Capítulo 50| Lo impreciso del futuro

Un aluvión de emociones asestó el entero de mi ser. Las palabras que leí fueron como una tormenta que limpió con la desdicha a su paso, para reemplazarla con angustia. Se trataba de una que ya había experimentado en diversas ocasiones gracias a él y, que a pesar de todo, anhelaba que se repitiese.

Alcé la vista en cámara lenta, con un escepticismo que crecía de forma latente, hasta que nuestras miradas se conectaron en el vacío. Donde antes hubo desasosiego alimentado por la incertidumbre en su repentina declaración, una calma envolvente reinaba.

Su reacción fue la que habría esperado, a pesar de que me jactaba de no conocerlo a plenitud. No me correspondió durante un período prolongado. Se colocó la palma sobre la mejilla, tratando de proyectar una sombra, como si así lograra ocultarse de mi presencia. La tenue luz del corredor apenas si me permitió distinguir la tonalidad de estas, pero juraría que se tornaron coloradas.

No solo me temblaron los brazos, pues la carta casi se me resbaló por la impresión generada, sino también los labios. Uno de los nervios craneales incluso me vibró con intensidad, generando pulsaciones. Mi cuello estaba tan rígido que buscarlo representó una tortura de proporciones inauditas.

Por milésima vez desde que lo conocía, experimenté el ferviente deseo de envolverlo entre mis brazos cuando se redujo en su apocamiento. Una ligera esperanza de llegar a experimentarlo en esta vida se coló a través de mis imaginaciones, me instó a ser precavida, a ahondar en el tema antes de darlo por finalizado con un ímpetu que podría considerarse irrespetuoso.

—¿Qué clase de... broma es esta, Levi? —Sostuve la hoja entre el pulgar y el índice. Fue lo primero que se me había ocurrido para dar inicio al despeje de las dudas. Me estaba mareando, consideré echarme a reír con sorna para aclararme las ideas—. No te conocía ese lado...

Ahora era yo la que no podía articular una frase coherente, a pesar de que me sentí impulsada a responder a la inmediatez.

Estaba furiosa conmigo misma por haber considerado por un segundo la simple idea de que el contenido era 100% veraz, y no como lo que yo había constatado «el producto de mi imaginación». No. Era mi imaginación la que fue embaucada, hasta ser persuadida a sopesar el alcance de lo que estaba sucediendo.

—Pensé que dirías eso. —Me clavó la mirada tras haber estado divagando en todas direcciones.

La seguridad de su voz hizo que me estremeciera. Retrocedí valiéndome del impulso de ambas manos, al punto de quedar en el límite de la superficie. Estaba dispuesta a girar el torso y desaparecer con calma, sin ofrecerle mayores explicaciones.

No sabía qué hacer. Quizá me encontraba delante de otra alucinación provocada por la falta de sueño, solo que los bostezos no habían hecho su aparición desde que accedí a concederle parte de mi tiempo de descanso.

Cuando percibió mis intenciones de largarme, se adelantó como no lo habría previsto, ni con toda la preparación mental a la que me sometía constantemente. Acortó la distancia y tomó lugar junto a mí, aunque mis piernas cruzadas se lo impidieron del todo.

—Ja, ¿también eres adivino? —rechisté.

Los ojos comenzaron a arderme desde los cimientos, de modo que comencé a tallarlos con el fin de espabilar. Me sentí avergonzada al volver a mi contexto, en el que la falta de respuestas me carcomía, cuando no era yo la que las necesitaba, sino la que debía brindárselas.

—Entonces... ¿cuál es tu veredicto?

Esta vez, se encaró de romper con el espacio que aún nos dividía, en una maniobra que me pareció tan desconcertante como intrépida. Sus orbes bailaron sobre mi mirada impasible, que escondía un temor perjudicial que calcinaba mis huesos.

Yo acostumbraba ceder ante los deseos fervientes que emergían en las profundidades, mismos a los que estimaba nunca debí albergar. Me acostumbré a posponerlos, someterlos, dejarlos en cautiverio y fingir que extraviaba la llave en el fondo de una botella que liberaba en un océano figurativo. De este modo, podía responsabilizarme de elegir o no cierto proceder, logrando convencerme de que el control recaía en mis manos, en las de nadie más.

Solo que las circunstancias apuntaron a ser opuestas, ya que incluso carecía del detonante que me marcó el alto cuando estuve con mi amigo. con una sola gota de consideración que se hubiera abierto paso a través de una rendija.

—¿Cómo dices? —pregunté en un susurro que chocó en su rostro y regresó a mí. Se lo adjudicaba a un efecto del cambio de temperatura, mas no únicamente de la que correspondía a la atmósfera.

Me contagió sus ansias por obtener una resolución mediante un movimiento vacilante de sus manos, que no se atrevieron a buscar las mías, ni siquiera para causarme algún tipo de daño. Me lastimaba en mayor medida que tratara de contenerse.

Su reposo mantuvo mi alma en vilo, dejándola a la expectativa de que se decidiera de una vez por todas a llevar a cabo su propósito. Me complacía de presenciar cuán difícil le era dar el primer paso, porque en cuanto a mí, jamás iba a hacerlo, así me costase todo lo que era y perdiese la oportunidad con la que había fantaseado.

Ansiaba alargar su aflicción, lo veía como un aplazamiento de la agonía que yo experimentaba. Estaba invadiendo mi espacio personal y no parecía incomodarle; a mí tampoco.

Me sostuvo del mentón con firmeza, con lo que puso de manifiesto que no quería que me apartase, que no iba a echarse para atrás y que dejaba en mis manos el resto de la labor que él había iniciado. No necesitaba otro aliciente.

Su cálido aliento se mezcló con el mío, juntos dominaron el frescor apabullante que flotaba a nuestros alrededores. La forma en que entreabrió los labios, con lo que me permitió ver una porción de sus perfectos incisivos, drenó mi cordura.

Aquello no podía ser una maniobra espontánea, y tampoco podía creer que se considerase tan audaz, dado que sabía que yo podría negarme mediante una simple contracción.

Fue entonces que su acercamiento en la fiesta cobró sentido para mí y subsané aquella interrogante. Había estado analizando el terreno para discernir si era factible sembrar en él con miras de cosechar en abundancia. Si tan solo supiera que yo lo había estado regando desde el primer momento en que cruzamos la vista... A estas alturas, ya había segado el fruto de mi labor, aunque en ínfimas cantidades. Él estaba a punto de brindarle ecuanimidad a mi deterioro.

En ese momento, mi raciocinio atravesó una desconexión que consideré oportuna. El pulso de mi corazón se ralentizó gradualmente, ni siquiera lo escuchaba. Aun así, la sangre se me subió al cerebro, al rostro y a todos los miembros con los que podía actuar en consecuencia.

El contacto con sus labios resultó estimulante. Eran cálidos, suaves, emanaban miel, en todo el sentido de la palabra. Una acción que logré identificar como «sublime». Dentro de mí, explotó un cúmulo de sensaciones que conocía de antaño, y cuyo matiz cambiaba de persona a persona.

Cuando era niña, se redujo a una confusión que resolví mucho después del "incidente" que fue el resultado de mi derrota. Un primer beso inolvidable por su condición, aunque sin trascendencia. Cuando era adolescente, el único motivo para seguir solía ser aferrarme a lo que yo sentía, no la forma en la que lo dimensionaba el otro individuo.

En contraste, ahora en la adultez temprana, había encontrado un parecido con ese lugar seguro al que todos acudíamos a resguardarnos de vez en cuando, por más que nos esmeremos en aparentar resiliencia: un hogar, eso es lo que representaba para mí. Y ya no estaba tan segura de querer abandonarlo.

Sentí cosquillas en el sitio donde se unen los pulmones, mis hombros se dilataron y las manos se me pusieron rígidas. Insegura sobre qué hacer con ellas, me mantuve expectante.

Comencé a temblar, buscaba un punto de soporte debido a que el peso de su figura me estaba venciendo. Él pareció notar mi consternación, así que me pasó una mano por la espalda con finura, como si temiera romperme, misma que me provocó un estallido de energía que sedujo a cada una de mis arterias.

Sin darme cuenta, me permití ser circundada por uno de sus brazos. En medio del estado de relajación, había bajado una de mis piernas, misma que comenzó a colgar, descuido que aprovechó para aproximarse y hacerse un hueco a través la que reposaba encima del borde.

El tiempo a mi alrededor se mantuvo estático. Sin embargo, una sensación de calidez instalada en mi interior contribuyó a que el desasosiego se esfumara en el instante en que me pregunté cuándo en toda mi existencia me había sentido más infinita.

Fui incapaz de abrir los ojos. Quería poner el entero de mi consideración en sus reacciones, en las mías y en las de ambos. Cuando subsanó los inconvenientes, sentí que comenzaba a liberarse de sus propias ataduras, convenciéndome de hacer lo mismo.

Al principio, fue un roce anegado de timidez, los movimientos preliminares. Mis experiencias anteriores me ofrecían una ventaja considerable ante su evidente impericia, que me hizo vanagloriarme al pensar que por fin había encontrado un aspecto en el que yo no me encontrase debajo de él. Mas no existía paralelismo alguno, porque besarlo se convirtió en una sensación inefable. Era adictivo, en las mismas proporciones que placentero. Se sentía de este modo porque se trataba de él.

Su lengua inquisidora estaba anhelante de abrirse paso y encontrar la mía con avidez. Le concedí el acceso sin oponer mucha resistencia. Llegados a ese punto, ya no coordinaba lo acontecido a mis alrededores. Eliminé en su totalidad todo pensamiento que pudiese interrumpir aquel instante repleto de afabilidad para concentrarme en él.

Me besaba con lentitud, con una calma irreverente que me tenía ensimismada. Decidí dejarme llevar y envolver por la dulzura que me transmitió la intensidad de sus emociones. Quería creer que eran tan reales como las mías.

Mejoró la técnica en breve, generándome una corriente de orgullo por que lo hubiese conseguido sin demasiado esfuerzo. Había empuñado las manos, y las coloqué sobre sus hombros en afán de no perder el equilibrio.

No obstante, el pánico por que alguien nos estuviera observado desde la lejanía me impidió aferrarme a su nuca. ¿Qué pensaría de mí cuando nos separásemos? ¿Que era una fácil por ceder ante sus encantos y entregarme sin ningún tapujo? ¿Que faltaba congruencia entre mis acciones y mis dichos? ¿Que estaba desesperada por concretar un acercamiento de ese tipo con él? ¿Realmente era el caso?

El espíritu de cobardía amenazó con invadirme a un ritmo vertiginoso, mas no quería ser la primera en suspender aquella maravillosa conmoción. Yo siempre terminaba lo iniciado, ¿cómo podría echar reversa justo cuando estábamos en el punto culminante?

Nada dura para siempre, tenía que aprender a disfrutar del momento, nuestro momento.

Si pretendió reforzar lo enunciado en la misiva, lo había comprendido del todo. Por supuesto que estaba ansiosa de otorgarle la posibilidad de conocerme en un ámbito distinto, más personal, más intrusivo. Y si esta era uno de las implicaciones, ¿por qué no concedérmela?

Me mordí el labio inferior cuando se apartó de mí, una mueca me ayudó a ocultarlo. Levi se esforzaba por nivelar su respiración, que se parecía más a un jadeo. Huyó de mis ojos cristalinos, y yo actué en consecuencia. Por alguna razón, se abstuvo de repetir la maniobra, a pesar de que se veía a leguas que moría de ganas por hacerlo.

—¿Sigues pensando que fue una broma? —dijo tras recuperar la compostura.

Con un mutismo implacable lo negué un par de veces.

Me acompañó hasta la puerta de mi habitación en medio de un silencio que no resultó incómodo. No necesitábamos inmiscuirnos en un intercambio de lenguaje, las pupilas dilatadas eran prueba fehaciente de ello.

Percibí que no quería marcharse por la forma en que me miraba mientras abría la puerta. Al final, logré que se sosegara al decirle que hablaríamos al otro día, para el que solo restaban unas cuantas horas, según la pantalla del teléfono.

Aquella resultó ser una de las noches más largas de mi vida. Toda sensación de cansancio fue reemplazada por una energía revitalizante, sobrenatural. Aunque me pesaban los párpados, me esmeré por mantenerme en sentido de alerta, hasta que el reloj marcó las tres y algo de la madrugada cuando deposité el cuaderno en la mesita de noche.

4 de diciembre de 2020

Colt estaba en lo cierto. He sido tan estúpida, me he dejado enceguecer por una repentina oleada de confianza hacia mi persona. He caído en un espiral de vacilaciones en el que pretendo mantener oculta la verdad que me atormenta desde hace años.

Me faltan piezas en el rompecabezas, me faltan recuerdos específicos que no logro encontrar ni aun en los más empolvados rincones de mis pensamientos. La llave simplemente ya no es capaz de abrir la puerta. Él me propuso cambiarla en su momento, y yo solo le di largas, busqué excusas, traté de justificar una situación que carecía de los medios para ser defendida. Sin embargo, he comprendido que es imperante que el cambio se efectúe, antes de que las cosas se compliquen entre los tres, porque no conozco las repercusiones. Pero si en los sistemas mecánicos no es posible la interferencia doble, quizá funcione de manera similar conmigo.

El modo de actuar de Levi siempre me produjo un sinnúmero de contradicciones, por su manía de acercarse a mí para devolverme el alma al cuerpo y después arrebatármela sin sentir un atisbo de culpa. Por haber despertado aquellos sentimientos que creí que habían muerto el día en que perdí a quien creía se posicionó como el dueño de mi ser. Porque a causa de él, mis emociones están inmersas en una constante fluctuación que no hace sino volverse más violenta a medida que pasa el tiempo.

Ahora me dijo que le gusto. Sí, en una misma frase, compuesta por una serie de confesiones que vulneraron mis defensas, que han hecho a mi corazón rebosar de alegría. Y no conforme con ello, se ha tomado el atrevimiento de besarme.

Conforme pasan los minutos, se van esclareciendo los hechos. Me siento inclinada a creerle, jamás dudaría de él. Solo que esta fue una de esas cosas magníficas, que rayan en el terreno de lo imposible, y por lo tanto, resultan complicadas de asimilar.

Debido a los hechos recientes, no puedo dejar de establecer un paralelismo con esa extraña maldición que me ha perseguido desde que comencé a enamorarme. En algunos casos, fui directo en búsqueda de la copia del anterior, o inclusive me encargué de hallar polos opuestos. Aun así, me he dado cuenta de que comparten un detalle ínfimo, uno al que le resté la importancia requerida, uno que Levi ha terminado de comprobar.

"Le di a mi amor un nombre de cuatro letras". Lo hice vez tras vez, tal como dice la línea de la canción. En diferentes etapas, bajo distintas circunstancias, con personalidades únicas y de una mentalidad uniforme, pero siempre evoqué la misma abstracción dentro de mi vocabulario. Levi es el siguiente, no me queda la menor duda.

Ahora solo necesito informarle a mi amigo acerca del reemplazo. Puede que no le tome por sorpresa, del todo. Él mismo me lo ofreció cuando todavía no lo consideraba necesario. Todo cambió con esa mirada, con sus declaraciones por escrito, con ese beso que ha sellado una promesa solemne, que viviré para ver cumplida. Ojalá que resulte bien.

UNA SEMANA ANTES DEL CAMPEONATO EN LIBERIO...

Las constantes llamadas de un número que no figuraba en sus contactos la habían asediado al punto del hartazgo. Cuando decidía bloquear el acceso, el individuo detrás de la línea lograba ingeniárselas para seguir insistiendo desde otro aparato, de modo que estimó oportuno enfrentarlo y terminar con el problema de una vez por todas.

—No sé quién seas ni qué es lo que quieres, pero por favor ya deja de molestarme —le ordenó, sin apartarse de la gentileza que la caracterizaba.

—¿Has pensado en lo que pasaría si todo el mundo se entera del tipo de persona que eres realmente? ¿De que estuviste a punto de asesinar a una de tus compañera? —planteó una voz monótona que sufría distorsión por la lejanía, como si estuviera robotizada.

Sin vacile, logró captar la atención de la chica, aunque cierto recelo se asomaba en ella. Siempre cabía la posibilidad de que se tratase de una especie de broma planificada, una estafa.

Se le congeló la sangre al escuchar el último aserto, pues se negaba a asimilar que alguien sin relación con los implicados podría considerar su acto como había descrito. Con toda la valentía que fue capaz de reunir luego de inhalar una bocanada de aire, consiguió responderle:

—Voy a colgar.

—Tengo algo que podría hacerte cambiar de opinión.

Como si tuviese manera de conocer su siguiente maniobra, le envió un enlace justo antes de que cumpliera con su cometido previamente anunciado. Dudó respecto de hacer click sobre la pantalla, mas fue convencida por sus instintos de curiosidad, ahora diluida con temor.

La secuencia era lo suficientemente explícita como para no permitir que surgieran más interrogantes acerca de lo que había sucedido.

Petra y Kiomy se encontraban de pie cerca del borde de las escaleras, conversando. Entonces, esta última se daba la media vuelta, con intenciones de irse. Petra la detuvo para observarla con detenimiento, justo antes de colocarle la mano sobre el hombro y contribuir en su pérdida del equilibrio. El metraje se cortó cuando la víctima dejó de rodar cuesta abajo.

—¿Quién eres y por qué tienes ese video en tus manos? —susurró mientras trataba de no alterarse. Se acariciaba un mechón de cabello con insistencia, al punto de que parecía querer arrancárselo.

—¿Ahora sí hablas? Vamos por pasos. Número uno: no puedo revelarte mi identidad por obvias razones, buen intento —se burló—. Y número dos: la próxima vez que actúes con ventaja y alevosía, asegúrate de que nadie te observa.

Petra decidió apartarse de la multitud para analizar la situación a la que se enfrentaba, al mismo tiempo que evitaba ser escuchada por algún entrometido.

—Eso no es más que un montaje —respondió con suficiencia, pero la semilla de la duda ya había germinado en su interior y amenazaba con ser el detrimento.

—En ese caso, no te importará si me encargo de difundirlo entre el alumnado hasta que, eventualmente, llegue a manos de los profesores. Dudo que lo cataloguen como una simple broma.

La amenaza sutil surtió el efecto deseado: captar el entero de su interés impaciente, imponiendo una línea de comunicación, de la que supo que no se libraría con facilidad.

—¿Tiene algo que ver con ella o conmigo? —Era presa del pánico, se notaba en sus expresiones y en la forma apresurada de conversar—.Habla claro y dime qué quieres.

—En realidad, es bastante simple. Tienes que dejar entre sus pertenencias el contenido de un paquete que voy a enviarte más tarde. Yo te diré dónde recogerlo. El resto dependerá de ti, pero tiene que ser durante su estadía en el campeonato. Ni se te ocurra volver al campus con él —explicó.

—Si eres tan bueno escondiéndote, tal vez deberías arriesgarte en mi lugar —se atrevió a decirle.

—Prefiero evitarme la molestia. Tú eres más... cercana a ella. Sé que encontrarás la forma de pasar desapercibida.

—Todavía falta una semana, ¿por qué pedírmelo con tanta anticipación?

—Considera que estoy siendo generoso con tu tiempo.

Silencio.

—¿Cómo sé que no planeas subir el video en cuanto cumpla con tu encargo? —preguntó con nerviosismo.

—¿Tienes alguna otra opción?

—Voy... a denunciarte.

—No lo harás —aseguró—. La policía tiene una extensa lista de cosas importantes por hacer, en la que no figura buscar a un fantasma, pero no sé qué piensen de alguien que atenta contra la vida de su semejante... Te lo advierto, nada de maniobras extrañas. Te estaré vigilando. Ahora vuelve a disfrutar de tu café, se te va a enfriar.

Una vez que la conversación se dio por finalizada, Petra se quedó en un estado de vulnerabilidad que disimuló con éxito tras masajearse las sienes y acomodarse el cabello detrás de las orejas. De pronto, ya no le apeteció beber el contenido del vaso. Terminó derramándolo en el césped cuando revisó que nadie la observaba, al menos en apariencia.

De inmediato, le llegó un mensaje con las indicaciones. En la parte más recóndita del instituto, allá donde se arrojaban los desperdicios, encontraría un sobre tamaño oficio que debía llevarse con cautela, lejos de los ojos inquisitivos de los merodeadores. Una vez que estuviera en un sitio apartado, debía abrirlo.

Las intenciones resultaban insulsas por lo obvio. Se le había encomendado que "sembrara" evidencia que pudiese inculpar a cierta fémina que no era acreedora de su simpatía.

De modo que, días antes de la carrera, estuvo ideando formas de acercársele sin levantar sospechas. Ella estaba al tanto de lo difícil que le resultaría, al tomar en cuenta los ánimos y la posible enemistad en que habían incurrido. No la culpaba por haberse mantenido fuera de su alcance, pero eso tenía que terminar.

Petra nunca quiso dar la apariencia de atentar contra la vida de Kiomy. Tan solo estaba ansiosa de recuperar su estatus a raíz de que la suspendieron de sus labores por actuar de forma tan imprudente, pues representaba una seria obstrucción en la misión de Levi, de acuerdo con la carta que se lo confirmó y de la que este último ni siquiera se inmutaba.

Era un medio despreciable, pero el fin lo valía, o ese era el mantra con que trató de autoconvencerse de que no era una mala persona y de que cualquiera habría actuado como ella de haber estado en su lugar. Haber sido capturada en una grabación desembocó del alcance de su proyecto, recién pagaba las consecuencias.

Se negaba a asimilar que ya no eran compañeros. Que sus días de andar juntos en búsqueda de llevar a los desalmados frente a la justicia no eran más que memorias adyacentes, un vestigio del tiempo en que convivieron durante dieciocho de las veinticuatro horas que componen un día. Ella siempre supo que Levi no aprovechaba las seis restantes para lo que se esperaba, justo por ello lo procuró hasta el cansancio.

Petra lo admiraba como a ningún otro ser humano en la faz de la tierra. Le profesaba una lealtad inconmensurable y le infundía esperanza creer que Levi guardaba una opinión parecida. No obstante, los sentimientos que comenzó a desarrollar por él escapaban de lo amistoso. Todos lo sabían, a excepción del implicado.

No trató de ejercer presión porque sabía que solo había un puñado de razones por las que no se animaba a actuar en consecuencia, se lo atribuía a su timidez o a las mil ocupaciones que apenas si le dejaban darse un respiro. 

Así que cuando manifestó un interés inusitado en ganarse al objetivo en un terreno que se oponía al protocolo, no hizo sino advertirle, motivada en gran parte por los celos, no tanto por apelar a su sentido del deber.

La confrontación no había sido equitativa, ella había hecho de todo para ganárselo. Kiomy no era más que una intrusa, a la que ni siquiera se le hubiese acercado de no ser porque se trataba de una orden incuestionable. La balanza parecía inclinarse hacia su rival a medida que se volvieron cercanos y descubrieron que eran afines en más aspectos de los que se imaginaban.

El «Mantenlo cerca, mantenlo seguro» que dirigía cada uno de sus pasos cobró un significado divergente cuando reparaba en su determinación por cuidar de ella. Era lo que siempre quiso para sí misma, un deseo que se le escapaba de las manos, porque no iba a persuadirlo de cambiar su sentencia bajo ninguna circunstancia.

Acercarse para saludar podría resultar contraproducente, levantar las suspicacias de Kiomy. Tampoco confiaba en nadie como para delegar su trabajo con la certeza de que lo cumpliría sin demora. Esperaba que las circunstancias la favorecieran, poder encontrársela a la orilla del mar, aprovechando un mínimo descuido de su parte.

Fue la condición repentina de agotamiento de Kiomy en el último tramo de la pista lo que le facilitó la tarea. Cuando la vio caer en picada, corrió inmediatamente a su lado, junto con Hange. Se resolvió a apropiarse de la sudadera que esta última custodiaba. En medio de la consternación, nadie se fijaría en que la había tomado, y podría devolvérsela después con ayuda de algún tercero.

El lunes por la mañana el extorsionador se comunicó con ella para confirmar si había acatado su orden. Este se mostró satisfecho al oír por boca de Petra que habían llamado a Kiomy a la oficina de la entrenadora. Como contrapartida por su cooperación, le prometió que nadie tendría conocimiento de su escandalosa maniobra, y no dejó pasar la oportunidad de advertirle que mantuviera el buen juicio de ahora en adelante.

Sin saberlo, Petra había llegado a convertirse en elemento crucial en el futuro de quien una vez fue su mejor amiga, al igual que Levi con esa apresurada decisión de confesarle sus sentimientos.



Fin de la parte II

Holis. Aquí termina la segunda parte, ¡no puedo creer que en serio llegué hasta aquí! Muchas gracias por todo el apoyo, en diversos sentidos <3. 

Ya tenía un preliminar de la escena del beso, solo tuve que desarrollarla. Siento que quedó relativamente bien, me ha sacado de mi zona de confort porque dista de lo que estaba acostumbrada a escribir, hasta ahora. 

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