Capítulo 65| Me siento de maravilla
Advertencia: Este capítulo contiene descripciones de situaciones delicadas que podrían ser perturbadoras para algunos lectores. Se recomienda discreción al continuar.
Cuando un cúmulo de ira se desata, deja a su paso una vereda de destrucción calcinante. En mi caso, fue como si un enjambre de abejas furiosas hubiera pululado dentro de mí, haciendo ruidos estridentes que me complicaban pensar con claridad. No importó cuánto intentase calmarme o distraerme. Se habían anclado, diseccionando cada rincón de mi mente.
Sentí que estaba perdiendo el control, que el torbellino que se estaba formando me empujaría al borde de una furia persistente, que se aferraba a mí con un poderío que no sabía soltar y que ya no podía contener.
Que hubiera atentado contra mi vida no era un asunto que dejaría pasar así como así, menos ahora que me había confesado que esa era su intención desde el comienzo. Ella no sería la causante, no era merecedora de ese privilegio. Quizá sobreviví para no dejar que pensara que había ganado.
Tras propinarle una bofetada que tronó con un sonido corto y agudo, busqué el modo de empujarla antes de que se recuperase del aturdimiento. Aterrizó varios metros delante de mí, lo que me volvió consciente de que la fuerza que me invadía sobrepasaba los límites de lo común. Fue grandioso.
El susto preliminar ocasionado por la distancia medida la alertó para levantarse, sin embargo, al irse hacia atrás trastabilló y terminó chocando contra un par de puertas metálicas. El sonido reverberó en los vestidores. Un estruendo potente hizo que todo quedara en silencio cuando su figura quedó estática después de evidenciar su alcance.
Me fui acercando despacio, antes de que procediera a huir como la cobarde que era. La alcé por los hombros para dedicarme a azotarla con frenesí. Los crujidos que emitía el contacto con los huesos de su espalda y cráneo me deleitaron en sobremanera, se convirtieron en el impulso requerido para continuar.
Me apretó por las muñecas, en un triste intento por aminorar los impactos, y aunque tuvo la intención, nunca le concedí el momento de que ensartara las uñas en mis globos oculares. Gritó a duras penas para pedir ayuda, pero el ruido de los impactos ensordecía su ya de por sí débil voz.
Cuando me cansé de oír sus pueriles pujidos, la dejé desplomarse como restos de escombro vivientes. Intentó reincorporarse al buscar apoyo en los codos, que temblaban como cuerdas tensadas al límite. Se arrastraba como quien sabe que está a punto de ser derrotado, de que le atravesarán el corazón con una flecha puntiaguda. Imploraba que me compadeciera de ella ahora que estaba arriba en el marcador. ¿Por qué no se rendía para proteger su dignidad recién pisoteada? ¿Dónde había quedado la valentía que la incentivó a acercárseme?
—No debió... Darte esa cosa —tosió con dificultad—. Te está... dañando.
—Como si te importara lo que me sucede.
—No sabes... Lo que puede ocasionar a largo plazo —quiso advertirme, acto que desestimé.
—¿De veras? Pues quizá me haya acostumbrado al efecto. ¿Qué pasa? —la reté—. ¿Por qué no te defiendes?
Hizo el esfuerzo, mas no consiguió levantarse.
Cuando forcejeó con Levi el primer día de clases no me pareció que fuera a dar su brazo a torcer, por eso me pareció un tanto fuera de lo común que ahora se comportase como un cachorrito asustado que quedaba a merced de uno que lo superaba en todo aspecto.
Un espasmo la recorrió cuando la toqué para ayudarla a sentarse en el suelo. Apretó los ojos, dejando que una lágrima se le escapara por el rabillo. Tal vez el orgullo le impidió expresarlo en voz alta, pero seguro estaba añorando que me detuviera. Por contradictorio que sonara, comencé a tenerle lástima.
La sangre se le escurría por las fosas nasales, la cual ya había espesado, generándole una mancha rojo oscuro. Se acarició el tabique de la nariz y apretó los ojos en señal de dolor.
—Tratar de asesinarme no fue muy cortés, pero lo dejaré pasar. —Tomé su frente para obligarla a hacer contacto visual. Ella aún me observaba con miedo, enseñando los dientes, y me rehuía con el par de esmeraldas que tenía por faros.
El placer subsecuente a la intimidación me sumió en una dicotomía. Por un lado, me causaba pesar haberla reducido al papel de víctima, mientras que, por el otro, reafirmó y le dio sentido a un estado mental de dominancia que resultaba envolvente. Decidí que lo prolongaría cuanto fuera necesario.
—Ahora sí estamos a mano, en definitiva —concluí, escupiendo junto a ella.
Ella sintió con dificultad. Al darme la vuelta, me sacudí el polvo de las suelas de los zapatos.
Cuando Levi llegó a mi habitación, me encontró hecha un manojo de nervios con la mirada perdida. Me había hundido en el sofá, con las palmas formando un triángulo, sin dejar de pensar en lo que había sucedido. Ojalá alguna de las chicas a las que había desalojado se hubiera quedado cerca para auxiliarla.
El subidón de energía, la restauración instantánea del tejido, el ataque de fuerza, el impulso de agresividad desatada... Todos podrían ser en conjunto efectos del suero que deambulaba en mi sangre. De pronto, me asestó la posibilidad de repetir el acto, pero no se me ocurría quien pudiese cubrir la deuda, quién más tenía asuntos pendientes de arreglar conmigo.
—Levi, tú me quieres, ¿verdad? —comencé con voz tenue, digna incluso de lástima. Me sentí estúpida por volver al punto de partida a estas alturas.
—Claro que te quiero —respondió, un tanto dubitativo.
—No te oyes convencido.
—No es eso —repuso, rompiendo la distancia—. Es solo que... no esperaba que me lo preguntaras ahora. ¿Estás bien?
—Lo estaré si me lo demuestras. —Me levanté de un salto.
—¿Y cómo quieres que te lo demuestre? —Se había puesto nervioso, quizá por las implicaciones lanzadas en mi proposición indirecta, quizá porque no sabía cómo utilizarlas a su favor.
Sin darle lo ocasión de anteponerse, me estampé contra su pecho, esperando que me abrazara. Cuando mi respiración se ralentizó, comencé a besarlo de la misma forma intensa en que él había hecho el día anterior. Lo dirigí hasta la pared y repetí el acto de azotarlo contra ella, en al menos un par de ocasiones.
Caminando despacio, terminamos en el sofá, conmigo llevando la delantera. Aunque al inicio me dio la impresión de que lo estaba disfrutando y de que mi espíritu impetuoso le añadía un sazón particular a los besos, al cabo de unos minutos dejó de corresponderme. Pero yo ni me inmuté, seguí con la tarea en otros sitios que no alcanzaba a cubrirse con la mano.
Le deposité varios mordiscos en el lóbulo de ambas orejas, en el cuello, en el mentón, en las mejillas. No toleraba pensar que a lo largo de su cuerpo permanecían los restos de ella, de sus labios venenosos, de sus huellas dactilares desdeñosas, de sus caricias desoladas, y que por eso había cobrado el valor de restregarme lo que hubo entre ellos.
Si no podía arrancarle los pedazos, renovaría la superficie para deshacerme de cualquier rastro de duda.
Cuando procuraba apartarme, yo se lo impedía, pegándome hacia él lo más que podía permitirme, como si estuviéramos formulados con la misma masa.
—¿Qué te ocurre?
Se sobresaltó luego de aplicar sobre mí una fuerza mayor de la que creyó prudente, haciéndome quedar de rodillas sobre la superficie acolchada.
—Nada. —Volví a acercármele, solo que esta vez se separó un poco en el asiento—. ¿Qué haces? Vuelve aquí.
Desconocía ese tono imperativo en mi voz, aunque no tanto como él, pues se mantuvo observándome como si no me reconociera. Forcejeamos cuando lo sujeté por las muñecas, marcando un aro de rojez alrededor de las mismas.
—¿De verdad te sientes bien? —Apenas y alcancé a entenderle porque habló como balbuceando.
—De maravilla. No molestes, solo déjate llevar —le susurré en el oído, y él volvió a alejarse en cuanto percibió las vibraciones de mi hálito. Le acaricié el brazo desde la articulación naciente, complacida por sus vellos erizados y la respiración pausada—. ¿Qué? ¿No es divertido cuando tú no tienes el control?
—¿Eh?
Le tapé la boca, obteniendo una mirada de sorpresa de su parte. Con el brazo libre generé contrapeso al recargarme en sus clavículas, forzándolo a regresar a su situación precaria. Engarcé mis dedos a los suyos para ejercer presión y así evitar que se despegara del respaldo.
Las quejas, que no eran más que simples susurros ahogados, estimularon mi sentido de la escucha, impulsándome a acariciarlo como nunca antes me había sentido tentada a hacer. Quería que me abrazara, que me estrujara de forma análoga a la que yo lo estaba sometiendo, lo que fuera con tal de sentir que esto era real, pero no sabía cómo activar su sentido de alerta, cuál sería el interruptor en su caso.
Ah, por supuesto. Solo había que bajar con lentitud tortuosa hasta el sitio en el que había encontrado mi más ávido temor. Una vez que supe que había conseguido el efecto deseado, mi palma quedó bendecida a costa de sus expresiones, que denotaban miedo mezclado con confusión.
—Yo también puedo —dije, observándolo fijamente antes de tratar de profundizar el beso que me negó al poner la otra mejilla.
Quizá no debí haber celebrado antes de tiempo ni pecar de ingenua ante su falta de cooperación. Había estado jalándome la camiseta, hasta que logró deshacerse de mí al perder el equilibrio, y aprovechó la ínfima oportunidad que se le presentó para levantarse.
Rápidamente conseguí reincorporarme, acto que lo desconcertó. Yo era lo único que lo separaba de la salida, por lo que entendió que debía pasar por encima de mí si quería largarse.
—¿Qué mierda sucede contigo? —No sabía si estaba enojado o avergonzado, pero no se tentó al hablarme con desprecio.
—No lo sé, tú dime. —Dejé caer los brazos a los costados, con el impulso suficiente para generar un eco pronunciado—. Usa tu intelecto.
Entrecerró los ojos, concediéndose un instante para buscar la respuesta. Confiaba en que no iba a demorar en acercarse a la misma conclusión que yo.
—La Zárxtena... —Bajó la vista, compungido.
Él había estado de acuerdo en proporcionármela, me conflictuó que de pronto se dejase abrumar por el remordimiento. Hipócrita.
—Qué listo eres —ironicé con sorna.
—Kio... Mocosa... —Abarcó su rostro al pasarse la palma—. ¿Qué es lo que te ocurre? Esta no eres tú...
—¿Por qué dices eso? —rechisté—. Soy la misma que permite que todos pasen por encima de ella. Solo que hoy amanecí con ánimos de intentar algo diferente.
—¿Guarda alguna relación con lo que pasó ayer? —quiso saber.
—Tal vez. Tal vez no. —Caminé a su alrededor, perturbándolo—. ¿Te dejas ya de estupideces y seguimos?
Solo sabía que esa tarde me había sentido indefensa, atemorizada e inútil, y que ahora que podía sobreponerme, sus mojigaterías representaban un enorme impedimento con el que me vería forzada a pelear hasta el fin. Si eso quería, no había nada que pudiera hacer. No le tenía miedo.
—A ver. Me acabas de decir que no estás lista —negó varias veces—, expusiste tus razones y yo estuve de acuerdo. ¿Por qué el repentino cambio de actitud?
—¿No puedo retractarme? —me había envalentonado—. Dicen que eso es sinónimo de sabiduría.
Conforme me le iba acercando, él se recorría hacia atrás, temeroso del posible ataque subsecuente. Tratar de predecirlo lo estaba matando.
No estaba empujándome, sometiéndome o buscando un objeto con el cual defenderse. Insólito. Hace unos meses ni siquiera había pausado en su tentativa de apretujarme para que se me bajara la furia que él mismo propiciaba ni habría tenido reparo en golpearme cuando le llevaba la contra, ya me lo había demostrado. ¿Por qué parecía tenerme más miedo a mí del que yo le tuve alguna vez?
—No con tal ligereza. No te entiendo. —Había alzado las manos, como para evitar que me sobresaltara.
—Bah, no necesito que me entiendas. Solo ven aquí.
—No. —Se soltó de mi agarre con brusquedad—. Te estás comportando como una psicótica. ¿Qué...? ¿Qué te está pasando en la cara?
Genial. Simplemente, genial.
—No es nada, olvídalo.
—No, ¿qué te está sucediendo? —Al darle la espalda, me tomó por los hombros para imponerse y obligarme a mirarlo. A eso me refería al asumir que estaba dejando de lado su instinto de cazador, que por lo visto se activaba al considerarme vulnerable.
—Carece de importancia, Levi —demerité la explicación, sin perder la calma que me envolvía—. Pero ya que insistes, digamos que comenzó a suceder después de que me inyectaste por primera vez. No debes preocuparte por mí, me siento de maravilla.
Abrí los ojos a plenitud, como si ajustara el enfoque de una cámara que quería captar la imagen del Levi azotado por la confusión.
—¿Ah, sí? Entonces por qué acabas de tratarme como... ¡como si fuera un vil objeto de tu propiedad! ¿¡Te das cuenta de lo que haces, si quiera!? ¿Y por qué demonios tienes sangre en la ropa? —Me señaló, tomando un trozo de la playera en su puño. Arrugó el entrecejo al darle un vistazo. Qué tonta, no me di la ocasión de revisar ese detalle antes de venir a su encuentro, ¿por qué tuvo que hacérmelo saber?—. Mocosa, ¿qué fue lo que...?
—Nada —me impuse, devolviéndole la expresión confundida—. Ella está bien. Solo le di una lección. ¿A quién le importa?
Me abalancé sobre él, tratando de darle un beso, pero de nuevo opuso resistencia.
La entrada de Hange me recordó a las transiciones en cámara lenta. Abrió la boca, pero no emitió ningún sonido. Alzó las manos, pero no fue capaz de señalar a ninguno. Incluso supuse que llegó a considerar la opción de irse despacio, fingiendo que no había ingresado. Muy tarde.
—¿Está todo bien aquí? —preguntó con voz temblorosa. La bruma tensa en el ambiente se le había contagiado.
Yo dije «sí», mientras que Levi respondió «no», al unísono. Hange ni lo miraba, el entero de su atención la puso en mi figura.
—¿Qué tanto me ves, Hange? —le pregunté, indignada—. ¿Soy o me parezco?
—Kim, ¿por qué me hablas así? —En vez de ofendida, parecía haberse desconcertado.
¿Es que de pronto se le habían olvidado las consecuencias inmediatas del estrés? Era poco probable, ya que sus colegas estaban bajo el dominio de este durante las veinticuatro horas, los trescientos sesenta y cinco días del año, y ella no estaba exenta de ningún modo. ¿Qué más le daba si ahora me sentía como la dueña de mi destino y estaba tratando de atar los cabos sueltos que me lo estaban impidiendo?
—Porque estoy harta de ti y de todos los que quieren entrometerse en mi vida, esos que creen que saben más que yo y se la pasan acusándome, y cuando trato de demostrar lo contrario, me tildan de a loca. —Me sorprendí de no haberme trabado al hablar con rapidez.
Hubo un silencio intermitente luego de mi intervención, en el que ninguno de los tres supo cómo reaccionar.
—Levi, déjanos solas, por favor —le pidió Hange, todavía con cautela.
—Sí, Levi. ¿Por qué no te largas de una vez? Vaya intento de hombre —murmuré para avivar el incendio que se había desencadenado entre nosotros.
Hange lo miró condescendiente, como si le dijera mediante telepatía «Yo lo arreglo, pero hazme caso ya».
—Cuat... Hange, sé que nunca te he pedido nada, pero por esta vez, deberías escucharme.
El temor en las palabras de Levi motivó a mi amiga a permitir que continuase, solo que yo me le adelanté:
—Hange puede cuidarse sola, no necesita que alguien como tú la defienda. El único que requiere ser salvado es otro —le recriminé con voz áspera, recordándole que ella siempre salía en su auxilio, por lo que solía terminar bien librado. Esta vez sería diferente.
—Kim, ¿podrías decirme qué fue lo que te hizo para que te dirijas a él con esa hostilidad? —Percibí que ahora Hange también comenzaba a perder los estribos. No le sucedía con frecuencia.
—Mejor que él te diga de lo que no es capaz, quizá comprendas mi coraje.
Cuando lo miré de reojo, me sentí complacida de estar a punto de conseguir drenarle la poca paciencia que se cargaba.
—Estás... temblando —señaló mi amiga.
—Estoy bien —bufé con hastío, aunque estaba en lo cierto. Me di un manazo para relajarme—. Anda, Levi. Cuéntale lo poco hombre que eres. Un insulto a todo lo que yo pensaba de ti.
—Ya tuve suficiente —espetó él.
—Al igual que yo de esperar a que cumplas con tu papel, cobarde.
—No te permito que...
—¡No necesito tu permiso para nada! —Apenas se me abalanzó, lo lancé al lado contrario de donde se ubicaba Hange. En el trayecto, se rompió el adorno de la mesa que usábamos para comer. Ella apretó los ojos para sopesar el estruendo, y cuando noté que estaba lista para echarle una mano, como de costumbre, añadí a modo de advertencia—: Si le ayudas, te haré lo mismo.
Hange frunció el ceño con preocupación, tratando de entender en qué instante se había vuelto el destino de mis amenazas. Ella era inocente, me dictaba la cordura, y en serio no era mi intención recalar en su persona.
No me detuve a observar cómo Levi se sacudía ni la forma soez en la que de seguro me clavaba la mirada. Los dejé en la habitación luego de tomar las llaves de mi auto y azotar la puerta. Era hora de salir a pasear, aunque no estimé necesaria la compañía.
Desperté en mi habitación alrededor de la una de la tarde de la mañana siguiente. Recuperé la noción al mirar la pantalla de mi teléfono, en donde había cerca de veinte llamadas y unos cincuenta mensajes sin leer. La mayoría eran de Hange, algunos de Levi, y uno de Falco, el hermano de Colt.
Levantarme con premura ocasionó que me invadiera una jaqueca terrible, así que me regresé a la cama dando traspiés. Destellos fugaces convinieron recordarme que había estado conduciendo como un alma en pena, sin rumbo fijo. Que había tratado de alejarme en la medida de lo posible de los amigos a los que les había causado un daño difícil de cuantificar.
Tras ignorar un par de semáforos, terminé aproximándome a la carretera, pero como no podía darle un revés al llanto que brotaba sin detenerse, me detuve en el acotamiento. Debí haberme quedado dormida en el volante, aunque eso no terminaba de explicar cómo había vuelto a la residencia. Sabía que le debía una amplia explicación y una disculpa muy sentida a los dos.
Busqué a mi amiga por todo el cuarto, mas no encontré señales de ella.
Aunque había dormido casi doce horas, ya no experimentaba un excedente de energía, al contrario. Me pesaba hasta levantar un pie al caminar, casi me caí de vuelta a mi alcoba. Los restos del adorno aún permanecían en el suelo, por lo que decidí que ya era hora de levantarlos.
Al entrar, Hange me miró con ojos maternales, como si se alegrara de que hubiese despertado de un coma.
—Hange, lo siento... No sé qué fue lo que... —Se me quebró la voz y rompí en llanto. Ella no me negó su hombro ni su preciada compañía.
Cuando recuperé el juicio y la agilidad en la voz, le conté lo de la quemadura y cómo una broma inocente que le hice a Levi había terminado en tragedia, otra vez. Dijo que ya lo sabía, puesto que este se lo había informado.
Habían corrido con la fortuna de que Hitch me hubiera visto caminar como endemoniada hasta el estacionamiento, así que fueron custodiándome, sin que yo me diera cuenta. Cuando notaron que la pausa en el camino se había prolongado y que yo no estaba en condiciones de manejar, él condujo mi auto de vuelta, y también se encargó de envolverme cuando me dejó en la cama.
—Petra nos contó lo que sucedió en los vestidores, a grandes rasgos —comentó en tono neutral—. Levi es... muy persuasivo.
Agaché la cabeza, sintiendo la punzada de culpa que no había sido capaz de experimentar hasta que se me bajó la resaca en materia de emociones.
—No sé qué sucedió conmigo. —Me limpié la nariz—. Lo había estado manejando bien, hasta que... Me harté de ella, y supongo que aproveché la oportunidad.
—Levi y yo coincidimos en que podría ser culpa de lo que te inyectó. Ella solo estuvo en el momento y en el lugar menos indicado. —Su hipótesis y su forma tan calmada de explicármela bastó para devolverme el brío. No se iba a dedicar a juzgarme con dureza por haber actuado como un animal salvaje, y tampoco trató de excusarla—. No se lo dirá a nadie, créeme. No le conviene en lo absoluto.
—¿Ahora Levi y tú se unen en contra de mi principal contendiente? —Ella aún no se concedía el permiso de reír, permaneció en su aura solemne.
—Haré equipo con cualquiera que pueda ser como una columna siempre que sea para ayudarte, Kim. Ya sucedió una vez... Ahora... —dudó en continuar. Sus manos se movían con inquietud, y frunció los labios—. Hay un tercer asunto en el que no se me permite intervenir. Tiene que ver con ustedes dos, nadie más. Por favor, atiéndelo.
—¿Te contó lo que traté de...? —Sacudí la cabeza, esperando que el recuerdo correspondiera a alguna transición en video que hubiera interiorizado para volverla parte de mí y no a un hecho verídico.
Por supuesto, era imposible que no hubiese notado las marcas en su rostro. No era difícil llegar a la conclusión.
—Como te dije, Kim. Ese es un asunto que solo les compete a ambos. En cuanto a mí, no te preocupes. Quizá deberías meditar si vale la pena inyectarte esa sustancia para agilizar cualquier proceso de sanación. Te hará caer en un espiral del que será muy complicado sacarte.
—Lo sé. Créeme que no se me antoja volver a hacerlo.
Unas horas previas a la clase diurna de ese día, encontré a Levi en una de las maceteras. Le toqué el hombro para llamar su atención, y me miró con indiferencia mientras me acomodaba a su lado. Procuré dejar una distancia considerable, en caso de que aún no se sintiera cómodo con el contacto físico.
Tal y como me lo imaginaba, tenía rotos algunos pequeños vasos sanguíneos en la piel. Aunque pretendió escondérselos bajo el cuello de tortuga de la camisa, me fue imposible ignorar la rojez de los que enmarcaban su rostro. Quién sabe cómo le habrían quedado las muñecas, lo más probable era que no fuese a averiguarlo pronto.
También me tocó disculparme con él en varias ocasiones y agradecerle por haber acudido en mi rescate. Después de todo, nadie era por completo autosuficiente, necesitábamos ayuda de vez en cuando.
—Estaba dispuesto a respetar tus límites —dijo, todavía consternado—. Por eso me resultó extraño que de pronto tú misma quisieras romperlos.
—Siendo sincera, en ese momento sentí como si un ente se hubiese apoderado de mí —me atreví a confesarle, con lo que me gané una mirada comprensiva—. Si estas serán las consecuencias cada vez que consuma un poco de esa cosa, prefiero aprender a colocarme un freno. A soportar el dolor en estado de sobriedad.
—Tómalo con calma. —Se había cruzado de brazos, inclinándose hacia mí.
—¿Cómo puedes estar tan tranquilo? Lo que te hice no estuvo bien y...
—Con saber que lo has entendido es suficiente. Ya deja de disculparte.
—Bien —asentí—, te prometo que no sucederá de nuevo. Para empezar, porque ya no te pediré nunca que me consigas esa "medicina". Que no se vuelva a mencionar entre nosotros.
—Estoy de acuerdo. ¿Hoy te sientes mejor?
—Sí, ligeramente —respondí con media sonrisa—. Por cierto, ¿Petra te contó por qué... ya sabes?
—Me gustaría que fueras tú quien me esclareciera el panorama.
La historia de mis inseguridades se remontaba a unos meses atrás, cuando me cansé de que las personas en las que depositaba mi confianza terminaran traicionándome.
Como alguien que había acumulado relevancia en mi vida, las acciones de Petra me afectaron, y puesto que yo daba por hecho que ya no éramos amigas, le resté importancia a sus sentimientos hacia Levi. Claro que me dejé llevar por la expectativa de cobrar venganza, hasta cierto punto era tentadora. No obstante, este empuje no prevaleció en demasía. Fue sucedido por el abatimiento de sumarlo a las víctimas colaterales de mis decisiones erráticas y por el deseo puro de causarle un bien, no de hundirlo.
Confiaba en Levi porque me había dado motivos para hacerlo, así como ella me los había concedido para ni siquiera considerar darle el beneficio de la duda. Quizá no debí haberla golpeado tan fuerte, aunque de gritarle y escupirle sus desaciertos en la cara no me arrepentía.
Pero lo que en verdad me competía iba más allá de un simple ataque de celos. No toleraba la idea de que ella hubiese estado con él antes de mí, y ese sinsabor me motivó a seguir hablando.
—Ella también dijo cosas extrañas. Insinuó que había tenido algo que ver contigo cuando la acusé de estar muy segura de que los chicos te abandonan luego de hacer... eso. —Levi se removió con incomodidad, como si al esconder el rostro se pudiese librar de la cuestión que ya estaba formulándose en la punta de mi lengua—. ¿Acaso tú y ella...?
Ya era hora de que él también fuera sincero conmigo, y más en un asunto de tal relevancia.
—Oye... —Sus ojos me suplicaron dar marcha atrás, pero ya no era posible. No iba a levantarme hasta saberlo.
—Sea cual sea la respuesta, no voy a juzgarte —le aseguré, mirándolo fijo.
Porque de ser cierto, no había modo de rebobinar. No quería que pensara que iba a condenarlo por siempre por haber hecho algo que consideró adecuado en su momento, por más que me doliera.
—¿Eso es... muy importante para ti?
—Pues... sí. No modificará lo que opino de ti, ni nada por el estilo. Pero me gustaría saberlo.
Asintió y apretó los puños antes de responder, sin rodeos:
—No. Tú serías la primera.
—Vaya... —Me quedé muda, no estaba preparada en mis adentros para oír la alternativa contraria—. Entonces supongo que estamos en igualdad de condiciones.
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