Capítulo 7| La reina de las malas ideas

—Cielos, Hange. Tú siempre me salvas. No sé qué hubiera hecho si no hubieras aparecido —le dije en tanto me pasaba la camiseta por el cuello—. No soportaba quedarme así ni minuto más, y menos frente a ella.

Mi queja pareció darle gracia. Tal gesto no disminuyó la incomodidad que me azotaba.

—No tienes por qué agradecérmelo. Es una suerte que el equipo de los hombres empiece a entrenar justo después de nosotras. —Dobló su ropa mojada y la metió en una bolsa de plástico—. No sabes lo que tuve qué hacer para conseguirla.

El acento insinuante aunado al jugueteo con su cabellera creó la fórmula para incitarme a averiguar cómo lo había logrado.

Conociéndola, seguro se había encargado de molestar a todo aquel que tuvo la desgracia de atravesársele en el camino.

La imagen de Hange gritando como desesperada en medio del patio, agitando los brazos mientras amenazaba a los chicos con esa mirada suplicante para que le prestaran una toalla me devolvió a la vida. No era la única que poseía la capacidad de desprenderse de su dignidad por una causa noble.

—Ya dime a quién se la robaste —bromeé.

—¿Qué reputación me he labrado como para merecer que mi mejor amiga piense eso de mí? —Simuló estar ofendida. Sabía que en el fondo le causaba gracia—. Bien, la verdad es que no la robé. Se la pedí a Erwin.

Vaya, esa sí que no me la esperaba.

—¿Erwin Smith, el capitán del equipo de futbol? —pregunté alzando ambas cejas. Noté que sus mejillas se tornaron rojas cual rubí—. ¿Y desde cuándo son tan amigos ustedes dos? ¿Hay algo de lo que me he perdido últimamente?

—Pues, nosotros... —titubeó—. Kim, no me cambies el tema por favor, ¡no es lo que estás pensando!

—Dudo que esta noche vayas a irte a dormir temprano. —Ahora yo le sonreí con malicia. Ella me observó confundida, aunque no puso objeción alguna cuando le guiñé el ojo—. Tenemos una conversación pendiente desde ayer, que no se te olvide.

—Cierto, pero antes déjame terminar con mi historia. Estoy segura de que te interesa escuchar lo siguiente.

—Ah sí? —Fingí desinterés y coloqué mis manos en la cintura para indicarle que continuara—. En ese caso, no te interrumpiré más.

—Bien, como te decía, acudí a Erwin. —La miré con picardía, su bochorno no tardó en aparecer—. Me dijo que podía tomar una toalla de su casillero mientras estaban todos en la cancha, aunque la llave se negó a cooperar. Sigo pensando que debe tener algún truco que solo él conoce. —Colocó su barbilla sobre un dedo, meditando—. En fin, comencé a desesperarme, supongo que me excedí al forzar la cerradura. —Se deleitaba al recordarlo—. Y luego me llevé el susto de mi vida.

OMNISCIENTE

—¿Estás perdida, cuatro ojos?

Levi la interceptó en el momento en que la observó abrir el candado que mantenía ocultas las pertenencias de Erwin y fallar lastimosamente. Hange emitió un alarido de sobresalto que aturdió a su acompañante, quien, a pesar de todo, permaneció con aquella expresión apática que lo caracterizaba.

—Te creí capaz de muchas cosas, pero nunca pensé que fueras una descarada que husmea entre las pertenencias de los demás —comentó en son de reproche luego de apoyarse en la pared con los brazos cruzados.

—Levi, tú... ¿Qué haces aquí? ¡Por Dios, me asustaste! ¿N-no deberías estar allá con el resto del equipo? —Se llevó la mano al pecho para percibir los latidos de su corazón, que aumentaron de velocidad tras ser descubierta por el pelinegro.

—Lo mismo pregunto yo. Estos son los vestidores de los hombres, por si no te habías percatado.

Si creyó por un segundo que podría intimidarla era porque no la conocía lo suficientemente bien.

—Lo sé, ¿no es grandioso? —preguntó retóricamente, ocasionando que Levi se confundiera—. En lo único que difieren de los nuestros es que ustedes son unos descuidados con la limpieza, y apuesto a que el olor es insoportable una vez que terminan. —Simuló echarse aire con un abanico mientras agitaba una de sus manos—. Aguarda un segundo... —se detuvo a sacar de conclusiones una vez que prestó atención a la vestimenta de su acompañante—, ¿¡estás en el equipo!? —chilló.

—Eres la reina de lo obvio —suspiró con desgano y rodó los ojos.

—¿Qué no había de tu talla? —se mofó al reparar en que la camiseta le llegaba a la mitad de los muslos, dando la impresión de que era lo único que traía encima.

—Tch, qué molesta eres. —Levi bajó la mirada para examinarse a sí mismo.

Normalmente no les tomaba importancia a los chistes sobre su altura. Solo que, viniendo de una chica como ella, le resultaba el doble de fastidioso debido a la entonación cantarina de su voz.

—No me sorprende. Tomando en cuenta tu tamaño, seguro que te rechazaron en las otras disciplinas —habló entre dientes para contener la risa.

Él se enderezó y dio uno cuantos pasos hacia adelante, hasta quedar frente a ella. Aunque Hange lo superaba en altura, no podía negar que la mirada de Levi inspiraba cierto grado de temor.

Pero ¿qué podía hacerle? Ella no lo consideraba el tipo de hombre que lastimaba a una chica, o al menos eso creía hasta que recordó lo que su amiga le había contado. Quizá Petra no era más que la excepción de la regla. La pelea no sería justa.

—Voy a pasar por alto tu comentario si admites que eres una ladrona, cuatros ojos.

—Para ser tan enano, tienes agallas. —La fulminó con la mirada y a ella le causó gracia—. No vine a robarme nada, Levi. El dueño me dio permiso de buscar... un objeto que necesito para una amiga. Pero como te habrás dado cuenta, me ha sido imposible abrir este tonto casillero.

De la nada, le asestó un golpe con el puño cerrado. El impacto con la superficie metálica le ocasionó una aguda punzada de dolor que trató de reprimir con un mohín de disgusto.

—¿Y qué es lo que has venido a buscar? —inquirió con prudencia, mostrando un inusual y repentino interés en los asuntos de Hange. Ella aún estaba procesando el dolor que le picaba en los nudillos.

Pensó en el motivo de su pregunta mientras se acariciaba el dorso de la mano. No tenía ningún reparo en decirle la verdad, aunque decidió que omitiría algunos detalles de los que él no tenía por qué enterarse. Era la intimidad de su amiga la que estaba en juego.

—Necesito una toalla para Kiomy, ella ha olvidado la suya.

—¿Y se la pediste a Erwin? —preguntó con cierta incredulidad, como si pensara que era más sensato recurrir a alguna de sus amigas. Un juicio acertado que ella jamás confesaría abiertamente.

—Yo... Ah, por supuesto. Pero curre que me topé con este pequeño infortunio. —Apretó los labios con aflicción al observar la puerta que se negaba a abrirse—. Supongo que tendré que ir directamente a la lavandería a buscar una limpia, justo lo que quería evitar.

Apoyó la frente en aquella superficie helada que le ayudó a esclarecer sus ideas y así evitar enfadarse sin justificación.

Levi abrió el casillero en el que estaba recargado y le entregó un par de toallas de color hueso dobladas a la perfección. Ella se sonrojó ante su inesperado acto de generosidad. Lo habría anticipado de cualquiera, menos de él.

—Mmm... con una es suficiente, en serio. —Intentó devolvérselas, pero él no tenía intenciones de aceptar un «no» por respuesta.

Mantuvieron el contacto visual hasta que Hange cayó en cuenta de esto último, por lo que encogió los hombros en señal de aceptación.

—Dile a la descuidada de tu amiga que puede dejar la otra en su casillero a modo de reserva.

Hange lo miraba con frivolidad. Apenas habían pasado unas cuantas horas y Levi parecía manifestar preocupación por wll, lo que la hizo irrumpir en un estallido de emoción.

Ella se mostró ansiosa por volver con Kiomy para ponerla al tanto; estaba segura de que se mostraría dispuesta a escuchar con atención, aunque se esforzara por aparentar lo contrario.

—¿Qué tanto me ves, cuatro ojos de mierda? —refunfuñó.

—Nada, enano gruñón —respondió. El comentario lo llevó a fruncir el ceño mientras ella se burlaba—. Kim te lo agradecería muchísimo, y yo también.

—Deberías irte antes de que el entrenador o alguien más se dé cuenta de que estás aquí —sugirió con premura—. Este no es un sitio para reuniones sociales.

—Por supuesto, ya me iba de todos modos. No pensarás que planeaba quedarme a esperar como todos esos hombres sudorosos y malolientes regresen del entrenamiento para meterse a la ducha.

Aquel plan estaba de acuerdo con sus intereses, sin embargo, en el fondo reconocía que ya era hora de marcharse.

—Ustedes dos tienen un serio complejo de espía, son tal para cual.

KIOMY

—De modo que el amargado de Levi estuvo dispuesto a ayudarte sin que se lo pidieras —resumí una vez que terminó de contarme su aventura. Me ocasionó gracia pensar en que el susto de su vida había sido uno muy, muy chiquito.

Asintió con la cabeza. Aún conservaba ese brillo en los ojos que salía a relucir cuando le era difícil contener el entusiasmo.

—No me sorprende del todo. —Acomodé mi cabello en un moño bajo y lo aseguré con una liga—. ¿Recuerdas que entre los dos logramos llevarte a la habitación anoche? Estabas en lo cierto: las apariencias engañan. Pero todavía es demasiado pronto para asumir que es ese tipo de persona.

—Sin duda que sí, y a propósito —añadió justo en el momento en que comencé a guardar mis objetos personales. Dejé las toallas de Levi por un lado, pues pensaba devolvérselas después—. Lo de que podías quedártelas era cierto.

—¿Cómo dices? —Me mantuve estática. Le clavé la mirada mientras cerraba la puerta de mi casillero. Ese imprevisto interferiría con mis planes.

—Tal como lo oíste.

—Vaya, después de todo no es un completo imbécil —murmuré con un sutil añadido de amargura. No podía olvidar la manera displicente en que me había observado esta mañana cuando intenté acercármele.

—Kim, ¿qué son esas palabras? —Se quedó desconcertada ante mi arrebato de ira. No era común de mí emplear ese tipo de lenguaje en mis conversaciones.

—Tienes razón, no quise hacerlo. En tal caso, ¿qué adjetivo emplearías tú para describirlo?

—Probablemente «enano, quisquilloso e insufrible» —comentó mientras dibujaba un arcoíris en el aire—. Pero debo admitir que me agrada, tienes unos gustos particulares.

No supe cómo reaccionar. Era la segunda ocasión en la que me cuestionaba respecto a ese tema. Hasta ahora veía la necesidad imperante de formular una respuesta sencilla y directa para cuando me metiera en apuros.

—Vamos Hange, no pensarás que... —Dejé la frase flotando, aún no estaba lista para admitirlo ante ella.

—¿Pensar qué? —indagó, divertida.

—Olvídalo, regresemos ya. Aún tengo un par de tareas pendientes.

No era el momento de confesarme, sabía que ella estaba al tanto.

En el camino conversamos sobre lo que se nos antojaba para cenar. A partir de hoy debíamos empezar a moderarnos con el tipo de alimentos que íbamos a consumir.

Yo mantenía una estrecha relación de amor-odio con la comida alta en azúcares, mientras que Hange mostraba cierta fijación hacia todo tipo de harinas, fuera en forma de galletas, panecillos, pasteles u otros similares. Si en verdad estábamos considerando apegarnos a la dieta, era inminente que se requeriría la cooperación de ambas.

En unos meses daría inicio el encuentro amistoso con la Universidad de Liberio, por lo que se esperaba que le dedicáramos el grueso de nuestra atención, lo que incluía asistir a los entrenamientos y alimentarnos adecuadamente.

Me preguntaba a quién designarían como la capitana del equipo durante esta temporada. Tal vez tendría una mínima oportunidad ante Petra. Menos mal ella no era la encargada de elegir porque, considerando que casi la asfixié, dudaba haberme ganado un lugar entre sus recomendaciones.

—Hange, ahora que me acuerdo —ladeó la cabeza y se detuvo al igual que yo—, ¿le devolviste sus llaves a Erwin?

Sus ojos se desorbitaron y emitió un chillido gutural mientras tanteaba los bolsillos de la sudadera.

El ruido metálico ante el zangoloteo no pasó desapercibido. Ambas llegamos a la conclusión de que representaba un obstáculo en nuestras intenciones. No obstante, en el fondo sabía que lo correcto era regresárselas a su dueño lo más pronto posible. Si yo le hubiera confiado mis llaves a un amigo, lo mínimo que esperaría sería que me las devolviera lo más pronto posible, intactas.

Optamos por ordenar en la cafetería un par de sándwiches de jamón de pavo con una buena cantidad de vegetales, sin ningún tipo de aderezo. Acordamos volver por ellos en breve. Así nos daría tiempo de deshacernos de las maletas en el dormitorio y movernos con mayor soltura a través del patio.

Caminamos con lentitud, pues si bien el edificio de residencias y el campo de entrenamiento no se encontraban tan alejados, el dolor que aturdía a nuestras piernas no tardó en manifestarse. Transformó nuestro trayecto en uno en el que la agonía se hizo presente cada vez que separábamos los pies del suelo.

Un rostro compungido nos acompañó hasta que nos topamos con el cerco de malla ciclónica que daba acceso al campo. Nos detuvimos para tomar aire y obligarnos a dar los pasos que restaban.

Recorrimos la planicie de forma panorámica, entrecerrando los ojos con el fin de ubicar la robusta figura de Erwin a lo lejos, pero esta nunca apareció.

—O Erwin no está aquí, o mi problema de visión se ha agravado severamente —planteé con voz apagada, retirando mis lentes para limpiar el cristal con el borde de la camiseta.

Cuando apretaba los ojos en miras de enfocar con exactitud terminaba sufriendo un leve dolor de cabeza. Terrible solución a un problema de antaño.

—No creo que sea eso, Kiomy. Yo tampoco lo veo.

—¡Qué irresponsable me parece! —Me crucé de brazos y terminé sentada en el suelo, en posición de mariposa—. No creí que fuera de los que se escapan de los entrenamientos, y menos al inicio del curso.

—Quizás solo fue al baño —protestó en su defensa.

—Pues vamos hacia allá —sugerí de inmediato. Levanté la vista para encontrarme con ella, sentí ternura ante el color que inundaba sus mejillas.

Si estaba en lo correcto, esta sería la segunda ocasión del día en que Hange irrumpía en los vestidores de los hombres de manera escandalosa, y también sería la primera en que yo optaba por seguirle la corriente, a tal grado de echar un vistazo en un sitio que se encontraba fuera de mi alcance.

Sabía que, de no tomar el riesgo con sus posibles consecuencias, la hora de la cena se prolongaría más de lo necesario.

Tras asegurarnos de que no había nadie merodeando a los alrededores y de que ningún par de ojos curiosos nos estaba siguiendo, avanzamos dando traspiés hasta que nos topamos con la entrada. La tenue luz del bombillo en la pared sobre nuestras cabezas apenas si iluminaba el pasillo que conducía al interior, lo cual resultó ser una ventaja.

Aquel recinto no difería en arquitectura del que compartíamos las chicas, mas no había reparado en que el olor a hacinación de mujeres era distinto al de los varones. Este último era penetrante y ácido. Con razón era obligatorio que todos tomásemos una buena ducha después de los entrenamientos.

Las paredes estaban cubiertas con azulejos de piedra en varias tonalidades de gris y negro. Los lavabos también constaban de una superficie de hormigón que tenía varias divisiones por donde el agua desaparecía. El espejo en la pared era rectangular y de una sola pieza.

Un padecimiento incómodo se apoderó de mi ser en cuanto pusimos un pie adentro. Esperaba no verme en la penosa situación de encontrarme con uno de mis compañeros paseándose envuelto en una toalla que dejara su figura al descubierto de la cintura para arriba.

En cambio, Hange parecía más entusiasmada de lo normal, lo que me llevó a creer sin margen de error que estaba invocando en silencio que sucediera lo inminente. Apostaría a que deseaba que se tratase de Erwin, en tanto que yo pensé en el precioso pelinegro de mirada hostil.

Sonreí para mis adentros y respiré aliviada cuando noté que Hange no mantenía el foco de su atención en mí, sino en lo que podía y anhelaba encontrar.

Nos asomamos en los baños, sigilosamente. No había nadie. Las puertas permanecían semiabiertas, indicando el vacío en su interior.

—Hange, ¿estás segura de lo que vamos a hacer? —le cuestioné con un ápice de nerviosismo que se abría paso entre mis palabras.

—Kim, ya estamos aquí, no podemos dar marcha atrás —respondió en voz casi imperceptible.

—¿Y si tampoco lo encontramos? ¿En dónde más piensas buscarlo? —añadí con la esperanza de que desistiera. La sobrecarga de valentía comenzó a extinguirse, dando paso a la cobardía.

—Es una buena pregunta. —Aunque se detuvo a considerar opciones, yo sabía que el resultado ya estaba escrito, y no podría hacerla cambiar de opinión.

Avanzamos con la espalda unida a la pared, atentas a cualquier indicio de presencia humana en el fondo de la habitación, a pesar de que todo apuntaba a que también se encontraba desierta. Lo único que fui capaz de distinguir eran los latidos secos de mi corazón, que aumentaban de ritmo conforme nos acercábamos al acceso a los vestidores.

Esta era una pésima idea. Y pensar que yo tuve la ocurrencia de sugerirla... Terrible. Ella debió negarse y ejercer su papel de amiga racional que siempre actuaba conforme a lo que su cerebro le ordenaba, no obstante, por esta ocasión decidió ignorarlo, conduciéndonos a ambas un actuar de consecuencias desastrosas.

Por la forma en que se habían entretejido los hechos últimamente, era cuestión de días para que yo demostrara el mismo nivel de insensatez. ¿Esta extraña sensación era lo que se conocía como «tomar riesgos» y «vivir al límite»? Porque, de ser así, podría acostumbrarme.

Ella continuaba asomándose a ratos. Con el dedo me hacía la seña de que guardara silencio cada vez que sus oídos la traicionaban y le hacían creer que lo que se escuchaba eran voces. Llegó un punto en el que dejé de considerarla una desquiciada por empeñarse en oír susurros que quizá solo revoloteaban en su cabeza como mariposas en búsqueda de una salida.

En efecto, al acercarme a Hange fui capaz de percibir un par de voces distantes que rebotaban en las paredes debido al eco que abundaba en la solitaria habitación. Dio un paso hacia adelante, con esa mirada que en ocasiones me producía temor. Siempre que emitía aquella energía vigorosa los problemas entraban a nuestras vidas sin ser invitados, y generaban caos.

Una luz similar a la de la entrada nos ayudó a percibir dos figuras que estaban detrás de los casilleros de la fila del lado izquierdo, el más cercano al marco de la puerta desde el punto del cual nosotros observábamos.

Las puertas metálicas de los casilleros emitían un estruendo que fue de ayuda para amortiguar las pisadas que dejábamos conforme nos íbamos acercando. Escuché un gruñido ahogado que parecía transmitir la idea de que el causante estaba adolorido y luchaba por contenerse, con el fin de no evidenciar el suplicio por el que estaba pasando. Me preguntaba quién podría ser, quién en este mundo era capaz de ponerme la piel de gallina con un simple alarido.

Hange se adelantó varios pasos, y yo apresuré mi caminar para alcanzarla. Sin embargo, deseé no haberlo hecho cuando giró la cabeza hacia atrás y en su rostro se dibujó un desconcierto que me dejó congelada. Quiso impedir que contemplara el escenario por mis medios, colocando uno de sus brazos en mis hombros a modo de barrera, pero era demasiado tarde.

Levi yacía sentado sobre una de las bancas esparcidas en medio de ambas hileras de casilleros. Tenía el torso inclinado levemente hacia atrás, se apoyaba sobre ambas manos, con las piernas abiertas de par en par. El ángulo lo hacía ver provocativo. Alzaba la cabeza y cerraba los ojos para contener el dolor que lo aquejaba. Por un momento, quise convertirme en el remedio para todos sus males, solo que me di cuenta de que alguien se me había adelantado.

Erwin estaba hincado en el suelo, frente a Levi, de modo que nos daba la espalda a nosotras. Los movimientos suaves que realizaba con uno de sus brazos iban de arriba abajo, a un ritmo lento, constante. A juzgar por la expresión desorbitada en los ojos de Levi y la forma en que lo miraba a ratos, creí que los habíamos irrumpido en medio un intercambio íntimo.

Mi mundo entero se rompió en pedazos cuando comencé a sacar conclusiones respecto a lo que mis ojos estaban contemplando.

Era la menos indicada para emitir juicios sobre el estilo de vida de los demás, aunque también era propensa a sufrir de un desajuste en mis sentimientos como cualquier persona que veía su sueño realizado escapársele, sin poder hacer absolutamente nada para evitarlo.

—Erwin, ¡¿qué le estás haciendo a Levi?! —gritó una contrariada Hange. Su voz dio fin al aturdimiento que había embotado mi mente.

Ni siquiera habría considerado llamar su atención, mucho menos de la forma tan descuidada en que ella lo hizo. Ahora no solo habíamos revelado nuestra ubicación, sino que su imprudencia nos había sumergido en un estanque bochornoso del que no podíamos salir nadando.

Si en realidad estaban haciendo aquello que yo creía, ella se convirtió en mi salvadora una vez más, ya que al menos se dispuso a interrumpirlos.

La expresión calmada de Erwin permaneció intacta. Me atrevería a decir que él estaba consciente de que podría enfrentarse a ese tipo de cuestionamientos.

En tal caso, ¿qué les impedía esconderse detrás de los árboles a la orilla del campo, debajo de las gradas del estadio, o encerrarse con llave en cualquiera de las habitaciones disponibles?

Incluso me dio la impresión de que esperaba aquel comportamiento errático por parte de Hange, mas no creía que ser atrapado estuviera entre sus planes.

Erwin nos miraba de arriba abajo con los brazos cruzados y las cejas enarcadas, impaciente por oír nuestros "argumentos" mientras se reincorporaba.

A diferencia de él, Levi tenía la mirada inyectada de furia. Permaneció inmóvil sobre la banca de madera barnizada. Una de sus piernas colgaba en el borde, mantenía ambas manos sujetas en la otra, pegándola hacia su pecho.

No había que ser adivino para percatarse de cuán molesto se encontraba debido a nuestra presencia y que hubiéramos puesto un alto a sea lo que sea que estaba ocurriendo entre los dos.

—Un ciego que guía a otro ciego está condenado a caer en la ruina, y el otro también, por añadidura. ¿Qué? No me digan que las dos se perdieron, ¡qué conveniente! —comentó Levi con voz severa.

—Levi —Erwin le lanzó una mirada de advertencia—, no hace falta que te pongas agresivo con ellas—. El aludido gruñó, aquella reprimenda bastó para detener el compendio de insultos que había estado formulando—. Tal vez alguna de ustedes quiera explicar qué hacían husmeando en el baño de los hombres. Creo que no necesitan que les recuerde que se meterían en serios problemas si alguien las encuentra aquí.

—Erwin, yo me encargo de esto —intervino Levi, quien se puso de pie y trató de caminar hacia donde yo me encontraba muerta en vida debido al fuego que brillaba en sus ojos.

Este le impidió el paso. Forcejearon durante un momento en el que sentí que se iban a dar unos cuantos empujones, pero Levi terminó cediendo, a regañadientes.

No había terminado de procesar el hecho de que estaba considerando la opción de asestarnos un golpe, o sacarnos a patadas para cuando Hange accedió a explicar lo que sucedía:

—Erwin, nosotras t-te... —habló ella con voz apagada, como una niña que había sido atrapada en medio de una travesura y a la que no le quedó más remedio que aceptar su culpabilidad—, ¡estábamos buscando!

Levi me escudriñaba irritado. Encontré un deleite exquisito en la sensación de un millón de espadas atravesándome, lo que a su vez me pareció incongruente. Cuando esto terminase dedicaría un tiempo considerable a expiar mi alma y a poner sobre la mesa aquellos deseos malsanos que comenzaba a evocar en mi interior.

Miré de reojo a mi amiga, quien se esforzaba por mantener oculto el miedo en sus palabras, los temblores arrítmicos en sus manos me lo confirmaron. No la dejaría sola en esto.

—Yo tuve la idea de meternos aquí, Erwin —agregué al percibirla incapaz de emitir algún sonido, por lo que la atención de los tres se dirigió hacia mí —. Hange olvidó entregarte tus llaves.

Ella procedió a sacar las piezas de metal de su bolsillo y dio unos pasos al frente para acercársele. Parecía confundido, pero la mirada condescendiente que nos ofreció disipó toda suerte de duda que hubiera formulado.

—No debieron molestarse, tengo un repuesto. —Acto seguido nos mostró un juego de llaves idéntico al que Hange le estaba devolviendo.

Ambas reímos con alivio, permitiendo a la vergüenza anonadarse en el fondo de nuestras buenas intenciones, opacándolas.

—Oye, Erwin, no quiero ser entrometida, pero... —comenzó Hange con voz trémula—. Lo que ustedes estaban haciendo, era, ya sabes, cómo decirlo...

Me adivinó el pensamiento. Yo carecía del valor necesario para seguir ahondando en el tema. Esa era otra de las razones por las que adoraba contar con Hange, la única que podía decir aquello que yo me limitaba a formular en mi mente.

Levi parecía confundido. Antes de que interviniera, Erwin sonrió en dirección al suelo, y luego alzó la vista hacia nosotras nuevamente.

—En efecto Hange, es justo lo que estás pensando.

Noté cierto nivel de jugueteo en su voz, uno que Hange pasó por alto pues, en ese momento, volvió a emitir uno de sus ensordecedores gritos de frustración. Yo elevé las comisuras en una media sonrisa.

Ya había captado la indirecta, aunque al parecer a Hange le tomó más tiempo digerirla.

Permitimos que ella se desahogara, caminando de un lado al otro en búsqueda de un lugar para esconder su rostro.

—Erwin, lamento ser inoportuna. Debes entender que me tomó por sorpresa verte ahí tan cerca de Levi y yo... Simplemente no supe qué hacer —dijo una vez que recuperó su tono natural.

—Cuatro ojos de mierda, en verdad te urge cambiar ese par de gafas. Tal vez así dejes de acomodar los escenarios a tu conveniencia —respondió Levi, causándole un estallido de risa.

—Uy, alguien está insoportable —murmuró ella.

—Mi amigo Levi se toma su entrenamiento con seriedad, y ese mismo nivel de arrebato al actuar es el que lo terminó lastimando.

Hasta entonces, reparé en un frasco de ungüento que Levi mantenía en su regazo. El olor a mentol se había esparcido en el ambiente, había sido yo la que quiso interpretar distinto la escena.

Nunca antes me había sentido tan contenta de admitir que había cometido un error.

—De modo que el enano gruñón se torció el tobillo el primer día del entrenamiento. ¿Por qué será que me recuerda a alguien?

Obvio se refería a mí. El entusiasmo corría por mis venas en aquella tarde de verano, cuando me creí lo suficientemente inteligente como para burlar a la entrenadora y saltarme el calentamiento por haberme quedado dormida. Así me coroné como la reina de las malas ideas.

Ni siquiera había terminado una serie de ejercicios cuando ya sentía que los músculos tensores se desgarraban. En fin, terminé en el suelo tras una aparatosa caída.

Hange me llevó a la enfermería, y después de unas cuantas maniobras sutiles para tantear la avería, me untaron una pomada de olor penetrante que se sentía helada al tacto. Fui enviada a tomar reposo por un par de semanas. Mi único consuelo era que al menos mis huesos estaban en su sitio.

La frustración anduvo de la mano conmigo durante ese tiempo debido a que estaba consciente de que, debido al atraso, perdería la lucrativa oportunidad de contarme entre las candidatas a capitana del equipo, al menos durante esa temporada. Aun así, aquel era mi pago justo. Tuve que resignarme a aceptarlo, de mala gana.

—Estoy bien, Erwin exagera —refutó Levi tratando de ponerse de pie, sin embargo, fue incapaz de sostenerse por más de un segundo. Erwin se adelantó en sujetarlo para devolverlo a donde estaba.

Levi podía ser tan terco como le diera la gana, mas no era un tonto, así que dejó de pelear cuando el dolor azotó sus extremidades. Esta vez le resultó más complicado contener sus expresiones de dolor.

No quería que sufriera, aunque sabía que no podía hacer nada, si acaso tratar de convencerlo de tomar reposo. Su amigo era capaz de cargarlo, aunque dudé que fuera a aceptar. Con un poco de suerte, podría contemplar aquella adorable escena.

—¿Me crees ahora que te digo que no estaba exagerando? —argumentó el rubio. Tanto Hange como yo emitimos una risita alegre en apoyo al comentario de Erwin.

Levi bufó con hastío y estiró su pierna a lo largo de la banca. Aquel estado de vulnerabilidad lo había convertido en un ángel caído del cielo, uno cuyas alas se habían roto y necesitaban ser reparadas.

«Si fueras mío, te tomaría de la mano, te miraría a los ojos y te diría que todo va a estar bien, que este desliz no te convierte en un completo fracasado. Muero de ganas por darte un abrazo, aunque sé que no me lo permitirías».

—¡Erwin! ¡Erwin! ¿Estás aquí? —gritaron un par de voces masculinas que me sacaron del trance. De inmediato comprendí que estaríamos en serios problemas si no encontrábamos un sitio en donde escondernos. Adiós a las imaginaciones. 

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