Capítulo 66| Los muertos deben quedarse con los muertos

Había dejado mi celular en la habitación porque quería asegurarme de resolver el desastre cara a cara, sin distracciones. Cuando caí en cuenta de lo preocupados que habían estado Hange y Levi por que me hubiera ocurrido algo grave, me resolví a no volver a permitir que me invadiera de nuevo un impulso ni remotamente parecido. No obstante, la efímera paz de haberlos recuperado salió expedida por la ventana cuando abrí el chat con Falco, pues solo alcancé a leer la palabra «percance» para cuando comencé a hiperventilar.

Luego de una ardua labor de autoconvencimiento, conseguí marcarle con el fin de averiguar a qué se refería en específico, aguardando hasta la ínfima esperanza de que hubiese permanecido como un suceso momentáneo, que no había trascendido a mayores. Pero cuando se le cortó la voz, perturbado en el espíritu, y dejó de hablarme durante unos segundos, se me cayó el mundo encima.

Uno de esos sucesos fortuitos me lo había arrebatado. Una estupidez carente de sentido. Ni siquiera el riesgo latente de sobredosis, de derramamiento de sangre por incrustación en el tejido o de aneurisma causada por la sobreexposición a recuerdos a la que yo lo sometía pudo vencerlo... No. Se había convertido en víctima de un ser humano despreciable, carente de escrúpulos, de esos que antepondrían sus ambiciones a costa de las vidas que se llevarán en el proceso. Estaba sucediéndome otra vez, mi cuerpo entero tembló al establecer el comparativo.

Quiso reservarse los detalles hasta que nos reuniéramos. No era un asunto que le gustaría discutir por teléfono, y a mí tampoco.

Hange entró corriendo a mi habitación apenas escuchó varios golpes huecos contra la pared, los cuales se habían generado al estrellarme la cabeza. Quería reiniciar el mecanismo de introspección para ampararme en una posible respuesta "satisfactoria", que rellenara el agujero, solo que ella impidió que continuara con el martirio cuando me convenció de que nos sentáramos sobre la cama.

Hundí el rostro en las rodillas, dejándome invadir por la sensación apabullante. Sentí que me habían drenado la vitalidad, que estaba en medio de una alucinación nocturna, y que mis dos amigos aún estaban en mi contra, que ese plano no era certero. Con las pocas frases que alcancé a articular, ella consiguió comprender lo que sucedía. Dijo que me acompañaría a su domicilio, que no iba a dejarme sola en ningún instante.

Afuera de la casa había varias personas vestidas de negro, con el ánimo aplastado y la mirada perdida. Era una escena lúgubre sacada de antaño. Me trajo recuerdos lacerantes, con los que no estaba lista para lidiar ahora. Creí divisar a Arthur conversando con un chico que se parecía bastante a Colt, mas no traté de anunciarme delante de él.

Ni siquiera supe cómo fue que conseguimos abrirnos paso hasta la sala, que se había impregnado de un olor potente a café y galletas de mantequilla, en donde encontré a Falco consolando a su madre. Ella me abrazó en cuanto me planté delante de su vista, mientras que su padre nos dio las gracias por haber venido al estrecharnos la mano. La mujer tenía una mirada cavernosa y el rostro pálido, aun detrás del armazón de gafas oscuras, signo de que no había cesado de llorar. Su padre, en cambio, hacía un enorme esfuerzo por mantenerse sereno al presentarse ante los dolientes que se acercaban para consolarlo, aunque se veía que también había estado acariciando el borde de la locura.

Falco nos condujo a su cuarto en el segundo piso, como para apartarse un momento del tumulto que se agitaba en un continuo ir y venir. Al rozar el barandal, me asestó el impulso de colarme en la que había sido la habitación de Colt, cuya puerta estaba cerrada y por debajo de la cual ondeó una corriente de aire gélida, que me hirió hasta los huesos. Había surgido en mí una curiosa necesidad de embriagarme de su olor, que sabía iba a terminar extinguiéndose. Tuve que contenerme puesto que ahora tenía que concentrarme en otro asunto.

No fue sino hasta después de trabarse un millón de veces, a base de titubeos, que consiguió hilar la secuencia. Resulta que el día anterior lo había acompañado a la tienda, y en el camino de regreso fueron interceptados por un par de hombres que buscaban quitarles el dinero. Cuando Colt respondió que no tenía, se lo tomaron a mal y trataron de amedrentarlo con un arma punzocortante, a modo de represalia. «¡Vete de aquí!», alcanzó a decirle para que espabilara, logrando despertarlo del trance en el que ninguno de sus miembros respondía. Sus padres lo encontraron gravemente herido y lo llevaron al hospital, pero ya era demasiado tarde.

Me preguntaba por qué no simplemente se dieron la vuelta y se fueron a otro sitio. ¿La vida de mi amigo valía el billete de menor denominación que de seguro le quedó como cambio? Era un insulto a lo que se considera certero y digno de confianza. El pesar me invadió, llevándome a ansiar que por lo menos hubiera tenido el arrojo de defenderse, ya había demostrado ser hábil canalizando el miedo a su favor.

Falco se torturaba al evocar los detalles que no alcanzó a presenciar por haberle hecho caso de irse, y yo le dije que de cualquier modo eso no habría mejorado su sentir. Le aseguré que no era su culpa porque Colt solo había tratado de protegerlo.

La furia se apoderó de mi torrente sanguíneo, comenzando en las puntas de los dedos, hasta que invadió cada centímetro. Sentí que el reloj se detuvo y que los muros alrededor comenzaron a derrumbarse a causa de un aparatoso huracán que se tragaba todo lo que encontraba a su paso. Quería ponerle nombre y rostro a aquellos individuos, detalle que omití averiguar para no aumentarle la carga a Falco.

No dejaba de pensar en lo duro que sería para él enfrentarse a la vida sin su hermano de ahí en adelante, quien además había llegado a ser su amigo más sincero y devoto. Todavía no alcanzaba a entender cómo funcionaba ese vínculo, mas al tratar de imaginármelo se me comprimió el corazón.

Me concedieron un espacio a solas en el cuarto donde yacía el ataúd. En un principio, no fui capaz de acercármele. Sabía que ni siquiera debía tener miedo, pues los muertos no podían escuchar nada de lo que acontecía a sus alrededores. Me quedé consternada al verlo con los ojos cerrados y una expresión que denotaba serenidad inquietante. Quien se hubiese encargado de ponerlo presentable había realizado un excelente trabajo. Se veía tan elegante como cuando me acompañó a la fiesta, solo que esta vez no vendría a recogerme ni trataría de hacerme reír con algún comentario fuera de lugar.

Él no había llegado tan lejos para nada. No había enderezado su modo de vivir para que le arrebatasen el aliento en un acto egoísta. Le faltaba un sinfín de cosas por hacer, y era injusto que pereciera a manos de un par de lacras.

Pero me reconfortaba que le hubiese brindado honor a su estatus de «Héroe», como lo habían llamado en la nota periodística que se había publicado luego del siniestro en la graduación, hasta el último día en que deambuló sobre la faz de la tierra. Porque sí, se había convertido en mi héroe, secundado por acciones muy peculiares, encaminadas a proteger mi integridad física. Esa era la imagen con la que me abocaría a recordarlo en los años venideros. Fue el amigo que recibió una bala por mí, literalmente, y que jamás se habría colocado a la altura del gatillo, aunque me hubiera hecho acreedora.

Siempre supe que habría entregado su vida a cambio de la del niño que ahora me abrazaba, llorando sin hallar consuelo. Jamás me habría imaginado que fuera a ocurrir durante esta etapa. Esa era para mí una prueba convincente de que el amor no se trata solo de lo que cada uno desea para sí, sino que implica buscar el bien del otro, sin estimar el precio.

Hubo un instante en el que se me quiso disparar el pánico, cuando me temblaron las piernas y tuve que contener las ganas de gritar. Requería un fuerte pellizco que me sacara de esa pesadilla, pero tras ejercer presión en los hombros para contener el escalofrío, comprendí que eso no sería posible. El presente estaba justo delante de mis ojos, no podía denigrarme al ignorarlo. Me limpiaba las lágrimas con una manga cuando entró un hombre con un niño que llevaba en brazos y, sin cruzar una palabra, acordamos que mi turno había concluido.

Me llamó la atención que varios de los varones compartieran el color del cabello de él, desde el más pequeño hasta el más anciano. Quizá ese con el que estaba Arthur era uno de sus primos, cuya similitud ahora me resultaba un tanto espeluznante. Era su clon, aunque con menos estatura. También creí ver a lo lejos un rostro que me resultó familiar, el de aquel que se había apiadado de mí cuando mi existencia pendía de un hilo. Tampoco me apeteció acercármele.

En el funeral, que se llevó a cabo al día siguiente, Falco leyó unas palabras que le había escrito a modo de despedida, lo cual conmovió incluso al más indiferente de sus tíos. Uno de los hombres de mayor estatura perteneciente a la familia paterna se acabó una caja de pañuelos en un santiamén, y las mujeres se cubrían la boca para amortiguar los lacrimosos gemidos.

Yo no conseguí despegar la vista de la caja donde yacía su cuerpo inerte. La examiné con la reverencia que se merecía, procurando no hacerme notar. Ignoraba si él le había hablado a alguno sobre mí, por lo que no quise correr el riesgo de que me identificasen como la novia destrozada. Mi aflicción no podría equipararse a la de una madre que se quedaría en un estado permanente que ni siquiera tenía nombre de uso común en nuestro idioma.

Mientras aventaban el primer puñado de arena en el hoyo, ella comenzó a implorar, desgarrándose las entrañas, pidiendo al Cielo que se la llevaran a ella. Casi se resbaló al agacharse, pues se había quedado sin fuerzas, producto del agotamiento. Menos mal su esposo reaccionó oportunamente, así que le susurró algo a una chica joven que estaba cerca de ellos, quien la despachó de la multitud luego de ayudarla a reincorporarse.

Mi cerebro se desconectó a intervalos cuando su padre empezó a hablar de lo buen hijo que era y de lo arrepentido que estaba por no haberle dicho con frecuencia que lo enorgullecía. Al percibir que sus palabras se volvieron un eco difuso, casi imperceptible, Falco llamó mi atención al ponerse de pie junto a mí.

Hange optó por retirarse para concedernos espacio, recordándome que se mantendría cerca, por si lo requería.

—La encontré anoche entre sus cosas —me dijo con voz apagada, extrayendo una hoja de papel del bolsillo de su saco—. Creo que le habría gustado que te la hiciera llegar.

La página tenía el doblez un tanto chueco, ya que él se había negado a aprender a hacerlo a la perfección, como le repetí hasta el cansancio. Era parte de su toque.

Me alejé yendo a una de las bancas provistas a lo largo del campo santo, donde casi no transitaba la gente. Con seria dificultad y expectativas contradictorias, conseguí abrirla.

Fue insólito colocar mis yemas en la superficie, como si sus emociones hubieran sido absorbidas por el papel. Como haber sido la designada para conocer una valiosa última voluntad, y me temía que fuera a encontrarla en aquellas líneas.


Para Kiomy.

Mi mejor amiga hoy, mañana y siempre:

Nunca fui tan elocuente con las palabras, pero de todas formas no quisiera dejar pasar la que quizá sea mi última oportunidad de expresarte lo que siento. Sé que tu corazón nunca me perteneció, y que ahora más que nunca la posibilidad de que estemos juntos está fuera de mi alcance. También estoy consciente de lo que te he prometido, mas no moriré sin haber peleado lo suficiente. Alguien me enseñó que no debes rendirte con sencillez ante las adversidades, porque gracias a ellas descubrimos nuestros puntos débiles y aprendemos a salir del fango, aunque nos embarremos un poco en el proceso.

Eres parte de mí porque, aunque no lo creas, durante todos estos años me has ayudado a cambiar de perspectiva. Has estado conmigo en diversos momentos, no de forma presencial, sino más bien, metafórica, como dices tú. Te debo demasiado, no me alcanzaría la vida para pagarte.

Mereces toda la honra y apreciación de cualquiera que quiera estar cerca de ti, nunca aceptes menos. Por favor, no me odies por haberte dicho que ya no te amaba como lo hice cuando teníamos dieciséis. Me cuesta más mentirte cuando te tengo de frente, porque cualquiera se perdería en tus ojos llenos de dulzura y sinceridad, y olvidaría lo que tenía planeado. Nadie conoce tus miedos más profundos, tus deseos, lo que te ha convertido en la maravillosa persona que has llegado a ser, o la razón oculta detrás de tus decisiones como yo. Bueno, nadie más lo hacía, hasta que lo conociste a él.

No me equivoqué cuando te dije que tuvieras cuidado con darle rienda suelta a lo que sentías. Aquella tarde en la que nos reencontramos te vi tan entusiasmada que supe que te había perdido, una vez más. Y no pude aceptarlo, me negué a dejarte ir, justo cuando volvías a aparecer en mi vida por obra del destino o de las casualidades, qué sé yo. Ya no sé ni en lo que creo.

Lamento haberte dicho todas esas cosas malas acerca de él. Cuando sabes que no tienes las de ganar, la mejor estrategia es restarle credibilidad al otro. Olvida esa maraña de acusaciones sin sentido, por favor. Si alguna vez escribiste algo al respecto, rompe y quema esa hoja. Necesito que lo hagas. Incluso si ya no formo parte del proceso, tú todavía eres capaz. Podrías cometer el mundo si quisieras, pero sé que ahora tienes otros planes en mente, que de seguro tendrán éxito.

Eres la única que ha despertado en mí sentimientos extraños, que me dejó incontables noches en vela, y cuyas acciones me confundían e intrigaban al mismo tiempo. Lo que siento por ti sobrepasa el límite de lo que se siente hacia un amigo. No solo me gustas por tu forma de actuar o llegué a enamorarme de ti, sino que he llegado a amarte con todo mi ser. Lo cierto es que tienes un sitio especial reservado que, aunque se empolve, ahí permanecerá. También te mentí en eso.

Pero no te preocupes, que no pienso importunarte. No quisiera convertirme en el motivo de sus discusiones ni contribuir a mortificarte más de lo que estarás por él. Si lo amas y él también te ama, estoy bien con eso.

Te dejo libre porque es lo correcto. Pero recuerda que, si llegas a sentirte insegura y quieres contárselo a alguien, siempre te escucharé con gusto. Si notas que no es lo que creías, no tengas miedo de pedirme ayuda para salir de ahí. Y si un día sientes que él ya no te llena, por favor, búscame. No seré el más interesante o inteligente, pero sí el que te amará hasta que el sol pierda su luz y las aguas del mar se sequen.


Levi fue a recogerme del cementerio. No trató de elaborar las circunstancias para que hablara, lo cual le agradecí. Me dejó a cargo de Hange, y alcancé a escuchar que le suplicó que le avisara de cualquier anomalía apenas cerraron la puerta.

Dormí durante el resto de la tarde. No asistí a las clases ni al entrenamiento. Había estado soñando con la vida que pensé que hubiéramos tenido juntos si lo hubiera elegido a él por encima de Ryan, quien era para mí la raíz del problema. Mejor echarle la culpa a alguien que no estaba presente, pero cuyo rostro sí conocía.

Al despertar, me aseguré de concederme la ocasión de escribir con lujo de detalle lo que estaba sucediendo. Para cuando acordé, ya había llenado cerca de diez hojas con la crónica de la muerte de mi mejor amigo y los sentimientos que se me habían removido cuando leí la que se convirtió en la última carta que me escribiría, sin haber podido anticiparlo. Había sido un tanto halagador recibirla, debo admitirlo, aunque eso ya no importaba.

Mi mejor amiga tocó un par de veces para averiguar si ya me había despertado, y me dejó tranquila cuando le respondí que estaba bien. Le recordé que no debía preocuparse porque no tenía planeado huir despavorida.

Más tarde, invitó a Levi a tomar café con nosotras, y en complicidad acordaron no mencionar nada sobre el incidente. Sin embargo, en pleno núcleo de la conversación, me solté a llorar como un grifo con la manivela desatornillada, hasta que se me formó un nudo en la garganta y se me taparon las fosas nasales. Como remedio, me enviaron a descansar para que pudiera enfrentarme con entereza a la realidad. Se quedaron conmigo hasta altas horas de la noche, sufriendo conmigo, cada uno a su manera.

Hange no había alcanzado a conocerlo lo suficiente como para tomarle el mismo nivel de aprecio que yo le tenía, sin embargo, me inclinaba a creer que cuando se unieron para rescatarme había descubierto por qué le había entregado el entero de mi confianza. En cuanto a Levi, era evidente que no lo resentía por Colt, sino por mí. No era justo pedirle que lo echara de menos. De hecho, no se atrevía a decírmelo, pero algo me indicaba que él había recuperado el temple cuando concluyó que la "competencia" había desertado de la vida. Que por fin tenía el camino despejado.

El resto de la semana lo dediqué a vivir mi duelo, en medio del cual recordé varios de los buenos momentos que habíamos compartido. Me reí, sollocé, volví a enojarme al contemplar sus ataduras. Hasta le pregunté a su hermano cómo estaban sobrellevando la pérdida en su familia. El chico bromeó con que ahora tendría un almacén de ropa nueva a su alcance, que estaba ansioso por crecer en ella. Eso me infundió esperanza, porque si él era capaz de recuperar su brillo, con el tiempo yo también lo conseguiría.

Tras reunir el valor de regresar a la rutina, me di cuenta de que Arthur seguía cargando con un semblante afligido. No creí que la pérdida de Colt le fuera afectar tanto. Lo había juzgado con rigidez porque él contaba con una libertad de la que yo no podía ser partícipe. Cuando nuestra mirada se cruzaba, era como si nos estuviéramos diciendo: «Tranqui, todo va a estar bien. Lo vas a superar».

Una vez que la marea se estabilizó, entendí que aún tenía un problema pendiente de resolver. Para empezar, opté por mostrarle a Levi la carta. Sabía que me había otorgado cierta consideración por respeto a la pena que aún me afligía, pero incluso con el filtro no pude evitar percatarme de que se le endureció el rostro mientras la leía con las manos temblorosas.

—¿Hace cuánto tienes esto?

Resistí el impulso de arrebatársela cuando percibí que intentaba dañarla como consecuencia del mal trago que le había ocasionado sumergirse en ella. Su voz estaba impregnada de rencor, quería deshacer el papel como si eso equivaliera a írsele encima con los puños en el aire.

—Su hermano me la dio el día del funeral —respondí, un poco preocupada—. No estaba segura de si debía enseñártela, pero sentí que era lo correcto.

Él asintió, fijándose de nuevo en la carta.

—Si nunca dejó de amarte, como lo escribió aquí de manera explícita —me señaló al menos un par de oraciones—, eso quiere decir que le diste una pizca de esperanza. ¿No se supone que estás conmigo?

Inhalé y exhalé profundo, esperando que la culpa no atestiguara por mí en esta ocasión.

—Levi, te dije que éramos amigos. Que la última vez que lo vi fue para darle un cierre a cualquier fuga de sentimientos que pudiéramos tener el uno por el otro. ¡No tenía ni idea de que aún seguía con eso!

—Para mí es evidente que estaba decidido a entregártela —aseveró. Yo había pensado lo mismo, así que apreté los labios—. ¿Qué sentiste cuando te enteraste de que aún te amaba? ¿Qué habrías hecho si lo hubieras sabido cuando aún vivía?

No aparté la vista, tenía que valerme del lenguaje corporal si en serio deseaba que me creyera. Buscó rastros de hesitación al escanearme, mas cedió al notar que no me había acobardado. No tenía motivo.

De repente me hablaba de «amor» con mucha seguridad y determinación, ¿qué le estaba sucediendo?

—Por lógica, me desconcertó. Y aun si lo hubiera sabido antes, yo no lo amaba ni lo habría amado como piensas —le hablé con franqueza de expresión.

—¿Esperas que te crea? ¿Por qué siempre tiene que haber un secreto entre tú y yo, y para colmo, que lo implique a él?

Me pesaba más decepcionarlo con una mentira que contarle una verdad que pudiera ser complicada de digerir.

Estaba convencida de que no le habría ocasionado ese sufrimiento si se hubiese tratado de cualquiera a quien no percibiese como posible rival de amores. Interrogar a Hange me había hecho conocedora de la escama que percibió cuando ese par se conocieron, al punto de que se quedó con la idea de que ambos descubrieron que tenían sentimientos pendientes de definir ante mi inminente pérdida. Creí que ese tipo de inseguridades no tenían cabida en él porque siempre se presentaba sereno, y no era sencillo identificar sus emociones. Esta faceta suya me generaba incredulidad.

—Yo nunca le di alas —repuse—, entiende. No puedo controlar lo que otra persona siente por mí, pero sí lo que yo siento por ella. Una de las medidas que tomé fue pedirle que ya no nos viéramos.

—Suenas muy conforme con tener dos alternativas —me recriminó, acusándome de tener un corazón de condominio.

Nunca me lo había planteado, apenas si podía manejar los estragos que me ocasionaba su persona como para andar intercalando con un tercer vértice.

—Él no era mi segunda alternativa. Nunca tuve ni tendré una segunda alternativa —le aclaré.

—¡Pero si lo dice claramente aquí! —Arrugó el papel, y con las manos le indiqué que se tranquilizara—. Siento que estoy compitiendo con un fantasma. —Noté que se le tensaron los hombros, pues se removió con incomodidad—. ¿Alguna vez me considerarás suficiente para ser la única opción?

—¡Es que ya lo eres! —Se me escapó una corriente de lágrimas—. No deberías pensar que estás a su sombra. Colt solo era mi amigo, con ese estatus lo enterré y así va aquedarse. ¿De qué serviría cambiárselo?

¿De veras le brillaban los ojos, como cuando las gotas de lluvia se adhieren al vidrio de la ventana y un haz de luz solar los atraviesa? Parpadeé en repetidas ocasiones a fin de comprobarlo, pero eso solo lo alertó, así que se aseguró de borrar cualquier signo de tristeza en la forma del agua. Aun así, una lágrima insidiosa alcanzó a escapársele por el borde, rodando por la mejilla derecha, imprimiéndole la marca del cauce de un río.

—Esto dejó de tratarse solo de ti cuando dijiste que me querías.

Me sentí abrumada de ser la causante de aquella decepción, cuyo antídoto me parecía cada vez más distante.

—Y te quiero, eso no ha cambiado en ningún instante, créeme. —Me rehuyó cuando traté de secarle la mejilla, dejándome consternada—. No te he mentido, Levi. Me he esforzado por enmendar mis errores y por demostrarte que eres el único por el que siento esa clase de cariño.

—¿Solo es «cariño» lo que sientes por mí?

¿Qué se supone que se contestaba en esos casos?

—Sí... Digo... No. —Qué tonta, no era eso lo que quería oír—. No sé qué más hacer para probarte que digo la verdad y que te elijo por encima de cualquiera. ¿Qué es lo que quieres? ¿Qué halle el modo de borrarme de la memoria cualquier rastro de que alguna vez lo conocí?

La mención lo hizo espabilar por un instante, insinuando que era justo lo que debía hacer. Como si fuera posible. Que empleara su lógica.

—No sé si pueda soportar otro secreto que surja de la nada y que tú te refugies en el sentimentalismo para demeritarlo. Quizá... necesitemos tomarnos un tiempo para replantear nuestra situación. —Me quedé sin habla, mirándolo con aires de súplica—. Tengo que decidir si quiero continuar con alguien que no puede dejar el pasado en el pasado.

—¿Hablas en serio? —le pregunté con la voz quebrada. Mis latidos se ralentizaron.

—Yo no bromeo con estas cosas —respondió con una tranquilidad perturbadora.

—¿Es lo que de verdad quieres? —quise confirmar.

—No quiero alejarme de ti —añadió, al notar la pesadumbre en mis ojos—. Pero... no puedo seguir así. Necesito saber que puedo confiar en ti por completo, y por ahora, no estoy seguro de ser capaz.

Todavía con el alma en vilo, me levanté para buscar uno de mis cuadernos en el escritorio. Tenía fe en que, debido a lo relativamente reciente del evento, no tardaría en encontrar la página que necesitaba mostrarle. El abanico desprendió una corriente vivaz que contribuyó a que encontrara algo de sosiego.

—Mira, tal vez hace falta que leas esto. —Deposité el hallazgo en sus piernas, suspirando. Me sentí impotente por estar recurriendo a esa opción debido a que nunca le había mostrado a nadie lo que escribía en mi diario—. Si después continúas firme en tu decisión, tendrás que decirme que estás rompiendo conmigo. No me gusta que me dejen a medias. Solo «sí» o «no».

No le conté que había tratado de besar a Colt por un impulso y que me arrepentí en el último instante porque ya comenzaba a enamorarme de él. Ese incidente pensaba llevármelo a la tumba por consideración a ambos, pero ya que las aguas habían embravecido y comenzaba a inundarme, tenía que izar las velas, aunque pudiera perecer al escalar el mástil.

Se quedó quieto, sujetando las cubiertas en alto, frunciendo el ceño.

—¿Lo ves? Me detuve porque creí que te debía lealtad, cuando aún no éramos nada —le dije una vez que dio prueba de haber salido del trance—. Cuando pensaba que estabas a años luz de sentir lo que yo comenzaba a sentir por ti.

—Kiomy... —Se quedó boquiabierto, dejando que se le resbalara la libreta, pero no me agaché para recogerla.

—Puedes confiar en mí y en que eres el único al que amo. —Lo tomé de las manos, apretándoselas con ímpetu. Me había equivocado al mantener para mí lo que de verdad sentía en ese instante por él—. Te dije que no haría nada para lastimarte, y lo he cumplido. Por favor, te pido lo mismo a cambio

—Pero...

—Shhh, tranquilo. —Le acaricié el cabello antes de abrazarlo—. No debes preocuparte más por él, sino por mí. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top