Capítulo 37| Voto de confianza (Parte II)

Fui abriendo la boca gradualmente, pero mi habla se vio impedida tras la conmoción inicial. Antes de cometer una imprudencia, tenía que convencerme de que la figura que se encontraba delante de mí no era un espejismo ocasionado por la insolación.

Se retiró las gafas oscuras. Acto seguido, procedió a doblarlas, dejando que colgaran de su camisa, cuyo estampado era un tiburón con las fauces abiertas. Me levanté con cautela, procurando dar la impresión de que esto era parte de un juego entre dos amigos que llevaban tiempo de conocerse.

Me abrí camino entre la hilera de sillas, rodeándolas en la medida de lo posible. Ya que la arena se había enfriado, el suelo estaba firme, lo que permitía que me desplazara sin mayor inconveniente.

—¿A dónde te diriges con tanta premura? —preguntó en tono amenazante, inspirador de temor. Recargó uno de sus brazos en una de las sillas, acorralándome—. Esta conversación aún no ha terminado.

«No puedes terminar algo que ni siquiera comenzaste», pensé.

—¿Q-qué dices? —respondí con voz tenue, haciendo un enorme esfuerzo para mantener el contacto visual.

Al toparme con sus ojos, mis recuerdos se transformaron en corrientes embravecidas que devoraban todo a su paso. Un camino invisible conectó nuestras miradas, proyectando la oscuridad, la angustia, la incertidumbre de haber tenido mi existencia pendiendo de un hilo que pudo romperse a la menor de las provocaciones...

Todas esas sensaciones volvieron, incentivadas por el aroma penetrante que emanaba de él, similar al de la dulzura combinada con altivez. Irradiaba egoísmo, desdén e impaciencia. Los adjetivos que empleaba para describir a Levi, y aunque deseaba que se tratara de él, no era así.

—¿Qué ocurrió con la valentía de la que te ufanabas? Como ya eres libre, crees que estás a salvo —dijo en tono sarcástico.

Yo me hacía la misma pregunta. Su atrevimiento al invadir mi espacio personal me estaba metiendo en apuros, que se manifestaron como gotas de sudor cayendo por mi frente, en una cantidad mayor a la que se esperaría dadas las condiciones climáticas.

—Es que yo creí que... —Me aclaré la garganta—. Creí que nunca volvería a verte, Sin Nombre.

—Deja de llamarme así, es irritante. —Realizó un ademán conciliatorio.

—¡Cuánta amabilidad!

—Tú tampoco fuiste muy amigable que digamos.

¿Y qué esperaba? ¿Un efusivo abrazo? Desconfiar de sus intenciones era mi mejor defensa, y quizá la única.

—Si no me dejas ir ahora, gritaré —lo amenacé tras mirar de reojo. Valerme de la presión de grupo difería de mi proceder habitual, solo que la falta de ideas me estaba asfixiando—. Algo me dice que alcanzas a percibir que no te irá bien cuando anuncie que estuviste involucrado en mi secuestro.

—¿Ah, sí?¿Y tienes alguna prueba, señorita amenazas? —Hablaba con una seguridad inquietante, una que tendría que imitar para que no se diera cuenta de mi nerviosismo.

Sin embargo, no supe cómo responder a su cuestionamiento. Mi valentía estaba oscilando desde una posición de empuje a una de entumecimiento.

—Eso pensé. No vas a hacerlo —repuso—. Si en verdad me temieras tanto, Kiomy, ya hubieras puesto a todo el mundo en alerta. Además, a mí algo me dice que no eres de las que les gusta llamar la atención —auguró, dejándome con la incomodidad de sentirme como un libro abierto: demasiado predecible, demasiado vulnerable.

La amenaza de perder el rumbo de la plática por contemplar su rostro con disimulo se había hecho latente. Reprendí aquellos instintos que me exigían pasar por alto la gravedad de los hechos.

Como una señal de ayuda divina, la pelota con la que se llevaba a cabo el partido al que invitaron a Hange terminó desviándose, y rebotó contra su espalda. El impacto fue leve, aunque bastó para hacerlo enfadar. Me preocupé cuando se las lanzó de vuelta, el chico que la atrapó casi se fue de espaldas al recibirla.

Aprovechando la distracción, me encaminé a rodear su figura, solo que él tenía un plan, y no mandaba señales de dar su brazo a torcer.

—Si me lo preguntas, es una terrible forma de romper el hielo —dije tras retirar exageradamente el miembro con que volvió a impedir me el paso y regresé a mi posición inicial.

—Es que no tengo una idea clara de dónde comenzar. Pensé que resultaría sencillo. —Se rascó la nuca.

—¿Qué? —reí con desgano. El cúmulo de ironías que se había gestado dentro de mí amenazaba con salir a la luz. Detenerlo ya no estaba entre mis prioridades—. De acuerdo, te ayudaré. Empecemos por lo básico. —Tomé una postura digna de un profesor que estaba a punto de dar cátedra—. Considerando que me secuestraste y prácticamente te deshiciste de mí como si no valiera nada, creo que me ha ido de maravilla. Y perdóname si no fui amable contigo, tengo mis razones. No aspiro a que las entiendas.

—Tú y tus chistes horrendos. —Puso los ojos en blanco.

—No pretendía hacerte reír. Es la verdad; no voy a mantenerla en secreto solo porque resulta chocante a tus oídos—. A la verdad no le importa cómo te hace sentir.

Esta situación fue una de las más incómodas a las que me había enfrentado. Dentro de mis pensamientos, carecía de lógica que hubiera salido del anonimato nada más para extenderme un "afectuoso saludo".

Tal vez esa armadura impenetrable no era tan eficiente como aparentaba. En ocasiones, la respuesta ideal se escondía bajo la premisa más burda y sencilla, pero resultaba difícil encontrarla cuando nos condicionamos a darle una interpretación filosófica a los hechos.

—Creo que ya sé a dónde quieres llegar —añadí, casi rendida. Ante el silencio intermitente, comprendí que iba en la dirección adecuada, que lograría segar en esas tierras, aunque hubieran sido regadas a cuentagotas—. Me he reservado los detalles, considero que le brinda un toque de exclusividad a semejante experiencia fuera de lo común. Además, no es algo que andaría gritando a los cuatro vientos.

—¿Y se supone que debo creerte?

—Es un buen punto. No tengo nada qué rebatir ante esa lógica, pero si no mal recuerdo, yo también me vi obligada a confiar en ti, a expensas de mi propia vida. Y bueno, tal vez no sea la vida lo que te preocupa perder, sino la libertad. Dime una cosa: ¿de qué me habría servido acusarte sin presentar evidencias? Hasta ahora no he recabado ningún tipo de información pertinente. —Forcé una sonrisa, levantando una polvareda que nos ensució a ambos.

Esa mala costumbre de hablar sin antes meditarlo era tan adictiva como perjudicial.

—¿No me delataste porque querías mantener el recuerdo para ti misma? ¿Qué pretendes hacer con él?

Lo metería en una botella y luego la arrojaría al mar para que las olas se lo llevaran lo más lejos posible.

—Nada, justo ahora, nada... ¡Un momento! La que necesita explicaciones soy yo, y las estoy escuchando. ¡Ah! —chasqué los dedos—, ya sé: me vas a decir que siempre hay un motivo para cada acto que realizas.

Ese discurso me lo sabía de memoria, y ya me tenía sumida en la miseria.

—Apresurarte a emitir un veredicto sin escuchar a ambos implicados podría llevarte a cometer un par de errores de apreciación.

Justo lo que quería evitar. Le había encontrado sentido a atormentarme con la idea de que haber aceptado su ayuda pudo ser contraproducente, ya que después hallaría el modo de cobrarme el supuesto favor.

Había pasado incontables noches viéndolo en medio de sueños lúcidos, un plano en el que salían a flote las verdaderas intenciones del corazón y el raciocinio no tenía cabida. Quizá fui yo quien lo atrajo, porque nunca dejé de pensar en ello, y ahora era vital que lidiara con las consecuencias.

—Si mantenerme en cautiverio por unas horas te ayudó a salir de un apuro económico, espero que hayas empleado la recompensa con sabiduría y no en esas estupideces que se toman o se inyectan, ¡qué sé yo! ¿Alguna otra causa que debas defender?

A medida que me envalentonaba, me fui quedando sin aliento, pero jamás titubeé.

Él mantuvo la vista clavada en el suelo. No sabía si interpretarlo como una señal de desinterés o de meditación, incluso me conformaba con un ápice de culpa.

—Lo lamento —musitó, dejándome aún más confundida que antes.

—¿Cómo dices? —pregunté con el fin de asegurar sus dichos. Ese repentino cambio de actitud me pareció cuestionable.

—Lo siento, ¿de acuerdo?

—¿Qué es lo lamentas en sí? —Me incliné ligeramente—. ¿Es que acaso pretendes limpiar tu consciencia perturbada o quieres jugarme una broma de mal gusto? Porque déjame decirte que no la encuentro divertida.

Lo que yo significaba para él podía resumirse en un término que, en todas sus variantes, transmitía la noción de «inexistencia».

Le concedí la oportunidad de expresarse como una manifestación del agradecimiento, que temía que se convirtiera en otra cosa. Debía ser una imbécil por seguir creyendo que hubiéramos sido buenos amigos si este vínculo se hubiera desarrollado de forma consistente, y no como lo que fue en realidad.

—¡Te equivocas! —exclamó.

—¡¿Entonces de qué hablas?! —Comenzaba a desesperarme—. ¿Cuándo me coloqué un letrero que dicta: «Se leen mentes»? Vamos, mi paciencia no es eterna.

—Debes saber que yo nunca quise dañarte —añadió.

Desde que viví aquella experiencia, no había dejado de sentir miedo. Padecí en carne propia las distintas etapas: logré canalizarlo en forma de ira, que después se transformó en odio, y finalmente, en culpa y tristeza.

A veces las viví por separado, y en los peores días, la combinación de dos o más casi me provocaba un ataque de pánico. Y es que uno no lograba liberarse de los pensamientos intrusivos como por arte de magia, pero ya no estaba de edad de autocompadecerme, sino de buscar soluciones por mi cuenta.

Una vez más, mi mente se quedó en blanco, mientras él aguardaba por una respuesta que nunca llegó.

—Olvídalo, eres demasiado obstinada como para creerme. Si de algo sirve, entiendo que te parezca estúpido. —No se imaginaba cuánto—. Verás, una amiga mía me habló acerca de ti. Estaba tan feliz de verte —bufó con hastío—, no paró de recalcar lo bien que se llevaban y todo eso. Cuando mencionó a Colt y dijo que los tres habían sido amigos, me fue imposible no atar cabos.

Ni siquiera le pregunté quién era esa amiga, pude intuirlo.

—Así que te acercaste para corroborar que se trataba de la misma persona —deduje.

—Técnicamente, sí.

—Y de paso, para expiar tus culpas.

—Yo no dije eso.

—Claro que sí, escuché un burdo intento de disculpa. ¿Por qué tomarte la molestia si ahora vas a negarlo?

Ya había reemplazado la expresión de angustia por una que reflejaba cierto alivio. Él tampoco se veía tenso, ni se aclaraba la garganta con frecuencia. Incluso me atreví a afirmar que estaba modulando su entonación. Aunque todavía la consideraba áspera, ya no parecía una secuencia de gritos aleatorios.

Colt había cometido un error al involucrarse con gente peligrosa, pero el que hubiese encontrado alguien en quien depositar su confianza entre esa pila de escombros me había devuelto la fe que ya creía extinta.

Nunca sabré si durante el tiempo que compartimos llegó a verme como una prisionera o como una invitada. Si se compadeció de mí por lo que representaba para alguien a quien tenía en alta estima o porque recordó fugazmente su humanidad durante el intercambio de palabras. De lo que sí estaba segura era de que esa cadena de favores había contribuido a mi relativo bienestar.

—Oye, Sin Nombre...

—Porco.

—¿Porco? —repetí con la entonación de una pregunta. Tuve que reprimir una risotada, aunque no funcionó del todo.

—¿De qué te ríes? —Rodó los ojos, tratando de disimular su apocamiento—. Eres tan infantil... Pero me agradas, aunque eso ya te lo había dicho.

—Ya. No diré que fue un gusto verte porque estaría pecando de ingenua, pero tampoco ha sido tan malo. Solo no te acostumbres, ¿sí?

—Creo que tu petición no será concedida. Un pajarito me dijo que nos veremos esta noche.

—En ese caso, yo jamás te había visto. —Alcé los brazos para reforzar mi punto—. Despreocúpate. La pelota no tiene la culpa de tu mal humor, no deberías desquitarte con objetos inanimados.

—No tienes remedio.

—Tú tampoco.

Una vez que nos libramos del efecto de la salinidad, Hange me convenció de ponerme un vestido para compaginar con ella. No era la primera vez que me volvía su cómplice, y su entusiasmo por lucir bien para quien le gustaba era motivo suficiente para unírmele.

No fue complicado decidir entre una amplia gama de opciones ya que solo había empacado una pieza, creyendo que me salvaría de un aprieto. La tela era ligera, se ceñía a mi figura en ciertos puntos. La falda me cubría hasta los tobillos, su longitud se compensaba con la abertura lateral. Aquel estampado de flores cautivó mis sentidos en cuanto lo vi en el aparador y por fin tendría el placer de utilizarlo.

Para que mi cabello se secara, opté por hacerme un semi recogido. Hange dijo que cuando me cansara de él podría vendérselo a una estilista para que lo convirtiera en extensiones. Le aseguré que iba a tenerlo en cuenta para la siguiente crisis que me atacase, la de hoy no ameritaba que me deshiciera de mi sello personal.

Procuré ordenar un platillo ligero, compuesto de un filete de pescado empanizado, que venía acompañado de una ración de ensalada y arroz frito con mantequilla. Para beber, pedí una limonada con agua mineral. No podía darme el lujo de enfermarme del estómago a esas alturas.

Saltaba a la vista que ni Porco ni Pieck actuaban como si fueran solo amigos. Coqueteaban de una manera singular que pasaría desapercibida ante aquellos que no los conocían, una que no me aplicaba debido a que ya existía el antecedente.

En ocasiones, él posaba sus ojos sobre mí con sospecha, como si temiera que fuese a relatar su gran hazaña delante de todos y entonces arruinase lo que sea que estuvieran construyendo. Si supiera que no tenía intenciones de ponerla en su contra, eso sería un acto muy vil... A la vez, me causó un placer malicioso verlo tan angustiado. Una pizca del miedo que yo experimenté no lo dañaría permanentemente.

Estaba rodeada de cuatro personas que habían formado parte de sucesos trascendentales en mi vida. La vida y la muerte, el principio y el final, la unión y la guerra... Entre más meditaba en lo que representaban y establecía la conexión que había establecido con todos, más me acercaba al del borde del precipicio.

De pronto, sus voces me parecieron lejanas. Sus labios se movían, solo que yo no percibí ningún sonido. El ruido de mis pensamientos terminó tomando el control, y ser consciente de mi existencia terminó por abrumarme.

Ir al baño era quizá la mejor excusa que alguna vez utilicé para huir de una situación incómoda, que deseaba analizar en silencio. Avanzaba por inercia, con la vista fija en el suelo, cuando me estampé con el último individuo al que me apetecía darle la cara. Si no lo conociera, me habría anticipado a concluir que me estaba siguiendo, a la espera de que me encontrara sola y desprotegida.

—Perdón, no te había visto. —Me sobé el hombro, simulando que no me embargaba la alegría.

—Eres muy buena haciendo amigos, aunque no lo parezca —señaló en un tono de reclamo que me hizo enfurecer y detenerme a medio camino—. Si no guardas tu distancia con extraños, no veo por qué sería diferente conmigo.

—Yo diría que somos... viejos conocidos. Ultimadamente, ¿por qué debería rendirte cuentas? —lo reté. No estaba de humor para soportar otro cuestionamiento de esa índole.

—No es lo que pretendo —aclaró.

—¿Entonces? ¿También crees que tienes derecho a elegir con quién hablo y con quién no? —Me miró con extrañeza, haciendo una leve inclinación. Yo creí que demeritaba mi mensaje, y no estaba dispuesta a tolerarlo—. Tu... Tu ojo... —Levantó una de sus manos, señalándome. Por acto reflejo, palpó el mismo sitio en su propio rostro, como para darse una idea de mi nivel de dolor. Yo no experimentaba ninguna molestia.

—¿Qué tiene? —«Ay, no otra vez». Traté de esconderlo, pero sabía que ya era demasiado tarde. Él lo había notado—. Ah, no es nada. Hace tiempo que no utilizo los lentes de contacto y... Olvídalo. Me están esperando.

—¿Te sientes bien? —preguntó con legítimo interés. Se interpuso en mi camino y, a diferencia de otras ocasiones, no me puso ni una mano encima. Andaba en plan conciliatorio.

Me sentía mareada, y el estómago me daba vueltas. Nada grave. Quizá eran los efectos secundarios de la tensión que tenía acumulada desde que comprendí la cercanía de la fecha del maratón, me secuestraron, me empujaron a través de las escaleras y para rematar, me inyectaron una sustancia de dudosos orígenes.

—Mejor que nunca.

—¿Estás lista? —me preguntó Hange una vez que terminó de abrocharse las agujetas.

—Lo estoy, es solo que... Ella me tiene que dar la estafeta, eso me preocupa —suspiré—. ¿Qué tal que finge que se le cae de las manos de último minuto solo para retrasarme, o peor aún, hacer que me descalifiquen?

La diferencia de los cien metros planos con la carrera de relevos era que, aunque se recorría la misma distancia de manera individual, el triunfo se dividía entre las cuatro competidoras. Por ende, se requería de la participación activa de todas. Y mi reciente enemistad con Petra lo complicaba.

—Si tiene intenciones de echarlo a perder por una rabieta infantil, entonces nunca mereció ser tu cocapitana, incluso si la entrenadora se lo permitió —dijo esa última frase en voz baja, previendo que alguien nos estuviera escuchando. Me causó gracia su tono de confidencialidad—. Yo sé que tienes una tarea de suma importancia como el último relevo del circuito, pero debes saber que creo en ti, y no soy la única.

—¿Con quién has estado hablando acerca de mí a mis espaldas? —bromeé.

—Pues, no solo con el resto del equipo, si es que me entiendes —insinuó—. Por cierto, ¿no lo extrañas?

¿Por qué será que él siempre terminaba colándose en medio de mis conversaciones? ¿Era otra especie de condena? Con una me bastaba.

—Oh, no.

—¿Ni siquiera un poquito? —Juntó el índice con el pulgar.

—Ni siquiera un poquito —reafirmé—. Sigo enfadada con él, así que por mí, puede hacer lo que le venga en gana. Mientras más lejos, mejor. Andando.

Tener conocimiento de que el equipo sería descalificado si el pase no tenía lugar dentro del área asignada reforzó mi angustia, sin embargo, me reconfortó saber que sería la última del día.

El equipo de Orvud ya había recorrido el 50% de la pista. Su representante iba a la par de la competidora de Stohess mientras que Hitch la seguía, pisándoles los talones. Parecían alineadas, señal de que el premio estaba muy reñido.

Cuando ya no pude girar el cuello, me propuse salir disparada en cuanto Petra entrase en la zona de intercambio. Apenas escuché su grito, extendí mi mano hacia atrás. Con un movimiento rápido de la muñeca, llevé el testigo hacia el frente. Una vez que lo tuve en mi poder, me dejé llevar por el instinto de seguir avanzando, no pensaba rendirme.

El aire chocaba contra mis mejillas, que temblaban a medida que daba un paso. Yo tenía la vista fija en el premio; no existía nadie además de mí y el trozo de plástico hueco que sostenía con todas mis fuerzas. «Tengo que llegar, ya no falta mucho», me repetía.

De repente, mi visibilidad se vio afectada con una película de vapor. Sentí como la fina lámina se resbalaba a través de mi ojo izquierdo, sin ser capaz de impedirlo. Parpadeé en repetidas ocasiones, pero lo único que logré fue sacarlo de su órbita. Menos mal iba a deshacerme de esos lentes al final de la carrera, ya me habían acarreado bastantes mayores problemas.

Cuando creí que lo peor ya había pasado, una constelación de lágrimas apareció en mis pestañas. Aunado a esto, me percaté de que las demás competidoras me estaban alcanzando. La preocupación dio origen a una aguerrida lucha en contra de los sentimientos negativos, voces dispersas que me pedían terminar con la agonía forzándome a detenerme a frotarme los ojos.

Una vez leí que el más acérrimo enemigo se encuentra en tu interior, solo que me sentía particularmente capaz de ignorarlo en aquellas circunstancias. No quería remitirme a ser un cero a la izquierda, sino estar de pie en el salón de la fama. «Aguanta solo un poco, cualquier dolor es temporal», seguí diciéndome.

Entonces, una descarga de energía aumentó mi velocidad. Fue como si mis piernas se hubieran vuelto más ligeras, al igual que el resto de mi cuerpo. Quizá fue la combinación de gritos eufóricos y miradas de asombro lo que me motivó a continuar, imaginarme encima de uno los tres lugares en el podio, o el miedo a decepcionar a quienes habían confiado en mí, aunque no tenían por qué hacerlo.

Me detuve apenas atravesé la línea de meta, e inhalé grandes bocanadas de aire. Mi garganta se había secado y comencé a toser. Todo mi cuerpo tembló mientras me apoyaba sobre las rodillas. Me dejé caer en el suelo y me acomodé boca arriba, tratando de nivelar mi respiración y ritmo cardiaco.

No celebraba, más bien, me había cansado.

—Kim, ¡Kim! —Era la voz de Hange, dispersa y tenue—. ¡Alguien traiga agua! Tranquila...

—No lo entiendo. Jamás había sufrido un desmayo, ni siquiera cuando me he visto sometida a tanta presión —le dije a Hange.

—Supongo que tu mente decidió desconectarse por unos minutos en búsqueda de alivio. Necesitas descansar. —Ella se levantó de su asiento y me ayudó a reincorporarme.

Noté que me habían llevado al cubículo de la enfermería, uno de esos sitios donde la pulcritud abundaba, y de inmediato pensé en alguien que la disfrutaría. Solo que no esperaba verlo rondando por ahí.

—¿Por qué está él aquí? —Señalé con la cabeza en dirección hacia Levi. Este se mantuvo recargado en la pared contigua a la puerta, mirándome con escepticismo.

—De nada —protestó.

Decidí pasar por alto su presencia, no me apetecía entrar en discusiones.

—¿Cuánto tiempo estuve dormida?

—Cerca de tres horas —respondió Hange mientras revisaba la bolsa con la solución de electrolitos. Fui deslizando la aguja a través del trozo de cinta, esperando que no se diera cuenta y me regañara.

—Fueron tres horas y media, cuatro ojos —aclaró Levi.

Había pasado una eternidad desde la última ocasión en que lo escuché dirigirse a mi amiga por ese apodo, que me recordó que lo había echado de menos.

—¡¿Qué?! Vámonos de aquí, aún tenemos que ir a...

Un dolor de cabeza me atacó de repente, palpitando en silencio, así que me llevé las manos a la sien y fui masajeando en círculos la zona afectada.

—Aguarda. No deberías levantarte de golpe —intervino mi amiga. «Ya me di cuenta», pensé. Se colocó en el borde de la cama y extrajo un pañuelo de su bolsillo—. Mira, me pidieron que te diera esto.

Al desenvolverlo, encontré una moneda dorada con el número uno grabado justo en el centro, reposando sobre una corona de hojas de laurel. Sin decir nada, entendí que debía inclinar la cabeza para que me la colocara en el cuello.

—Entonces valió la pena. —La observé con admiración. Una sonrisa amplia se dibujó en mis rostro.

—No fue la única que ganamos, pero sí la más brillante. —Me guiñó el ojo—. En general, nos fue de maravilla, ¿no es así, Levi? —Él asintió—. Es una lástima que te perdieras la ceremonia. Tus amigos también se llevaron varias medallas.

—¿Y a ti que te importa si los demás ganaron? —respondió con desinterés.

—Ay, yo solo decía. Perdónalo —se dirigió a mí—, está de gruñón desde que lo aplastaron en el lanzamiento de bala. —Alcé ambas cejas. Creí que ya nada podría sorprenderme.

—Tch, solo fueron un par de centímetros. El color plateado no está mal —comentó mientras examinaba su propia condecoración.

Se veía relajado, casi contento, aunque no sonreía.

Reparé en que no se habían quitado el uniforme, a pesar de que la última carrera había finalizado hacía varias horas. Si estaba en lo correcto, habían optado por quedarse a cuidarme en lugar de dedicar sus energías al sinnúmero de actividades que se podían realizar durante el tiempo libre.

Ambos se volvieron hacia mí y me dedicaron una mirada que me puso en alerta.

—¿Por qué me ven así? ¿Qué ocurre? —Un micro infarto casi me devolvió al estado de inconsciencia.

—¿No sientes nada?

—No... Hange, deja de asustarme. —Tuve un mal presentimiento—. Por favor, pásame mi teléfono.

—No creo que sea buena idea —añadió él.

—¡Por favor! ¿Qué está sucedien... —Dejé la frase inconclusa apenas vi mi reflejo en la pantalla.

Me había anticipado para lo peor, y cuál fue mi ingrata sorpresa al cerciorarme de que todo estaba en orden.

Hange se partió de la risa. Por un instante, creí que también Levi se estaba burlando, mas nunca lo sabré porque en seguida me dio la espalda.

—Qué bromistas me parecen.

Capítulo dedicado a CarlyLiizethPerales. Muchas gracias por el apoyo que le has dado a mi historia, tus estrellitas me hacen feliz <3

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