Capítulo 39| Caja de recuerdos
Caminábamos rumbo a las habitaciones. Como ya había anochecido, el flujo de estudiantes era escaso. Decían que el tiempo vuela cuando lo compartes con la persona correcta, y recién había comprobado la veracidad de dichas palabras.
Todavía me mostraba reticente a dar señales de que había izado la bandera blanca, pero me embargaba una alegría enrome de tan solo notar su presencia a mi lado. Me transmitió la calma que tanta falta me había hecho.
—¿Tú qué opinas? —Rompí con el silencio—. ¿Quién le habrá ido con el chisme a la entrenadora? Porque no he dejado de darle vueltas al asunto, y todo parece indicar que su nombre empieza con la letra pe.
—Estuve pensando lo mismo. —Fue disminuyendo la velocidad del paso, como para prolongar la conversación debido a que ya estábamos a unos cuantos metros de llegar a nuestro destino.
—¿Y a qué conclusión llegaste?
—¿Quieres que se lo pregunte? —Su ofrecimiento me dejó con una sensación de hiel porque me había considerado como una excusa para hablar con ella.
—Dudo que te diga la verdad, pero ¿sabes algo? No me importa, no quiero agravar este asunto.
—¿Y te resignaste a aceptar una sanción por algo que no hiciste? —Ladeó la cabeza, como si no me creyese capaz de decir aquello—. Me sorprende. Yo te consideraba una de esas mocosas que pelean por desvelar la verdad y obtener justicia.
—Lo soy. Era uno de mis lemas de la infancia. Solo que a veces prefiero evitarme la fatiga. —Levanté la muñeca y la agité en el aire—. Que conste que esto no significa que te haya perdonado.
Nos detuvimos frente a mi puerta, quedando de espaldas contra la pared, sin dirigirnos la mirada. En sus expresiones corporales alcancé a distinguir vestigios de una declaración que le provocaba ansiedad, y que no encontró el modo de sacarla a la luz.
Quería decirle muchas cosas, y a la vez, creía que era mejor esperar el momento adecuado. Suficientes secretos por una noche, no quería abrumarlo con mis cavilaciones, exponiéndome así al repentino abandono.
No tenía ni la más remota idea de cuánto lo extrañé durante nuestro distanciamiento, aunque estaba segura de que podía hacérselo saber por otros medios.
—Que descanses.
—Tú también.
Lo seguí con la vista hasta que dio la vuelta, y finalmente desapareció.
Había pasado un par de horas escribiendo una carta para Levi. En realidad, no pensaba entregársela, pero me transmitía una sensación de calma el hecho de creer que podía llegar a sus manos.
El bolígrafo y el papel eran mis medios más confiables. En ellos no existía el riesgo de ser rechazado, o peor aún, de que me humillaran por considerarme "intensa".
A eso de las nueve de la noche, llegaron tres mensajes simultáneos a mi bandeja: uno de Eren, uno de Mikasa y uno de Armin. Todos me adjuntaron una misma invitación, con su toque característico para convencerme de asistir.
Decidí llamar para saludarlos a todos. Me había alejado de ellos porque no quería cargarlos con mis problemas. Sabía que absolverían mis culpas sin demora, solo que necesitaba lidiar con lo que me había ocurrido por cuenta propia.
Luego de intercambiar saludos más o menos formales y hablar sobre un montón de temas sin sentido, se despidieron de mí y acordamos vernos en las vacaciones, que ya estaban a la vuelta de la esquina.
Esta sería la primera fiesta de graduación decente a la que había asistido en varios años. Independientemente de lo que otros afirmaran, para mí no existió una de esas en la preparatoria. En aquel tiempo no contaba con el ánimo para asistir a ella, y nadie puso objeción alguna, pues en el fondo comprendían mis motivos. Sin embargo, todavía pensaba que me quedé con las ganas de tener una.
Lo cierto era que tendía a ilusionarme cuando se trataba de compartir un momento tan especial con mi familia. Mi interacción reciente con ellos me había puesto melancólica, y me condujo a desempolvar una libreta que ya tenía rato refundida en uno de los cajones del escritorio.
10 de febrero de 2019
Recuerdo el ansiado día en el que Eren vio la luz. Alguien dijo que yo rompí en llanto la primera vez que lo sostuve entre mis brazos, rumores que, por supuesto, nunca se comprobaron. Tal vez en el fondo sentía envidia de ser desplazada, o sucedió que el pequeño Eren me pareció tan lindo y frágil que tuve miedo de lastimarlo, no lo sé con certeza.
Pasábamos bastante tiempo juntos, jugando y peleando. Entre los dos lográbamos llevar la paciencia de nuestros padres al límite, a tal grado de sacarlos de quicio, y eso que ellos se caracterizaban por tener una actitud paciente. Menos mal la reprimenda siempre fue equitativa.
En general, tuvimos una infancia agradable, alejada de los problemas comunes en el mundo de los adultos. No recuerdo ni una sola vez en la que mis padres hayan discutido frente a mí y, a pesar de que no éramos ricos, nunca nos quedamos sin un plato de comida en la mesa. Tanto Eren como yo fuimos un par de niños deseados y amados inconmensurablemente. Éramos felices, teníamos todo lo que pudimos haber deseado, inclusive un poco más.
Eren fue enviado al jardín de niños apenas cumplió tres años. Por fortuna, la primaria a la que yo asistía estaba junto a su instituto, así que era común que me lo encontrara durante las horas de almuerzo. Siempre fue un niño medio antipático y solitario, que no encajaba en los grupos sociales preestablecidos, al igual que yo.
En una ocasión en la que nuestros padres se demoraron en recogernos, lo encontré peleándose con tres niños más grandes en el sembradío, mientras un cuarto yacía recargado en la pared, llorando desconcertado. Cuando pensé en intervenir me sorprendió ver que, a pesar de los constantes impactos, él seguía levantándose.
Se me ocurrió gritar que un par de maestras ya venían, por lo que los agresores huyeron de inmediato. Ayudamos al pequeño niño rubio a levantarse, nos presentamos, y él se identificó como Armin.
Le sequé las lágrimas que escurrían por sus mejillas, para brindarle una sonrisa cálida. La fragilidad que manifestaba me resultó sumamente cautivadora, y de inmediato apareció dentro de mí el instinto de querer protegerlo.
Desde entonces, se convirtió en nuestro amigo. Me sentí muy feliz porque sabía que Eren estaría acompañado de ahora en adelante, dado que yo no tardaba en cambiarme de casa y, por lo tanto, tendría que asistir a otra escuela.
Tiempo después, me enteré de que la casa de Armin no se ubicaba muy lejos de la de Eren, así que ya no éramos solo él y yo. Aquel niño de ojos azules y vivaces se convirtió en nuestro compañero de juego, uno bastante digno, me atrevo a decir.
Además, compartía mi gusto por la lectura. En diversas ocasiones llegaba corriendo a mostrarnos los dibujos de un viejo libro que pertenecía a su abuelo, y se quedaba absorto contemplando las imágenes del mar. Solía decirnos que su sueño era vivir en la costa, y aquello acrecentó mi afinidad con él.
7 de julio de 2019
Admito que mostré una seria confusión ante la presencia de Mikasa la primera vez que la vi escondida tras la falda de mi tía Carla. Había ido a buscar a Eren para salir a jugar con Armin, pero resultó que ahora tenía una compañera extra. Esa niña de ojos grises y apagados, cabello negro como la noche, y bastante cohibida.
Llegué a sentir celos de ella al ver el cariño con que los padres de Eren la trataban, porque llegué a concluir que se convertiría en mi reemplazo. En consecuencia, comencé una época de distanciamiento en la que no quería tener nada qué ver con ella.
Sin embargo, todos los prejuicios hacia su forma de ser y su reciente inclusión en mi familia se derribaron unos años después, cuando me contaron la verdadera razón por la que Mikasa había terminado viviendo con ellos. A partir de entonces, entendí que si bien la vida es cruel en ocasiones, todos tenemos el poder de aligerarle la carga a los demás, justo lo que ellos habían hecho.
A mis doce años me era imposible concebir la idea de ya no tener a mis padres conmigo, y peor aún, de que me fuesen arrebatados de manera repentina, siendo que ellos no hacían daño a nadie, al contrario. De una u otra forma, siempre se encargaban de tareas que contribuyesen al desarrollo de la comunidad, y su ejemplo impactó profundamente en mí. Quería convertirme en el tipo de adulto del que ellos se enorgullecerían, con mis propias convicciones, en el camino adecuado.
Con el tiempo, llegué a sentirme culpable por haberme alejado tanto de Eren y sus padres como de Mikasa, quien era el ser más inocente. Una víctima de la más ruin manifestación de la crueldad humana que pudo haber existido. Fue cuando decidí que repararía el daño. Después de todo, el mismo tipo de amor nos unía.
Confieso que encontrar un terreno en común con ella y ganarme su confianza fue una de las tareas más complicadas que alguna vez tuve que enfrentar. A medida que fuimos creciendo, me di cuenta de que la forma en que ella se preocupaba por Eren era simplemente maravillosa. La lealtad que le profesaba se escapa del entendimiento de aquellos desafortunados que nunca han experimentado el placer de un apego tan grande.
En ocasiones, me tomaba el atrevimiento de regañar a Eren con dureza cuando se le ocurría tratarla con desprecio. Y es que Mikasa se desvivía por mantenerlo a salvo. Poco a poco, le cedí mi lugar, pues comprendí que él ya no me necesitaba para fungir como mediadora.
Creo que eso fue lo que terminó por derribar el muro entre ambas. Siempre estuve dispuesta a defenderla del llorón de Eren, aunque era obvio que no lo requería, ella es más fuerte de lo que nosotros podríamos aspirar a ser.
También estaba orgullosa de la madurez que Armin manifestaba, la cual superaba con creces la de cualquier persona de su edad. Al igual que Mikasa, se había quedado sin nadie, aunque mis tíos lo habían adoptado como un miembro más. Comenzaba a creer que aquel hogar se había convertido sin querer en una especie de orfanato.
Desconozco el motivo por el cual Eren terminó siendo hijo único, pero si de algo estoy segura, es de que aquel espacio se había llenado con la presencia de Mikasa, de Armin y la mía.
1 de abril de 2020
Hoy es el aniversario luctuoso número cuatro de la muerte de mis padres. Es increíble lo rápido que ha transcurrido la vida tras su ausencia, como la neblina matinal que pasa con el viento.
Todavía recuerdo aquella tarde en la que divisé a mi tío Grisha desde la ventana, junto con un par de oficiales de la policía. Dijo que tenía que hablar conmigo sobre un asunto delicado, pero que no me dejaría sola en ningún momento. Que ahora más que nunca, contaba con el apoyo de los cuatro.
Mis padres tuvieron que salir de la ciudad debido a una emergencia, a visitar a un pariente lejano que estaba enfermo, o algo así fue lo que alcancé a comprender cuando desaparecieron por el umbral de la puerta, cerrándola con llave.
Les pedí que se cuidaran, ya que era probable que la noche los alcanzara durante el camino, y conducir en medio de la penumbra nunca ha sido una actividad exenta de riesgos. Prometieron que no me quedaría sola por mucho, y me pidieron mantenerme atenta al timbre.
Mi cara de alegría se esfumó cuando noté la preocupación en el rostro de él. Me asomé en búsqueda de mi tía y los niños, mas al no localizar a ninguno. Su ausencia me condujo a comprender que algo malo sucedía, y que esa no era una visita común y corriente.
Jamás olvidaré la abrumadora sensación que experimenté cuando me avisaron que mamá y papá habían fallecido en medio de un fuego cruzado. Me contaron que el operativo para capturar a cierto delincuente se les había salido de control, y no pudieron defender a los civiles que tuvieron el infortunio de conducir por ahí.
Me mostré reacia a creerlo de buenas a primeras, por su puesto. Apenas unas horas antes habían estado en casa conmigo. Papá me había llevado a la escuela, y no se retiró hasta asegurarse de que hubiera entrado. Mamá me recogió a la salida y compramos un helado que desapareció en un santiamén. Me ilusioné al pensar que al día siguiente pediríamos pizza para la cena, pero nunca pasó. Ellos no volvieron.
Me costaba articular frases coordinadas, como si me hubiesen arrebatado la capacidad de hablar. «¿Qué se supone que voy a hacer a partir de ahora?», fue una de la primeras interrogantes que me bombardearon, una que a la fecha ya no me asusta.
Mi tío me abrazó durante un largo rato, me pidió que me tranquilizara y que fuera a descansar, porque los siguientes días apuntaban a ser aún más difíciles que este. Dijo que necesitaba que me mantuviera fuerte, que recuperara las energías. No puse objeción cuando comenzó a empacar un poco de ropa y objetos personales, ni cuando me abrió la puerta del auto.
Tanto Mikasa como Eren se ofrecieron a dormir conmigo. Me prepararon una taza de té y me obligaron a ingerir una sopa, que me cayó pesada. De no haber sido por la colaboración de todos ellos, no habría sobrevivido a aquella horrible noche.
Ambos se quedaron despiertos conmigo hasta que logré consumar el sueño. Mikasa extrajo varios pañuelos de su mesita de noche y me los ofreció sin rechistar. Creo que sufría conmigo, a su manera, pues mi situación se asemejaba a la que ella había vivido cuatro años atrás. Son ese tipo de heridas que, a pesar de curarse, dejan una cicatriz que se remueve cuando alguien cercano pasa por una experiencia paralela.
Eren, por su parte, me observaba atento, con el ceño fruncido, y me acariciaba el cabello mientras me ofrecía una manta extra.
Recuerdo haberme levantado un par de ocasiones durante la madrugada a causa de las siniestras imágenes que se proyectaban en lo profundo de mis pensamientos, y eso que no me habían permitido ir a la escena del crimen. Sentí que la cabeza me iba a explotar, como si me estuvieran dando martillazos continuamente.
Aguanté el dolor en la cama debido a que no quería ser una molestia para mis hospedadores, solo que Mikasa se dio cuenta. En seguida se levantó para buscarme una pastilla y un vaso con agua. Acto seguido, se acurrucó en mi hombro y me abrazó tiernamente. Mis lágrimas empaparon su camisón, no pareció importarle.
No volví a abrir los ojos hasta la mañana siguiente. Me sentía atrapada en una pesadilla. Quería convencerme de que estaba soñando, sentir que pronto sonaría la alarma y mamá me llamaría para que desayunáramos todos juntos. Mi mente se había desconectado de mi cuerpo, no era capaz de ordenarle a mis miembros que se pusieran en marcha. Estaban rígidos, se negaban a responder.
El funeral tuvo sucedió un par de días después. Eligieron un servicio modesto, acorde a las expectativas de mis padres.
En poco tiempo, el recinto había llegado a su máxima capacidad. Muchos tuvieron que quedarse de pie cerca de la entrada, o amontonarse en los sillones del vestíbulo. De algún modo, me reconfortó saber que mis padres se habían ganado el aprecio de tantas personas.
Una vez que los enterramos, mi tío volvió a conversar conmigo, esta vez en un tono que me dejó entrever lo preocupado que estaba por mi futuro, que se había vuelto incierto. Me aseguró que todos estaban más que dispuestos a abrirme las puertas de su hogar y que me recibirían como a una hija más. Yo sabía que el dinero no les sobraba, pero él era el tipo de persona que cree que cuando uno es generoso a menudo recibe en mayor cuantía lo que estuvo dispuesto a ofrecer.
No obstante, yo no quería convertirme en una carga para ellos. Le dije que prefería quedarme en mi propia casa. Les permitiría mantenerse al pendiente de mí y mis necesidades, pero que a la vez deseaba aprovechar las circunstancias para aprender a valerme por mí misma. Me felicitó por demostrar tal determinación y, para mi sorpresa, no trató de desalentarme, al contrario.
Adaptarme a aquel estilo de vida se convirtió en todo un desafío. Tenía tanto que aprender, y me arrepentía de no haber prestado atención cuando papá me explicaba cómo se hacía alguna reparación. Afortunadamente, contaba con un par de ayudantes que me socorrían en caso de que el internet no me diera la solución adecuada o de que esta no resultara útil.
De todas las nuevas actividades que me vi obligada a aprender, conducir fue por mucho la más complicada. Me aterraba el volante, pues no quería ser yo quien se cobrara la vida de una persona inocente. Una vez que vencí el miedo, me volví imparable. Si ese era el significado de convertirse en adulto, al mirar en retrospectiva puedo decir con total satisfacción que no lo hice tan mal.
23 de junio de 2020
Había optado por no presentarme en la ceremonia de graduación debido al vacío que iba a sentir al percatarme de que mis padres no me acompañarían. Siempre pensé que ellos estarían conmigo compartiendo el júbilo, solo que mis expectativas habían sido reemplazadas por una realidad que yo me negaba reiteradamente a aceptar.
Sabía que estar ahí rodeada de mis compañeros y sus padres removería aquella herida, y me daba miedo ya no poder salir del abismo. De todas formas, nadie iba a echar de menos mi presencia, yo no era indispensable para ninguno de mis compañeros. Lo único que quería era alejarme de ellos, formaban parte de un pasado que necesitaba refundir.
En vez de eso, preferí emplear mis fuerzas en seleccionar algunas de mis pertenencias para que me hicieran compañía en el que se convertiría en mi nuevo hogar durante los siguientes años.
No iba a olvidar mi medio de escape cuando me sentía atrapada en un oscuro túnel del que no veía la salida, por más que avanzara. Esta libreta se convirtió en mi refugio durante las más densas tormentas que cayeron en mi desfile.
Sus hojas se habían saturado cartas y notas que les escribía a mis padres sobre los momentos que consideraba dignos de ser mencionados, de ese modo sentía que no habían dejado de velar por mí. Era una forma de adaptación a la pérdida, de conectar con ellos.
Anhelaba contarles cómo logré entrar en una universidad prestigiosa, y lo feliz que me sentí cuando me otorgaron una beca para quedarme en la residencia.
Su habitación se había mantenido intacta desde el día en que se fueron, y aún no tenía el valor suficiente para deshacerme de años de recuerdos alegres y momentos entrañables, que ahora existían solo en mi memoria.
Recordé los accesorios que habían utilizado el día de su boda al reparar en la foto que yacía colgando en la pared. El collar y la pulsera fueron los primeros detalles que se robaron mi atención. No tardé en encontrarlo en una cajita de madera que estaba en el fondo de la repisa. Consistía en diversos hilos forrados de piedrecillas similares que se unían en un dije dorado con una perla ubicada justo en medio.
De igual forma, me encontré con el tocado que había usado en el cabello, la pulsera, los aretes a juego y la flor artificial envuelta en listón rosa que mi papá se había colocado en la solapa del saco, así como unas cuantas fotografías instantáneas tomadas al azar por alguien que claramente los agarró desprevenidos. El ángulo desde el que fueron tomadas dejaba mucho qué desear. Sin previo aviso, una lagrima se deslizó por mis mejillas, empapando la superficie del papel.
Dos semanas antes de que comenzaran las clases yo ya tenía todo en orden. Me citaron para una entrevista, en la que me felicitaron tras haber obtenido uno de los mejores promedios de mi generación y me pidieron que continuara así tras firmar los documentos relativos a la beca.
Antes del ciclo escolar iniciara oficialmente, me encargué de indagar por todos los rincones de la escuela. Quería ubicar los sitios de mayor interés, como lo eran la biblioteca y, en general, cualquier rincón que me permitiese mantenerme apartada de la multitud.
Fue entonces cuando, mientras caminaba por los corredores sin rumbo aparente, me topé con aquella ventana cuya vista me transportaba a una dimensión desconocida, y me sumergía en un aura de paz.
Difícilmente me verían apartada de aquel sitio cuando había tiempo libre entre clase y clase. Claro que la llegada de Hange modificó mi rutina, así como la frecuencia con que visitaba aquel lugar.
A pesar de que su compañía me agrada, no dejo pasar cualquier oportunidad de estar a solas y dedicarme a mis dibujos, que han mejorado en demasía, o simplemente escribo sobre cualquier tema. Había descubierto una vía de escape en medio de trazos y letras que, con el tiempo, aminoraron el dolor que me causaba la pérdida de mis padres. No tenía la intención de detenerme.
En esta ocasión, el capítulo está dedicado a cat-pearl99. Muchas gracias por las estrellitas, me alegran el día. Espero con ansias a que llegues a esta parte <3.
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