Capítulo 45| Uno en un millón
[FRAGMENTO DEL DIARIO DE KIOMY, SIN FECHA]
Colt se convirtió en mi amigo en simultaneidad con Ryan. Ambos "firmaron" una especie de convenio con tinta invisible, en el que acordaron que su amistad duraría mientras yo no me fijara en ninguno, pero aun así no se iban a retraer de dar su mejor esfuerzo para conquistarme. Yo me enteré de esto mucho después de que uno se dignara a decírmelo, y me habría gustado saberlo antes de adentrarme en el bosque sin una linterna.
Reconozco que fue un inicio un tanto controversial, aunque funcionó para romper el hielo y embarcarme en una travesía repleta de altibajos, en la que reuní el conocimiento necesario para evitar futuros corazones rotos.
Su peculiar sentido del humor llegó a cautivarme, pues en aquella época en la que la muchos anhelan crecer y madurar, él seguía haciendo chistes infantiles y referenciando escenas icónicas de las caricaturas de nuestra infancia. Había quienes nos miraban con desdén por ello, e inclusive nos volvimos objeto de burlas y críticas, aunque no me importaba. A su lado era sumamente feliz.
Durante los primeros meses, nuestra convivencia se extendió más allá de las horas de clase. Acostumbrábamos reunirnos para realizar las tareas que no entendíamos por completo. Tales sesiones de estudio solían terminar abruptamente, dando pie a diversas bromas estúpidas y una que otra conversación seria en la que me revelaba detalles acerca de su vida privada, en la que me incluyó siempre que fue posible.
Formaba parte del equipo de fútbol de la preparatoria, a pesar de que no se le consideraba popular. Prefería juntarse con personas sencillas que no le daban importancia al codiciado estatus social, ya que siempre se mostraba amigable con todo el mundo.
Además, posee dotes artísticos que ha ido perfeccionando. Y es que gran parte de su tiempo libre lo emplea en realizar dibujos de diversos tipos: paisajes, personajes animados, escenas surrealistas que emergen de los rincones inexplorados de su mente. Es una habilidad que compartimos, y me enorgullece decir que su talento me supera con ventaja.
Hubo una ocasión en la que nos molestamos por una tontería, así que dijo que me iba a compensar dándome un regalo cuando nos viéramos. Y cumplió. Era una imagen de mi rostro en primer plano, realizada con lápices de carboncillo, tan detallada que parecía una fotografía en tonos monocromáticos. Todavía lo conservo, es la prueba viviente de que existe alguien que me admira como nadie nunca lo hizo.
El día en que se me declaró, casi se desmaya del miedo. Recuerdo que estábamos sentados en el césped de la cancha y lo noté extraño, como si tuviera ganas de vomitar. Le pregunté varias veces si se sentía bien, mas no hubo respuesta. Le advertí que me iría si no hablaba, y justo cuando me levanté, musitó un «me gustas» firme, pero evasivo. Lo que sentí a continuación fue angustiante; el desconcierto se apoderó de mi ser, que se endureció con una pizca de incredulidad y una de zozobra.
Aunque mis sentimientos por él eran de gran aprecio, no ahondaban en el terreno de lo amoroso, por lo que se lo hice saber de inmediato. La razón de mayor peso que pude darle fue que no estaba en condiciones de entablar una relación debido a que deseaba concentrarme en mis estudios, y quizá empleé otro tipo de falacias que sirven para evadir un tema complicado de abordar.
Sin embargo, el verdadero problema se originó a causa de que tuve miedo de perderlo en caso de que lo redujera a ser solamente mi amigo. Si hubiese tomado esa decisión, no me habría extrañado. Solo que él no vaciló en aceptar mi postura, y nunca más volvió a sacar el asunto a relucir.
Gracias a ello terminó convirtiéndose en uno de mis pilares durante la tormentosa relación que mantuve con Ryan. No concebía la idea de que aquel al que todos consideraban como un despreciable inmaduro hubiera sido capaz de sobreponerse ante el rechazo y a cambio yo llegara considerarlo como la definición de «amigo verdadero». Él fue el único que se mostró dispuesto a defenderme ante los reiterados ataques de una horda malintencionada de individuos que no conocían mi historia al pie de la letra, pero que resultaron ser expertos en deformarla y expandirla como si se tratase de un virus.
A cambio de su determinación se ganó la enemistad de aquellos que osaban hablar mal de mí. Llegó a defenderme en privado, como cuando me alertaba sobre los rumores que andaban de boca en boca, y también en público. No mostró temor a las represalias, lo cual era todavía más admirable. En ocasiones, tomó la pésima decisión de recurrir a la fuerza bruta, aunque yo le decía que no hacía falta.
Nunca le importó enfrentarse a un castigo en múltiples ocasiones, con tal de experimentar la satisfacción de que me estaba protegiendo. Tampoco me juzgó por mis decisiones ni por haber elegido a Ryan por encima de él.
Me escuchaba con atención y, contrario a lo que la mayoría pudiera pensar, era excelente aconsejando. Solía decirme que no lo engañaba, que veía la tristeza en mis ojos, que odiaba verme así; que tan sólo requería mi permiso para darle una lección al causante de mi oprobio. No obstante, yo estaba tan enamorada de aquel individuo que no iba a permitir que le pusieran un mano encima, a pesar de que se lo merecía.
Nos distanciamos durante cierta época en la que lo enviaron al turno vespertino debido a su bajo rendimiento, y ya no era tan sencillo que nos frecuentáramos.
A principios de quinto semestre, lo encontré acomodando la estantería en la tienda de autoservicio que se ubica cerca de la escuela. Ambos nos alegramos por el reencuentro, y a partir de entonces, comencé a visitarlo con frecuencia, a veces a escondidas de Hange, a veces llevándola conmigo. Me reconforta saber que ni la distancia ni el tiempo cubrieron con un manto de polvo el cariño que nos profesamos en alguna ocasión, que este se había mantenido intacto como si lo hubiésemos guardado dentro de un recipiente de cristal.
El día en que volvió de su exilio caminamos hasta el edificio de los dormitorios luego de encontrarnos en un parque del centro. Hablamos sobre el contenido de mis cartas y de todas las peripecias que atravesó mientras se adaptaba a su nuevo estilo de vida. Mencionó que cada vez me sentía más distante y que la conducta de Levi guardaba cierto paralelismo con la de Ryan, pero no quise ahondar en el tema. En un intento por desviar la atención de momentos indignos, salieron a la luz los viejos buenos tiempos que pasamos juntos, antes de que las cosas se complicasen.
Mi percepción sobre él llegó a cambiar en cierta etapa en la que comenzó a portarse sobreprotector conmigo, cuando incluso estuvo dispuesto a hacerse pedazos con tal de alejar a Ryan de mí. Debido a lo anterior, pasaba gran parte de mi tiempo imaginando cómo habría sido mi vida con él, pensando en el rumbo tan diferente que hubieran seguido las cosas de haber mostrado mayor entereza al enfrentarme ante aquel siniestro y hábil chantajista aplanador de sueños.
Por el contrario, él admitió que llegó a odiarme en algún punto. Que se preguntaba por qué había elegido a Ryan cuando estaba claro quién me amaba realmente. Dijo que al principio no quería verme ni saber nada de mí, pero que comprendía que tal actitud no iba a ser de ayuda para ninguno de los dos, así que tuvo que pelear con aquellos sentimientos negativos durante mucho tiempo. Recalcó que yo me había encargado de remover la herida cada que vez que le hablaba de lo bien que me trataba en ocasiones, y lo despiadado que podía llegar a ser.
Esa noche, el ambiente se vio colmado de una energía insólita, que nunca existió entre los dos. Un arrebato de emociones encontradas me nubló el juicio, poniendo mi mente en blanco y depositando una idea que cobró relevancia casi al mismo instante en que apreció.
Traté de justificarme a mí misma creyendo que correspondía a una manera de disculparme por haber dejado de lado sus sentimientos y concentrarme solo en mis asuntos, ya que sus palabras me habían hecho ver lo mala amiga que había sido.
Por suerte, justo antes de perpetrar un incómodo acercamiento que solo habría servido para alejarnos, me envolvió en un abrazo que se sintió más bien fraternal. Acto seguido, se despidió de mí, dejándome aturdida frente al portón. Creo que perdió el autobús que lo dejaba cerca de su casa con tal de acompañarme durante todo el trayecto de vuelta.
Su naturaleza calmada le impidió hacerme algún tipo de reclamo, pero dicho factor era el principal causante de mi malestar. Nunca creí que tuviera que portarse condescendiente conmigo, mucho menos deseaba que se sintiera obligado a corresponderme. Si alcanzó a discernir mis verdaderas intenciones y me rechazó, debo aplaudírselo. Supongo que la deuda se ha saldado, y no hay nada que pueda hacer al respecto.
Nos habíamos acomodado en el lugar de su habitación donde se recuesta al caer la noche, una superficie a la que no le sentaba bien describirse como blanda, pero que era superior al compararse con el suelo.
Se había recargado hasta quedar de espaldas con la cabecera, mientras que yo me mantuve en el otro extremo con las piernas cruzadas, a la expectativa de una alteración en su semblante.
Sostenía mi cuaderno en ambas manos, como un niño que estaba leyendo en voz alta a petición de su profesora. A ratos, abría los ojos con asombro, o soltaba una risa jocosa ante mis ocurrencias, que no habrían sido escritas si él no las hubiera realizado primero. Fue esa actitud la que contribuyó a su pronta mejoría y que, a su vez, me ayudaba a sosegarme.
—Al aceptar la propuesta de Hange respecto a invitarte la fiesta de graduación, tuve mis reservas por todo lo que narro ahí. Me inclino a creer que lo hice porque en el fondo sabía que éramos capaces de presentarnos en un evento y dejar que nos vieran juntos sin necesidad de dar explicaciones, como esa que involucra tener una relación "complicada", o aludiendo a que el amor no es recíproco —le dije una vez que me aseguré de que había terminado con la encomienda. No quería convertirme en una fuente de distracción.
Estaba rehuyendo de mi mirada, gesto que me pareció irritante. No era sencillo mantener la compostura si daba la impresión de que te ignoran y no obtienes ni siquiera un monosílabo como respuesta.
—Antes de continuar, necesito que me ayudes a entender algo. Cuando mencionas que cambió tu percepción sobre mí, ¿a qué te referías?
¿En serio fue lo que captó toda su atención?
—Pensé que había sido lo suficientemente explícita. —Me encogí de hombros, deseando que se quedara conforme.
—Nunca pensé que te hubieras enamorado de mí, sobre todo después de que dijiste que eso no sucedería. —Había un ligero tono de reclamo en sus palabras, uno que decidí pasar por alto.
A estas alturas ya no me preocupaba que se enterase del drama que le había traído a mi existencia. De seguro siempre creyó que el causante era Ryan, aunque la verdad es que no fue el único. En el presente, había superado mi atracción efímera hacia él, que fue la inminente consecuencia de un desajuste en el que llegué a considerarlo mi salida, cuando no lo era.
—Sí, bueno... Es de sabios cambiar de opinión. Ni te fijes, ya lo he dejado ir —me burlé con sorna. Había completado el escrito apenas unos días después de que me resolví a demostrarle que nuestro orden interior no había sufrido tantas alteraciones como para que tratara de evadir aquello que realmente importa—. ¿Lo ves? Todo sigue igual que siempre —pasé las yemas de mis dedos en el doblez temporal de la esquina que yo había realizado a modo de separador—, despreocúpate.
Le sonreí con la mayor convicción que pude reunir, segura de que había logrado persuadirlo. Pero él no concordaba. Frunció los labios y negó en repetidas ocasiones.
—No es así —repuso—. Solía tener el panorama completo, ahora únicamente dispongo de una secuencia infinita de escenas que parecen haber sido manipuladas con el botón de adelantar.
—¿Manipuladas dices? Tonterías. Lo que ocurre es que ya no te sientes capaz de seguir por razones ajenas a mi entendimiento, estás buscando una excusa para sr libre de mis ataduras —deduje. Cerró mi cuaderno con delicadeza y acarició la portada, sin mostrar señales de concordar—. No te culpo, has arriesgado demasiado por mí, creo que todos tenemos un límite. Sería lo más razonable. De hecho, no pondría objeción alguna si te negaras de una vez por todas.
Suspiró con pesadez. Me había excedido en lo rotundo de mis comentarios, empero, comenzaba a dejarme llevar por el alboroto de la consternación.
Al establecer el pacto no medité ni por un segundo en la fecha de caducidad, solo reparé en las condiciones actuales. Para cuando logramos subsanar los diversos inconvenientes, nuestro vínculo ya se había reforzado. Fue entonces que comprendí que jamás establecería uno ni remotamente similar, cubierto de un blindaje de franqueza, comprensión y empatía mutua.
Me resolví a protegerlo con todo lo que estuviera a mi alcance. Seguía siendo de valor incalculable para mí, no me figuraba viviendo sin dicho soporte, y lo que es peor: no era factible predecir si lo conseguiría.
—En tu terquedad, seguirás evadiéndolo, pero hay un par de cosas que necesitas oír aunque te resistas—. Fue su repentino coraje lo que me impulsó a escucharlo. Mientras tanto, me preparaba en el interior para lo que se avecinaba—. Decidí ayudarte por elección propia. No me arrepiento en lo absoluto. Saber que ha funcionado es genial, supongo. Considero que debes ser sincera contigo misma. —Se inclinó hacia mí, formando un triángulo con sus dedos, como tratando de reforzar el punto—. Imagina que... D—digo que lo imagines porque no quiero que me malinterpretes y salgas con que estoy desvariando y no sé qué más. Ya sé cómo eres.
—Prosigue. Tienes mi completa atención.
Dudó en continuar, solo que tras recorrer sus alrededores sin detenerse en un punto fijo y restregarse la mano en la cara, añadió:
—¿Nunca habías considerado que esto que hacemos pudiera... ya sabes? —Se aclaró la garganta—. Dañarse. Dejar de funcionar como debería.
Procedió a formar una barrera con sus brazos apenas sugirió aquella posibilidad por temor de que le arrojara una almohada o una bomba de sarcasmo repleta de ofensas poco creativas y cargada de odio en su estado más puro.
Mientras aún se protegía, un escalofrío recorrió mi espina dorsal. Uno de mis párpados se había alzado muy por encima del otro. Mi seguridad trastabillaba ante sus intentos encarecidos por retirarme la venda, solo que no podía evidenciar aquella incertidumbre.
—¿Cómo planeas reunir todas las piezas en caso de que se hayan dividido y de que yo pueda almacenar solo una parte? No siempre estaremos los tres juntos. —Se atrevió a explicarme su teoría aun con recelo, y no me agradó en lo absoluto que insinuara que iba a desprenderse, que contaría con su ayuda a medias.
—¿Los tres? —Ladeé la cabeza. No me dio ningún nombre en concreto, pero no fue difícil intuirlo. Tampoco pareció gustarle que lo enfatizara—. Te estás adelantando demasiado, solo es cuestión de que te concentres.
—Kimy, por favor.
—¡Por favor, nada! —Estiré la palma, indicándole que se abstuviera de hablar—. Además, esto es entre tú y yo. La participación de terceros no tiene cabida.
Traté de fingir seguridad, aunque lo cierto era que una parte de mí se inclinaba a considerar su amonestación. La duda ya estaba echando raíces.
—Intento prevenirte —agregó—. A mí no me competen tus elecciones porque no soy el principal afectado y tampoco puedo intervenir en tu libre albedrío.
—Eres una eminencia en sabiduría cuando te lo propones —ironicé. Le había dicho algo similar cuando trataba de impedir que fuera a buscar a los hombres que habían interrumpido la fiesta—. Justo por eso es que no traté de impedir que le jugaras al héroe, ¿y ya viste lo que te costó? O mejor dicho: lo que nos costó a ambos.
—Ningún precio es tan alto cuando se trata de ti.
Ay. Tenía la cabeza en las nubes. Sazonaba sus comentarios con ese toque de proximidad empalagoso que le brindaba calidez a mi pecho. El golpe no solo afectó su capacidad motriz, sino que además le había dañado el hemisferio que controla el lenguaje y mantiene la cursilería fuera del radar.
Debido a esa deficiencia es que me podía permitir el lujo de emitir frases similares sin que se me subieran los colores al rostro tras oír una risotada del, como era costumbre entre los dos.
—Por eso te encuentras en la reducida lista de personas que se han ganado mi cariño. —Entrecerré los ojos, cuestionándome a mí misma si no pude haber encontrado una mejor manera de hacérselo saber—. Sí, es justo lo que quise decir. Gracias otra vez, en serio.
—No hay de qué.
Cuando me miraba con esa ternura disfrazada de mofa despejaba mis dudas respecto a sincerarme. Aunque mis palabras pudieran encubrir mis sentimientos, las expresiones siempre terminaban por delatarme. Los músculos faciales se me estaban entumiendo de tanto sonreír.
—Sabes que no me refiero únicamente a lo de la fiesta —continué—. Es por... todo. Acercarte a mí por iniciativa propia, aceptar ser mi amigo, no insistir con el tema del noviazgo, protegerme de esos idiotas que fueron nuestros compañeros, del mismo Ryan, y por salvarme la vida, literal y metafóricamente.
Sujeté su pulgar envolviéndolo entre el mío y el índice. Ese contacto me resultaba acogedor, al mismo tiempo que me hacía sentir vulnerable.
—Lo haría de nuevo de ser necesario —dijo, sin despegar su mirada de mi persona, que ahora estaba confundida.
—Me encantaría recompensarte por lo que has hecho. Si hay algo que pueda hacer, quisiera saberlo antes de que vuelva a enterrar la condescendencia.
Una maraña de sentimientos encontrados se acumuló en mi pecho, rodando a una velocidad inaudita, con un solo objetivo en mente.
—¿De qué habl...
Antes de que pudiese completar una frase, me acerqué hacia él con una determinación enfermiza, que no supe de donde había salido y que no experimentaba con frecuencia.
Se quedó estático, procuró seguir mis ojos conforme trazaban un camino hacia los suyos, al igual que mis manos que se enterraron en las sábanas a medida que avancé con timidez. Solo quería envolverlo entre mis brazos, tenía que hacer el intento antes de que enfrentáramos otro desastre que amenazara con arrebatarnos la vida.
Lo acorralé en medio de una barrera imperceptible, de la que no trató de apartarse, para mi conmoción. Pronto, entendí que mis verdaderas intenciones estaban opacando a la idea original, que estas representaban un atentado a lo que consideraba fiel y certero. Fui una hipócrita al recalcar la magnitud de los límites cuando anhelaba traspasarlos.
El deseo estaba presente en su aroma. Observó mis labios por un segundo, y luego se detuvo en mi mirada contundente, como si anhelara que yo concretase lo que había comenzado.
Alcé la mano con la finalidad de acariciarle la mejilla, pero desistí cuando se me adelantó en recuperar la cordura con un movimiento sutil seguido de varias negaciones, unas cuantas de parte suya, y otras por las que yo no fui capaz de hacer.
—Aguarda —dijo con voz trémula, y tragó grueso.
Sus latidos se pronunciaban con fiereza en medio del silencio anonadante. Combinados con los míos y lo entrecortado de nuestra respiración, no resultaron fáciles de eludir.
Colocó sus manos en el espacio gravitacional que todavía quedaba entre ambos, en observancia de que debía alejarme. Jamás me puso ni un dedo encima, evidenciando que era congruente con hechos y acciones.
—No necesito que me lo agradezcas, n—no de esa forma —añadió.
No tuve más remedio que resignarme a apretar el puño mientras formaba una mueca de desagrado, seguida de un suspiro.
—¿Qué sucede conmigo? —pregunté con cierta vergüenza, sin esperar que contestara. Me devolví a mi posición de inicio, tocándome la frente.
Nunca había atentado contra su espacio vital de manera tan irrespetuosa. Un balde de agua helada era lo que necesitaba para espabilar.
Me preparé para escuchar una reprimenda que no vio la luz del día. En vez de ello, se levantó para alejarse del sitio del impacto. El peso de su cuerpo desapareció para mostrarme que no estábamos en la misma sintonía.
—Está bien. —Se pasó las manos por el rostro, aún dándome la espalda—. La última vez no conseguí darme cuenta de lo que estaba sucediendo, pero ahora he comprendido que es parte de la confusión que estás atravesando por..., por eso.
—¡N—no es así! ¡Solo estaba haciendo una prueba! —repuse.
Percibí un atisbo de dolor en su rostro. Ya era demasiado tarde como para devolver mis palabras.
—¿Entonces eso es todo lo que represento para ti? ¡Una maldita prueba! —exclamó, llenándose de aire para continuar con el desborde. En el fondo, sabía que era menester escucharlo, aunque no me encantaba—. Desde el principio comprendí que tú no ibas a corresponderme como yo esperaba. Y lo acepté, aunque no te imaginas cuánto me costó, día tras día. —Se cruzó de brazos. Su voz sonaba firme, dejando que saliera una tenue frustración que logró contener. Me habría gustado que no lo hiciera—. Perdóname por lo que estoy a punto de decirte, pero no creo que sea justo que trates de revivir, y mucho menos que te burles de aquellos sentimientos que he enterrado por el bien de los dos, como tú misma has constatado en tu registro.
Pensé en quitarle mi libreta, pues me temía que en un arrebato de furia terminara deshojándola, lo que me obligaría a comenzar de nuevo. Yo también estaba airada, no con él sino conmigo, tanto por haberme tomado la molestia como por el atrevimiento, que fue en vano.
¿Qué pretendía lograr exactamente? Ahora tendría que encerrarme a analizar lo que había ocurrido, ya que estaba claro que poseía argumentos sólidos con los cuales defender su postura, a diferencia de mí. Esto significaba a su vez que no había aprendido nada de mi imprudencia más reciente, y de que él estaba en lo correcto al decir que ya no podía mantener el control como antes.
—No conocía tu lado vengativo.
—Y nunca lo conocerás. Lo reservo para ciertas personas a las que espero no volver a ver en la vida —sentenció. Que no tratase de debatir sobre lo inteligente de mi comentario me pareció ofensivo—. No todos somos iguales. No todos dejamos que jueguen con lo que sentimos ni esperamos que nos pagues con...
—¿Con qué? —lo interrumpí, mirándolo desafiante. Me había figurado hacia donde quería apuntar el rumbo de la conversación, y tampoco podía dejarle la puerta abierta de par en par.
—Nada... nada —se retractó.
Las emociones negativas generan peligrosas sobrecargas de envalentonamiento que se traducen en una serie de verdades engorrosas de escuchar, al grado de que podían parecer insultantes. He ahí lo desastroso de mantenerse callado y esperar a que se cumulen. Ya era hora de sacar unas cuantas a relucir, esto se estaba volviendo monótono. En tal caso, yo quería inaugurar el evento.
—¡Adelante! Dime que crees que soy una coqueta. Que voy por ahí ilusionando incautos y que después los abandono sin sentir ningún remordimiento, drenando sus esperanzas mediante forzarlos a generar un apego hacia mí, del que difícilmente podrán liberarse, uno que al mismo tiempo me vuelve dependiente de ellos y que al final nos lleva a la ruina. —Fui alzando la voz gradualmente, maravillada ante mi repentino valor equiparable al suyo—. ¡Lo que me faltaba!... Cuida tu tono. No permitiré que me ofendas. Comprendo que estás susceptible desde que te dejaron salir del hospital por todo lo que implicó, pero no recales conmigo.
A medida que pensaba en ello, llegué a la conclusión de que quizá se desquitaba sin tener plena consciencia de su modo de actuar. Me consolaba creer que no era él quien se atrevía a pronunciarse en mi contra, sino aquella dimensión oscura que yace escondida dentro de la corteza cerebral, incubadora de malos pensamientos y acciones deplorables.
—Yo no dije eso. —Lucía genuinamente arrepentido de haber insinuado que era el peor ser humano por no haber seguido con el beso.
¿Quién lo entendía? Si accedes, porque accedes, si te niegas, porque te haces la difícil. Esa faceta mía ni siquiera debió ser de su conocimiento, que bueno que logré recuperar el juicio antes de actuar de una forma que me haría avergonzada a perpetuidad.
—Entonces lo piensas.
El remordimiento ya comenzaba a hacer estragos en mi consciencia debido a que yo fui la que lo había tratado mal desde el principio. ¿En qué momento la actualización pasó a convertirse en una letanía de reproches por sentimientos que supuestamente ya estaban enterrados?
—Tampoco. Lo siento, ¿sí? —Hizo un ademán conciliatorio—. No te alteres. Es que en ocasiones yo... simplemente no sé qué pasa contigo. Eres tan tierna, tan atenta cuando te lo propones, que tiendo a desconocerte. No te cansaste de jurar que yo no te gustaba de esa forma, y ahora casi trataste de...
—Por favor —lo interrumpí, mas no pareció importarle—. Esa no era yo.
—Te hubiera besado de no ser porque estoy consciente de que no sentimos lo mismo, que no sería más que un intento desesperado por demostrarte a ti misma que aún sientes algo por él. —La velocidad con que me transmitió el mensaje volvió imposible mi afán de desentenderme—. Yo soy el que siempre sale sobrando.
Muchas de las cosas que se narran aquí las viví con quien fue mi mejor amigo en cierta época, creo que la nostalgia fue un poco evidente. No sé, me pareció una buena forma de recordar buenos momentos...
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