Capítulo 62| Hoy, mañana, y siempre

—Supongo que eso es todo, ¿verdad? —quiso confirmar, sacándome de los pensamientos catastróficos.

—¿Todo? —inquirí, aturdida. Según yo, no quedaba nada pendiente de ser añadido.

—Lo que querías que habláramos.

—¿Por qué preguntas? —Entrecerré los ojos.

—Llámame paranoico —chasqueó la lengua, como Levi tenía por costumbre—, pero me da la impresión de que esto es... una especie de despedida. —Antes de que alcanzara a objetar, añadió con sutileza—: ¿No tienes algún otro cierre pendiente por ahí? Digo, aprovechando que ya te tranquilizaste.

Para mí resultó tan evidente como pernicioso. Me reí por compromiso, no porque me pareciera entretenido. Qué infame esa costumbre de dejar lo peor justo antes del cierre.

—Ah —me tensé ligeramente, reconociendo el sentido de su cuestionamiento—, te refieres a eso. —Se quedó callado, silencio que interpreté como un indicio de que debía seguir—: Sí, es que... Hace mucho que no sacabas el tema.

Y por lo mismo, no me sentía preparada. De nuevo tendría que comprobar en carne propia que debes atenerte a las consecuencias de ser sincero.

Si existiera una variable en común de todas esas relaciones fallidas que tuve, me inclinaría por la falta de cierre. A la mayoría no los volví a ver después de la graduación, y mientras esta llegaba, me especialicé en ignorarlos. Varios meses después, los eliminé de redes sociales, perdiéndoles la pista. Quería alejarme de la destrucción mutua, solo que al escribir sobre ellos me robé a mí misma la oportunidad de sentirme libre, como ahora pretendía hacer con él.

Pensando en retrospectiva, Colt se había ganado a pulso un lugar indispensable en mi corazón. A fin de cuentas, fue el único que me había tratado con la dignidad propia de un ser humano, y como a una amiga. No merecía que le dejara el hueco de un insulso olvido. No se trataba de mí, sino de él.

—Lo sé. —Percibí que se le había formado un nudo en la garganta.

—Si tienes algo que decirme, adelante. Prometo no salirme de mis casillas ni hacer un escándalo. —Levanté la palma de modo solemne.

Comenzó a mover las manos sin ritmo alguno, abriendo y cerrando los puños. Sin duda, cada uno se armaba de coraje a su manera.

—Pues... Es que... ¡Aaaj! —se quejó, y yo no dejaba de mirarlo—. No soy bueno con estas cosas. Es... como cuando salimos de la prepa. Ya no quise ir a verle la cara a nadie, y supongo que eso te incluía. Fue un año terrible, quería alejarme de todas esas personas que me recordaban lo que había sucedido. A pesar de ello, me quedé con la espinita de que no nos habíamos despedido como era apropiado. Ni siquiera te vi en la fiesta de graduación. Cambiaste de número y, aunque seguíamos siendo amigos en las redes sociales, nunca tuve el valor de hablarte porque pensé que estabas enojada conmigo. Aun así, te juro que nunca le hablé a nadie de lo que puedes hacer, lo mantuve como una especie de secreto sagrado. Tampoco te lo dije, pero en mis días más oscuros se me ocurría tomar una de tus cartas para tratar de conectar contigo y, cuando funcionaba, me sentía revitalizado. Como si estuvieras a mi lado, recordándome que aún tenía una misión pendiente de cumplir. Que tenía que anteponerme a mis vicios y debilidades. No sabía cómo ni cuándo, pero no perdí la esperanza de que nos reencontraríamos. En serio me dio mucho gusto darme cuenta de que todo seguía igual entre nosotros, no resultó como lo esperaba. Ayudarte nunca ha sido una carga para mí, al contrario. Fue gracias a eso que no terminé hundiéndome definitivamente. Pero creo que, dadas las circunstancias, ya no me necesitas.

La tristeza en su semblante tuvo un efecto desestabilizador en mí. Incluso llegué a considerar pedirle que se detuviera, pero yo no concebía quedarme a medio camino. Era todo, o nada.

El agridulce sabor de las despedidas no me sentaba bien, y eso que se encontraba muy lejos de mi verdadero propósito.

—No es así —repliqué, en un hilo de voz—. Eres mi mejor amigo. Hoy, mañana, y siempre... Te necesito.

—No, Kimy —repuso, contundente—. Deja de decirlo. Ese sitio ya fue cubierto por alguien más.

—¿Por qué lo aseguras con tanta certeza? —Yo estaba ahogada en medio de un mar de dudas, no entendía por qué para él parecía sencillo—. Tú no sabes lo que pasa por mi mente.

—Ya no, acabo de comprobarlo. Y aun así, cualquiera que tenga la capacidad de discernir, ¿discernir?... —Su elección lo dejó confundido, pues no era uno de los términos con los que se expresaba con frecuencia—. El punto es que no hace falta ir tan lejos para darse cuenta de lo innegable.

—¿Con «ir tan lejos» te refieres a...?

—Así es. La verdad no siempre es fácil de digerir, ¿cierto? —planteó con un toque de desprecio, que tuve que ignorar a causa de la promesa—. Lo noté mientras leía la carta. Tú eres la única que no lo hace.

—De acuerdo. Ahora voy yo. —Me enderecé, tomando suficiente aire, para dejarlo salir con lentitud—. Solo... No te vayas a reír. Sé que yo te gustaba desde que nos conocimos, y que esa fue la razón por la que empezaste a hablarme. Aunque al principio yo no opinaba igual, luego me di cuenta de la gran persona que eres, y me arrepentí desde lo más hondo por no haberte elegido. Créeme, lo pagué con creces. Nunca pudimos sincronizarnos para sentir lo mismo en el momento adecuado. Cuando yo llegué a quererte, tú ya me habías bloqueado, por así decirlo. Quiero que sepas que en ningún momento te mentí. Todo fue cierto, tanto lo bueno como lo malo. Fuiste para mí un refugio en medio de una tempestad. Siempre me hacías reír durante las clases, eras quizá lo único agradable de ir a la escuela, y sé de sobra que habrías hecho hasta lo imposible para protegerme. Pero también me inclino a creer que reconocíamos que, en el fondo, ambos iríamos en direcciones opuestas. La tuya es la amistad más fuerte que alguna vez tuve, el estatus de «complicado» nos describe a la perfección. Tal vez hubiésemos funcionado como pareja, tal vez no. Ya no hay modo de saberlo, ni motivo para intentarlo. Ahora siento que estoy con la persona indicada, en donde siempre debí estar. Tienes razón, tienes la razón absoluta. No sé por qué me empeño en negármelo.

—Me alegra que hayas encontrado a alguien que te valora —concluyó, cabizbajo—. Es lo que siempre mereciste. No te preocupes por lo demás. Todo bien entre nosotros.

Me sentí reconfortada debido a que no había sacado a relucir el nombre de esa persona y también porque se abstuvo de realizar comparaciones. Había establecido que respetaba mi decisión, así que yo tenía que actuar en consecuencia.

—Siempre tendrás un lugar especial en mi vida. No voy a olvidarme de ti, me encargaré de ello.

—Tú también eres especial para mí, enana. —Correspondió a mi guiño atravesando la bruma de melancolía—. Ahora, si me permites, es hora de que regreses a casa, porque ya ha anochecido y las cosas se están poniendo densas.

—Ja, ja. Qué gracioso.

—Aún le quedan algunas horas al día —dijo, mirando la pantalla de su teléfono—, ¿por qué no acabas con esa ansiedad de una vez por todas?

Nah, creo que ya tuve suficiente por hoy. Necesito recargarme.

Porque tal cantidad de confidencias me había arrebatado el júbilo, drenando mi energía en materia de emociones. Y pensar que aún tenía que enfrentarme al jefe mayor me abrumaba.

Sin mayor dilación, haciendo caso al consejo de mi amigo, le pedí a Levi que nos viéramos a la mañana siguiente en la cancha al aire libre, después de las clases.

El transcurso del día se me escapó de las manos, no volví en mí hasta que las bancas rechinaron en el suelo, anunciando el final de la jornada. El primer paso era el de mayor dificultad, y ya tenía experiencia venciéndolo. Después, solo restaría apegarme al rumbo de la conversación, reprimiendo ese constante impulso de salir corriendo.

Lucía tan serio como de costumbre. Me atrevería a aseverar que mi invitación lo había alertado, y cómo no. Cuando alguien te escribe «Tenemos que hablar», normalmente no se augura una felicitación. Aunque esa actitud podría considerarse como un impedimento, me aboqué a no permitir que pasara un segundo más en el que ignorase lo que sucedía conmigo. Estaba decidido.

—No respondiste mis mensajes ayer —comenzó, esmerándose por que no sonara como un reclamo.

—Es que... me fui a dormir pronto. —Sentí la fina hoja de un cuchillo recién afilado atravesándome. Mentir no era lo mío, aunque, por esta ocasión, contemplé que sería de gran utilidad.

Lo cierto es que había permanecido despierta hasta tarde, cuando ya no fui capaz de mantener los ojos abiertos. Había estado escribiendo, con la mayor velocidad que podía permitirme. Tenía que ordenar mis ideas antes de exponérselas, así lograba añadirle un poco de estabilidad a este edificio acorralado por el movimiento de las placas tectónicas.

Él me observaba con esa expresión neutral, como si supiera con exactitud lo que estaba pensando. Eso me desconcertó, haciéndome sentir expuesta.

—¿Por qué me miras así? —Me atreví a preguntarle, con nerviosismo—. Es un poco... aterrador, ¿sabes?

Noté que se aclaró la garganta antes de responderme, con el esfuerzo necesario para beberse un galón de agua al término de un maratón.

—Dejaste tu teléfono en la cocina mientras preparabas tu asqueroso intento de desayuno —me habló en un tono frío, pero cincelado por un ápice de rencor. ¿Qué le importaba si la mezcla no se veía apetecible? La que iba a comérsela era yo.

Cuando señaló el aparato que reposaba a mi costado, me apresuré a cubrirlo, pegándomelo al pecho. Craso error, fue como si le hubiese marcado la pauta, certificando sus conjeturas de que le había estado escondiendo un asunto.

Fruncí los labios, preparándome para sobrellevar la avalancha que amenazaba con enterrarme viva.

—Te llegó un mensaje de la cuatro ojos, y quise deslizarlo desde la barra de notificaciones —continuó, aún airado—. Pero resulta, mocosa, que entré por accidente en la aplicación, y no pude evitar fijarme en uno en específico. No preguntes a quién me refiero.

Me quedé perpleja, pues lo sabía de sobra. De pronto, me había topado con un impedimento masivo. Tendría que desviar mis bien pensados argumentos en una causa que se salía del protocolo.

—Levi... —Se me secó la garganta al instante, y ese malestar fue seguido por un agudo dolor en el pecho.

Su intromisión en mis objetos personales quizá no equivaldría a la falta que yo cometí, sentirme ofendida me pareció un tanto ridículo.

—¿Fuiste a verlo? —Le dio rienda suelta al coraje que lo invadía. Nunca me había afligido tanto que me hablara con ese desapego. Mi corazón se había arrugado.

—Por favor, déjame explicar...

—Te pregunté si fuiste a verlo.

—Aguarda, n-no es...

—¡¿Qué si fuiste a verlo?! —gritó, asustándome. Me había reducido a una masa inerte con anteojos, una que no podía defenderse del efecto de las llamas abrasadoras. Por fortuna, el rincón nos concedía cierta privacidad.

Mi subconsciente me indicó que reaccionara, que dejara de negar lo ostensible, porque no serviría en lo absoluto.

—¡E-está bien! —también le grité, para desfogar un poco la incertidumbre que me subyugaba—. Sí, fui a verlo.

—¿En dónde estuvieron?

—Fui a su casa, y de ahí nos dirigimos a un parque en la cercanía. Pero no es por lo que estás figurándote —me justifiqué, esperando que estuviera dispuesto a oír mi versión y a considerarla por encima de la que ya se había elaborado por obra de la especulación paranoica.

Estaba atrapada, no había modo de escabullirme. Hange no podía salvarme de la trampa en la que yo había caído por decisión unánime.

—¿Acaso sales con ambos al mismo tiempo?

—¡¿Qué?! ¡No! —Me había herido en el orgullo, dado que yo me consideraba intachable en ese aspecto—. ¡¿Cómo se te ocurre semejante vejación?!

—¿Por qué no me lo dijiste?

—Iba a hacerlo, solo que... —Mi voz comenzaba a quebrarse. A la mera hora no era tan valiente como cuando ensayaba delante del espejo.

—¿Ibas, cuándo? ¿Después de haberlo visto? ¿O es que pensabas mantenerlo en secreto? —Fue subiendo el volumen a medida que se envalentonaba.

—N-no, no quería ocultártelo. Yo... tenía miedo de cómo pudieras reaccionar. Sabes que Colt y yo somos amigos. Lo que había entre nosotros ya no significa nada.

Lo había aclarado apenas ayer con este y ya me veía forzada a ponerlo en práctica. ¿Por qué la premura? ¿Era este el significado de «entre más pronto, mejor»? Mal por mí.

—¿Lo que había entre ustedes? Entonces sí fueron más que amigos. ¿Por qué será que no me sorprende? —Hablaba como si yo no estuviera sentada a unos centímetros de él, reprendiéndose por la ingenuidad que manifestaba.

Sabía que la culpa se había apoderado del control, por eso la verdad salía expedida de mi boca, atravesando las barreras. Pésimo momento para sacar a la luz ese periodo al que ya no quería seguir transportándome.

—¿Qué dices?

Seguía conteniéndose. Apretaba los puños y evitaba el contacto visual, mas no por ello me parecía menos aterrador.

—Mientras permanecías recluida, ese imbécil estaba muerto de miedo. Siempre me pareció sospechosa su actitud, con todo ese melodramatismo sin sentido. Ahora entiendo que no se habría preocupado en demasía si no significaras tanto para él —explicó—. Tantas salidas de infraganti, los mensajes que guardas con la discreción de alguien que anhela ser condenado. Debí suponerlo.

¿Cómo conseguía hilar los antecedentes en un instante repleto de tensión?

De eso no me había enterado. Hange y Erwin habían acordado mantenerme al margen de ciertas implicaciones, nadie había tenido la decencia de hablarme de cómo las habían sobrellevado. Tal vez no era la única con un evento traumático pendiente de resolver.

—¿Por qué nunca me dijiste que mi cercanía con él te hacía sentir incómodo?

—No era trascendente. Pero veo que para ti sí lo es. —Me juzgaba con dureza, como si él nunca hubiese amado a nadie, incluso más de lo que se quiere a sí mismo—. ¿Piensas que me voy a tragar el cuento de que «solo son amigos»?

—Levi, escucha. Te juro que no hay nada entre Colt y yo. Quería hablar con él sobre algo personal, necesitaba un consejo...

—¿Y no podías hablarlo conmigo?

—Es... complicado. Colt es... quien mejor podría entenderme. Pero eso no significa que no confíe en ti...

—Es justo lo que parece —me interrumpió, frustrado—. Te encanta hablar de confianza y restregarle a otros que tú eres la viva representación de esta, pero cuando se trata de ti no aplica, ¿verdad?

Golpe bajo. Odiaba cuando se valía de mis declaraciones para írseme en contra.

—Sé que debí habértelo dicho —me disculpé—. No fue mi intención lastimarte, solo... solo tenía miedo de cómo lo tomarías.

Y recién había comprobado que tenía motivos.

—Dime, mocosa, ¿qué se supone que debo pensar? —No respondí, la vergüenza no me lo permitía—. Ahora eres la que permanece en silencio. ¿Qué más me has estado ocultando?

Se había inclinado hacia mí, como para intimidarme. Sin embargo, en mis venas se coaguló el efecto opuesto, que me impulsó a anteponerme a su maraña de hesitación. No retrocedí ni traté de hundirme, acto que interpretó como un desafío, y en el que desistió de llevar hasta las últimas consecuencias.

—¿Por qué crees que te pedí que vinieras? Entiendo que estés enfadado, y tienes razón en estarlo, yo también lo estaría. Pero, por favor, dame una oportunidad para explicártelo todo.

—No estoy seguro de querer seguir oyendo tus mentiras. Tengo que irme.

Quizá se había quedado perplejo por mi repentina arrogancia, siendo que mi nombre estaba en tela de juicio.

La pesadez inundó el aire, como si se hubiese llenado de espinas diminutas que me arañaban los pulmones, convirtiendo el acto de respirar en un esfuerzo continuo y lacerante.

Levi se separó, yendo hacia atrás, con la mirada aún llena de confusión y enojo, mientras lo observaba impertérrita, sintiéndome impotente y culpable. Me había jurado no volver a persistir en causas perdidas ni derramar mi gloria en la arena como si no valiera nada. Sin embargo, estaba consciente de que había cometido un error, uno que solo yo podía reparar.

No dudé ni un segundo en detenerlo en cuanto mostró intenciones de irse. Ni siquiera le permití levantarse, incluso estaba dispuesta a propinarle un empujón cuando tratara de anteponerse. De terminar perdiéndolo por culpa de mis temores, no podría vivir los años que me quedaran con la frente en alto. Repudiarme a mí misma para la eternidad me parecía un castigo razonable, mas no iba a aceptarlo con ligereza, y menos si aún no había agotado el entero de los recursos.

—Quédate —le supliqué, conteniendo las ganas de llorar. Desbordarme no ayudaría, incluso podría interpretarlo como un modo de manipulación—. Por favor, escúchame. No soportaría que te quedes con la idea de que te he estado engañando. Necesito que entiendas por qué lo hice, no podrás hacerlo si decides irte.

—¿Por qué debería creerte? —Su voz aún se sentía apartada.

No necesitaba que me creyera, solo que me prestara la suficiente atención.

—Porque quiero hacer las cosas bien, por ambos. No me gustaría alejarte. Yo... Hablé con Colt para armarme de valor porque tenía miedo de cómo reaccionarías, miedo de que pensaras lo peor de mí. Hay... algo con lo que he estado cargando durante mucho tiempo. No se lo he informado a nadie, ni siquiera a Hange.

—¿Qué? —respondió, con el ceño fruncido. Había acertado en el blanco al incitar su intriga.

Las luces del escenario me enceguecieron, cediéndome el paso en dirección a mi momento estelar, con lo que entendí que ya no había modo de retroceder.

—Es algo sobre mí, que podría cambiar todo entre nosotros...

—Habla.

—Quiero avisarte que lo que estás a punto de oír puede que resulte complicado de asimilar, y no espero que lo entiendas a la inmediatez. Pero sí necesito que lo sepas, porque no puedo seguir ocultándolo. Lo prometí. —Me tomé un momento, con los ojos fijos en los de Levi, buscando en ellos la fuerza para continuar. Era la única forma de reparar la grieta que había generado por culpa de mi insensatez. No me iba a preocupar por las palabras, sino por cómo sonarían—. Tengo una habilidad, o enfermedad, como prefieras llamarle después de esto, que escapa de cualquiera que hayas conocido. Puedo "viajar al pasado", por así decirlo, cuando leo una de las páginas de mi diario o cualquier escrito en el que narre algún suceso de mi vida. He estado sufriendo de lagunas mentales; a veces mi memoria funciona a la perfección, y en otras, me falla incluso al tratarse de eventos simples. Por eso me he esmerado en documentar mis recuerdos, tanto los buenos como los no tan gratos. Colt lo sabe porque, bueno..., fue gracias a él que me di cuenta. No obstante, contigo era muy distinto, porque tú no posees el factor en común. Quiero decir, no te viste forzado a compartir esto conmigo, sino que lo elegiste al... elegirme.

Me sentí orgullosa, aunque a la vez invadida por el desasosiego. Aún me pesaban los hombros, a pesar de que la carga metafórica se había dividido. Levi, por su parte, se mantenía en silencio, procesando lo que acababa de escuchar. Su furia se había diluido con incredulidad y una profunda confusión.

De seguro le daba vueltas a la intención progresiva de creerme o no, y me aferré a la mínima esperanza de que sopesara la sinceridad en lo que le había expuesto. Rogué que me otorgase el beneficio de la duda, como tantas veces había hecho con él.

—Eso fue... demasiado para procesar. —Se llevó la mano a la cabeza, quizá para aminorar las secuelas de una punzada—. No sé qué decir.

—No digas nada. Tu sola presencia me reconforta.

—Fue... inesperado.

—Lo sé. No tienes que llegar a una resolución ahora, sería injusto pedírtelo. Eso sí, que quede de manifiesto que estoy dispuesta a ser completamente honesta contigo. No te oculté esto con ventaja ni alevosía, sino por obra del temor —recalqué, esperando que se concentrara en ello—. Tómate el tiempo que requieras, y si decides que quieres terminar conmigo, lo aceptaré sin rebatir. Levi, lo lamento tanto. En serio.

No esperaba que me envolviera entre sus brazos cuando se levantó en cámara lenta. Se limitó a bajar las gradas, sin despedirse. Como no quería que se especulara sobre la chica rogona que iba detrás de su novio, a expensas de su dignidad, aguardé a que desapareciera, y luego me fui en la dirección contraria.

Solo había una actividad que me repondría el ánimo, así que acordé tomar una larga siesta, que vería su fin poco antes del entrenamiento diurno.

A fin de no sobrecargar a Hange, me propuse dar la imagen de que todo estaba en orden. No quería que sospechara que teníamos problemas desde un temprano inicio, ni discutirlos por el momento. Creo que la alteración contribuyó a que fuera más veloz que de costumbre, y romper con la magnitud del viento me hizo sentir revitalizada.

Al terminar, me hizo saber que su siguiente parada sería en el laboratorio, así que se bañó a las prisas. Cuando salí de los cambiadores, me llevé un susto tremendo por causa de Levi, quien me pidió que habláramos. Y, dado que ya empezaba a hartarme del dramatismo que envolvía esta situación, estuve de acuerdo. En mi habitación estaríamos cómodos, sin que nadie nos interrumpiera.

Tenía los pormenores de la historia en la punta de la lengua debido a que me había enredado en ella mientras conciliaba el sueño.

»Cuando estaba en tercer semestre, tuve una discusión con un estúpido chico que me estaba molestando para arrebatarme un dibujo. Por cierto, lo conoces: se trata de Arthur. Colt intervino y logró quitárselo, pero cuando lo sostuvo, se quedó como pasmado. Al preguntarle qué había sucedido, aventó la hoja, mirándola con un temor irracional, que consideré sobreactuado. Pensé que estaba jugándome una broma, pero luego me ocurrió algo similar mientras la sujetaba. Ocurre que me transporté hacia un momento en específico que vivimos juntos, cuando apenas empezaba a hablarme. La sensación de estar envuelta en el ambiente fue... tan certera como aterradora, como si estuviera viendo una película directo en el lugar de la filmación, y en la que, claro, no tenía permitido intervenir. Él empezó a evitarme luego de ese incidente, por lógica. ¿Quién no estaría asustado luego de darse cuenta de que su amiga hace cosas extrañas? Con todo, a su debido tiempo comprendió que, aunque no lo quisiéramos, se nos había encomendado el deber de averiguar qué estaba sucediendo.

»Hicimos varias pruebas, primero con dibujos de los dos, y después tomé la decisión de emplear escritos. Para ese entonces, ya tenía el panorama esclarecido, segura de que el resultado era más concreto cuando usábamos estos últimos. Había encontrado una salida de la realidad en la persona a la que le tenía más confianza en aquel entonces, en medio de una relación problemática. Cuando me sentía sobrecargada en sentido emocional, tenía la costumbre de escribirle una carta, y luego conversábamos largo y tendido sobre las implicaciones, mi posible decisión, en fin. Él conocía cada detalle, porque al ver las cosas desde mi perspectiva, le era más sencillo ofrecerme asistencia. Por temor de que los nuevos recuerdos se perdieran en el vacío por el avance de las lagunas, comencé a pasarle periódicamente algunos de entre los que más me dolería perder. Lo consideraba una especie de respaldo, por si mi mente se volvió defectuosa y extraviaba la información, sin que yo pudiese evitarlo. Convencida de que esto nos unía para siempre, le sugerí que nos hiciéramos una marca que sirviera como recordatorio, para que nunca se le ocurriera dejarme botada, y también como garantía de que ninguno de los dos iba a abrir la boca. Debido a esto, tenemos una cicatriz en forma de cruz, más o menos aquí —me señalé—, a la altura del corazón. Yo hice la suya, y él se encargó de la mía.

»La respuesta a por qué desarrollé esto con él aún no la he encontrado. En mi opinión, se debe al gran cariño que nos teníamos, y que difiere al que se le profesa a un amigo. Porque sí, sí traspasamos la barrera en términos de romance. Él estuvo enamorado de mí por quién sabe cuánto, pero desde el principio le dije que lo nuestro no tenía posibilidades de ser. Lo aceptó, siguió adelante con su vida. En cierta época, también comencé a enamorarme, producto de una confusión, mas comprendí que estaba violando el estatuto que yo había impuesto. Ayer, mientras conversábamos en el parque, volvió a sacar el tema a relucir, para darle un cierre definitivo. Él entiende que ahora estoy en una etapa en la que ya no puedo seguir pretendiendo que es mi principal interés, así que me acompañó en «el último viaje», y le di las gracias por haber sido condescendiente. Admito que me provocó cierta nostalgia, pero sé que es lo correcto, lo mejor para nosotros, y eso ha contribuido a que no pierda de vista lo que más me importa. Desde que le conté sobre ti, me advirtió sobre las posibles consecuencias que podría traer a largo plazo compartir ese tipo de conexión con dos personas a la vez, seguro de que un día tendría que inclinarme hacia uno de los extremos. Eso es justo lo que estoy haciendo ahora. —Lo sujeté por el antebrazo, gesto que no rechazó—. Te elijo a ti, hoy, mañana, y siempre. 

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