Capítulo 9| Cortina de humo

Era lógico pensar que aquel era un paso indispensable en la rutina de limpieza de Levi, uno que habíamos omitido por completo.

De haberme ocurrido lo mismo, habría reaccionado como él. Nada me vendría mejor que un relajante baño de agua tibia después de sufrir un aparatoso accidente. Era la metáfora con la que se simbolizaba el deshacerse de las penas, observándolas cayendo debajo de nuestros pies, evitándonos llorar un océano.

El rubor en mis mejillas no tardó en aparecer al contemplar la posibilidad de meterlo en la ducha, estaba al tanto de lo comprometedor que resultaría. A temprana edad me di cuenta de que yo no tenía madera de enfermera, que era demasiado pudorosa, sin embargo, me reconfortaba saber que mi mejor amiga sí contaba con dicha actitud. Después de todo, Hange fue quien se encargó de cuidarme cuando me lastimé el tobillo. La paciencia que me mostró no poseía nivel de comparación, sobre todo cuando le dificultaba las labores.

Puesto que había empezado a considerar a Levi como una especie de amigo, sabía que era el momento de comprometerme a cooperar. Había aprendido a no retener el bien cuando estaba en mis manos ofrecerlo. Esa era la única forma de ganarse la confianza de una persona que es del tipo de las que no creen a ciegas en palabras efímeras que se dispersan con el viento.

El dilema actual consistía en elegir entre las posibles alternativas: o metíamos de contrabando a Levi en el de mujeres, o nosotras volvíamos a irrumpir en el de los varones. Dado que este día no había resultado normal en lo absoluto, supuse que una insólita decisión más en la lista no marcaría una gran diferencia.

Ambas nos miramos con escepticismo ante la petición de Levi.

Hange estaba considerándolo con prudencia, pues quizá ya había tomado suficientes riesgos. Empero, la seriedad en su rostro se desvaneció casi de inmediato. Fue reemplazada con una sonrisa que dejaba entrever los altos niveles de empatía y comprensión que eran parte de ella. Yo aspiraba a demostrar la misma seguridad, se lo merecía. Se merecía todas las atenciones que estábamos intentando concederle.

Así fue como terminamos yendo rumbo a los baños, con la esperanza creciente de que no hubiera nadie rondando por ahí a esas horas.

Fuimos a sabiendas de que nos estábamos propasando del horario en que se suponía ya debíamos estar encerrados en las habitaciones. Claro que el miedo a ser descubierta estaba implícito, pero este suceso se había convertido en una emergencia por la que no me importaría asumir las consecuencias junto a Levi y Hange. Si era el caso, probablemente se convertiría en una anécdota graciosa de la que nos burlaríamos en un par de días.

Elegimos la entrada de la izquierda. Él no protestó, lo único que le inquietaba era liberarse de la capa de polvo y agua ácida que lo cubrió luego de sus actividades.

Cualquiera diría que su olor corporal sería terrible dadas las circunstancias, aunque nada más alejado de la realidad. Tal vez solo se trataba del efecto de las feromonas haciendo de las suyas en mi cerebro, no lo sabía con certeza.

Por fortuna, el lugar se encontraba despejado. Nos alejamos de la entrada y enviamos a Levi a la regadera del fondo.

Las dos nos observamos con recelo al sospesar que habíamos cometido el error de traerlo directamente hasta aquí sin esperar que se quitase la ropa.

Estaba claro que Levi no iba a desnudarse frente a nosotras, y tampoco pretendíamos obligarlo. Quién sabe Hange, pero en cuanto a mí estaba ardiendo en calor debido a la vergüenza que me embargó al imaginar lo que estaba oculto debajo.

Tuve que forzarme a hacer un pacto con mis ojos para evitar observarlo de manera impúdica, no deseaba poner de manifiesto el nerviosismo que me invadía al estar cerca de él.

—Levi, no me digas que eres tímido —dijo Hange, como vacilándolo—. No parecer ser el tipo de chico que se avergüenza de estar desnudo frente a dos bellezas como nosotras.

Me tomó del hombro y le sonreímos de una manera sarcástica que, en vez de volvernos atractivas, seguro nos hacía ver patéticas. Gracias a ello logré recuperar un ápice de calma. De todos modo, estaba a punto de mordisquearme las uñas.

No dijo nada, se limitó a desviar la vista. Aquella era su forma de responder afirmativamente, Hange no lo había discernido todavía.

Con una seña ella me pidió que me acercara. Yo le obedecí motivada por la intriga de formar parte del plan que su cerebro estaba maquinando. Se encargó de extender la toalla que cargaba consigo y me pidió que la sujetara por el extremo contrario. La utilizamos a modo de cortina, con el fin de brindarle privacidad.

Debido a su altura, Hange lograba alzar los brazos a una distancia más elevada de la que yo podía permitirme, así que la tela se deslizó en picada, con la parte baja cayendo sobre mi lado.

Desde esa posición tenía una vista completa de aquel encantador hombre que se estaba llevando mi vida entre las manos. Ignoraba que el nivel de atracción abarcara incluso partes tan insignificantes del cuerpo, esas en las que uno no se fijaría. No me quedaban dudas de que

Levi alzó los brazos con agilidad. Se deslizó la camisa tras sacudir la cabeza, y su cabello ondeó por el movimiento. Hasta entonces, reparé en la definida musculatura de su espalda y lo fuertes que eran sus brazos.

Casi se me escapó un suspiro vergonzoso que tuve que reprimir. Tensar la mandíbula y empalmar los dientes fue lo que terminó salvándome.

En seguida, como si Levi hubiera leído mi mente y quisiera gastarme una especie de broma de mal gusto, me entregó la camiseta. Yo me quedé congelada, observándolo por un momento. Tenía que replantearme aquello de que no era capaz de adivinar lo que pensaba, o si acaso mi actuar era demasiado predecible y quería aprovecharlo para mofarse.

Por inercia, agarré la prenda y me la coloqué sobre el hombro. Si pretendía meterme en apuros, lo estaba consiguiendo.

Hange me miró de reojo en cuanto se dio la vuelta, y me dedicó una de esas sonrisas malévolas que indicaban que estaba pensando cosas pervertidas.

Decidí fijar la vista en el suelo para no poner de manifiesto mi inquietud. Sentí mi corazón agitarse a un ritmo acelerado. El aumento de temperatura en mi cuerpo hizo que se me escurriera una gota de sudor helado por la frente. Mis manos comenzaron a sentirse plegostiosas al contacto con la tela.

Tragué saliva de manera imperceptible cuando noté el short saliendo de sus piernas. Esperaba que no repitiera su numerito con esta prenda, mas no se detuvo ahí.

Una vez que tomé este último, fui incapaz de concentrarme en nada que no fuera el hecho de que solo le faltaba deshacerse de la ropa interior. Me dije a mí misma que si se le ocurría entregarme también esta, definitivamente saldría corriendo, dejándolo ahí con mi amiga. Ella estaba mejor capacitada, lo lograría sin morirse de la vergüenza.

—No me vendría mal que se dieran la vuelta y me prometan que no van a voltear —nos pidió con un ápice de timidez.

Hange contenía una risita que me devolvió a la realidad. Yo solo quería marcharme, terminar con aquel suplicio que, irónicamente, también encontré reconfortante.

Lo escuché dar unos pasos y adentrarse en la regadera.

Al final, Hange y yo nos retiramos con el fin de darle su espacio. Pensábamos vigilar la entrada en caso de que a alguien se le ocurriera entrar. Ya pensaríamos en una buena explicación para interponernos.

—Kimi, ya puedes volver a tu color natural. Levi no puede verte ni oírte desde aquí —bromeó para romper con el silencio lúgubre que se instaló en el pasillo de la entrada.

—¿Qué dices? —Arqueé la ceja, fingiendo que no comprendía las implicaciones de su comentario—. No estarás pensando que estoy así a causa de él..., ¿o sí?

Nah, yo solo decía. —Esbozó una sonrisa ladina—. Jamás pensé que fuera de los que se cohíben, mucho menos que quisiera meterte en apuros. —Me asestó un golpecito en el hombro.

—Por favor no lo menciones con frecuencia. —Emití un gruñido mientras rodaba los ojos con pesar. Me fui apoyando en la pared a mis espaldas hasta que descansé en el suelo. Recargué los codos en mis piernas—. No puedo creer que casi lo veo desnudo apenas dos días después de conocerlo. No me parece la forma más normal de acercarnos. Está jugando conmigo —deduje mientras me daba palmaditas en las rodillas—. Es un idiota, sin duda, pero ninguno como los que he tenido la desgracia de conocer.

—¿Y el malestar en tu rostro se debe a que te sientes culpable por desearlo o por no haber tenido el valor de mirarle con detenimiento? —inquirió con prudencia, acomodándose a mi lado.

Ella solía adivinar mis pensamientos cuando se encontraban estrechamente ligados a mis deseos. Su perspicacia a veces me infundía temor.

—Si lo explicas de esa forma, diría que se debe a ambas razones —confesé con voz trémula—. Cualquiera se sentiría abochornado en medio de una situación como esta.

Haber logrado mantener la calma sin perder los estribos le merecía un reconocimiento.

—¿Estás segura de que quieres generalizar? —Me observó como si pudiera adentrarse en mis cavilaciones. Me estudiaba sigilosamente detrás de una mirada taciturna. Supe que no podía engañarla—. Kim, sabes que no tienes que fingir conmigo.

—En ese caso, Hange, ¿por qué no me dices a qué te refieres exactamente? —le pedí cuando estaba a punto de rozar los límites de mi paciencia.

La confusión me azotaba, me dio la impresión de que estaba enfrentándome a un interrogatorio.

—Solo me gustaría que fueras honesta contigo misma. Te conozco de sobra, sé cuán obstinada puedes llegar a ser, y para ser sincera, nunca antes había visto ese brillo particular en tus ojos. No quisiera que se apague. —Me sonrojé ante su comentario—. Y no lo digo únicamente por este momento porque, bueno, no me extraña que lo encuentres atractivo. —«Si supieras cuánto, Hange. Si tan solo supieras...»—. Confío en que serás capaz de tomar las oportunidades que la vida coloque delante de ti, mereces ser feliz luego de todo lo que has pasado, y lo sabes.

—Supongo que estás en lo cierto —reconocí tras sentir el impulso de gritar a los cuatro vientos los motivos de mi felicidad—. Anoche, justo antes de quedarme dormida, me resolví a ya no dejarlo ir luego de que me prestó su sudadera. —Me miró con curiosidad—. Ah, cierto. No te he contado esa historia. No comas ansias Hange, lo haré después. —Le hice un guiño y ella se mostró conforme—. Eso sí, no pienso forzar las cosas, espero que, si llega a pasar, todo surja de manera espontánea. Sería grandioso que llegara a fijarse en mí...

Aspiraba a ser la dueña de sus pensamientos más profundos, del mismo modo en que sospechaba que él se está apoderando de los míos. Sentí un leve tirón en la mejilla tras levantar la mirada hacia el techo y meditar en mi veredicto, permitiéndome ser invadida por el tipo de miedo que, al acumularse en las articulaciones, te deja entumecido.

—¿Lo ves? Ahora estamos en la misma sintonía.

Había caído en su juego, sin embargo, no me molestaba.

—¿Entonces tu propósito era que admitiera abiertamente que él me gusta? Aguarda... Retiro lo dicho.

—Es más información de la que esperaba obtener, a decir verdad —concretó.

—¿Crees que he sido muy obvia? —Aguardaba a que dijera que no.

—Pues... Tu cara de amargura fue reemplazada por una mueca rarísima en estos dos días. «Sonrisa», me parece que le llaman —comentó con dulzura, ocasionando un puchero de mi parte debido a que confirmé la causa de mi aflicción.

—Hange, no vayas a pensar que pretendía mantenerlo oculto para siempre —me disculpé—. Quería asegurarme de que este sentimiento que me invade es verdadero, y no el producto de una necesidad que lleva reprimida varios años.

Me aferré a la camiseta de Levi. Sin pensarlo, la acerqué a mi nariz para respirar aquel embriagador aroma que despedía de su piel blanquecina.

Ella se enterneció ante la familiaridad que demostré y, justo en ese momento, comprendí que lo que me temía era verdad: comenzaba a encariñarme con él y a adquirir consciencia de que no habría manera de dar marcha atrás.

—Debes prometerme que no se te saldrá comentárselo a nadie. —La sostuve de las manos y la miré firmemente—. Y cuando digo a nadie, también incluye a Erwin porque, conociéndote, acudirás a él en busca de ayuda ahora que sabemos que ambos son amigos. No me lo tomes a mal, pero quisiera conseguirlo por mis propios medios. Sin mentiras, sin emplear métodos extraños para llamar su atención, sin dejar mi esencia por un lado. Quiero probarme a mí misma que puedo obtener lo que deseo sin recurrir a terceras personas.

—De acuerdo, y tú prométeme que no te meterás en problemas tratando de conseguirlo. —Asentí—. Creo que ya entendí a qué se refería Petra con lo último que te dijo antes de abandonar los vestidores.

—¿Lo de que no necesito ayuda para conseguir que se fijen en mí?

A mí no me pareció importante, así que no le había dado muchas vueltas al asunto. Contar con una segunda opinión contribuía a despejar dudas que se quedaban flotando en el vacío.

—Creo que ella se dio cuenta de un detalle que tú misma has pasado por alto: sabe que cuentas con algunos medios de los que ella carece, y quizá esa fue su manera de alentarte para que comiences a valerte de ellos —explicó segura de sí misma.

Por el momento no se me ocurría a qué clase de medios pudo referirse. Obvio no se refería a la dulzura de mis palabras, la frivolidad de mi gentileza o mi refinado modo de caminar.

—¿Alentarme ella? Antes dejaría de salir el sol —rechisté—. Está celosa de que Levi me haya elegido para estar en el equipo del trabajo de Shadis, no la culpo.

En realidad, me encantaba saberlo. No obstante, me reprimía de dárselo a conocer a Hange.

Burlarse de la desgracia ajena tenía resultados desastrosos, de acuerdo con Newton. La suma de las enseñanzas de un profesor con complejo de filósofo griego que tuve en la preparatoria, en general mi propia experiencia, así como ciertas actitudes que había observado, me habían llevado a concluir la veracidad de las palabras: «Toda acción recibe una reacción opuesta y de igual magnitud».

Si me ufanara de esta supuesta victoria y la hiciera plañir con creces, no lo disfrutaría por la eternidad.

—Ya veo. Eso explica por qué las encontré a punto de iniciar una pelea.

—De hecho, diría que llegaste justo después de que terminara. —Sonreí con nostalgia al acordarme.

—¿En serio? ¿Estás bien?

—Sí, más que bien —respondí en un suspiro, recordando la valentía que manifesté ante su petición—. Me pidió que me alejara de él, ¿puedes creerlo? No pienso ceder a su capricho. Ella no es nadie para decirme a quién puedo acercármele y a quién no.

—Me alegra oírte hablar así.

Yo pensaba lo mismo, ojalá que no se quedase como buena intención.

—¿Crees que deba empezar a usar esos recursos de los que hablas? —insinué. Cultivar una imagen renovada de mí misma no me vendría mal en esta época.

—Definitivamente. Aun así, no olvides que cuentas conmigo para lo que sea.

—Claro que no voy a meterme en problemas, Hange. No es como que de repente voy a empezar a seguirlo a todos lados. Ni que fuera una de esas aterradoras stalkers que ni siquiera les permiten ir al baño a gusto.

Mi comentario le arrebató una carcajada estruendosa, la cual imité al darme cuenta de la ironía. Que nadie aseverara que se trataba de una conspiración, fue obra de una afortunada coincidencia.

—Y ya que estamos en la hora de las confesiones.... —Le dediqué una mirada maliciosa—, ¿hay algo que quieras decirme acerca de Erwin? Porque no me extrañaría estar en lo cierto respecto a un par de conjeturas, aunque prefiero escucharlo directamente de ti.

—No tengo otra opción, ¿verdad? —Negué con la cabeza y ella se recargó erguida en la pared, mientras acomodaba sus anteojos—. Kiomy, creo eso que tú empiezas a sentir por Levi... —hizo una pausa para ordenar sus ideas, con lo que me contagió su nerviosismo. Me di cuenta porque los latidos de mi corazón se aceleraron—, yo también lo siento por Erwin.

—Lo sabía —susurré hacia mis adentros cuando sacudí el puño, dejándola desconcertada—. Lo siento, continúa.

—Oigan, mocosas, ¿siguen ahí? —La lejana voz de Levi nos interrumpió, ambas volteamos hacia el sitio del que provino.

—No, Levi. Ya nos fuimos —gritó Hange—. ¿Por qué? ¿Se te ofrece algo?

—Se me ofrece que me pasen mi ropa, sirvan para algo.

Hange me miró y, por su expresión, deduje que me estaba pidiendo que fuera yo quien se la llevara.

Al principio, me negué como de costumbre, pero tras una breve labor de convencimiento, terminé accediendo.

Después de todo, yo misma me había prometido acercarme a él y no desperdiciar las oportunidades. Estaba hecha un manojo de nervios que me consumían, no me creía capaz de poder refrenarlos sin llamar la atención innecesariamente.

Ya no percibía el sonido del agua chocando contra el suelo. Una nube de vapor invadía la atmósfera, tapizando el azulejo de las paredes. Parecía que Levi se había tomado en serio lo de no escatimar en abrir el grifo del agua caliente.

Lo encontré acomodado con la frente recargada en la pared y los brazos extendidos sobre su cabeza. El ruido de mis pasos lo sacó de su ensimismamiento. Se reincorporó para seguirme con la vista hasta que estuve cerca.

Casi me dio un infarto cuando me clavó aquella mirada imposible de discernir, que, junto con el cabello húmedo y desordenado, le brindaban una apariencia cautivadora. Me sentí hipnotizada por su belleza, por lo que un temblor en mis manos apareció de repente.

Avancé despacio, procurando apoyar los pies en el suelo para dar pasos firmes, pero mis músculos no cooperaban.

Dentro de mi cerebro comenzó una atroz pelea entre la parte desarrollada, que me pedía a gritos abandonar aquel sitio antes de cometer una equivocación, y la parte sentimental que cobraba ímpetu para dirigirme hacia él. Tenía que lograr un equilibrio con ambas, de otro modo terminaría siendo la que es gobernada por ellas, y no al contrario.

Noté que la toalla seguía colgando del muro, prueba de que ni siquiera había pretendido comenzar a secarse. ¿Esperaba que también lo hiciéramos nosotras? O peor aún, que lo hiciera yo.

—¡Ahí te van! —exclamé mientras le arrojaba ambas prendas y él las tomó en el aire.

Me apoyé en la pared mientras aguardaba a que se vistiera. Mordía el interior de mis mejillas, imaginando cuál sería su siguiente declaración.

—Llévame a la banca.

Se aferró a mi hombro y lo acomodé con delicadeza sobre de la superficie de madera. Las gotas de agua que escurrían de su cabello resbalaron hacia mi piel, empapando mi camiseta a la altura de los hombros. Cuando estuvo tranquilo, lo observé con cautela y, sin pedirle permiso, comencé a secárselo.

Procuraba presionar con suavidad, con recelo de que fuera a reprenderme. Creí que pondría alguna objeción o que inclusive intentaría apartarme con rudeza, no obstante, se mostró conforme. No trató de refrenar mi impulso.

Aquella tarea me resultó gratificante. Las finas hebras oscuras se deslizaban por mis dedos. Su cabello era sedoso y olía a limpio, tal como el resto de su cuerpo. Bendita sea Hange por haberme convencido.

Ella apareció en el umbral de la puerta unos minutos después. Se abstuvo de hacer uno de sus comentarios fuera de lugar, pero sus expresiones eufóricas me permitieron deducir que sus ideas estaban entretejiéndose al mil por hora. 

Sí, me encontró con las manos en la masa. O más bien, en el lindo cabello de Levi, acto que no podía prestarse a dobles interpretaciones, de acuerdo con mi reducida lógica.

De vuelta en su habitación, nos encargamos de preparar el remedio y le pedimos que se tomara la medicina. No supe qué lo llevó a pensar que sería entretenido dificultarnos una tarea burda.

Ninguna amenaza surtía el efecto deseado, hasta que se me ocurrió decirle que bajaría al patio para embarrarme los zapatos de lodo y que caminaría por cada centímetro de su reluciente piso hasta que estuviese cubierto de mugre y suciedad.

Para su desgracia, Levi se encontraba con un par de chicas fastidiosas que no iban a abandonarlo hasta que se sintiera mejor, así nos viéramos en la necesidad de ponernos firmes y dejar de lado las contemplaciones.

La manera en que Hange se desenvolvía en su entorno siempre me pareció digna de imitar. El altruismo formaba parte de ella, lo tenía tan arraigado que no había que pedirle que realizara cierta tarea porque, si lo estimaba conveniente, la haría por iniciativa propia. Además, cuando uno se ganaba su cariño podía llegar a convertirse en una figura materna por la que se desviviría. Levi había entrado en ese grupo, sin darse cuenta de lo afortunado que era.

Antes de retirarnos, lo metimos en la cama. A pesar de que en sus ojos se leía «aléjense de mí» y «no se atrevan a tocarme», entre las dos lo cobijamos. No tuvo más remedio que aguantarse el coraje. Aquella situación me dejó un excelente sabor de boca.

Cuando nos pidió que apagáramos la luz recordé lo que me había contado acerca de su insomnio. Él tampoco iba a dormir esta noche y yo no estaría ahí para aliviar su angustia, una que se esforzaba por disimular ante los demás, pero que me resistía a seguir ignorando.

Me quedaría a su lado cuantas veces fueran necesarias en aquellas noches en que veía el amanecer tras largas horas sin dormir, si así lo deseaba. Si se atreviese a pedírmelo una vez más, no tendría ningún reparo en inventar una excusa ridícula para enviar lejos a Hange. Incluso sería capaz de escabuirme en medio de la madrugada para hacerle compañía.

Quimeras que jamás se volvían una realidad tangible.

—La verdad es que llevo bastante tiempo pensando en ello, solo que no encontraba las palabras adecuadas para explicarlo —comentó Hange una vez que nos acomodamos en aquella ventana.

Ella se había sentado aferrándose a sus rodillas. Su postura indicaba que la conversación iba para largo, así que la imité con el fin de dar paso a la comodidad. Por fin se nos daba la oportunidad ansiada.

—Tal vez recuerdes que te conté que solíamos ser buenos amigos durante la infancia, pero conforme crecíamos, nos fuimos distanciando cada vez más debido a que comenzó a juntarse con "la crema innata", si es que comprendes a qué me refiero. Yo no pertenezco a ese mundo por obvias razones y él estaba consciente, así que no intentó arrastrarme, pero tampoco permaneció a mi lado, como yo lo esperaba. A pesar de ello, él representa para mí lo que se conoce como "el primer amor", aquel con el que comparas al resto, el que te abre las puertas a un nuevo repleto de nuevas experiencias, el que no está viciado por las cadenas del odio, el que es tan puro. El que te enseña que a veces no todo en la vida es color de rosa y que se deben disfrutar los breves instantes en que así es... En fin, es el tipo de amor del que no quieres huir. Yo en creí que ya me había curado de ese sentimiento mágico y paralizante, y de seguro entiendes el motivo de que lo compare a una enfermedad, solo que fracasé en el intento de engañarme a mí misma.

Agachó la cabeza, apretando los ojos para contener las lágrimas que amenazaban con salir a borbotones.

—Y no quiero arrastrar a Moblit en esto, ni permitir que se haga falsas ilusiones con una chica torpe como yo que está más confundida que nada. Kiomy, Erwin me gusta, esa es la verdad. —Hizo contacto visual conmigo, y con ello comprendí que no mentía en lo absoluto—. Me gusta demasiado, estoy harta de fingir que no. El problema es que dudo mucho que él sienta lo mismo, y me parece aún más improbable que alguna vez llegue a sentirlo. —Hundió el rostro entre sus piernas, apesadumbrada—. Él puede darse el lujo de elegir entre todas esas chicas bellas con las que yo no tengo punto de comparación, no sé qué hacer para demostrarle que lo que está buscando siempre ha estado ahí. —Recordé que Petra me había rebajado de forma similar al pedirme que me alejara de Levi, pero ella no tenía cabida en mis pensamientos por ahora—. ¿Tengo que seguir esperando por una ínfima oportunidad de que se fije en mí? Dime, Kiomy, ¿cuál es el problema conmigo? ¿Por qué no soy el tipo de chica que le gusta a los chicos como Erwin?

Sus palabras me conmovieron. Atacaron mi espíritu apacible, magullándolo, y transportándome al sitio donde su desasosiego cobró fuerza hasta el punto en que le fue imposible seguir conteniéndolo.

Me proyectaba en su reflejo, razón por la que las consecuencias resultaron peores. Era desolador personificarse en una historia ajena.

Su análisis acerca de las actitudes de Erwin fue impecable, contenía una vasta cantidad de verdades que seguro no le resultaron sencillas de admitir, y que resultaban necesarias para tener el cuadro completo.

Yo sabía que Hange le había perdonado el abandono cuando llegaron a la secundaria y la nueva etapa los llevó por caminos opuestos, en esa época en la que uno comenzaba a definir la clase de persona que quería ser por el resto de su vida.

Erwin se sintió atraído ante el aparente éxito de la popularidad que iba de la mano con la belleza física y la admiración sin mesura de todas las personas que lo rodeaban, en especial las del sexo opuesto, solo que Hange no quería eso.

Con el propósito de no pasar sus días enteros delirando por él y, sobre todo, para evitar extrañarlo, se refugiaba en actividades simples, como leer todo tipo de libros para llenarse de conocimiento, o probaba suerte en los distintos clubes que ofrecía la escuela. Pronto, descubrió que manifestaba un gusto particular por la ciencia y esas materias que hacían que la mayoría nos quemáramos las neuronas con tal de aprobar un examen.

Desde que nos volvimos amigas y superé el prejuicio de que era insoportable, tuve la impresión de que su amor excesivo por la ciencia le funcionaba como tapadera, como una manera de eludir otra sensación que la embargaba.

En aquel entonces no lograba dilucidar cuál era. Si me lo preguntasen, llegaría a la conclusión inminente de que era la forma más sana de evadir la realidad que alguna vez había contemplado. Le ayudó a armarse de conocimiento, a la vez que forjaba su carácter. Por encima de todo, no le causaba daño a nadie.

Hange estaba orgullosa de haber alcanzado todas y cada una de sus metas en el ámbito académico, sin embargo, la tristeza en sus palabras me dejaba entrever que, a pesar de todo, sentía un vacío en el pecho que debía rellenar con otra clase de "amor", por decirlo así. Y, como primer paso, estaba dispuesta a reconocerlo.

Quienes tuvieron la oportunidad de conocerlos antes que yo poseían una mayor cantidad de argumentos para defender la viabilidad de que terminasen juntos. También llegué a pensar que había algo entre ellos cuando me lo presentó, por más desapercibidos que quisieran pasar. Y tenía la ligera sospecha de que no era la única que lo creía.

Nunca antes había reparado en lo que significaba para ella aquella amistad que podía catalogarse de «incondicional» una vez que los detalles eran expuestos. Ahora entendía por qué Erwin se sentía inclinado a protegerla de una manera tan cariñosa, diferente a la que demostraba a las demás compañeras. Tampoco me extrañó el nivel de confianza que le había otorgado.

Sea que lo reconocieran o no, poseían una conexión especial que no podría ser removida fácilmente. Esperaba que no fuera demasiado tarde para cuando él lo notara.

—Hange, no hay nada malo contigo. Eres la mejor estudiante de tu ramo, primer lugar en todas las ferias y campeonatos escolares desde que comenzamos la universidad. Una persona con cualidades excepcionales que sabe escuchar y cuya alegría es contagiosa, pero que tampoco se muerde la lengua cuando se trata de ser sincera. Lo más importante es que eres la definición de una amiga verdadera, la mejor que pude haber tenido en esta vida. No sé qué hice para merecerte, en serio. Quién sabe qué sería de mí si no hubieras tenido el arrebato de acercarte.

Ejercí presión sobre una de sus manos. Aquel gesto pareció animarla, ya que comenzó a secarse unas cuantas lágrimas con las mangas de la sudadera.

—¿Sabes? Los chicos como Erwin sufren de un problema de visión limitada. Solo van detrás de aquellas que no representan mayor desafío, pero lo que fácil viene, fácil se va. ¿Acaso has escuchado de alguna noviecita suya que le dure más de dos semanas? —pregunté retóricamente. No le di tiempo de responder, estaba segura de que concordaba conmigo—. Imposible. Tal vez le hace falta una buena bofetada que le ayude a entrar en razón. Créeme cuando te digo que ellos ignoran infinidad de detalles que para nosotras resultan obvios.

—¿Piensas que tengo alguna oportunidad contra Mary? —inquirió con miedo de conocer la respuesta.

—¿Es por lo que dijo Nanaba cuando estábamos en el laboratorio? —Asintió con pesar—. Hange, esa leyenda circula en los pasillos prácticamente desde que entramos, y nadie se ha pronunciado al respecto. Aparte, no es más una entrometida que siempre cree conocer hasta el más mínimo detalle de la vida privada de los demás antes que ellos mismos, no puedes suponer que absolutamente todo lo que dice es cierto.

—Puede que tengas razón.

—Si sirve de ayuda, he escuchado que Nile también anda de tras de ella. Tengo el presentimiento de que Erwin no competiría con sus amigos con tal de conseguir el amor de una chica. —Me esmeré en evitar que mi deducción sonara como un chisme.

—¿De verdad? —respondió, ligeramente más animada. Sus ojos volvieron a iluminarse.

—Las paredes tienen oídos, no lo olvides —comenté en voz baja, recordando el incidente que funcionó para romper la brecha con Levi—. Tú lo conoces mejor que yo, deberías saberlo. —Sonreí para infundirle confianza—. Tarde o temprano tendrá que asimilarlo. Y con esto no me refiero a que vayas y te le ofrezcas descaradamente, eres más que una chica desesperada por un poco de atención. ¿Puedo ser honesta contigo?

—Siempre.

—La sencillez es quizá el rasgo más bonito de tu personalidad. Eres 100% genuina, y no pretendes caerle bien a todo el mundo. Diría que te importa poco complacer a los demás y posees tus propios estándares, así que tampoco pierdes el tiempo tratando de encajar en los suyos. Tal vez si dejaras de estar disponible para él todo el tiempo, comenzará a valorar tu presencia. Sé que suena muy trillado, pero eso de que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde, funciona —expliqué, orgullosa de ser yo quien había tomado la iniciativa. Ahora solo faltaba aplicarlo en mi diario vivir.

—¿Y si a pesar de todo descubro que yo no significo lo mismo para él?

No sabía cómo responder a aquella interrogante. Comprendía de sobra la sensación de creerse insuficiente, y no deseaba que nadie la encarara. Pero, ante todo, no éramos adivinas: la única forma de saberlo era la que estábamos tratando de evitar.

—Hange, no te abrumes por el porvenir. Es... incierto. A menudo no resulta tan terrible como lo pintan nuestros miedos —le recordé—. Dejemos que el tiempo decida, y sea que resulte como esperas o no, también tienes mi apoyo. No es fácil asumir que perdiste la luna por estar contando las estrellas.

Solía encontrarme con aquella frase en los diversos blogs que leía, y a pesar de lo cursi que se escuchaba, sabía que englobaba una verdad reveladora: no se puede tenerlo todo.

No quería irme a dormir sin antes asegurarle que la tenía en alta estima y que no merecía que nadie la hiciera sufrir. Por aquellas personas que amaba era que tenía el impulso de abandonar la aversión a demostrar mis verdaderos sentimientos.

Le di un abrazo cálido. Abrió la boca en un largo bostezo que terminó por contagiárseme. Mi organismo ya me pedía a gritos que me desconectara de mis alrededores para sumirme en un extenso periodo de sueño reparador. Había sido un día bastante ajetreado, y satisfactorio.

Antes de cerrar los ojos, me tomé una pastilla para el dolor muscular y apagué las luces, esperando encontrarme con la preciosa mirada inquietante de Levi en el techo de la habitación.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top