Capítulo 48| Ahora o nunca
Hange se había ofrecido a afinar los detalles de nuestro proyecto, en compensación por lo aturdida que me encontraba luego del incidente de la fiesta, a lo cual me negué.
Mi mente requería mantenerse ocupada, por lo que estimé conveniente que trabajar con ahínco iba ayudarme a canalizar (ignorar) el estrés, y así no darle cabida a pensamientos intrusivos. Era una de las contadas actividades sobre las que aún mantenía el control.
La había echado de menos en la fiesta, aunque tampoco dejaba de pensar en que le favoreció no haber asistido. A pesar de que no lo expresó en voz alta, yo sabía que ella no se arrepentía del todo.
Lo cierto es que se había ahorrado un angustioso trauma e infinidad de preguntas, así como las miradas indiscretas de la gente que no tiene nada mejor que hacer que esparcir rumores. Todavía me resultaba difícil ignorarlos, pero había otras actividades en las cuales invertir mi valioso tiempo.
El día de la presentación estaba hecha un manojo de nervios. Estos aumentaron conforme los otros equipos exponían, pues el mío fue relegado al antepenúltimo puesto. Estuve repasando mis notas hasta el cansancio, mientras que mis dos amigos solo las miraban por encima. Eso de improvisar no se contaba entre mis talentos.
Una vez más, me sentí decepcionada cuando la quimera de extendernos una sentida felicitación al desenlace no fue trasladada a la realidad.
Levi ni siquiera aguardó a que la sesión terminara. Pidió permiso para salir en cuanto tuvo la oportunidad, sin dignarse a despedirse de nosotras. Me preguntaba de que estaría ocupándose, últimamente se le veía más apurado que de costumbre. Puede que se hubiera vuelto presa del estrés colectivo esperado durante los últimos días de cualquier ciclo escolar.
Uno de esos estudiantes que se vanagloria de la opulencia otorgada por el dinero de sus progenitores había organizado una fiesta en miras de celebrar que nos restaban unas horas para salir de clases. Hicieron un llamado a todo el mundo, y claro, mi amiga no quería quedarse atrás al ser «la única aburrida que iba a desperdiciar semejante invitación», de acuerdo con sus propias palabras.
Decidí que intentaría controlar mis miedos por ella, pues alcanzaba a intuir que su verdadero interés se extendía más allá de tomarse unos tragos y participar en uno de esos juegos en los que les entregas tu intimidad a completos desconocidos o quedas a su merced, perdiendo el honor.
Sabía que no era posible mantenerme oculta por siempre, que un suceso aislado no determinaba el rumbo que le daría a mi existencia a partir de ahora, y que ninguna de esas personas era responsable de lo que me sucedió. No debería tratar de desquitarme con ellas.
En un comienzo, incluso lo encontré divertido. Hange procuró incluirme con los miembros de su grupo, quienes eran todavía más asequibles cuando no se encontraban bajo la presión de memorizar las propiedades de cada elemento de la tabla periódica. Me invitaron un par de bebidas y terminé inclinándome por la que estaba decorada con hojas de menta.
Al cabo de un rato, mi atención se volcó en algunas de mis compañeras del equipo. De todas, la más ansiosa por confirmar si era cierto que alguien había estado dispuesto a recibir una bala por mí, literalmente, fue Hitch.
Desde el punto de vista ajeno, aquella había sido una hazaña de tintes heroicos. Varias se atrevieron a comentar que por menos de eso ya se habrían dejado "querer" por alguien así. Yo sabía de qué hablaban, lo que no significa que estuviese de acuerdo. Mis intimidades no eran de dominio público, me reservé información clasificada.
De paso, aproveché para comunicarles mi decisión de abandonar el puesto de cocapitana. Tuve que escudarme en que ya tenía suficiente presión encima de los hombros y que mi salud mental estaba sufriendo un revés, por lo que me habían recomendado reducir al mínimo la exposición a actividades estimulantes.
Además, ya no me sentía cómoda con las suspicacias de la entrenadora, porque aunque cumplí con mi castigo al pie de la letra, el cual me fue incluso levantado antes por "tratarse de mí", no dejaba de pensar en que mi reputación había quedado comprometida, y que era preferible que me alejara del campo durante un largo tiempo. Tal vez así lograría congraciarme a mi ex amiga, quien esperaba no lo considerase ofensivo y aprovechara mi renuncia para recuperar lo que le correspondía, o mejor dicho, lo que ella consideraba que le correspondía.
No obstante, luego de un rato fingiendo que me sentía a gusto entre toda esa gente a la que ni siquiera conocía por nombre, sentí que era hora de volver a la residencia.
Le dije a Hange que mi estómago estaba sufriendo los efectos de una comida en proceso de descomposición y, para mi sorpresa, no puso objeciones. Quizá le bastó con haberme sacado de mi burbuja por un par de horas y se dio por bien servida.
—Oye, estoy bien. ¿Estás segura de que quieres quedarte? —quise confirmar—. Puedo dejarte el auto, me haría bien caminar.
Comenzaba a decir incoherencias, y se le veía más feliz de lo normal, pero aún podía mantenerse de pie sin ayuda y no se andaba estrellando con los muebles. Su relativa cordura resultaba un alivio.
—¡Tonterías! —gritó—. Es muy... tarde para que andes tú sola deambulando por las calles.
En eso estábamos de acuerdo. Ya que no me definió si regresaríamos juntas, yo tendría que ingeniármelas para desaparecer. Dado que había conseguido responderme en su trayecto rumbo al estado de ebriedad y había manifestado preocuparse por mí, me vi en la obligación de confiar en ella y dejar que continuase liberando ese espíritu festivo que normalmente mantenía bajo custodia.
—Está bien. Entonces permite que te lleven. Ni se te ocurra manejar así. No queremos accidentes en primera plana —le advertí en medio de risas. El exceso de júbilo era una señal de que eso me preocupaba en verdad.
Giró el cuello hacia el patio de atrás, apuntando a alguien conocido que conversaba con aquel que me había evitado sin sentir un ápice de remordimiento. Alzó las cejas de forma insinuante y me alejé todavía riendo, no quise hacer preguntas.
Por lo visto, se iba a divertir el resto de la noche. Esperaba que la prudencia no se apartase de su lado y que le brindara dignidad a su estatus de genio. Se lo merecía; todos aquí se lo merecían luego de su duro trabajo. En cuanto a mí, ya me había extralimitado.
Antes de desaparecerse, le pidió a Levi que me llevara, con la promesa solemne de que iba a regresar de inmediato. Él estuvo de acuerdo a la inmediatez, para mi desconcierto. Yo no, pero carecía del temple para iniciar una pelea, además de que la oscuridad me había dejado anonadada.
Dormir era mi prioridad, y sabía que no podría hacerlo con un manojo de ira formándoseme dentro del estómago. Gran parte de los invitados ya se encontraban fuera de sí y confiaba más en el enano gruñón que en un completo extraño, aunque quizá estos no me fueran tan ajenos como él.
Emprendí el camino hacia el auto, sorteando a un par de ingenuos que vaciaban sus jugos gástricos en las macetas junto al acceso. Al menos se trataba de materia biodegradable.
Casi no hablamos durante el camino. Mi concentración estaba puesta en las luces de colores que provenían de los edificios y en los espectaculares neón que adornaban el paisaje nocturno, al mismo tiempo que en destender la sábana apenas consiguiera llegar a mi cuarto, así fuera arrastrándome.
Encendió el radio para minimizar el efecto de la quietud y, en contra de mi voluntad, decidí mantener los labios sellados cuando empezaron a reproducir Now or Never de Halsey, justo al ingresar en el estacionamiento. Le bajó el volumen, mas no pretendió ahogar ese sonido.
—¿Vas volver a tu casa durante las vacaciones o vas a quedarte aquí? —preguntó de improviso, mientras apagaba el motor del auto.
La música de fondo impregnó al ambiente de un aura melancólica, de esas que provocan ganas de abrir el corazón de par en par y sacar a relucir unas cuantas verdades que comprometen la armonía. El canto de los grillos me dejó entrever que, en efecto, se me había pasado la hora de descanso.
—Me iré a casa —respondí con voz entrecortada—. Creo que contribuirá a que todos estemos más tranquilos por aquello de... Ya sabes. —No quería ahondar en el tema. Prefería que se quedara como un recordatorio silencioso de la oleada de mala suerte que me había estado persiguiendo, y de la que esperaba librarme con prontitud—. Gracias por traerme. Diviértete el resto de la noche, seguro dejaste a alguien esperándote.
¿Por qué se lo había dicho en voz alta? Es probable que ella no hubiera mostrado conformidad al dejarlo ir, y menos si era conmigo. Una por todas las que me había hecho no la dañará permanentemente.
—En realidad, yo tampoco pensaba volver —confesó, logrando evadir el tema que había expuesto con el único fin de desatar polémica. Muy astuto de su parte.
—¿En serio? —Dejé la puerta a medio abrir al escucharlo—. Bueno, no me extraña del todo. Se nota que no eres el tipo de persona que ama las fiestas. Debió ser un milagro que te hubieran convencido de asistir.
—En eso nos parecemos.
—Sí, ya lo había notado. —Las palabras salían a duras penas—. En ese caso, que descanses.
—Mocosa, espera. Yo quería saber si... Necesito... necesito hablar contigo —balbuceó.
La mitad de mi cuerpo se quedó flotando sobre la nada. La lentitud se había convertido en mi mayor enemiga por ahora. Apreté la mandíbula, sin atreverme a mirarlo, y la puerta regresó a su sitio sin que yo pudiera interceder.
Ya me había parecido que era demasiada coincidencia. Tan divertida esa Hange, que se la pasaba ideando maneras de reunirnos, cuando lo que yo quisiera hacer es repelerlo al puro estilo de un insecticida.
«¿Para que vuelvas a jugar con mis emociones? No, gracias. Quédate aquí y encuentra la plenitud en tu propia compañía, que ni siquiera es la gran cosa.
»Hasta que te dignas a dar la cara, desgraciado. Me has mantenido en la oscuridad, pero ya fue suficiente. Adelante.
»Espero que tengas una buena excusa, no te perdonaré si no me deja con la boca abierta.
»Siempre voy a escuchar lo que tengas qué decir, por más enojada que esté contigo».
Odiaba cuando la parte analítica y la emocional iniciaban el acalorado debate de costumbre.
—De acuerdo... ¿T-te sientes bien? —Siendo sincera, su invitación me pareció desconcertante.
—Sí... N-no... Más o menos. —Agachó la cabeza y comenzó a juguetear con sus manos. Fue entrelazándolas de forma desordenada, al igual que mis pensamientos.
En estos casos debía reinar la paciencia, de otro modo, corría el riesgo de decir unas cuantas incoherencias que podrían romper con la intricada línea de comunicación que se establece cada mil años luz.
A su vez, estaba consciente de que se obtenían buenos resultados cuando utilizaba preguntas guiadoras, porque le facilitaban la tarea de musitar un «sí» o un «no», puesto que yo ya le había marcado la pauta.
—¿Tu estabilidad se ha visto perturbada? —comencé.
Él dudó en contestarme, y todavía no establecíamos contacto visual porque estaba huyendo de mí. Si no era con las piernas, era con la mirada.
Cualquiera pensaría que lo intimidaba, lo cual era irónico ya que siempre fue al contrario. Es gracioso que aún no se hubiera percatado de los efectos que me generaba su presencia.
—Digamos que sí —respondió, no muy convencido.
Me reconfortó haber encontrado el punto de partida sin escarbar tanto. A partir de ahora, más me valía cuestionarlo con prudencia.
—¿Es un hecho o una persona? —Entrecerré los ojos, a la espera de que no lo considerase invasivo.
—Ambas.
—Ya. Entonces esta persona hizo algo que te causa conflicto, no alcanzas a comprenderlo, pero te gustaría que así fuera, y cobra relevancia porque se trata de ella. Podemos partir desde ahí. —Asentí, confiada de que estaba trabajando el terreno de la manera correcta y que daría resultado. Mis dedos fueron de vital ayuda en el recuento de las ideas, sobre todo para dibujar un mapa en el aire con el que conectaría los puntos—. Aunque lamento informarte que necesito un nombre, o por lo menos, una vaga descripción física. ¿Puedo saber de quién estamos hablando?
—Es... alguien a quien tú conoces.
Detestaba las ambigüedades. Ese alguien por sí solo no me daba ninguna pista, pero me inclinaba a creer que se encontraba dentro de su reducido círculo de amistades. Al delimitar las opciones, solo restó una candidata posible a la cual entregarle la medalla por sacarlo de quicio.
—¿Te volviste a pelear con Hange? Por Dios —me quejé, rodando los ojos—. Ya olvídate de eso, no fue para tanto.
Recordé su "pequeña" discusión de hace un par de días en la que tuve que fungir como intermediaria, sobre todo porque fue menester evitar que desintegrasen el equipo justo antes de la presentación del trabajo.
Resolver las diferencias creativas era determinante para hallar la solución a un conflicto. Ellos dos las tenían sobre varios temas concernientes al maquetado del documento y los recursos que emplearíamos para exponer. Decidieron escucharme solo hasta que les hice ver que estaba hablando en serio al decir que los abandonaría, que se estaban comportando como un par de niños malcriados.
—No me refiero a ella —se apresuró a aclararme.
—Y de acuerdo con tu perspectiva, ¿el resultado terminó siendo favorable o todo lo contrario?
—Yo... no estoy seguro.
—¿Entonces de donde proviene la incomodidad a la que haces referencia? —Mi temple estaba pasando por un periodo de refinación al que su silencio no aportaba—. A veces pienso que tu filosofía de no arrepentirse en realidad es una forma de engañarte, de desfogar la culpa, entre comillas, ya que no implica su ausencia en lo absoluto. Ahora mismo veo el tormento en tus ojos y me doy una leve idea, pero nada como saberlo directamente de ti.
«No leo mentes», pensé. Ya comenzaba a fastidiarme.
—No puedo decírtelo. —Se hundió en el asiento, dejando entrever su incomodidad.
«Púdrete». De nuevo puse los ojos en blanco.
—Después de todo, ¿aún eres incapaz de confiar en mí sin reservas? —pregunté con impaciencia—. Solo me haces perder el tiempo. No sé qué estamos haciendo.
Se me escapó un bostezo.
—Tú tampoco confías en mí. —Su repentino cambio de actitud me pareció sospechoso—. Nunca terminaste de contarme lo que sucedió con tu familia.
—¿Por qué insistes en remover heridas del pasado? —Las implicaciones estaban resonando en mis tímpanos.
—Puedo hacerte la misma pregunta y anticipar la respuesta. —Parecía seguro de lo que hacía y de que se estaba anticipando a mis reacciones.
De modo que el niño me salió impertinente. Era lógico que una plática con él terminara convirtiéndose en un campo de guerra. Pero si no estaba dispuesta a ofrecer una contraparte, no podría aspirar a obtener algo a cambio. Qué más da, igual no podría hacer nada con los datos que obtuviera.
—Les dispararon, ¿de acuerdo? —Le dediqué una mirada contundente. Me aferré a mis brazos por el escalofrío que me invadió. No importaría el número de veces lo plasmara en un trozo de papel, la sensación no era ni remotamente parecida a la que sentí cuando se lo conté en voz alta. No se lo había dicho a nadie, hasta ahora—. En aquel entonces estaba molesta con ellos por abandonarme, lo cual es tan tonto. Estaba... confundida por la manera en que se desenvolvieron los hechos, que lo último que se me pasó por la cabeza fue buscar otra explicación, hasta que... Y que conste que lo voy a decir nada solo porque yo también necesito preguntarte un par de cosas. Recientemente encontré varios recortes de periódico en los que se comentaba el siniestro, mi tío los había guardado en una especie de macabra colección. Había uno en particular que tenía información que los demás decidieron omitir, hasta lo había resaltado con un marcador. —Hice una pausa breve, dejando que la tensión me invadiera por completo—. Los confundieron —reí con desgano, apretando los puños. Me hice daño al encajarme las uñas, solo que el grito terminó ahogándolo—. ¡¿Entiendes de lo que hablo?! Un grave y estúpido error de asimilación de un tercero les costó la vida.
Me escuchó sin interrupciones, lo cual fue insólito y reconfortante. Por primera vez desde que nos conocíamos fue capaz de pronunciarse tal como yo lo ansiaba.
—¿Por qué no lo mencionaste antes? —Identifiqué un ápice de comprensión hacia mis sentimientos.
En retrospectiva, la historia había cobrado forma durante la noche en la que le regalé aquel dibujo. Quizás estaba tan concentrada en la belleza surreal de su figura que no se me presentó la ocasión de contarle a grandes rasgos que había sido la mayor desgracia de mi existencia. ¿No es para eso que funcionaba el arte? Era injusto que pretendiera resucitar ese episodio, con mi propio tormento bastaba.
—No lo sé... no me pareció importante. —Desvíe la mirada—. ¿Qué clase de persona abre fuego contra un blanco cuando ni siquiera está segura de que es el correcto? Un completo imbécil, espero que lo haya pagado con creces.
—Probablemente ya lo hizo.
Hubo un silencio intermitente en el que mis sentimientos iniciaron un acalorado debate para elegir entre desprenderse de mi alma o mantenerse en cautiverio. No era mi estilo proyectar emociones destructivas en un ser cuyo rostro jamás había visto, es irracional.
Se me habían quitado las ganas de seguir con el interrogatorio. Un leve dolor de cabeza comenzó a manifestarse. Podíamos jugar al detective en cualquiera de los trescientos sesenta y cinco días del año, en otras circunstancias que se considerarían incluso favorables, y no quería sentirme así a menudo.
—Maravillosa estrategia para dejarme sin ganas de hablar—. Sea que lo hubiese planteado con esa intención o no, este había sido el efecto—. Si tú no tienes sueño, yo sí. Nos vemos mañana, o cuando sea. —Traté de abrir la puerta, siendo interrumpida por la desagradable sorpresa de que la había sellado—. Levi, quítale el seguro por favor.
—No puedo dejar que te vayas así.
Me volví para mirarlo, sin temor de que notara la furia creciente en mis ojos. ¿Desde cuándo me daba órdenes y yo las obedecía sin rechistar?
—No puedes impedírmelo. Abre de una buena vez. —Le di varios jalones, a la espera de que comprendiese que no estaba bromeando. Ni se inmutó ante mis quejas—. Mira, desconozco de dónde has sacado esa ridícula actitud, pero la desapruebo.
Realicé un cálculo de la distancia que me separaba del control manual de los seguros del automóvil. Si me daba prisa, podría destrabarlos en un solo movimiento y salir huyendo. El detalle era que tendría que inclinarme cerca de su regazo, lo cual no podía consentir. En su lugar, me estampé contra la puerta un par de veces, hasta que un dolor palpitante invadió el sitio del impacto.
—Deja de actuar como tonta y escúchame.
—Tú eres el tonto —murmuré, arrepintiéndome al instante.
—¿Eh?
Fue sopesando mi insulto. Comencé a generar maneras de defenderme de sus posibles ataques, que nunca llegaron.
—Estás alcanzado extremos que me preocupan. —Comenzaba a temerle—. No soy un animal al que puedes mantener enjaulado, ¡¿qué rayos pasa contigo?! Te alejas de mí y luego pretendes que seguiremos como antes porque mi amiga te pidió que soluciones tus dramas y que de paso resuelvas los míos.
Rogué porque dejara pasar la última frase. De esos me encargaría por mi cuenta.
—La cuatro ojos no tiene nada qué ver con esto —dijo como si le extrañara que la incluyese.
De todos modos no me habría parecido fuera de lo usual, sus intenciones fueron transparentes desde que decidió elegirlo a él.
En el tiempo en que se estilaba contar con la aprobación de una casamentera ella habría amasado una fortuna. Menos mal vivíamos en un época civilizada, en la que todos tenemos el derecho de elegir con quién pasar el resto de nuestras vidas. Claro está, algunas costumbres nunca se perdieron del todo.
—Que te crea quien no te conozca. Voy a hablar seriamente con ella cuando se le pase la cruda. Aunque dudo que ocurra pronto porque mañana ni siquiera tendrá ánimo para...
—¡¿Será que me dejas hablar por una maldita vez?! —Levantó la voz, ocasionándome un sobresalto que me dejó desarmada—. Tch, no quise... —Apretó una de sus manos mientras yo lo escrutaba con la vista. Me quedé pálida ante su grito y luego suspiró con pesadez antes de añadir—: ¿Recuerdas cuando dije que me mantendría cerca de ti luego de que te secuestraron?
—No —respondí con la voz entrecortada. Otra mentira más.
Tenía un ligero problema con las promesas: todas me parecían efímeras. No negaré que me emocionaba que quisiera estar conmigo, aunque fuera por compromiso, pero nunca lo asimilé de la forma en que debía. Él no cooperaba en demasía.
—Pues... yo sí. —Se removió para tomar una postura firme, aunque sus manos presentaban ligeros temblores. La forma en que apretó su mandíbula me dio a entender que le costaba expresarse—. ¿Cómo podría cumplir mi juramento si no sé dónde te encuentras? ¿Si optas por presentarte con alguien que hace que... casi te aparten de mí?
Maravilloso. La preguntas retóricas jugaban en mi contra.
La mayoría de las frases cuentan con dos significados: connotativo y denotativo. El primero servía para interpretar un mensaje de forma literal, mientras que el segundo le otorgaba un enfoque meramente poético. Era cierto eso de que nos mantuvimos alejados, aunque ni siquiera fue porque yo lo dictaminara. Fue él quien se la pasó evitándome a toda costa, sin motivo. Y yo ya no iba a perseguir a nadie a cambio de migajas de atención.
Por otro lado, si me esmeraba por comprender su mensaje como una metáfora era porque contenía una especie de código encriptado que podría significar cualquier cosa, menos lo que me imaginaba, y que me encantaría fuera la realidad.
Fui incapaz de mirarlo a causa de que no quería que notara mi sonrojo, mucho menos que creyera que yo pensaba que sentía un puñado de aprecio por mí y que tal vez, solo tal vez, me arrepentía de haber llevado a mi amigo en su lugar.
—Yo... me colé en esa fiesta —continuó una vez que entendió que yo había enmudecido y que no había marcha atrás.
Lo dicho estaba dicho, sin modo de revertirlo.
Se me congeló la sangre, mi respiración se volvió lenta mientras gotas de sudor frío rodaban por mi frente. Movía los ojos en todas direcciones, me estaba esmerando por desconectarme de los alrededores.
—¿Por qué harías algo así? —El nerviosismo me alertó, al grado de que sentí un dolor en el pecho—. Te pusiste en peligro de a gratis. Encima de todo, desapareciste.
«Cuando más te necesitaba», pensé en añadir.
—Creo... que no fue coincidencia todo lo que ocurrió.
—Como haya sido, ve lo que le costó a la única persona que trató de defenderme.
Era un reclamo disfrazado de lamento. Había albergado la ilusión de que se mantuviera conmigo allá arriba mientras nos escondíamos, solo anhelaba su compañía.
Cuando decidió largarse, fue como si le hubiera concedido la entrada a una especie de efecto mariposa que culminó con el ingreso de mi mejor amigo en el hospital y una nueva sección en mi diario a la que titulé «Las mejores catástrofes de mi vida», en sentido irónico, para evitar ahogarme en las penurias.
Conforme pasaban los días, en vez de disminuir, estas iban en aumento. Aún no había encontrado la raíz del problema. En cuanto lo consiguiese, no tendría piedad alguna en atacarla.
—Ni siquiera debería estar hablando de esto contigo —suspiré—. Todos ustedes tienen que alejarse de mí. Soy un ave de mal augurio.
—No es culpa tuya ni de nadie. Fueron las circunstancias, nada más. —Pretendió levantarme el ánimo. Una media sonrisa amenazó con dibujarse en mi rostro.
—Ahórrate el discurso motivacional. Qué consuelo saber que el destino nos tiene preparada una enseñanza.
Tal vez por eso me seguían ocurriendo este tipo de desgracias, y no pararán hasta que lo asimile. En lo que a mí respecta, ya se habían ensañado bastante con mi persona.
—¿Has ido al hospital?
—Qué curioso que lo preguntes. Incluso ya lo dieron de alta. —Me animaba que le hubiera hecho un espacio para aparecer en medio de la conversación—. Me aterra... encontrarme con su madre. De seguro piensa que hubiera sido preferible que yo recibiera el disparo. Y así tenía que ser. ¡Qué idiota! —me golpeé la frente—, se arriesgó por nada. Ni siquiera lograron capturar a los culpables para interrogarlos. Todo esto me tiene tan desconcertada y... Otra vez estoy hablando mucho, ¿no es así? Supongo que procederé a callarme.
—Me agrada tengas la confianza de hablarme de lo que te preocupa. Ojalá lo hicieras más seguido.
—Lo mismo digo. —No hablaba en serio—. Pero no. No quiero agobiarte con mis problemas.
—No me agobias. En realidad, es agradable oírte. Y... ¿estás saliendo con él?
—¿Qué? —Lo miré con incredulidad para rematar evitándolo. Quién sabe de dónde vendría aquel cuestionamiento y lo que esperaba obtener de mi respuesta—. No, solo somos... amigos.
Del tipo que casi se habían besado en al menos dos ocasiones y que, encima de todo, tenían sentimientos pendientes de definir. Magnífico. Me vería como una descarada al hacerle la misma pregunta de vuelta.
—¿Sabes? Ahora que lo pienso, nunca hemos hablado sobre quien nos gusta.
Capítulo dedicado a Lin-chan02. Muchas gracias por darte el tiempo de leer y votar, lo aprecio muchísimo <3. Ojalá que sigas disfrutando de mi historia.
Me paso para agradecer las 9k y avisar que faltan solo dos capítulos para dar por finalizada esta segunda parte. Ansío publicarlos, solo que aún no me terminan de convencer. Gracias por la paciencia y por seguir aquí <3.
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