Capítulo 57| Lo que puedes esperar de mí
Advertencia: Me gustaría que tomaran en cuenta que cuando uno está celoso no suele actuar con madurez, por lo que dice cosas irreverentes. Lo comento porque hay personas a las que se les dificulta distinguir ciertas emociones, y podrían tomarse a mal que mi personaje hable y se comporte como una posesiva.
Si nunca han experimentado alguna clase de celos, lo envidio, en verdad. Pero sepan que sí sucede.
En un comienzo, ni Levi ni yo sabíamos a ciencia cierta cómo debía administrarse el trato que se empezaba a forjar entre nosotros. Nos ubicábamos en un peldaño inferior al de «inexpertos», lo cual nos trajo serias dificultades. Conforme íbamos conviviendo en mayor medida, fui entretejiendo algunas de sus formas de actuar con aquellas de las que ya poseía ciertos niveles de conocimiento. Esa serie de análisis resultó ser una fuente de datos de relevancia, los cuales me asistieron en el proceso continuo de sacar a relucir las aguas profundas, lo que en verdad había dentro de su alma.
Fui encontrando marcadas similitudes conmigo respecto a su carácter y manías, así como en sus particulares métodos de interactuar con el entorno y en la forma en la que se reponía ante sucesos que, cuanto menos, le generaban estrés. Sin embargo, cabría destacar que fue en las diferencias en donde solía llenarme de razones que no hacían sino aumentar el cariño que ardía en mis adentros, mismo que tenía planeado demostrarle con espléndida generosidad.
De repente, comenzamos a hablar todos los días, sin interrupción. Buscábamos un hueco en la agenda para nunca enfrentar la disyuntiva de dar las conversaciones por finalizadas. Yo hacía mis tareas con la videollamada de fondo, lo que contribuía a reducir lo abrumadoras que me parecían a veces. Terminaba rápido y ya no sufría el remanente de los dolores de cabeza que me sobrevenían cuando pasaba largo periodos explotando mi capacidad de análisis.
Así me di cuenta de que Levi se expresaba con mayor soltura a través de los medios electrónicos, donde me permitió conocer una faceta de su personalidad que no había tenido el deleite de advertir. Cuando lo veía a través de la pantalla me invadía el deseo de atravesarla para conducirlo hacia mí y poder acariciar la mano con la que elaboraba sus deberes. Aquello hizo que viniera a mi memoria lo que Hange había dicho acerca del trato diferente que ejercía conmigo, el cual me ratificaba con frecuencia. No obstante, también anhelaba que se comportase tan cordial y ocurrente cuando nos veíamos cara a cara.
En el salón de clases, si bien no me evitaba por completo, sí procuraba poner límites al contacto que establecíamos. Sabía que estaba procurando guardar las apariencias, eludiéndonos así de padecer problemáticas como las que ya habíamos experimentado, cuando no existía un vínculo ni medianamente sólido entre los dos. Ya nos habían acusado de haber unido nuestras vidas en matrimonio y de ser unos tontos por no identificar las señales que eran muy obvias. Ese nivel de fama no me parecía grato, ¿pero qué se le va a hacer?
Decir que su actuar me hería en lo profundo era quedarme corta. Me hacía creer que no me consideraba un ser de relevancia, como yo lo asumía, y que debido a ello no se resolvía a tomar la decisión firme de probarle al resto que lo era. Quería persuadirlo de que se armara de valor, de que se antepusiera a quienes mostraban inconformidad con nuestra simple presencia, que había convergido en el mismo plano que la de ellos, aunque en una fase maravillosa para mí.
Considerando que yo podría contribuir a que los niveles de confianza aumentaran, y a fin de evitar el impulso de ejercer presión, obteniendo el efecto contrario, me propuse seguir escribiéndole una nota a diario, como hice durante el periodo vacacional. Estas funcionaban como una especie de reseña, en la que le contaba lo bien que me sentía al estar con él, lo mucho que disfrutaba que compartiéramos el espacio físico de una manera distinta a la que nos veíamos forzados a establecer con los demás, cómo aumentaba el aprecio que le tenía gracias a gestos sencillos que llegué a considerar que valían centenares de lingotes de oro...
A pesar de que ya llevábamos la historia avanzando en buenos términos, me resultaba contradictorio que no me atreviese a mandárselas. El simple hecho de imaginármelo me generaba una vergüenza difícil de canalizar. Tal elipsis contribuyó a que mi aplicación de notas comenzara a saturarse de apartados a los que nombré en forma ascendente como «Día 1», «Día 2», y así en lo sucesivo. Se amontonaban con mi expectativa de que nunca se acortase el futuro, de que llegaran a ser eternas.
Durante los cimientos, también me volví consciente de una conducta singular, un tanto perniciosa y proveniente de antaño, que yo manifestaba bajo ciertas condiciones, la cual se tradujo en repentinas muestras de celos.
Hasta entonces, no me causaba conflicto verlo conversando con alguna compañera, o mejor dicho, no solía prestarle atención al grado de que la imagen se me quedara estampada y luego me la pasara dándole vueltas durante horas y hora. En cualquier caso, nuestra interacción estaba tomando un rumbo en el que ya no me complacía que le dedicase demasiado de su tiempo a otras personas del sexo femenino.
Por supuesto, no pretendía llegar al punto de solicitar que se volviera invisible ante ellas, era imposible (pero de serlo, no dudaría en llevarlo a la práctica). Lo único sobre lo que poseía autoridad era al salvaguardar mi corazón y vigilando lo que contemplaba con mis ojos. Mientras no estuviésemos bien afianzados, me sentía en la necesidad de vigilar mis terrenos. A causa de esto, me preguntaba en diversas ocasiones: «¿Qué podría hacer para marcar los linderos y asegurarme de que no sean atravesados por advenedizas?».
No estaba dispuesta a dejar ir aquello que me había costado un vuelco irreversible en mi forma de ver la vida, infinitas noches en vela, ríos de lágrimas y aluviones de sentimientos que se me desbordaban, a pesar de que yo no había tenido que intervenir. Fue Levi quien se había encargado de demostrármelo desde el comienzo, al adelantarse me quitó un mastodóntico peso de encima.
Por nuestra cercanía, me volví una maniática que se desgastaba al proyectar las posibles amenazas que se avecinarían. Las observaba en todos los sitios por los que rozaba la suela de mis zapatos, estando despierta, en medio de trances, protagonizando sueños que terminaban convirtiéndose en pesadillas, en el punto máximo de concentración que le dedicaba a ciertas labores.
Y tal sentencia autoimpuesta me causaba contrición debido a que se equiparaba al efecto "posesivo-dominante" que me había gobernado, un estilo que por nada del mundo debería repetirse mientras siguiera en pie. Las consecuencias habían sido devastadoras, por eso me preocupaba cuando las acciones negligentes de Levi me desbloqueaban recuerdos inmundos.
Pero ya no era esa chiquilla, y Levi tampoco estaba en la piel de ese individuo. Aquellos años supusieron una diferencia en mis reflexiones. Me habían abierto el panorama, me habían colaborado en la tarea de seguir adelante, a pesar de los impedimentos que residían en mi sistema nervioso. En este ciclo quería mantenerme enfocada en salir del estancamiento, en no repetir los patrones a los que creía que se me había condicionado.
Siempre le otorgué una mayor ponderación a la lealtad que al cariño. Luego de que a una corta edad degusté el amargo sabor de las traiciones, anhelaba que él se propusiera ser leal a mí por decisión propia, incentivado por un amor puro, y no porque se sintiera obligado a causa de factores externos. En cuanto a mí, estaba dispuesta a actuar del mismo modo; no requería que nadie me lo recordase. Era uno de esos pactos solemnes que hacía conmigo misma luego de sufrir una tragedia emocional que me provocaba un revés.
Porque ¿de qué provecho le es a un individuo gritar a los cuatro vientos que ama si no es capaz de mantenerse junto a aquella persona, incluso si para ello había que padecer suplicios y penalidades? Solo en ese supuesto preferiría tirarlo todo por la borda antes que soportar que me mintiera.
Moría por decirle tantas cosas, por permitir que me analizara como si yo fuera un libro complicado pero fascinante, de esos que no soltarías hasta terminarlos y leerías entre líneas con tal de brindarle significado al trasfondo. Mas no estaba en mis planes darle fin a la emoción, todavía. Aún nos restaban un sinfín de vivencias en un futuro próximo, de las cuales iba a extraer los sentimientos que me provocaban.
Nuevas necesidades me acecharon. Entre ellas, descubrí el requisito de ponerlo al tanto de mis ocupaciones. Quería destinarle la mayor parte de mi calendario a estar en compañía suya, así que fue menester que encontrara el equilibrio entre mis actividades escolares, las relacionadas con el equipo, mi propio descanso y el entretenimiento. Era agotador, aunque reconfortante.
Además, para mi desgracia, el colmo de los colmos, las dudas no tardaron en aparecer. Me sembraron la semilla del abatimiento. Me gritaban que cometería un error grave que me iba a costar la demolición del patrimonio que había alzado. Que no era lo suficientemente buena, que más valía que no me entusiasmara, porque a largo plazo el conjunto de ilusiones recién descubiertas solo serviría para lastimarme y hundirme.
¡Cuánto me arrepentía de toda la basura que entró a mi cabeza! Y también de haber mostrado ese incesante interés por seres irracionales, que no me correspondieron como era debido. Por fortuna, ese periodo ya había cesado, lástima que no pudiera decir lo mismo de sus remanentes.
[NOTA SUELTA: DÍA 4]
Hoy se cumplen cuatro gloriosos días desde que decidiste contarme la verdad acerca de los sentimientos que llevabas a cuestas. Quise escribir acerca de ellos para dejarme envolver por esta magnífica sensación de plenitud en cada una de las ocasiones en las que me remita a estas palabras. Porque confío en que volveré a sentirme tal como me siento ahora que tengo la pluma en dirección a los cielos.
En cuanto a mí, debes saber que siempre te tuve en alta estima, y esta fue aumentando a medida que te fui conociendo. Sucedió al grado de que, cuando me sentía agraviada por tu forma de actuar, me enfocaba en la búsqueda de un motivo que lo explicase, con el fin de no concentrarme únicamente en mi pesadumbre. Hay tantas cosas que quisiera contarte, que quizá no me alcanzarían las líneas de esta página. Destellos fugaces de una vida entera juntos revolotean en mi mente con tan solo escuchar la mención de tu nombre, que ahora representa para mí el equivalente a «felicidad». ¡Cuánto deseé que llegara ese momento!
Durante mis mejores años encontré la que se ha convertido en mi canción favorita hasta la fecha. Llegó a serlo porque describía de forma ideal los sentimientos que me embargaban en aquel entonces, y oírla me transmite una sensación de calma imperturbable. Una de las líneas dice: "Sabes que le doy mi amor a un nombre de cuatro letras[...], es irresistible". Solía preguntarme en quien estaría pensando el autor cuando la compuso, y gracias a esto fue que encontré el paralelismo que me sigue resonando.
Nunca había hecho click en mi cerebro relacionar la frase contigo, había sido un tanto descuidada. En realidad, es simple, porque tu nombre encaja en el conteo. ¿Cómo no lo vi antes? Y en cuanto al sinónimo de "fascinante", confío en que no hay por qué explicarlo, tú sacarás tus propias conclusiones. Eso sí, te pido que no entres en suspicacias ni que concluyas que he perdido el juicio. Es natural que me parezcas de ese modo, y ya no quiero ocultarlo.
Sigues sorprendiéndome cada día, apartando tiempo para estar conmigo. Mejor eso que nada. La verdad es que al menos una probadita ha resultado suficiente, aunque yo quisiera el plato entero. Pero sé que hay muchas buenas razones para posponerlo. Incluso cuando me parece difícil, lo reconozco.
[NOTA SUELTA: DÍA 15]
Sonrío hacia mis adentros de tan solo pensar en tu nombre. Me tiene ensimismada esa confianza que manifiestas al hablar conmigo acerca de tu vida, en especial de la parte cruel y oscura que todos poseemos. Es uno de esos momentos gratificantes que merecen la pena ser capturados para la posteridad. Hoy, mañana, y siempre.
Amo sumergirme por completo en tu conversación, que ronda en lo positivo y que suele rozar el camino de lo gracioso. Si fuera una jaula, me dejaría atrapar mil y un veces dentro de ella, y te obligaría a lanzar la llave a una alcantarilla.
Porque así es el rumbo que esto lleva. Lento. Afable. Explosivo. Un deseo que he de tener presente con asiduidad. Dejaré todo surgir, con miras a no estancarme. Veo el futuro brillante aunque lejano. Y quiero alcanzar ese haz de luz en compañía tuya, de nadie más.
[NOTA SUELTA: DÍA 40]
Amo la manera en que me dices lo que sientes. No te muerdes la lengua para confesarte y arrojas la verdad completa, no solo la parte que te convendría. De tus labios brotan palabras tan honestas como ardientes, que podrían envolverme en un mar de llamas cuando menos te lo esperes.
Esta mañana estuve divagando por horas, concentrándome en cualquier cosa que me recordara a ti. Un nombre de cuatro letras, una sonrisa que emana perfección, unos ojos profundos en los que no me importaría quedar varada, unas cejas impasibles que no emiten emoción alguna, pero en las que yo veo un conglomerado infinito de ellas. Y de pronto, sentí un impulso desdeñoso de planear un encuentro contigo, pero no para hablar, sino para que silenciemos un par de labios presionándolos contra otros. No sé si ya me estoy volviendo un poco irracional, aunque me inclino a creer que tarde o temprano me comportaría así.
Eres del tipo de los que ya no temen mostrar sus sentimientos de manera abierta, sin guardarse nada. Que están dispuestos a ir hasta los confines del universo e incluso dar la vida por aquella alma a la que han decidido consagrarse. Saber que yo soy esa para ti me conmueve de una manera que no te podrías si quiera dimensionar.
El viernes por la tarde estábamos entrenando en la cancha, a campo abierto. Hange amenizaba los bufidos del ambiente con un resumen de lo que había aprendido durante el día, mientras que yo no hacía más que asentir cuando no alcanzaba a comprender el significado de lo que quería transmitirme.
Quizá aún nadie le había realizado la sugerencia de explicar ciertos sucesos valiéndose de palabras coloquiales cuando converse con gente común y del vulgo, como su amiga. Aunque, por ahora, escucharla era como contar con una fuente de conocimiento inagotable, que podría representar el borde entre la vida y la muerte en alguna ocasión.
El movimiento constante había contribuido a que recuperase la temperatura corporal necesaria para no morirme a causa de la hipotermia. No estaba helando, pero para mí el ambiente calaba hasta los huesos.
Durante el circuito, tuve que ingeniármelas para observar a Levi por encima del hombro, cuidándome de que no me atrapara, ocasionándonos vergüenza a ambos. Esa dinámica se había vuelto parte de nuestra cotidianidad. Cuando lo pillaba haciéndolo en el salón, tendía a burlarme de lo pésimo que se le daba fingir recato. Me mostraba la otra mejilla, simulaba que se le había caído un bolígrafo o se cubría con la pasta del cuaderno, con tal de no admitir que lo había puesto nervioso. En contadas ocasiones conseguí que elevara las comisuras, e incluso que tratara de simular que no había sido así, gesto que proveía de luz a mi mañana entera. Así había transcurrido el periodo de calma, en tanto que no estuve consciente de que compartía el alborozo con otra persona.
Ese alguien poseía nombre, uno que tenía por objetivo causar dificultades, porque se atravesaba en mi camino a sabiendas de lo molesto que resultaba para mí. Y pensar que hacía no mucho había llegado a considerarla más próxima que a la hermana que nunca tuve, por la que me hubiera hecho pedazos sin hesitaciones y hubiese llegado hasta las últimas consecuencias si tuviera que salvarla.
Esa relación filial se había desquebrajado luego de aquel suceso doloroso que benefició solo a una de las contendientes. Ni siquiera valía un minuto de mi tiempo meditar en lo que habíamos sucedido, estaba harta de rendirle tributo a un hecho que no merecía la pena ser conmemorado.
Si ella pudo pasar la página con tal facilidad, deslindándose de la vergüenza, ¿por qué yo no? ¿Por qué para mí era como levantar una montaña? Ahora cada vez que la veía caminando delante de mí ya no sentía una corriente de amargura recorriéndome el paladar, ni me invadían brutales deseos de venganza. Me reconfortaba darme cuenta de que al fin me permitía ir soltándola, poco a poco.
La ocasión en la que intentó disculparse para quedar bien consigo misma casi me había costado mi participación en uno de los eventos que amenizaban mi trayectoria por la escuela. Después del incidente, no volvió a dirigirme la palabra. Tampoco era capaz de mirarme ni de soslayo, ni por error. Supuse que había implementado sobre mí la técnica del «botón de bloqueo», con la que redujo mi existencia a una bruma de futilidad.
¿Por qué será que existen personas que resultan ofendidas cuando se les encara por un inconveniente que ellas han ocasionado? ¿Cómo consiguen vivir sabiendo que son responsables de una catástrofe que ni siquiera intentan limpiar? De cualquier modo, la falta de motivos para relacionarme con ella me convenía de sobra, lo consideraba una recompensa.
Para versados en el arte de desoír, se estaba metiendo con quien llevaba la batuta debido a la experiencia, de la que no me enorgullecía. No obstante, había un aspecto en su modo de conducirse que no terminaba de agradarme, y que no conseguía ignorar en lo absoluto.
Resulta que Petra no dejaba pasar las oportunidades de estar a solas con Levi. Era como si constantemente estuviera esperando el momento preciso para adueñarse de su atención y robármelo con descaro, asegurándose de tenerme como espectadora. No me incomodaba el hecho de que tuvieran que verse forzados a convivir; a fin de cuentas, aún formábamos parte del equipo, y además estaríamos en el mismo salón durante los semestres restantes, sino lo que se escondía detrás de sus intentos por acercársele.
Yo estaba segura de que sus sentimientos por Levi no habían sido modificados (¿cómo culparla?), por lo que ya no podía evitar poner el foco sobre sus acciones, en especial cuando lo envolvían a él. Tras haberla observado, concluí que se aprovechaba de la caballerosidad de este y de su renuencia a responder con un simple «no». ¿Por qué justo ahora? ¿Por qué no lo asedió antes, cuando solo podía presumir de nuestro estatus de «amigos»?
Estaba actuando igual que cuando nos peleamos por culpa del inútil de Gabe, vaya infortunio. Ellos tenían una vida entera de conocerse, pues eran vecinos de la casa de al lado, como en cualquier película de romance adolescente. Para reforzar la dosis de personajes estereotipados, ella lo amaba en secreto, pero no fue sino hasta él este demostró interés en mí que se acordó de hacerse notar. Hay personas que no aprenden ni siquiera luego de pasar penurias.
Estaba lidiando con los pensamientos intrusivos y el enojo en retrospectiva cuando finalizó la clase. Con sumo dolor, me percaté de que es par se habían retirado juntos. La sangre me hirvió, se me enrojecieron las mejillas, sentí que los músculos se me tensaban. Quería salir corriendo y descargar mi ira sobre un cuerpo inerte, antes de que esta ocasionara estragos que se volvieran cada vez más difíciles de controlar.
Hange leyó vio en mis ojos un mensaje en el que le solicitaba su apoyo para mantenerse al margen y permitirme completar mi cometido, a pesar de que intuyó que el asunto se me saldría de las manos.
—En serio me halaga tu preocupación, Hange, pero sabes que debo arreglar esto por mi cuenta —le dije mientras la sostenía por los hombros—. Ya estuvo bueno de tantas escapadas.
Ella también estaba inquieta. Su mirada confusa y las constantes negaciones evidenciaban que no estaba de acuerdo con mi desenlace apresurado. Ni siquiera yo estaba segura de lo que tenía que hacer, aunque sí de que debía actuar con prontitud.
Esta situación había acumulado un número suficiente de reincidencias, ya no podía permanecer callada. Lo había estado dejando de lado debido a que muy en el fondo sabía que no tenía derecho alguno a interferir con sus relaciones interpersonales, aunque eso no impidió que las suposiciones se me entretejieran como hilos de una bola de estambre que iba cobrando volumen.
Con todo, Hange respetaba el principio de la libertad. Siempre escucharía sus consejos y prestaría atención a sus advertencias, aunque la decisión final quedaba en manos mías, y de nadie más.
—Sé que piensas que crearé un alboroto, que otra vez vamos a intentar asesinarnos mutuamente. —Quise aligerar los ánimos valiéndome del tono jocoso, mas ella se mantuvo impasible—. Si algo he aprendido de nuestras discusiones anteriores, créeme que procuraré ponerlo en práctica.
Hange suspiró largo y tendido antes de continuar:
—Fuera de bromas, sí me perturba que acaben matándose, de forma literal o metafórica. —Forzó una risita que se sintió fuera de sitio. Como para ignorar la desavenencia, procedió a acomodarse el flequillo—. Aunque... No te culpo, él se lo ha estado buscando. —No pude estar más de acuerdo con ella—. Por favor, al menos intenta relajarte. Hasta aquí percibo tus niveles de cólera, se te está elevando la temperatura.
No estaba exagerando. Al acariciarme la mejilla, me olvidé de la sensación de gelidez por la que había entrado en suplicio. Luego, me retiré unas gotas de sudor. Estaba temblando.
—No tendrás que recoger ningún cadáver, tenlo por seguro. —Esquivé su tacto en mi frente, no quería que se valiera de mi estado anímico para impedir que me retirara—. No le causará perjuicio recibir un ínfimo recordatorio.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top