Capítulo 41| Aquella noche, parte I: El comienzo de la velada

Justo como habíamos acordado, Colt vino a recogerme a mi casa a eso de las seis de la tarde. Fui incapaz de contener un ataque de risa cuando lo observé de pie junto al auto, con un atuendo impecable y los zapatos bien lustrados. 

No acostumbraba reparar en lo guapo que luce cuando decidía ponerse ropa formal y acomodarse el cabello. Sin embargo, no permitiría que su gallarda apariencia me intimidara.

Estaba segura de que le arrebataría suspiros a más de una en cuanto arribáramos al salón. Y es que cualquiera se sentiría honrada de tener un novio bien parecido, pero mi nombre ya había sido eliminado de la lista de posibles candidatas. Únicamente pensaba en cómo iba a soportar el juego de las veinte preguntas con Mikasa, porque seguro creería "lo evidente".

Me levanté más temprano de lo común, pues sabía que arreglar mi cabello representaba todo un desafío. Busqué el tutorial del maquillaje que pensaba recrear; lo había estado ensayando desde que caí en cuenta de la cercanía de la celebración. Al fin vería el resultado de mis intentos encarecidos por lograr una imitación decente.

Cuando las sombras alcanzaron la intensidad que deseaba, hice el corte en mi cuenca y lo rellené con glitter de color plateado, que fijé con pegamento para pestañas. El resto fue menos tardado, aunque me aseguré de colocar una cantidad extra de base para tapar unos granitos incómodos, de esos que brotan precisamente cuando se necesita lucir una piel impecable.

Guardé el pegamento, un estuche de polvo compacto con espejo, varios curitas y mi teléfono en un bolso de mano que tomé de entre las pertenencias de mi madre.

Cuando echaba un último vistazo a mi imagen, no pude evitar concentrarme en el florero del que se desprendía un azul celestial, encantador a la vista. Ese regalo de alguien que tenía mis sentimientos en constante fluctuación, aunque no pudiera obtener lo mismo a cambio.

Sea lo que sea que haya utilizado Hange para prolongarles la vida, había surtido efecto. Estas seguían luciendo como al principio, a pesar de que ya habían pasado un periodo considerable sin probar una sola gota de rocío.

Algunos pétalos se habían desprendido, inevitablemente. Se veían resecos en el borde, pero conservaban su tonalidad característica. Todavía emanaban una dulzura embriagadora, de la que me gustaría obtener la esencia para rociarla sobre mi piel. O tal vez, a modo de recordatorio de una emoción lejana, que en algún punto yo creí certera.

Tras un prolongado suspiro, bajé las escaleras, aferrándome al barandal.

—Vaya, hasta que por fin te bañas —bromeó Colt en cuanto me vio salir por la puerta.

—Lo mismo digo. No cabe duda que el agua y el jabón hacen milagros, incluso transforman vagabundos en príncipes.

—Ja, ja. Qué graciosa —replicó una vez que abrió la puerta del auto y me ayudó a subir.

—Deberías ir a fiestas más seguido. —Le guiñé el ojo.

El día estaba despejado. Las condiciones apuntaban a que el clima sería agradable, de modo que no consideré llevar un suéter.

Durante el trayecto, Colt me contó la historia de cómo consiguió el smoking de último minuto y la broma que le había gastado a Falco, haciéndole creer que habían perdido el suyo en la tintorería. Me reí tanto que me dolía el estómago y le pedí que se detuviera, solo que no me hizo caso.

—¿Estás seguro de que sabes la dirección? —inquirí con cierta desconfianza, tras darme cuenta de que llevaba bastante tiempo conduciendo sin un rumbo fijo.

—Claro que sí. Falco me obligó a revisarla un millón de veces, «para que no te vayas a perder» —lo arremedó—. Es el único por estos rumbos.

En efecto, el lugar se hallaba en lo más recóndito de un exclusivo condominio allanado de casas enormes y lujosas.

Para llegar, era necesario subir por una colina un tanto empinada. A los alrededores había una hilera de árboles en forma de cono, que adornaban el camino con pequeñas luces distribuidas a lo largo de una estructura metálica semicircular.

Conforme el auto se acercaba, comencé a notar columnas de luz apuntando al cielo, moviéndose en varias direcciones. Identifiqué tonos azules, rosados, verdes y amarillos, que se intercambiaban periódicamente, encendiéndose y apagándose en diferentes lapsos.

El flujo de personas transcurría con lentitud. Algunos de los estudiantes bajaban de sus autos y corrían para reunirse con los amigos que iban encontrando a sus alrededores.

El estacionamiento resultó espacioso, así que Colt no tardó en encontrar un sitio cercano a la entrada. Lo convencí de tomarse algunas fotos conmigo junto a la fuente que había en el patio. Le pedimos ayuda a un chico que pasaba por ahí, con el fin de obtener varias tomas de cuerpo completo.

Él se mostró reacio a pasarme la mano por el hombro. Normalmente, no me causaba ningún problema, solo que en esta ocasión estaba al tanto de que lo hacía para reprimir sus sentimientos, lo que me llevó a cuestionarme si debía actuar en consecuencia, puesto que yo había sido la principal instigadora. No podía arriesgarme a seguir acumulando recuerdos con tintes de melancolía.

En la recepción pidieron nuestros nombres para llevarnos a la mesa. La bienvenida consistió en permitirnos elegir entre una piña colada y limonada con un toque de alcohol. Yo estuve de acuerdo con la primera opción, mientras que Colt se inclinó por la segunda.

A diferencia de la oleada de calor que inundaba el ambiente, dentro del recinto tenían encendido el aire acondicionado a su máxima potencia. Él me ofreció su saco cuando percibió que abrazaba mis hombros con solidez, pero decidí que aguantaría un rato más. Quería lucir mi vestido.

Avanzábamos debajo de los candelabros que iluminaban el salón principal y los elegantes adornos que reposaban sobre columnas de mármol talladas.

Al fondo habían colgado un letrero enorme en el que se leía el mensaje: «Felicidades Clase 104», el cual era difícil de pasar desapercibido. También encontré un collage con fotos de los alumnos que conformaban aquella generación, realizando distintas actividades que de seguro representaban su esencia.

Al analizarlo bajo lupa, encontré una imagen de Eren durante un partido de baloncesto, anotando un punto, una de Mikasa tejiendo en lo que parecía ser el club de costura, y una de Armin con el equipo que representó a la escuela en el Torneo de Conocimientos, sosteniendo un trofeo, entre otras de alumnos a los que no reconocía.

Habían acomodado las mesas de forma rectangular, de modo que la pista de baile quedaba en medio, mientras que el grupo se mantenía al frente, sobre el escenario. La nuestra se ubicaba en el fondo, en la esquina superior izquierda. Del lado derecho se alzaban unas escaleras en forma de caracol que conducían al segundo piso, en donde creí que habría una terraza.

Me alegré al darme cuenta de que mi familia ya estaba acomodada. Todos me dedicaron una cálida sonrisa en cuanto me vieron. Eren, Mikasa y Armin me rodearon en un abrazo grupal que me pareció de lo más acogedor. Todos lucían simplemente magníficos.

Mikasa llevaba un vestido rojo con el escote en forma de uve, que llegaba hasta el suelo. Contaba con lentejuelas doradas a lo largo del corsé. De los tirantes se desprendía un largo trozo de tela que le cubría los hombros a modo de capa. Se había recogido el cabello en un moño bajo con el flequillo sobre las cejas.

Eren optó por un traje en color negro, con camisa blanca y corbata roja, similar al del vestido de Mikasa. Como se negaba a cortarse el cabello, se lo había amarrado a la altura de las orejas en una especie de media coleta, dejando varios mechones sueltos que le cubrían la frente. La última vez que lo vi ni siquiera se preocupaba por peinarse, andaba feliz de la vida con su melena desordenada. Supuse que esto había sido un gran avance.

Armin portaba un traje gris oscuro, con camisa negra, chaleco y la corbata a cuadros, ejerciendo un balance perfecto entre la gama de colores. También me sorprendió el cambio radical que le otorgó un simple corte. Hasta ahora, siempre había lucido un aspecto infantil que reforzaba su inocencia. Sin embargo, se había rapado las sienes y la nuca, mientras que la parte de la coronilla la llevaba degrafilada de una manera que le otorgaba bastante volumen. Quizás ahora tenía el porte de un adulto, pero aun así yo no podía dejar de verlo como a un bebé.

Les entregué un pequeño obsequio a cada uno. Para Eren, había comprado una navaja suiza multiusos que conseguí por internet. Para Armin, una pluma de lujo que venía en su estuche, y para Mikasa, una colonia con olor a frutas tropicales. Todos venían acompañados de su respectiva dedicatoria en un papelito doblado y amarrado con un listón.

—Kim, no debiste molestarte —dijo ella.

—Mikasa tiene razón, Kiomy, no debiste. De todos modos, te lo agradezco mucho —añadió Armin.

—Concuerdo con ambos. ¿Qué clase de regalo es este, Kiomy? ¿Acaso me estás diciendo que soy un maleante? —exclamó Eren con una media sonrisa, y todos reímos ante tal ocurrencia.

—Es para que te defiendas, Eren. No subestimes cuándo una cosa de esas te puede sacar de un apuro. —Le sonreí con malicia.

Mikasa lo tomó del brazo, indicándole que ella se encargaría de resguardar los obsequios en su bolso.

Procedimos a ocupar nuestros asientos. Me ubiqué entre Armin y Colt, a quién llamé con la mano para que se sentara a mi izquierda. La mesa contaba con ocho asientos, pero noté que uno se quedó vacío.

Les presenté a mi amigo en un intento por mitigar la vergüenza que me invadió por haberlo pasado por alto. Ante la entrega de regalos, había omitido por completo explicar quién era mi acompañante.

—¿No se suponía que ibas a traer a esa amiga tuya? Hange, creo que se llama —dijo Eren en un tono que me dejó entrever que mi elección de compañía no le había agradado.

—Eren —intervino su padre, y mi tía le lanzó una mirada de advertencia.

—Ah, ella, sí... Pues, se le complicaba venir y no quise desperdiciar el pase. —Encogí los hombros.

Colt se integró en el grupo casi de inmediato, sin tomar en cuenta la mirada acusatoria de Eren. En poco tiempo, todos estábamos muertos de la risa ante sus comentarios irreverentes. No obstante, unos minutos después se disculpó tras ver un mensaje en la pantalla de su celular.

Dijo que su hermano había llegado y, como buen hermano mayor, se veía en la necesidad de ir a aquella mesa para inspeccionar cómo se encontraba. Sobre todo, iba a recordarle que lo estaba vigilando, y que podía aparecer detrás de él cuando menos lo esperase. «Pobre niño», pensé mientras sentía la calidez inundando mi pecho.

—Kim, sabes que no le diría a nadie que él es tu novio, ¿por qué no lo admites de una vez? —susurró Mikasa.

Eren y Armin conversaban sobre otros temas. Ahora ella ocupaba el asiento de Colt.

—Mikasa, en serio es mi amigo, nada más. —Solté una risilla nerviosa y cubrí mis labios con la palma de la mano—. Aunque, si te soy sincera, en algún punto de mi vida llegué a enamorarme de él, y él también estuvo enamorado de mí —confesé.

Se mostró atenta mientras le contaba la historia del par de incautos que, por dejar pasar el tiempo y negarse a admitir lo que sentían de manera abierta, perdieron la oportunidad de formar una relación amorosa que habría tenido éxito. Se le escaparon varios suspiros de ternura, y casi gritó de emoción cuando llegué a la parte del reencuentro.

—A veces te enamoras de la persona correcta en el momento equivocado. Pero no es culpa de nadie. Simplemente las cosas no se dan y no hay nada que puedas hacer. En lo que a mí respecta, no me arrepiento de nunca haber llegado a ser su novia, porque a cambio gané un amigo leal que haría cualquier cosa por mí, así como tú con Eren —comenté en voz baja, esperando que no escuchara la última frase.

Me di cuenta de mi error cuando casi se ahogó con el vaso de limonada. El aludido volteó hacia nosotras, pero cuando le hice una seña en afán de que no se preocupara, volvió a lo suyo con Armin.

—No me lo tomes a mal —continué. Ella se aferró a la tela del vestido, sin establecer contacto—. Lo cierto es que por más que quise convencerme a mí misma de que todo lo que hacías por él era en agradecimiento por haberte salvado, llegó un punto en el que ya no pude sostener dicha hipótesis. Digamos que tú misma me ayudaste a corroborarla.

—¿He sido tan obvia? —preguntó con cierta tristeza.

—No lo creo, de otro modo, yo no habría sido la primera en hacértelo saber. —Le tomé la mano—. Tranquila, no se lo diré a nadie. Si algún día necesitas ayuda, no dudes en pedírmela. Siendo sincera, no me gustaría que te ocurriera lo que a mí.

Antes de que pudiese retractarme por el trasfondo de mi declaración, el maestro de ceremonias ya se encontraba en el escenario. Nos pedía que guardáramos silencio para dar inicio formal a la celebración. Dio un par de golpecitos al micrófono para comprobar que se escuchara, se aclaró la garganta, y comenzó a hablar en tono solemne:

—Buenas noches a todos ustedes compañeros, padres de familia e invitados que nos acompañan esta ocasión. Les damos una cordial bienvenida al evento de fin de curso de la clase 104 del Instituto de Estudios Técnicos del Distrito de Shiganshina.

El recinto se inundó de aplausos. Colt se reincorporó mientras tanto en el sitio que solía ocupar Mikasa, y volvimos al acomodo original.

—Agradecemos su puntualidad y la buena disposición que demostraron para que este evento tuviera éxito. Por encima de todo, esperamos que al final de esta noche todos regresen a sus hogares con un excelente recuerdo, uno digno de la despedida de nuestros queridos estudiantes. A continuación, le cedo la palabra al director de este plantel, el Licenciado Keith Shadis.

Sí, se trataba del mismo que da clases en mi universidad. Aún no lograba comprender de dónde obtenía el tiempo para mantenerse el frente de una institución y ser uno de los mejores profesores en la que yo asistía.

Nos agradeció por haber asistido, recordando que el éxito de los estudiantes se debía en gran parte al apoyo de sus familiares y otras personas importantes que se convertían en un ejemplo a seguir a medida que iban creciendo. Alabó con creces el esfuerzo de aquella generación, se refirió a ellos como una de las mejores que habían caminado por los salones de la escuela. Hizo hincapié en que, sin importar el camino que eligieran a partir de ahora, debían mantener la vista al frente y nunca darle cabida a la mediocridad ni al conformismo.

A continuación, tuvo lugar el último pase de lista, en el que les entregarían una carpeta con el diploma de acreditamiento de todas sus materias. Por orden alfabético, Mikasa y Armin eran de los primeros, mientras que Eren quedaba justo en medio.

No pude evitar fijarme en una chica que gritó como loca desde su mesa cuando mencionaron a un tal Connie Springer. Casi se ahogó con los chocolates que se estaba comiendo a modo de aperitivo, y su padre tuvo que darle unas cuantas palmadas en la espalda. Sus hermanos reían estruendosamente.

En apariencia, todos se llevaban bien. La división tampoco se notaba, si es que existía. Había pasado un buen rato desde que no me encontraba con un grupo así de unido, no me dio la impresión de que estuvieran deseando nunca volver a verse después de esta noche.

En seguida, procedió a entregar algunos reconocimientos para los alumnos más destacados. En tercer lugar, mencionó a un chico llamado Jean, cuyo apellido no comprendí al instante. En su mesa se armó un alboroto ante el nombramiento, y una mujer mayor, que deduje era su abuela, rompió en llanto cuando este se puso de pie.

—Después de todo, el cara de caballo no es tan idiota como parece —dijo Eren. Mikasa le lanzó una mirada desaprobatoria y Armin contuvo la risa.

El segundo lugar le correspondía a una chica llamada Ymir, a secas. Aquella expresión carente de emociones y la falta de interés por celebrar dicho logro me recordaron a mí misma. Pero algo me decía que se sintió afortunada de haber encontrado una persona cuya bondad la envolvió y la ayudó a ser mejor de lo que ya era, de acuerdo con la historia que me contó Mikasa. ¿Por qué será que me sentí identificada cuando ni siquiera la conocía?

El tan esperado primer lugar le correspondió a Armin, lo cual no me tomó por sorpresa. Al escuchar su nombre, no captó que debía levantarse. Se acercó tímidamente hacia el escenario dando traspiés. Comenzamos a gritar de alegría y a lanzarle felicitaciones desde nuestro sitio, al igual que sus compañeros.

Después, se anunció que comenzarían a servir la cena, que constaba de un menú de tres tiempos. Como primer platillo, sirvieron crema de champiñones con trocitos de pan tostado. La comida fuerte consistió en pierna de res enchilada, acompañada de puré de papas con espinacas y una ensalada de manzana, lechuga y frutos secos. La bebida podía ser agua de limón o algún tipo de bebida alcohólica, que se debía pedir a quien atendía la mesa.

Eren dejó su plato limpio en breve, manifestando el deseo que le sirvieran de nuevo. Incluso estaba dispuesto a arrasar con el que le correspondía al asiento vacío. Pero su madre le quitó las intenciones de una forma muy graciosa, llamándolo glotón y pidiéndole que se comportara.

Mikasa y yo nos miramos con cierta vergüenza ante ese regaño, ya que no era la primera vez que lo veíamos comer como si lo hubiesen privado de dicha necesidad básica. Al final, Eren no tuvo más remedio que conformarse con su ración, solo que Armin se compadeció de él y le pasó un pedazo de carne en una servilleta por debajo de la mesa. Creyeron que no lo noté, pero lo hice.

Todavía me daba vueltas el hecho de que el lugar libre continuaba en esas condiciones, por lo que decidí brincar una silla para situarme junto a Eren y averiguar de una vez por todas de quién se trataba. Necesitaba saber de qué me había estado perdiendo.

—Me gusta ese estilo que llevas ahora. ¿No te han pedido que te lo cortes? —Comencé a jugar con su cabello, no pareció molestarle.

—Sí, a cada rato.

—Invitaste a alguien que claramente no conoce lo que es la puntualidad. —Miré de refilón hacia el sitio que brillaba por la ausencia de un ocupante.

—Eso es lo que más me preocupa, que no ha llegado todavía. No es el tipo de persona que se retrasa. —La inquietud se le derramaba por los ojos.

—Y a propósito, ¿de quién se trata? ¿Alguna amiga secreta de la que no me hayas contado? —insinué.

—No, Kiomy —rio con sutileza—. El asunto no va por ahí. —Observó a los alrededores, como temeroso de anunciar la siguiente frase—. Aunque la verdad es que sí se me había pasado hablarte de su existencia.

—Eren, me estás asustando... ¿De quién se trata? —Fruncí el ceño y noté mi garganta secarse.

—Kim —tragó saliva—, sé que no es el sitio más adecuado para hablar sobre esto, pero de todos modos tarde o temprano debías enterarte. Qué mejor si lo sabes directamente de mí. —Hizo una pausa para ordenar sus pensamientos. Mi corazón empezó a latir con rapidez, mas no pude discernir con cuánta intensidad se removía, pues el barullo general era aún más fuerte—. Tengo... un hermano llamado Zeke —soltó de golpe.

Me sentí contrariada de no haber sido puesta al tanto de aquella información comprometedora, sin embargo, preferí que Eren me explicara antes de apresurarme a sacar conclusiones.

Resulta que este era el hijo del primer matrimonio de mi tío. La madre había fallecido tras luchar varios años con un terrible cáncer que terminó con su vida en cuestión de meses. Con el propósito de evadir la realidad, él comenzó a dedicarle la mayor parte de su tiempo al trabajo. Uno de sus profesores lo motivó a unirse a la División de Inteligencia Avanzada de la Policía al percatarse de sus habilidades como estratega y su desempeño en el campo de la química.

Zeke se había trasladado a la capital, Mitras, para continuar con su entrenamiento, hasta el día en que apareció sin previo aviso ni la intención aparente de llevar a cabo una especie de venganza.

Mi tía comprendió las implicaciones de aquel regreso, por lo que insistió en que se tratase de reparar la relación padre-hijo que estaba deteriorada por el tiempo. Ella siempre creyó que podrían llegar a ser una especie de familia ensamblada, y en cuanto a Zeke, no tardó en ganarse la confianza de todos ellos, a pesar de que Eren seguía mostrando una actitud reacia a aceptarlo.

—Vaya... El tío Grisha guarda demasiado secretos —declaré una vez que comprendí el panorama de la llegada de Zeke a la vida de Eren—. No sé qué decir, es... complicado de asimilar, ¿no?

Había un fino pliegue entre sus cejas, que dejaba entrever su disconformidad con lo sucedido. Le agradecí en silencio que hubiera confiado en mí y traté de imaginar cómo me sentaría si pasara por una experiencia parecida.

En ocasiones, la verdad desbarataba la imagen preconcebida que se tiene acerca de una persona. Era el detonante que rompía un espejo en mil pedazos, que aunque tratara de unirse de nuevo, no recuperaría su estado original.

—Y que lo digas. Papá es como una caja de Pandora. Como sea, Zeke ha demostrado ser una persona formal que, si te dice que va a llegar a las ocho, estará en la puerta desde las siete y media. —Echó un vistazo al reloj en su muñeca—. Espero que no le haya pasado algo malo.

—Esperemos que no —le acaricié el hombro—, me gustaría conocerlo.

Este capítulo está dedicado a Nife1209. Va con todo mi cariño ❤ por el apoyo que me has dado desde que comencé este proyecto, por generar un montón de teorías (que resultan acertadas🤭) e inundarme de comentarios. 

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