Capítulo 5| Como caído del cielo
Cuando el silencio incómodo se esparció a lo largo y ancho del recinto, dimos la conversación por terminada. Tomamos nuestras pertenencias y dejamos los bancos en su sitio antes de abandonar el laboratorio.
Apagué las luces y esperé a Hange en la entrada, quien fue la última en salir, pues ella estaba a cargo de cerrar y mantener las llaves en custodia. Les pasó una hoja y todos firmaron con rapidez. La letra de Nanaba captó mi atención, era bastante prolija. No pude opinar lo mismo respecto de la de los demás.
Al despedirnos, se mezclaron varios «Descansen» y «Nos vemos mañana» de manera aleatoria.
Ian, Mitabi y Rico se unieron en un grupo que se desvaneció entre la negrura del pasillo. Sus voces se fueron escuchando cada vez más y más débiles, hasta que dejaron de percibirse en su totalidad.
Nanaba se quedó en medio, junto a Lynn. Yo me mantuve atrás a propósito, estaba ansiosa de discutir con Hange sobre lo que había sucedido.
La temperatura había bajado considerablemente, pero aún era soportable. En cuanto a mí, seguía tan ensimismada en las preguntas audaces de Nanaba y en cómo había logrado sortearlas gracias a Hange, que el frío en el exterior se convirtió en la más insignificante de mis preocupaciones. Esperaba que mis defensas estuviesen listas para sobreponerse ante un resfriado. No me apetecía enfermarme.
—Gracias por la ayuda de hace un momento, te debo una muy grande —le dije a Hange.
—Ah, eso. No fue nada, para eso somos las amigas. Supongo que tenemos una charla pendiente, Kim —suspiró con fatiga, en medio de bostezos que se volvieron constantes. Noté que estaba luchando por no cerrar los ojos—. Aunque será en otra ocasión ¿de acuerdo? Estoy tan cansada que podría dormir durante varios días seguidos.
La observé condescendiente. A veces pensaba que mi carrera era difícil y solía quejarme por la sobrecarga de tareas, proyectos e información por estudiar, cuando evidentemente en su caso era todavía peor.
Personas cercanas a mí solían concordar en que yo terminaría estudiando Medicina o alguna Ingeniería, porque según ellas encajaban en el perfil. Yo discrepaba con tales opiniones. Mi amor no radicaba en la ciencia ni en las operaciones matemáticas imposibles. No había logrado amenizar con ellas ni durante tres años escabrosos de preparatoria. Quería dejarlas por la paz.
Sabía que no contaba con las cualidades ni la motivación necesaria para enfocarme en ese tipo de carreras, así que las descarté después de hacer el test de orientación. Los negocios tampoco estaban en mi lista de opciones, al principio. No obstante, la vida da muchas vueltas y nunca es tarde para descubrir algún talento que se mantenía oculto.
Hange, por su parte, contaba con motivación de sobra. Debido a ello, era capaz de perderse a sí misma con tal de lograr sus objetivos.
La admiración que yo le profesaba seguía creciendo. Sin embargo, aún era humana, y por ende, requería periodos de descanso para recuperar energías. Mientras estuviésemos juntas iba a asegurarme de apoyarla cuando se esforzara más de la cuenta, incluso si eso significa llevarla a rastras.
Coloqué uno de sus brazos encima de mi hombro para que funcionara a modo de soporte. Avanzábamos despacio hasta llegar a las escaleras. Maldije en mis adentros por haber elegido una habitación en uno de los últimos pisos.
Y, como lo había considerado, casi tuve que remolcarla durante la recta final del camino. Incluso así no se rindió; siguió avanzando, aunque con pesadez. Estaba al tanto de que yo no era del todo capaz de cargarla.
—Vamos Hange, tú puedes. Ya casi llegamos. —Ella solo emitía un gemido ahogado a modo de respuesta—. No pienso abandonarte aquí.
Con mis fuerzas pendiendo de un hilo, decidí echar un vistazo a la hora en el reloj de la pared. Y es que recién comenzaba a sentir los efectos del cansancio en mi propio cuerpo. Ya pasaba de las once de la noche, y el desvelo del día anterior me recordó por qué de repente me sentía agotada.
Tal vez debí haber tomado una siesta en lugar de pasar el tiempo imaginando la fría mirada de Levi para finalmente dibujarla. No, la verdad era que no me arrepentía de intercambiar un momento de reposo con tal de pensar en él, aunque podría evocarlo en mis sueños.
Cargar con Hange no resultó sencillo. Aunque tenía un peso acorde a lo que se esperaría, también era cierto que era mucho más alta que yo, y si a esto le añadíamos mi sorprendente debilidad, tenemos la fórmula perfecta para fracasar en una misión tan simple. Pero ¿qué más iba a hacer? Nuestra habitación ya no se encontraba tan lejos.
Por más que avanzaba el camino no parecía acortarse.
La sacudí con ligereza para comprobar si podía avanzar por sí misma en última instancia, pero reparé en que el sueño finalmente la había vencido. No tuve el corazón para despertarla ya que, de todas maneras, tendría que ingeniármelas para cargar con ambos pesos.
Ojalá hubiese algún alma viviente que siguiera despierta para ayudarme. Reí en voz baja ante mi súplica inútil. La mayoría, por no decir todos, ya debían estar encerrados en sus habitaciones.
Los sueños sí se cumplían en ocasiones, yo creía firmemente en ello. La ayuda divina solía ser difícil de interpretar porque se manifiesta de maneras que ni siquiera se nos habrían pasado por la cabeza, y yo no cometería el error de ignorarla solo porque no resultó como yo lo hubiese imaginado. Estuve orgullosa de hacer una excepción cuando decidí levantar la mirada.
Levi caminaba sosegado, con ambas manos en los bolsillo.
En el momento en que dirigió la vista hacia donde yo estaba pensé que fingiría no habernos notado y que tomaría una ruta alterna. Pero en vez de eso se detuvo con el fin de analizar el escenario, y cuando comprendió lo que estaba sucediendo, apresuró el paso.
De todas las personas que creí podían andar merodeando por los pasillos, Levi era la última que pensé que vendría en mi auxilio. No es como que hubiera incurrido en una deuda conmigo y, siendo sincera, no creía que estuviera presto a ayudar a los demás. Las palabras de Hange rebotaron en mis tímpanos, haciéndome recordar que las primeras impresiones no eran determinantes para conocer a un individuo.
No dijo nada. Se limitó a pasar el brazo libre de Hange por encima de su hombro, tal y cómo yo lo hacía. Seguro creyó que estaba cayéndose de ebria, nada más alejado de la realidad. Era una genio que descuidaba su alimentación, higiene y descanso.
—¿Dónde está su habitación? —preguntó con voz autoritaria, sin embargo, no le presté la suficiente atención como para llegar a molestarme.
—Al final del pasillo, a la derecha —respondí con urgencia. No me importaba como se dirigiera a mí, solo la mano extra que podía brindarme.
Me pareció curiosa la forma equitativa en que el peso de ella se distribuyó en el hombro de ambos. Es más, ya ni siquiera lo sentía. Levi de laguna manera había concentrado el punto de gravedad en su propio cuerpo para evitar que recayera sobre mí.
La segunda puerta a la derecha tenía un letrero en el que se leía 4-K y este era nuestro destino. Nos detuvimos mientras buscaba las llaves con mi mano libre. Antes de que me permitiera agradecerle y asegurarle de que yo me encargaría del resto, entró a la habitación. No tuve más remedio que indicarle donde recostar a Hange.
Un pasillo alargado conectaba con un espacio al que se le consideraba como la sala de estar. Nuestras habitaciones formaban una letra te respecto de esta, y la de Hange se ubicaba en el del lado izquierdo.
Me incliné para destender su colcha y la fui soltando poco a poco. Levi me ayudó a acomodar sus piernas, yo me encargué del torso y la cabeza.
Le pasé la manta por encima y retiré sus anteojos. La observé con benevolencia, me sentía complacida de haber podido ayudarle a descansar mejor de lo que habría hecho si se quedaba en el laboratorio.
Entonces, recordé que no estaba sola. Levi se había recargado en la pared, con los brazos cruzados como si estuviera... ¿esperándome? Y yo que pensé que ya se había retirado, juzgándolo por su descortesía al no despedirse si quiera.
Me pareció extraño que siguiera ahí, así que con un ademán le indiqué que saliéramos. No estaba dispuesta a encender ninguna de las luces, podrían interrumpir el sueño reparador de mi amiga.
Me siguió sin poner objeciones. Cerré la puerta cuando lo tuve de frente.
—Te agradezco por ayudarme con Hange. No sé qué hubiera hecho si no hubieras aparecido —declaré.
—No es nada. De cualquier manera creo que habrías podido hacerlo tú sola. —Otra vez se acomodó sobre la pared, con la pierna flexionada. Se me erizó la piel al contacto con sus ojos, pero recordé mi promesa de actuar como de costumbre.
—Sí, puede ser. Ya estaba planeando una estrategia diferente cuando apareciste. En fin, ya es tarde Levi. Deberías ir a descansar.
En realidad quería decirle que era yo la que tenía la imperante urgencia de dormir, mas no deseaba dar el primer paso y alentarlo a irse. De seguro él también estaba a punto de caer rendido y había empleado sus últimas reservas en ayudarme con Hange, no lo haría perder más de su valioso tiempo.
—Tch, en realidad, no tengo sueño —murmuró.
¿Me estaba diciendo que quería prolongar el tiempo que pasaba conmigo? Imposible.
No cabía duda que el cansancio actuaba de manera graciosa, que dañaba la mente de las personas. El significado más razonable de su declaración se traducía al hecho de que no había comprendido mi indirecta. Esto a la vez me conflictuaba porque, a mi parecer, él poseía la inteligencia suficiente para captar el significado oculto.
La historia que cobró vida fue más o menos la siguiente:
"Yo tampoco estoy tan cansada, preciosura. ¿Por qué no entras a mi habitación y hablamos un rato? No te preocupes por mi amiga, duerme como un bebé; tiene el sueño tan pesado que no se despertará hasta mañana, cuando los rayos del Sol iluminen su rostro. ¿Qué dices?
Entonces, lo tomé del brazo y lo convencí de entrar detrás de mí. Puesto que no tenía intenciones de poner resistencia, me atrevería a afirmar que la confusión en su rostro era tan grande como la emoción provocada por mi propuesta indecente".
Nunca en esta vida, antes me cambiaría de nombre. La imagen mental en sí era deleitable, activó todos mis sentidos. Alguien tan lindo como Levi se podía apreciar de muchas formas, y por ahora me conformaba con el simple hecho de estimular mis pupilas.
Yo no poseía las agallas necesarias para insinuármele de esa manera. Ante todo, no pensaba caer tan bajo como para imitar a Petra, necesitaba ser yo misma, conservar mi propio grado de singularidad. No podría traicionar lo que consideraba correcto para atraerlo hacia mí, no pretendía ser un espejismo puesto que sabía que tarde o temprano me atraparía mintiéndome a mí misma, y a él por añadidura. No, Levi. Esa no era yo.
—¿Cómo que no tienes sueño? —añadí, confundida—. Mañana tenemos clases temprano, es lo lógico.
Carecía de la fuerza de voluntad que me condujese a abandonarlo tras darme la media vuelta.
Contemplé la posibilidad de que trataba de decirme que se sentía solo y deseaba entablar una conversación con alguien. Me conmocioné al pensar que me había elegido para cumplir ese papel, aunque lo cierto era que este encuentro fue obra del azar. Me odiaría a mí misma durante una larga temporada si no lo aprovechaba. ¿Hasta cuándo se me volvería a presentar una oportunidad de esta índole?
La seriedad en su rostro me indicó que no estaba jugando, que no se trataba de un comentario que debiera tomar a la ligera. Si estaba resuelto a quedarse conmigo, ¿por qué no simplemente me lo decía? Claro... El mensaje estaba implícito en las indirectas, él lo entendió desde el principio. Era yo quien se mostraba reacia a aceptarlo.
No podíamos permanecer en medio del corredor. Nos expondríamos a ser vistos por algún advenedizo y terminaríamos encabezando la primera plana de los chismes de la escuela. No gracias, mientras más lejos me ubicara del foco de atención, mayor era mi estabilidad emocional.
Tampoco lo invitaría a entrar a mi cuarto. Si nos quedábamos dormidos luego de perder la noción del tiempo no habría modo de recuperarla. Aunado a esto, no planeaba despertar a mi amiga, mucho menos preocuparla con la presencia de Levi.
Por donde se examinara, ver a un chico como él abandonando mi habitación a hurtadillas en medio de la noche no pintaba a que había sido por una reunión común y corriente. Ya había formado parte de un escándalo semejante por no saber cuidar mi intimidad, no estaba dispuesta a permitirlo otra vez.
Las opciones se redujeron de inmediato a cero, dependía de lo que él decidiera. Me mostré expectante ante su mirada impaciente, como indicándole que me ponía a su disposición y que no tenía más qué añadir.
Estaba presta para acompañarlo, ¿qué me lo impedía? Mañana iba a tomar una larga siesta y estaría al cien.
—¿Padeces de insomnio o algo así? —indagué con prudencia, mostrando preocupación genuina con el fin de motivarlo a continuar si no se sentía competente.
—Así parece. —Apartó la mirada de mí y se concentró en algún punto en el horizonte, al fondo del pasillo.
Empecé a reconsiderar el hecho de compartir mi tiempo con él. Su actitud desinteresada comenzó a parecerme molesta debido a que me sentía a punto de desfallecer, pero aquí estaba, de pie frente a él.
Me sentí incapaz de persuadirlo a emitir un vocablo o un simple gesto que diera indicios de que mi decisión había sido la correcta, que no era el momento de arrepentirme, aunque ya no estaba tan segura de esto último.
¿Acaso era mi reflejo lo que me molestaba? Estaba contemplando a un ser gruñón y apático, renuente a expresar sus verdaderas emociones. Llegué a la irritante conclusión de que tendría que leer entre sus labios para comprenderlo, ya que de él no brotaría la invitación a quedarme unos minutos. Tendría que acceder por iniciativa propia, seguirle la corriente para que no creyera que estaba ansiosa por hacerlo.
Reconocía que yo misma había actuado de manera áspera en ocasiones. Desde esta perspectiva, no parecía tan agradable lidiar conmigo.
No comprendía cómo fue que Hange había aceptado ser mi amiga sin titubear. Hasta me atrevería a decir que mi personalidad terminó encajando con la suya. Ella hacía un excelente trabajo al mantener mis emociones negativas al borde de lo idóneo, y yo le recordaba que no es posible mantener una actitud favorable todo el tiempo, que era normal derrumbarse de vez en cuando.
Ahora pensaba que él había aparecido en mi vida para enseñarme una dura lección, o en su defecto, para instarme a seguir trabajando con la paciencia, que tanta falta me hacía. Nos encontrábamos en el mismo lado de la pendiente.
—¿Y el té no te ayuda a relajarte?
Luego de aclararme la garganta conseguí mitigar el fastidio. Luego me acomodé en la pared, a su lado, imitando su postura.
—Digamos que hoy no ha funcionado como esperaría —respondió vacilante, bajó la pierna que tenía flexionada y metió las manos en los bolsillos de la sudadera.
Se veía adorable con esa expresión que me incitaba a lanzarme a su cuello y rodearlo en un abrazo prolongado. Pero imaginarme siendo empujada por él al igual que Petra fue lo que me mantuvo en mis cabales.
—Debe ser terrible no poder dormir. Me volvería loca si estuviera en tu situación porque, bueno, yo amo dormir —le conté mi experiencia en un intento de animar el ambiente. Su expresión se mantuvo neutral—. ¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte?
Ni siquiera supe por qué me atreví a extenderle tal ofrecimiento. Mi intención no era que se sintiera incómodo y me cortara la conversación de repente. Ya bastante había tenido con mis vagos intentos de orillarlo a pronunciarse como para terminar arrojando todo ese esfuerzo por la borda. Quería mostrarme empática, no limitarme a simular interés de dientes para afuera.
—Eso lo dudo. —Temía que dijera algo por el estilo. Me reincorporé mientras me sentía una fracasada, lista para volver a su mi habitación, solo que me interrumpió antes de que pudiera dar un solo paso—. Pero no me molesta tu compañía.
Lo observé con una extrañeza tal que sentí que en cualquier momento mis ojos se saldrían de sus órbitas y no podía hacer nada para evitar que se diera cuenta. Los froté un par de veces para espabilar, quizá me estaba quedando dormida sin darme cuenta y ya comenzaba a delirar cosas sin sentido. Sí. Era lo más razonable.
—¿Qué estás diciendo, Levi? —Su cambio de actitud me contrariaba.
«No puedo quedarme contigo, lo lamento. Ya es tarde, deberías volver a tu habitación y dar vueltas en círculos, o quizá contar ovejas. Entonces podrás conciliar el sueño.
»Qué tierno escuchar eso, solo que necesitarás emplear una técnica menos sentimentalista si pretendes coquetearme y luego convencerme de dormir contigo. No soy como esas que de seguro se amontonan detrás de ti y están dispuestas a pelear a muerte por un pedazo de ti.
»Si en verdad deseas que me quede a hacerte compañía deberías ser capaz de formularlo con tus propias palabras y realizar una invitación directa en vez de pretender que yo adivine. Se necesitan dos para jugar ese juego, y no estoy interesada. Te deseo suerte para la próxima».
Terrible minuto para que mi mente formulara una respuesta tripartita, a pesar de que escondía el mismo significado en todas sus variantes. Como sea, ninguna me parecía la correcta. Levi merecía algo mejor.
—Lo que estás oyendo mocosa, quédate conmigo un momento —reiteró usando un tono imperativo, que me ocasionó una sensación de calidez en el pecho.
No concebía la idea de que hubiese leído mi mente y terminara actuando justo como yo esperaba. Pero era un hecho: iba a pasar tiempo a solas con él, sin haberlo buscado.
—Claro, como quieras, «Capitán» —le sonreí, maliciosa.
Me lanzó una mirada asesina que, en vez de asustarme, me causó gracia. Era obvio que entendió la referencia, aunque no me dio pie a hablar acerca de ello. El ciclo ya estaba cerrado para él. Yo haría lo mismo en un futuro lejano.
En medio de la batalla con la furia había recordado un sitio en el que podríamos quedarnos que nos molestaran. Estaba alejado de las habitaciones y contaba con dos posibles escapes.
Si uno se sienta en el alfeizar de la última ventana del pasillo tiene una vista completa de este. Así que, si por casualidad alguien caminaba rumbo a nosotros, tendríamos tiempo de reaccionar en cuanto lo viéramos y, de esta manera, correr a escondernos en la pared que quedaba a nuestras espaldas.
Era un punto ciego debido a que la luz no alcanzaba a iluminarlo. Por si fuera poco, bastaba con dar unos cuantos pasos para llegar a las escaleras de emergencia. Y nadie se asomaba por ahí gracias a los elevadores.
Me recargué en la orilla, dejando una de mis piernas suspendida en el aire. Él se posicionó no muy lejos.
La luz de luna que atravesaba el fino cristal proyectaba una sombra mística en la figura de Levi, por lo que me fui de la realidad por un instante. Si tan solo tuviera a la mano hojas y unos cuantos lápices inmortalizaría tal belleza para admirarla cada que me apeteciera.
Me sentía tan nerviosa debido a la proximidad entre nuestros cuerpos que enmudecí, y la situación empeoraba a medida que el tiempo pasaba sin más dilación.
Levi permanecía tan silencioso como yo. Tal vez estaba en lo cierto y lo que él precisaba era la cercanía con un rostro familiar, no envolverse en una conversación improductiva que iba a olvidársele a la mañana siguiente.
No trataba de forzar nuestro vínculo, tampoco me dio la sensación de que intentaría hacerme algo en caso de que bajase la guardia.
La seguridad que me transmitía era hasta cierto punto contradictoria, considerando el espectáculo que presencié esta mañana. Me inclinaba a creer que tal vez yo no formaba parte de ese mundo.
—Bonito lugar —consideró al asomarse para analizar el paisaje.
—Sí, lo es. A veces vengo aquí en búsqueda de inspiración —admití de repente, mientras jugueteaba con los dedos para aminorar la angustia cosquilleante.
—¿Inspiración?
¿Por qué le estaba diciendo aquello? No creí que alcanzaría a entender el trasfondo. Empero, no se burló de mí ni esbozó muecas de desagrado. Tampoco fingió imitar a un enfermo. Su silencio intermitente me indicó que estaba esperando una respuesta, y no iba a hacerlo esperar.
—Sí... —tartamudeé, pero hice un esfuerzo para poner a mi lengua en su lugar—. Soy medio artista, a veces. Me llegan ideas bastante curiosas luego de pasar un buen rato admirando el cielo. No sé por qué, es grandioso.
Fue el comienzo de una agradable plática en la que me cuestionó sobre las actividades en las que encontraba inspiración y qué era exactamente lo que generaba con ella.
Le conté que, a pesar de no estudiar arquitectura, siempre tuve inclinaciones hacia el dibujo, ya que durante la secundaria estuve en un taller afín. Gracias a dicha preparación aprendí diversas técnicas que, combinadas con la paciencia y el esfuerzo, me ayudaron a mejorar, lo cual a su vez contribuyó a que desarrollara otro pasatiempo que formaba parte de mi vida.
Hablé hasta por los codos sobre los elementos de la naturaleza que me fascinaban y de mi fijación por plasmarlos en un lienzo, como si de este modo les diera un sentido de pertenencia, atándolos a mí sin remedio. Claro que omití decirle que él se había convertido en mi principal fuente de admiración.
Conforme mayor era el entusiasmo que salía a relucir de mi parte, Levi me interrumpía con menor frecuencia. Cuando se atrevía, era con el fin de plantear más preguntas.
La sensación de hablar sobre algo que amas sin el miedo a ser juzgado o ignorado era revitalizante, a tal punto que la exaltación en mi voz se empezó a extender a lo largo del corredor. A él no le preocupaba en lo absoluto. Había quienes solían decir que yo no hablaba, sino que gritaba, y luego estaba Levi, a quien parecía agradarle lo escandalosa que podía llegar a ser cuando me daban cuerda.
Aun así, no me parecía correcto dominar la conversación ni centrarme solo en mis intereses. Mi punto fuerte era alentar a mi interlocutor a expresarse a fin de lograr un equilibrio entre la información que recibía y la que enviaba.
Justo aquí comenzaba el reto porque, por lo visto, convencer a Levi no era una tarea fácil. Ni siquiera sabía si estaba de acuerdo en mantenerse al margen y dedicarse solo a escucharme.
—Creo que estoy hablando demasiado, debes estar aburrido . ¿No crees que ya es tu turno?
Afuera, el vaivén del viento hacía que los árboles se mecieran. Él se echó para atrás y giró el cabeza, como desorientado.
Me estremecí por instinto. Estaba tan enfrascada en nosotros que dejé de lado la sensación gélida que me recorría. Froté mis manos y noté que mis fosas nasales estaban obstruidas, inspirar el aire me tomaba el doble del esfuerzo. Acto seguido, estornudé varias veces y me cubrí con el antebrazo. Mal indicio. No podía darme el lujo de resfriarme en la primera semana de clases.
Consideré dar por terminada nuestra velada. Después de todo, ya no tenía nada más que agregar, estimaba que él tampoco. Sin embargo, un aroma cautivador que emanaba de una prenda tibia me detuvo al instante en que cayó sobre mis hombros.
Era una delicia. Fragancia con un toque de las hojas de té que cargaba en los bolsillos. Fresca, dotada de un efecto tranquilizante que me impulsó a realizar un esfuerzo por contenerlo. Me olvidé de mí y de mis alrededores para sumergirme en esa maravillosa sensación, preguntándome si en realidad estaba sucediendo.
Levi se había puesto de pie frente a mí y me había extendido su sudadera a modo de capa, ajustándola por el cuello.
Quedé perpleja ante su noble gesto de caballerosidad. Era una maniobra que no habría esperado de él. Conforme más convivíamos, más me sorprendía al descubrir que no se comportaba como me anticipé. Fue como si borrase cada uno de los puntos negativos en mi lista y los reemplazara por unos dignos de alabanza.
La penumbra se convirtió en mi aliada cuando confirmé que Levi no se había percatado del sonrojo que crecía en mis mejillas. Pasé de estar semicongelada a arder en calor, y no solo porque su sudadera me abrigaba, sino debido a las implicaciones de su iniciativa por protegerme. Le hubiera correspondido de no ser porque me avergonzaba.
—Gracias, Levi. Te la devolveré mañana, sin falta.
Me quedaba a la perfección, algo me decía que éramos de la misma talla.
—No es nada —ignoró mi agradecimiento volviendo a su mirada esquiva—. ¿Sabes, mocosa? Deberías ir a dormir, no creo que te haga bien estar aquí afuera por más tiempo
El interés que manifestó hizo que me sonrojara aún más.
Me ofreció un pañuelo de tela de color blanco como la nieve. Tan bonito que me negué a limpiarme la nariz con él, argumentando que sería un desperdiciarlo. No obstante, Levi no parecía tener prisa en irse a descansar. No dio su brazo a torcer hasta que me vi forzada a hacerle caso.
No entendí por qué cargaba con un pañuelo de tela, siendo que existían las versiones desechables.
—Te salvó la campana —bromeé. Generaba fricción en los brazos en búsqueda de calor—. La próxima vez que hablemos será únicamente sobre ti —le advertí a modo de ocurrencia, obteniendo chasquido de lengua como contestación.
No supe cómo interpretar su gesto. Fue una respuesta abierta a la interpretación subjetiva, y yo estaba ansiosa por repetir el encuentro.
Mi imaginación me había jugado una mala pasada. Estaba convencida de que sería desastroso, pero me había dejado con una sensación placentera que no experimentaba hace años.
Mantener los ojos abiertos se me dificultaba, mis párpados resultaban pesados y rogaban por una tregua. Los continuos bostezos no hacían más que recalcar que me había excedido.
—Espero que logres dormir, aunque sea un poco —manifesté con cierto pesar, pues estaba consciente de que quizá no lo lograría—. Nos vemos mañana, Levi.
Una vez más, me encontraba huyendo de él. De algún modo, ese patrón había llegado para instalarse. Tal vez ese era mi destino: alejarme para incitarlo a ir detrás de mí.
Esa noche me fui a dormir acompañada de un aroma embriagante que quemaba los pulmones. Debido a la sobrecarga de emociones que hacían estragos dentro de mi pecho ni siquiera me preocupé por cambiarme de ropa. Esperaba conservar el rastro de Levi sobre mi piel, al menos por esta ocasión.
Opté por deshacerme de la sudadera y la doblé con ternura para colocarla junto a mi cabeza una vez que me recosté. Puesto que no tenía a diario a mi disposición una de las propiedades de ese chico de características cautivadoras que sobrepasaban mi entendimiento y que me robaban suspiros impertinentes, tendría que aprovecharlo.
Antes de cerrar los ojos y perderme en la opacidad de la atmósfera, me resolví a no resignarme ante esta miserable condición de espectadora. Me negué a seguir viendo como todo aquello que deseaba se me iba de las manos a medida que el tiempo avanzaba, sin detenerse. Ya no quería ser la que siempre se queda atrás, no debería ser culpada por eso.
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