Capítulo 52| Estaré esperando por ti

Las personas como Levi, seres que durante toda su vida se han privado de comentar en voz alta lo que realmente piensan, sufren de un síndrome similar a una obstrucción en la garganta cuando se proponen liberarse de las ataduras que ellos mismos se han impuesto. Yo no era tan diferente; de hecho, me sucedía con frecuencia, razón por la que comprendía a cabalidad la problemática a la que se enfrentaba ahora que estaba a punto de retirarme.

Durante mi niñez no deseaba que el periodo de vacaciones diera inicio porque significaba que tendría que separarme de mis allegados, entre quienes siempre añadía, inequívocamente, a la persona que me gustó en cada época en específico, aunque la atracción fuera unilateral. La importancia que le otorgaba a ese ser era inmensa, al grado de que me convencí de que un espejismo podía entenderse a través de diversos matices. Así fue, al menos hasta que me coloqué en la recta final de la adolescencia, en la que la interrupción de cada ciclo se convirtió en un medio para salvarme de toda suerte de desafuero que se cometía en contra mía, sin que yo pudiera hacer nada para remediarlo.

Pero sabía que tal actitud no me resultaría provechosa en el futuro, así que me resolví a combatir ese insufrible malestar una vez que me encontré con Hange. Fue el resultado de su poder de envolvimiento, uno tan fuerte que no me dejó otro remedio más que brindarle la ocasión de demostrármelo. A las muestras de interés sincero se les debe dar su debida recompensa, me lo habían enseñado.

Ella había contribuido a que restaurase la antes arraigada hasta la médula creencia mía de que las personas buenas sí existen, aunque anduvieran esparcidas y fuese un reto compaginar con alguna, así como a asumir que para atraerlas era imperante parecérseles en cierta medida.

Al ir madurando, aprendí a separarme de la gente sin llegar a padecerlo como una enfermedad, sin sentir que perdía un trozo de mi organismo, a ejercer una limitante entre el sitio y las personas que lo habitaban. Claro que hubo sus respectivas excepciones, dos muy marcadas que, de vez en cuando, subían a mi corazón y amenazaban con romper la estabilidad conseguida.

Me fui reconciliando gradualmente con el estudio, esa actividad en la que encontré embeleso desde antaño, aunque nunca pude decir lo mismo respecto de mis compañeros. Sacarlos de mi ambiente no era una alternativa plausible, y yo tampoco iba a retirarme solo porque la existencia de unos cuantos ahogaba mi placidez. ¿A la mala hierba se le tenía que arrancar de raíz o había que permitirle crecer junto al trigo para separarlos en el último día? Y si era el caso, ¿cuándo llegaría el momento de mi "desvinculación" anhelada? No había modo de saberlo con certeza, el poder de predestinar yace fuera del alcance de los humanos.

Ojalá la Kiomy de ocho años lo hubiese entendido pronto. Me habría ahorrado un arsenal de decepciones con las que no tendría que cargar en el presente, mismas que representaron un obstáculo en el peor momento en que se les pudo ocurrir aparecer.

—Yo... —Mi lengua migró sin rumbo fijo. Al instante, mis dientes empezaron a crujir y se me secó la garganta.

Cualquier otro se habría mofado con ludibrio, solo que mi desajuste no llegó a ser interpretado como lo que era, ya que estábamos atravesando la misma etapa.

La competencia actual consistía en probarnos el uno al otro que la situación aún se encontraba dentro de los límites de lo manejable, que no habíamos perdido el control... del todo. ¡Si tan solo tuviera la capacidad de articular las frases a medida que las iba formulando dentro de mi cerebro!

«Me encantaría quedarme, lindura.

»Siempre dije que haría lo que fuera por ti y me mantengo firme en mi propuesta, incluso si eres ajeno a la misma.

»Por Dios, ¡no me mires así! Podrías convencerme de cambiar de opinión sin si quiera pedírmelo.

»¿Y ahora es que me lo dices?».

Sus cejas se fueron en picada, en una inusual imitación de fruncir el ceño sin querer que lo pareciera. Y es que en serio no deseaba marcharme luego de lo ocurrido, pero me había resuelto a continuar con mis intenciones iniciales. Me temía que, si cedía, daría inicio con el pie izquierdo al transmitirle un mensaje erróneo que sería muy complejo de componer a largo plazo.

—S-sí. Volveré... un par de días antes de que se termine el ciclo —añadí, tratando de disimular el dolor que me embargaba al comunicárselo.

Esa había sido mi rutina desde que estudiaba ahí, una que de pronto contemplé comenzaría a sufrir ajustes para beneficio de los dos.

Quise consolarlo apenas percibí que la decepción le ensombrecía el rostro. Creer que se debatía entre la simple idea de admitir que iba echarme de menos y aguantárselo me condujo a sonrojarme nuevamente, mas no al mismo grado que él, y eso que se empeñaba en esconderse. Con la manga de su chaqueta, desviando el enfoque hacia un sitio hipotético, mirándome sin mirar, ignorando lo indiscutible. La de la mirada esquiva siempre había sido yo, aunque ahora los vientos estaban cambiando de rumbo.

Su apocamiento me pareció tan lindo, tan vulnerable, tan tierno... Disfruté de apreciar de primera mano aquello que no exteriorizaba, esas actitudes insignificantes a simple vista que lo hacían único y que resultaban confusas a la hora de interpretarse. Se dice con aplomo que nadie es perfecto, pero juro que él lo era para mí. Y eso complicaba en demasía dejarlo.

Sentí el impulso fugaz de tomarle la mejilla para acariciársela con el dorso a fin de encapsular otra memoria, solo que aún conservaba el miedo natural a su respuesta. ¿Cómo adivinaría que me pudiese considerar como una atrevida sin remedio? Necesitaba respuestas urgentes, ya no era plausible aferrarme a mis propias ideas. El silencio se abrió paso en medio de nosotros, de modo que no quise prolongar durante mucho lo que ya de por sí resultaba enrevesado.

Nunca fui buena asimilando las despedidas. Menos mal, esta no sería irrevocable. Ya encontraría el modo de llevarlo conmigo en una forma abstracta, pero requería un aliciente, uno como... Como el que había decidido regalarme en la madrugada. Al instante, me avergoncé de mis pensamientos inmorales con la misma entereza que me condujo a encontrarlos placenteros.

Estar frente a él me hacía sentir tan nerviosa como el infame día en el que me enamoré por primera vez de un individuo cuya alma le había sido arrancada por su madre cuando lo dio a luz. Era esta combinación de un incontrolable impulso de vaciar el estómago junto con las cosquillas en los pulmones, el hueco que se abre paso en los intestinos, la sudoración gélida y la espera calcinante de una réplica que pueda sufragar todas las cuestiones colocadas en fila.

Pensé en salir corriendo y terminar con aquel suplicio. Estaba ansiosa, así que pretendía esperar a que me siguiera para que luego me sujetara por el antebrazo, forzándome a mirarlo de frente, al puro estilo de una de esas teen movies que se volvieron mi gusto culposo cuando superé la fase en la que anhelaba ser "única y original". El problema era que ya había sobrepasado de lejos la época de comportarme de ese modo infantil. A estas alturas, era menester que le hiciera frente a mis propias inseguridades con los recursos que tenía al alcance.

—Espero... que te vaya bien —dijo eso último entre dientes, como si le pesara pronunciarme sus buenos deseos.

Comenzó a doblarse el cuello de la camisa para finalmente dejar caer los brazos a los costados con evidente pesadez. Levantó la mano, como señalándome, y se arrepintió en el último momento de abrir la boca, formando un puño. No se lo atribuí a la vergüenza, sino al desencanto.

Siempre me había mantenido a la espera del momento "ideal", de que la marea bajase, de que el astro rey se acomodara en el cenit, de que el viento soplara en la dirección correcta... Me condicionaba a mí misma a acatar los límites para deslindarme de arrojar la culpa a cualquiera que no fuera yo, quien pagaría las consecuencias en última instancia. No quería convertirme en el que arrojaba la piedra y escondía el miembro responsable.

Nadie nos observaba. Un análisis somero me indicó que el pasillo estaba desolado. Un par de voces apenas eran audibles en el otro extremo, quizá no se dirigían en nuestra dirección. Los rayos del sol se colaban a través de los ventanales, contribuyeron a irradiar las partículas de polvo que transitaban en el ambiente, revoloteando como un enjambre de libélulas. Su figura angelical puesta en medio de aquel escenario valía oro puro, hubiera sido inconcebible de mi parte desaprovecharla, por efímera que resultase.

Hasta entonces, reparé en que ese color le sentaba de maravilla y que, sin haberlo planeado si quiera, nos vestíamos de un modo similar. Llevábamos una camiseta negra debajo de la gabardina y pantalones de gamuza. Nunca creí que tuviese poca tolerancia al frío, aunque sí se me ocurría un modo de reemplazarlo por calidez.

—Gracias... También es mi deseo que... Que te vaya bien, sea que decidas quedarte aquí o no. —En ocasiones empleaba el tono formal designado a conversaciones serias. Llegué a odiarme a mí misma por haber considerado que era buen momento para valerme del mismo.

Él era mi amigo, hasta donde alcanzaba a entender. Que a mí me gustara y no fuese correspondida era una cuestión totalmente ajena a Levi, y no interfería en lo absoluto en nuestra relación con los demás. Al menos no con quienes me importaban. Por supuesto que había experimentado una punzada de celos cada vez que ciertas personas osaban acercársele cuando, a mi criterio, podían evitarlo. Había una en particular con quien aún no hacía las paces debido a la historia que nos precedía. No obstante, me esmeraba en no manifestar mi repudio hacia sus acciones. Estaba consciente de que, entre más se percatara de sus efectos colaterales en mi ser, más se empeñaría en molestarme, incluso si no era en afán de ganárselo.

Lo cierto era que, tras la repentina confesión de Levi, ya no sabía qué pensar al respecto. ¿No habíamos cambiado de estatus de modo automático? ¿Cómo se suponía que me dirigiría a él de ahora en adelante? Ah, claro. Por su bonito nombre, y ya.

—Tal vez algún día podríamos... N-no lo sé... Quizás t-tú quieras...

No era así como me imaginé que me pediría tener una cita, aunque sí se adaptaba a lo que sería aceptable de acuerdo con su personalidad.

Me sentía conforme con su propuesta, más de lo que se habría imaginado. Y el alborozo me invadió cuando me percaté de que era capaz de aligerarle la carga.

—Me encantaría. —Le dediqué una leve sonrisa, que oculté al comenzar a morderme las uñas—. Lo concretamos después, ¿te parece? Ya tienes mi número, si lo consideras viable, podemos mantenernos en... contacto.

Me arrepentí de mencionar lo último de modo que alcanzara a escucharme. Sin embargo, en mis adentros esperaba que hubiese captado la indirecta.

Sin esperar la orden, empecé a tantear el camino invisible que se había dibujado delante de nosotros, pretendiendo sujetarle la manga. Fui en cámara lenta, observando cada una de sus reacciones, pues me preocupaba que considerase invasivos mis movimientos. No obstante, ni siquiera se inmutó. Se veía sosegado, ansioso. Es más, alcancé a leer en sus pupilas dilatadas que me pedía que no me detuviera hasta que concretase lo que estaba tramando. No era obra de la magia ni de la adivinación, sino que congeniábamos como no pensé que fuera posible.

Cuando llegué a su codo, me detuve a meditar en mi maniobra subsecuente. Para este punto, ya se me había subido la sangre al rostro. Sus inhalaciones se volvieron pausadas y abrumadoras, y escuché el fuerte ruido de la deglución haciendo de las suyas en ambos casos. El roce me provocó escalofríos incluso debajo de la densa capa de prendas que llevaba.

Una vez que me aseguré de que no le disgustaba el contacto, sobre las puntas de mis pies rompí con la reducida distancia entre nosotros. Sin previo aviso, esta vez fui yo quien le depositó un cálido pero fugaz beso en la mejilla. Al no tomar en cuenta la duración, me supo a gloria, en especial cuando se quedó petrificado.

Me recordó la inocencia con que me reducía a querer a los elegidos, al mismo tiempo que me hizo sentir orgullosa de que él se hubiese concretado como merecedor, en mayor nivel que cualquier otro.

Carraspeó lo más alto que pudo permitirse antes de posar sus ojos sobre mí. Ya no eran oscuros, sino radiantes. Aunque no sonreía, sí me di cuenta de que el ángulo de sus labios era un tanto agudo. Con ese simple gesto había logrado levantarle el espíritu, y su vitalidad me infundió a su vez la misma energía no perecedera.

—También espero... que te la pases bien —dijo—. Estaré esperando por ti.

Mi corazón se detuvo por un instante luego de escucharlo decir aquello de manera contundente. Creí que había sido obra de una ráfaga de viento la que me condujo a oír una frase que estaba dentro de mi imaginación, pero no. Las ventanas yacían cerradas de par en par.

La piel se me erizó debido la gravidez del timbre que había empleado para dirigirse a mí. Adoré que incluso en este hubiera manifestado un atisbo de la calidez que le ocultaba al resto del mundo. Sacudí el cráneo antes de ordenarle al resto de mi cuerpo hacer lo mismo de forma disimulada, para acabar con el inusitado hormigueo que me invadió de pies a cabeza. Sin duda, quería morirme, siempre y cuando resucitara enseguida.

—Y yo... por ti. —Los músculos faciales ya se me estaban entumiendo por haber mantenido las comisuras levantadas durante todo el intercambio, ni siquiera articulaba con soltura.

«Ya habrá tiempo, sé paciente», pensé.

Antes de desaparecer por completo al doblar en la esquina del pasillo, me detuve en seco y lo miré de refilón. Juraría que no me vio sonreír al volver la vista al frente, y ese era el propósito. Solo que yo sí me di cuenta de que se acariciaba con incredulidad el sitio donde quedó sellada mi promesa de volver cuanto antes.

Me muero por suplicarte que no te vayas, mi vida

Me muero por escucharte decir las cosas que nunca digas

Mas me callo y te marchas

Mantengo la esperanza de ser capaz algún día

De no esconder la heridas que me duelen al pensar

Que te voy queriendo cada día un poco más

¿Cuánto tiempo vamos a esperar?


Había perdido la cuenta del número de veces en que presioné el botón de «repetir» en aquella canción. Si hubiera estado contenida dentro de un casete, ya se le habría desprendido la banda.

La había escuchado en la radio hacía unas semanas, obra de una serendipia que cobró sentido ahora que era un reflejo vívido de mi existencia. Me pareció un poema de lo más bello, con una letra profunda que revelaba las implicaciones del comienzo de una relación en la que ambos esperaban tener éxito y reconocían sus miedos, una en la que decidían mirar al futuro desde el principio.


Me muero por abrazarte y que me abraces tan fuerte

Me muero por divertirte y que me beses cuando despierte

Acomodado en tu pecho hasta que el sol aparezca

Me voy perdiendo en tu aroma

Me voy perdiendo en tus labios que se acercan susurrando

Palabras que llegan a este pobre corazón

Voy sintiendo el fuego en mi interior


Mi trayecto de vuelta a casa estuvo plagado de una recopilación inusual de otras similares, muchas que ni siquiera se contaban dentro de mi lista de favoritas. Me había reducido a melodías que trataban de problemáticas emocionales, crisis existencialistas y un temor justificado a enfrentar las atrocidades de estar vivo. Pero en esa ocasión, me embargaba la alegría, una que no alcanzaba a contener. Estaba más dispuesta a oír un juramento de amor eterno que una plegaria.

Había casa llena. Por lo visto, a todos se nos habían empatado las vacaciones. Eren invitó a Armin, y también contábamos con aquel miembro extra en la familia que había sido como el hijo pródigo. Todavía no me acoplaba del todo a ver a Zeke porque no habíamos convivido anteriormente, mas asumía que así iba a ser de ahora en adelante.

Yo no tenía por costumbre actuar con naturalidad delante de ningún desconocido, lo que me llevó a cuestionarme hasta qué punto él cumplía con tal característica. Luego recordé que, según Eren, planeaban estrechar lazos, así que yo no quería convertirme en una piedra de tropiezo en ese camino. Pondría de mi parte para facilitarle la estadía.

Extendí un saludo general antes de ser invitada a sentarme para disfrutar de la comida y una amena plática. No tenía ninguna en específico, mi único interés se remontaba a que Levi recordase lo que le había dicho antes de partir. Al final, ayudé a recoger la loza para lavarla.

Mikasa se despidió diciendo que iba a salir con unas amigas una vez que despacharon a Armin, de modo que, sin querer, se me presentó la oportunidad de conversar a solas con Eren, quien me había estado lanzando miradas hambrientas de información durante un buen rato. Ni siquiera pretendió mantenerlas ocultas, por lo que estimé que ya era hora de que termináramos con eso.

Eligió una serie animada como ambientación una vez que nos quedamos sin compañía en la planta baja, y luego nos hundimos en el mullido sofá que había atestiguado un sinnúmero de caídas que cada uno se ocasionó a propósito a la mitad de un intricado "juego".

—¿Ya me vas a decir qué te pasa? ¿Por qué no has dejado de sonreír como tonta? —me preguntó Eren con brusquedad.

¿Es que había dejado entrever mi dicha de forma plausible? Grave error. Si todo mi cuerpo brillaba, no había modo de esconderlo. Mas él era una excepción a considerar.

—¿Eh? —rechisté—. No es así, ver tanta televisión te está fundiendo el cerebro.

—Si tú lo dices. —Entrecerró los ojos mientras esbozaba una sonrisa burlona—. Pero no te creo. ¿Qué? ¿Ya andas con él?

¿A quién había hecho referencia? Tenía un par de nombres en mente, sin embargo, él no contaba con la información íntegra que le permitiera obtener conclusiones. Me preocupaba que creyese que me estaba debatiendo entre dos alternativas, hecho que, aunque no me desagradaba por completo, sí me convenció de replantearme lo que estaba a punto de contestarle.

—¿Por qué asumes que el motivo de mi felicidad es que concreté mi amor por alguien? ¿Descartas así nada más lo que resta de mis logros? Me ofendes. —Fingí prestar atención a la pantalla. A mis veinte años, me seguía riendo cuando escuchaba «Finlandia» fuera de contexto, y en este caso me servía como distracción oportuna.

—Entonces hablamos de un «logro» —aseveró con una confianza digna de quien sabe exactamente lo que el interlocutor piensa.

Había sido inteligente, solo que yo aún no estaba perdida.

Dependía de cómo lo viera cada persona. En ocasiones, comentar en voz alta que consideras como una victoria tener pareja hace que te vean como una persona tonta, un iluso soñador. Y quizá yo lo era, porque ya me había trazado un futuro con él y ni siquiera sabía si opinábamos igual.

—Pues lamento informarte que no has acertado en tu predicción —continué—. Mejor sigue viendo la tele.

—Yo no estaría tan seguro. ¿Dónde está la amargada Kiomy que conozco? —De nuevo empleaba ese tono fastidioso que me indicó que no se había tragado el cuento.

—Aquí. —Me señalé a mí misma y luego le mostré la lengua.

Podía simular que todo marchaba en orden delante de cualquiera, pero cuando se trataba de él era como si pudiese observarme a través de un tamiz especial, que solo nosotros conocíamos.

Me recargué en su hombro y finalmente me deshice de los zapatos para liberarme de un peso simbólico.

—¿Qué te pasó en la cara? —Señaló su mejilla para hacer referencia al mismo punto.

Maravilloso momento el que había elegido esa plaga para aparecerse, le daré crédito por ello...

Torcí los labios tanto porque sentí que me había enclaustrado de la manera más estúpida que alguna vez se había visto como por su terrible decisión de desviar el tema hacia este, que resultaba incluso delicado.

No había ensayado una respuesta a ninguna de las dos cuestiones, tampoco pensé que su impredecibilidad me atacaría delante del niño que aún conservaba la tendencia a meterse en lo que no le incumbía. Aquel que, una vez que tenía fijado un objetivo en mente, no se desviaba del camino hasta haberlo alcanzado.

—Ah, eso... No es nada. —Le resté importancia, deseando que él considerase ponderarlo con la misma magnitud—. Aparece y desaparece sin que yo pueda ejercer ningún control. Ni siquiera duele —tanteé el sitio un par de veces—, ¿lo ves?

Como una mala broma del destino, la esquina de mi ojo derecho se tambaleó, causándome un sobresalto, aunque traté de no ponerme en videncia. Me ponía más nerviosa la intromisión de mi primo que el mal en sí.

—¿Y ya fuiste a ver a un médico?

—¡No! —Al levantar el tono, su expresión cambió de preocupada a confundida—. Es decir... no creo que sea necesario.

—No me gusta cómo se ve. —Se puso de pie con vehemencia, dejando mi cuello sin soporte. Típico arrebato de parte suya.

Muy tarde para poner objeciones. Se había encerrado en el cuarto de estudio junto a la sala. Eren terminó de complicar un asunto de poca importancia cuando decidió abandonarme sin previo aviso y volvió con su hermano al cabo de unos minutos.

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