Capítulo 38| El camino hacia la verdad
La sonrisa de Hange fue reemplazada con un mohín de fingida serenidad cuando recibimos una visita inesperada.
Tratándose de cualquier otra persona, me habría parecido una forma poco sutil de entrometerse en mis asuntos, una por la cual hubiese protestado sin detenerme a meditar en las consecuencias. Pero había contadas excepciones, y estaba frente a una de ellas.
—Veo que ya despertaste —me dijo la entrenadora con su típico tono formal—. ¿Cómo te sientes?
—Bien, gracias —contesté de inmediato. Aquella era la respuesta que se nos enseñaba a emitir como mero formalismo, ya que casi nadie sabía cómo reaccionar cuando era distinta—. Ummm... ¿cree que pueda retirarme?
Su presencia impuso respeto, y a la vez me advirtió que no se había acercado con intenciones puramente afables. Eso se notaba en el silencio incómodo que se instaló en el pequeño recinto durante unos segundos, en los que me dio la impresión de que me sometía a un análisis, como si buscase una falla.
—No quiero arruinar el espíritu festivo, Kiomy, pero tú y yo tenemos que conversar. —Miró de reojo a mis amigos, quienes captaron la indirecta.
Sin demora, Levi le dio un codazo a Hange, quien se había mantenido en estado de congelación. Ambos desaparecieron, procurando cerrar la puerta.
El ambiente animado terminó desmoronándose, como si el peso de la consciencia recayera sobre nuestros hombros al mismo tiempo que pretendíamos huir de ella.
—¿Está todo bien? —inquirí con evidente suspicacia.
Cruzó los brazos a la altura del abdomen y me observó con escepticismo, aunque en seguida relajó el semblante, e incluso tuvo la ocasión de dedicarme una sonrisa que me pareció fuera de lugar.
Comencé a tragar saliva involuntariamente, a experimentar un hueco en el pecho, esta combinación entre incertidumbre y molestia, así como a pensar en los motivos que la habían llevado a citarme. Solo que no se me ocurría ninguno, al menos no que tuviera el estatus de "reciente".
—Te espero mañana a primera hora en mi oficina.
—¿Puedes decirme qué es esto? —Ella había colocado un envoltorio de forma cuadrada encima de la mesa. Era pequeño, del color de la plata, con un logotipo comercial en el centro.
—Es uno de esos polvos que se utilizan para aliviar malestares estomacales —respondí sin titubeos, tratando de contener una risotada por la obviedad de la interrogante.
No quería dar la impresión de que me estaba burlando, pues los conocía de sobra.
—De acuerdo. Entonces, dime: ¿por qué no presenta propiedades efervescentes?
Terminó de pronunciar la abertura que le había hecho en una esquina y empezó a vaciar el contenido en un vaso, que llenó con el agua de una botella que se había mantenido fuera de su alcance.
Las partículas se fueron directamente al fondo, y aunque esperaba ansiosa la aparición de las burbujas, estas nunca llegaron. Lo más desconcertante era no tener una idea clara de hacia dónde quería llegar con aquel experimento. Me reprendí por lo bajo debido a mi sosa respuesta, que había sido errónea.
—Nunca fui un prodigio con la química, pero tengo el conocimiento necesario para inferir que este polvo debía reaccionar al contacto con el agua —agregó, aún sin dejarme saber qué le provocaba el hallazgo.
—Entrenadora, lo lamento. No entiendo el motivo de esta demostración. Yo... ya no sé si me ha citado con el fin de medir la efectividad del ácido acetilsalicílico o darme una lección de química básica —dije con voz tenue.
—Creí que había quedado claro que ese no era mi propósito. —Se enderezó de repente. Comenzó a escrutarme con reticencia, mientras jugueteaba con el envoltorio. Iba dándole vueltas y pasándoselo de una mano a otra—. Esto se te cayó cuando te descompensaste. Antes de sacar conclusiones apresuradas, estimé conveniente hablar contigo. Sé que eres una de las mejores alumnas, y tus compañeros concordarían en que no eres el tipo de chica que se involucra en estas cosas. ¿Tienes algo que decir al respecto?
Su tono me producía una grave confusión. No lograba identificar si estaba molesta o si se portaba condescendiente hasta cierto grado por tratarse de mí. De todas maneras, estaba al tanto de que debía ser prudente con mis intervenciones.
Una rostro apareció para reducir mi lista mental de sospechosos, solo que era demasiado pronto para ponerme a señalar culpables, cuando yo era la que habían colocado en la mira.
—No sé cómo llegó eso ahí. Es decir... —Hice una pausa para ordenar mis ideas—. Nunca he creído necesitarlas, ¿por qué empezaría en este momento?
—En los años que llevo como entrenadora he visto de todo: se intercambian las muestras, consiguen productos que aceleran el proceso de eliminación de los metabolitos de drogas, las adulteran añadiendo otras sustancias químicas y, como último recurso, las mezclan con agua —explicó.
—¿Cómo dice?
Con aquellos ejemplos me había dado un panorama general de su versión, solo requería desmenuzarla para comprender a qué me enfrentaba.
—Vamos, piensa. Eres más lista de lo que pareces. —Que apelara a mi inteligencia no se sintió como un cumplido.
—Considerando que las circunstancias apuntan a que estoy consumiendo sustancias ilícitas, usted cree que adulteré mi prueba, ¿no es así? Y que por eso conseguí esos resultados.
—Bien, veo que ya estamos en la misma sintonía. —Se mostró conforme con mi declaración. El inconveniente era que yo solo estaba suponiendo.
En ocasiones me lastimaba su forma sarcástica de confirmar un incidente. En el fondo, me dio la impresión de que había perdido la confianza que me tenía y que solo era cuestión de tiempo para que esto se tradujera en la suspensión de mis funciones como líder del equipo.
Ansiaba gritar a todo pulmón que era inocente, mas en el fondo sabía que ese proceder iba a sembrar un aura de conflicto, dotándola de desconfianza, en la que ninguna de las dos obtendría lo que estaba buscando.
—¿Sabes de alguien que quisiera dañar tu reputación? —continuó, liberándome así de la carga que me había autoimpuesto para emitir un argumento convincente.
—No, no se me ocurre nadie.
Mentira, sí pensaba en una persona. A diferencia de ella, yo necesitaba pruebas tangibles antes de tener la plena seguridad de apuntar con el dedo, una corazonada no era motivo suficiente. Qué curioso que concordásemos en aquella posibilidad remota, aunque no imposible. «¿Se habrá confabulado con Levi para dañarme? ¿Serían capaces de...?».
—Lo hubiese esperado de cualquiera, menos de ti. Me decepcionas, Kiomy —suspiró con evidente desgano.
—Pero... Ya le dije que eso no es mío —insistí.
—Y me siento inclinada a creerte. —Cerró el puño a la altura del pecho, un gesto extraño a mi parecer—. Por eso te he citado, antes de que la noticia se expanda y todo el mundo comience a señalarte. Tampoco me gustaría que te expulsen, así que por favor sé sincera y dime, ¿esas drogas te pertenecen?
—No.
Volvió a su postura de antes, firme y propensa a escucharme.
—Estoy segura de que alcanzas a comprender lo delicado que es que la capitana sea una ávida consumidora de narcóticos, a ninguna de las dos nos conviene el escándalo. Demuéstrame que no me equivoqué al confiarte esa responsabilidad.
—No sé qué quiere que le diga... —Me estaba quedando sin ideas para defender mi postura, lo cual resultaba complicado debido a que me miraba con reservas, por más que tratase de fingir naturalidad—. ¿P-por qué no pide que me hagan los análisis de nuevo y los envía a un laboratorio? Si con eso logro demostrar mi inocencia, no tengo ningún inconveniente. Es más, sería un honor.
Elevó las comisuras de los labios. Sin pretenderlo, supe que había dado justo en el blanco.
—Esa sí es la Kiomy que yo conozco. —Por primera vez en lo que iba de nuestra conversación conseguí respirar con quietud, y se me quitaron los temblores—. Aunque... También comprenderás que no puedo dejarte ir así como así. ¿Qué hacemos contigo?
Aborrecí que me delegara la tarea de elegir mi sanción. Era como si a un criminal condenado a muerte le ofrecieran decidirse entre la silla eléctrica, la horca y la inyección letal.
Si su razonamiento se encontrara libre de vicios, se inclinaría por la que resultase menos dolorosa. Pero ¿acaso no era una de las facultades de quien juzga, misma que le fue conferida por las leyes creadas por sus antecesores? ¿Por qué hacer partícipes a los condenados, quienes ya no tenían nada que perder? De seguro pretendió forzarme a vivir con ello, y esta premisa se volvió maquiavélica cuando recayó en mí la elección de mi propio destino.
Era irónico, desconcertante. Me generaba cierta rabia que durante toda mi vida me hubiese esmerado por alejarme de los problemas y actuar de acuerdo con las normas con el fin de evitar un castigo, y el primer desliz tuvo que haberse dado en medio de este embrollo.
Aunado a esto, sentía la presión de que ella aguardaba mi respuesta, con una serenidad inquietante. Comencé a generarme distintos escenarios y, finalmente, me decidí por el más burdo: esa actividad que casi nadie estaba dispuesto a hacer, pero que a mí nunca me molestó en demasía.
—Tal vez puedo limpiar alguno de los salones, el laboratorio, la sala de maestros... —propuse—. No lo sé.
—Comienza con el salón de arte —dijo mientras realizaba un par de anotaciones en una hoja suelta.
—¿Y entra en vigor a partir de...?
—Hoy mismo, por supuesto. Al final de la jornada.
La última clase que tuvo lugar en aquel recinto había terminado alrededor de las seis de la tarde. Yo llegué con unos minutos de antelación, fingiendo que pasaba por ahí por casualidad, y aguardé a que se despejara.
Me coloqué los audífonos y me hice de varias herramientas que facilitarían mis labores. El sitio era un completo desastre: las hileras de taburetes estaban torcidas; material de dibujo, como hojas y lápices, yacía desparramado. Habían intentado esconderlos mediante colocar una pila de libros al frente, pero no había funcionado.
Algún gracioso debió estimar de mayor peso su flojera de levantarse hacia el bote de basura y optó por acumular bolitas de papel debajo de su asiento. Encontré varias manchas de pintura en el suelo, que todavía estaba fresca, así como un manto de polvo cubriendo zonas específicas. Definitivamente, esto iba a demorar más de lo que esperaba.
Para evitar el aburrimiento ocasional, estuve revisando las obras que los estudiantes resguardaban entre los muebles.
Habían estado trabajando en alguna técnica que parecía una secuencia de líneas dibujadas al azar. También encontré varios bocetos de planos arquitectónicos, figuras y retratos que fueron pegados alrededor de las paredes con ayuda de una chincheta. Era como estar en medio de una galería de arte.
Hubo uno en específico que me hizo sentir incómoda por lo grotesco, pero a la vez, me pareció cautivador. Se trataba de un ojo enorme, ocupando una posición elevada. Este se abría paso a través de un agujero negro, una especie de portal hacia una dimensión desconocida, en el que fue perdiendo porciones de sí mismo conforme iba en descenso.
Debajo suyo había un ejército de marionetas de papel que caminaban en zancos, alzando una bandera roja que contrastaba con el atardecer saturado de tonalidades anaranjadas. Y lo más curioso era un hombre estaba sentado en un sofá, viendo la televisión, ignorante de lo que acontecía a sus alrededores. Su única barrera eran un montón de púas que emergían del suelo.
El tiempo transcurrió con calma mientras iba en búsqueda de un simbolismo, una interpretación que fuera más allá de lo evidente. Conforme lo examinaba, experimenté varias emociones: una incontenible sed de poder, temor a ser descubierta, un tremendo odio, desasosiego, falta de fe, ansiedad... e inclusive miedo. No entendí si se debió a la combinación de colores o a lo abstracto de las figuras. Aun así, no quería desprenderme de él.
Concluí que el dueño era una de esas almas problemáticas que veían en el arte una forma de huir de sus problemas. Esperaba que hubiera sentido un ápice de paz luego de terminar aquel dibujo tan extraño.
También hubo un instante en el que me olvidé de mi entorno, así que comencé a tararear algunas de las canciones que conforman mi lista de favoritas. Aprovechando mi condición de nulo acompañamiento, me atreví a alzar la voz con la misma fuerza que utilizaba para hablar.
Iba intercalando entre notas apenas audibles, de esas que se producen cuando el sonido se quedaba atascado en la garganta, sin encontrar una vía de escape, y unas cuantas agudas.
Estaba tan absorta en mis tareas que ni siquiera me inmuté de su cercanía hasta que lo tuve de frente, cuando ya me había ocasionado un sobresalto.
—¿Qué miras? —Estaba molesta, me interrumpió justo cuando estaba a punto de llegar a la mejor parte.
—No sabía que tuvieras una voz tan... tan... —Noté cuánto le costaba encontrar el adjetivo adecuado, ni siquiera logró sostenerme la mirada.
—Sí, bueno —le corté sin un atisbo de culpa—. Hay personas que no se dan el tiempo de conocerme, y para cuando descubren algo que vale la pena, ya es demasiado tarde.
Me volví hacia el fondo de la habitación, sosteniendo la cubeta que había llenado hasta la mitad. Por lo menos el recinto ya no olía a madera y pintura, sino a fragancia de pino.
—Veo que sigues enfadada.
—En lo absoluto. Me encanta que me droguen. —Le sonreí con sorna—. Le añade un toque de dramatismo a mi aburrida vida y la vuelve más interesante. —Creí que iba a entender el mensaje implícito de que no era bienvenido y tenía que retirarse, pero no lo hizo. O tal vez fue que decidió pasarlo por alto—. ¿No hay otro sitio al que puedas deleitar con tu presencia?
—No por ahora.
—Entonces te sugiero buscar con qué desaburrirte ¡Oye! —me quejé—. Dame mi trapo.
Y es que se había tomado el atrevimiento de quitármelo cuando no lo sostenía con firmeza.
—Ven por él —me retó, lo cual fue insólito porque incluso creí ver que curvaba una sonrisa. No fue más que un espejismo.
—¡Ja! Debes estar bromeando si crees que voy a pelear contigo por un trozo de tela.
No me molestaba que me impidiera continuar con mis labores, sino su extraña intención de jugar conmigo.
—No bromeo. —Su rostro anunciaba lo contrario.
—¿Sabes algo? Quédatelo. Puedo conseguir otro. —Avancé rumbo hacia la salida, pero él se me adelantó—. ¡Ah! ¿De dónde viene esa manía que tienen algunos hombres de no dejarnos pasar? ¿Qué se creen?
Más recuerdos se sumaron a aquella pretensión de huir. No era que no quisiera escucharlo, sino que aún me sentía herida en lo profundo por su manera de actuar, el mayor impedimento.
—Hay mujeres que son realmente obstinadas, que complican algo tan sencillo como entablar una conversación —dijo en son de reclamo.
—¿Nunca pensaste que se debe, no sé, a que no son dignos de ser escuchados? —rebatí.
—A eso me refiero con complicar las cosas.
—¿Ah sí? —Me crucé de brazos y fui alejándome de él. Estaba claro que no me permitiría escabullirme, y yo tampoco contaba con el ánimo para sobrepasar la "barricada"—. Entonces tú pretendías que todo siguiera su curso normal y que después te dijera: «Gracias, Levi. Esa cosa que me inyectaste funcionó de maravilla. ¿Serías tan amable de conseguirme otra dosis, solo por si acaso?». No cabe duda de que no me conoces... Eso es todo. Fin de la conversación.
Caminé, dispuesta a ignorarlo. Se mantuvo a una distancia prudente, lo que confirmó mi teoría de que sí era capaz de comprender el lenguaje no verbal y que mi resistencia en aquella ocasión debió bastar para que se detuviera.
—Sé... que no estuvo bien la forma en que te... y que no bastará con que te lo diga —tartamudeó.
Percibí sinceridad en su comentario, mas no la suficiente como para confiar sin reservas.
—Ser consciente de tu deber y decidir no actuar conforme a este es tan inútil como encontrar una mancha al mirarte en el espejo y no cambiarte de ropa. —Suavicé mi tono, mas no iba a quedarme con las ganas de decirle lo que pensaba—. ¿Alcanzas a comprender lo que hiciste?
Agachó la cabeza, indispuesto a contestar. Yo seguí acomodando una pila de libros que estaba encima del estante. Hasta entonces, no encontré señales de arrepentimiento.
—No desvíes la mirada —llamé su atención—. A eso viniste, ¿no? A enfrentar las consecuencias de tus actos. ¿Por qué tomarte la molestia si te vas a quedar a medio camino?
Me miró impasible. Jamás creí que tuviese que apelar a su orgullo, mucho menos que podría dar resultado.
—¿Nunca pensaste en tomar represalias?
¿Qué clase de pregunta era esa?
—La verdad es que sí —mencioné, con cierto rencor—. Aunque soy fiel creyente de que cosechas lo que siembras. Además, no me apetece desgastarme planeando venganzas. Quién sabe, a lo mejor esa medalla de oro no quería estar colgada en tu cuello.
—Pero en el tuyo sí. En verdad no me sorprendió tu triunfo.
—A mí no me compras con halagos —repuse.
—Entonces, ¿hay algo que pueda hacer para resarcir el mal rato que te hice pasar?
Una vez más, me enfrenté a la encrucijada de otorgarle al infractor la capacidad de elegir su destino. Que se hubiera tomado la molestia de venir hacia mí le concedía puntos. Hizo que una cosquilla se instalara en mi pecho, brindándole una calidez sobrecogedora.
Dentro de mi mente había un completo caos; una parte me decía que lo dejara hablando solo, y la otra me invitaba a ser condescendiente, porque quizá ya era hora de dejar atrás aquella ofensa.
Se mantuvo a la expectativa y tomó asiento en uno de los taburetes. Me causó gracia que sus pies quedasen colgando, pues este se alzaba por encima del nivel del suelo. Era la viva imagen de un niño que albergaba la esperanza de disminuir la dureza de su castigo mediante apelar a la nobleza de su madre, lo cual me dio una idea, y al mismo tiempo, me devolvió la ternura que creí que ya nunca podría sentir hacia él.
—Ahora que lo mencionas... Empecemos por algo simple. Cuéntame, ¿qué fue lo que me inyectaste? Y esta vez, quiero la verdad, y nada más que la verdad —sentencié.
Sus ojos se llenaron de vida, aunque no demostró ni un ápice de entusiasmo. Creí que iba a presentar objeciones, y de hecho, ya estaba formulando unas cuantas respuestas medio agresivas para convencerlo de que desapareciera. Pero nunca replicó.
—¿Te refieres a su nombre comercial o a la sustancia en sí?
—Vamos, Levi. Sabes de qué hablo —resoplé tras encontrar un sitio para acomodarme—. ¿Qué tan cierto es eso que dijiste acerca de su mecanismo de camuflaje?
—De dónde vengo, la conocen como "ZX-T". Y no. No deja huella en el torrente sanguíneo, es parte de su composición.
—¿Es de recién introducción en el mercado? Nunca había escuchado de ella.
En la cultura popular se conocían diversas denominaciones, aunque en mi acervo no había encontrado ninguna parecida a esa.
—Seguramente lo hiciste, tiene varios nombres.
—¿Cómo la conseguiste?
—Es mejor que no lo sepas —mencionó con recelo—. Por... tu propio bien.
—No me vengas con eso ahora. —Puse los ojos en blanco—. Estoy harta de que me mientan, solo dilo. Sin importar cuan terrible sea, quiero saberlo.
Vi que apretó el puño suavemente, como si se estuviera debatiendo entre seguir ocultando esa información y deshacerse de ella de una vez por todas.
Respiró hondo, luego expulsó todo el aire que sus pulmones lograron contener. Meterlo en apuros me costaba todo lo que era, empero, no podía dar mi brazo a torcer en esta búsqueda.
—Yo solía juntarme con personas a las que podrías catalogar como peligrosas, del tipo que no se anda con contemplaciones cuando tienen un objetivo. No respetan la vida de nadie, ni siquiera la suya. Digamos que conservé algunos contactos, por si algún día los necesitaba. Entonces, tuviste ese accidente y... El resto ya lo sabes —explicó con voz lánguida.
Aquello activó mi sentido de alerta. Me condujo a un estado de aflicción tras hacer memoria y conectar un par de sucesos que anteriormente me había contado.
—Ya veo. —Demasiada sinceridad para una sola emisión de aire—. En tal caso, ¿qué clase de "magia" es esa? ¿Cómo fue que curó mi tobillo en un santiamén?
—La explicación simple es que estimula la creación de proteínas que funcionan como auxiliares en el proceso de cicatrización y regeneración de los tejidos. Además, inhibe de alguna forma los receptores de dolor. Tch, ¿qué te causa tanta gracia? —me reprendió cuando fui incapaz de contener la risa por el carácter de sabelotodo que encerraba su entonación diplomática.
—No quiero ni imaginar cuál es la explicación rebuscada... Deberían darle un premio al sujeto que la creó y distribuirla en los hospitales en lugar de usarla con fines "recreativos" —mascullé. No mostró signos de concordar con eso último—. ¿Y entonces, qué? ¿Volveré a estar igual que antes cuando mi cuerpo se desintoxique?
Negó con la cabeza.
—Una vez curada, tendrías que usar otra dosis si vuelves a lastimarte.
—Parece que estás bien familiarizado con el tema. Sabes de lugares, proveedores, efectos secundarios y de su funcionamiento en el organismo. Dudo que sea la primera vez la consumes.
Sus mejillas se tornaron rojizas, lo que me llevó a inferir que la hipótesis que me había estado formulando se acercaba con creces a la realidad.
—¿Aún crees que era justo que te redujeras al papel de una simple espectadora en la lejanía? —Se envalentonó de repente, acortando la distancia entre ambos. Retraje el cuello por instinto, fui incapaz de moverme—. Porque yo no, y sé que en el fondo estás de acuerdo conmigo, aunque te niegues a aceptarlo.
—Actuar así estaba en contra de las reglas. Olvidé que eras un rebelde sin causa, pero no somos iguales. ¡Esta victoria no me pertenece! Fue injusta, y ya estoy pagando condena. ¿Qué hay de ti? ¿Sigues creyendo que hiciste lo correcto? —El sonsonete reclamador estaba a la orden del día, sentí pesar de darle rienda suelta—. Discúlpame, no pretendía someterte a un interrogatorio. Las adicciones nunca estuvieron contempladas dentro de mi plan de vida. Ojalá que en el tuyo tampoco.
Antes de que me invadiera una corriente de sentimentalismo, encontré la forma de desfogarla.
—¿Qué dijiste?
—Que esto me pertenece —Le arrebaté el pedazo de tela que me había quitado. Ya se me había pasado la furia, así que pude dedicarle una sonrisa juguetona—. No deberías bajar la guardia.
Me levanté del asiento, dispuesta a continuar con las actividades que aún quedaban pendientes. Por el momento, me conformé con la información obtenida. Fue como deshacerse de una pesada carga que había llevado a cuestas.
—¡Aguarda, Ki...! Mocosa. Tengo... algo para ti.
Y pensar que la única vez en que llamó por mi nombre yo estaba en estado de provocación, nunca me detuve a pensar en lo lindo que sonaba. Desearía que dejase de contenerse y lo mencionara con frecuencia.
—¿Y eso es...?
—Abre la palma de tu mano.
Entonces, extrajo una pulsera de color azul que estaba en su bolsillo, y la dejó caer sobre mis manos acunadas. Tras observarla con detenimiento, en medio de un enorme esfuerzo para no sonrojarme, noté que en cada una de las cuentas había una diminuta flor encapsulada, como si se hubiese quedado en medio de una gota de rocío que se cristalizó debido a las bajas temperaturas.
Las palabras se quedaron atoradas en mi garganta. Me preocupaba que creyese que con aquel gesto le había otorgado mi perdón, así que me limité a susurrarle un tímido «Gracias» y mencionar que aún no terminaba y que podía retirarse. En lugar de huir, se quedó a ayudarme, en completo silencio.
OMNISCIENTE
Entre sus conocidos figuraba un hombre que, además de ser considerado de inteligencia superior, se había ganado la reputación de ser confiable.
Se conocieron por casualidad una noche en uno de esos sitios a los que acudían los adultos para ahogar sus penas ante una decepción económica o amorosa y, por otro lado, disfrutar del galardón de la soltería.
Ella era un vivo ejemplo del primer caso, mientras que él solamente buscaba despejarse. Ambos eran profesionistas exitosos en su ámbito, de esos que creían que no les hacía falta nada, que se empeñaban en negar su necesidad de cariño y apoyo. Zeke estaba trabajando en recuperar a su familia, pero había dejado de lado sus propias carencias hasta que conoció a Yelena.
Apenas obtuvo el consentimiento de su alumna, acudió en búsqueda de la única persona que se había ganado el entero de su confianza. Ella no comprendía la fijación de aquel hombre por estar agazapado en un laboratorio impoluto, mirando a través de los distintos objetivos en búsqueda de microorganismos que pudieran "hablarle" mediante sus acciones. Aun así, admiraba su empeño y dedicación.
A grandes rasgos le explicó lo que necesitaba, y mientras el reactivo hacía efecto, se dedicaron a hablar acerca de temas triviales: el alquiler del departamento que estaba a punto de vencerse, lo extenuante que se había vuelto el trabajo y lo feliz que la hacía haber ganado la competencia.
Yelena había motivado los cambios de posición, una apuesta arriesgada que terminó dando frutos, y que la había hundido en un nerviosismo incontrolable.
—¿Y bien, cariño? ¿Mi alumna es una excelente mentirosa o realmente está limpia como dice? —preguntó una vez que dio por hecho que la sustancia había reaccionado.
—Yelena, creo que estás sobreactuando —respondió él mientras sostenía el papel contra la luz—. Los resultados de esta niña son casi tan puros como los de un recién nacido. Puedes dejar de preocuparte.
—Normalmente son los hombres quienes recurren a este tipo de tácticas, por eso me extrañó.
—Veo que nos tienes mala fe —rio con desgano—. Despreocúpate, todo está en orden. Ganaron porque tienen a una excelente entrenadora para guiarlas, haces un gran trabajo. —Se acercó a ella y le colocó las manos sobre los hombros, ejerciendo una leve presión que encontró reconfortante.
—Supongo que esta noche celebraremos mi triunfo. ¿Vendrás a casa?
—Yo te aviso —Meditó durante unos segundos, no muy convencido de abandonar su sitio de trabajo—. Necesito poner orden aquí.
—De acuerdo. Te estaré esperando. Y por favor, no te desveles. Esas ojeras se están volviendo pronunciadas.
Me acabo de dar cuenta de que la historia acaba de llegar a las 5K y eso me alegra muchísimo. No me queda más que agradecer el apoyo, por lo que este capítulo está dedicado a SanGSFranco, quien me ayudó a llegar a la meta de pura casualidad 💞.
Me siento feliz de haberle puesto un nombre a la sustancia que tantos problemas ha causado. Era una idea que ya ansiaba presentarles porque la tengo desde hace mucho, incluso antes de que me decidiera a publicar la historia.
Digamos que es uno de los pilares de la trama, y ahora que comprendo mejor cuán importante es saber conectar un hecho con otro. No me gustaría que encontrasen inconsistencias.
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