Capítulo 43| Aquella noche, parte III: Atentado
—Claramente no me estás entendiendo —espeté, y él me gruñó—. Quiero decir, ¿qué haces aquí en la fiesta? ¿Quién es tu intermediario?
—Tch, siempre metiéndote en asuntos que no te competen —me respondió con severidad, dejándome en las mismas.
—Oye, eso no contesta mi pregunta —insistí.
—¿Y por qué debería responderte? —Comenzó a disminuir la distancia entre ambos. Yo retrocedí sin darme cuenta—. Tienes la mala costumbre de transformar cualquier conversación en un interrogatorio.
Le faltaba una buena dosis de moral para culparme por ello, no es que fuera muy colaborativo que digamos.
—Me gustaría que no lo vieras de esa forma, no es mi intención. Es que... no esperaba encontrarte aquí, eso es todo. —Extendí los brazos para señalar el recinto y los dejé caer con pesadez a mis costados—. Nunca se puede hablar contigo en paz, ¿eh?
Apretó los ojos y miró hacia abajo, buscando un ápice de paciencia. Acto seguido, levantó el rostro. Me contempló en una expresión condescendiente, como si se rindiera ante mi terquedad y estuviera dispuesto a contarme la verdadera razón por la que estaba ante mi presencia.
—Supongo que el mundo es más pequeño de lo que imaginas.
—No hace falta que redundes en lo obvio, estaba pensando lo mismo. Aún no lo entiendo... ¿A quién conoces en esta fiesta?
—A muy pocos, en realidad. —Se encogió de hombros, fue avanzando hasta quedar al lado de los sillones—. Reconozco a esa chica que se la pasa devorando todo lo que le ponen en frente, Sasha, si no me equivoco. —Colocó el índice debajo de la barbilla, haciendo memoria—. Vive cerca de mi casa. Y también al niño prodigio de cabello rubio que encabezó una nota en el periódico de hace un par de meses.
—¿Armin?
—Sí, creo que eso decía en el título.
Sonreí al recordarlo; yo también la había leído.
—Levi —dije en son de burla—, de nuevo sigues sin entender a qué me refiero. Mira, te lo voy a plantear de este modo. Esta es una fiesta de graduación, debiste haberte dado cuenta —enfaticé con la ayuda de mi tono sarcástico—. Discúlpame por el atrevimiento, pero no creo que Sasha te haya invitado, y lo mismo va para Armin, así que eso nos lleva a la pregunta del principio: ¿qué haces aquí? Porque yo tampoco te invité...
Esa última frase la dije como para mis adentros. Si acaso me escuchó y decidió pasarla por alto, me vería en la necesidad de agradecérselo.
—Eres realmente molesta, deberías ocuparte de tus propios asuntos —me sugirió con ese desdén de siempre—. ¿Por qué no vas a comer o a bailar con uno de esos mocosos con los que viniste?
—Ay —comencé a reír con desdén—, perdóname por este intento de mantener una conversación normal con una persona que no tiene la palabra «cortesía» en su extenso y refinado vocabulario.
Imité su manera de cruzar los brazos. Tuve miedo de su siguiente maniobra, e incluso así me sorprendió contemplarme en una postura de seguridad fingida, retando al enano gruñón que era capaz de dejarme en el suelo sin mayor inconveniente.
—Además de insolente, respondona. Ya va siendo hora de que alguien te dé una lección, mocosa insoportable.
—Me lo dicen con frecuencia. —En realidad, solo fue una vez. Con esa tuve para aprender a comportarme. Aunque la agitación me había condicionado, me encargué de proyectarle una paz taciturna—. Desconozco la forma en que lidias con personas insufribles. Si tienes algún consejo, estoy en toda la disposición de escucharlo porque me viene de maravilla en este preciso instante, ya que frente a mí tengo a una de esas.
El comentario bastó para que me dirigiera una mirada cargada de furia, de magnitud equivalente a la que cruzó con Erwin el día en que se incorporó a las clases. No recordaba lo filosa que podía llegar a ser, sentí que era un espada que partía mis deseos y dividía mi raciocinio por la mitad.
Por un lado, largarme antes de dar inicio a una discusión acalorada y sin sentido apuntaba a ser la mejor de las elecciones, mientras que, por el otro, la furia creciente en mi pecho debido a la larga letanía de desplantes hacia mi persona me decía a gritos que debía permanecer inamovible. Reconocía que la segunda era mil veces mejor que agachar la cabeza o ahogarme en el silencio de mis propias contriciones.
—Para ser sincera, creo que tú también necesitas una lección de buenos modales, o al menos una sobre cómo tratar a las mujeres —anuncié con voz tranquila, en miras de apaciguar las olas. Levi ablandó la mirada, quedó contrariado ante aquella expresión que brotó de mis labios. Sin pensar en las consecuencias, opté por añadir—: ¿Qué te sucede últimamente? ¿Por qué eres así conmigo?
—¿Así... cómo? —Se dignó a responder luego de un silencio intermitente, en el que cruzamos miradas transitorias que ocultaban tras de sí al tipo de verdades que no se decían con frecuencia.
Ahora que tenía la certeza, sería inconcebible de mi parte que me rehusara a aprovechar su concesión.
Él había dado prueba fehaciente de que nuestros deseos no emergían con el mismo ímpetu, y no planeaba seguir hurgando en el corte que erosionaba mi alma al pensar que no era correspondida. Esto se hizo evidente cuando cobré valor para manifestar un par de hechos que me estaban agobiando.
—Desde el primer día que te vi, supe que no eras el ser más amigable, y que no sería fácil tratar contigo. Cualquiera saldría huyendo de ti sin pensarlo dos veces, conozco ese sentimiento más de lo que me gustaría. A pesar de todo, tú decidiste acercarte, y por alguna razón que aún no alcanzo a comprender, yo te permití hacerlo. Pero ahora pienso que fue un error, y me da la impresión de que te has empecinado en alejarme —continúe mientras iba respirando con pesadez para contener mis emociones—. ¿Por qué...? ¿Por qué no simplemente me dices que te caigo mal? Si es lo que quieres, nunca más intentaré hablarte. Entregaremos el proyecto y será todo. Estoy harta de tomar partido en discusiones tontas que no nos llevan a ningún lado y también de que me insultes ante la menor provocación. Por favor —supliqué luego de alzar la mano a la altura del pecho, sin llegar a tocarlo—, deja de ensañarte conmigo. Si hice o dije algo que te ofendió, lo lamento, necesito acabar con esto.
Él me permitió desahogarme sin interrupciones, y se aseguró de comprender el contexto. Aun así, fue incapaz de darme una respuesta inmediata.
Lo analicé durante unos segundos. Procuró mantenerse oculto de mi vista, incluso me hizo creer que se esforzaba por encontrar las palabras correctas, solo que, a mi parecer, se estaba demorando. Y mi paciencia tenía fecha de caducidad próxima.
—¿En verdad no piensas decir nada? —demandé su respuesta—. Al menos demuéstrame que estabas escuchando, es horrible sentir que hablas con la pared.
Le di la espalda y me volví en dirección hacia el balcón. Estaba dispuesta a alejarme de la zona de guerra.
Levi había encendido el fuego, como de costumbre, pero por esta ocasión yo iba a abstenerme de arrojar la leña. Nada podría arruinarme el espíritu festivo, me lo había prometido a mí misma.
La resignación era mi única armadura. Inusitadamente, me asestó el pensamiento que tuve al inicio de la fiesta acerca de cómo podrían terminar las cosas entre mi acompañante y yo, y de pronto, mostré desasosiego ante mis propias conclusiones, las cuales se orientaban hacia mis sentimientos por él.
El regreso de Colt había alterado mi percepción de unos cuantos asuntos, abriendo viejas heridas que creí curadas, y sanando otras que ni siquiera existían, hasta el instante en el que comencé a meditar en ellas.
Ahora que estaba delante de quien me había gustado desde un principio, la brújula había dejado de apuntar hacia el norte, como si el imán se hubiese descalibrado. Lo único que me constaba era que tenía que volver de inmediato, pues mi estadía allá se había prolongado más de la cuenta.
Sin embargo, Levi había llegado sin previo, como respuesta a una invocación realizada con todas mis fuerzas, desde el fondo de mis más ocultos pensamientos. En su afán de distraerme de mi verdadero objetivo, se había atrevido a interrumpir mis planes de volver. Eso no había sido obra de una coincidencia.
Se trataba de una posibilidad remota, pero creí que me estaba espiando, solo que no alcanzaba a dilucidar cuánto tiempo se había mantenido en las sombras ni por qué decidió salir de su escondite. Mantenerme a su lado no era una opción, por más que lo ansiara.
Entonces, apreté el puño sobre las correas de mi bolso al sentir pues que se iba deslizando. Ante la negativa de Levi a contestar, convine largarme, aunque por lo visto, él había maquinado otra idea.
Se situó delante de mí, firme como un árbol con las raíces bien profundas. Rodeé los ojos con hastío.
—¿Qué caso tiene quedarme aquí si no eres capaz de responderme?
Ni se inmutó ante mi reiterada invitación a expresarse. Quise esquivarlo, mas él logró anticiparse a todos mis movimientos, devolviéndome a mi lugar con una seña conciliatoria. En la cumbre de mi raciocinio comenzó una lucha interna para contener el enojo ante su actitud fuera de lugar.
—Usaste... usaste la pulsera —mencionó de repente.
Yo la cubrí por instinto. Pensé en lo curiosa que había sido mi elección de atuendo, porque combinaba con el accesorio. No tenía una respuesta inteligente para refutar aquella observación.
—¿Es en serio? ¿Acaso escuchaste algo de lo que te dije?
El aludido permaneció inalterable.
Toda la calma que me había costado reunir comenzaba a evaporarse, como el agua de un arroyo en un caluroso día de verano. Pronto, no quedaría ni una gota. Terminaría perdiendo el control, dando lugar a un encontronazo desagradable.
Ante su negativa a dejarme avanzar por las buenas, consideré buscar una solución pertinente, una en la que no tuviese que recurrir a la violencia, aunque no me negaba a dicha posibilidad.
—No me caes mal. Tampoco hiciste nada que me ofendiera.
—¿Se puede saber entonces por qué estás tan molesto? ¿Por qué de repente dejaste de hablarme, otra vez?
Nada.
La furia en los tendones de la pierna me preparaba para darle un efectivo puntapié. Después, saldría corriendo. Y es que la falta de respuestas me carcomía, era una de las variables que todavía pasaba por alto cuando optaba por "conversar" conmigo.
Hábilmente, esquivó mi maniobra. A cambio, realizó un cruce rápido con sus piernas, doblando la mía. Hizo que perdiera el equilibrio. En un abrir y cerrar de ojos, acabé tirada en el suelo, boca arriba, tal como vaticiné.
Apreté los dientes y gruñí con molestia mientras me giraba en búsqueda de su sombra. Entonces, repetí mi idea inicial. El resultado fue satisfactorio: lo había obligado a tomar una cucharadita de su propia medicina, logrando que se desestabilizara. Aterrizó justo al lado de mí.
Una vez que ambos estuvimos en posición decúbito supino, no pude contener la risa.
Me vanaglorié por haberlo obligado hasta cierto punto a enfrentar sus propios sentimientos negativos, creí que le serviría como escarmiento. No le iba a otorgar el gusto de hacerse el interesante, y tampoco quería asociar esta fiesta con un recuerdo manchado de amargura. Era preferible que fuese uno agradable, digno de contar una y otra vez.
No esperé a que me ofreciera ayuda para levantarme, sabía que no iba a hacerlo. Comencé a sacudir el polvo que se había adherido a mis espaldas, y me aseguré de quitarlo de mis brazos.
—Justo a esto me refería cuando te dije que necesitabas aprender a tratar con las mujeres. No puedes ir por la vida tacleando a toda aquella que se te ponga en frente —dije.
—Ella se lo buscó —respondió mientras se acomodaba la corbata, tratando de mantener la serenidad que le había arrebatado. Que hubiera comprendido la referencia me hizo ver que ese silencio era pura fachada.
—No me digas —ironicé—. ¿Y también era parte de tu plan perder el equilibrio?
Retrajo el cuello, dándome a entender que se avergonzaba por su derrota. Aún me invadían unas enormes ganas de abrazarlo cuando realizaba ese gesto.
—Un movimiento tan estúpido no formaría parte de mis planes —repuso.
—Cielos, en verdad eres insufrible —Y continuaba añadiéndole peso al costal de las decepciones que cargaba sobre mis hombros—. No quieres dejarme ir, pero está claro que no soportas que esté un minuto más aquí contigo. ¿Qué es lo que pretendes en realidad?
Moví mi mano frente a sus ojos para llamar su atención, con el mismo resultado desfavorable.
Existen personas capaces de bajar el ánimo en un santiamén, que con unas cuantas palabras transforman la alegría en zozobra, te desarman y te condenan a hacerle frente a tus inseguridades. Solía pensar que yo formaba parte de ese grupo, mas ahora me inclinaba a afirmar que él me había arrebatado el puesto. Aquello resultaba aún más desesperante porque, a diferencia de mí, ni siquiera tenía que empeñarse, le salía natural.
—¿Sabes qué? Estoy harta de ti y de esa actitud indispuesta a contestar una sencilla pregunta. No sé por qué estás tan enojado, pero debes entender que yo no tengo la culpa, y no voy a permitir que te desquites conmigo —concluí. Me clavó la mirada con seriedad, yo ya no estaba de humor para notarlo. Mi tono de voz se volvió monótono, al igual que el suyo—. No sé qué diablos haces en esta fiesta, ni siquiera me importa. Te lo pregunté por mera cortesía. Espero que te la pases bien el resto de la noche, supongo que a eso viniste, ¿o me equivoco? Si no te molesta, hay alguien esperándome abajo.
Absorta en emprender la retirada, avancé a paso veloz cuando el vaivén del aire chocaba contra mis mejillas, sin embargo, el agarre de su brazo me detuvo. Me dio la vuelta hasta que quedamos de frente.
Comencé a forcejear para que me soltara, porque a pesar de que su tacto me brindaba cierto grado de tranquilidad, mi furia debido a su silencio resultaba mayor, y esta ahogaba el deseo de mantener la cercanía entre ambos.
—Dime de una buena vez qué demonios quieres. No te entien...
Comenzó a acortar la distancia que nos dividía, solo que esta vez, de manera consciente y determinada. Su fuerza terminó subyugando la mía, por lo que los hombros comenzaron a dolerme. Se me complicó seguir oponiendo resistencia.
Mi corazón empezó a latir con desesperación, tanto así que me dieron escalofríos al creer que podía salirse de su cavidad. Mis piernas estaban listas para salir corriendo, como lo determiné desde el principio, pero la señal encargada de enviar las órdenes se había visto interrumpida, me fue imposible moverme.
La ira que había crecido en mi interior fue disminuyendo gradualmente, se agotó con la misma fuerza que él aplicaba a su agarre.
Lo observé con incredulidad, contrariada ante su atrevimiento. Solo escuchaba el ruido de mi garganta aclarándose. Hasta consideré darme un pellizco en el brazo para comprobar que seguía despierta y en mis cinco sentidos.
—¿N-no te enseñaron a respetar el espacio vital de los demás? —demandé con un hilo de voz que me costó emitir, desviando la mirada.
Tensé la mandíbula ante la falta de lenguaje. Quería decirle tanto, pero mi habla se vio impedida; evitar su siguiente maniobra y entregarme a ella sin dudarlo; congelar este instante mediante interferir con el paso del tiempo...
Su capacidad de atracción era más fuerte que mi incertidumbre, e inclusive que el pudor que me ayudaba a sustentar la imagen de una chica que seguía las reglas al pie de la letra y que siempre estaba dispuesta a echarle una mano a los demás sin pedir una contraprestación.
Ahora bien, si pretendía actuar conforme a lo que yo estaba pensando, no hubo manera de saberlo. Mis oídos comenzaron a zumbar con insistencia cuando en la planta baja se mezclaron gritos de miedo y voces amenazantes.
Ambos nos dirigimos miradas confundidas ante la falta de información que se podía obtener desde aquel lugar remoto. Un estallido retumbó en las paredes, seguido de clamores angustiosos. En el ventanal se abrió una grieta que, por fortuna, no llegó a romperlo.
—Levi, mi familia está allá abajo —emití un gemido ahogado de preocupación.
Por inercia, me dirigí rumbo a la salida. Necesitaba verificar que nadie los había herido, que estaban tal y como los dejé antes de escabuirme. Pero Levi me detuvo al colocar su antebrazo sobre mi clavícula.
—No, quédate aquí.
—Pe... pero... —Sentí que me habían arrancado las cuerdas vocales.
—Quédate aquí, o te juro que voy a atrancar la puerta. —Me miró, resuelto a cumplir su palabra—. No debes arriesgarte a perder la vida de manera estúpida, ni siquiera sabes con quiénes estamos lidiando.
—Es obvio que no puede ser nada bueno si se escuchan disparos. —Mi burdo intento de broma no funcionó para calmar la marea creciente de emociones negativas que se me estaba formando.
Sentí una vibración que venía de mi bolso. Al tomar mi celular, encontré varias llamadas perdidas de Colt. Cuando iba a marcar para devolvérsela, entró una suya en el instante en que lo vi llegar con una expresión que dejaba entrever su desasosiego.
—Al fin te encuentro, pensé que te habías ido por el desagüe.
En un contexto diferente, me habría reído. Por ahora, los chistes no tenían cabida, ya lo había comprobado.
—Colt, ¡¿qué está pasando allá abajo?! —pregunté, siendo incapaz de contenerme.
Hizo una seña para indicarme que bajara la voz. Eso terminó aumentando la ansiedad que había experimentado desde el abrupto cambio en el primer piso.
Se hiperventilaba. Incapaz de articular una frase, miró en todas direcciones, a la espera de encontrar la mejor contestación escrita en la atmósfera, una que estaba impregnada de terror.
—¡¿Y bien?! ¡Habla! —insistí.
—L-lo que sucedes es que... unos tipos irrumpieron en la fiesta, le ordenaron a todo el mundo mantenerse en silencio. No sé qué estén buscando, pero están... armados. Es lo que alcancé a ver desde el barandal cuando venía para buscarte —explicó, en un vano intento por contener la calma.
—¿Qué hacemos?
Lo había lanzado de forma retórica, sin la intención de recibir una respuesta coherente.
—Podemos averiguar qué quieren —dijo Colt.
—Qué gran idea, deberían darte un premio. —Lo miré con displicencia.
Era por ese tipo de respuestas ilógicas que nunca lo designábamos para proponer soluciones cuando nos encargaban un trabajo en equipo.
Percibí la mirada de Levi de reojo, como en afán de recordarme que yo estaba en una situación parecida hace unos cuantos segundos atrás. Me cohibí por juzgarlo con dureza.
—No saben que estamos aquí —añadió Levi en tono cauteloso.
Comprendí que nos estaba sugiriendo mantener la quietud y poner el nerviosismo en cautiverio. Debería convenir trasladarme una buena cantidad de la paz que lo dominaba.
—Pero puede que vengan a inspeccionar en todos los rincones —señalé—. En tal caso, llamaré a la policía.
Casi se me resbaló el aparato de las manos, fluyó como si me hubiesen untado mantequilla. Mis dedos tampoco respondían, se engarruñaron de la nada. Esa distracción fue suficiente para que él lo viera como una oportunidad de escaparse.
—¡Colt! ¡Oye, oye, detente! ¿A dónde crees que vas? —Avancé lo más rápido que pude permitirme y lo sujeté por el antebrazo.
—Sabes que no puedo quedarme aquí sin hacer nada, mi hermano está entre la multitud. —Apuntó hacia el hueco de la salida. Sus movimientos espasmódicos me confirmaron que estaba fuera de sí, y tuve el mal augurio de que no sería sencillo lograr que cambiase de opinión.
—Aguarda —ejercí mayor presión a mi agarre—, uno no va y enfrenta a ese tipo de personas con la esperanza de salir con vida, ¿entiendes? ¿Qué pasa contigo? ¡¿Acaso quieres morir?! —Comencé a gritarle, como para hacer que despertara de ese estado de aletargamiento que no le permitía pensar con lucidez.
Esquivó mi mirada acusatoria, apretando los puños. Creí que podría convencerlo de desistir, pero su arrebato resultó inquietante. Pésimo momento para armarse de valor, que rayaba en imprudencia.
—¡Allá abajo está mi responsabilidad! Tú no alcanzas a comprenderlo porque no tienes hermanos —me recriminó, hiriéndome en el acto—. Solo te preocupas por ti misma.
—Te equivocas... —murmuré—. Te equivocas con creces.
Una por no tomar en cuenta el factor emocional, y la otra por su precipitada acusación carente de argumento válidos. A pesar de todo, sabía que no buscaba ofenderme.
Fue la respuesta psicológica de alguien que había estado sometido a altos niveles de estrés y especulación paranoica, alguien que se encontraba a punto de explotar como una bomba de tiempo.
—Lo siento, no quise... —Se llevó ambas manos a la cabeza—. Jamás me perdonaría si me quedo de brazos cruzados.
Mi segundo acompañante carraspeó con disimulo, rompiendo con el aura que habíamos generado.
—Muy conmovedor lo del drama familiar y todo eso, pero dudo que sea momento de ponerse sentimentales —se manifestó Levi.
Lo había ignorado desde la aparición de mi amigo, de modo que su intromisión apuntaba a recordarnos que no éramos las únicas almas en disidencia respecto a lo que acontecía a nuestros alrededores. No por eso resultó menos chocante. También formaba parte de su estilo interrumpir los periodos cargados de emotividad, vaya insolente.
Lo jalé por la manga de la camisa, solo para apartarnos de la sombra de Levi. Esperaba que este último hubiera comprendido el mensaje implícito en mis ojos de mantener la boca cerrada.
—Colt, por favor. Escúchame. Sé que él no hará nada estúpido, es bastante juicioso para su edad y hará lo que sea con tal de no salir lastimado. —Dentro de aquella afirmación se me vinieron a la mente los nombres de tres niños a los que adoraba, en quienes depositaba el entero de mi confianza para que actuaran con discernimiento. Sobre todo, me preocupaba la reacción de Eren, quien tendía a contraatacar sin detenerse a concebir las consecuencias—. Hay otras formas de enmendar tus errores del pasado, créeme que esta no es una.
Escenas transitorias comenzaron a proyectarse dentro de mis pensamientos. Pedazos de lealtad, calma, solidez. Días en los que volamos y en los que nos caímos en un agujero, tiempos de paz y tiempos de guerra. Una promesa duradera que ambos nos hicimos, y que representaba el poder del vínculo que habíamos forjado.
De repente, su empecinamiento cobró sentido para mí. Yo no tenía la facultad de interferir en sus decisiones, era parte de la libertad que nos concedía nuestra condición de amigos. Si yo atentara contra ella, estaría menoscabando los pilares de una las relaciones más sinceras que había entablado a lo largo de mi vida.
Mi preocupación no disminuyó en lo absoluto, pero tras abrir y cerrar los párpados unas tres o cuatro veces, supe lo que debía hacer.
—No es eso, es que yo...
—Lo entiendo. —No pareció creerme—. Como lo oíste. Pero prométeme una cosa: tienes que volver con vida. Yo... te necesito. No lo olvides.
Su mirada se llenó de determinación, que me fue transmitido como las ondas sonoras. Asintió al mismo tiempo que se soltaba de mi agarre.
—Espera —dijo Levi cuando percibió mis intenciones de seguirlo—. Has lo que dijiste: llama a la policía. Traeré a ese idiota de vuelta. Estamos más seguros aquí, por ahora.
Caminé rumbo al balcón, pensando en sellar la entrada. Iba a hacer lo mismo con el otro acceso. Al darme la vuelta, me topé con la contradictoria sensación de confinamiento forzado. Tal como Levi me había advertido, había trabado la puerta, dejándome sin escape.
Me siento muy feliz ante el alcance de la historia, por los comentarios, votos y sobre todo, porque ya tengo a varias personitas que he puesto en lista de espera para dedicarles los siguientes capítulos❤.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top