamos logrado un avance significativo que no quería mermar.
¿Hasta cuándo cesaría de reprocharme ese capítulo que solo existió en una mente cuya brújula había sufrido un desajuste? Asumí que lo que hicimos anoche marcaba un punto de quiebre entre lo que tuve con Colt y lo que ahora tenía con Levi. Que, debido a ello, mi novio conseguiría entender que le pertenecía en su totalidad, que en mí no quedaba espacio para ningún otro. Se supone que seguí cada uno de los pasos a la perfección, ¿en qué me equivoqué? ¿Qué era lo que me había faltado?
—Se te da bien hacerte la desentendida. —Me miró de lado, y se devolvió al horizonte, ignorándome con frialdad—. Qué conveniente que no pudieras hacerlo hace un rato.
Ese fue el mismo reproche que Colt me hizo en su momento. Hizo que me replanteara si aún podía olvidar, incluso cuando una parte de mí se rehusara; que si anhelaba hacerlo, pero no era capaz porque había perdido el control. Que no tenía caso que me las diera de experta en el manejo de crisis y que tendría que aprender a vivir con las consecuencias de mis acciones en vez de dedicarme a eliminarlas según mi beneficio.
—Te expresas con marcada autoridad para ser alguien que entiende esto mucho menos de lo que Colt pudo —le dije con voz neutra. Cuando los colocaba a la par, Levi tendía a serenarse porque sentía que defenderse lo rebajaba—. Te repito que me vi impelida a hablar de él, no es un recuerdo al que me guste remontarme.
—Tú y tus recuerdos. —Rodó los ojos en señal de hartazgo, gesto que hizo que se me subiera el calor al rostro—. Lo que escribes en ese diario. De seguro todavía conservas la entrada en la que escribiste con lujo de detalle la vez en la que casi se... —Hizo una pausa, en la que me quedé en blanco. Qué cobarde fue por no atreverse a escupirlo—. Y quién sabe si fue el único. Es evidente que no sabes dejar atrás. Me pregunto por qué no lo olvidas.
El matiz de protesta resultó desproporcionado con su forma de ser, era más parecido a una rabieta infantil. Lo desestimó al aclararse la garganta y huir de mis pozos desbordantes, como si no me hubiera lastimado. Tanto que criticaba a mi amigo... Estaba actuando como él.
Ahora era yo quien quería huir.
La prueba me costó ingentes cantidades de sinceridad, y a pesar de ello, reconocía que no era tan sencillo para él interiorizarla. Era de esperarse; el asunto de las conexiones no funcionaba para nosotros como lo hacía con el resto de las personas. La nuestra era tangible, y por lo tanto se le tenía que dar mantenimiento en el sentido más literal.
—Es que no funciona así, Levi... —Apreté los dientes, comprendiendo que no había marcha atrás y que tenía que advertirle—. Ya no.
Levi ignoraba que este mecanismo no equivalía a apretar un botón, como cuando mandas un archivo a la papelera de reciclaje. Lo cierto es que no quería olvidarme de Colt ni de los recuerdos que había acumulado en su compañía. La convivencia con él hizo que me enfrentara a mi "yo interno" y me devolviera a mis principios en múltiples ocasiones. Significó un antes y un después en mi desarrollo como persona, tanto a nivel emocional como intelectual, por eso su partida me había representado un dolor enorme que aún no terminaba de ser procesado.
—Tus fallas siempre lo involucran a él.
—No es mi culpa —me justifiqué—. No es culpa de nadie.
—¿Tiene solución? ¿Hay algo que yo pueda hacer al respecto? —Trató de valerse de la escasa empatía con la que estaba dotado, la cual fue poco convincente.
—No lo sé —respondí, cautelosa—. Pero aunque así fuera, no fingiría que nunca lo conocí.
Se le endureció el semblante y apretó los puños en cuanto mis palabras llegaron a sus oídos. Puras contradicciones con él. Si le mentía, aunque fuese con el fin de evitar hundirnos en una pelea inútil, se enfadaba. Si me envalentonaba para decirle la verdad, por amarga que resultase, se predisponía a la violencia. Soportar su dilogía se volvía más complicado con cada segundo.
—¿Te levantas en las noches para recrear escenarios ficticios en los que te besas con él y viven juntos el resto de sus días?
Frené a causa del impacto que me reverberó en los tímpanos. ¿Por qué tuve que irme de su lado? Claramente yo fomenté la desconfianza de la que me estaba haciendo partícipe.
Estaba tan contenta en mi burbuja ilusoria que no me había detenido a meditar en las implicaciones que tuvo para él lo que hicimos anoche. Si lo consideraba un modo de asirse a lo que teníamos, la entrada del tercero en discordia por supuesto que le había quebrantado el ánimo. Trataba de ubicarme bajo el cristal de quien llegó en última instancia y se veía insignificante en comparación con el vínculo ya establecido. Su meta no se concretaría con la similitud de condiciones; tenía que superarlo de todas las maneras posibles a fin de reafirmar su sentido de pertenencia. Pero sus celos retrospectivos le impedían entender que ya lo había logrado.
La furia condensada salió expedida por mis falanges cuando repiqueteé contra el protector del manubrio. La falta de cordura nos estaba dominando, alguien tenía que tomar las riendas. De modo que, demeritando el hecho de que me había acusado de fantasear románticamente con Colt, inhalé profundo y fui soltando el aire en la misma medida antes de proseguir.
Aparqué en el estacionamiento de la plaza que era nuestro destino, en una maniobra cuestionable de la que, por desgracia, salimos ilesos.
—No, Levi. No hay ninguna vida en la que me proyecte con él. Si el problema se remonta a un beso que me faltó darte, te lo compensaré apenas nos detengamos. No puedo hacerlo ahorita. —Señalé con la cabeza hacia donde una mujer se nos había emparejado. Entrecerraba los ojos, como si me juzgara por la detención abrupta, aunque más bien era debido a que los rayos solares la enceguecieron. Hasta que se bajó de su auto, continué—: Ay, Levi. La única persona con la que me gusta imaginar ese tipo de cosas es contigo. Y recién he descubierto que no hay nada como vivirlas en carne propia. Parece que has olvidado lo que pasó entre nosotros, pero está bien. Cada uno tiene su tiempo, te entiendo. Por lo pronto, me gustaría pedirte que hagamos como que esto no pasó, más tarde podemos esclarecer lo que dejamos pendiente. Y ya quita esa cara de sufrimiento, please.
Me di por victoriosa cuando aceptó mi caricia en el pómulo derecho y relajó las expresiones.
La transición entre Colt y Levi había sido apresurada, ya que luego de meses sin si quiera mirarme, este último me confesó que yo le gustaba y que quería que nos conociéramos en un plano distinto al que habíamos implementado. Quizá su decisión había influido en mi detrimento, pero aunque me parecía lógico, ya había tenido problemas con la eliminación antes de que esta se concretase. No desaprovecharía la oportunidad de comprobarlo ahora que estaba disponible para mí en cuerpo y alma.
Nadie se queja por el silencio que abunda en una sala de cine. Es el sitio ideal para ignorarse mutuamente sin que se sienta un vacío, pues este es mitigado con los efectos absorbidos en los paneles acústicos.
Elegimos ver una historia genérica de héroes sin capa que salvan al mundo en medio de un colapso provocado por su propia negligencia, trama conocida de sobra. No quería que se me estimulara el pensamiento, sino entretenerme, olvidarme de lo acontecido. Al menos así fue, hasta que salió una escena en la que unos terroristas bombardearon una institución en la que había niños.
Aunque no fue explícito, el desplome de los pequeños cuerpos me dejó profundamente consternada. La inocencia en el rostro de los supervivientes me recordó a la mirada perdida de Falco cuando lloró en mi hombro, lo que a su vez disparó el recuerdo de Colt en el ataúd, de la recreación del incidente, y de los gritos desgarradores de su madre cuando le lanzaban palmos de arena a la caja.
Me la pasé moviéndome en el asiento, sujetándome con fuerza del reposabrazos, como si buscara soporte ante el derrumbe inminente. Levi se dio cuenta. Sugirió que saliéramos de la sala, no obstante, me negué porque no quería desperdiciar el boleto. Era capaz de manejar los embrollos en los que yo misma me metía, necesitaba creérmelo.
De haber tenido una mañana común y corriente, habría quitado el reposabrazos para así permanecer acomodada en su pecho conforme el filme avanzaba. Pero no. Tenían que aparecer los uniformados y poner de relieve a la persona que arruinó mi vida por segunda ocasión.
Estábamos planeando qué compraríamos para comer cuando recibí una llamada de mi tía Carla. Luego de los saludos de rutina, quiso saber si estaba disponible, pues quería pasar a visitarme con los demás. Puesto que me tomó desprevenida, no supe qué responder. Levi era mi invitado de honor, y no había dialogado con él sobre si era prudente presentárselos de una vez como lo que era.
Aún andábamos irascibles, por más que tratase de disimular. Ni siquiera buscaba el calor de mi mano, y procuró mantenerse a una distancia que demostrara que, aun con las entrañas revueltas, no me dejaría desamparada. Solo me pasó el brazo por la cintura cuando vio a uno de nuestros compañeros payaseando en la fuente de sodas con sus acompañantes femeninas, y esa nimiedad no compensaba el mal rato que me ocasionó durante el camino.
Cuando me tocó el hombro, diciendo que sí con el cuello, me relevó de inventar un sinfín de excusas. Concretamos vernos en mi casa al cabo de una hora.
No me preocupaba que no fueran a aceptarlo, sino lo que podrían concluir al enterarse de que estábamos conviviendo de una manera... singular. Por algo eran tan afines con mis padres, mantenían un criterio uniforme respecto a ciertos asuntos. De pronto, me invadió un temor inusitado por tener que combinarlos en una misma habitación. No era así como me habría gustado que se enteraran de su existencia ni de nuestras interacciones, mas no quedaba nada por hacer.
Levi me dio un apretón de manos durante la inactividad reflexiva, acto que aproveché para solicitarle hasta el cansancio que no fuera a tomarse nada personal. A veces mi tío hacía comentarios peculiares, aunque no con intenciones desdeñosas, y someterlo a él a un interrogatorio como el que había protagonizado esa mañana no me apetecía. Con la fe puesta en que aquello saldría bien, nos abocamos al intercambio de abrazos y a las presentaciones formales.
Ya en el comedor, noté que Mikasa no le quitaba los ojos de encima. Se dedicó a analizarlo como los oficiales me miraban a mí, quizá preguntándose qué era lo que había visto en él más allá de los ojos bonitos y el fino rostro que parecía tallado por los dioses. Si supiera, si tan solo supiera...
Se me salió hablarles a grandes rasgos de lo sucedido, para que no se preocuparan, omitiendo mencionar el nombre del implicado y guardando para mí los detalles concernientes a haberme convertido en un foco de atención. Me calmaron con un discurso comparable al que Levi me dio cuando nos quedamos solos, y mi tía, en específico, me felicitó por haberlos sorteado con astucia. ¡Qué pesar me dio!, no fue como se lo figuraba.
Debido a las nuevas perspectivas, deduje que me quedaba mucho en qué meditar, solo que ese no era el mejor momento. Aún tenía que encargarme de Levi.
Yo no era la novia de Colt, sino su mejor amiga. Compartía con él una habilidad que comenzó a fracturarse cuando me enamoré de Levi, pero le resté importancia a sus intentos de que retomase las riendas porque no medí el impacto que ser tan indecisa me acarrearía en un futuro. La última vez que nos vimos fue para comprobar su funcionamiento y para poner las cartas sobre la mesa respecto a lo que sentíamos el uno por el otro, siendo conscientes de que no habría otra. Abundaron los desacuerdos, las lágrimas. Nos tocó apreciar palabras colmadas de sensaciones contradictorias, pero no hubo ni un arranque de violencia que me hubiese hecho albergar rencor hacia él y que pudiera considerarse como fundamento para tramar hacerle daño. Lo quise en demasía. No sería capaz de atentar contra él, de ningún modo.
Fue una despedida agridulce, una que habría preferido evitarme. Ya no iba a presentarme ante él por la historia que nos precedía, y porque ahora me interesaba enfocarme en mi relación con Levi. Solo él sabía de la existencia de la carta que yacía bajo mi propiedad, en la que Colt se limitó a confesarme entre letras que se había resignado, garantizándome que se mantendría al margen. No identifiqué señales de conductas de riesgo encaminadas al suicidio, tampoco insinuó que yo tuviera la culpa de la madeja de emociones que no lo dejaba en paz. Tan solo fue la manera que encontró de "dejarme ir", muy poética, si me lo preguntasen.
Hasta ahora concebí la impresión de que él presentía que se le agotaba el tiempo, y que la premura lo había impulsado a abrirse.
Aquella declaración desataría un sinfín de cuestiones que se desviarían del tema central, a saber, quienes le habían arrebatado la vida a Colt. Desembocaría en mi persecución y posterior encierro para analizarme, o lo que sea que le hicieran a seres de naturaleza desconocida. Por ende, terminaría arrastrando a Levi, a Hange, a Eren, a Mikasa. Me apartarían de mi familia por quién sabe cuánto. Lo que es peor, tal vez no volvería a verlos nunca, y terminaría colapsando por la añoranza en la esquina de un cuarto sombrío.
El desenlace sonaba horrible en cada uno de los escenarios, pero aunque me sentí mal de no poder ayudar a los policías como esperaban, traté de despejarme diciéndome que más valía que cuidara de mí, a costa de lo que opinase cualquiera.
Mientras mi tía se dedicaba a dejar la cocina reluciente, por más que insistí en que yo lo haría más tarde, mi tío se dedicó a entrevistar a Levi en privado. Los vi dirigirse hacia el patio de enfrente, así que para evitar importunarlos, yo permanecí con Eren y Mikasa reposando en los sillones, quienes estaban ansiosos por repetir conmigo el patrón impuesto por él.
—¿Ese es el que hace que tengas cara de tonta todo el día? —comenzó Eren, usando ese tono burlón encaminado a sembrar discordia.
Mikasa le propinó un codazo en las costillas, lo que bastó para generarle una mueca subsecuente del sufrimiento. O su mano era ponderosa, o este manifestaba la resistencia de una hoja de papel.
—Sí, ¿qué tiene? —Alcé una ceja, un tanto agraviada por su falta de tacto, como si demeritara las cualidades que no alcanzaba a discernir.
—No sé, no pensé que te gustaran... así.
Lo decía el que se daba ínfulas de conquistador con el cabello enmarañado y la barba descuidada. Yo solo conocía a una persona que lo encontraba grácil a los ojos con ese aspecto de vagabundo, lo cual debería agradecer y, en consecuencia, motivarlo a no importunar a los demás. En materia de gustos no existen fronteras.
No pude resistir el reflejo de reírme, quizá para relajarme, quizá para ocultar que no me agradaba el rumbo que aquello estaba tomando.
—¿«Así», cómo? —le pedí que especificara.
—Ay, ¿cómo te lo explico? —Chasqueó la lengua, simulándose el intelectual. Ese gesto solía anticipar una barbarie.
—A ver, suelta. Me encantaría escuchar tu valiosísima opinión —le dije, sarcástica.
—Extraños y misteriosos. —Mikasa le arrebató las palabras mientras aún abría la boca, obteniendo una mirada confundida por parte de ambos—. Es la verdad.
—Nah, él no es así —rebatí.
¿O sí? ¿Había sido esa aura la que me cautivó?
—Apenas habló durante la cena, y solo se dirigió a ti para que le pasaras la sal —repuso Eren—. Si me lo permites, que persona tan desagradable.
—Quizá solo es tímido —Mikasa lo contradijo, ganándose una sonrisa de aprobación de mi parte.
—O grosero —replicó.
—Yo pensé lo mismo de él cuando lo conocí —agregué, procurando sostener la armonía que se aproximaba al borde de un precipicio—. Y créeme, estás en lo cierto, aunque no del todo.
—¿Se ha mudado contigo? —Ella se aventuró a realizar la pregunta prohibida.
Ay, no. Por estar pensando en alertar a Levi no me había concedido la ocasión de formular una respuesta apropiada.
—No... No... Como se te ocurre —titubeé, sacudiendo las manos—. Solo se quedó anoche, después se irá a su casa por el resto de las vacaciones.
Fracasé estrepitosamente en ocultar el sonsonete de angustia. Qué tonta, ¿por qué no me guardé el dato de su permanencia? Me habría asestado un golpe en la frente de no ser porque así habría firmado mi declaración como culpable.
No me creyeron, como era de esperarse. Los dos se observaron con incredulidad, sincronizando las cejas inquisitivas, haciéndome sentir indefensa ahora que mi aliada se había vuelto en mi contra.
—¿Por qué me miran así? ¿Dije algo que lo amerite?
—No, por nada. —Mikasa tomó la batuta tratando de salirse por la tangente, por consideración hacia mí. Para mi infortunio, Eren andaba con ánimos de despotricar, así que olvidó ponerle un freno a su lengua.
—Se ve que está muy cómodo. —Se fue recargando en el cojín, con las manos detrás de la nuca, sumándole un aire melodramático a su indirecta. La suposición me amargó el paladar. Bastante tenía con el juicio al que yo misma sometía mis decisiones como para tener que resistir el ajeno—. Si yo estuviera en su lugar, me quedaría todo el tiempo posible, cómo no.
—Qué bueno que solo tengo que soportarte unas cuantas veces al año. —Mis dientes crepitaron.
—¿Se están cuidando?
Que alguien le sellara la boca con cinta por ser tan imprudente. ¿Qué tendría la dichosa pasta a la boloñesa que ingirió, que lo había incentivado a hacerme ese tipo de cuestionamientos? ¿Un inhibidor? ¿Por qué de repente se concedía el derecho de interrogarme sobre temas concernientes a mi intimidad?
Me había metido en apuros, el bochorno no tardó en aparecer. Mikasa se abstuvo de opinar, ni siquiera trató de defenderme.
—¿Cómo? —espeté, frunciendo el ceño—. A ver, no voy a hablar de eso contigo. Esta conversación se acabó.
Y me levanté de golpe, dejándolos perplejos.
—Pero con ella sí tendrás que hacerlo. —Señaló con la cabeza hacia donde mi tía continuaba lavando los platos.
—Créeme, lo tengo bajo control —comenté en voz baja, alterada por la posibilidad de que ella hubiera alcanzado a oírme—. No creo que seas el indicado para opinar a ese respecto. ¡Céntrate en resolver tus propios asuntos y deja de meterte en lo que no te importa!
Me aseguré de que percibiera la inquietud en la velocidad de mi pronunciación y en la dureza de mis declaraciones.
—Perdona, Kiomy. Estaba jugando, no quise ofenderte. —Eren alzó las manos en ánimo conciliatorio, pero la furia permaneció dentro de mí.
—Sí, perdónalo Kimy. —Mikasa lo observó de perfil, con cierta aversión—. No sabe lo que dice.
«Ni lo que hace».
Entonces, salió disparada hacia el patio de atrás, recordando que ya le habían ganado el delantero. Su desviación me recordó que Levi y mi tío ya llevaban un buen rato solos, me preocupó que este fuera a desesperarse con sus moralejas rebuscadas. Un problema más que resolver, por qué no. A este paso, la lista sería interminable antes de que iniciara el curso. Por lo visto, no era yo la única que andaba susceptible. Todos estábamos inmersos en un descontrol, pésimo día para fraternizar.
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