Capítulo 36| Voto de confianza (Parte I)
El hotel era impresionante. Evidenciaba el buen gusto de aquellos que destinaron los medios para erigirlo. Las blancas paredes reflejaban la luz, por lo que fue complicado avanzar hasta la entrada sin encandilarse. En las ventanas había un borde redondeado que tenía algunas salientes que combinaban con el resto del edificio.
Para llegar a la puerta se requería atravesar un camino circundado de palmeras, cuyas hojas bailaban al son del viento. Quise llenar mis pulmones de ese aire limpio que era imposible de encontrar en los asentamientos urbanos, de modo que inhalé profundo hasta que mis fosas nasales se destaparon.
Cada uno se reunió con sus amigos apenas bajamos del transporte. Se tomaban fotografías mientras los demás llenaban el registro correspondiente.
En cuanto a mí, opté por separarme del grupo. Empero, en el fondo reconocía que estaba actuando como una tonta, y que no tenía derecho a arruinar el espíritu festivo de quienes se habían afanado en incluirme.
Una vez que el papeleo estuvo en orden y nos entregaron las llaves de nuestras respectivas habitaciones, la entrenadora nos dio un espacio para instalarnos.
La recepción estaba despejada, el flujo de turistas en esta época del año no era demandante. Aquellas eran buenas noticias: señal de que tendríamos la alberca disponible durante la mayor parte del tiempo de ocio.
Pero la fachada de apropiación terminó esfumándose cuando divisé a varios estudiantes bajando por las escaleras. Se abrían paso en medio de risas presuntuosas, junto con miradas desafiantes cuyo propósito era intimidar a quienes tuvieran el infortunio de atravesarse en su camino.
Por otro lado, se encontraban los que siempre se mantenían a la espera de la aprobación de sus superiores, esos que carecen de iniciativa. Aunque nadie se atrevía a admitirlo, sabía que todos concordaban en que estábamos en medio de una especie de campo de batalla, y algunos ya estaban analizando a sus oponentes con el fin de formular estrategias.
Un grupo compuesto por féminas se detuvo no muy lejos de nosotros. Una de ellas intercambió miradas insinuantes con algunos de mis compañeros, entre los que se contaba «El indeseable». Experimenté una insana curiosidad por ver cómo reaccionaba, y sonreí en mis adentros cuando noté que se mantuvo al margen.
Sin embargo, una molesta Nanaba contemplaba la escena con una expresión iracunda, aunque permaneció inmóvil. No podía culparla, a mí tampoco me complacería presenciar un coqueteo tan descarado hacia la persona que me gusta, a quien le concedí puntos gracias a su apatía. Esa era la mayor desventaja de no afianzar los sentimientos, es como si aguardara a que una situación apremiante me obligase a abandonar la zona de confort con un retraso significativo.
Lugo de identificar el restaurante y el acceso hacia las albercas, fuimos a buscar la habitación, que se encontraba en el quinto piso.
Parecía un apartamento. Los colores en las paredes habían sido elegidos con el propósito de absorber la mayor cantidad de luz natural, y el sutil toque de elegancia le daba origen a un ambiente acogedor.
Tenía dos habitaciones con camas individuales (porque la idea era que la ocuparan unas cuatro personas), dos baños, una cocina repleta de aparatos modernos que nunca en mi vida había visto, e inclusive un espacio destinado como sala de estar.
El lujo no me desconcertaba, pero sí me convenció de hacer todo lo que estuviera en mis manos para hacer ostensible que me había ganado mi lugar por mis propios medios y que no pensaba desperdiciarlo.
La vista panorámica del océano, el aire caliente que entró por la ventana golpeando mis mejillas y las partículas de sal que se volatizaron en cada uno de los rincones del recinto fueron el impulso que necesitaba.
Quise quedarme ahí para siempre, solo que el deber me llamaba, o más bien, me estaba gritando con una voz cantarina.
Con las emociones a flor de piel y la esperanza de no morir en el intento, le di el último giro a la banda elástica con la que acomodé mi cabello en una coleta baja.
«Trabajaste muy duro para llegar hasta aquí, a expensas de las opiniones negativas, de tu falta de confianza y de un accidente caótico. Puedes lograrlo», me dije. Me consideraba capaz, sin embargo, eso no me eximía de volverme presa de un ataque de nervios; los comunes, los que se esperarían que manifestara alguien que cargaba sobre sus hombros una responsabilidad de tal magnitud.
El trayecto rumbo al estadio me pareció eterno, fastidioso. Requería silenciar esa voz desalentadora dentro de mi cabeza, aislarme del bullicio ocasionado por la comitiva, y la música fue el mejor escape que encontré.
Yo nunca aspiré a caminar encima de un escenario, a la espera de los aplausos de una multitud eufórica que se mantenía a la expectativa de cada una de mis acciones, por mi ineptitud al tratar de contener el pánico. Por eso admiraba el temple de los actores cuando se encontraban frente a las cámaras, sabiendo que cualquier movimiento en falso quedaría grabado para la posteridad.
Ahora estaba aquí, con un hueco en medio del estómago que no se originó precisamente por haberme brincando el desayuno a consciencia, y los ojos inquisitivos de los contrincantes no hacían sino aumentar mis niveles de angustia.
Luego de sobrevivir a la ineludible charla motivacional, avanzamos rumbo a la pista. El sol estaba en su punto máximo y besaba mi piel, trasmitiéndome su energía renovadora.
De acuerdo con la naturaleza del maratón, se nos calificarían de acuerdo a alturas, tiempos y distancias. Era vital que trabajáramos en equipo, aunque aparentemente todas eran pruebas individuales.
La suma del esfuerzo marcaría la diferencia entre forjarnos un lugar en el podio y quedar fuera de este. Ninguna era indispensable, sin embargo, todas éramos necesarias, tal como los miembros que componen el cuerpo humano.
La carrera de los cien metros con vallas era la prueba de apertura. Por azares del destino, Hitch fue la primera en salir. Antes de que se dirigiese a la línea de salida, se me ocurrió mostrarle la foto que le había tomado durante el viaje, solo para animarla. Le recordé que esa noche podría dormir cuanto tiempo le apeteciera y que la victoria colectiva no sería posible sin su ayuda.
Todo sucedió tan rápido que ni siquiera tuve tiempo de discernir lo que mis ojos contemplaban. Salió disparada a una velocidad inaudita, manteniendo un ritmo vertiginoso a medida que daba un paso. No perdió la concentración ni siquiera cuando su talón rozó ligeramente con la barra metálica.
Recordé haberla observado durante los entrenamientos. Fui testigo de su perseverancia, aunque nunca terminó de convencerme de que estaba dando lo mejor de sí misma. Cuando atravesó la línea de meta con unos milisegundos de ventaja respecto de las demás competidoras, una sensación de orgullo me embargó. Sin duda, no me equivoqué al confiar en ella.
Al llegar mi turno, me coloqué en posición y me acomodé un par de mechones sueltos detrás de las orejas. Bloqueé mis alrededores, que se tiñeron de oscuridad. Frente a mí, quedó el camino delimitado por un par de gruesas líneas blancas.
Inhalé profundamente y me visualicé en la meta, imaginando que un enemigo poderoso me arrebataría la vida en caso de que cediera a la tentación de mirar hacia atrás. Cuando sonó el disparo, supe lo que debía hacer.
De pronto, escuché un grito que transmitió amargura. Al llegar a la meta, alcancé a divisar una de las vallas que había terminado en el suelo, junto a una chica que se había llevado las manos a la frente.
En la prueba de salto ninguna requirió gastarse sus tres intentos para lograr un aterrizaje memorable. Me aseguré de acumular toda mi energía en un punto de apoyo, para de este modo distribuirla en el resto de mi cuerpo.
Cuando caí sobre la colchoneta sentí un ardor sobre el hombro que era semejante al de una quemadura superficial. Este se vio opacado con los aplausos eufóricos de Hange y unos cuantos más por parte del resto de mis compañeras. Todas, excepto dos.
Conforme iba avanzando para integrarme de nuevo en la fila, miré de refilón hasta toparme con el equipo de los hombres, que se ubicaba al otro lado de la pista.
Su siguiente prueba era el lanzamiento de bala. No me pareció coincidencia que lo hubiesen designado a él como representante. La fuerza era imprescindible, pero de nada serviría sin disciplina de por medio. Y me constaba que él había logrado una hábil mistura de ambas.
Mis hombros se volvieron de plomo al reparar en que sostenía la pesa en las alturas, más arriba de su cabeza, al grado de que sentí que se le desprenderían las articulaciones. Fue extraño, como si pudiese experimentar su dolor, o al menos una porción de este. Seguramente era otro efecto del estrés al que había estado sometida.
Lo vi colocar la esfera debajo de su barbilla y presionarla contra el hombro. Tomó impulso en una postura semiagachada, que contribuyó a añadir velocidad a su técnica. Dio un giro, y luego otro más sobre su propio eje. Unos segundos después, la esfera aterrizó a escasos centímetros de donde yo me encontré ensimismada por su maravilloso desempeño.
Sus compañeros lo ovacionaron. Le dieron palmaditas en la espalda, inclusive uno se tomó la libertad de revolver su cabello. Al encontrarse con mis ojos que irradiaron confusión, se dio la media vuelta. Fue una pésima manera de captar el interés.
No me pareció divertido, aunque su cálculo mental fue correcto. Un poco más y hubiera hecho presencia en la enfermería, bajo la premisa de que se me había quebrado el mismo hueso en menos de una semana.
Durante el descanso previo a la última carrera del día, decidí darme una vuelta por los alrededores, en miras de encontrar el baño. Motas de polvo se habían adherido a las lentillas y obstaculizaban mi visión, de modo que tuve que retirarlas.
Al observarme en el espejo, me topé con un leve rubor ocasionado por la resolana, la trenza que se había aflojado, y una enorme sonrisa que denotaba serenidad. Pero también vi algo que me produjo cierta inquietud.
Aunque ambos ojos me ardían, solo uno se había tornado rojizo. Las venas a su alrededor estaban inflamadas, parecían un conjunto de ramificaciones que se extendían por la esclerótica y avanzaban en una pendiente que conectaba con el oído derecho.
Una lágrima que salió de manera involuntaria me orilló a limpiarme con un trozo de papel que hice bolita cuando me sequé las manos, del cual me deshice al escuchar la palanca del váter.
Me había preparado para salir huyendo antes de que alguien me viera en ese estado y comenzara a formular preguntas indiscretas. Entonces, me estampé contra alguien que venía en dirección contraria.
—Perdón. —Me había disculpado por mera formalidad, antes de que expresara su molestia. Ni siquiera se inmutó, simplemente siguió avanzando.
—¿Kiomy? —intervino una voz somnolienta pero alegre.
Provenía de una chica de estatura ligeramente menor a la mía, con el cabello enredado y pronunciadas ojeras, quien se estaba acicalando en el extremo del lavamanos. Llevaba una camiseta color hueso con el escudo de la estrella de nueve picos estampado en una de las mangas. Elevé las comisuras al reconocerla, sin dejar de cubrir la mitad de mi rostro.
—¡Pieck! No esperaba encontrarte. —Correspondí a su saludo.
Habíamos sido compañeras durante el bachillerato. Se ganó un sitio en la reducida lista de personas que me trataron con dignidad y que estuvieron dispuestas a interceder por mí. A pesar de que no nos frecuentábamos desde la graduación, el cariño que sentía por ella se había mantenido intacto.
—¿Estás bien? —Señaló mi rostro.
Dudé en responderle de inmediato. Me invadió el desasosiego tras concluir que a continuación me pediría descubrirlo.
—Ummm, sí —mentí—. Es que me arde el ojo porque hace tiempo que no utilizaba lentes de contacto, es todo.
—Déjame ver. —Justo lo que quería evitar. Retiré la mano despacio, temerosa de su reacción al verme—. ¡Pero si no tienes nada! —Comenzó a reír.
Apenas salieron aquellas palabras de su boca, di la media vuelta para contemplarme en el espejo. Suspiré con alivio tras corroborar su observación, pero de todos me quedé con la espinita... ¿Aquello había sido real o estaba alucinando?
—Ah, mucho mejor.
—No me digas que hemos sido contrincantes y ni siquiera lo noté —bromeó.
—Tal parece que así es —confirmé. Me avergonzaba de no haber sido atenta a mis alrededores, cuando era lo primero que hacía al llegar a un sitio desconocido—. Lo siento, tampoco te había visto.
—Ni te fijes —Hizo un ademán, restándole importancia—. La carrera ha sido dura este año, ¿eh? —Asentí.
En medio de tantas demostraciones de acoplamiento motriz fundido con un espíritu inquebrantable, cualquiera se sentiría intimidado. Sin embargo, la sugestión no tenía cabida dentro de mis pensamientos.
Todos habíamos nacido con ciertas aptitudes, y nuestras debilidades se podían compensar con el talento de los demás miembros del equipo, en caso de contar con uno. Tal vez no me llevaba bien con todas, no obstante, reconocía que juntas habíamos hecho un gran trabajo.
—Te pusiste muy... bonita —soltó de repente. Recorrió mi silueta como si no creyese que fuera la misma Kiomy que había conocido.
—Tch, gracias. —Emití una risa nerviosa.
Mi autoconcepto había sufrido un revés gradual, no obstante, todavía no concebía del todo la idea de que se me considerase una persona agraciada físicamente. Siempre supe que mi belleza no era tentadora, aunque por lo visto, no pasaba del todo desapercibida.
—No, en serio. No te hubiera reconocido de no ser por tu voz —insistió—. ¿Qué se ha hecho de ti? Veo que estudias en la Universidad de Shiganshina.
Apuntó hacia el escudo en mi camiseta. Por instinto, empecé a separar la tela de mi piel, usándola como abanico. El calor me estaba sofocando.
—Pues, no me quejo, ¿sabes? He conseguido buenos amigos, trato de mantener mi promedio en alto, y también se me concedió el honor de ser la capitana del equipo. Esta es una de las mejores etapas de mi vida, ojalá que se postergue durante mucho, mucho tiempo —le anuncié con simpleza, arrepintiéndome al instante de haber dicho aquello en voz alta.
—Me alegra oírte hablar así, es como si tu chip mental hubiera sido reemplazado. —Recargó el mentón sobre el dedo índice, como si me estuviera pidiendo permiso para pronunciar la siguiente frase. Se me acercó con cautela, y yo crucé los brazos mientras daba un paso hacia atrás—. ¿Eso significa que ya no piensas en él?
Una ola inundó el muelle de la tranquilidad que había estado construyendo durante toda la mañana. Una secuencia de imágenes se desató como un torbellino, dándole cabida a un vacío inquietante. Me preguntaba qué tendría que sacrificar a cambio de liberarme de ese inmundo recuerdo.
—De vez en cuando, sí. —Me apresuré a emitir una respuesta concreta. No me apetecía ahondar en detalles.
—Lo que le sucedió fue terrible. Yo... En ocasiones me cuesta creer que se nos haya adelantado —suspiró.
Las condiciones en que se desenvolvieron los hechos habían sembrado un aura de escepticismo que prevaleció hasta el último día en que puse un pie en esa escuela.
Varios de los que me habían complicado la existencia se acercaron a darme el pésame, fingiendo ser los amigos que jamás consideré encontrar en ellos. Debido a eso, les negué el acceso a la información que yo manejaba. Sabía que era morbo y no interés genuino lo que los había atraído a mí. Cabe resaltar que hubo ciertas excepciones, como era el caso de mi interlocutora.
—Ummm... Sí... Fue terrible. —Mi voz se había puesto temblorosa—. No me lo tomes a mal, pero librarme de él fue lo mejor que pudo haberme sucedido.
—Por supuesto. —Esbozó una sonrisa ladina.
Sabía que alcanzaba a comprender el trasfondo de mis objeciones a hablar acerca de él. Una punzada me devolvió la noción del tiempo, más que nada para desviar el rumbo de la plática.
—Deberíamos volver, la siguiente prueba está a punto de comenzar —le sugerí.
—Espera, Kiomy. ¿Te parece si cenamos esta noche en el restaurante del hotel? Me gustaría presentarte a... alguien especial para mí —dijo aquello con un ronroneo particular—. Si quieres, puedes traer a tus amigos.
Su ofrecimiento me pareció desconcertante. Opté por considerarlo debido a que tomó la acertada decisión de ignorar el tema peligroso.
—¿No te parece extraño sentarte en la misma mesa que el enemigo? —Alcé una ceja en son de burla.
—Supongo que podemos alzar la bandera blanca durante el tiempo libre. —Encogió los hombros—. Entonces, ¿a las nueve?
—Claro. Qué gusto me dio encontrar una cara conocida.
—¡Lo hiciste genial! —exclamó Hange, dejando sus pertenencias en el suelo y azotando la puerta.
Apostaría a que el dinero del seguro no cubría ese tipo de daños a la propiedad. Después, me rodeó en un abrazo que casi me dejó sin aliento. Me solté de su agarre en medio de una carcajada.
Aunque todavía no conocíamos los resultados, me anticipaba a concluir que nos iría bien. Creerlo reanimaba mi espíritu volcado en un sinfín de emociones contradictorias. Saber que estábamos a medio camino era alentador.
—Tú no te quedas atrás. ¿En qué momento te volviste tan fuerte? Pobre de aquel que se atreva a pelear contigo —insinué tras pensar en un rostro en específico.
—Es la única forma de mantenerlos a raya. —Lanzó un puñetazo al aire. Yo abrí los ojos de par en par ante la sorpresa—. De otro modo, se descontrolarían.
—Si tratándolos bien tienden a alejarse, ahora imagínate si nos comportamos como unas tiranas —ironicé con cierto rencor. Una mirada impasible atacó mis recuerdos.
—Quien sabe... Algunos reaccionan favorablemente a la psicología inversa.
No me agradó el tono que había empleado, anunciaba una propuesta difícil de escuchar, pero que estaba segura encontraría lógica. Esa era la magia resultante de hablar con ella.
—¿Te refieres a que...? —Me dedicó una sonrisa traviesa—. No, aguarda... —interpuse la mano para que me dejara continuar—, ¿me estás diciendo que si imito esa fría indiferencia con que me ha tratado, recordará que existo?
Su expresión de alegría resultó perturbadora, ni siquiera permitió que la esperanza se fecundase en mi interior.
—Oh, no. Él está consciente de que existes. No dejó de observarte durante todo el día. —Me guiñó el ojo.
No pude evitar sonrojarme ante su comentario, lo cual pareció divertirle.
—Eso es... No me reconforta en lo absoluto. Y aunque así fuera, no cambia el hecho de que no quiero saber nada de él, ni escuchar su nombre, ni contemplar su rostro, mucho menos percibir su aroma —confesé con voz apagada.
Los sentidos restantes conformaban una posibilidad remota, pero resultarían igual de desastrosos, un impedimento para mantener la compostura. De repente, me fallaron las fuerzas y tomé lugar en el asiento, tras inhalar y exhalar con pereza.
—Kim, vamos. No dejes que tu semblante decaiga.
Se sentó a mi lado, pasándome una de sus manos por encima del hombro. Esto de fingir que no me embargaba ningún sentimiento cuando se le nombraba se volvía cada vez más complicado.
—No te preocupes, ya se me pasará.
—Sabes que los quiero, y me muero de ganas por que todo vuelva a la normalidad, así todos podríamos... —Replanteó sus ideas, lo cual agradecí—. Está bien, voy a apoyarte.
—Gracias, necesitaba escuchar algo parecido —dije—. Eso incluye evitar mencionarlo en nuestras conversaciones. —Frunció los labios—. Es doloroso, lo sabes.
—De acuerdo, te doy mi palabra de honor —concluyó con un toque de dramatismo que me dibujó una sonrisa burlona. Levantó la mano como cuando se realiza un juramento, colocando la otra encima pecho. Sellamos la promesa chocando las palmas.
—Con eso me conformo. Por cierto, tal vez deberías dejar de lado todo ese dramatismo. Hablas como si fuera un asunto de vida o muerte. Más de muerte que de vida —mascullé.
—¡Pues revivamos! —exclamó—. Anda, no vinimos para permanecer encerradas en estas cuatro paredes, tenemos tiempo antes del anochecer. —Apuntó en dirección al horizonte, y ese simple acto bastó para devolverme a la realidad.
Me coloqué una playera encima del traje de baño, lo suficientemente larga como para que me cubriera las caderas, pero sin reducir mis niveles de movilidad. Me daba vergüenza andar caminando por ahí en paños menores, un tanto irónico porque era la regla que predominaba en el sitio.
Hange me llevó arrastrando hasta la piscina. Su entusiasmo resultó contagioso, contrarrestó cualquier signo de negatividad.
El resto de nuestros compañeros ya se habían asegurado un lugar a los alrededores, se encontraban dispersos en el bar o surcando las embravecidas olas. Reían, se sumergían en el agua, brindaban alzando sus copas y coreaban un montón de esas canciones que se habían vuelto populares.
Nos sentamos en la escalinata, tanteamos el agua con las puntas de los dedos. Cuando me acostumbré a la temperatura, tomé impulso desde atrás y me arrojé hacia el fondo. Permanecí en las profundidades, hasta que mis oídos sucumbieron a la presión. Necesitaba experimentar la frescura de las gotas escurriendo por mi piel y empapando mi cabello.
Luego de nadar de un lado a otro, iniciamos un acalorado debate sobre los posibles ganadores.
Consideramos todas las variables: velocidad, destreza, fuerza física, trabajo en equipo, concentración, temple. Hablamos sobre lo que pensábamos ordenar en el restaurante y acordamos comprar un par de souvenirs en la plaza del mercado. Yo necesitaba una pulsera más para añadirla a mi colección, las veía como recuerdos de los lugares que había visitado, y por supuesto debía incluir este.
Un rato después, nos acercamos a la orilla del mar. Casi nos derrumbó una ola de esas que se forman de súbito justo antes de desbaratarse en los litorales. Comenzamos a reír con soltura tras comprobar que seguíamos de pie y que solo habíamos tragado una bocanada de agua salada que nos hizo toser como si tuviéramos gripe.
Me pareció extraño que no hubiera rastro alguno de Levi, quizá tenía asuntos más importantes en su agenda. No obstante, me arrepentí de haberlo invocado cuando lo divisé en una de las sillas enterradas bajo la arena, leyendo una revista.
Y es que no se encontraba solo. De todas las personas con las que podía gastar su valioso tiempo, tuvo que elegirla precisamente a ella... Una corriente de celos amenazó con arruinar mi estadía, aunque fue mitigada tras elegir ignorarlo.
Algunos estudiantes de las otras escuelas estaban jugando voleibol de playa, y nos invitaron a unirnos al equipo. Yo decliné la propuesta, mientras que Hange aceptó sin vacilar. Me preocupaba que fuera un truco para imposibilitarla al día siguiente. Sin embargo, confiaba en su buen juicio, sabía que se echaría para atrás si detectaba irregularidades en el partido.
Una vez que estuve completamente sola, empecé a delimitar mis alrededores. Vi a un par de niños que jugaban en la arena, levantaban castillos con ayuda de una cubeta y una pala. Sus risas inundaban el aire. Una pareja de ancianos caminaba tomados de las manos, se podían ver sus ojos dilatándose en medio de suspiros.
Mientras los observaba a la distancia, no pude evitar preguntarme si alguna vez estaría en una posición similar. Todos merecen a alguien que los contemple como si fueran una obra de arte, sin importar cuantos años llevaran juntos.
Más allá en el horizonte, las nubes emitían un resplandor que conectaba las aguas con el suelo, formando un camino de tintes celestiales. Decidí tomarle una foto, y luego comencé a escribir unas cuantas líneas en la aplicación de notas. Quería revivir esa sensación de bienestar infinito incluso cuando abandonáramos el hotel.
Aquella armonía se vio obstaculizada en el momento en que una figura se plantó delante de mí, proyectando una sombra. Creí saber quién era, así que me preparé para despacharlo de forma tajante.
—Si fuera tú, no me atrevería a pronunciar una sola palabra. Te recomiendo regresar por donde has venido. Nos harías un favor a ambos —sentencié en un tono neutral.
Mantuve la vista fija en la pantalla de mi teléfono, esperando que la irritación en mi comentario lo convenciera de largarse. Pero no lo hizo.
—Qué descortesía de tu parte —me recriminó una voz de esas que generaban incertidumbre a sus oyentes—. No sabía que tratabas a tus amigos con la punta del pie, eso explica por qué no tienes muchos.
Quisiera dedicar este capítulo a ItsFurukawa por el apoyo que le ha dado a mi historia, lo aprecio muchísimo y espero que sigas disfrutando de ella <3
Holi, ya aparecí de nuevo. Cuando empecé a escribir esta historia, literalmente no sabía nada acerca del atletismo, así que he estado investigando. Espero que se hayan entendido las explicaciones, en el siguiente cap también hay una que otra.
Foto del hotel tomada en mis últimas vacaciones antes de que comenzara la pandemia, qué nostalgia :')
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