Capítulo 59| Intercambio
—Nos conocimos en la prepa. Ni siquiera recuerdo exactamente cómo fue que empezamos a hablar, solo asumí que me sentía a gusto con ella porque éramos parecidos en algunos aspectos. Se podría decir que nos hicimos amigos, y ya. Cuando empezamos a salir, me confesó que andaba en malos pasos, que tenía miedo, que estaba resuelta a dejar ese estilo de vida lo más pronto posible. Y como recordarás, yo estaba en una situación parecida. —Levi se tensó al referirse a aquello, mas continuó inquebrantable—. No había nadie que pudiese entendernos mejor que el uno al otro. No podíamos intercambiar opiniones con cualquiera, porque los estaríamos exponiendo al peligro, y a nosotros también, por adición. Logramos romper nuestro vínculo con la etapa oscura, lo cual también contribuyó a que nos fuéramos alejando. Obviamente a ella no le pasó desapercibido, así que me lo hizo saber. Cuando no vio los resultados que esperaba de mi parte, comprendió que nuestro tiempo había caducado, que lo que teníamos en común ya no existía, y por lo tanto, tampoco tenía caso que se aferrara a un «nosotros». Pero yo nunca la ilusioné, he sido claro con ella desde que nos volvimos a encontrar aquí. Tú misma lo viste el primer día de clases, sabes que cuando se me insinúa no le permito sobrepasar las barreras. Aunque debo confesar que, a medida que te fui conociendo, entendí que mi acepción de «límite» difiere de la que tú te has concebido. Y lo lamento. Haber prescindido de un referente sobre cómo actuar en estas situaciones lo complica todo.
Tragarme mis palabras y asirme de un semblante indiferente fue como ir caminando en un sendero de espinas, pero me resolví a mantener la compostura a fin de no intimidarlo.
Levi había dado un paso enorme al acceder a narrarme el contexto de la relación que había establecido con ella, por lo tanto, a mí me correspondía prometer escucharlo con paciencia, evitando las críticas.
Claro que no disfruté en lo absoluto que admitiese la cercanía que tuvieron ni tampoco de plantearme situaciones hipotéticas en las que pudieron haber estado a solas, haciendo quien sabe qué. Estuve trabajando en no concentrarme en ello, sino en lo que solía significar para él. Dividir el hecho de la persona era primordial. Ya me había dejado ver entre líneas que no le agradaban las "escenas" en público, y puesto que yo concordaba con su postura, convine procurar no repetirlo.
—Veo que se guardan cierto cariño —señalé, aún con reservas.
Escondió la mirada, seguía meditando en lo que recién me había dicho. No pretendía incomodarlo, así que no le reclamé su silencio posterior.
Me había elaborado la hipótesis de que se sentía vulnerable luego de abrirme su alma, y me sentía un tanto orgullosa por que se hubiera tomado en serio la encomienda.
—Era normal, las situaciones agraviantes terminaron por unirlos —añadí, poco convencida de que sonaba sincera.
No tenía sentido que lo reprendiera por sucesos que ya habían quedado en el olvido, ¿qué podía hacer? ¿Formatear sus memorias? Como si eso fuera posible.
—Yo le llamaría «familiaridad» —aclaró.
Como la que se experimenta en un hogar eficiente para desarrollarse, donde uno sabe que no se le juzgará por ningún motivo, e incluso se presta a revelar un comportamiento infantil. Como la que yo había encontrado en su compañía y en sus palabras emitidas con dulzura.
En ocasiones, era patente que esa calidez se encontraba fuera de casa, había que explorar los límites y atreverse a sobrepasarlos a fin de obtenerla. Tratándose de él, me parecía lógico, al punto de ser doloroso.
—Por la semejanza de antecedentes —concluí. Él asintió, mostrándose complacido de que hubiese entendido la idea principal. Todavía estaba procesando los pormenores de su historia, atesorando cada una de sus palabras. No concebía haber resumido el episodio con semejante soltura, quería que continuase hablando—. Entonces —me aclaré la garganta—, ¿le estás ayudando a salir de un problema con gente... de dudosa reputación?
Volvió a indicarme con la cabeza que estaba en lo correcto. Mi corazón se paró por un milisegundo.
Yo había sufrido a manos de personas de esa índole cuando fui privada de la libertad y se colocó mi existencia en el borde de un acantilado, así que sabía hasta dónde eran capaces de aproximarse con tal de hacer patente que no se andaban con rodeos. La misericordia no los caracterizaba.
¿Quién hubiera sido capaz de vaticinar que la niña que se creía perfecta cometería un desliz de tal magnitud en sus mejores años? No lo hubiese creído si no contara con el testimonio de Levi. Sabía que no era correcto manifestar alegría ante la desgracia de un semejante, aunque estaba ansiosa por realizar excepciones.
Quizá en ese tiempo no hubiera podido actuar en su favor, o se habría negado reiteradamente a escucharme. Ni a Colt conseguí brindarle la ayuda que precisaba, y eso que ya estábamos más próximos a la edad adulta. A la larga, habría quedado como una entrometida sin quehacer.
Ese conjunto de sensaciones abrumadoras terminó despertando la empatía que me había garantizado no demostrarle nunca más a aquella chica, la que creí que yacía refundida en un cajón cuya llave había extraviado. No obstante, eso no significaba que seríamos amigas, mucho menos que estuviera de acuerdo con que siguiera involucrándolo en sus asuntos. Como si no fuera capaz de salvarse a sí misma... Qué curioso que ambas tuviésemos un pasado en el que figuraba su nombre, mas en el presente no estaba dispuesta a seguir apuntando semejanzas.
Aún me intrigaba saber si había existido algo más entre ellos, solo que su nítida dificultad para expresarse me hizo ver que quizá no sería prudente hacerlo ahora.
—¿Sabes, Levi? —Me armé de valor de repente, y pareció funcionar porque conseguí que alzara la cabeza y denotara interés desmedido—. He aprendido que, en ocasiones, es preferible dejar que cada uno salga del fango por sus propios medios. Que si tratas de ayudar a alguien que se niega a ser limpiado, y de paso tú también te ensucias, vas a tener que invertir tiempo en asearte. Y ese tiempo quizá sea en vano, podría dedicarse a otras cosas, ya que a veces ni siquiera te darán las gracias. Pocos son los que se vuelven en su camino.
—¿A qué te refieres?
—No sé en qué andará metida, ni me interesa, la verdad —desestimaba su inserción en la historia—. Pero debes saber que, siempre y cuando te incluya a ti, voy a preocuparme —suspiré con pesadez, alejando las sensaciones negativas que me provocaba el conocimiento recién adquirido—. No me gustaría que por su culpa, aunque sea de forma implícita, cedieras al impulso de entrar de nuevo a esa caverna. Me gusta más la versión tuya que está... sobria, en sus cabales. La que no depende de sustancias para estar contento, y que tampoco tiene que vivir cuidándose las espaldas. Ya que lo has sacado a relucir, supongo que yo también tengo una historia que contarte.
»Cuando estábamos en la primaria, ella me invitó a unirme a su grupo. Yo lo agradecí porque no había hecho ningún amigo. Nunca me resultó fácil hablar con gente que no conocía. Pronto, empezamos a comer juntas en el receso. Me invitaba a su casa y yo la invitaba a la mía. Hacíamos la tarea, encargábamos pizza, veíamos películas que daban mucho miedo a escondidas de nuestros padres. Pero fuimos creciendo, así que nuestros problemas e inclinaciones cambiaron a la par. Ya no hablábamos de las estupideces que leíamos en revistas ni defendíamos a nuestros ídolos de la música en las redes sociales, sino que incorporamos el tema de los niños, asuntos tristes de la vida, lo que queríamos hacer cuando creciéramos, las acciones cuestionables que íbamos a implementar para que los demás nos consideraran «bonitas». —Porque nuestra época de padecer anorexia se había generado en simultaneidad. Éramos la única red de apoyo de la otra, y con razón, pues nadie en sus cinco sentidos nos habría alentado a seguir—. En la secundaria, como a los doce, enfrentamos una problemática un tanto seria, ya que ella le había ocultado sus sentimientos a una persona que tuvo a mal interesarse en mí. Fue como si creyera que me le había adelantado, y aunque yo cerré ese capítulo con ambos, ella no lo superó nunca. Empezó a comportarse de forma inusual conmigo, al punto en el que sentí que ya no la conocía. No la escogieron para la escolta y se enojó porque a mí sí. No bailó el vals de fin de curso con quien le gustaba, pero yo sí. No le daban reconocimientos por tener las calificaciones más altas, pero a mí sí...
»Un buen día, dejó de buscarme. Ya no me volvió a invitar a su casa, pero me enteré de que sí convocaba reuniones con otras compañeras. Siempre tenía una excusa para eludirme. Comenzó a juntarse con los "influyentes", se volvió tan superficial como ellos. Se molestaron durante una temporada, quién sabe por qué, así que se la pasaron fingiendo que no la conocían. ¿Sabes qué hizo? Volvió conmigo. No se lo negué, no tenía el valor de hacerlo porque la extrañaba, la quería. Y ese estira y afloja se volvió constante. Cuando me di cuenta de que había un patrón consistente, le pedí que habláramos. Quería reparar esa amistad, asegurarme de que no iba a volver a relegarme a un segundo plano. Lo cierto es que yo había tenido parte de la culpa por estar disponible veinticuatro siete. La busqué varias veces, le escribí, le invité varias bebidas de las que solían gustarle, e incluso le hice regalos a modo de ofrenda de paz. Solo que nunca dio señales de haber entendido, mucho menos de desear lo mismo que yo. Sus disculpas fueron nada más que un formalismo. Fue entonces que comencé a arrepentirme de haberla defendido cuando se burlaban de su cabello y de su forma de ser. Entendí que en esa relación yo era la única que consideraba amiga a la otra. Así no es posible continuar, ¿dónde queda lo mutuo? Cuando salimos de la secundaria, me enteré de que no iríamos a la misma prepa y le perdí la pista, por eso créeme que no me cayó en gracia encontrármela acá. Los primeros semestres, antes de que tú llegaras, se comportaba como "la abeja reina", ganándose a todos a base de adulaciones. Aunque sé que ha salido mal con varios. Casi nadie le habla por gusto, más allá de sus colegas y achichincles. Puedo soportar que me ignore, que finja que nunca nos conocimos, que no éramos amigas cercanas y hasta que haya pretendido causarme un daño irreversible, pero que se meta de nuevo con la persona que me gusta, eso no. De seguro ahora estás pensando que es una estupidez, que somos unas inmaduras, soy capaz de vivir con ello. Yo también lo reconozco. Lo cierto es que hay cosas que es mejor dejar atrás, puesto que no tienen solución. Al menos me consuela saber que intenté arreglar nuestras diferencias. No es mi deber amoldar a las personas; no puedo ni conmigo misma en ocasiones.
Luego de una prolongada quietud, Levi tuvo a bien pronunciarse, de la forma que solo él conocía:
—Vaya. Qué difícil es lidiar con algunas personas.
A mi criterio, fue lo mejor que pudo responder. Una frase corta y bien pensada. Me estaba dando la razón por completo, eso me ayudó a recobrar el ánimo.
—Y que lo digas... Por eso prefiero no tener amigos. —Me miró con suspicacia, por lo que corregí el planteamiento—. De acuerdo, prefiero no tener tantos amigos. Entre más te involucras, más problemas encaras. Eso drena tu energía, no le veo la necesidad.
—No lo había visto de ese modo. Y... ¿Aún la extrañas?
En un escenario distinto, me habría puesto a la defensiva. Pero dado que los sentimientos más hondos oscilaban delante de nosotros, me resolví a dejarlo ir y compensarlo con el mismo nivel de sinceridad.
—En contadas ocasiones. Después de todo, ella me tendió la mano cuando más lo requerí, y aún se lo agradezco. Le debo algunos recuerdos gratos, pero no puedo depender de ellos. ¿Qué hay de ti?
—No lo sé... N-no. —Aquello lo enervó, así que quiso reafirmar su postura con el cuello.
—No tengas miedo de decírmelo, no pasa nada. Resulta irónico que ella también forme parte de mis antecedentes. Tenemos tanto en común —dije en son de broma, aunque después añadí con un tono neutral—: ¿Ahora entiendes por qué no me agrada que convivan en exceso? ¿Qué pensarías si yo planeara encuentros con alguien más, a escondidas y muy seguido?
Apenas me percataba de que la estrategia adecuada para convencerlo era mediante proyectarlo en mi situación. Dicho de otro modo, manejando la historia según mi beneficio, cambiando los papeles. «Yo no hago lo que no quiero que me hagan», pensé, esperando que él llegara por sí mismo a dicho cierre.
—Es evidente que no me agradaría —contestó entre dientes. Me dio la impresión de que se le tensaba la mandíbula ante mi cuestionamiento.
—Lo sé. No te alteres, era una suposición —le aseguré, con lo que se mostró más relajado—. Ni tú ni yo tenemos buenos referentes, pero quiero que sepas que contigo quiero hacer las cosas mejor que antes. Te quiero, y no me gustaría que una disputa como esta nos impida seguir avanzando.
Ay, no... ¿En serio lo había manifestado tal y como lo pensé? ¿Cómo se me pudo pasar? Qué imprudente había sido. Rogué por que no apuntara que se me habían subido los colores al rostro, aunque mi expresión denotara lo contrario.
—¿Qué dijiste? —indagó, siendo presa del apocamiento. Con su apetencia de seguir averiguando terminó metiéndome en un verdadero apuro.
¿Dónde podría esconderme esta vez? ¿Era el momento preciso de llevar a cabo mis planes de salir huyendo como tantas veces me había figurado?
—¿Qué dije sobre... qué? —Me hice la desentendida, esperando que cambiara de tema al comprender la incomodidad que me circundaba, como tenía por costumbre. Las manos me sudaban, tuve que secarme en los bordes de la camiseta.
—Hace... un instante —Él también jugueteaba con sus manos, mostrándose impaciente e incrédulo—. Tú dijiste que me...
Bien, ¿qué más daba? No estaba contándole una mentira, aunque sí estaba aterrada de las implicaciones de aquel sentimiento. No acostumbraba expresarlo en voz alta, lo cual no era sinónimo de que no lo experimentase. Tal vez esa negligencia había sido el resultado de la amplia cantidad de textos que había estado escribiendo acerca de él durante las últimas semanas, sin parar. La boca habla de lo que resguarda el corazón. El mío, que era de cemento fresco, tenía anotado su nombre.
—Mmm... Sí, que te... quiero —le confirmé, con lo que conseguí inundarlo de brillo. Uno que pasó a través de su pupila como el recorrido de una estrella fugaz.
—Yo también te quiero —respondió al cabo de unos segundos. Ahora los dos estábamos relucientes.
Al final, constaté que expresarle lo que sentía no había sido tan malo como me lo pintaban mis temores. Incluso tenía un efecto liberador, reconfortante. Acordé en mis adentros que iba a cesar de guardármelo de ahora en adelante.
[NOTA SUELTA]
Me alegra que por fin hayamos sellado esa grieta que había representado un inconveniente desde el principio. No negaré que me habría gustado evitar las confrontaciones, pero me inclino a creer que es la única forma en la que aprenderemos a comunicar lo que nos molesta. Supongo que este tipo de encuentros forman parte del desarrollo esperado de dos personas que conspiran en búsqueda de su felicidad mutua. Aún no sé qué tienes planeado, mas tengo gran fe en que tu decisión será acertada y en que contribuirá a que sigamos construyendo este imperio.
Conforme avanza el tiempo me voy dando cuenta de que ocultas secretos profundos, dignos de que se les enaltezca. En eso te pareces a mí. Me siento dichosa de que me sigas contando fragmentos de tus años anteriores, es prueba inminente de que me he ganado tu confianza. Ojalá que nunca tengas reparo alguno en acudir a mí si lo estimas necesario. Me has sometido a una enorme carga emocional desde que me confesaste que te gustaba, y a causa de eso cada día resulta diferente y maravilloso a su manera.
Recuerdo que, cuando aún no estábamos afianzados del todo, tambaleamos un montón de veces antes de consolidarnos. La primera pelea fue la más dolorosa. No creí que en medio de dulzura y miel pudiera asomarse un sabor tan amargo como repugnante. Pero uno aprende a extraer la lección oculta en aquellas tristezas. Porque sea que lo queramos o no, hay cosas que es mejor dejar atrás.
Me he sumergido en un estado mental de encantamiento, del que ya no quiero salir. Me acostumbré con celeridad a esas dosis correctas que tú me suministras continuamente, y espero que no demores en subir la cantidad de forma sutil. A veces quisiera replicar el efecto de esa cosa que me inyectaste, solo que hay algo en mi interior que me dice que ya me encuentro bajo este. A causa de tu existencia, mi cerebro produce aquella sustancia de forma excepcional, como nunca antes hizo.
Después de haber estado escribiendo, me percaté de que Levi me había mandado un par de mensajes. Al cabo de unos minutos, apareció en mi habitación y me pidió que habláramos.
En la comodidad de mi sitio preferido, me confesó que tanto Hange como Erwin le habían hecho ver que no estaba actuando conforme a lo que afirmaba sentir por mí y, que luego de severas amonestaciones, se había dado cuenta de que no era tan complicado deshacerse del lastre. Le había generado vergüenza que ellos notaran lo ostensible, por lo que de inmediato tomó las medidas necesarias.
Señaló que ella no se lo tomó a bien, pues la encaró de repente, mas tampoco presentó objeciones. Que se sentía un poco abatido por su reacción, pero que esta vez sí se mantendría firme, por el bien de ambos. Yo no le había pedido que dejara de hablarle, no obstante, él se había percatado de que era lo mejor.
Aunque a mi parecer se había demorado, mejor era tarde que nunca. Aún me parecía contradictorio que no le bastara con mi opinión y que la venda se le hubiera retirado de los ojos hasta que terceros se adentraron en la escena. Bien, no había que escarbar permanentemente en el asunto, su falta de experiencia era innegable. Al menos me reconfortaba pensar que, en caso de que se le presentara una situación similar en el futuro, podría verse incitado a reaccionar distinto.
No cesé en mi determinación de odiarla de un día para el otro. Pasaron unas semanas hasta que dejé de preocuparme por ella con el empecinamiento característico. Fue estimulante notar que Petra también comenzó a ignorarlo, así que los dos nos volvimos invisibles antes sus ojos, facilitándome la tarea que ya había repetido un montón de veces.
En una ocasión en la que fueron asignados a trabajar en el mismo equipo durante una clase, Levi refirió que nunca le preguntó nada directamente, que se pusieron de acuerdo mediante otra chica, que fue la que terminó dirigiéndolos. Presentaron el trabajo con eminencia, valiéndose de un tono formal en el que no permitieron que se diseminara ninguna de sus emociones al respecto. Incluso obtuvieron un elogio por parte de la profesora, y mi orgullo se hizo extensivo a cada uno de los miembros.
En un descanso durante la clase de arte, Levi me arrebató mi celular y se negó a entregármelo, en son de broma. En los ajustes se encargó de modificar el patrón numérico, cambiándolo por cinco, tres, ocho, cuatro, porque según él, así se tecleaba su nombre. Replicó la maniobra en el suyo al poner cinco, cuatro, seis, nueve, con lo que me sacó una risa nerviosa que me encogió el corazón. La forma insistente en la que me lo mostró fue como si me estuviera pidiendo que me lo aprendiera para desbloquearlo cuando lo deseara, que no tenía nada que ocultar.
Aquello representó para mí una especie de avance, lo interpreté como otra señal de la confianza que me extendía y que esperaba que yo le correspondiera. Aunque todavía me azotaba un sinfín de dudas respecto a lo que habían hablado antes de que acordaran alejarse, comprendía que, de seguir en el mismo derrotero, terminaría fastidiándolo. Tanto haberme quejado de sus evasivas me estaba pasando factura de condición mordaz, porque comprendí que era yo la que se aferraba a seguir actuando como siempre, y ya no era posible.
La práctica nos había quedado similar porque, en teoría, estuvo copiando mis movimientos, aunque iba dándoles su propio toque. En medio de un vacile, Levi desprendió mi trabajo desde una esquina que terminó rompiéndose, y a pesar de que su expresión me asustó, luego me dedicó una sonrisa ladina. Vaya intento de broma, ahora tendría que repararlo de manera vetusta.
Cuando el profesor pidió voluntarios para que se dirigieran al frente y explicaran lo que habían hecho, nadie levantó la mano. Evitábamos el contacto físico por temor de ser elegidos, así que se vio obligado a cambiar de técnica, eludiendo la democracia.
Contuve la respiración cuando avanzó despacio hacia la izquierda, donde se ubicaba la fila en la que yo me sentaba. Exhalé con alivio luego de que señaló a mi compañero de adelante, quien obedeció de inmediato. De la que me había salvado, casi se me salía el corazón. Todo lo relacionado con ponerse de pie en medio de la clase me sumergía en un declive de pánico escénico, así que lo evitaba mientras se pudiese.
El chico se puso de pie con denotada seguridad y desprendió el papel del restirador con la delicadeza digna de un objeto valioso. No hizo contacto con nadie durante el camino que lo separaba del anonimato.
Muy pocos centraron su atención en esa figura escuálida y de apariencia desaliñada cuando se erigió en el escalón de la parte delantera, así que esperó hasta que todo el recinto se quedó en silencio. Yo habría hecho lo mismo ante la falta de interés.
—Básicamente diseccioné el elemento inicial y trabajé por separado con cada una de las partes —explicó, señalando las porciones con sus dedos y dibujando círculos—. Algunas fueron sombreadas, otras permanecieron intactas, y otras más sufrieron un revés. Mi idea era hacer un cambio radical, pero sin que perdiera su esencia.
Me fallaba la vista; desde donde me ubicaba no podía apreciar su obra por completo. Mi banco rechinó cuando lo moví para añadirme altura, y me cohibí ante las miradas de los que evidenciaron que su mente había migrado hacia las afueras.
—¿Por qué lo dejaste sin cabeza? —preguntó con un atisbo de horror una de las chicas que se ubicaban en la primera fila.
—Porque aún estaba trabajando en eso cuando me pidieron interpretarlo. —Le sonrió ampliamente, de un modo que no alcancé a considerar «sarcástico», como yo hacía cuando no quería entrar en detalles—. Profesor —ladeó la cabeza para solicitar consentimiento. Este le permitió devolverse.
Al término de la clase, le pidió al mismo chico que recogiera los trabajos de cada uno para que los depositara en su escritorio. Fue entonces que reparé en que nunca antes le había hablado, ni siquiera recordaba su nombre. Tampoco lo había visto deambulando por los pasillos ni en otras locaciones, y me sentí culpable por ello. Yo me proponía aprenderme los nombres de cada uno de mis compañeros cuando cambiaba el curso o me unía a una nueva clase. Consideraba que era la forma más simple de demostrar que los respetaba, aun si no tuviésemos una relación estrecha. Pero a él lo había pasado por alto.
En medio de esa punzada de culpa, se aproximó a mí, sin decir nada. Se mantuvo quieto, aguardando a que yo despegara mi dibujo, y luego se lo entregué. Cuando ambos lo sostuvimos en el aire, sucedió lo inesperado.
Ya no estaba viéndolo de frente, sino de espaldas, en la posición en la que estaba hacía unos minutos atrás. Concentrado en su actividad, no permitía que el ruido externo lo distrajera en lo absoluto. Tenía una imagen nítida de los movimientos ondeantes de sus manos cuando alzaba un lápiz, cuando difuminaba las líneas con un trocito de algodón, cuando tomaba la goma de borrar y cuando sacudía la viruta. Sin embargo, esta vez él hizo una pausa, en la que me miró por encima de su hombro. Aquello no había sucedido en la vida real, o yo lo había pasado por alto debido a que era un gesto insignificante. No había sido la única absorta en sus propios menesteres.
Colt había retirado su agarre del papel a causa del tremendo sobresalto que le ocasionó la magnitud de nuestra "conexión" inaudita, y no se atrevió a repetir el experimento sino hasta mucho después de que se convenció de que no saldría herido. Y aun así, le tomó meses asimilar que lo que estaba ocurriendo no era producto de su imaginación, de la falta de sueño que padecía, ni de alucinaciones conducidas por drogas.
En cambio, este chico había permanecido en su lugar, sin inmutarse, observándome con una calma significativa que me condujo a preguntarme por qué no se había asustado, por qué no huyó despavorido ni se puso a gritar con angustia. Se comportaba como si esa desviación fuera normal, análoga a ingerir alimentos. Y eso me desconcertaba.
Mis ojos se desorbitaron. Fui girando el cuello en cámara lenta, hasta que me topé con su rostro. Si él estaba tranquilo, en mi interior se desataba una mezcla de todo lo contario.
Consideré que no era buena idea llamar la atención hacia nosotros, por lo que me mantuve taciturna, a la expectativa de que se pronunciara tratando de explicar qué estaba ocurriendo. Me preguntaba si al menos le había sucedido lo que a mí. Pero carecía de juicio que esperara aquello, porque a menos que contara con un par de orbes en la espalda, era imposible que me hubiera proyectado en su espejismo.
La presencia de Levi complicaba el intercambio y representaba un impedimento para que diera inicio al interrogatorio. Al mirar hacia el lado contrario, me topé con su consternación.
—Ey, ¿estás bien? —Me sacudió levemente por el hombro. Parpadeé en repetidas ocasiones, buscando elaborar una respuesta que lo tranquilizara, y que al mismo tiempo le indicase a mi otro compañero que esto no había terminado.
—Sí... Sí —musité, llevándome la mano a la cabeza.
Levi no me creyó, fue evidente por la forma en que me escaneaba. Sin embargo, convino que ese no era el momento de indagar. Luego de mirarme, se fijó en el que recogía nuestros trabajos cuando solicitaba el suyo.
Aquel se retiró sin pena ni gloria. Como si nada hubiera sucedido. Como si hubiera sido de lo más normal que ese contacto me hubiera conducido al trance que establecía con Colt.
Nadie poseía conocimiento del "poder en común" que tenía con mi mejor amigo, y últimamente no me había dedicado a medir sus alcances. Él me había hecho saber que, dada nuestra cercanía, quizá a la larga terminaría desarrollándolo con Levi, lo cual me pareció sensato luego de someterlo a meditación. Eso que decía acerca de sentirse "a medias" era verdad, después de todo, y lo entendí cuando Levi pasó a convertirse en la primera persona a la que acudía para despejar mi mente y sumirme en un estado de plenitud.
Con sus reiteradas interpretaciones había contribuido a que me convenciera de que ese vínculo especial que trascendía los límites del entendimiento humano estaba trasladándose, solo que jamás se me pasó por la mente que pudiera sentirlo hacia alguien a quien no conocía. No conseguí dejar de darle vueltas al asunto. ¿Qué teníamos en común? Nada, al menos a primera vista. No había cruzado palabra con él hasta el incidente en el salón de arte, y no pude hacerlo durante lo que restó de la semana.
Me había excusado con Levi diciéndole que me había mareado, como síntoma de mi periodo. No pareció entenderlo, y agradecí que no quisiera seguir ahondando. Solo que ya me había resuelto a terminar con esa maraña de dudas. El problema fue que mi compañero misterioso no volvió a presentarse a la siguiente clase, ni a la siguiente, ni a la siguiente. Se había esfumado, al igual que Levi cuando éramos niños. Y yo no podía ponerme a investigar acerca de su paradero porque levantaría sospechas. Además, estaría faltando al principio que estimaba de mayor importancia, el pilar de la relación que atesoraba con mayor ahínco.
Nadie parecía preocuparse por su ausencia, pues una vez oí que alguien decía que eso era común de él. Cuando le pregunté al profesor, me dijo que se llamaba Adam Mizrain, y su advertencia adjunta de evitar relacionarme con él me pareció innecesaria.
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