Capítulo 40| Preparativos
Días después, acudí a Hange y Erwin para que me ayudasen a atar un par de cabos sueltos que no me permitían conciliar el sueño como era debido. Sí, estaban relacionadas con mi rescate. Y es que los datos que obtuve tras mi conversación con el pelinegro solamente habían resanado algunas de las grietas. Necesitaba la otra versión para completar el acertijo.
La forma en que se desenvolvieron los hechos ni siquiera me había concedido la ocasión de canalizarlos. Su voto de respeto por mi estado emocional nunca les permitió contarme a grandes rasgos todo lo que había pasado, pero opinaba qu ya era hora de que lo rompieran.
Para mi sorpresa, ambos se mostraron dispuestos a hablar largo y tendido. No hubo rastro de contradicciones en ninguna de las historias, parecían complementarse de manera orgánica.
Entre otras cosas, me enteré de que Hange había estado interrogando a Colt y que logró convencerlo de alejarse de mí, lo que también contribuyó a que salvara su vida. Que trató de pedir un préstamo, el cual le fue denegado, que Erwin había vaciado sus ahorros junto con Levi, y que este último fue quien sugirió el intercambio con el que se negoció mi libertad. Que ninguno logró conciliar el sueño durante la noche que pasaron en casa de él y que dos integrantes del equipo se vieron forzados a "olvidar" sus diferencias para trabajar en equipo con tal de salvarme.
Esa última parte de la historia me pareció atípica, desempolvó un viejo acontecimiento que yacía refundido en las entrañas, pero en el que decidí no ahondar.
—Lo cierto es que nos pidió discreción. No quería que sintieras que habías incurrido en una deuda con él en contra de tu voluntad —dijo Hange—. Mucho menos que te elaboraras una idea errónea acerca de su pasado.
—Ya sabes cómo es. Lo vio como una oportunidad de redimirse —añadió él.
—Vaya... N-no sé qué decir. Es demasiada información la que tengo por asimilar. —Me llevé la mano a la frente—. Oigan, en serio lamento haberlos puesto en peligro.
—No tienes que disculparte por ello —me animó ella. Ambos me dedicaron una sonrisa cálida.
—Lo sé... Solo es que no dejo de creer que yo tuve gran parte de la responsabilidad y no he aprendido a sobrellevarla, del todo. Levi es... tan extraño. Un grosero de vocación, intratable y amargado. Pero al mismo tiempo, un alma dadivosa cuando se lo propone. —Una sonrisa comenzó a dibujarse en mi rostro, lo supe cuando los músculos sufrieron una contracción extraña—. Si tan solo supiera cuanto lo... —me cohibí ante las miradas insinuantes de mis amigos—, lo aprecio. Sí, es lo que iba a decir.
Puede que no haya sido una actuación muy convincente. Al menos me permitió huir de la verdad, por un instante.
Hange se entusiasmaba con este tipo de eventos, solo que yo no sabía hasta qué grado. Digamos que se tomó muy a pecho la encomienda de convertirse en una especie de asesora, y sus recomendaciones fueron bastante oportunas.
Me probé todos los atuendos de los que mis ojos se enamoraron a primera vista. Conforme pasaba el tiempo, más difícil me resultaba decidirme por uno. Por supuesto, ella contribuyó mediante una gran cantidad de halagos y cumplidos que le agradecía. Jugar a ser modelo era agotador.
La última tienda que visitamos antes del evento fue la ganadora. Quizá se debió en parte a que el tiempo se agotaba, de modo que la presión influyó hasta cierto punto.
No era tan elegante como las anteriores, hasta parecía de baja categoría en comparación. Aun así, los modelos se adaptaban a mi perfil: sencillos, sobrios y elegantes. Si no salía de ahí sintiéndome como toda una princesa me deprimiría por unas cuantas horas, y luego tendría que obligarme a salir de la cama para emprender una nueva búsqueda.
Al principio, no encontré ningún modelo que me gustara. Los que eran largos tenían un escote demasiado pronunciado en la espalda o en el busto. Los que contaban con suficiente tela para cubrir la parte del pecho apenas me llegaban a la rodilla. Otros estaban repletos de brillantes lentejuelas, que me parecieron excesivas y, por si fuera poco, causaban picazón.
De todos los peros admisibles, ese fue el que más hizo renegar a una contrariada Hange. Estaba consciente de que carecía de una figura perfecta o envidiable, aunque la herencia de mamá por fin había dado resultados, y ella insistía en que le sacara provecho.
Cuando era adolescente, solía quejarme de que esta se estaba tardando en alcanzarme, pues a mis dieciséis años aún tenía la figura de una niña en pleno desarrollo. Y el complejo empeoró cuando empecé a equipararme con mis compañeras, quienes parecían mujeres desde hacía un par de años atrás.
Estaba convencida de que el razonamiento no cambiaba de forma automática al cumplir la mayoría de edad. No era tan sencillo como reemplazar un chip anticuado por uno moderno, sin embargo, me obligué a dar un giro a mi forma de ver el mundo al llegar a ella. Sabía que nunca lograría ser aceptada si antes yo no me aceptaba mí misma, y que los demás iban a tratarme de acuerdo a la imagen que proyectara hacia el exterior.
En cierta época, me propuse mejorar mis hábitos alimenticios, y también me inscribí en el equipo de atletismo apenas entré a la universidad. La dieta y el ejercicio hicieron su parte al mejorar el aspecto de mi piel, que se había llenado de acné. Todavía conservaba las cicatrices que quedaron como remanente tras varios tratamientos. Eran el recordatorio silencioso de que la perfección es inalcanzable.
Llegó un punto en el que entendí lo que era el amor propio, por lo que decidí que ya no daría un paso atrás por nada, ni por nadie.
Era uno de esos procesos que nos han vendido como la solución a todos los problemas físicos y de paso, mentales, aunque la realidad es que nadie dice exactamente cómo lograrlo. La plenitud es alcanzada a base de madurez, introspección, de cometer incontables errores... Sobre todo, de reconocer que la opinión de otras personas no tendría por qué marcar nuestro futuro. Es una decisión inherente a cada uno, y se toma el día en que nos observamos en el espejo con una actitud más flexible de la acostumbrada.
En cuanto a la vestimenta, me enorgullecía decir que también fue un gusto que heredé de mi madre. Ella era una mujer elegante, que se veía espléndida con cualquier prenda que se pusiera encima. Solía decir que yo no tardaría en seguir sus pasos.
«Si tan solo pudieras verme ahora. Seguro te alegraría darte cuenta de que acertaste en tu predicción», pensé. Me encargué de luchar contra esos pensamientos desalentadores y de nuevo me centré en mi cometido, antes de que se convirtieran en un enjambre de avispas merodeadoras.
Las empleadas de la tienda fueron de gran ayuda cada vez que les devolvía un modelo que no cumplía con mis expectativas, pero en el fondo me sentí culpable de comportarme como una niña caprichosa. Y es que me la pasé resoplando con cansancio durante un largo periodo.
La decepción amenazó con nublar mi paciencia y conducirme a salir por la puerta con las manos vacías, una vez más. El sonido de los ganchos replicando uno contra otro empeoraba la situación. Comenzaba a desesperarme, los pasaba con mayor rapidez y menor delicadeza, hasta que uno de los modelos se robó mi atención de inmediato.
Se trataba de un vestido largo de color azul celeste combinado con finos hilos bordados de lentejuela plateada. No tenía mangas, el escote era en forma de uve y llegaba justo arriba de la boca del estómago. La falda caía con soltura, y estaba dividida en dos partes, de modo que al dar un paso mi pierna se asomaba hasta la altura de los muslos. Tenía el cierre en un costado, y el detalle de los tirantes divididos en varias hebras delgadas que cubrían la espalda formando una equis fue lo que me animó a medírmelo en el probador.
A simple vista, me dio la sensación de que estaba hecho especialmente para mí. No podía dejar de mirarme en el espejo doble que tenía enfrente. Me sentía soñada, como si estuviera dentro de un cuento, tal como Cenicienta cuando vio sus harapientas ropas transformarse en un precioso vestido ante su vista.
Hange entró de repente al probador donde yo seguía contemplando mi reflejo, ensimismada. Llevaba tres vestidos colgando de sus brazos. Los dejó en el tubo que estaba en la pared, aunque ni siquiera hizo el intento de convencerme para medirme alguno de ellos. Mi cara de felicidad le indicó lo obvio.
Se dejó caer en la silla para emitir uno de sus típicos chillidos de emoción mientras aplaudía. Sus comentarios desvergonzados hicieron que se me subieran los colores al rostro, tanto porque concordaba con ella en algunos aspectos como las empleadas de la tienda seguro escuchaban sus ocurrencias detrás de las paredes. Pero yo estaba igual de contenta, así que no me interpuse y la dejé expresarse sin ataduras.
—Este es —anuncié con una enorme sonrisa, que me dejó con una sensación de contentamiento infinito.
Puesto que el vestido me había marcado la pauta, decidí que compraría unas zapatillas de color plateado. Menos mal encontré en seguida un par que se ajustaba a mis necesidades, solo agregaban unos cuantos centímetros a mi altura.
Elegí un par de broches largos con imitación de perlas pegadas en la base. No era hábil haciendo peinados elaborados, por lo que había considerado llevarlo suelto y únicamente darle forma de onda con las tenazas. Me pondría uno a cada lado, justo encima de las orejas, así no representarían un impedimento al inclinarme para comer.
Ambas terminamos hambrientas y agotadas tras el recorrido. Sugerí que tomáramos el elevador rumbo al cuarto piso, en el que se encontraba el área de comida. Una vez ahí, cada quien ordenó un par de hamburguesas y papas fritas, que devoramos de un bocado, sin emitir una sola palabra, hasta que la bandeja se llenó de envolturas.
—Oye, Kim —resopló Hange mientras bajábamos por las escaleras eléctricas—. Lamento no poder acompañarte en la fiesta de graduación. Ese viaje estaba planeado desde hace varios meses, no pude hacer nada para convencer a mis padres.
—Hange —la tomé del brazo—, no hay ningún problema. Yo lo entiendo. Ya habrá alguna fiesta a la que podamos ir juntas, no te preocupes. Cuando eso suceda, prométeme que vendremos juntas a comprar el vestido. —Le dediqué una sonrisa comprensiva, a la cual respondió con un grito de entusiasmo.
—Y si no voy contigo, ¿qué vas a hacer con ese pase extra? —planteó.
Con la emoción del vestido nuevo no me había dado tiempo de pensar en ese ínfimo detalle.
Eren me había apartado un lugar extra, por si quería llevar un acompañante. La doble intención se veía a leguas, sabía que no era obra de su buena voluntad. Obviamente pensé en invitar a Hange, dado que la alegría que irradia es contagiosa y siempre tenía el estado de ánimo que se requiere para disfrutar de una fiesta. Ante el impedimento, la lista de opciones se redujo drásticamente. No contaba con un plan B.
—No pasa nada si no lo utilizo, no tenía a nadie más en mente aparte de ti —dije, tratando de restarle importancia. Mi comentario la enorgulleció, mas yo sabía que no se quedaría de brazos cruzados ante la esquiva respuesta.
Nos sentamos en una de las bancas en el primer piso, frente a una heladería de la que estaban saliendo varias personas que sostenían unos conos enormes.
—Kim, en esas fiestas se paga por platillo. Si Eren te consiguió un lugar extra es porque ellos de seguro ya liquidaron el precio de ambos. No creo que debas desperdiciarlo.
Golpe bajo. No podía permitir que gastaran en aquello que yo ni siquiera tenía la intención de aprovechar.
—Oye, no me hagas sentir culpable. —Le lancé una mirada soez—. La verdad es que no tenía ganas de ir con nadie además de ti, lo sabes.
—¿Estás segura de que no hay nadie más con quién te hubiera gustado ir? —preguntó con suspicacia.
No podía engañarla. Antes de que la respuesta subiera a mi corazón, ella ya la conocía.
—Hange, ¿qué insinúas?
—Oh, nada. —Comenzó a reír—. Solo digo que lo pienses. Ahí afuera existen otras personas a las que no les importaría convivir con tu familia con tal de estar contigo.
—¿Como quién? —Ladeé el cuello, invitándola a proceder con su explicación.
—Siempre dices que no tienes más amigos además de mí, pero yo no creo que eso sea del todo cierto. ¿Qué me dices del enano gruñón?
Un codazo me devolvió al presente tras emitir una risa de fingida desaprobación. No sé por qué le daba alas. Era lógico que él terminaría apareciendo en medio de la plática, y quizá yo misma lo había invocado.
—Jamás —respondí tajante.
—Pero...
—No, Hange —la interrumpí con delicadeza—. No puedo invitarlo y fingir naturalidad durante varias horas. Además, dudo que sea el tipo de chico que disfrute de reuniones elegantes y que se encuentran vigiladas por adultos la mayor parte del tiempo. Descartado.
Lo cierto era que no quería arriesgarme a que me rechazara, o peor aún, que se lo tomara como un mal chiste, como casi todas las cosas que le decía.
Últimamente Levi se encontraba sumido en un estado de amargura más intenso que el de costumbre. Su conducta esquiva me daba a entender que no sabía cómo lidiar con sus emociones. Vivía en una realidad distorsionada, era extraño.
Llegaba al salón cuando todavía se encontraba vacío y se aseguraba de abandonarlo apenas se le presentaba la oportunidad. No cruzaba palabra con nadie, solo abría la boca para denominarse presente durante los pases de lista. Luego de eso, se limitaba a fijar la vista en el pizarrón. Se limitaba a esconderse en sus apuntes, de manera monótona, como si fuera una máquina programada solo para respirar, parpadear y mover los brazos y las piernas.
Se había apartado de Hange, de Erwin y de mí. Aunque para ellos era completamente normal, no podía sacarme de la cabeza que algo malo le sucedía.
Ya decía yo que a raíz de su intento por enderezar los asuntos entre nosotros iba a sufrir una especie de transformación y volveríamos a ser los de siempre. Tendría que mantenerme al margen. A veces era preferible dejar que pasara la tormenta antes de asomarse por la ventana, la "brisa" podría ser una corriente de esas que arrastran con todo a su paso.
—Entiendo. Si no es él, entonces, ¿qué hay de tu amigo el pródigo? ¿No dijiste que ya había regresado?
Había un ligero toque de decepción en su propuesta, aunque a mí no me desagradó del todo. A falta de opciones, prefería inclinarme por la que me ocasionara menor remordimiento y, que a su vez, tenía mayores probabilidades de éxito.
—Sí..., ¡es verdad! ¿Sabes qué, Hange? Lo haré —concluí tras una breve pausa. La expresión en su rostro se volvió frenética ante la repentina corriente de seguridad. Ni yo misma entendía de dónde había obtenido la determinación—. Solo espero que no tenga nada mejor qué hacer, porque de ser así no me va a quedar de otra más que ir yo sola.
Para mi fortuna o desgracia, dependiendo del cristal con el que se mirase, la tienda se ubicaba a un costado del centro comercial, por lo que pensé que sería una gran idea enfrentarlo de una vez por todas.
Estaba realizando el cierre de inventario, como se acostumbraba al final de cada día. Me acerqué sigilosa, pues quería sorprenderlo. No obstante, él sintió mi presencia de inmediato.
—Ey, enana, ¿qué haces por aquí? —Recargó la tabla de madera en su pecho y se puso la pluma detrás de una oreja.
—Yo... Andaba de paso, y se me ocurrió que sería buena idea hablar contigo sobre algo importante.
Me miró, estupefacto.
—Si es por lo de aquella noche en la que me dejaste en mi casa, créeme, no es necesario —dijo en tono confidencial—. No quiero ahondar en el tema, ya lo dejé ir.
—Lo sé... Siempre es mejor fingir que no sucedió nada, ¿verdad? —ironicé.
Colt había estado evitando sacar a relucir lo que sentía al respecto desde que nos volvimos a encontrar, y aunque eso me desesperaba, procuré entender sus motivos. Yo me había comportado igual, a fin de cuentas.
—Por favor, no aquí. No ahora —insistió.
Y así fue como dejó abierta la posibilidad para un futuro no muy lejano.
—Relájate, parece que viste un fantasma. Te pusiste más pálido de lo normal —dije.
Sus mejillas se sonrojaron al oírme. Echó un vistazo a sus alrededores mientras yo empezaba a reír, como mecanismo de defensa.
—En realidad, vine a hacerte una propuesta —continué.
—Me das miedo cuando hablas así —bromeó.
—¡Por Dios! —Rodé los ojos—. Eren y Mikasa me invitaron a su fiesta de graduación, la cual tendrá lugar la semana que viene. Solo quería saber si... te gustaría ir conmigo. Ya sabes, como amigos.
No respondió de inmediato. Agachó la cabeza, esquivando mi mirada. Se acomodó con las piernas cruzadas en uno de los estantes.
—¿De casualidad ellos eran compañeros de un tal Reiner Braun?
—Creo que sí, alguna vez Eren me habló de él. ¿Por qué preguntas?
—¿Recuerdas a mi hermano?
Cómo no hacerlo. Entre él y Armin eran capaces de opacar al sol con la amabilidad que irradian.
—Por supuesto que me acuerdo de él, pero ¿qué tiene qué ver con todo esto? —Su respuesta desencajaba con mis expectativas. Había acudido a él con la tonta esperanza de que aceptaría sin vacilar, y recién comprendía el grave error que había cometido. No escatimé en evidenciar mi frustración cuando decidí añadir—: Mira, si no quieres ir, siéntete libre de expresarlo. No tienes que poner excusas sobre no querer ver a cierta persona.
La paciencia siempre se contó entre sus virtudes. No era sencillo exasperarlo, ni siquiera cuando me comportaba de forma impertinente. Apretó los labios antes de responder:
—No es lo que estás pensando, te juro que no va por allí. —Negó con la cabeza—. Mi hermano es muy amigo de una prima de Reiner. Bueno, a mí no me engaña, está enamorado de esa niña, aunque cree que yo no me doy cuenta. En fin. Supe que ella lo invitó a la fiesta. Mis padres le dijeron que no podía ir solo, y pensaron que yo podía ejercer el papel de adulto responsable, así que técnicamente... también estoy invitado.
Me observó por el rabillo del ojo, temeroso de una maniobra subsecuente de mi parte, que nunca llegó, al menos no en forma de golpe.
—Oh, ya veo. —Me había roto las ilusiones—. Bueno, de todos modos nos veremos ahí, así que supongo que está bien. Perdón por interrumpirte, iré a comprar un jugo, o lo que sea.
«Vaya fiasco», pensé.
—Kimy, aguarda. —Me sujetó del antebrazo con gentileza, y yo me giré para observarlo—. Escuché... escuché por ahí que encontrarme un asiento a estas alturas sería complicado. Si tienes alguno disponible, lo tomaré, pero con una condición.
—¿Y cuál es esa condición? —Sonreí ante la repentina victoria.
—Que por favor no me obligues a bailar esa horrenda música que está de moda, no la soporto.
—Ay, pensé que ibas a salir con algo realmente grave —reí—. No hay problema. Te recomiendo que vayas consiguiendo un traje y una buena loción. —Le asesté un empujón en el brazo, a modo de cariño—. Ah, y un favor. Por lo que más quieras, ese día péinate. —Me puse de puntillas para desacomodarle el cabello.
—No prometo nada.
Volvimos a reír, a un volumen ligeramente más alto. Ya que no deseaba meterlo en problemas, acordamos seguir en contacto para deliberar en dónde nos veríamos y cómo íbamos a llegar al salón.
Cuando me di la media vuelta, traté de localizar a Hange. De buenas a primeras, no la encontré, así que seguí avanzando por los diferentes pasillos.
Más adelante, la divisé en el de los productos de limpieza. Parecía sostener una conversación animada con alguien que estaba hincado mientras revolvía los productos en el estante. Por un momento, pensé que se trataba de un empleado de la tienda, pero conforme me fui acercando noté la ausencia de uniforme. Un escalofrío me recorrió cuando logré identificar a su acompañante.
Quise evitarlo, solo que era demasiado tarde. El rostro afable de Hange cambió a una expresión inquita tras cruzarse con mi mirada, no porque yo fuera a molestarme de haberlos encontrado juntos, más bien, debido a que mi presencia la había metido en apuros. No alcancé a comprender la causa.
—Kim, ¿cómo te fue encontrando las galletas que me dijiste? —anunció con su típico tono de voz hiperactivo, sin embargo, en esta ocasión percibí una advertencia entre dientes para seguirle el juego.
—Ah, s-sí... Mis galletas de malvavisco con chocolate. —Tragué saliva y me esforcé por aparentar normalidad mientras Levi giraba la cabeza para encontrarme—. Ya no quedan de esas, Colt me dijo que hace un tiempo que no las surten.
Hange apretó los dientes, aunque no dejó de sonreír. No entendí que sucedió, ¿por qué estaba hecha un manojo de nervios? ¿Y por qué me lo estaba contagiando?
—Es una pena, amiga. Quizá debas empezar a probar otro tipo de galletas —añadió.
—Sí... tal vez lo haga pronto. Por cierto —miré la expresión de Hange, que me indicó que debía cambiar de tema, y de inmediato supe cómo hacerlo—, ¿qué hacen?
—Ah, mi amigo Levi me estaba ayudando a elegir un nuevo limpiador, ¿no es así, enano?
Él la fulminó con la mirada, mas no replicó. Pensar que se hubiera ofrecido a ayudar a Hange con una tarea tan simple me causaba contradicciones. Tuve la corazonada de que ella se lo había pedido. Lo gracioso era que en realidad no lo requería, Hange era capaz de estirarse, su altura era una ventaja.
—Ya se me hacía raro que la cuatro ojos anduviera por aquí sola. Ustedes dos son como uña y mugre. Y claro, ella es la uña, sabe cómo enterrarse con facilidad. —Señaló hacia la derecha, donde mi amiga se encontraba haciendo un esfuerzo sobrehumano para fingir sosiego.
Levi finalmente había decidido pronunciarse en una especie de saludo que no me hizo nada de gracia. Ella temió que le respondiera en un arrebato de furia y termináramos en medio de una discusión, como la primera vez que estuvimos allí.
Si él no era capaz de entablar una conversación pacífica, el deber de manejar las circunstancias con calma recaía sobre mí. Lo que ellos ignoraban era que me sentía animada tras haber conseguido quien me acompañase a la fiesta, y ese enano gruñón no me iba a arruinar el espíritu de algarabía.
—Ja, ja, qué divertido —respondió Hange con un evidente toque de sarcasmo, inusual de ella.
—¿Cuál de éstos te ayudará a deshacerte de mí? —Me hinqué a su lado y comencé a leer etiquetas.
Alzó una ceja, como si me dijera en sus adentros «Eres insoportable», pero ni me inmuté.
Luego de un rato de analizar entre las posibles opciones, Hange estuvo de acuerdo en llevar una botella del limpiador de pisos él mismo le había recomendado, y caminamos juntos hasta el estacionamiento.
Mi amiga se ofreció a llevarlo con nosotras, pues nos dirigíamos hacia el mismo rumbo. Aceptó a regañadientes, porque no le quedaba otra opción o quizá porque no le apetecía emprender una caminata. Consideré que le hubiese ayudado a despejarse de esa aura de negatividad y, de paso, a no andarla esparciendo entre sus semejantes.
Ella amenizaba el ambiente con comentarios graciosos, pero ni así se rompió el silencio sepulcral que se generó en durante el recorrido de vuelta. Aunque, a decir verdad, yo estaba ansiosa por sacarlo de quicio, por divertirme con él. Era la única forma en que me prestaba una mínima cantidad de atención y lo sentía cercano a mí.
Why are you so pissed off?
I can hear it through the wire
It's late now, why aren't you sleeping?
Shouldn't you be in bed?
Ojalá pudiera adentrarme en su mente y compartirle una porción de la calma que él me transmitía con su sola presencia.
Ese vestido que describía existe, y lo amo jaja❤.
Con esto doy por inaugurados 3 de mis capítulos favoritos. Están listos casi desde que comencé a publicar la historia, y por fin ha llegado el momento de incluirlos. Espero que los disfruten tanto como yo.
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