Capítulo 68| Intenciones sumidas en un dilema
Me había rehusado a conversar con Hange por vergüenza, por miedo, por estupidez, cualquier suerte de motivo que consideré válido, pero no fue tan terrible como creía. Se mostró accesible y empática al responder varias de mis dudas, por tontas o incoherentes que parecieran.
Con su ayuda logré visibilizar que el sentimiento de culpa que me carcomía quizá se originaba en proyecciones autoimpuestas durante un periodo que se había quedado en el ayer, y que una vez que las superase podría acercarme al estado de plenitud. Que no debía avergonzarme de sentir aquello ni tenía por qué andar ventilándolo con nadie, porque era un asunto privado.
Sin ahondar en detalles, me dijo que ella se sintió igual al principio. Que lo que la ayudó fue aprender a confiar, primero en sí misma, y después en su compañero. Lo que más me recalcó fue que la persona que ama de verdad no se amarga ante la espera. Y eso es justo lo que él estaba haciendo por mí. Esperar, esperar a que el viento soplara en favor de ambos, no solo de él.
Yo quise demasiado a mis padres, sin embargo, gracias a este dilema impuesto por las circunstancias descubrí que no concordaba al 100% con ellos. Quién sabe qué hubieran opinado de mí si se hubieran enterado del rumbo que estaba tomando o si hubiese sido hábil ocultándoles mis intenciones, por eso me reconfortó en cierta medida que ya no fueran capaces de verme.
Por sugerencia de Hange, comencé una investigación exhaustiva, en la que padecí múltiples ataques de apocamiento y un sinfín de reveces. Parecía una adolescente ingenua que recién descubre que el cuerpo posee la capacidad de acomodarse de diversas formas o que la unión íntima no debe concretarse en específico para concebir descendencia. Exponerme a la forma tan natural y respetuosa en la que los expertos hablaban del tema me convenció de que yo también podía verlo de ese modo, de que las ideas preconcebidas y la falta de conocimiento era lo que me tenía hundida en la ansiedad. Los veintiún años que había cumplido deberían empezar a verse reflejados en mi concepción de ese asunto.
No volvió a suceder nada entrañable con Levi después de aquella vez que nos quedamos solos en mi cuarto, aunque nunca sentí que me hubiese privado de otras muestras de cariño "menos riesgosas". Entonces, llegó el triste momento anunciado con la última calificación en el examen de seis páginas ambivalentes, con lo que nos vimos forzados a despedirnos.
Él me dijo que se iba a quedar unos días mientras resolvía algunos trámites concernientes a la revalidación de sus materias, antes de que la gente de administración se fuera de descanso. Fue por eso que nos hicimos la promesa de acordar un sitio donde vernos apenas se desocupara. Y ese resultó ser aquel en el que me sentía más cómoda.
Alrededor de una semana después del inicio de las vacaciones le extendí una invitación para que viniera a mi casa, con la consigna implícita de que nos quedaríamos en habitaciones separadas. Estuvo de acuerdo, no antepuso objeción alguna.
Pasé el lapso de espera embelleciendo el sitio para devolverle la vida que perdía cuando lo abandonaba durante los meses que pasaba fuera. Limpié a profundidad porque quería generarle una percepción alentadora que contribuyera a su buen humor, y de paso al mío.
Al llegar el día acordado, procuré concederle tiempo de calidad a mi arreglo. Había perdido un poco de peso debido al estrés común del último tramo del ciclo, por lo que noté que la mayor parte de mis pantalones me quedaban flojos, aunque no se me veían tan mal ya puestos.
A eso de las cinco, me llamó para que le recordara dónde debía dar vuelta para encontrar la calle y cuál era su nombre. Fue insólito recibirlo. Las cosas habían cambiado entre los dos, eso era innegable. Lo contemplé desde el umbral de la puerta de acceso en tanto se decidía a acercarse, y no me contuve de correr en su encuentro para rodearlo con mis brazos. Aguardó a que entráramos para saludarme como era debido, siempre tan cauteloso.
Hace unos meses no éramos nada, y ahora quería que lo fuéramos todo.
Llevó su maleta al cuarto de huéspedes, en donde se quedó dormido hasta que casi dieron las ocho. Cuando se aseó, le sugerí que fuéramos a cenar a un restaurante que se ubicaba cerca de la colonia.
Por mera suerte encontramos una mesa en la terraza, que estaba adornada con tiras de luces. Las risas amenizaban, los comensales parecían estar absortos en pasarla bien. Incluso la playlist que seleccionaron iba de acuerdo con mis gustos. El ánimo era contagioso, volver a terrenos conocidos me resultó reconfortante. Quizá Levi lo notó cuando se vio incentivado a averiguar por qué estaba tan alegre.
—¿A quién no le da gusto concluir otro semestre con éxito? —dije, obviando la respuesta. En un par de años recibiría mi título y, de continuar en este camino, no tendría que celebrarlo en soledad.
—No creo que sea solo eso. —Me halagó que diera muestra de que comenzaba a conocerme, pues ese no era mi estado de ánimo habitual—. ¿Alguna razón en específico?
Cuando reposaba en sus codos, me rendía ante sus encantos. No quise mentirle, aunque la timidez estaba asomándose. La rebanada de pizza podía aguardar unos segundos a ser degustada.
—Qué mejor razón que tenerte aquí, conmigo.
Cesó el cuestionamiento para pasar a la parte en la que me colmaba de halagos por mi apariencia, a su modo, claro está, luego de apretar mi mano. No creí que los ameritara, solo me había ondulado el cabello y me tomé la audacia de ponerme un vestido de mi mamá, que ni siquiera me quedaba ceñido y llegaba a la altura de las rodillas. Ah, claro, el maquillaje de seguro contribuyó.
Sus expresiones me acariciaban el tímpano, eran un verdadero deleite. No podía dejar de sonreír, hasta se me tensaron los músculos. Pensé en que eran contadas las ocasiones en las que me había sentido infinita, como si estuviera flotando, y en que esta sería la más memorable.
Cuando volvimos a mi casa, el ambiente se volvió ponderoso. Nos quedamos prácticamente mudos, así que para evitar confrontaciones molestas, acordamos ir a dormir.
Recostada en mi diván, con los brazos en el fondo de la almohada, no conseguí dejar de darle vueltas al hecho de que había logrado intrigarlo con gestos sencillos y de que me estuviera haciendo compañía. Acariciaba los confines de la perfección ahora que lo tenía tan cerca, durmiendo en el cuarto de al lado. Jamás hubiera imaginado que esto sucedería, ¿qué más podría desear? ¿Qué podría ser mejor que eso? «Anda, dilo», me repetía la vocecita. Mas yo me negué a ceder a la algarabía que propiciaba.
Estuve cambiando de posición, sin poder conciliar el sueño, hasta que opté por levantarme para conseguir un poco de agua. En el pasillo que conectaba con las escaleras me encontré con un Levi que parecía acomplejado por una disyuntiva que radicaba en sus pensamientos. Qué pesar.
—Tampoco puedes dormir, ¿eh? —le pregunté, esmerándome por sonar benevolente.
—N-no... Digo... Sí, pero...
Me reconfortó enterarme de que no era la única que estaba siendo erosionada por un manojo de nervios anuladores. ¿Será que se los transmití durante la cena?
—Pero te dio sed —completé la frase que él no consiguió articular, librándolo del apuro—. Igual a mí.
Levi asintió, así que bajamos en búsqueda del líquido. Aunque me intrigó que todavía no se hubiera cambiado de ropa, opté por no bombardearlo en búsqueda de explicaciones. Quizá el motivo se remitía a que la siesta lo había revitalizado.
Vi que le temblaba la muñeca cuando se estaba sirviendo, así que decidí suplantarlo. Me examinó con desconcierto cuando le retiré el vaso y le lancé una media sonrisa, sin decir nada.
—Has estado muy rara desde que fuimos a cenar —comentó de improviso, despertando mi interés.
—Uy sí —hablé entre dientes—, mira quien lo dice.
El que no me quitaba los ojos de encima, ni siquiera cuando tomaba un sorbo. ¿Qué tenía de malo mi pijama? ¿Demasiado infantil para su gusto?
Me alejé hasta el extremo contrario de la pared en la que él se había recargado a beberse el contenido. Quise deleitarme con el cuadro completo de su figura, que me condujo al recuerdo de la ocasión en la que le derramé el té encima.
—Ya dime qué tienes —dijimos al unísono, lo que nos condujo a apartar la vista.
—Tú primero —le pedí en seguida, llevándole la delantera en abrir la boca.
—No, tú primero.
—No, Levi —insistí—. Por esta vez, me gustaría que tú empieces.
Se quedó callado, ordenando sus ideas. Me preparé mentalmente para oír incluso una barbarie, como que había recapacitado por obra de una revelación divina en la que se le indicó que tendría que ir a hospedarse en un hotel en la ciudad. Pudo haberlo considerado, quizá no le acomodaba estar a solas conmigo, mucho menos ahora que ni Hange representaba un posible impedimento. No, nadie entraría por esa puerta si yo no lo permitía.
—¿Y bien? —lo animé a continuar.
—No importa. Es una tontería.
—Nada de lo que me digas puede parecerme tonto —le aseguré, en tono conversacional—. ¿Cuántas veces tendré que repetírtelo?
—Es que... es extraño estar aquí, en tu casa. —Abarcó el recinto con la mirada, procurando reconocerlo—. Sin la presencia de la cuatro ojos.
Anticipé hacia dónde quería llegar, así que me propuse contribuir a dirigirlo con paciencia.
—¿Te hace falta que te moleste?
Aun si se aferraba a negarlo, sabía que había llegado a apreciar a Hange. Representaba un elemento clave en nuestra amistad y su posterior desarrollo. De alguna forma, la teníamos muy presente. Seguro le habría añadido sazón a aquel mutismo que propiciábamos y nos habría facilitado la engorrosa labor de sincerarnos.
—Me refiero a que... si ella estuviera aquí yo no... No me sentiría de este modo. —Apretaba los dientes y abarcaba su rostro con la mano.
En serio no encontraba deleite alguno en generarle incomodidad, sin embargo, era una de las secuelas de ser honesto, las cuales ya debería reconocer porque nos habían estado acechando.
—¿Cómo te sientes?
Tardó bastante en cobrar valor para decírmelo, mas yo nunca lo presioné.
—Asustado —musitó finalmente, temiendo mi reacción.
—¿Estás... asustado de mí? —Su enfoque tuvo un efecto descorazonador, pues me remití a concluir que aún sufría el por lo que había intentado hacerle bajo los efectos de la Zárxtena.
—No, no —replicó al notar que se me decaía el semblante—. Más bien, me temo a mí mismo.
—¿Por qué lo dices?
Él se había desviado por la tangente, consiguiendo intrigarme en demasía. Así amaneciéramos viendo el alba, no me despegaría de su lado hasta obtener respuestas que calmaran mis ansias de la verdad.
—No lo sé... Siento que me estoy asfixiando.
—Habérmelo dicho antes. —Una corriente de alivio se apoderó de mí—. ¿Te parece si abro la ventana?
Sentir el aire acariciándonos no nos vendría mal. La temporada de calor parecía haberse extendido, y a pesar de que la prefería por encima de la helada, no veía cuando iba a terminarse.
—Espera. No... No se trata de eso. —Inhaló profundamente, sobreponiéndose a la obstrucción que se le formó en la garganta—. Es que creo que existe un riesgo latente de que suceda algo que tú no quieres que pase, y que yo esté aquí lo complica todo. —Me miró antes de avanzar rápido hacia a la salida—. Creo que lo mejor es que me vaya.
¿Por qué habría asumido que yo no quería que eso ocurriera? ¿Qué señales erróneas le había estado enviando como para que quisiera echarse para atrás? Algo me hizo falta, mas no sabía con exactitud qué era.
—Levi, aguarda. —Me le había acercado con cautela, instándolo a retroceder. El sobresalto que le ocasioné no perduró—. Me alegro de que estés aquí, ¿de acuerdo? Le pondré seguro a la puerta por dentro si te hace sentir más tranquilo. Pero, por favor, quédate.
No era tan despiadada como para expulsarlo a esas horas, cuando el manto nocturno ya cubría las afueras. Él ni siquiera conocía las inmediaciones, ¿y si terminaba extraviándose? O peor aún, ¿qué tal que se volvía víctima de una contingencia como la que le había arrebatado la vida a mi amigo? Qué extraño que me acordase de él en ese instante en el que solo debíamos converger Levi y yo.
—No deberías tener que encerrarte en tu habitación. —Su voz se volvió condescendiente—. Esta es tu casa.
Sonaba descabellado, por supuesto. No creí que fuera imperante llegar a ese punto. Yo también imploraba llenarme de valor para darle solidez a mi premisa.
—¿Sabes algo? —Me aclaré la garganta al igual que él—. Puede que las acciones no hayan sido tan claras. Y es extraño, porque tiene mayor peso.
—¿A qué te refieres?
—No sé si ya te lo había dicho, Levi, pero yo no tengo miedo de ti. —Me fijé en sus labios, y luego me posé en su mirada, en donde identifiqué un leve dejo de perturbación—. Al contrario...
Desconocí el susurro que brotó de mi garganta. Me había parecido distante, como si le perteneciera a ese otro ser que habitaba en mí y que había estado desafiándome con intrepidez para convertirse en el líder. Cuando recuperó la confianza para ofrecerme la calidez de su pecho, supe que me lo había ganado.
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