Capítulo 6| Amenaza detectada

Pocas veces me había despertado con una sobrecarga de energía. El motivo era fácil de explicar. Sonreí en mis adentros cuando surgió en mi mente el vívido recuerdo de Levi colocándome la sudadera mientras me mandaba a resguardarme. ¿Era real aquello que sentí? Esperaba que la respuesta fuese afirmativa.

Aunque no había logrado reunir mi cuota mínima de horas de sueño, no me sentía cansada. Incluso me le adelanté al despertador, por lo que decidí preparar el desayuno para ambas.

Hange siempre estaba procurándome, sin embargo, ayer se habían invertido los papeles, y eso me brindaba la magnífica oportunidad de demostrarle cuán agradecida estaba por su apoyo.

Me esforcé por evitar un exceso de ruido para concederle unos minutos extra de descanso, aunque ella ya se había levantado.

—Kim, buenos días —dijo una somnolienta Hange en medio de bostezos que terminaron por contagiárseme, a pesar de que no podía verla desde mi posición.

Me mantuve en mi cuarto, en donde estaba ordenando las sábanas en búsqueda de un sitio donde esconder la sudadera. Pensé en acomodarla al fondo del cajón inferior y esperar a que ella se fuera para meterla en mi mochila.

—Hange, ¿dormiste bien?

—Sí, vaya que lo necesitaba. —Se había plantado en el marco de mi puerta. Frotaba sus ojos y estiraba los músculos de los brazos y el cuello—. ¿Te costó mucho traerme de vuelta?

—Lo necesario, pero digamos que un ángel guardián llegó para auxiliarme justo cuando más lo requería —le conté, sin pensármelo dos veces.

—¿Ah sí? —Alzó las cejas, en señal de que ya había captado el total de su atención—. ¿Y se puede saber de quién se trata?

—Quien menos te hubieses imaginado.

Comenzamos una especie de juego de adivinanzas con mímica, repleto de risas y negación de mi parte. Mencionó a la mayoría de sus amigos, a Erwin y los miembros de su escuadrón, e incluso a Petra. Por alguna razón, Hange estaba segura de que se trataba de esta última, y en verdad no entendí qué fue lo que la había motivado a llegar a dicha conclusión.

La desilusión en su rostro se volvió un chillido cuando le dije que se había equivocado con todas las posibles alternativas. Los nombres en su lista terminaron por agotarse a la brevedad.

Nunca mencionó al pelinegro. Esa omisión me alegró, significaba que mis esfuerzos por no interrumpir su descanso habían rendido fruto, no había notado su presencia anoche.

—Kim, vamos. Ya te he dicho todos los nombres que conozco. Si no fue ninguno de ellos, ¿entonces quién? —suplicó.

Acto seguido me tomó por los hombros y me sacudió con impetuosa energía. Mi cerebro daba vueltas y se estrellaba contra las paredes craneales. Los objetos a mi alrededor comenzaron a verse borrosos, me estaba mareando.

—¿En serio no has caído en cuenta? —reí—. Hange, fue Levi quien me ayudó. —Apenas se lo dije, su mandíbula cayó hasta el suelo. Emitió un alarido de sorpresa que terminó de sacarme de mi aturdimiento—. Lo encontré por casualidad en el pasillo y no tuve que explicar nada. De inmediato comprendió la situación y vino a auxiliarme.

Mi respuesta pareció satisfacer su hambre de curiosidad. Me extrañó que no quisiera ahondar en detalles, pero se lo adjudiqué a lo compendioso del tiempo.

Ponernos al tanto se estaba convirtiendo en una prioridad. Eso sí, mantuvo las comisuras levantadas durante todo el rato que permanecimos en la habitación. Sabía lo que estaba pensando y me parecía anormal que no lo externara, aunque sus gritos de alegría ya retumbaban en mis tímpanos.

Fue por un par de toallas y anunció que saldría a tomar un baño. Le encantaba este horario debido a que la mayor parte de las regaderas se encontraban libres, y su afición por levantarse temprano ciertamente le concedía una ventaja.

El día de hoy no teníamos ninguna clase juntas, así que me despedí de ella y quedamos en vernos más tarde.

Apenas escuché la puerta atrancarse, corrí a mi habitación y tomé la prenda de Levi. Me encargué de alisar las arrugas antes de guardarla.

Decidí que iba a esperarlo al final de la jornada, cuando no quedase nadie más dentro del salón.

Nos encontramos al subir las escaleras. Sin embargo, no se dignó a voltear en dirección mía, mucho menos en dirigirme la palabra. Me pasó de largo. «¿Y qué querías? Él es así», pensé. O tal vez no me había visto. Esa tendencia a justificar las malas acciones de los demás corresponde a una mala costumbre de la que tendría que deshacerme.

Estaba decepcionada conmigo misma por esperar demasiado de él. En el fondo, reconocía que lo estaba juzgando mal. Además, no estaba en posición de reclamarle nada en lo absoluto.

Si en efecto se parecía a mí, resultaba evidente que me trataría con indiferencia. Quién sabe qué me condujo a creer que merecía un reconocimiento especial... No confiaba en que le hubiese importado en, pero en cuanto a mí, fue suficiente para poner mi mundo entero de cabeza.

Si no me sobreponía ante aquella ráfaga de emociones, la amargura se apoderaría de mí. De manera simbólica, transformé tal decepción en un trozo de vidrio que rompí de una patada. Lo contemplé volando en pedacitos.

Luego de un agotador día de clases en el que las tareas aparecieron por montones, encontré el momento justo para poner en marcha mi plan. Cuando la mayoría de mis compañeros ya habían recogido sus pertenencias y abandonaron el aula, entendí que me había llegado la hora. No podía echarme para atrás.

—Oye. —Llamé su atención al tocarle el hombro un par de veces con la punta de mi dedo índice. Una descarga de electricidad inundó mi cuerpo al contacto.

Me barrió con la mirada. Por un momento, me dio la impresión de que no me consideraba digna de hablarle, pero ni me inmuté. Era ahora o nunca.

Antes de que pudiera lanzarme alguna suerte de comentario sarcástico, le entregué la sudadera perfectamente doblada. Me miró como si no la reconociera, pero aun así procedió a guardarla.

—Te dije que te la devolvería pronto —le recordé con amabilidad—. Me sirvió bastante anoche, te lo agradezco.

Abrió levemente la boca, se retractó al instante.

Era todo lo que tenía por anunciarle. Sin miradas provocativas ni coqueteos innecesarios cumplí mi objetivo.

Ahora dejaría el asunto en sus manos, no quería dar la apariencia de estar desesperada por obtener un gramo de su atención. Quizá una de las mayores mentiras que me había contado a mí misma para no decepcionarme.

—Oye, mocosa —interrumpió mi huida con su voz grave, ocasionando que me estremeciera.

Todavía no me costumbraba a que se dirigiese a mí de esa forma. Más bien era el tono autoritario el que no me daba margen de pensar.

—¿Qué sucede? —Me di la vuelta para encontrarlo. Esos encantadores ojos grises se aprecian mejor desde esta distancia.

—Tu compañía ayer... —hizo una pausa y evitó encontrarse con mis ojos—, fue buena.

—Lo mismo digo, Levi —inferí que pretendía agradecerme, por lo que pensé en facilitar dicha labor—. Debo volver a mi habitación. Más vale que empiece con la tarea. Tal vez mañana podamos empezar a ponernos de acuerdo con lo del proyecto que nos ha encomendado Shadis.

—Estaría bien.

Abandoné el salón de clases con cierto remordimiento ante mi evidente incapacidad por extender la conversación. Pero ¿qué más podía decirle? Me había quedado sin ideas. A estas alturas, ya había asumido que ambos éramos de pocas palabras y lengua torpe.

Anoche tus ojos abundaron en mis sueños, los cuales se volvieron lúcidos conforme las manecillas del reloj avanzaban. No puedo creer que en cuestión de un día hayas logrado desestabilizar mi mundo, rompiendo las murallas que protegían a mi corazón de las decepciones inherentes al maldito amor, y tampoco puedo decir con certeza que sé cómo culminará esta historia porque tengo miedo. Sin embargo, prometo solemnemente que disfrutaré cada segundo de ella. Dios, eres tan guapo, me pregunto si también posees un corazón de oro puro y qué ocultas tras esa expresión de seriedad inalterable.


Dejé la pluma a un lado luego de suspirar.

Jamás se lo diría. Si era menester pasarme la eternidad admirándolo desde la penumbra para grabarme su imagen, lo haría sin reparo.

Si tuviera que llenar un cuaderno con aquellos sentimientos que incitaba en mí no me negaría el gusto, aun si se me terminaran todas las hojas y el grueso de mis bolígrafos se quedaran sin tinta. Al menos de esta forma me aseguraría de mantener mi integridad intacta, así no me convertiría en la protagonista de escenas vergonzosas, como la que tuvo con mi vieja amiga.

Recordar su figura encima de las piernas de Levi me revolvía el estómago y disparaba una corriente de energía dañina por todo mi cuerpo, que comenzaba en el pecho. No quería pensar en ella, pero estaba segura de que, de aquí en adelante, esa sensación abrumadora me acompañaría con mayor frecuencia al evocar su nombre.

Y pensar que los tres compartimos el mismo salón... No conseguiría librarme de su presencia en las actividades extracurriculares ni en el entrenamiento del equipo de atletismo, porque resulta que, de todas las disciplinas disponibles para elegir, tuvimos que inclinarnos por la misma opción.

Hablando del equipo de atletismo, había olvidado por completo que los entrenamientos comenzarían por la tarde. Menos mal no tendría que acudir sola al gimnasio, ya que Hange también formaba parte del equipo. De repente, me intrigaba saber a qué deporte se uniría Levi.

Considerando su estatura, tenía mis reservas respecto a que lo considerasen un candidato ideal para el equipo de básquetbol. No era que me estuviese burlando de él, ni mucho menos. Empero, un golpe de realidad no le hacía daño a nadie. Uno nunca sabe, quizá el tamaño le otorgaría ciertas ventajas que lo convertirían en un miembro valioso.

Consideré también que se uniera al de futbol americano, mas tampoco terminó de convencerme. Me aterraba la simple suposición de que alguno le diera rienda suelta a su fuerza y terminaran lastimándolo de gravedad. Un percance que equivaldría a que pasara un largo tiempo entre las mortecinas paredes del hospital y, a la vez, a una enorme pérdida en el mundo de los amores platónicos. De todas sus posibles admiradoras yo sería la más afectada.

También cabía la posibilidad de que se uniera a la misma disciplina que yo, formando parte del equipo varonil. En tal caso, sin duda representaría un honor entrenar junto a él, sentarnos en las gradas hasta que el gimnasio se despejara por completo, celebrar juntos la victoria luego de una intricada competencia y luego...

No. Me estaba adelantando con creces. Opté por poner un alto antes de que la imaginación se saliera de control y mi burbuja terminase explotando.

Hange y yo fuimos al gimnasio poco antes de que dieran las seis de la tarde.

Portábamos el uniforme deportivo de la escuela, que consistía en un pants, o en su defecto, un short de color verde militar con una franja blanca rodeada de una más fina en color azul a los costados, una sudadera de cierre del mismo tono con el escudo bordado en el lado derecho y una playera blanca, que también contenía el símbolo de nuestra institución: las alas de la libertad.

Tanto mi amiga como yo preferíamos utilizar el pants durante los entrenamientos. Aunque el nombre lo acreditaba, el short era demasiado corto para mi gusto. Ella decía que de esta forma evitaba las incómodas rozaduras causadas por la fricción constante de la piel húmeda. De hecho, en las competencias era un requisito utilizar aquella prenda, y yo no ponía objeciones. Mientras menos peso cargáramos, más rápido podríamos desplazarnos.

Hange me contaba sobre los experimentos que tenían planeados para el semestre. Fue increíble cómo mi semblante se transformó cuando la escuché hablar con entusiasmo sobre aquello que la apasionaba. Mi vida sería un torbellino de negatividad si ella no hubiese tomado la iniciativa de acercarse a mí.

Nuestra entrenadora, Yelena, era una mujer que cumplía a la perfección con su papel, alguien que estaba dispuesta a intercambiar opiniones y que no tenía reparos al indicar lo que debíamos hacer. La admiraba por ello, incluso más allá de la cuenta debido a que no le pesaba admitir sus errores y hacerse responsable de que no llenáramos las expectativas.

Había estado trabajando los últimos meses para ganarme su confianza, presentía que estaba dando buenos resultados.

Dejamos nuestras maletas en las gradas de la primera fila y empezamos a caminar alrededor de la cancha. Dimos dos vueltas, para continuar trotando un par más, a modo de calentamiento.

Había perdido un poco la flexibilidad porque durante el periodo de vacaciones me tomaba en serio la consigna de desconectarme de todo aquello que estuviera relacionado con la escuela.

Y es que mis mayores intereses se volcaron en pasar el tiempo con mi familia y amigos, visitar la ciudad, ir al cine, a dar una caminata por el centro comercial, concentrarme en mi novela y aprender a realizar por mi cuenta varias reparaciones que se requerían para dar mantenimiento a una casa.

Antes de la segunda vuelta ya estaba agotada, empero, me obligué a seguirle el ritmo a mis compañeras. Solo era cuestión de recordarle a mi cuerpo que ya había realizado este tipo de ejercicios y mantener un buen nivel de hidratación para no terminar desmayándome.

Hange me ayudó con los estiramientos de rutina, con las sentadillas, abdominales y otros ejercicios que podíamos realizar en pareja. Ella era excelente motivando.

Cuando terminamos, me permití acostarme en el suelo, esperando que mi respiración volviera a sus niveles regulares antes de dirigirme a las regaderas.

Cerré los ojos por un instante, tratando de ordenar mis pendientes en una lista mental. De este modo, me aseguraba de poner manos a la obra apenas volviera a la habitación. No obstante, la profunda y misteriosa mirada de Levi apareció, nublando mi raciocinio y llevándome a un estado de trance.

—Kiomy, estoy exhausta —anunció Hange mientras se recostaba a mi lado—. No cabe duda que el cuerpo se acostumbra a holgazanear, ¿eh?

Me dio un par de golpecitos en el hombro y luego pasó ambas manos detrás de su nuca, simulando las bondades de una almohada.

—No podría estar más de acuerdo contigo. Me siento como una liga que ha sido estirada al máximo —suspiré—. Un pequeño precio a pagar por el descanso de casi dos meses.

—Cierto. Kim, deberíamos ir a bañarnos ahora, aún hay cosas que hacer y quisiera irme a dormir temprano.

Metimos nuestras pertenencias en el locker y lo cerramos con llave, ambas nos reservábamos el derecho de confiar a ciegas en las demás.

Cuando pretendí salir hacia los vestidores para cambiarme, me horroricé al percatarme de que la toalla se había quedado en mi habitación, y para colmo Hange ya no estaba ahí. Darme el lujo de esperar hasta que no hubiera nadie merodeando en los alrededores para conseguir una no era algo que pudiera permitirme tampoco.

Bien. Todas éramos mujeres, ¿qué tendría yo que ellas no hubieran visto antes? Me sacudí la vergüenza y caminé encorvada, a paso veloz, esperando no encontrarme con ningún alma en el trayecto.

Pero al parecer existía una persona capaz de percibir situaciones incómodas merodeando en el aire, una que decidió que era buena idea empeorarla la que yo afrontaba, al puro estilo de una serpiente venenosa.

Se mantuvo quieta, a la expectativa de que me pronunciara.

—¿Se te ofrece algo? Porque por ahora no me encuentro en condiciones de entablar una conversación —ironicé.

Me estaba cubriendo el pecho con un brazo, y con el otro me esforzaba por ocultar lo de ahí abajo. Mi cabello escurría, la corriente que se dispersó desde la entrada me causó un tremendo escalofrío.

—No sabía que eras tan desinhibida. ¿A dónde te diriges con tanta premura? —La suspicacia con la que me habló y su forma de mirarme me convino un tanto acosadora.

¿Qué más le daba? Ella tampoco estaba vestida, y andaba por ahí paseándose con una toalla envuelta. Ni siquiera debería molestarse en gastar una extra, no es como si contase con una larga cabellera que necesitara secar.

—¿Solo me hablas para eso? —repliqué mientras ejercía presión sobre los brazos. Comenzaba a enfriarme y a temblar, sintiéndome impulsada a justificarme—. Créeme que no ando así por gusto. No quiero ser grosera, pero necesito pasar y estás siendo un impedimento.

Cuando se interpuso en mi camino, comprendí el trasfondo de su pregunta y me di cuenta de sus malas intenciones. Debí anticipar que se aprovecharía de mi renuencia a quitar mis manos de encima de mi cuerpo.

Sin previo aviso, me empujó por los hombros, estampándome contra la fría pared de azulejo y apoyó el antebrazo en mi clavícula.

En realidad, su atrevimiento no me producía ni una pizca de temor. Fue la curiosidad por lo que tenía que reclamarme la que me impulsó a dejarla acercárseme. No había que ser demasiado astuto para dilucidar por dónde pensaba atacar.

—¿Qué quieres, pelos de zanahoria? —protesté. Su expresión denotó cierto odio ante el sobrenombre. No comprendí a qué se debió su extrañeza.

Ese fue el apodo que se ganó cuando estábamos en la primaria. Unas niñas deleznables se lo pusieron en afán de molestarla porque, como ocurría en todos lados, de alguna manera convinieron que tenían que hacerla sentir inferior.

Las niñas bonitas sufren un tipo de rechazo que yo nunca experimenté, y a pesar de que no lo engendraron las mismas razones que el mío, ocasionaba el mismo efecto en la persona que lo padecía.

Siempre pensé que los rechazados podían (y deberían) formar alianzas entre ellos, de ese modo no lucharían solos contra el enemigo. Y así era, al menos hasta que aparecía alguien que te ofrece algo mejor que una amistad de las reales. Me preguntaba si Petra aún conservaría intacto el recuerdo de que yo fui la única dispuesta a hablarle cuando nadie más le quiso tender la mano. Qué extraña esa forma suya de agradecer.

No dejaba de cubrirme los pechos debido a la incomodidad que me invadía por lo cerca que estábamos. Deseé que la pared estuviera hecha de goma para hundirme en ella, con tal de poner unos centímetros de distancia.

—Te lo voy a decir una vez. Mantente lejos de Levi —me exigió mientras una expresión confundida se dibujaba en mis adentros—. Él solo... está un poco desorientado, pero yo sé que muy en el fondo me quiere, y no hay nada que puedas hacer para evitarlo.

Esa no era la misma chica dulce y gentil que iba esparciendo amor en forma de gentileza a todo el mundo. La cara oculta de esa estrella solo disimulaba el agujero negro que siempre estuvo ahí, resguardado.

—Dios, aquí vamos. —Apreté los puños con fuerza, con la esperanza puesta en no perder el control ni dejarme llevar por la imprudencia—. Sé que no debí espiarlos, y me arrepiento más o menos de ello —mentí. No me arrepentía en lo absoluto, ella pareció comprenderlo—. Aunque, si mi memoria no me ha traicionado, creo que dijo algo acerca de que tú no le gustas. No puedes obligarlo a que te ame.

Mi intención no era reprenderla ni hacer que se volviera en su camino. A mí no me competía darle consejos sobre relaciones amorosas. Me odiaba a mí misma por conservar un ápice del aprecio que solía tenerle, esa compasión fue la que me impulsó a prevenirla de seguir hundiéndose dentro de aquel fango. Sí, tenía que tratarse de eso.

—No eres más que una entrometida —respondió con firmeza—. Tú no sabes cómo es él, quizá lo mencionó porque sabía que nos estabas oyendo y no quería que te enteraras.

—Es cierto, todavía no lo conozco lo suficiente para concordar contigo —admití, haciendo un enorme esfuerzo por mantener la calma. No quería darle el gusto de envalentonarse frente a mi malestar—. Se nota que cuando toma una decisión, se mantiene firme en ella, no se anda con rodeos. En cuanto a lo que me pides de alejarme de él... ¿De qué rayos hablas?

«¿Se te fundió el cerebro de tanto teñirte el cabello?», me vi tentada a decirle. Había adivinado sus motivaciones, pero necesitaba reunir más información.

—Para alguien que se ufana de ser brillante hacerse la desentendida no se te da para nada bien. Te lo advierto, Levi es mío. —Me lanzó una mirada de advertencia, yo le correspondí el gesto—. No permitiré que acabe entrampado con un ser tan despreciable e insignificante como tú por andar... Se merece algo mejor.

—Creo que no te estoy entendiendo. —Emití una risa jocosa a fin de desviar la atención de aquel insulto que me había herido—. Mira que pedirme, o más bien, ordenarme que no me acerque a Levi... ¡Es el colmo! ¡Eres la que siempre consigue al que quiere! ¿O es que Levi representa un desafío de proporciones geriátricas y por eso te has empecinado en que se fije en ti?

—No te incumbe.

—Como sea. Todos somos libres de elegir con quién y en dónde queremos echar raíces.

No tenía idea de dónde había obtenido el valor para decirle lo que realmente pensaba, aunque tampoco esperaba comenzar un incendio.

Me mostró los dientes al igual que un animal salvaje a punto de incrustar la mandíbula en su presa, y vi que levantó su mano libre con el fin de asestarme un golpe en la mejilla. Sin ser consciente de ello, alcancé a detenerla con mi antebrazo, era como una respuesta automática, ya programada.

No le iba a dar la satisfacción de sentirse superior como había hecho en el pasado, y tampoco la dejaría volver a sus asuntos tan quitada de la pena después de haberse tomado el atrevimiento de amenazarme de frente.

—Él estaba en lo correcto, eres demasiado lenta.

Aproveché su desconcierto para centrarme en el brazo que utilicé como barrera y logré girarme hasta invertir nuestras posiciones. Ahora yo era la que tenía el control absoluto, bendita sean los efectos de la adrenalina.

Me aseguré de prensar su cuello con mayor intensidad que la que me había infligido anteriormente, manteniendo una distancia soportable, dadas las circunstancias.

Admiraba su valentía, sin embargo, yo también contaba con un as bajo la manga, uno que pasó desapercibido ante sus ojos que me escaneaban con incredulidad.

—Qué osadía la tuya de ir por la vida amenazando personas a diestra y siniestra, primero con él y ahora conmigo —le reproché con voz hostil. Ella luchaba por liberarse de mi agarre; no lo consiguió—. ¿Nunca consideraste que quizás él te encuentra repulsiva por algún motivo que escapa de tu entendimiento y por eso no quiere tener nada contigo?

Su rostro se empezaba a tornar violáceo debido al esfuerzo que le implicaba respirar. Incluso así, recordar la presunción con que quiso infundirme desconfianza me suministró el coraje para no mostrarme compasiva.

Fruncí el ceño, ella me miró aterrada a la vez que daba manotazos. No debió subestimarme. Después de aquello jamás volvería a acercarse a mí con ínfulas de superioridad.

Los gruñidos que indicaban desesperación me sacaron del aturdimiento. Entonces, cedí el paso a la ira y aflojé mi agarre hasta que la solté.

Se llevó ambas manos al cuello, tanteando el daño. Tosió un par de veces para tragar saliva y aclararse la garganta. A la toalla que la envolvía se le deshizo el nudo. Pensé en arrebatársela y salir corriendo, mas no lo concreté.

Mis acciones me condenaban. Observé mis propias manos, preguntándome cómo había llegado al punto de casi cometer tal atrocidad. Apreté los ojos, tratando de comprender donde había estado el mal manejo.

Solo quería esclarecer un asunto con el fin de evitar una disputa, y otras mil en el futuro. A pesar de todo, no sentí remordimiento de contemplarla sentada en el fracaso, respirando con dificultad.

—Eres una ingenua —musitó aferrándose a su toalla con el puño cerrado apenas recuperó el aliento y se le refrescaron las ideas—. No sabes con quién te estás metiendo.

—No te tengo miedo —le aseguré. Después me incliné para tomarla por las muñecas, mas ella quiso levantarse por cuenta propia.

Había visto a Hange actuar de este modo con una chica fastidiosa de su clase, quien terminó por colmarle la paciencia luego de un año de constantes quejas por ser la favorita de los profesores. Luego de la confrontación, aquella no volvió a interferir en sus planes.

Era culpa de ellas que encontraran enervante nuestra presencia, no de nosotras.

—Tienes un serio problema —destacó—. Quizá logres atraer a Levi, pero él acabará dándose cuenta de la oscuridad que hay dentro de ti y se ocupará de ella, tenlo por seguro.

—Y dale con eso. —Rodé los ojos—. Armas demasiado escándalo por una persona que prefirió estar en mi equipo que en el tuyo. Él fue quién me eligió, no al revés —puntualicé con cierto orgullo.

—Por favor, no pensarás que lo hizo por mera casualidad —emitió un gruñido apagado.

—No todas captarían su atención al ofrecerse en bandeja de plata —espeté.

Ni en un millón de años habría creído que alguien como ella podría desarrollar cierta aversión hacia mí. Y pensar que, durante un largo período, llegué a considerarla como una especie de ejemplo a seguir; la mejor de las contrincantes. Esos días se terminaron.

En el fondo, me ocasionaba un mágico bienestar escuchar aquella declaración. El que alguien como Petra anhelara estar en mi lugar a causa de aquel magnífico hombre cuyo rostro había sido tallado por manos celestiales me hizo comprender que yo no debía considerarme poca cosa. Gracias a su impertinencia es que iba a compensármelo.

—Aun así no voy a rendirme. —Su actitud decidida comenzaba a cansarme—. Tarde o temprano se dará cuenta de que lo que necesita en realidad siempre ha estado aquí, frente a sus ojos. Y ni esas curvas, el cabello largo bien cuidado ni el rostro angelical van a impedírmelo.

Qué observadora. Si no la conociera, pensaría que aquel comentario fuera de escena se asemejaría a un simple cumplido. Pero no. Reconocía mis atributos físicos, y se sentía insegura por ello. ¿Desde cuándo la perfecta me veía como su sombra? Y yo que me creía invisible, que había sido al revés.

—¿Te aburriste de todos esos chicos guapos y ahora estás intentando seducir a mi amiga? —dijo una voz insinuante que me retumbó en los oídos.

Hange estaba de pie, con dos toallas colgando de sus brazos. Al verla, me sonrojé e intenté cubrirme. Fue muy tarde, así que ella comenzó a reír apenada. Seguramente creyó que interrumpía una conversación significativa.

Petra la fulminó con la mirada, sin preocuparse por mostrar lo ofendida que se sintió ante las implicaciones de su comentario. Si no estuviera muriéndome de la vergüenza, me habría unido a aquella broma tan oportuna.

—La verdad es que no te culpo —pregonó mientras se colgaba de uno sus hombros y me ofrecía ambas toallas. En seguida envolví mi cuerpo con una de ellas. Petra rodó los ojos con hastío y se cruzó de brazos, resignada a escuchar a Hange—. Le he dicho millones de veces a Kiomy que es muy linda, pero no sabe sacarle provecho a su belleza. Quizá tú podrías enseñarle unos cuantos trucos para enamorar a quién se le plazca.

Negué con la cabeza, reprimiendo una carcajada.

—Será en otra ocasión. —Se desprendió del brazo de Hange y lo dejó caer a los costados.

La embistió con el hombro al darse la vuelta para alejarse, demostrando su nivel de indignación. Ambas nos miramos como diciendo: «¿A esta qué le pasa?», y reímos alegremente.

—Si te soy sincera Kiomy —se detuvo y me miró por encima del hombro—, no creo que necesites ayuda con eso. 

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